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Archive for junio 2011

El compromiso Cristiano

«EL COMPROMISO CRISTIANO»

Fuente desconocida

 

PROGRAMACIÓN.

 

Los objetivos de este bloque temático son:

· Descubrir la importancia del compromiso cristiano como elemento esencial de maduración en la fe

· Discernir sobre los dones (talentos) que Dios te ha dado

· Encontrar una comunidad eclesial desde donde pueda realizar mi compromiso

Para conseguir estos objetivos actuamos en los tres ámbitos educativos: intelectivo,

de actitudes y de habilidades.

* Contenidos cognitivos:

– Descubrir la doble vertiente eclesial y social de nuestro compromiso

– Valorar la doctrina social de la Iglesia

– Reflexionar sobre el “voluntariado”

* Actitudes:

– Generosidad manifestada en la disponibilidad y dedicación de tiempo

– Sensibilidad hacia los últimos

– Renuncia a una vida cómoda y centrada en los propios intereses

* Habilidades:

– Van a depender de la tarea que cada cual realice.

– En general creemos que las más necesarias son:

. habilidades sociales

. capacidad de organización

. capacidad de trabajo en equipo

 

Cristianos a la sacristía

«El cristianismo es una religión íntegramente espiritual, ocupada únicamente de las cosas concernientes al cielo: la patria del cristiano no es de este mundo. El cristiano cumple aquí con su deber, es cierto, pero lo cumple con una total indiferencia respecto al éxito o fracaso de los ciudadanos. Puesto que en esta línea no tiene nada que reprocharse, poco le importa que salga bien o mal lo de aquí abajo. Si el Estado florece o triunfa, apenas el cristiano goza entonces; teme enorgullecerse con la gloria de su nación; y si el Estado fracasa, Èl entonces bendice la mano de Dios, que así castiga a su pueblo» ( ROUSSEAU, Contrato social)

 

 

El reino de Dios comienza en la tierra. El cristiano es ciudadano del cielo y de la tierra. Y  no llegaremos a ser íntegramente ciudadanos del cielo, mientras no lo hayamos sido de la tierra. Hemos de superar toda espiritualidad de evasión que no se interesa por los problemas que nos rodean. No podemos evadirnos del mundo y de las responsabilidades anejas a este ser ciudadanos en la tierra.

 

CUÁLES SON HOY LAS RESPONSABILIDADES MÁS URGENTES DE LOS CRISTIANOS

Responder a este interrogante supone tener una conciencia clara de las necesidades de los hombres, del mundo, de la Iglesia. A nuestro lado, en la vida cristiana constatamos una serie de actitudes muy diversas: mientras existen cristianos que intentan vivir un compromiso serio, hay también quienes viven en una total indiferencia frente a los problemas que plantea la sociedad. Quizá la gran  responsabilidad que tenemos todos, es: permanecer cristianos, sentirnos cristianos, avivar nuestra fe y tratar de que incide en la vida diaria. La Nota del Espiscopado Español sobre La Iglesia en el momento actual dice: “Son patentes las responsabilidades de la comunidad cristiana en estas circunstancias; por ello importa clarificar el modo de ejercerlas, en fidelidad a la misión propia de la Iglesia y en bien del pueblo al que sirve”.

 

Notamos en estas palabras una doble dirección. Nuestros obispos hablan de fidelidad a la Iglesia y de  fidelidad a los hombres. Hablemos pues de la doble responsabilidad de los cristianos en nuestros días: edificar la Iglesia y construir la ciudad terrena.

1.- RESPONSABILIDADDE EDIFICAR LA IGLESIA

Debemos ser y sentirnos hijos de de la Iglesia, amarla como es, con sus defectos y arrugas, con sus limitaciones; amar a la Iglesia histórica, la que nosotros somos y formamos con los pastores que hoy el Espíritu ha puesto para presidir y guiar nuestra comunidad. No se trata de amar a la Iglesia ideal, la Iglesia de Cristo y del Evangelio, sino de amar a esta Iglesia, la nuestra, la que hoy vive y peregrina en  nuestro mundo.

Esto no significa de ningún modo que no pueda existir en los creyentes una actitud crítica serena y filial; la crítica de quien, viendo los defectos e infidelidades en la Iglesia, no olvida  que él mismo es infiel al Evangelio, y por tanto pone su crítica con un espíritu de humildad que comprende y comparte la misma fragilidad humana. Ser fieles a la Iglesia significa, especialmente, ser fieles a su misión, que es misión evangelizadora; significa, por tanto, el compromiso por edificarla, por llevar a los hombres su mensaje de salvación. Ser fieles a la Iglesia significa, pues, ser apóstoles. Todos los cristianos están llamados a ser apóstoles. Su origen se encuentra en la misma vocación cristiana que lleva consigo una respuesta al seguimiento de Cristo. Y es el bautismo quien impulsa al creyente a una labor apostólica. Como dice el Concilio Vaticano II: “los seglares tienen su papel activo en la vida y en la acción de  la Iglesia… Su obra dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ello el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto” (AA, 10).

 

Este mismo documento del Vaticano II habla de la necesidad de un apostolado individual que surge espontáneamente de la vida. Los seglares tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia… Su obra dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ello el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto (AA, 10). Auténticamente cristiana, y que se manifiesta en el testimonio de fe, de esperanza y de caridad. Pero exhorta también encarecidamente a que los fieles ejerzan el apostolado uniendo sus esfuerzos. “En las circunstancias presentes, es en absoluto necesario que en el ámbito de la cooperación de los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que solamente la estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes” (AA., 18).

