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Archive for diciembre 2011

Santisima Madre de Dios

SANTÍSIMA MADRE DE DIOS

Citas

Num 6,22-27: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9bcawkf.htm

Gal 4,4-7: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aggmzd.htm

Lc 2,16-21: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ayxwpb.htm

http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a422ub.htm

http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9baokzb.htm

El ligamen entre el Nacimiento del Señor y la Maternidad divina de María Santísima está claramente expresada en uno de los doce anatemas de san Cirilo de Alejandría († 444), recogidos por el Concilio de Éfeso, que en el año 431 definió como dogma de fe que María de Nazareth es la Madre de Dios: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es Madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema” (Dz 72 – http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/fcs.htm#a33 e http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/8c3ba54.htm ).

Hace pocos días hemos adorado la presencia del Verbo encarnado en el humilde pesebre de Belén. Ahora la Iglesia nos invita a dirigir la mirada llena de asombro a la otra persona magnífica del pesebre que es la Madre de Jesús, Dios hecho carne.

En tiempos recientes, la devoción a la Madre de Dios se ha debilitado en ciertos sectores de la Iglesia. Algunos han tenido temor de que honrando demasiado a María, de alguna manera se habría podido provocar una separación de la adoración a Cristo. Por eso les pareció necesario radicalizar el cristocentrismo, subrayando unilateralmente la unicidad de la mediación salvífica de Cristo, endesmedro de las mediaciones participadas de los Santos, de los Ángeles y de la misma Madre de Dios. Obrando así, se ha olvidado el antiguo adagio: ad Jesum per Mariam.

La Madre nos acompaña siempre hacia su Hijo y nunca nos aleja de Él. El Concilio Ecuménico Vaticano II lo ha dicho con estas palabras: ”Todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo” (Lumen Gentium, n. 60 – cf. http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/8cjb1.htm ).

Se debe reconocer que el papel de María no es un obstáculo, sino de completo respeto al reconocimiento de Cristo en la fe. La Madre de Dios, con su pureza virginal, representa y defiende también la pureza de la doctrina cristiana. En el Breviario y en la “forma extraordinaria” (o rito antiguo) del Misal se encuentra la hermosa antífona mariana «Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses tu sola interemisti in universo mundo – Alégrate, Virgen María, tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero».

Esta antífona ha sido comentada por el famoso biblista Ignace de la Potterie en ests términos: «No es que María haya hecho en su vida algo contra las herejías, sino que el reconocimiento cierto de María en los dogmas marianos es baluarte de la verdadera fe. Tambien el Cardenal Ratzinger, en su libro-entrevista con Vittorio Messori (Informe sobre la fe), subraya que María “triunfa sobre todas las herejías”: si se da a María el lugar que le corresponde en la ininterrumpida Tradición y en el dogma, se llega al centro de la cristología de la Iglesia. Los primeros dogmas, que se refieren a la virginidad perpetua y a la maternidad divina, y también los últimos (Inmaculada Concepción y Asunsión corporal al Cielo), son la base segura para la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir en el mundo y en la materia, así como la fe en las realidades últimas (resurrección de la carne y, en consecuencia, la transfiguración del mismo mundo material) está confesada implícitamente en el reconocimiento de los dogmas marianos. También por esto se espera que se concretará el “proyecto de reintroducir, ojalá que en la fiesta de la Asunción corporal de María al Cielo, el 15 de agosto, la bella antífona separada de la reforma litúrgica” (en 30 Giorni, 12 [octubre 1995], p. 71).

No es posible ser cristocéntrico si no se es fuertemente mariano. En este día la Iglesia reza especialmemnte por la paz. Y es justamente a la siempre Virgen Madre de Dios a quienes se dirigen los fieles para obtener del Señor, a través de su intercesión, el don de la paz, para la Iglesia y para el mundo.

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Mensaje de Año Nuevo de Mons. Faustino Armendáriz Jiménez

Mensaje de Año Nuevo de Mons. Faustino Armendáriz  Jiménez

Periódico Noticias Querétaro México, 29/12/2011

http://www.youtube.com/watch?v=AvBJhNZq_dQ&feature=youtu.be

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A todos los hermane» y hermanas de la Diócesis de Querétaro:

Con ocasión del inicio del Año Nuevo, dirijo a cada uno mi cordial saludo y mi deseo de que el Señor bendiga el comienza de este nuevo tiempo con el don de la paz. Después de la celebración del nacimiento del Salvador, cada familia siente el deseo de reunirse para disfrutar del clima único e irrepetible que esta fiesta es capaz de crear y que nos da la oportunidad y la alegría de encontrarnos y de intercambiar nuestras felicitaciones en un ambiente espiritual.

En el inicio de mi mensaje, me quiero referir al clima especial que suscita en todos nosotros esta fiesta, pensaría que es casi como una prolongación de la alegría y del júbilo que vivimos en la noche de Navidad en que nació Jesús, pensando en las palabras del Apóstol San Pablo en las que afirma que la gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres (cf Tt 2,11). Creo oportuno subrayar que en esto consiste la misión de la Iglesia, es decir, la de contribuir a que la gracia de Dios, se haga cada vez más visible a todos, y que a todos lleve la salvación. Y esta misión hermanos nunca termina, será permanente.

Somos conscientes de la crisis moral, la crisis de legalidad y del debilitamiento del tejido social y que como creyentes, actuando en fidelidad a nuestra conciencia, en la que escuchamos la-vez de Dios> que espera que respondamos al don de su amor, con el compromiso en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México. Con ello mi deseo de que en este año que comienza renovemos el compromiso de anunciar a Jesucristo a todos nuestros hermanos, especialmente a los más alejados.

Auguro que la luz de Dios brille, cada vez más en el rostro de cada uno de sus hijos que habitan esta querida Diócesis y que su gracia redentora oriente sus decisiones, para que continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia.

Con estos propósitos comencemos este nuevo tiempo para proclamar la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es \m tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente. ¡Es la hora de evangelizar!, y que nadie se quede con los brazos cruzados.

Con absoluta confianza ponemos en las manos de Dios nuestro tiempo y nuestra historia.

i Deseo a todos, un feliz Año Nuevo!

Categorías: Magisterio

Los Laicos en la dimension experimental de la DSI

 

LOS LAICOS Y LA DIMENSIÓN EXPERIMENTAL  DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Mario Toso, sdb

Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana

Reunión con el P. Mario Toso, sdb.

31 de agosto, 2004.

 

 

1.- Los Christifideles laici son sujetos autónomos de la experimentación de la doctrina social de la Iglesia.

En la Doctrina social de la Iglesia [DSI], expresión del ser apostólico de la Iglesia, están involucrados todos sus miembros: pastores, religiosas, religiosos, laicos. Y lo están no sólo por razones contingentes o de oportunidad, sino en razón de su ser constitutivo, cada uno con su propia especificidad y su propio ministerio.

Desde el punto de vista experimental de la DSI, los laicos son sus principales protagonistas en razón de su índole secular que los hace primeros responsables de la animación cristiana de las realidades temporales.[1] En los distintos ambientes sociales, como la familia, la fábrica, la oficina, las instituciones sociales y civiles; no son simples ejecutores de directrices elaboradas por los papas y los obispos, sino creadores del pensamiento social y constructores de una nueva sociedad, a través de una labor de interpretación y de elaboración ulterior de la DSI.

Los laicos son sujetos de experimentación de la DSI originariamente, en cuanto sumergidos en Cristo gracias al Bautismo, y su acción no proviene de la delegación de la jerarquía, es decir del sacerdocio ministerial. La legítima autonomía en el trabajo de experimentación y de puesta al día de la DSI se fundamenta sobre un hecho ontológico y existencial.

El fiel laico recibe el llamado al compromiso social no solo por delegación del obispo o del párroco, sino directamente de Cristo en el Bautismo. Su llamado es una específica vocación nativa que se refuerza con la Confirmación, crece y madura en la Eucaristía y lo coloca con pleno derecho dentro de la comunidad eclesial.

En una palabra, la legítima autonomía de los laicos en la experimentación y en la puesta al día de la DSI tiene su fundamento en su ser cristificado, eucaristizado y pneumatizado.

No se trata de una autonomía separada de la comunión y de la colaboración con los demás miembros eclesiales, sino de una autonomía que encuentra su fuente en la comunión con Cristo, en una real participación en la vida de la comunión eclesial. En efecto, como se lee en Christifideles laici [CL]: «Los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la misma actividad política como son la libertad, la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada por el bien de todos, el sencillo estilo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos. Esto exige que los fieles laicos estén cada vez más animados de una real participación en la vida de la Iglesia e iluminados por su doctrina social. En esto podrán ser acompañados y ayudados por el afecto y la comprensión de la comunidad cristiana y de sus Pastores» (CL, 42).

2.- ¿Cuál autonomía en el campo político?  

Ya se dijo que el laico goza de una legítima autonomía en la labor de experimentación de la DSI, sin embargo, esto requiere algunas explicaciones según los diferentes niveles de su acción.

Una cosa es la autonomía laical dentro de instituciones, asociaciones y movimientos eclesiales. Otra cosa es la autonomía de los laicos dentro de instituciones, asociaciones, movimientos, partidos de inspiración cristiana o aconfesionales.

En el primer caso, los laicos actúan en cuanto católicos, dentro de entidades católicas y, por tanto, en un ambiente donde se tienen objetivos específicamente católicos. En este nivel el laico actúa como miembro de la comunidad eclesial; compromete a la Iglesia de Cristo y se presenta ante los demás en cuanto católico. Esto implica una particular unión y colaboración en el apostolado de la Iglesia docente y, además, una particular conformidad con la moral cristiana. Sería del todo anormal que en instituciones católicas se enseñaran y vivieran un credo, una moral, una DSI que no estuvieran en sintonía con las oficiales. La acción en tales instituciones no puede depender del juicio particular de un sujeto o de un grupo que pretenda sustituir a la Iglesia y hablar o actuar en su nombre, creyendo interpretar mejor los intereses de cuanto lo pueda hacer ella.

En el segundo caso, el laico actúa como miembro de la ciudad terrena o civil autónomamente, guiado por su conciencia cristiana según su específica competencia y su propia responsabilidad. Su primer objetivo no es actuar en cuanto católico para avanzar  los intereses de la Iglesia, sino como miembro de una sociedad humana cuyo fin es temporal, es decir, relativo a la convivencia civil. En la ciudad del hombre los fines y los medios no son los eclesiales ni los religiosos.

Actuando como cristiano en la ciudad del hombre, el laico está llamado a respetar la autonomía del orden político y sus respectivas leyes. Organiza la convivencia poniéndola al servicio de la persona y de su fin trascendente colaborando con aquellos que persiguen los mismos fines; se esfuerza por crear las condiciones que permitan a los individuos y a las comunidades civiles o religiosas realizar sus finalidades según la libertad y en el respeto del orden social.

En cuanto ciudadano que actúa en nombre propio, el laico no puede invocar a su favor la autoridad de la Iglesia (cfr. Gaudium et Spes, [GS] n° 43) involucrándola en la política concreta o partidista. En efecto, no es tarea de la Iglesia regir los destinos de la comunidad política,[2] y mucho menos la de formular soluciones concretas y menos todavía soluciones únicas para cuestiones temporales que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada creyente, comunidad y pueblo, los cuales viven en contextos geográficos, económicos, tecnológicos y culturales distintos. (cfr. Octogesima Adveniens [OA] n° 4).

La Iglesia reconoce la legítima multiplicidad y diversidad de las opciones temporales de los católicos (cfr. GS, nn. 43 y 75) que los lleva a militar en diferentes partidos. La existencia de una pluralidad de partidos en cuyo seno los católicos optan por militar para ejercer -particularmente a través de la representación parlamentaria- su derecho y deber en la construcción de la vida social de su país se debe a muchos factores:

  • el carácter contingente de algunas opciones en materia social;
  • el hecho que a menudo sean moralmente posibles diferentes estrategias para realizar y garantizar un mismo valor;
  • la posibilidad de interpretar de diferente manera algunos principios básicos de la teoría política y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos.[3]

En último análisis, haciendo valer la distinción de los niveles de acción, teniendo en cuenta como se lee en OA que la Iglesia, ante situaciones tan diversas encuentra muy difícil pronunciar una palabra única o proponer soluciones con valor universal, los laicos, en la experimentación de la DSI, pueden buscar más caminos. No existe, pues, un solo modo de concretizarla históricamente.

Pero surge la pregunta ¿cualquier camino tiene el mismo valor?

 

3.- Multiplicidad de las experimentaciones: un pluralismo no indiferenciado

La DSI, teniendo en cuenta la variedad y complejidad de los problemas y de las culturas, no puede ser instrumentada unívocamente por un solo proyecto o programa o por una sola práctica constructora. En su trascendencia puede inspirar muchos proyectos, programas y prácticas, todos legítimos. Se da, pues, un pluralismo de interpretaciones y de experimentaciones.

Sin embargo, la experiencia de las múltiples experimentaciones de la DSI enseña que existen limitaciones que circunscriben el pluralismo de las interpretaciones y de las concreciones dentro de fronteras muy precisas. Si son posibles muchas y legítimas tradiciones históricas, esto no autoriza a decir que todas estas sean automáticamente irreprensibles y que sean aceptables desde el punto de vista moral.

Esta cuestión merece una atenta reflexión y requiere un particular empeño a nivel de formación. Con referencia a esto, en particular, será esencial:

a)      enseñar a distinguir los diferentes grados de existencia en la DSI: en los documentos magisteriales, en los estudios, en la enseñanza, en los proyectos societarios, en los programas partidistas y en las prácticas. La doctrina social oficial no puede ser confundida en sus concreciones históricas con éste o aquel sistema político o ideológico aunque se hayan inspirado en ella (cfr. Sollicitudo Rei Socialis [SRS] 41). Debe, pues, ser reconsiderada la presunción de aquellos (particulares, grupos, partidos) que gustan definirse propietarios o infalibles intérpretes de la DSI;

b)      entender que la DSI no es actuada eficazmente si se reduce a simple mensaje profético, a una animación para el compromiso, a un mecanismo de silogismos aplicativos que la entiendan como un conjunto de principios de los que se parte y como norma a la que hay que atenerse. No se esclarecerá nunca suficientemente que la DSI es una proyectualidad germinal que necesita ser desarrollada y encarnada en proyectos históricos concretos; que es un saber teórico práctico destinado a convertirse en alma de la práctica constructora de lo social. Por esto la mediación es indispensable; no integrada en un proyecto societario o en una cultura de inspiración cristiana le faltaría el instrumento conductor en la práctica operativa;

c)       ayudar a comprender que el pluralismo de las experimentaciones está condicionado por la necesaria homogeneidad o coherencia entre el núcleo de la DSI (constituido por el Evangelio social, por la visión cristiana de la persona, de la familia, de la economía y de la sociedad) y los distintos proyectos, programas, prácticas en los que viene probado y revive. El peligro que incumbe, sobre todo en los católicos que militan en política y están comprometidos en alianzas con partidos que no tienen una inspiración cristiana, es el de adoptar programas o de optar por prácticas que vacían la orientación ético–proyectual propia de la DSI. Empeño y fantasía creadora son indispensables para mediarlo dentro de proyectos y prácticas a fin de que no lo contradigan.