En estos momentos, junto con la desaparición de algunas organizaciones apostólicas, asistimos a un florecimiento de asociaciones surgidas para el apostolado. Una se proponen el fin general apostólico de la Iglesia; otras intentan fines específicos de evangelización, santificación, animación cristiana de orden social, obras de caridad, etc.

Algunas han nacido del carisma de un santo fundador y poseen ya los cauces y estructuras convenientes para desempeñar su apostolado. La finalidad del apostolado, tanto individual como asociado, es ciertamente servir a la misión de la Iglesia. El apóstol busca el crecimiento y edificación de la Iglesia; intenta “hacer Iglesia”. Las diversas asociaciones no pueden tener intereses privados, particulares; no pueden hacer “capillismos”. Esto no es espíritu eclesial; esto no sería servicio a la Iglesia, y por tanto, no sería tampoco verdadero apostolado. Una constante de los grandes santos  y fundadores de movimientos apostólicos es precisamente su amor a la Iglesia y su afán por servirla. Fueron siempre “hombres de Iglesia”.

 

Don Bosco estuvo siempre al servicio de la Iglesia y puso todos los grupos de su Familia a su servicio total. “Todo esfuerzo es poco cuando se trata de la Iglesia y del Papado”,   decía (MB, V, 577).

De la Asociación de Cooperadores Salesianos declaró expresamente: “Su verdadera y directa finalidad no es la de ayudar a los salesianos, sino la de dar una ayuda a la Iglesia, a los obispos, a los párrocos, bajo la dirección de los salesianos, en las obras de beneficencia, como son los catecismos, la educación de los jóvenes pobres, etc. Ayudar a los salesianos no es sino ayudar a una de tantas obras que se encuentran en la Iglesia católica” (MB, XVII, 25).

 

2.- RESPONSABILIDAD DE CONSTRUIR LA SOCIEDAD TERRENA

El cristiano no puede vivir ausente de los acontecimientos de la sociedad a la que pertenece. Todos debemos buscar la verdad en la vida individual y colectiva, la justicia en las relaciones sociales, la promoción de los derechos humanos, etc. Todos los cristianos debemos colaborar para construir una sociedad más justa, más humana, más responsable y solidaria con las necesidades de todos los hombres. La vida presente es para el cristiano el tiempo de su crecimiento y madurez, no sólo en el aspecto individual sino también en el social, ya que la sociedad bien organizada es una condición indispensable para la promoción humana. El cristiano sabe que el fin de su vida será juzgado por lo que haya hecho hacia todos los que han tenido necesidad de sus obras y su generosidad. Sabe también que la actividad humana individual y colectiva, el conjunto de sus esfuerzos para lograr mejores condiciones de vida, responde a la voluntad de Dios, pues de Dios recibió el mandato de transformar el mundo, No puede existir un divorcio entre fe y vida. Si la fe incide en la vida, evidentemente impulsará al cumplimiento de las tareas propias de cada creyente. Descuidarlas sería dejar empolvada y adormecida la fe. No podemos establecer una separación y dicotomía entre nuestros deberes profesionales y sociales por  una parte, y nuestra vida religiosa por otra. tareas temporales, sin darse cuenta que la propia  es un motivo aun más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno” (GS., 43). No puede existir un divorcio entre fe y vida. Si la fe incide en la vida, evidentemente impulsará al cumplimiento de las tareas propias de cada creyente. Descuidarlas sería dejar empolvada y adormecida la fe. Y por esto podemos entender las palabras del Concilio que a muchos pudieran parecer duras:

“El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación” (GS., 43)

No podemos establecer una separación y dicotomía entre nuestros deberes profesionales y sociales por una parte, y nuestra vida religiosa por otra. El cristiano tiene que poner su vida al servicio de la ciudad temporal, del mundo al que debe cristianizar con el testimonio de su acción. Y en este servicio cada uno tenemos nuestras obligaciones. Todos debemos tener como anhelo mayor “el servicio con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy” (GS., 93), cooperando con los que aman y practican la justicia a  cumplir su ingente tarea en la tierra. El Concilio invita a todos los cristianos a tomar parte activa en el movimiento económico social, a luchar por una mayor justicia y caridad, a contribuir con el propio trabajo y la propia persona al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo. Los cristianos todos debemos adquirir conciencia de la vocación que nos corresponde en la comunidad política; en virtud de esta vocación estamos obligados “a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común” (GS., 75).

Como señalaba uno de los obispos en el aula conciliar, “el reino de Dios comienza en la  tierra”. El cristiano es ciudadano del cielo y de la tierra. Y no llegaremos a ser íntegramente ciudadanos del cielo, mientras no lo hayamos sido de la tierra. Hemos de superar toda espiritualidad de evasión que no se interesa por los problemas que nos rodean. No podemos evadirnos del mundo y de las responsabilidades anejas a este ser ciudadanos en la tierra. El Concilio invita a todos los cristianos a tomar parte activa en el movimiento económico social, a luchar por una mayor justicia y caridad, a contribuir con el propio trabajo y la propia persona al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo Para la reflexión

personal y de grupo

 

* En tus actuales circunstancias: ¿cuál es el compromiso al que puedes responder con

responsabilidad?

* En tu futuro, ¿qué campo de apostolado crees más apropiado a la vocación a la

que Dios te llama?

* ¿Qué dificultades presenta nuestro mundo actual para el desarrollo de nuestra tarea pastoral?

* ¿Te preocupa seriamente la gente joven? ¿Qué hacer por ellos?

 

 

Categorías: Laicos

Laicos-Seglares

LAICOS-SEGLARES

NDC

José M.» Ochoa Martínez de Soria

http://www.mercaba.org

SUMARIO: I. La condición del laico en la Iglesia: 1. Consideraciones generales; 2. El laico a la luz de los documentos conciliares. II. Misión del laico en la Iglesia y en el mundo: 1. Principios generales; 2. Protagonismo del seglar en la comunidad eclesial; 3. Los laicos y la presencia de la Iglesia en el mundo. III. La espiritualidad laical: 1. El punto de partida; 2. Principales rasgos. IV. Aportación específica del laico a la acción catequética.

1. La condición del laico en la Iglesia

1. CONSIDERACIONES GENERALES. El estatuto del laico en la Iglesia actual descansa sobre la doctrina del Vaticano II. La doctrina conciliar en torno a los laicos retorna la gran tradición de la Iglesia, hecho decisivo a la hora de inspirar la renovación de la visión teológica de los laicos.

Aun admitiendo que la doctrina conciliar sobre los laicos adolece de cierta ambigüedad1, la gran aportación conciliar consiste en reconocer que los laicos son el elemento central de la acción de la Iglesia en el mundo y sujetos activos y responsables de la comunidad eclesial. Esta condición laical arranca de los sacramentos, que son los que hacen a los seglares ontológicamente iguales a todos los cristianos, sin diluir la diversidad de carismas y de ministerios que se dan en la Iglesia.

Antes del Vaticano II, el laico era considerado corno una persona pasiva, sometida siempre a la jerarquía. El Concilio define ahora al laicado de forma positiva. En su reflexión sobre la Iglesia (LG), el Vaticano II ha puesto las bases para una visión eclesiológica renovada, al optar por poner delante del capítulo sobre la jerarquía un capítulo sobre el pueblo de Dios.

La Iglesia es un misterio, y la categoría fundamental que lo define no es la de jerarquía, sino la de pueblo de Dios. De este modo, se han puesto las bases de una eclesiología de comunión en la que todos los miembros de la Iglesia son participantes y responsables: «La realidad de la Iglesia-comunión es entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del misterio, o sea, del designio divino de salvación de la humanidad»2.

Dentro de la Iglesia-comunión emerge con fuerza la vocación de los laicos, «llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo» (LG 31). De ella se hace eco Christifideles laici (ChL). En una doble dimensión: 1) ante todo, vocación de los laicos a la santidad, que «está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos» (ChL 9); 2) y desde esta premisa fundamental, vocación de los laicos a realizar la misión salvífica de la Iglesia: «ellos son llamados a trabajar en la viña del Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo» (ChL 3; cf LG 33; AA 33).

2. EL LAICO A LA LUZ DE LOS DOCUMENTOS CONCILIARES. 1) El laico es un miembro pleno del pueblo de Dios. La Iglesia es una comunidad homogénea a la que todos sus miembros pertenecen por el bautismo (LG 2). Por el bautismo, el bautizado participa del profetismo, del sacerdocio y de la realeza de Cristo (LG 31). Esta condición común cristiana precede teológica y cronológicamente a la diversidad de carismas y de ministerios. 2) Esta dignidad igual de todos los miembros de la Iglesia surge de la participación en el bautismo (LG 32; CD 1 I ). Una dignidad igual, a la que corresponde una responsabilidad comunitaria, compartida por todos en la Iglesia y en la misión pastoral de esta en el mundo. 3) El laico tiene su participación propia a la totalidad de lo que es el pueblo de Dios (LG 30, 31, 33; AA 2, 10, 33; AG 21; CD 11; PO 9). Porque en la Iglesia hay ministerios diversos (LG 32), el laico participa de la vida de la Iglesia de forma corresponsable y complementaria con la jerarquía y con los religiosos (LG 30, 37; AA 25; PO 9; GS 92), para la edificación de la Iglesia en el mundo y la inspiración cristiana del orden temporal (LG 43; AA 5). 4) La LG indica como específico y caracte-rístico de la identidad laical la secularidad: esta manera de ser fiel que es el laicado, realiza su participación plena en la vida del pueblo de Dios y en su ministerio, permaneciendo en su situación secular (LG 31, 43; AA 2, 7; AG 21; GS 43). Al seglar le pertenece, por derecho propio, la «ciudadanía del mundo» (LG 31), de manera específica pero no exclusiva (LG 34; AA 6; GS 43)3. Todo el pueblo de Dios es responsable de la totalidad de su vida y de su apostolado. Los laicos son protagonistas de pleno derecho en la evangelización (AA 18; AG 11); la participación en el apostolado y en la vida interna de la Iglesia es un derecho de todo cristiano y no una concesión jerárquica (AA 3). 5) El fundamento teológico de la identidad laical es el bautismo. El concilio recupera el sentido teológico del concepto laico: miembro del pueblo de Dios por el bautismo. Teológicamente hablando, no existe diferencia alguna entre laico y cristiano, entre seglar y miembro de la Iglesia. Esta identidad entre vocación cristiana y condición laical fundamenta y clarifica el protagonismo de los laicos y realza el valor de su vocación y de sus tareas en la Iglesia. Los derechos y responsabilidades del seglar emanan no del mandato jerárquico, sino de su bautismo y de su estado secular (LG 31; AA 1).