No es casual que Octogesima Adveniens –único documento pontificio que reconoce para los católicos comprometidos en política la necesidad de una ideología positiva de inspiración cristiana–, invite a una labor de discernimiento respecto de ideologías de otra inspiración y a elaborar una propia, enfocándola sobre el fundamento de una antropología global abierta a la trascendencia (cfr. OA, nn. 24 – 39).[4]

Dicho con otras palabras, si es legítimo un pluralismo de experimentación no es igualmente legítimo cualquier pluralismo: un pluralismo indiferenciado. La amplitud de las posibilidades no es infinita y no se las puede separar de la inspiración cristiana. En otras palabras, si bien no existen caminos predeterminados para realizar la DSI, cuando se recorre uno es de todos modos obligatorio salvaguardar los valores fundamentales de la persona y de la sociedad, por cuanto es posible, en un sistema democrático donde no se está aislado en la determinación de las leyes;

d)   educar para la autonomía de los católicos en la traducción de la DSI en política (cfr. GS. nn. 43 y 75), sin esconder que ellos, una vez hecha su opción particular, no pueden eximirse de reconocer que la comunidad eclesial y la misma jerarquía tienen el deber de verificar su grado de conformidad a la fe y a la moral, así como la oportunidad y la efectiva valencia histórica y social (cfr. Mater et Magistra n. 220).

4.- ¿Hasta dónde es legítima la libertad de experimentación en campo político?

Para el laico católico, cuando está en juego el bien humano integral de las personas –bien compuesto por un conjunto ordenado de bienes que son, entre otros: intangibilidad y dignidad de la vida en toda persona y en cualquier condición de su desarrollo; familia como sociedad natural fundada sobre el matrimonio monogámico y heterosexual; derechos fundamentales, paz, libertad religiosa- no se puede invocar el pluralismo para justificar su propia libertad de acción.

En efecto, si el campo ético de la política no coincide con todo el orden moral, esto no quiere decir que para la acción política no existan principios morales inderogables. De otro modo se afectaría la estructuración ética de la misma política, se pondría en juego el bien integral de las personas y se desconocería el núcleo esencial de la DSI.

En particular, según la Nota ya citada de la Congregación de la Doctrina de la Fe, en el actual momento histórico, los hombres de buena voluntad y los creyentes en especial tienen:

v  un particular compromiso en el caso de las leyes en materia de aborto y eutanasia, (que no hay que confundir con la renuncia a la asistencia terapéutica que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde su concepción hasta su término natural;

v  el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano;

v  la exigencia de tutelar y promover la familia fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad frente a las leyes modernas sobre el divorcio. «A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuanto tales, reconocimiento legal». (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal, n° 4); hoy, en muchos países, reciben mayor atención y ayuda financiera –cosa de por sí legítima y obligatoria- las familias divididas mientras que, lamentablemente, aquellas unidas y con hijos son dejadas a sí mismas, como si no fuesen un recurso social para la Nación y no merecieran una política de tutela y promoción;[5]

v  la necesidad de garantizar la libertad de los padres en la educación de sus hijos, reconocida además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos;

v  la necesaria tutela social de los menores  y la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y en la explotación de la prostitución);

v  la urgencia del desarrollo de una economía social, es decir, de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común nacional y universal en el respeto de la justicia social y la solidaridad;

v  la urgencia de un desarrollo cualitativo, o sea, respetuoso de la dignidad de la persona, de los derechos de las distintas generaciones y del ambiente;

v  y la tarea por la paz que es «siempre obra de la justicia y efecto de la caridad».[6]

El pluralismo no puede ser invocado por las exigencias irrenunciables de la moral, por eso que constituye la esencia del orden ético político; en cambio, puede ser invocado legítimamente debido a las modalidades de realización histórica de tales exigencias y de tal esencia. Como ya se ha subrayado, a nivel de modalidades contingentes es admitida la libertad de opinión y de opción que puede llevar a militar en partidos diferentes y a decidirse por soluciones operativas y administrativas diferentes.

Afirmado que en teoría no puede darse un pluralismo de opciones respecto de los valores y de los derechos fundamentales, queda siempre verdadero que éstos pasan a los programas de los partidos y de las legislaciones estatales mediante el consenso social y la acción de los representantes del pueblo. Es decir, son recibidos y codificados mediante el método de la libertad y de la mayoría.

Los valores en democracia no deben ser impuestos con la violencia o con los ejércitos. Vividos y cultivados primariamente en las comunidades civiles de las distintas instituciones sociales, culturales y religiosas, entran a las constituciones, a las instituciones públicas y a la legislación previa discusión parlamentaria y consiguiente decisión política.

Dicho de otro modo, en la homologación jurídica de los valores presentados por la DSI, en la aprobación de los distintos proyectos de ley que los encarnan y los traducen históricamente entra en juego, como factor decisivo y no secundario, el número de los representantes que los votan. Se necesita la mayoría (simple o calificada).

Esto induce a reflexionar sobre las pertenencias partidistas o de coalición, sobre las alianzas, sobre «el peso específico» de los católicos o de los creyentes dentro de los diferentes partidos y gobiernos. La experiencia demuestra que en algunos Países los católicos son una presencia exigua y, por tanto, no pueden determinar significativamente las orientaciones de las decisiones políticas.

Ante los problemas importantes para la tutela y promoción del bien integral de las personas, cada vez más complejos por el pluralismo acentuado y por el secularismo, los laicos creyentes comprometidos en su representación política, a pesar de sus pertenencias políticas, no deberían dar el sufragio de su voto o participar en campañas de opinión a favor, por ejemplo, de leyes que atenten contra la vida humana. En cambio, en el caso de que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista [o a favor de la eutanasia (inducida) o a favor de la manipulación genética] ya en vigor o en fase de votación, puede ser que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública». En efecto, se lee en Evangelium Vitae, «obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos».[7]  

Dicho de otra manera, cuando se es minoría se debe intentar y obtener el mal menor, es decir, el bien concretamente posible en una determinada circunstancia. En cambio, diferente es el caso en el que los representantes creyentes sean mayoría numéricamente, aunque pertenecientes a distintos partidos. En esta situación la legitimidad del pluralismo partidista no debería ser tomado como pretexto de una diáspora parlamentaria, particularmente cuando está en juego la promoción de valores irrenunciables y útiles para todos. Más allá de las lógicas de los partidos es necesario lograr las debidas alianzas transversales.

Una actitud de renuncia y pasividad sólo favorece a la parte contraria, así como a los no valores, mostrando incoherencia y escaso sentido del bien común. En situaciones pluralistas y complejas no siempre lo que se considera como bien moral puede ser traducido inmediatamente en ley. Se necesita, entonces, actuar con paciencia trabajando por crear condiciones propicias a nuevas legislaciones o a profundas reformas.

Las cosas, y es bueno remarcarlo, no deben ser cambiadas imponiendo a cualquier costo el propio punto de vista usando cualquier medio. A veces, la impermeabilidad a las razones de los otros impide alcanzar bienes posibles, parciales, aunque si no son lo óptimo. El consenso sobre perspectivas y valores necesarios debe ser obtenido mediante el convencimiento, la graduación de los mismos valores que, muchas veces, puede requerir la dilación del logro de algunos de ellos.

 

Para quien está comprometido a colaborar con otros, que tienen posturas ideológicas distintas, acostumbrado a encontrar cosas comunes y a abandonar lo que los divide, se le puede presentar, si no se está atento, la tendencia o la tentación de dejar a un lado aspectos esenciales de la propia identidad, a la que no se puede absolutamente renunciar. Se necesita reconocer que, si una exigencia de prudencia social obliga a colaborar con otras partes que tienen culturas diferentes, esto no autoriza a olvidar valores que especifican profundamente a los creyentes. Permanece la obligación de no quedar prisioneros y hacer valer por otros caminos o en otros momentos la propia visión de la vida, del trabajo, de la familia, de la escuela, de la sociedad y de la política, como también sobre la concertación, sobre los problemas de inmigración, sobre el pluralismo cultural, so pena de perder una oportunidad  a favor del hombre y de la sociedad.

No se trata de favorecer intransigencias irresponsables, sino de no vaciar lo que puede hacer al creyente sal y levadura.

Lo que a nivel de presencia en la sociedad envilece y hace inexpresivos a los creyentes es que se avergüencen de sentirse cristianos, además de la falta de confianza en sí mismos. Muchas veces, el complejo de inferioridad cultural y el de parecer integristas induce a subestimar y a subvalorar sus propias posibilidades. Sin embargo, la mediocridad y el qué dirán llevan, a la larga, a la esterilidad histórica, a dejar vacíos irresponsables, a no dar su propio aporte en ocasiones decisivas que ya no se presentarán más.

¿Cómo, entonces, no recordar que para un cristiano no pueden darse mediocridad y respeto humano dentro de los grandes dramas que están teniendo lugar en la historia actual? Jesucristo no tuvo reparo para dedicarse a la causa del hombre. Más aún, se puede decir que Él, me perdonen lo impropio del lenguaje, «se ha exagerado» al entregarse todo Él, como sólo Él podía hacer.

Por tanto, ante los grandes problemas que asedian a la humanidad y al propio país, además de analizarlos y estudiarlos, es necesario mirar a Cristo, como muchas veces nos ha invitado Juan Pablo II al inicio de este milenio. Lo que no significa evadirse de la situación. En efecto, no pocas experiencias recientes nos confirman que dispersarse en las realidades sociales sin nuestra identidad es el grave riesgo que hay que evitar. Si no tenemos suficiente presencia en el mundo no es porque somos cristianos, sino porque no lo somos suficientemente.[8]

Es necesario, pues, pensar con sincera y motivada convicción que nuestra identidad propiamente cristiana es nuestro recurso más grande. Precisamente nuestra identidad contiene el secreto para hacer incisiva y rica de aportes nuestra presencia en el mundo. Hay una evidente correlación entre intensidad del continuo descubrimiento de nuestro ser y la medida de nuestra fecundidad histórica. Ser cristianos no es una limitación, sino una gracia, una posibilidad cada vez mayor.

Se trata de vivir este tesoro que llevamos en vasijas de barro con libertad interior y con orgullo, traduciéndolo en conductas coherentes con las propias convicciones en la realización de obras buenas, porque es lo bueno y lo que aprovecha a los hombres (cfr. Tito 3,8), con un estilo de vida y de actuar juntos como pueblo fervoroso en buenas obras (cfr. Tito 2, 14).

Urge redescubrir esta profunda experiencia que se hace convicción y programa: ser cristianos, vivir como cristianos, como pueblo dedicado a toda obra buena también en el orden social y civil; no es una maldición que llevamos a cuestas, un peso que nos aplasta, una pretensión de la que debemos pedir perdón. Es, en cambio, un don maravilloso que se convierte en responsabilidad y que lleva consigo grandes posibilidades que son para provecho de todos.[9]            

5.- Educar para la experimentación de la doctrina social en la práctica constructora de la sociedad según el principio de la encarnación

Si como acto magisterial la DSI no llega a ser mediante la exégesis, la elaboración científica y la inculturación el alma de la práctica constructora, será letra muerta, realidad fuera de la historia.

La experimentación o segundo nacimiento al que es sometida la DSI es, pues, un hecho natural. La DSI como acto magisterial surge de la reflexión crítica sobre las prácticas existentes, sobre las distintas fases, para regresar a las prácticas con el objetivo de mejorarla.

El compromiso para experimentarla haciéndola activa dentro de proyectos, programas, estrategias y prácticas particulares y contextualizadas es llamado también mediación. Por mediación debemos entender no tanto una reducción o traición del contenido evangélico y de la carga ética y crítica de la DSI, cuanto más bien encontrar la forma más adecuada para que se vuelva operante dentro de las realidades laicas históricamente connotadas, como son precisamente los proyectos societarios, las programaciones, las estrategias, las prácticas políticas sin traiciones.    

Para esta labor de mediación permanece emblemático el acontecimiento total de la Encarnación de Cristo, el Nuevo Adán que ha hecho visible e introducido lo Divino en lo humano, en la historia, conjugando en unidad a Dios y al hombre, trayendo a este último la realización en su orden sin aniquilarlo o disminuirlo, más aún potenciándolo.

La mediación de la DSI en la historia no hay que entenderla como una irrupción para destruir cuanto existe de bueno, propiciando revoluciones radicales. No significa introducir en el mundo un tipo de existencia totalmente nueva, una visión del hombre que no encuentra ningún punto de referencia en la realidad histórica, como si la creación y la redención no hubieran nunca acontecido y la humanidad no estuviera ya sobrenaturalizada. La DSI viene a desempeñar un servicio de iluminación, de formación, de oferta de una germinal proyectualidad dentro de un orden histórico donde el acontecimiento Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, está ya presente y operante en todo hombre, especialmente en su Iglesia hasta el final de los tiempos.

Dicho de otro modo, cuanto propone la DSI y cuanto de ella se quiere experimentar no es de por sí una imposición que viene totalmente de fuera, como si fuese diametralmente opuesta al ser de las personas y a la intencionalidad de su obrar. La DSI trata de secundar y favorecer el cumplimiento de lo que está en potencia en todo hombre y está sembrado en los surcos de la historia por el Resucitado, pero desatenta a su crecimiento porque contrastado por el pecado y por la fragilidad humana. Mediante ella, la Iglesia se pone al servicio del plan divino, entendido como ordenar todas las cosas a la plenitud que habita en Cristo (cfr. Colosenses 1, 19).

Entonces, cuanto la DSI contiene es descripción y análisis de lo que existe, es denuncia, pero sobre todo enucleación y anuncio del deber ser (cfr. SRS n° 41), de la criteriología de razón y de fe necesaria para evaluar la realidad, de una germinal proyectualidad todas las cosas que son aprovechables mediante una reflexión teológica empírico  crítica,[10] el mismo proceso de la prácticas histórica, pues ésta tiene su sujeto original en las personas singulares y en los grupos en su orientación final. 

El proceso histórico, en cuanto prorrumpe de la libertad humana, herida por el pecado, es siempre ambivalente. La DSI, ofreciendo principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, hace prevalecer lo que en ella hay de positivo no a través de su simple aplicación. Los contenidos de la DSI deben ser reconocidos y asumidos conscientemente desde el interior de la propia experiencia social como aquello que ayuda a dividir en temas lo que es vivido, como aquello que permite a las distintas libertades desplegarse hacia la realización  humana en una determinada situación histórica.