II. Misión del laico en la Iglesia y en el mundo

1. PRINCIPIOS GENERALES. La actividad del seglar es participar en la totalidad de la misión salvífica que la Iglesia ha recibido de Cristo (LG 31, 33, 35; AA 2, 10; AG 21; PO 9; CD 11): 1) La finalidad del apostolado de los seglares consiste en anunciar el evangelio, santificar el mundo y animar el orden de las cosas temporales, como testigos de Cristo y con el espíritu evangélico, a través del cual transforman el mundo en que viven (LG 43; AA 2, 5-6; AG 21). 2) El fundamento de la acción apostólica de los seglares radica en su bautismo, por el que se han convertido en miembros de la Iglesia, incorporados y configurados a Cristo. A su manera, el seglar tiene que ser testigo e instrumento de toda la «misión salvífica de la Iglesia» (LG 33) por exigencia bautismal, y no sólo por fervor o por haber dado el nombre a una organización apostólica (AA 3). 3) Las afirmaciones fundamentales del Vaticano II en torno a los laicos se han visto recogidas en ChL 9-10, 21, 23-25.

2. PROTAGONISMO DEL SEGLAR EN LA COMUNIDAD ECLESIAL. a) En el ámbito profético. El laico tiene el derecho y el deber de tomar la palabra en la Iglesia. El don profético que ha recibido le habilita no sólo para escuchar, sino para hablar y hacerse escuchar. En concreto, el Vaticano II reconoce en el seglar el derecho «y en algunos casos la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que tienen relación con el bien de la Iglesia» (LG 37). Se acepta su protagonismo, libertad y competencia en el orden temporal, lo cual puede ayudar a los pastores a «juzgar con más precisión y objetividad tanto los asuntos espirituales como temporales» (LG 37).

b) En relación con la predicación. 1) El Concilio reconoce al seglar el derecho y el deber de la predicación en sentido amplio: como anuncio del evangelio a través del testimonio y de la palabra en su vida cotidiana, familiar y social (LG 11, 35; AA 6, 10, 24; AG 21) y como iluminación y enjuiciamiento de las realidades temporales a través del evangelio (LG 2, 4; AA 19, 31; AG 22). En relación con la predicación en sentido estricto (predicación en las asambleas de fieles), el Vaticano II guarda un silencio total. No obstante, cuando la LG dice que «algunos de los seglares, al faltar los sagrados ministros o estar impedidos estos en caso de persecución, les suplen en determinados oficios sagrados» (35), se puede sacar la conclusión razonable de que los laicos pueden asumir la función de predicar en sentido estricto4. 2) Además, y en referencia al contenido de la fe y a su predicación, no debe olvidarse nunca que la expresión actualizada de la fe solamente puede elaborarse con la contribución activa de los fieles seglares (cf LG 12). 3) El Concilio recomienda expresamente a los seglares dar catequesis (LG 11; AA 11, 30; GS 52; GE 3).

c) En el campo sacramental. 1) En el ámbito litúrgico, SC subraya el carácter comunitario y eclesial de los sacramentos y del culto cristiano mediante la «activa participación de los fieles» (SC 14, 30, 41, 48, 50). 2) Además, cualquier seglar, en caso de necesidad, puede bautizar en la ausencia del diácono o del sacerdote (SC 68). 3) Y también, aunque el Vaticano II no diga nada al respecto, un laico puede ser delegado para asistir a la celebración de un matrimonio, como se recoge en el CIC (1112).

c) Responsabilidades de gobierno. 1) En el campo del gobierno de la Iglesia, el Vaticano II reconoce la aptitud de los laicos para el ejercicio de cargos eclesiásticos, e incluso la suplencia de los ministerios en algunos oficios (en circunstancias excepcionales) (LG 33, 35). 2) Además, el Concilio manifiesta el deseo de que, en todas las diócesis, los obispos establezcan los «Consejos diocesanos de pastoral» (CD 27; cf AA 26; AG 30). ChL insiste en este mismo deseo (25). 3) El Concilio prevé la participación de los seglares en la Curia romana (CD 10), en la Curia diocesana (CD 27) y en la administración de los bienes de la Iglesia (PO 17, 21); e incluso en cargas más directamente relacionadas con los deberes de los pastores (AA 5).

3. Los LAICOS Y LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN EL MUNDO. El laico participa también —y más específicamente— en la instauración cristiana del orden temporal. Por su presencia y por su situación en el mundo, el laico es responsable directo de la presencia eficaz de la Iglesia en la organización de la sociedad conforme al evangelio (LG 31). Esta secularidad reviste una significación teológica clara.

Si la Iglesia está ordenada a la salvación del mundo (LG 36), la vocación del laico cobra una significación teológica profunda por el lugar clave que ocupa en la misión de la Iglesia. El laico actúa siempre eclesialmente, como miembro y representante de la Iglesia; no es posible que actúe como cristiano (en nombre de Cristo) sin que su actividad afecte a su vinculación eclesial5. Esta situación exige corresponsabilidad entre la jerarquía y los laicos, especialmente en todo lo que guarda relación con la misión en el mundo (LG 33, 37). Corresponsabilidad que ha de respetar la autonomía de los seglares y hacer posible el diálogo.