6. La enseñanza proveniente del movimiento social cristiano

Muchos católicos en distintos países se han cimentado constantemente en la empresa de experimentar la DSI según los distintos contextos históricos. Sea suficiente citar la obra que ha permanecido emblemática de la Unión Internacional de Ciencias Sociales, fundada en Malinas en 1920 la cual, partiendo de los documentos pontificios y episcopales y gracias al aporte iluminador de muchas competencias, elaboró el conocido Códice de Malinas que representa, respecto de la práctica política, una primera mediación de la DSI. En otro contexto se puede citar el Códice de Camaldoli fruto del aporte de un grupo de estudiosos laicos y eclesiásticos italianos (teólogos, sociólogos, juristas, economistas, políticos, hombres de acción), que se reunieron en un hospicio de monjes de aquella localidad. Un intento por llevar a la experimentación la DSI es representado ciertamente por cuanto el episcopado latinoamericano ha escrito sobre ella en los documentos de Medellín y de Puebla, y también en los sucesivos.

Para comprender lo que incluye llevar a la experimentación la DSI puede ser interesante e instructivo referirnos a cuanto se proponían los trabajos de Camaldoli:

a)    dar forma orgánica, científica y lo más sintética posible a los enunciados de las encíclicas sociales y otros documentos del Magisterio de la Iglesia, particularmente los que se referían a los principales problemas del orden de la vida social y económica de un determinado momento histórico;

b)    seleccionar del pensamiento oficial de la Iglesia, que en la generalidad de su Magisterio se dirige a todos los tiempos y a todos los pueblos, las afirmaciones particularmente adecuadas a las contingencias históricas inherentes sobre todo a los problemas de la reconstrucción de un orden social después del colapso de la segunda guerra mundial;

c)    intentar una prudente obra de exégesis y de interpretación y, si fuera necesario, de integración y desarrollo de tal pensamiento, colaborando al progresivo esclarecimiento y desarrollo de la DSI y a su cada vez mayor afirmación como adecuado y eficaz fundamento de un orden social no sólo abstractamente justo y humano, sino también concreta e históricamente posible.[11]

Según lo expresado por los que estaban a cargo de la publicación del texto de Camaldoli, esto debía servir:

1)      como base para una ulterior contribución de estudiosos y maestros de teología;

2)      como esquema de referencia y de estudio para quien se interesara por la formación de una viva y actual conciencia social;

3)      como oferta al lector y al hombre de acción de los elementos esenciales para un juicio moral y una orientación segura y al mismo tiempo adecuada para la contingente concreción de la fase histórica y política en la que se vivía.[12]

El texto de Camaldoli fue, para los católicos que trabajaron en la preparación de la Constitución de la República Italiana y en la fundación de la Democracia Cristiana, un vademécum precioso y fundamental.

Tal vez cuanto dicho sea suficiente para informar, aunque sea parcialmente, sobre algunas modalidades del proceso de conducción de la DSI en orden a la construcción de la sociedad. Un tal proceso de encarnación de la DSI–acto magisterial que representa una primera traducción de la dimensión utópica de la fe, es esencial para su eficacia histórica. Se trata de un proceso no simplemente deductivista, a través el cual se hacen derivar en forma predeterminada de la DSI proyectos societarios o programas o sistemas. La fe y la DSI no pueden ofrecer todo el conocimiento de la realidad social y de la situación histórica, indispensable para construir proyectos societarios y programas políticos adecuados a los distintos contextos. Es necesario el aporte de las ciencias sociales, empíricas o no (sociológicas, estadísticas, económicas, jurídicas, filosóficas, sicológicas), además del auxilio de competencias científico–técnicas y de experiencias profesionales que se adquieren sobre el campo de acción concreta, individual y asociada, mientras se humanizan y se animan cristianamente instituciones y ambientes.

Quien trabaja y está comprometido en una práctica constructora de la sociedad debe recibir, pues, la DSI–acto magisterial no como una teoría o un proyecto societario o un programa partidista ya definidos o realizados. Cuanto se encuentra en las encíclicas no debe ser usado de modo que de ellas se deriven inmediata y unilateralmente un proyecto o una prácticas: la práctica no es deducible de la teoría, esta última es irreducible a la primera. Debe ser revisada y, por tanto, leída, interpretada, integrada y desarrollada –como se ve de la consideración de la experiencia del grupo de Camaldoli-, dentro de un proceso histórico complejo y contextualizado de construcción de la sociedad. Esto se lleva a cabo según momentos diferentes, mutuamente implicados los unos en los otros, según un modo de circularidad:

a)    momento de análisis valorativo de la situación;

b)    momento de proyección de las prácticas deseada para reorientar o reformar la existente, juzgada insatisfactoria, individualizando objetivos o metas a largo plazo;

c)    momento de actuación progresiva de los grandes proyectos a través de la persecución de objetivos a corto o mediano plazo (momento estratégico);

d)    momento de verificación.

 

7. La necesaria contribución de las instituciones académicas y de los trabajadores de experimentación

Es toda la comunidad la que está llamada a vivir y dar testimonio de la DSI. La fecundidad pastoral y civil de la DSI depende del aporte simultáneo y coral de todos los componentes e instituciones eclesiales.

Nos detendremos ahora a considerar el aporte de las instituciones de estudios superiores y de los trabajadores de experimentación de área católica. En efecto, las dificultades de recepción de la DSI y de su incidencia en los ambientes eclesiales y en los civiles se deben en gran parte, más que a la incapacidad de organización o de falta de subsidios, a un déficit de reflexión cultural y de un adecuado soporte por parte de las instituciones universitarias y de cultura.

A las comunidades eclesiales, a las instituciones, a los grupos y a los movimientos católicos y apostólicos –el discurso se puede extender, teniendo en cuenta las diferencias, a los de inspiración cristiana y aconfesionales–, les faltan o son débiles tanto de una cultura social como del aporte de verdaderos y propios trabajadores de mediación y de experimentación de la DSI en los diversos campos.

En cuanto el déficit de cultura social se puede superar:

a)     reconociendo definitivamente la dignidad y especificidad científica al estudio sistemático del magisterio social;

b)     institucionalizando la enseñanza de la DSI, reestructurando el organigrama de los cursos teológicos no sólo añadiendo uno nuevo, sino redefiniendo y precisando mejor los ámbitos disciplinares de modo que la DSI no sea tenida como un simple capítulo de la teología moral social o de la teología pastoral. 

No se debe olvidar que hasta ayer, en no pocos Institutos superiores, la moda de una teología de liberación omnívora puso en la cuerda floja los cursos e iniciativas culturales orientadas a profundizar la DSI considerada muy ideologizada y abstracta.[13] Mons. Jaime Prieto Amaya, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social en Colombia, durante el Seminario de expertos y maestros de DSI, celebrado en Madrid en septiembre de 1998, no dudó en reconocer, entre otras cosas, que en los últimos dos decenios los episcopados de América Latina –y de este modo se amplía el horizonte de observación– se han mostrado muy cautelosos respecto de la formación social de los sacerdotes, seminaristas y laicos. El deslizamiento teórico y práctico hacia la ideología marxista en las décadas de los ’70 o hacia la toma de posición abiertamente revolucionaria los obligaron a reducir al mínimo tanto la formación en la DSI y en las ciencias sociales como la especialización de los sacerdotes en estas áreas, creando un vacío cultural de la Pastoral social en los seminarios, en las universidades, en el mundo del trabajo y de las empresas.[14]

En cuanto la creación de laboratorios tanto de primera mediación cultural como de experimentación, instituidos en los distintos territorios, se ve cada vez más la urgencia, como lugares de encuentro de diferentes competencias y de confrontación indispensables:

a)    para la encarnación de la DSI en las prácticas constructora de la sociedad;

b)    para disminuir la distancia entre enseñanza, investigación universitaria especializada y experimentación, con ventajas recíprocas entre estos tres modos de existencia de la misma DSI. 

Con otras palabras, además de la recepción al interior del tejido eclesial, urge una recepción en el tejido social civil mediante la multiplicación, a nivel diocesano o interdiocesano, de nuevos «grupos de Camaldoli», de comunidades de personas que, avaladas por profesores universitarios, de profesionistas técnicos y de hombres iluminados de acción, traten de experimentar la DSI, de darle cuerpo en los diferentes contextos sociales a los ideales históricos concretos propuestos por ella. A este respecto, se ven emblemáticas varias experiencias en el mundo del trabajo, de la economía, del tercer sector y de la política animadas por asociaciones, movimientos, asociaciones eclesiales (Acción Católica, Comunión y Liberación, Focolarinos, Comunidad de san Egidio, etc.) por comisiones pastorales  diocesanas o zonales, por parroquias que no se encierran en sí mismas sino que irradian la novedad de vida traída por Cristo Jesús en lo social.[15]

8. La eficacia de la experimentación de la doctrina social de la Iglesia depende de la comunión –entre ellos y con Cristo– de sus sujetos

En la DSI, expresión del ser apostólico de la Iglesia, están involucrados todos sus componentes: pastores, religiosas, religiosos y laicos. Lo están, como ya se dijo, no sólo por razones contingentes o de oportunidad, sino en razón de su ser, cada uno con su propia especificidad y un ministerio. Todos los componentes eclesiales concurren a formularla, a experimentarla, a ponerla al día. No sólo la Iglesia, sino también la DSI es tanto más impulsora y eficaz desde el punto de vista pastoral, de la inculturación del Evangelio y de la humanización de las instituciones, cuanto más involucre en la comunión con Cristo y entre sí, en la diversidad de aportes, todos los sujetos, singular y colectivamente. [16]

A propósito de la experimentación de la DSI de los sujetos comunionales de ésta, tiene siempre valor, sin lugar a duda, cuanto Juan Pablo II en su Carta apostólica Novo Millennio Ineunte recordó hablando de la preciosa herencia del gran Jubileo del dos mil. Se necesita retomar  ampliamente el lema «Duc in altum» (Lc. 5,4), volviendo a partir de Cristo, considerado en sus lineamentos históricos  y en su misterio, acogido en sus múltiples presencias en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz del camino.[17]

Releyendo la Carta del Pontífice y aplicándolo a nuestro tema debe ser reconocido que, también en vista de una experimentación sistemática y coral de la DSI, se necesita subrayar  la santidad, la oración, la eucaristía dominical, el sacramento de la reconciliación, el primado de la gracia, la escucha y el anuncio de la Palabra según las exigencias de una nueva evangelización y de la inculturación y, en particular, sobre una espiritualidad de comunión.

Pensando en las no raras dificultades de colaboración y de diálogo –tanto a nivel del anuncio como de las opciones pastorales acerca del testimonio en lo social y en la legítima pluralidad de mediaciones de la DSI–, entre movimientos, asociaciones de distintos enfoques, entre sacerdotes, obispos, clero y religiosos, presbíteros y diáconos, entre Pastores y Pueblo de Dios, es cuanto más actual la advertencia de Juan Pablo II (también en vista de la convergencia sobre los grandes principios de la DSI –cosa muy ágil– y sobre la necesaria unidad –cosa más difícil-  en la realización de los valores del Evangelio):

«Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece» para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí» además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento».[18]

En definitiva, la eficacia de la experimentación de la DSI está estrechamente vinculada a la capacidad de las comunidades de ser lugares de comunión y de abrir espacios a todos los dones del Espíritu, según una integración orgánica de las legítimas diversidades en los carismas y en los caminos de conducción de la DSI. Si la DSI es fruto de un discernimiento y de una profecía comunitaria lo es también su experimentación. Si esto es verdadero se necesita educar a los sujetos de la DSI en una espiritualidad de comunión dentro de una espiritualidad de misión y de Encarnación.[19]

La comunión y el diálogo dentro de la Iglesia, entre Iglesia universal e Iglesias locales, deben ser completadas obviamente por la comunión y por el diálogo entre cristianos y entre diversas religiones. 

9. Breve conclusión

La síntesis entre valores evangélicos y compromiso social no es sólo un asunto individual. Está implicada también la comunidad eclesial. En otras palabras, la experimentación de la DSI tiene necesidad de comunidades cristianas vivas y abiertas a lo social, que sean «casas y escuelas de comunión». Solamente de este modo puede madurar en ellas la indispensable síntesis entre fe e historia, en un incesante dar y recibir entre Iglesia y sociedad entre todos los componentes eclesiales.

 

Traducción

José Armando Rejón Bojórquez

 


[1] Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post – sinodal Christifideles laici (30. 12. 1988), n° 36.

[2]  «La misión propia que Cristo confió a la Iglesia no es de orden político, económico o social, el fin que le asignó es de orden religioso» GS. 42.

[3] Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FENota Doctrinal  de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, n° 3. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, México, 2003.

[4] Sobre la relación entre fe, utopía, DSI, proyecto societario, ideología, nos permitimos remitir a TOSO MARIO, Welfare Society. L’apporto dei pontefici da Leone XIII a Giovanni Paolo II, LAS, Roma 1995, pp. 318 – 336.

[5] Una de las formas de pobreza más relevantes el día de hoy es la pobreza de capital social: pobreza en la comunicación y en la información, pobreza de pertenencia, aislamiento que no permite participar en el circuito virtuoso de una comunidad, sea ella local o global.. Es evidente, y además está probado por diversos estudios, que la crisis de la familia «tradicional» y su enrarecimiento produce una notable cantidad de formas de problemas y de erosión del capital social en las otras sociedades. Según Francis Fukuyama el debilitamiento de la familia tradicional – que es evidente sobretodo por el descenso de nacimientos, por el aumento de familias monoparentales en las que el padre es la mujer y el aumento de los nacimientos fuera del matrimonio, produce muchas disfunciones en el capital social: mayor delincuencia, mayor fastidio juvenil, menor confianza recíproca y una sociedad civil más asfixiada y menos participativa (cfr. F. FUKUYAMA., La grande distruzione. La natura umana e la riscostruzione di un nuovo ordine sociale, Baldino & Castoldi, Milano 1999, cap. VI). Por otro lado, el inglés Whitfield ha señalado estas otras consecuencias de la crisis de la familia: riesgo de pobreza, deterioro de las capacidades laborales, disminución en el rendimiento escolar, aumento de la criminalidad y de la ´pinta’ de escuela, aumento de las intervenciones institucionales de asistencia (cfr. R. WIHTFIELD, I costi sociali ed economici della disgregrazione familiare, en «La Società», VII [1977], I, p. 107).

[6] Cfr. Ibidem.

[7] JUAN PABLO II, Evangelium Vitae [1995] n°. 73.

[8] Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA, La Chiesa italiana e le prospettive del Paese, Paoline, Milano, 1981, p. 10.

[9] Para estas últimas reflexiones me he inspirado en NICORA A., Dottrina sociale della Chiesa e causa cattolica. Un comento alla Lettera a Tito, en «La Società» 6 (2002) 769 – 768.

[10] Tal reflexión es conducida mediante una razón teológica que incluye, bajo una propia formalidad, diversos grados del saber (filosófico, económico, jurídico, político, etc.) y, además, prevé que e momento inductivo implique el deductivo y viceversa.

[11] Cfr. ISTITUTO CATTOLICO DI ATTIVITÀ SOCIALE, Presentazione en Per la comunità cristiana. Principi dell’ordinamento sociale a cura di un grupo di studiosi amici di Camaldoli, Roma 1945, pp. XI- XII.

[12] Cfr. Ibidem, pp. XVI – XVII.