La presencia del laico en el mundo se realiza por el testimonio del evangelio, común a todos los bautizados, mediante el cumplimiento de sus deberes de estado (LG 11, 35; AA 6; AG 21) y mediante un mayor grado de compromiso apostólico: inserción del laico en la sociedad humana para promover una conformación cristiana de las estructuras políticas y sociales (LG 3, 6; AA 7).

a) El mundo como ámbito del apostolado de los laicos. 1) El campo de presencia: antes del Vaticano II, el apostolado de los laicos se entendía como apostolado auxiliar del apostolado de la jerarquía. Esta concepción tenía, entre otras, la consecuencia de reducir el campo del apostolado laical. El laico sólo se hacía presente en aquellos sectores del mundo que eran problemáticos para la Iglesia o para la jerarquía. El Concilio, sin embargo, propone que la acción del apostolado laical debe estar, sin más, en el mundo concreto en que los laicos se desenvuelven: en la vida matrimonial, en la familia, en su propia profesión, en la comunidad ciudadana en la que viven, en la nación en y de la que ellos son ciudadanos responsables. 2) El modo de presencia: anteriormente, el laico debía limitarse a ser una especie de brazo de la jerarquía movido a voluntad de los eclesiásticos. Pero el Vaticano II proclama que el laico participa «en la misión salvífica de la Iglesia» por derecho propio, un derecho que dimana de su bautismo-confirmación y no de un mandato de la jerarquía (AA 3). El Concilio sugiere, incluso, que los laicos son los más indicados para captar las exigencias de lo temporal y de lo espiritual y para darles su verdadero valor en el orden de la conciencia (LG 36).

b) Dimensiones concretas del apostolado de los laicos en la sociedad. El testimonio es la plataforma de la acción de los católicos en la vida pública. El testimonio cristiano tiene que ser un acontecimiento profético, es decir, una manifestación de la presencia de Dios entre los hombres. Los cristianos no sólo tienen que anunciar el Reino; también tienen que esforzarse en crearlo a través de actuaciones que tengan un contenido interpelativo. El testimonio cristiano ha de manifestar la actualidad de Jesucristo y de su poder liberador en cada contexto particular de la historia de los hombres. Para ello la comunidad debe «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina» (GS 44). Estas múltiples voces son «los acontecimientos, las exigencias y los deseos, de los cuales (la comunidad cristiana) participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11). El anuncio del evangelio se hará creíble en la medida en que la presencia de los cristianos en el mundo ponga de manifiesto que lo que los hombres están viviendo como más significativo y esperanzador, tiene algo que ver con lo que ellos, como cristianos, creen, y con aquello a lo que ellos, como cristianos, aspiran.

Las formas concretas de la presencia testimonial de los laicos en la vida pública (cf AA 15-19; ChL 28-29): una forma de presencia pública personal es de absoluta necesidad. Por ella la irradiación del evangelio puede hacerse extremadamente capilar, llegando a los lugares y ambientes de la vida cotidiana y concreta de los laicos. Una irradiación del evangelio que es además constante e incisiva (AA 16 citado por ChL 28).

Las formas de presencia pública asociada son necesarias igualmente como formas de presencia fundamental para la libertad y para dotar a la sociedad de mayor protagonismo. En la medida en que el laico va madurando su conciencia ciudadana, cae en la cuenta de que la participación individual no es suficiente para impregnar la vida pública de los valores evangélicos que puedan favorecer mejor el desarrollo del bien temporal. Perciben, pues, la necesidad de una participación asociada, cuyas riquezas son evidentes; entre otras, «el apostolado asociado es un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo» (AA 16; ChL 29).

Esta presencia pública asociada debe ser: 1) una presencia defensora de los derechos humanos inalienables: el laico debe asumir el compromiso radical de su fe en favor de la justicia y de los derechos del hombre (ChL 36-44); 2) una presencia crítica ante el abuso de las ideologías: el laico tiene que hacer una crítica a toda concepción ideológica que no busque una transformación profunda del hombre; el laico cristiano vivirá la urgencia de «redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana, (lo cual constituye) una tarea esencial» (ChL 37; cf 38-39); 3) una presencia desde la libertad de opción socio-política: el laico cristiano hace su opción socio-política en una situación histórica concreta; es una opción crítica que, desde la fe, busca con realismo lo más favorable para el bien común y para los principios cristianos; se trata de una opción ciertamente inspirada por la fe, pero es una opción táctica, coyuntural, en una palabra, socio-política; en este campo es preciso defender la autonomía del laico y la posibilidad de divergencias dentro del pluralismo socio-político (cf LG 31, 37); 4) una presencia, finalmente, que discierna los signos de los tiempos: los cristianos tienen la obligación cristiana de llevar a cabo este discernimiento a la luz de la fe (GS 4, 1 I ; cf 36); es el discernimiento que ha llevado a la Iglesia en estos últimos tiempos a plantearse el problema más grave que aqueja a la humanidad: la injusticia en el mundo (cf GS 29, 66, 69, 71).

III. La espiritualidad laical

ChL atribuye la máxima importancia a la espiritualidad de los laicos al llamarlos a una profundización exigente de su vocación, a fin de evitar caer en una especie de activismo (ChL 3). «Es la inserción en Cristo por medio de la fe y de los sacramentos de la iniciación cristiana la raíz primera que origina la nueva condición del cristiano en el misterio de la Iglesia, la que constituye su profunda fisonomía, la que está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos» (ChL 9). ChL recuerda que la misión tiene un origen (el encuentro vital con Cristo) y una meta (el compromiso de servir al designio de Dios en la historia de los hombres). Antes de ser una tarea, la misión es una conversión.