[13] Entre los teólogos de la liberación una actitud menos preconcebida en relación con la DSI se puede encontrar, por ejemplo, en J.C. SCANNONE, El estatuto epistemológico de la doctrina social de la Iglesia y el desarrollo teológico en América Latina, en CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO – DEPAS, Doctrina social de la Iglesia en América Latina, Consejo episcopal latinoamericano – CELAM, Santa Fe de Bogotá 1992, (Colombia), pp. 697 – 719.

[14] Cfr. J. PRIETO AMAYA, Formación de agentes de pastoral en Doctrina social de la Iglesia, en «Corintios XII» 87 (julio – septiembre de 1998) 221.

[15] Cfr. CENTRO ORINAMENTO PASTORALE – UFFICIO NAZIONALE PER I PROBLEMI SOCIALI E DEL LAVORO (CEI); La comunita cristiana e la sfida del mondo del lavoro, Dehoniane, Roma 1997, por ejemplo p. 190.

[16] Cfr. TOSO MARIO, La Doctrina Social hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, México, 1998, pp. 127-132.

[17] JUAN PABLO II, Novo Millennio Ineunte, n° 15.

[18]

 

Categorías: Laicos

Benedicto XVI Audiencia a una delegación de jóvenes de la Acción Católica italiana

A una delegación de niños de la Acción Católica Italiana (ACR)

Benedicto XVI a los niños: “Jesús no os defraudará nunca”

19 diciembre, 2011 Por  http://www.analisisdigital.org

Benedicto XVI recibió ayer, 19 de diciembre, a una delegación de niños de la Acción Católica Italiana (ACR), que quisieron felicitarle la Navidad. El Santo Padre agradeció la visita y dedicó unas palabras a estos jóvenes, centrándolas en el tema sobre el que la asociación ha reflexionado este año: “Levántate, te llama” -en referencia a la invitación evangélica a Bartimeo-. “Esta invitación -dijo el Papa- se ha repetido muchas veces en vuestra vida, y se repite también hoy. La primera llamada la habéis recibido con el don de la vida; estad siempre atentos a este gran don, apreciadlo, agradecedlo al Señor, pedidle que dé una vida alegre a todos los chicos y chicas del mundo: que todos sean respetados, siempre, y que a ninguno le falte lo necesario para vivir”.

“Otra llamada importante la habéis recibido con el bautismo (…); en ese momento os habéis convertido en hermanos de Jesús, que os quiere más que nadie y quiere ayudaros a crecer. Otra llamada tuvo lugar cuando recibisteis la santa Comunión: ese día la amistad con Jesús se hizo profunda, y Él os acompaña siempre en el camino de vuestra vida. (…) Responded con generosidad al Señor que os llama a su amistad: ¡no os defraudará nunca!”.

 ”Queridos amigos -dijo Benedicto XVI para terminar-, quisiera pediros una cosa: llevad a vuestros compañeros esta hermosa invitación, y decidles: mira, yo he respondido a la llamada de Jesús y he encontrado en Él un gran amigo que hallo en la oración, que veo entre mis amigos, que escucho en el Evangelio. Esta es la Navidad que os deseo: cuando hagáis el Belén, pensad que estáis diciendo a Jesús: ven a mi vida y yo te escucharé siempre”.

(ACR), que quisieron felicitarle la Navidad. El Santo Padre agradeció la visita y dedicó unas palabras a estos jóvenes, centrándolas en el tema sobre el que la asociación ha reflexionado este año: “Levántate, te llama” -en referencia a la invitación evangélica a Bartimeo-. “Esta invitación -dijo el Papa- se ha repetido muchas veces en vuestra vida, y se repite también hoy. La primera llamada la habéis recibido con el don de la vida; estad siempre atentos a este gran don, apreciadlo, agradecedlo al Señor, pedidle que dé una vida alegre a todos los chicos y chicas del mundo: que todos sean respetados, siempre, y que a ninguno le falte lo necesario para vivir”.

“Otra llamada importante la habéis recibido con el bautismo (…); en ese momento os habéis convertido en hermanos de Jesús, que os quiere más que nadie y quiere ayudaros a crecer. Otra llamada tuvo lugar cuando recibisteis la santa Comunión: ese día la amistad con Jesús se hizo profunda, y Él os acompaña siempre en el camino de vuestra vida. (…) Responded con generosidad al Señor que os llama a su amistad: ¡no os defraudará nunca!”.

“Queridos amigos -dijo Benedicto XVI para terminar-, quisiera pediros una cosa: llevad a vuestros compañeros esta hermosa invitación, y decidles: mira, yo he respondido a la llamada de Jesús y he encontrado en Él un gran amigo que hallo en la oración, que veo entre mis amigos, que escucho en el Evangelio. Esta es la Navidad que os deseo: cuando hagáis el Belén, pensad que estáis diciendo a Jesús: ven a mi vida y yo te escucharé siempre”.

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A LOS NIÑOS: JESÚS NO OS DEFRAUDARÁ NUNCA

http://www.cetelmon.tv 

CIUDAD DEL VATICANO, 19 DIC 2011.- Benedicto XVI ha recibido esta mañana a una delegación de niños de la Acción Católica Italiana (ACR), que quisieron felicitarle la Navidad. 

 

El Santo Padre agradeció la visita y dedicó unas palabras a estos jóvenes, centrándolas en el tema sobre el que la asociación ha reflexionado este año: «Levántate, te llama» -en referencia a la invitación evangélica a Bartimeo-. «Esta invitación -dijo el Papa- se ha repetido muchas veces en vuestra vida, y se repite también hoy. La primera llamada la habéis recibido con el don de la vida; estad siempre atentos a este gran don, apreciadlo, agradecedlo al Señor, pedidle que dé una vida alegre a todos los chicos y chicas del mundo: que todos sean respetados, siempre, y que a ninguno le falte lo necesario para vivir».

«Otra llamada importante la habéis recibido con el bautismo (…); en ese momento os habéis convertido en hermanos de Jesús, que os quiere más que nadie y quiere ayudaros a crecer. Otra llamada tuvo lugar cuando recibisteis la santa Comunión: ese día la amistad con Jesús se hizo profunda, y Él os acompaña siempre en el camino de vuestra vida. (…) Responded con generosidad al Señor que os llama a su amistad: ¡no os defraudará nunca!».

«Queridos amigos -dijo Benedicto XVI para terminar-, quisiera pediros una cosa: llevad a vuestros compañeros esta hermosa invitación, y decidles: mira, yo he respondido a la llamada de Jesús y he encontrado en Él un gran amigo que hallo en la oración, que veo entre mis amigos, que escucho en el Evangelio. Esta es la Navidad que os deseo: cuando hagáis el Belén, pensad que estáis diciendo a Jesús: ven a mi vida y yo te escucharé siempre».

 

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El Papa pide a jóvenes difundir mensaje de Jesús por Navidad

ROMA, 19 Dic. 11 / 07:15 pm (ACI/EWTN Noticias)

Al recibir esta mañana a una delegación de jóvenes de la Acción Católica Italiana (ACR), quienes quisieron felicitarle la Navidad, el Papa Benedicto XVI animó a los jóvenes a seguir sembrando la semilla del Evangelio .

«Llevad a vuestros compañeros esta hermosa invitación, y decidles: Mira, yo he respondido a la llamada de Jesús y he encontrado en Él un gran amigo que hallo en la oración, que veo entre mis amigos, y que escucho en el Evangelio», invitó el Papa.

Desde la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre animó a los jóvenes a imitar a Jesús «que no dejaba a nadie solo con sus problemas, sino que los acogía siempre, compartía sus dificultades, lo ayudaba y le daba la fuerza y la paz de Dios».

Benedicto XVI recordó que en la llamada de Dios, hay una invitación a la vida, a ser jóvenes cristianos, a practicar el bien y también a dar a Jesús «gracias por todo aquello que me das».

Animó a reservar todos los días un momento para la oración, y recordó a los jóvenes que deben honrar el gran don de la vida, «apreciadlo, agradecedlo al Señor, pedidle que os dé una vida alegre a todos los chicos y chicas del mundo: Que todos sean respetados, siempre, y que a nadie le falte lo necesario para vivir».

Explicó que mediante el Bautismo, Jesús se hizo hermano de nosotros, y con la Comunión no llama a la amistad, y «Él os acompaña siempre en el camino de vuestra vida».

«Responded con generosidad al Señor que os llama a su amistad: ¡No os defraudará nunca!», exclamó.

Explicó que Dios llama a ser un don de amor de diversas maneras, «para formar una familia«, o como sacerdotes, religiosos, o misioneros. «Sed valientes en darle respuesta», y «¡seréis felices para toda la vida!», exhortó.

Finalmente Benedicto XVI deseó una feliz Navidad a los jóvenes y les animó a pensar en Jesús mientras ponen el Pesebre en sus casas y decir «Ven a mi vida y yo te escucharé siempre».

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Benedicto XVI: si estamos “en onda», Jesús nos llama

 

Audiencia a una delegación de jóvenes de la Acción Católica italiana

Permalink: http://www.zenit.org/article-33727?l=spanish

 

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 20 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el texto del discurso que Benedicto XVI ha dirigido este sábado a una representación de jóvenes de la Acción Católica Italiana (ACR), al recibirles en audiencia en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico para la tradicional felicitación de Navidad.

* * *

 

Queridos jóvenes de la ACR,

os saludo con gran afecto. Siempre es bonito para mi encontraros en esta cita pre-Navideña, tan esperada y deseada por todos vosotros. Saludo cordialmente al Presidente Nacioanl de la Acción Católica, Franco Miano, y al Asistente General, monseñor Domenico Sigalini. A través de ellos, agradezco a cuantos trabajan generosamente por vuestra educación religiosa y humana, dedicando tiempo y recursos personales a vuestra benemérita Asociación.

Sé que este año os estáis empeñando particularmente en el tema “Estamos en onda” para poneros en comunicación con Jesús y con los demás, teniendo como referencia la imagen bíblica de Zaqueo, que encontró al Señor y lo acogió con alegría. También vosotros sois pequeños como Zaqueo, que subió a un árbol porque quería ver a Jesús, pero el Señor, alzando la mirada, se dio cuenta en seguida de su presencia, en medio de la multitud. Jesús os ve y os escucha aunque seáis pequeños, aunque a veces los adultos no os consideren como quisiérais. Jesús no sólo os ve, sino que sintoniza vuestra onda, quiere detenerse donde vosotros, quedarse con vosotros, establecer con cada uno de vosotros una fuerte amistad. Esto lo hizo naciendo en Belén y haciéndose cercano a los jóvenes y a los hombres de todos los tiempos, también a cada uno de nosotros.

Queridos amigos, frente a Jesús, imitad siempre el ejemplo de Zaqueo, que bajó en seguida del árbol, lo acogió lleno de alegría en su casa y no dejó de hacerle una fiesta. Acogedlo en vuestra vida de todos los días, entre juegos y tareas, en las oraciones, cuando pide vuestra amistad y vuestra generosidad, cuando sois felices y cuando tenéis miedo. En Navidad, una vez más, el amigo Jesús os sale al encuentro y os llama. Es el Hijo de Dios, es el Señor al que veis cada día en las imágenes presentes en las iglesias, en las calles, en las casas. Él habla siempre del amor ‘más grande’, capaz de entregarse sin límites, de traer paz y perdón.

Sólo la presencia de Jesús en vuestras vidas os da alegría plena, porque él es capaz de hacer siempre nueva cada cosa. Él no os olvida nunca. Si le decís cada día que “estáis en onda”, esperad seguramente que él os llame para enviaros un mensaje de amistad y afecto. Lo hace cuando participáis en la Santa Misa, cuando os dedicáis al estudio, a vuestras tareas cotidianas, y cuando sabéis realizar gestos de participación, de solidaridad, de generosidad y de amor hacia los otros. Así podréis decir a vuestros amigos, a vuestros padres, a vuestros animadores, a vuestros educadores que habéis conseguido poneros en línea con Je´sus en vuestra oración, al realizar vuestros deberes y cuando sois capaces de estar junto a tantos chicos y chicas que sufren, especialmente a los que vienen de países lejanos y a menudo son abandonados, sin padres y sin amigos.

Queridos jóvenes, con estos sentimientos os auguro una feliz y Santa Navidad. Extiendo mis felicitaciones a vuestras familias y a toda la Acción Católica y, confiándoos a la protección de la Madre de Jesús, os bendigo de corazón a todos.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

 
 
 
 
Categorías: Accion Catolica

Concilio Vaticano II doctrina acerca del laicado

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II DOCTRINA ACERCA DEL LAICADO

I. El Apostolado de los Laicos

1. Vocación

(33) Los laicos congregados en el pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados a fuer de miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por bendición del Creador y gracia del Redentor (Lumen Gentium).

2 Participación

(2) La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, haga a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Todo el esfuerzo del Cuerpo Místico, dirigido a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un cuerpo vivo, ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo; así en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno de sus miembros (Eph. 4,16). (Apostolicam Actuositatem).

3. Qué es

(33) El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. Por los sacramentos, especialmente por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquel amor hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos, sin embargo, están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos. Así, pues, todo laico, por los mismo dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a.la vez, de la misión de la misma Iglesia en. la medida, del don de Cristo (Eph. 4, 7),…. (Lumen Gentium)….

4. Grados

(33) Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles’, los laicos pueden también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf, Phil. 4,3; Rom. l6,ss). Por lo demás, son aptos para que la Jerarquía les confíe el ejercicio de determinados, cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual. (Lumen Gentium).

5. Ha existido siempre

(I)  Queriendo intensificar más la actividad apostólica del pueblo de Dios el Santo Concilio se dirige solícitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente necesario en la misión de la Iglesia ya ha mencionado en otros lugares. Porque el apostolado de los seglares,, que surge de su  misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia. Cuan espontánea y cuan fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (cf. Act 11,19-21; 18, 26; Rom, 16,116; Phil 4,3), (Apostolicam Actuositatem).

6. Fundamentos

(3) Los cristianos seglares o tienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza, Ya que, insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor, Se consagran como sacerdocio real, y gente santa (cf, I Petr.. 2,410) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo, La caridad, que es como el alma de todo apostolado, so comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.

El apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia, Has aún. el precepto de la caridad, que es el máximo mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento do su reino, y la vida eterna para todos los hombres: el que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. lo, 17,3)”(Apostolicam Actuositatem)”

7. Espiritualidad

(4) Siendo Cristo, enviado por el Padres fuente y origen de todo aposto lado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar de penda de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “Permaneced en mí y yo en vosotros. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”  (Io  15, 5) Esta vida de unión íntima  con Cristo en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia, de tal forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias da la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han da crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios, Es preciso que les seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debo ser ajeno a la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las palabras del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús” dando gracias a Dios Padre por El” (Col, 3,1?)

Pero una vida así exige un ejercicio continuo de la fe, de la esperanza y de la. caridad.

Este método de vida espiritual de los seglares debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social, No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado, y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.

Además, los seglares que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de es forzarse al mismo tiempo, en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede dar se la verdadera vida cristiana.

El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajo, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo  singularísimo a la obra del Salvador; mas ahora, asunta al cielo, “cuida con su amor materno de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y están envueltos en peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz”. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre. (Apostolicam Actuositatem).

8.* Consagración del mundo

(34) Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (I Petr. 2”5)” que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adora dores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo. (Lumen Gentium).

9. Por su testimonio

(35) Cristo, Profeta grande, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, cumple su misión profética  hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes, por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act. 2,17-18; Apoc. 19,10), para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social. Ellos se muestran como hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y la esperanza, aprovechan el tiempo presente (cf. Eph. 5,16; Col. 4,5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rom. 8,25). Pero que no escondan esta esperanza en la interioridad del alma, sino manifiéstenla en diálogo continuo y en un forcejeo con los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos (Eph. 6,12), incluso a través de las estructuras de la vida secular.

Así como los sacramentos de la nueva ley, con los que se nutre la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Apoc. 21,1), así los laicos se hacen valiosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos (cf. Hebr. 11,1), si asocian, sin desmayo, la profesión de fe con la vida de fe. Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza den tro de las comunes condiciones de la vida en el mundo. (Lumen Gentium).

10.- Formación en la familia

(35) En este quehacer es de gran valor aquel estado de vida que está santificado por un especial sacramento, es decir, la vida matrimonial y familiar. Aquí se encuentra un ejercicio y una hermosa escuela para el apostolado de los laicos, donde la religión cristiana penetra toda la institución de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación para que ellos entre sí y sus hijos sean testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. Y así, con su ejemplo y testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad. (Lumen Gentium),

11.- Apostolado Individual

(16) El apostolado que se desarrolla individualmente, fluyendo con abundancia de la fuente de la vida verdaderamente cristiana (Cf Io 4, 14) es el principio y fundamento de todo apostolado seglar, incluso consociado,  y no puede sustituirse por éste.

Todos los seglares, de cualquier condición que sean, están llamados y obligados a este apostolado, útil siempre y en todas partes, y en algunas circunstancias el único apto y posible, aunque no tengan ocasión o posibilidad para cooperar en asociaciones.

Hay muchas formas de apostolado con que los seglares edifican a la Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo.

La forma peculiar del apostolado individual y, al mismo tiempo, signo muy en consonancia con nuestros tiempos, y que manifiesta a Cristo viviente en sus fieles, es el testimonio de toda la vida seglar que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con el apostolado de la palabra, enteramente necesario en algunas circunstancias, anuncian los seglares a Cristo, explican su doctrina, la difunden cada uno según su condición y saber y la declaran fielmente.

Cooperando además como ciudadanos de este mundo en lo que se refiere a la ordenación y dirección del orden temporal, conviene que los seglares busquen a la luz de la fe motivos más elevados de obrar en la vida familiar, profesional y social y los manifiesten a los otros oportunamente, conscientes de que con ello se hacen cooperadores de Dios Creador, Redentor y Santificador y de que lo glorifican.

Por fin vivifiquen los seglares su vida con la caridad, y manifiéstenla en las obras como mejor puedan.

Piensen todos que con el culto público y la oración, con la penitencia y con la libre aceptación de los trabajos calamidades de la vida, por lo que se asemejan a Cristo paciente (cf 2 Cor. 4. 10; Col. 1.24), pueden llegar a todos los hombres y ayudar a la salvación de todo el inundo. (Apostolicam Actuositatem.

12. Urgencia especial

(17) Este apostolado individual urge con gran apremio en aquellas regiones en que la persecución desencadenada impide gravemente la libertad de la Iglesia. Los seglares, supliendo en cuanto pueden a los sacerdotes en estas circunstancias difíciles, exponiendo su propia libertad y en ocasiones su  vida, enseñan a los que están junto a sí la doctrina cristiana, los instruyen en la vida religiosa y en el pensamiento católico, y los inducen a la frecuente recepción de los Sacramentos y a las prácticas de la piedad, sobre todo eucarística, (Apostolicam Actuositatem).

13.-  Apostolado Organizado (18)

Como los cristianos son llamados a ejercer el apostolado individual  en diversas circunstancias de la vida, no olviden, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y que agrada a Dios el que los creyentes en  Cristo se reúnan en pueblo de Dios (cf. I Petr. 2,510) y en un cuerpo (cf. I Cor. 12,12), Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas, siendo al mismo tiempo expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, que dijo:

“Pues donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en me dio de ellos (Mt, 18,20).

Por tanto, los fieles han de ejercer su apostolado uniendo sus esfuerzos. Sean apóstoles lo mismo en sus comunidades familiares que en las parroquias y en las diócesis, que manifiestan el carácter comunitario del apostolado, y en los grupos espontáneos en que ellos se congreguen.

El apostolado asociado es también muy importante porque muchas veces exige que se lleve a cabo en una acción común o en las comunidades de la Iglesia, o en diversos ambientes. Las asociaciones, erigidas para los actos comunes del apostolado, apoyan a sus miembros y los forman para el apostolado, y organizan y regulan convenientemente su obra apostólica, de forma que son de esperar frutos mucho más abundantes que si cada uno trabaja separadamente.

Pero en las circunstancias presentes es en absoluto necesario que en el ámbito de la cooperación de los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que solamente la estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del apostolado moderno y proteger  eficazmente sus bienes. En lo cual interesa sobremanera que tal apostolado llegue hasta las inteligencias comunes y las condiciones sociales de a que líos a quienes se dirige; da otra suerte, resultarían muchas veces ineficaces ante la presión de la opinión pública y de las instituciones. (Apostolicam Actuositatem).

14. Múltiples formas

(19) Las asociaciones del apostolado son muy variadas: unas se proponen el fin general apostólico de la Iglesia; otras buscan de un modo especial los  fines de la evangelización y de la santificación; otras persiguen la inspiración cristiana del orden social otras, dan testimonio de Cristo, especialmente por las obras de misericordia y de caridad.

Entre estas asociaciones hay que considerar primeramente las que favorecen y alientan una unidad más íntima entre la vida práctica de los miembros y su fe. Las asociaciones no se establecen para sí mismas, sino que deben servir a la misión que la Iglesia tiene que realizar en el mundo, su fuerza apostólica depende de la conformidad con los fines de la Iglesia y  del testimonio cristiano y espíritu evangélico de cada uno de sus miembros y de toda la asociación.

El cometido universal de la misión de la Iglesia, considerando a un tiempo el progreso de los institutos y el avance arrollador de la sociedad actual, exige que las obras apostólicas de los católicos perfeccionen más y más las formas asociadas en el campo internacional. Las Organizaciones latear nacionales Católicas conseguirán mejor su fin si los grupos que en ellas se juntan y sus miembros se unen a ellas más estrechamente.

Guardada la sumisión debida a la autoridad eclesiástica, pueden los se glares fundar y regir asociaciones y, una vez fundadas, darles un nombre. Hay, sin embargo, que evitar la dispersión de fuerzas que surge al promover se, sin causa suficiente, nuevas asociaciones y trabajos, o si se mantienen más de lo conveniente asociaciones y métodos anticuados. No siempre será oportuno el aplicar sin discriminaciones a otras naciones las formas que se establecen en alguna de ellas. (Apostolicam Actuositatem).

15. La Acción Católica

(20) Hace algunos decenos, los seglares, en muchas naciones, entregándose  cada día más al apostolado, se reunían en varias formas de acciones y de asociaciones, que, conservando una muy estrecha unión con la jerarquía, perseguían y persiguen los fines propiamente apostólicos. Entre éstas y otras instituciones semejantes más antiguas hay que recordar, sobre todo, las que aún siendo diversos sus sistemas de obrar, produjeron, sin embargo, ubérrimos frutos para el reino de Cristo y que los Sumos Pontífices y muchos obispos recomendaron y promovieron justamente y llamaron Acción Católica. La definían de ordinario como la cooperación de los seglares en el apostolado jerárquico.

Estas formas de apostolado, ya se llamen Acción Católica, ya de otra forma, que desarrollan en nuestros tiempos un apostolado precioso, se constituyen por la conjunta acepción de todas las notas siguientes;

a)  El fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, en orden a evangelizar y santificar a los hombres, y for mar cristianamente su conciencia de suerte que puedan saturar del espíritu  del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes;

b)  Los seglares, cooperando, según su condición, con la jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejer cerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo .del método de acción;

c)  Los seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico, deforma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado;

d) Los seglares, ofreciéndose espontáneamente e invitados a la accióny directa cooperación con el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquía, que puede sancionar esta cooperación incluso por un mandato explícito.

Las organizaciones en que, a juicio de la jerarquía, se hallan todas estas notas a la vez han de entenderse como Acción Católica, aunque por exigencias de lugares y pueblos tomen varias formas y nombres.

El Sagrado Concilio recomienda con todo encarecimiento estas instituciones, que responden ciertamente a las necesidades del apostolado entre muchas gentes, e invita a los sacerdotes y a los seglares a que trabajen en ellas, que cumplan más y más los requisitos antes recordados y cooperen siempre fraternalmente en la Iglesia con todas las otras formas de apostolado.  (Apostolicam Actuositatem).

16. Seglares especialmente consagrados

(22) Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son los seglares, solteros o casados, que se consagran para siempre o temporalmente con su pericia profesional al servicio de esas instituciones y de sus obras, Sirve de gozo a la Iglesia el que cada día aumenta el número de los seglares que prestan el propio ministerio a las asociaciones y obras de apostolado dentro de la nación, o en el ámbito internacional, o sobre todo en las comunidades de misiones y de Iglesias nuevas.

Reciban a estos seglares los pastores de la Iglesia con gusto y gratitud, procuren satisfacer lo mejor posible las exigencias de la justicia y de la caridad, según su condición, sobre todo en cuanto al congruo sustento suyo y de sus familias” y ellos disfruten de la instrucción necesaria, del consuelo y del aliento espiritual., (Apostolicam Actuositatem).

17. Fines

(6)   A los seglares se les presentan innumerables ocasiones para el ejercí, ció del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio dé la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia  Dios, pues dice el Señor: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt” 5,16), Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida; el verdadero apostolado busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe, ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: “la caridad de Cristo nos constriñe”(2 Cor, 5>14)” y en el corazón de todos, deben resonar aquellas palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare! (I Cor. 9>16).

Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas y se multiplican los errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los seglares, a cada uno según las dotes de su ingenio y según su saber, a que cumplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales* (Apostolicam Actuositatem).

18 Instauración del Orden Temporal

(7)   Este es el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber: los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que  Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gen, 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su reía ción con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas. Plugo, por  fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales como sobrenaturales, en Cristo para que tenga El la primacía sobre todas las cosas (Col. I, 18).

(8) No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la íntegra vocación del hombre sobre la tierra.

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres sevuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporalesy de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifes tar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el or den de las cosas temporales.

Es preciso, con todo, que los seglares tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos en ello por la luz del  Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta; que cooperen unos ciudadanos con ¡otros con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que  busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios, Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adapta do a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las  obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura. (Apostolicam Actuositatem).

19 Acción caritativa

(9)   Mientras que todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la caridad, algunas obras, por su propia naturaleza, son aptaspara convertirse en expresión viva de la misma caridad, que quiso Cristo Señor fuera prueba de su misión mesiánica (cf. Mt. II, 45).

Aprecien, por consiguiente, en mucho los seglares y ayuden en la medi da de sus posibilidades las obras de caridad y las organizaciones de asisten, cia social, sean privadas o públicas, o incluso internacionales, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos necesitados un auxilio eficaz,cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad. (Apostolicam Actuositatem).

20 Acción en la comunidad eclesial

(10) Los seglares tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey. Su obra dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir ple ñámente su efecto. Pues los seglares de verdadero espíritu apostólico, a lamanéra que aquellos hombres y mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (cf. Act. 18,1826; Rom. 16,3), suplen lo que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores corno del resto del pueblo fiel (cf. I Cor. 16, 1718). Porque, nutridos ellos mismos con la participación activa en lavida litúrgica de su comunidad, cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma; conducen hacia la Iglesia a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética; con la ayuda de su periciahacen más eficaz el cuidado de las almas e incluso la administración de Iosbienes de la Iglesia.

La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunita rio, reduciendo a la unidad todas las diversidades.humanas que en ella seencuentran e insertándolas en la Iglesia universal. Acostúmbrense los se glares a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus sacerdotes;a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y del mundo, los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinar los y solucionarlos por medio de una discusión racional; y a ayudar segúnsus fuerzas a toda empresa apostólica y misionera de su familia eclesiásti ca.

Cultiven sin cesar el afecto a la diócesis, de la que la parroquiaes como una célula, siempre prontos a aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su pastor. Más aún, para responder a las necesidades de las ciudades y de los sectores rurales, no limiten su cooperación dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis, procuren más bien extenderla a campos interparroquiales, interdiocesanos, naci£ nales o internacionales, sobre todo porque, al aumentar cada vez más la mi gración de los pueblos, en el incremento de las relaciones mutuas y la facilidad de las comunicaciones, no permiten que esté cerrada en sí ningunaparte de la sociedad. Por tanto, vivan preocupados por las necesidades del pueblo de Dios, disperso en toda la tierra. Hagan sobre todo labor misione ra, prestando auxilios materiales e incluso personales. Puesto que es obli gación honrosa de los cristianos devolver a Dios parte de los bienes que de El reciben. (Apostolicam Actuositatem).

21. La familia

(11)     Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande en Cristo y en la Iglesia (cf. Eph. 5932), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.

Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y de más familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Ellos son pa, ra sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostó lica, les ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y culti van con todo esmero la vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos.

Para lograr más fácilmente los fines de su apostolado puede ser coja veniente que las familias se reúnan por grupos. (Apostolicam Actuositatem).

22. Los jóvenes

(12) Los jóvenes ejercen en la sociedad moderna un influjo de gran inte  res. Las circunstancias de su vida, el modo de pensar e incluso las mismas relaciones con la propia familia han cambiado mucho. Muchas veces pasan de masiado rápidamente a una nueva condición social y económica. Pero al paso que aumenta de día en día su influjo social, e incluso político, se ven c£ mo incapacitados para sobrellevar convenientemente esas nuevas cargas.

Pero no se sientan los jóvenes, en el ejercicio de su apostolado, como separados y abandonados de los mayores. Procuren los adultos entablar diálogo amigable con los jóvenes, que permita a unos y a otros conocerse‘ mutuamente y comunicarse entre sí lo bueno que cada uno tiene, no considerando la distancia de la edad. Los adultos estimulen hacia el apostolado la juventud, sobre todo con el ejemplo y, cuando haya oportunidad, con  consejos prudentes y auxilios eficaces. Los jóvenes, por su parte, llénense de respeto y de confianza para con los adultos, y aunque, naturalmente, sesientan inclinados hacia las.novedades, aprecien, sin embargo, como es de bido las loables tradiciones.(Apostolicam Actuositatem).