1. EL PUNTO DE PARTIDA. El Vaticano II presenta con fuerza el bautismo como sacramento de consagración que imprime una cualidad sacerdotal (LG 11; cf 10, 31-34). A partir de la consagración bautismal, el sacerdocio de los laicos se halla directamente vinculado con el sacerdocio de Cristo, cuya novedad determina, por tanto, el sacerdocio laical: después de Cristo, la relación con Dios no se realiza sólo a base de un culto ritual y sacrificial, sino principalmente haciendo de la propia vida un sacrificio que sea agradable a Dios (LG 10). El sacerdocio de los laicos comporta, pues, una consagración existencial. En la vida diaria es donde se da culto a Dios, a partir de una vida consagrada que se dirige a Dios como Padre y a los hombres como hermanos. El culto (los sacramentos), para ser cristiano, tiene que causar esta doble dinámica6.

2. PRINCIPALES RASGOS. a) El laico, cristiano en el mundo. Las realidades temporales tienen su consistencia y su autonomía propias. Pero el laico que vive estas realidades desde su consagración las asume en su vida consagrada y las integra en el proyecto del reino de Dios. De este modo transforma las realidades y hace de su existencia un culto a Dios que determina su forma de asumir el trabajo, la familia, la profesión, la política (LG 34). 1) La vida espiritual del laico es la del testigo que se ofrece a sí mismo como ofrenda agradable a Dios desde una vida responsable y, al mismo tiempo, actúa sacerdotalmente acercando a Dios a los hombres desde su propio testimonio (cf GS 43). Lo específico del laico es, por tanto, no la renuncia del mundo, sino su aceptación y transformación cristiana. De ahí surge una espiritualidad del trabajo, de la familia, de la política, como ámbitos de realización a la vez humana y cristiana. 2) El laico tiene la función de consagrar a Dios todas las realidades temporales, pero a partir de una referencia a Dios que no excluye la mundanidad de las cosas. El vínculo entre estas y Dios se establece a partir de la experiencia cristiana. El laico ha de poner a Cristo en el centro de la existencia humana en todos los campos de la vida. El cristiano vive la vida de cualquier hombre, pero con una referencia última a Dios, que es lo que constituye la clave de la consagración del mundo. Todo ello tiene que reflejarse en el culto (GS 43). En este sentido, el culto (los sacramentos) es necesario en cuanto momento específico en el que se encarna y expresa la experiencia de Dios, pero lleva luego al compromiso activo en la sociedad, a ofrecer la propia vida como sacrificio agradable a Dios.

b) El laico, profeta en medio del mundo. La función sacerdotal del seglar en medio del mundo encuentra el complemento adecuado en su vocación profética, en conexión con la dimensión profética de Cristo, a través del testimonio de vida y de palabra del cristiano en medio del mundo (LG 35). 1) El ministerio profético de los laicos consiste en un anuncio del evangelio que surge de la vida; viene a ser la expresión de la propia experiencia del Espíritu en medio de las estructuras del mundo. La dimensión profética del laico, de la cual dimana una de las fuentes esenciales de toda espiritualidad laical, está enraizada en esta experiencia del Espíritu. En virtud de ella, el laico juega su propio rol en la Iglesia y nada impide que desarrolle un magisterio real y activo. 2) Una de las funciones características del profetismo es el discernimiento. El laico, en cuanto sacerdote en el mundo, hace de lo mundano un culto cristiano al establecer desde la fe la correlación entre los acontecimientos y Dios. Esto exige el discernimiento, evaluar los signos de los tiempos para ver en ellos la voluntad de Dios, que interpela y compromete (GS 11)7. 3) El Espíritu puede hablar a la Iglesia por boca de cualquier cristiano. De ahí arranca la espiritualidad de la fraternidad. En la Iglesia no cabe una espiritualidad de dependencia como prototipo de las relaciones intracomunitarias. Toda espiritualidad cristiana genuina posibilita el discernimiento y lleva a la moral adulta y responsable (cf Rom 8,19-23). El hombre está llamado a usar su propia libertad y responsabilidad y mantener que la última instancia es su propia conciencia.

c) El laico, testigo de la esperanza. «Los laicos se muestran como hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y la esperanza, aprovechan el tiempo presente y esperan con paciencia la gloria futura. Pero que no escondan esa esperanza en la interioridad del alma, sino manifiéstenla en diálogo continuo y en un forcejeo con los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos, incluso a través de las estructuras de la vida secular» (LG 35). Hoy el mundo margina a Dios y la sociedad crea nuevos ídolos. El cristiano, y de forma especial el laico, desempeña su papel profético denunciando estos ídolos. El cristiano vive de la esperanza y, por tanto, afirma siempre la provisionalidad de la historia. Aquí es donde los laicos tienen hoy una importancia decisiva para que la Iglesia sea en verdad una Iglesia profética.

IV. Aportación específica del laico a la acción catequética

La catequesis tiene que conceder una atención grande al ambiente cultural en el que se presenta el mensaje cristiano. «De la catequesis podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarlas a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos» (CT 53)8.

Se trata de aprender a analizar las culturas para discernir en ellas los obstáculos, pero también las potencialidades que encierran respecto a la recepción del evangelio. El catequista, para ser fiel y eficaz servidor de los catequizandos, necesita una plena comprensión de las realidades de la fe y, al mismo tiempo, de las realidades culturales implicadas en la catequesis. La fe se vive de veras solamente cuando se convierte en cultura, es decir, cuando transforma las mentalidades y los comportamientos. La catequesis contribuye a la inculturación del evangelio y de la fe.

Esta inculturación significa que la catequesis deberá llegar a las mentalidades, a los modos de pensar, a los estilos de vida, para hacer que penetre en ellos la fuerza salvadora del evangelio. Entre nosotros concretamente, hay que hacer penetrar la luz del evangelio en unas mentalidades y en unos ambientes provocados por la indiferencia y por el agnosticismo, corrientes de espíritu que tienden a difundirse por todos los sitios en que ha penetrado la modernidad.

Esta situación viene a realzar la aportación específica e irremplazable del laico en la catequesis. Si nuestra cultura está vacunada contra lo religioso, en tales circunstancias parece que el diálogo de acercamiento pueden hacerlo mejor quienes viven vida más semejante. Ahora bien, el laico es quien está más plenamente en el mundo y, en consecuencia, puede ofrecer mejor testimonio de seguir a Cristo en el mundo. «Al vivir de ordinario la misma forma de vida que el que recibe la catequesis, el catequista seglar puede tener una especial capacidad para encarnar la transmisión del evangelio en la vida concreta del grupo catequético… De ahí la necesaria presencia de los seglares en el servicio de la catequesis» (CF 35).

Esta presencia de los seglares en el servicio de la catequesis demanda obviamente algunas condiciones. Ante todo, es preciso que el catequista sea una persona en situación. Estar en situación significa tener conciencia de dónde se está, de cuáles son las circunstancias, los condicionantes y las perspectivas del entorno en que uno se halla. Hay que reconocer que para bastantes cristianos no resulta fácil armonizar el estar en el mundo y el pertenecer a la Iglesia, con todas sus consecuencias.

Sin embargo, el catequista ha de encontrarse situado en su cultura, presente en su mundo concreto. En determinadas circunstancias, el catequista puede sucumbir a la tentación de aislarse del exterior y de encerrarse en su pequeño mundo privado. El exterior (sociedad, calle, barrio, vecindad, trabajo) suele presentar problemas abundantes y poco atractivos como para animarse a estar presentes y activos en él. De producirse esta situación de fuga, el catequista difícilmente podrá ayudar a los creyentes a hacer un proceso de conversión al mundo; un proceso tanto más necesario cuanto que el mundo es el lugar de la manifestación de Dios y el lugar en el que se ha de anunciar el evangelio e implantar el Reino.

De ahí que esta presencia consciente y activa del catequista en su cultura, en su mundo, es la condición sine qua non para su catequesis, a fin de conocer por dónde va el mundo, de ser sensible a sus inquietudes, búsquedas, angustias y alegrías, para descubrir en ellas no sólo el pecado, sino las semillas del Verbo que están ya en la realidad humana del catequizando. Dios actúa permanentemente en cada persona.

El catequista se pone a la escucha de la intervención de Dios. Por tanto, no intenta solamente revelar las maravillas de Dios, sino que al mismo tiempo pretende interpretar a la luz de la revelación la vida de los hombres, las realidades del mundo; en definitiva, los signos de los tiempos. Para ello naturalmente el catequista precisa tener una mirada (una visión) positiva del mundo, a fin de hacer emerger interrogantes, intereses; sacar a la superficie angustias y esperanzas, para ayudar a buscar el sentido último de las cosas. «La catequesis -afirma CT 24- tiene una íntima unión con la acción responsable de la Iglesia y de los cristianos en el mundo».

NOTAS:

1. G. BENTIVEGNA, La nozione del «laico» nei documenti del Vaticano IL certezze e acquisizioni, Rassegna di teologia 8 (1969) 335-342; J. A. ESTRADA, La Iglesia: identidad y cambio. El concepto de Iglesia del Vaticano 1 a nuestros días, Cristiandad, Madrid 1985, 137-142. —

2. ChL 19; cf también el sínodo extraordinario de 1985, que subraya en los textos conciliares la dimensión de la Iglesia como misterio y la importancia de una eclesiología de comunión: El Vaticano II, don de Dios, Relación final II, A y C, PPC, Madrid 1986, 71-88. —

3. Cada vez que el Vaticano II recuerda la secularidad como propia de los laicos utiliza adjetivos que advierten de que esta característica no es exclusiva de los seglares: cf por ejemplo LG 33, 35, 36; GS 43. —

4. El nuevo CIC (1983) abunda en esta interpretación que hacemos de LG 35. Los cánones 759 y 766 establecen que los laicos pueden ser llamados a predicar en una iglesia u oratorio en determinadas circunstancias. El canon 767 reserva la homilía al sacerdote y al diácono por ser parte integrante de la liturgia; con todo, parecen existir varias posibilidades de que el seglar predique en asambleas litúrgicas, dentro de la ordenanza canónica: cf el comentario al canon 767 en Código de Derecho canónico, edición bilingüe comentada por los profesores de Derecho canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca, BAC, Madrid 1985, 400-401. —

5. La jerarquía no puede monopolizar el protagonismo de la Iglesia en el mundo. Siempre se actúa eclesialmente, aunque no siempre con representación oficial de la Iglesia, que entrañaría un mandato jerárquico expreso. No existe un monopolio jerárquico respecto a la misión, sino diversidad de grados de actuación y de compromiso eclesial en el mundo, según la función de sus protagonistas: cf J. A. ESTRADA, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, San Pablo, Madrid 1990, 180 y nota 21. —

6. En la reflexión sobre la espiritualidad laical son numerosos los autores que toman como base la consagración bautismal; cf por ejemplo S. D1ANICH, Laicos y laicidad de la Iglesia, Páginas 13 (1988) 91-122; J. A. ESTRADA, La identidad de los laicos, o.c., 168-169; Por una espiritualidad laical, Proyección 34 (1987) 189-198. —

7. Cf el excelente estudio de J. M. CASTILLO, El discernimiento cristiano, Sígueme, Salamanca 1984, 98-104, 151-155. —

8.-  El CCE manifiesta con insistencia la necesidad de atender a la cultura por parte de la catequesis; cf por ejemplo CCE 24, 814, 1075, 1202 y passim.