23. Los niños

(12)     También los niños tienen su actividad apostólica. En cuanto ellos  pueden, son testigos vivientes de Cristo entre sus compañeros. (Apostolicam Actuositatem), 24, Ambiente social

(13)     El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar  de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los seglares que nunca lo pueden realizar convenientemente otros. En es te campo, los seglares pueden ejercer perfectamente el apostolado de iguala igual. En él cumplen el testimonio de la vida por el testimonio de la pa labra. En el campo del trabajo, o de la profesión, o del estudio, o de la  vivienda, o del descanso, o de la convivencia, son muy aptos los seglares  para ayudar a los hermanos. (Apostolicam Actuositatem).

25. Ámbito nacional e internacional

(14)     El campo del apostolado se abre extensamente en el orden nacional e internacional, en que los seglares, sobre todo, son los dispensadores de la sabiduría cristiana, Aparezcan unidos los católicos a los hombres de buenavoluntad, En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común, y hagan pesar de esa forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al bien co mún. Los católicos preparados en los asuntos públicos, y firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, no rehusen desempeñar cargos públi eos, ya que por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común ypreparar a un tiempo el camino al Evangelio.

Procuren los católicos cooperar con todos los hombres de buena volun tad en promover cuanto hay de verdadero, de justo, de santo, de amable (Cf, Phil. 4,8). Hablen con ellos, superándoles en prudencia y humildad, e inves tiguen acerca de las instituciones sociales y públicas, para perfeccionar las según el espíritu del Evangelio,

Piensen todos los que trabajan en naciones extrañas, o les ayudan, que las relaciones entre los pueblos deben ser una comunicación fraterna, en que an.v.as partes dan y reciben. Y los que viajan por motivos de obras in. ternacionales, o de negocios, o de descanso, no olviden que son en todas  partes también heraldos viajeros de Cristo,,y han de portarse, comotales  con toda verdad, (Apostolicam Actuositatem),

26. La formación es necesaria

(28) El apostolado solamente puede conseguir su plena eficacia con una for mación multiforme y completar La exigen no sólo el continuo progreso espiri tual y doctrinal del mismo seglar, sino también las varias circunstancias de cosas, de personas y de deberes a que tiene que acomodarse su actividad. Esta formación para el apostolado debe apoyarse en las bases que este Santo  Concilio ha asentado y declarado en otros lugares, Además de la formación común a todos los cristianos, no pocas formas del apostolado, por la variedad de personas y de ambientes, requieren una específica formación peculiar. (Apostolicam Actuositatem).

27. Principios de la formación

(29) Participando los seglares, a su modo, de la misión de la Iglesia, su formación apostólica recibe una característica especial por su misma.índole secular y propia del laicado y por el carácter espiritual de su vida.

La formación para el apostolado supone una cierta formación humana,íntegra, acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición.

Ante todo, el seglar ha de aprender a cumplir la misión de Cristo yde la Iglesia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y dela redención, movido por el Espíritu Santo,que vivifica al pueblo de Dios,que impulsa a todos los hombres a amar a Dios Padre, al mundo y a los hom bres por El. Esta formación debs considerarse como fundamento y condición de todo apostolado fructuoso.

Además de la formación espiritual se requiere una sólida instrucción doctrinal, incluso teológica, éticosocial, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de ingenio” No se olvide tampoco la importancia dela cultura general, juntamente con la formación práctica y técnica.

Para cultivar las relaciones humanas es necesario que se acrecienten los valores verdaderamente huraños, sobre todo el arte de la convivencia fraterna, de la cooperación y del diálogo,.

Pero ya que la formación para el apostolado no puede consistir en la mera instrucción teórica, aprendan poco a poco y con prudencia, desde el  principio de su formación; a verlo, a j.uzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la,acción con los otrosy a entrar así en el servicio laborioso de la Iglesia* Esta formación, quehay que ir completando constantemente, pide cada día un conocimiento más profundo y una acción más oportuna a causa de la madurez creciente de la  persona humana y por la evolución de los problemas. En la satisfacción de todas las exigencias de la formación hay que tener siempre presente la unidad y la integridad de la persona humana de forma que quede a salvo y se  acreciente su armonía y su equilibrio*

De esta forma, el seglar se inserta profunda y cuidadosamente en larealidad misma del orden temporal y recibe eficazmente su parte en el desem peño de sus asuirtos, y al prcpio tiempo, como miembro vivo y testigo de la

Iglesia, la hace presente y actuosa en el seno de las cosas temporales,

(Apostolicam Actuositatem).

28.Los formadores

  •             En la familia los padres y toda la familia,
  •             Los Sacerdotes
  •             Escuelas, Colegios, Instituciones educadoras
  •             Equipos y Asociaciones.   (Cfr” Apostolicam Actuositatem N2 30)

29. Cómo hacer la formación

(30) Esta formación hay que ordenarla de manera que se tenga en cuenta to do el apostolado seglar, que ha de desarrollarse no sólo dentro de los mismos grupos de las asociaciones, sino en todas las circunstancias y por todala vida, sobre todo profesional y social, Más aún, cada uno debe prepararsediligentemente para el apo3toladb, obligación que es más urgente en la vidaadulta porque, avanzando la edad, el alma se abre mejor y cada uno puede des cubrir con más exactitud los talentos con que Dios enriqueció su alma y apli car con más eficacia los carismas que el Espíritu Santo le dio para elbien  de sus hermanos, (Apostolicam Actuositatem).  30. Adaptación de la formación

(31) Las diversas formas de apostolado requieren también una formación con veniente,

a)  Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los seglares han de formarse especialmente para entablar diálogo con  los otros, creyentes o no creyentes, para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo.

Pero como en estos tiempos se difunde ampliamente y en todas partes el materialismo de toda especie, incluso entre los católicos, los seglares no sólo deben aprender con más cuidado la doctrina católica, sobre todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de dar testimonio de la vida evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo.

b)  En cuanto al establecimiento cristiano del orden temporal, instru yase a los seglares sobre el verdadero sentido y valor de los bienes mate

riales, tanto en sí mismos como en cuanto se refiere a todos los fines de  la persona humana; ejercítense en el uso conveniente de los bienes y en la organización de las instituciones, atendiendo siempre al bien común, segúnlos principios de la doctrina moral y social de la Iglesia. Aprendan los seglares sobre todo los principios y conclusiones de la doctrina social, de  forma que sean capaces de ayudar por su parte en el progreso de la doctrinay, sobre todo, de aplicarla rectamente en cada caso particular.

c)  Puesto que las obras de caridad y de misericordia ofrecen un testjl monio magnífico de vida cristiana, la formación apostólica debe conducir tañí bien a practicarlas, para que los fieles aprendan desde niños a compadecerse de los hermanos y a ayudarlos generosamente cuando lo necesiten. (Apostolicara Actuositatem), 31. Ayudas a la formación

ü               Sesiones Congresos

ü               Reuniones

ü               Ejercicios Espirituales

ü               Asambleas

ü               Conferencias

ü               Libros

ü               Centros e Institutos de Estudios

ü               de documentación

ü               Teológicos

ü               Antropológicos (Cfr. Apostolicam Actuositatem N°32)

ü               Psicológicos    1

ü               Sociológicos

ü               Metodológicos

32. Relación con la Jerarquía

(24) Es deber de la Jerarquía el apoyar el apostolado de los seglares,

prestar los principios y subsidios espirituales, ordenar el desarrollo del apostolado al bien común de la Iglesia y vigilar que se cumplan la doctrinay el orden.

El apostolado seglar admite varias formas de relaciones con la jerarquía, según las varias maneras y objetos del mismo apostolado.

Hay en la Iglesia muchas empresas apostólicas constituidas por la libre elección de los seglares, y que se rigen por su juicio y prudencia. En algunas circunstancias la misión de la Iglesia puede cumplirse mejor por estas empresas, y por eso no es raro que la jerarquía las alabe y recomiende,Ninguna empresa, sin embargo, puede arrogarse el nombre de católica sin el asentimiento de la legítima autoridad eclesiástica.

La jerarquía reconoce explícitamente, de varias formas, algunos otros sistemas del apostolado seglar.

Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencias del bien común de la Iglesia, de entre las asociaciones y empresas apostólicas que tienden inmediatamente a un fin espiritual, elegir algunas y promoverlas de un modo peculiar, en las que toma su responsabilidad especial. Así la jerarquía, ordenando el apostolado con diverso estilo, según las circunstancias, asocia más estrechamente alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando no obstante la propia naturaleza y peculiaridad de cada una, sin privar, por ende, a los seglares de su necesaria facultad de obrar espontánea mente. Este acto de la jerarquía, en varios documentos eclesiásticos se llama mandato.

Finalmente, la jerarquía encomienda a los seglares algunos deberes que están muy estrechamente unidos con los ministerios de los pastores, como en la explicación de la doctrina cristiana, en ciertos actos litúrgicos, en la atención a las almas. En virtud de esta misión, los seglares, en cuanto al ejercicio de su misión, están plenamente sometidos a la dirección superior de la Iglesia.

En cuanto atañe a las obras e Instituciones del orden temporal, el  oficio de la jerarquía eclesiástica es enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en los asuntos temporales, puesto que ella tiene derecho, bien consideradas todas las cosas y sirviéndose de la ayuda de los peritos, a discernir sobre la conformidad de tales obras e instituciones con los principios morales y sobre cuanto se requiere para salvaguardar y promover los bienes del orden sobrenatural. (Apostolicam Actuosi tatem).

33. Cooperación del clero

(25) Tengan presente los obispos, los párrocos y demás sacerdotes de uno y otro clero que la obligación de ejercer el apostolado es común a todos los  fieles, sean clérigos o seglares, y que éstos tienen también su cometido enla edificación de la Iglesia. Trabajen, pues, fraternalmente con los seglares en la Iglesia y por la Iglesia, y dediquen atención especial a los seglares en sus obras apostólicas.

Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien formados para ayudar a las formas especiales del apostolado de los seglares” Los que se dedican a este ministerio, en virtud de la misión recibida de la jerarquía, la representan en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los seglares con la jerarquía adhiriéndose fielmente al espíritu y a la doctrina de la Iglesia; esfuércense en alimentar la vida espiritual y el sentido apostólico de las asociaciones católicas que se les han encomendado; asistan con su consejo prudente a la labor apostólica de los seglares y estimulen sus em presas. En diálogo continuo con los seglares, averigüen cuidadosamente las formas más oportunas para hacer más fructífera la acción apostólica; promue van el espíritu de unidad dentro de la asociación, y en las relaciones de és tas con las otras,

Por fin, los religiosos, hermanos o hermanas, aprecien las obras apos tólicas de los seglares, entregúense gustosos a ayudarles en sus obras, se gún el espíritu y las normas de sus institutos; procuren sostener, ayudar ycompletar los ministerios sacerdotales. (Apostolicam Actuositatem).

34. Cooperación para la coordinación

(26) En las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir consejos que  ayuden la obra apostólica de la Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el campo caritativo, social, etc., cooperando  convenientemente los clérigos y los religiosos con los seglares. Estos conse jos podrán servir para la mutua coordinación de las varias asociaciones y em presas seglares, salva la índole propia y la autonomía de cada una.  Estos consejos, si es posible, han de establecerse también en el ámbi to parroquial o interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional.

Establezcas© además en la Santa Sede algún Secretariado especial para servicio e impulso del apostolado seglar, como centro que, con medios aptos, proporcione noticias de las varias empresas del apostolado de los segla res, procure las investigaciones sobre los problemas que hoy surgen en estos campos y ayude con sus consejos a la jerarquía y a los seglares en las obras apostólicas. En este Secretariado han de tomar parte también los diversos mo vimientos y empresas del apostolado seglar existentes en todo el mundo, cooperando también los clérigos y los religiosos con los seglares. (Apostolicam Actuositatem).

35. Cooperación con los no católicos

(27) El común patrimonio evangélico y, en consecuencia, el común deber del testimonio cristiano recomiendan, y muchas veces exigen, la cooperación de  los católicos con otros cristianos, que hay que realizar por individuos par ticulares y por comunidades de la Iglesia, ya en las acciones, ya en las aso ciaciones, en el campo nacional e internacional.

Los valores comunes exigen también no rara vez una cooperación seme jante de los cristianos que persiguen fines apostólicos con quienes no lie van el nombre cristiano, pero reconocen estos valores.

Con esta cooperación dinámica y prudente, que es de gran importancia en las actividades temporales, los seglares rinden testimonio a Cristo, Salvador del mundo, y a la unidad de la familia humana. (Apostolicam Actuositatem)

36. En las misiones

(15)     Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de Dios (cf. I Cor. 3” 9), susciten tales comunidades de fieles que, viviendo conforme a la vocación con que han sido llamados (Cf. Eph, 4,1), ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo, porque ella, por el sacrificio eucarístico, pasa con Cristo al Padre; nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios, da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico. (Ad Gentes).

37 o Preparación de los Seminaristas

(20) Enséñeseles también a usar los medios que pueden prestar las ciencias pedagógicas, o psicológicas, o sociológicas, según ios métodos rectos y lasnormas de la autoridad eclesiástica. Instruyaseles también para suscitar y favorecer la acción apostólica de los seglares, y para promover las varias y más eficaces formas de apostolado, y llénense de un espíritu tan católico  que se acostumbren a traspasar los límites de la propia diócesis o nación orito y ayudar las necesidades de toda la Iglesia preparados para predicar el Evangelio en todas partes.

Y siendo necesario que los alumnos aprendan a ejercitar el arte del apostolado no sólo en la teoría, sino también en la práctica, y que puedan trabajar con responsabilidad propia y en unión con otros, han de iniciarse en la práctica pastoral durante todo el curso y también en las vacaciones  por medio de ejercicios oportunos; éstos deben realizarse metódicamente y ba jo la dirección de varones expertos en asuntos pastorales, según lo pida laedad de los alumnos, y en conformidad con las condiciones de los lugares, de acuerdo con el prudente juicio de los obispos, teniendo siempre presente lafuerza poderosa de los auxilios espirituales. (Optatam Totius).

38. Insustituible

(21) La Iglesia no está verdaderamente formada, ni vive plenamente, ni esrepresentación perfecta de Cristo entre las gentes, mientras no exista y tra baje con la jerarquía un laicado propiamente^ dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajodel pueblo sin la presencia activa de los seglares. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay que atender sobre todo a la constitución de un laicado maduro. (Optatam Totius).

39. Obligación principal

(21) La obligación principal de estos hombres y mujeres es el testimonio de Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en el grupo social y en el ámbito de su profesión. Debe manifestarse en ellos el hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdadera (cf. Eph. 4, 24). Han de reflejar esta renovación de la vida, en el ambiente de la socie dad y de la cultura patria, según las tradiciones A.e su nación. Ellos tienen que conocer esta cultura, restaurarla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, por fin, perfeccionarla en Cristo, para que la fe de Cristo y la vida de la Iglesia nosea ya extraña a la sociedad en que vive, sino que empiece a penetrarla y transformarla. Únanse a sus conciudadanos con verdadera caridad, a fin de que en su conversación aparezca el nuevo vínculo de unidad y solidaridad universal que fluye del misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de trabajo, obligación que urge más porque muchos hombres no pueden oír hablar del Evangelio ni conocer a  Cristo más que por sus vecinos seglares. Más aún, donde sea posible, estén preparados los seglares a cumplir la misión especial de anunciar el Zvange lio y de comunicar la doctrina cristiana en una cooperación más inmediata  con la jerarquía, para dar vigor a la Iglesia naciente, (Optatam Totius).

II. LOS LAICOS EN LA IGLESIA.

40.  Quiénes son los laicos

(31) Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que es tan en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.

El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. (Lumen Gentium).

41. Peculiar participación en la misión de la Iglesia

(30)     El Santo Sínodo, una vez declaradas las funciones de la jerarquía,  vuelve gozosamente su espíritu hacia el estado de los fieles cristianos llamados laicos. Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios se dirige por igual a  los laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden ciertas particularidades cuyos fundamentos, por las especiales circunstancias de nuestro tiempo, hay que considerar con mayor amplitud. Los sagrados pastores conocen muy bien la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Pues los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por  Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo,  cooperen unánimemente a la obra común. Es necesario, por tanto, que todos,  “abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquel  que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada  miembro, crece y se perfecciona en la caridad (Eph. 4,1516). (Lumen Gentium).

42. Su acción

(31)     A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios  tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su pro pio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que  la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en especial, corresponde  iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera, que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor. (Lumen Gentium).

43. Su participación en el sacerdocio

(34)     Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su  Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta.

Pero a aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. (Lumen Gentium).

44  Participación en la misión profética

(35)     Por tanto, los laicos, también cuando se ocupan de las cosas temporales, pueden y deben realizar una acción preciosa en orden a la evangelización del mundo. Porque si bien algunos de entre ellos, al faltar los sagra dos ministros o estar impedidos éstos en caso de persecución, les suplen en determinados oficios sagrados en la medida de sus facultades, y aunque muchos de ellos consumen todas sus energías en el trabajo apostólico, conviene, sin embargo, que todos cooperen a la dilatación e incremento del reino de Cristo en el mundo. Por ello, trabajen los laicos celosamente por conocer más pro fundamente la verdad revelada es impetren insistentemente de Dios el don de la sabiduría. (Lumen Gentium).

45?La presencia en las estructuras

(36)     Cristo, hecho obediente hasta la muerte y, en razón de ello, exaltado por el Padre (cf. Phil. 2,89), entró en la gloria de su reino; a El están  sometidas todas las cosas hasta que El se someta a sí mismo y todo lo creado al Padre, para que Dios sea todo en todas las cosas (cf, I Cor. 15” 2728),Tal potestad la comunicó a sus discípulos para que quedasen constituidos en una libertad regia y vencieran en sí mismos el reino del pecado (cf. Rom. 6, 12) e incluso sirviendo a Cristo también en los demás, condujeran en humildad y paciencia a sus hermanos hasta aquel Rey, a quien servir es reinar.  Porque el Señor desea dilatar su reino también por mediación de los fieles  laicos; un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un  reino de justicia, de amor y de paz, en el cual la misma criatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom, 8,21). Grande, realmente, es la promesa y grande el  mandato que se da a los discípulos. “Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor. 3>23).

Deben, pues, los fieles conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la gloria de Dios y, además, deben ayudarse entre sí, también mediante las actividades seculares, para lograr una vida más santa, de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz. Para que este deber pueda cumplirse en el ámbito universal, corresponde a los laicos el puesto principal. Procuren, pues, seriamente, que por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad, elevada desde dentro por la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos, según el plan del Creador y la iluminación de su Verbo, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil; y que a su manera estos seglares conduzcan a los hombres al progreso universal en la libertad cristiana y humana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz a toda la sociedad humana.

A más de lo dicho, los seglares han de procurar, en la medida de sus fuerzas, sanear las estructuras y los ambientes del mundo, si en algún caso incitan al pecado, de modo que todo esto se conforme a las normas de la justicia y favorezca, más bien que impida, la práctica de las virtudes. Obrando así impregnarán de sentido moral la cultura y el trabajo humano. De esta mañera se prepara a la vez y mejor el campo del mundo para la siembra de la di vina palabra, y se abren de par en par a la Iglesia las puertas por las quena de entrar en el mundo el mensaje de la paz.

En razón de la misma economía de la salvación, los fieles han de aprender diligentemente a distinguir entre los derechos y obligaciones que les corresponden por su pertenencia a la Iglesia y aquellos otros que les  competen como miembros de la sociedad humana. Procuren acoplarlos armónica mente entre sí, recordando que, en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede substraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo, concretamente, .es de la mayor importancia que esta distinción y esta armonía brille con suma claridad en el comportamiento de los fieles para que la misión de la Iglesia pueda responder mejor a las circunstancias particulares del mundo de hoy. Porque, así como debe reconocer que la ciudad terrena, vinculada justamente a las preocupaciones temporales, se rige por principios  propios, con la misma razón hay que rechazar la infausta doctrina que intenta edificar a la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca o destruye la libertad religiosa de los ciudadanos. (Lumen Gentium).

46. La Jerarquía y los laicos

(37) Los seglares, como todos los fieles cristianos, tienen el derecho derecibir con abundancia de los sagrados pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramentos; y han de hacerles saber, con aquella libertad y confianza digna de los hijos de Dios y de los hermanos en Cristo, sus necesidades y sus de seos. En la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que. poseen, tienen el derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que dicen relación al bien de la Iglesia. Hágase esto, si las circunstancias lo requieren, mediante instituciones establecidas al efecto por la Iglesia, y siempre con veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su oficio sagrado, personifican a Cristo.

Procuren los seglares, como los demás fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo, que con su obediencia hasta la muerte abrió a todos los hombres el gozoso camino de la libertad de los hijos de Dios, aceptar con prontitud y cristiana obediencia todo lo que los sagrados pastores, como representantes de Cristo, establecen en la Iglesia actuando de maestros y de gobernantes. Y no dejen de encomendar en sus oraciones a sus prelados, para que, ya que viven en continua vigilancia, obligados a dar cuenta de nuestras almas, cumplan esto con gozo y no con angustia (cf. Hebr. 13,1?).

Los sagrados pastores, por su parte, reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Hagan uso gustosamente de sus prudentes consejos, encárguenles, con confianza, tareas en servicio de la Iglesia, y déjenles libertad y espacio para actuar, e incluso denles

ánimo para que ellos, espontáneamente, asuman tareas propias. Consideren atentamente en Cristo, con amor de padres, las iniciativas, las peticiones y los deseos propuestos por los laicos. Y reconozcan cumplidamente los pastores la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad temporal.

De este trato familiar entre laicos y pastores son de esperar muchos bienes para la Iglesia; porque así se robustece en los seglares el sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y se asocian con ma yor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra de los pastores. Pues es tos últimos, ayudados por la experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud lo misino los asuntos espirituales que los témpora les, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros,  pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo.  (Lumen Gentiurn).

47. Su acción en el mundo

(38)        Cada seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, y señal del Dios verdadero. Todos en con junto y cada cual en particular, deben alimentar al mundo con frutos espirituales (cf. Gal. 5,22) e infundirle aquel espíritu del que están animados  aquellos pobres, maneas y pacíficos, a quienes el Señor, en el Evangelio,  proclamó bienaventurados (cf. . 5,39). En una palabra, “lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo”. (Lumen Gentium).

48. Están llamados a la santidad y a la igualdad

(32) El pueblo elegido de Dios es uno: Un Señor, una fe, un bautismo (Eph4,5); común dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección, una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdadaüguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque nohay judío ni griego; no hay siervo o libre; no hay varón ni mujer. Pues to dos vosotros sois “uno” en Cristo Jesús (Gal. 3,28; cf. Col. 3)

Aunque no tod.os en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado la misma fe por la  justicia de Dios (cf. 2 Petr, 1,1). (Lumen Gentium).

49. Sus obligaciones en lo temporal

(43) El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad tempo ral y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta quela propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse total mente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vi da religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo, Y en el Nuevo Testamento, sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y ¡jone en peligro su eterna, salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales, haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerar quía todo coopera a la gloria de Dios.

Competen a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las ta raas y el dinamismo seculares.. Cuando actúan, individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no solamente deben cumplir las leyes propias de cada disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir verdadera competencia en todos los campos. Gustosos colaboren con quienes buscan idénticos fines. Conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías a cometan sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término. A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aún graves, que surjan. No es esta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función, con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del magisterio.

Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles,  guiados por una “”O menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta  manera.

En estos casos de soluciones divergentes, aún al margen de la intención de ambas partes, muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común.

Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana. (Gaudium et spes).


Categorías: Laicos

3er Domingo de Adviento b

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO – B

 

En esta tercera liturgia dominical del tiempo de Adviento, la figura de Juan el Bautista ocupa el centro del relato evangélico de Juan. Este hombre “enviado por Dios”, viene para “dar testimonio de la luz”. La “luz” de la cual se habla es Jesús, el Hijo de Dios, que está por entrar en el mundo y viene a quedarse en nuestro medio: el Verbo eterno que ilumina a todos los hombres, que el Padre ha enviado para“que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios” DV, n. 4).

El Señor Jesús es “más grande” que el Bautista, es aquel al que ni siquiera se sente digno de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Aunque el Bautista “no era la luz”, él advierte en lo íntimo de su corazón que “da testimonio” de la luz,  y así llega a ser el modelo por excelencia del testigo que invita a preparar el camino del Señor. “Yo soy, dice, la voz de aquel que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor” (cfr. Jn 1, 20-23).

“Voz del que grita en el desierto, voz de quien rompe el silencio”, como afirmaba el gran San Agustín: “Preparad el camino, significa: Yo grito para introducirlo a Él en los corazones, pero Él no se digna venir adonde quiero introducirlo, si no le preparáis el camino. ¿Qué significa ‘preparad el camino’, si no pedid como se debe? ¿Qué significa ‘preparad el camino’ si no sed humildes de corazón? Tomad ejemplo del Bautista que, creyendo la gente que era el Cristo, dice que él no es el que piensan que es. Se cuida bien de aprovecharse del error de los otros para afirmarse personalmente. Y eso que, si hubiera dicho que era el Cristo, le habrían creído fácilmente, puesto que así lo pensaban aun antes de que hablara. Pero no lo dice; reconoce simplemente lo que él era. Precisó las debidas diferencias, se mantuvo en la humildad. Vio justamente dónde debía encontrar la salvación. Comprendió que no era más que una lámpara y temió que fuera apagada por el viento de la soberbia” (S. Agustín, PL 1328-1329).

Por tanto, solamente Cristo, la luz de la gracia, traerá a todos el “alegre anuncio”, inaugurará el año de la misericordia del Señor”. El Señor vestirá a todos con “el vestido de la salvación”, haciendo así “brotar la justicia” en todo el mundo (cfr. Is 61, 10-11).

En consecuencia, la actitud que cada cristiano está llamado a asumir para esperar al Señor, debe estar motivada por el espíritu de oración. Como nos recuerda San Pablo, debemos “rezar incesantemente”, para ser santificados hasta la perfección, para que podamos custodiar íntegramente toda nuestra vida, “espíritu, alma y cuerpo (…) para la venida del Señor” (1 Tes 5, 23).

En este tiempo santo, dirijamos con confianza nuestra mirada a la gruta de Belén: “en unión espiritual con la Virgen María, Nuestra Señora del Adviento, pongamos nuestra mano en la suya y entremos con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a su Iglesia, para el bien de toda la humanidad. Como María, y con su ayuda materna, seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que el Dios de la paz nos santifique plenamente, y la Iglesia se convierta en signo e instrumento de esperanza para todos los hombres” (Benedicto XVI, Celebración de las Primeras Vísperas del primer Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 2008).

Categorías: Magisterio

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO – B

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO – B

 

En esta tercera liturgia dominical del tiempo de Adviento, la figura de Juan el Bautista ocupa el centro del relato evangélico de Juan. Este hombre “enviado por Dios”, viene para “dar testimonio de la luz”. La “luz” de la cual se habla es Jesús, el Hijo de Dios, que está por entrar en el mundo y viene a quedarse en nuestro medio: el Verbo eterno que ilumina a todos los hombres, que el Padre ha enviado para “que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios” DV, n. 4).

El Señor Jesús es “más grande” que el Bautista, es aquel al que ni siquiera me siento digno de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Aunque el Bautista “no era la luz”, él advierte en lo íntimo de su corazón que “da testimonio” de la luz,  y así llega a ser el modelo por excelencia del testigo que invita a preparar el camino del Señor. “Yo soy, dice, la voz de aquel que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor” (cfr. Jn 1, 20-23).

“Voz del que grita en el desierto, voz de quien rompe el silencio”, como afirmaba el gran San Agustín: “Preparad el camino, significa: Yo grito para introducirlo a Él en los corazones, pero Él no se digna venir adonde quiero introducirlo, si no le preparáis el camino. ¿Qué significa ‘preparad el camino’, si no pedid como se debe? ¿Qué significa ‘preparad el camino’ si no sed humildes de corazón? Tomad ejemplo del Bautista que, creyendo la gente que era el Cristo, dice que él no es el que piensan que es. Se cuida bien de aprovecharse del error de los otros para afirmarse personalmente. Y eso que, si hubiera dicho que era el Cristo, le habrían creído fácilmente, puesto que así lo pensaban aun antes de que hablara. Pero no lo dice; reconoce simplemente lo que él era. Precisó las debidas diferencias, se mantuvo en la humildad. Vio justamente dónde debía encontrar la salvación. Comprendió que no era más que una lámpara y temió que fuera apagada por el viento de la soberbia” (S. Agustín, PL 1328-1329).

Por tanto, solamente Cristo, la luz de la gracia, traerá a todos el “alegre anuncio”, inaugurará el año de la misericordia del Señor”. El Señor vestirá a todos con “el vestido de la salvación”, haciendo así “brotar la justicia” en todo el mundo (cfr. Is 61, 10-11).

En consecuencia, la actitud que cada cristiano está llamado a asumir para esperar al Señor, debe estar motivada por el espíritu de oración. Como nos recuerda San Pablo, debemos “rezar incesantemente”, para ser santificados hasta la perfección, para que podamos custodiar íntegramente toda nuestra vida, “espíritu, alma y cuerpo (…) para la venida del Señor” (1 Tes 5, 23).

En este tiempo santo, dirijamos con confianza nuestra mirada a la gruta de Belén: “en unión espiritual con la Virgen María, Nuestra Señora del Adviento, pongamos nuestra mano en la suya y entremos con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a su Iglesia, para el bien de toda la humanidad. Como María, y con su ayuda materna, seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que el Dios de la paz nos santifique plenamente, y la Iglesia se convierta en signo e instrumento de esperanza para todos los hombres” (Benedicto XVI, Celebración de las Primeras Vísperas del primer Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 2008).

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Los discapacitados, realidad misteriosa que nos interpela

Los discapacitados, realidad misteriosa que nos interpela

Escrito por  Mons. José Luis Chávez Botello

La discapacidad es una realidad cercana a todos; encontramos discapacitados a cada paso: ciegos, paralíticos, sordomudos, sin brazo o sin pies, personas con síndrome  dawn. La discapacidad de tantas personas es una realidad misteriosa y desconcertante; no pocos la ven como mala suerte o una verdadera desgracia, otros la experimentan como estímulo y bendición para quienes los rodean y para la misma sociedad. Una palabra sobre esta segunda manera de considerarla.

Cada vez son más los discapacitados que, asumiendo su limitación, desarrollan más de lo común otras capacidades, se superan  y realizan trabajos como cualquier persona, estudian en universidades y sobresalen en su profesión; ahí están entre otros los medallistas de los pasados juegos parapanamericanos. A una persona así, por lo menos habrá que reconocerle mayor mérito; su realización nos interpela a afrontar las limitaciones  de la vida, a despertar nuestras capacidades dormidas y a superarnos.

Pero hay algo más importante. Cuántos discapacitados de nacimiento suscitan y alimentan mayor entrega y cariño en quienes los rodean; su presencia estimula a jerarquizar, a usar los bienes materiales y el tiempo más al servicio de la vida, transmiten fortaleza a veces heroica, ayudan a valorar más la vida y humanizan a quienes los rodean. Los discapacitados son capaces de movilizar y humanizar a la misma sociedad; allí están tantas expresiones, historias y frutos del Teletón.

El fruto más importante del Teletón no es la cantidad de dinero recaudado ni la construcción de los CRIT, estos son medios importantes, pero medios. El fruto más importante está en que el Teletón ha ido llevando a la sociedad mexicana a ver a los discapacitados desde el corazón; ellos nos muestran y transmiten fortaleza más allá de la fuerza física, infunden amor, nos estimulan a encontrar el sentido más profundo de lo que tenemos y hacemos, nos hacen pensar para aprovechar mejor lo que tenemos y ellos no tienen. Los CRIT son ya verdaderos talleres de superación y de humanismo donde, como el orfebre a fuerza de fuego y golpes al metal precioso le quita la escoria hasta sacarle su calidad y brillo, así en las terapias y atención a niños discapacitados va apareciendo la calidad, la grandeza y capacidades de estos niños y de sus familiares.

La discapacidad no es impedimento para vivir con calidad y aportar a la sociedad, es solo una limitación; de ahí nuestro deber de prevenirla y de abolir toda discriminación. Ante tantas contrariedades y limitaciones sociales, en Oaxaca necesitamos aprender de estos niños y de sus familiares que luchan por caminar, por superarse y relacionarse bien con los demás; nos urge aprender a no ser conformistas ni mediocres, a luchar por vivir mejor. Oaxaca necesita integrar activamente la riqueza humana y laboral de sus discapacitados, desde sus familias y comunidades; sería un crimen desperdiciar tanta riqueza hoy. ¡Cómo necesitamos abrirnos con humildad al misterio de la vida, a la sabiduría de Dios!

Con mi saludo y bendición para todos.

 

+ José Luis Chávez Botello

Arzobispo de Antequera-Oaxaca

Categorías: Discapacidad

II Domingo de Adviento – Año B

 

II Domingo de Adviento – Año B

 

Citas

Is 40,1-5.9-11:                                          www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtmtbh.htm    

2P 3,8-14:                                                      www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ammsec.htm              

Mc 1,1-8:                                                        http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abs0xa.htm

 

«Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, en la estepa haced una calzada recta para nuestro Dios » (Is. 40,1).

 Esrte es el centro en torno al cual “gira” toda la liturgia del segundo domingo del tiempo de Adviento. El Señor pide a todos una auuténtica apertura del corazón, para acoger su venida. El corazón, que a menudo anda por “caminos desviados” (cfr. Is. 40, 4-5) revive gracias a dos factores fundamentales: el impacto con la realidad y el encuentro con una Presencia. Ambos se encuentran en la raíz de la vigilancia que debe caracterizar al hombre, y que se nos pide especialmente en el tiempo del Adviento.

El modelo supremo de discípulo de Cristo, ejemplo para ser siempre imitado, es sin duda, en sintonía con los Padres de la Iglesia, la Madre de Dios. María, la más sublime y alta criatura, que supo “aplanar” y “abajar” toda su existencia delante del Señor, marchando por el camino que Él le indicaba: el camino de la humildad. Mirando a la Santísima Virgen, cada uno es llamado a revestirse con la humildad: la veradera senda que “revelará la gloria del Señor”, dándole a todos la posibilidad de gritar, exultando en su alma y con la fidelidad de su vida: “¡He aquí que viene el Señor!”.

La Iglesia, de la cual María es imagen, ofrece a sus hijos y a cada hombre este tiempo de gracia, con el fin de que “todos tengan la oportunidad de arrepentirse”, de reconocer las necesidades fundamentales del propio corazón y, de este modo, “abrirlo” a la única posibilidad real de una respuesta plena: Cristo el Señor, que llega.

En verdad, que “todos tengan la oportunidad de arrepentirse” es también una fuerte llamada a la conversión, a cortar –dolorosamente, pero sólo así será fecundo el corte- con el pecado, pero en la perspectiva de una respuesta a un regalo más grande, de un sí a un encuentro que revela un modo nuevo de vivir: más verdadero, más justo, más humano y que nos hace más felices.

El apóstol Pedro nos invita, en este sentido, a buscar vivir una nueva y auténtica conducta, que pueda conducir a la plena santidad, para ser encontrados “sin mancha e irreprensibles delante de Dios” (cfr. 2Pt. 3, 8-14).

La venida de Jesús, como recuerda el evangelio de hoy, pide, también históricamente, un tiempo de preparación, anunciado por Juan el Bautista por medio de “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, en espera del adviento definitivo del Señor, que siempre se renueva en el bautismo “en el Espíritu Santo”.

El modo más auténtico, más sencillo, más inmediato y, en el fondo, más humano para “preparar la venida del Señor”, es comenzar a recorrerlo: ponerse en marcha, aunque sea con pasos tímidos e inseguros, hacia Aquel que con todo su Ser, misericordioso y amante, viene gratuitamente al encuentro del hombre. Y teniendo siempre, como insuperable modelo, el “paso presuroso” de la Santísima Virgen que va al encuentro de su prima Isabel.

Hugo de San Víctor afirma: «¡Oh grandeza del Amor, por medio del cual amamos a Dios, lo elegimos, nos dirigimos hacia Él, lo alcanzamos, lo poseemos! (…) Me doy cuenta de que eres la vía maestra, la cual acoge, dirige y conduce a la meta; eres el camino del hombre hacia Dios y el camino de Dios hacia la humanidad. ¡Oh dichosa vía!” (…) Tú conduces Dios a los hombres; Tú diriges los hombres a Dios” (Hugo de San Víctor, Alabanza del divino amor, p. 280).

 

II Domingo de Adviento – Año B

 

Citas

Is 40,1-5.9-11:                                          www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtmtbh.htm    

2P 3,8-14:                                                      www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ammsec.htm              

Mc 1,1-8:                                                        http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abs0xa.htm

«Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, en la estepa haced una calzada recta para nuestro Dios » (Is. 40,1).

 Esrte es el centro en torno al cual “gira” toda la liturgia del segundo domingo del tiempo de Adviento. El Señor pide a todos una auuténtica apertura del corazón, para acoger su venida. El corazón, que a menudo anda por “caminos desviados” (cfr. Is. 40, 4-5) revive gracias a dos factores fundamentales: el impacto con la realidad y el encuentro con una Presencia. Ambos se encuentran en la raíz de la vigilancia que debe caracterizar al hombre, y que se nos pide especialmente en el tiempo del Adviento.

El modelo supremo de discípulo de Cristo, ejemplo para ser siempre imitado, es sin duda, en sintonía con los Padres de la Iglesia, la Madre de Dios. María, la más sublime y alta criatura, que supo “aplanar” y “abajar” toda su existencia delante del Señor, marchando por el camino que Él le indicaba: el camino de la humildad. Mirando a la Santísima Virgen, cada uno es llamado a revestirse con la humildad: la veradera senda que “revelará la gloria del Señor”, dándole a todos la posibilidad de gritar, exultando en su alma y con la fidelidad de su vida: “¡He aquí que viene el Señor!”.

La Iglesia, de la cual María es imagen, ofrece a sus hijos y a cada hombre este tiempo de gracia, con el fin de que “todos tengan la oportunidad de arrepentirse”, de reconocer las necesidades fundamentales del propio corazón y, de este modo, “abrirlo” a la única posibilidad real de una respuesta plena: Cristo el Señor, que llega.

En verdad, que “todos tengan la oportunidad de arrepentirse” es también una fuerte llamada a la conversión, a cortar –dolorosamente, pero sólo así será fecundo el corte- con el pecado, pero en la perspectiva de una respuesta a un regalo más grande, de un sí a un encuentro que revela un modo nuevo de vivir: más verdadero, más justo, más humano y que nos hace más felices.

El apóstol Pedro nos invita, en este sentido, a buscar vivir una nueva y auténtica conducta, que pueda conducir a la plena santidad, para ser encontrados “sin mancha e irreprensibles delante de Dios” (cfr. 2Pt. 3, 8-14).

La venida de Jesús, como recuerda el evangelio de hoy, pide, también históricamente, un tiempo de preparación, anunciado por Juan el Bautista por medio de “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”, en espera del adviento definitivo del Señor, que siempre se renueva en el bautismo “en el Espíritu Santo”.

El modo más auténtico, más sencillo, más inmediato y, en el fondo, más humano para “preparar la venida del Señor”, es comenzar a recorrerlo: ponerse en marcha, aunque sea con pasos tímidos e inseguros, hacia Aquel que con todo su Ser, misericordioso y amante, viene gratuitamente al encuentro del hombre. Y teniendo siempre, como insuperable modelo, el “paso presuroso” de la Santísima Virgen que va al encuentro de su prima Isabel.

Hugo de San Víctor afirma: «¡Oh grandeza del Amor, por medio del cual amamos a Dios, lo elegimos, nos dirigimos hacia Él, lo alcanzamos, lo poseemos! (…) Me doy cuenta de que eres la vía maestra, la cual acoge, dirige y conduce a la meta; eres el camino del hombre hacia Dios y el camino de Dios hacia la humanidad. ¡Oh dichosa vía!” (…) Tú conduces Dios a los hombres; Tú diriges los hombres a Dios” (Hugo de San Víctor, Alabanza del divino amor, p. 280).

Categorías: Magisterio

Cuando Navidad se convierte en un eterno regalo

Cuando Navidad se convierte en un eterno regalo

P. DENNIS DOREN L.C.

4 Diciembre 2011, http://www.am.com.mx

 

El pueblo de Israel, en espera del Mesías, tuvo que soportar muchos sufrimientos, persecución, enfermedades, la esclavitud por parte de los romanos. Todo esto lo soportaron confiando en la promesa; sí, la promesa de la venida de El Salvador.

Y el niño nació, no como todos lo hubiéramos imaginado, más bien, rompiendo cualquier lógica humana. Y el niño nació, sí pero en una cueva. Y el niño nació, sí, pero en el silencio de la noche. La esperanza de Israel estaba ahí en una cueva. La pobreza de la cueva y el silencio de la noche lo acompañarán durante toda su vida. En medio del silencio y la pobreza creció.

Trajo la alegría para muchos. Trajo la salvación para muchos: ciegos recuperaban la vista, paralíticos caminaban. Todo cambió en muchos corazones. Casas enteras se convirtieron. Y es que cuando Jesús viene, nos trae muchos regalos; sí, espera recibirlos para que llenen tu vida de alegría y satisfacción. Jesús es tan generoso que nos da todo, hasta su propia vida. ¿Qué esperas de Jesús esta Navidad?… Mira lo que te trae….

  • v  Te regalo mi Estrella, para que su luz ilumine tu camino por la vida y en ningún momento te sientas desorientado o perdido y que su luz brille en ti y a su vez seas portador de su brillo en la vida.
  • v  Te regalo mi Pesebre, que en la humildad de la paja que lo cubre y calienta, te sientas siempre junto a mí, seguro y protegido.
  • v  Te regalo mi Pesebre donde nací, que aún siendo un lugar tan humilde, albergó mi nacimiento, y al recibirlo tú, me permitas que nazca de nuevo en tu corazón.
  • v  Te regalo el Espíritu de los tres Reyes Magos, para que con su presencia en tu vida puedas, como ellos, seguir la luz que te lleve a mi presencia.
  • v  Te regalo a mi Madre, que con su amor te apoya y alienta cada día, y que con su fe, te fortifica en todo momento.
  • v  Te regalo a mi Padre, el Sr. San José para que su presencia en tu vida, sea la constante que te aumente en la fe y devoción a Dios.
  • v  Te regalo los Pastores, que me acompañaron en la noche de la Navidad para que te acompañen y que nunca te sientas solo.
  • v  Te regalo mis Ángeles, para que te anuncien, como a los pastores, que cada día estoy naciendo para ti y tu familia y para que te enseñen a alabarme y regocijarte en el día de mi nacimiento.
  • v  Te regalo los pañales que cubrieron mi cuerpo en medio de esa noche fría, para que te cubran a ti igualmente y nada pueda enfriar tu fe en mí.
  • v  Te regalo mi Presencia en tu vida, para que al igual que aquella Nochebuena llenó la vida de los pastores y reyes de alegría y esperanza, llene tu vida.
  • v  Te regalo mi Persona, para que puedas tomarme entre tus brazos y que la soledad y la tristeza nunca encuentren lugar en tu hogar.
  • v  Te regalo el Tiempo en que nací, para que tocando tu alma encuentres cada día tiempo para encontrarte conmigo.
  • v  Te regalo mi Sonrisa, para que llene cada momento de tu vida con alegría y paz.
  • v  Te regalo el Frío de la noche en que nací, al experimentarlo, podrás valorar todas las cosas cálidas y buenas que tienes en tu vida.
  • v  Te regalo mis Manos, para que trabajes con ellas y ese trabajo sea por ello bendito y de fruto abundante y positivo.
  • v  Te regalo mi Corazón, para que latiendo en tu pecho con mi amor, no te canses nunca de amar y perdonar.
  • v  Te regalo mi Mirada, para que viendo a los demás con mis ojos sepas el por qué amarlos como lo hago yo.
  • v  Te regalo mis Pies, para que camines con ellos y que tus pasos sean fuertes en el amor y justicia.
  • v  Te regalo mis Ojos, para que aprendas a ver lo bueno que existe en cada momento y en cada persona.

La generosidad de Jesús es mucha, nos toca a nosotros aceptar estos dones y regalos, acéptalos, Jesús te los da con mucho cariño, confiando que los aprovecharás. Y por qué no, también tú le puedes regalar algo. ¿Ya lo pensaste?…

Informes libros Sembrando Esperanza: 298 6679, 044 (477) 142 8526,

Te invito a visitar la página:

http://www.regnumchristi.org

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