BIBL.: COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, El catequista y su formación. Orientaciones pastorales, Edice, Madrid 1985; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los católicos en la vida pública (1986); Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo (1991); ESTRADA J. A.. La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, San Pablo, Madrid 19912; La espiritualidad de los laicos. En una eclesiología de comunión, San Pablo, Madrid 19978; FORTE B., Laicado, en PACOMIO L. (ed.), Diccionario teológico interdisciplinar III, Sígueme, Salamanca 1983, 252-269; OCHOA J. M., Laicos en el mundo: presencia de los cristianos en el orden temporal, Teología y catequesis 22 (1987) 229-250; La exhortación apostólica «Christifideles laico: riqueza y cuestión pendiente, Lumen 38 (1989) 353-381; RAHNER K., Fundamentación sacramental del estado laical en la Iglesia, en Escritos de Teología VII, Taurus, Madrid 1971, 357-379.

José M.» Ochoa Martínez de Soria

Categorías: Laicos

Colaborar en transmitir la fe

Colaborar en transmitir la fe

La Voz de Papa

JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN

19 Junio 2011, http://www.am.com.mx

 

1)Para saber

Hace pocos días el Papa Benedicto XVI pronunciaba un mensaje en que invitaba a colaborar en la transmisión de la fe, en la evangelización, en mostrar a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Y se preguntaba “¿quién es el mensajero de este alegre anuncio? Seguramente cada bautizado. Sobre todo los padres, quienes tienen la tarea de pedir el Bautismo para sus propios hijos… Todos los papás y mamás están llamados a cooperar con Dios en la transmisión del don inestimable de la vida, pero también a dar a conocer a Aquél que es la Vida… los niños tienen necesidad de Dios… saben apreciar el valor de la oración y de los ritos, así como intuir la diferencia entre el bien y el mal. Acompañadles, por tanto, en la fe, desde la edad más tierna”.

2) Para pensar

Se cuenta que durante la Guerra de los “Cristeros” en México, cuando muchos revolucionarios persiguieron a muerte a la Iglesia, las misas se hacían clandestinamente. Los vecinos se pasaban la voz cada vez que llegaba un sacerdote vestido de paisano al pueblo.

En un pueblo rural esperaban al sacerdote que llegaría. Los catequistas clandestinos tenían preparados bautismos y otros sacramentos. Consiguieron un viejo granero, lo suficientemente amplio para albergar unos cientos de fieles.

Aquel domingo por la mañana el viejo granero estaba totalmente lleno. Había unas 600 personas esperando el inicio de la celebración. Sin embargo, de repente se sobrecogieron al ver dos hombres rudos entrar a la iglesia vestidos con uniforme militar y armados. Uno de los hombres gritó: “El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está. Las puertas estarán abiertas sólo cinco minutos”. No fueron necesario los cinco minutos, pues inmediatamente empezaron a desalojar la iglesia: el coro se levantó de prisa y se fue; lo mismo los diáconos y la gran parte de la feligresía salió corriendo. De las 600 personas solo quedaron unas 20, entre ellas el sacerdote, que de pie junto al altar no se movió.

El militar que había hablado, miró al sacerdote y le dijo: “De acuerdo padre, yo también soy cristiano y vengo a la Santa Misa. Ya me deshice de los hipócritas y miedosos. Puede ahora iniciar la celebración”.

3) Para vivir

La enseñanza de la fe no se limitará en aprender unas oraciones, que son necesarias, sino que será preciso vivir esa fe en los diferentes acontecimientos de la vida: alegres o dolorosos, en la salud y en la enfermedad, en el descanso y en el trabajo, en la preparación para los diferentes sacramentos, hasta en saber afrontar la muerte con espíritu cristiano.

Así, indicaba el Papa Benedicto XVI que esa ayuda no sólo va dirigida “a comprender con la inteligencia las verdades de la fe, sino también viviendo experiencias de oración, de caridad y de fraternidad. La palabra de la fe corre el riesgo de quedarse muda, si no encuentra una comunidad que la lleva a la práctica, haciéndola viva y atrayente… ¡No tengáis miedo de comprometeros por el Evangelio! A pesar de las dificultades que encontráis para conciliar las exigencias familiares y laborales con las de las comunidades en las que desempeñáis vuestra misión, confiad siempre en la ayuda de la Virgen María, Estrella de la Evangelización”.

 

José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero en Computación

por la UNAM y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra

(e-mail: articulosdog@gmail.com)

Categorías: Reflexiones

La ciencia políticamente incorrecta

La ciencia políticamente incorrecta

FE Y RAZÓN

LUIS-FERNANDO VALDÉS

Periódico AM Querétaro, 19/06/11

 

En días recientes, en la sede de las Naciones Unidas (Nueva York), se han caldeado las discusiones sobre la Identidad de género’, previas a la reunión de la Asamblea General el próximo otoño. Pero un in-forme ha sugerido un nuevo elemento a considerar como punto central: que el género se fundamenta en la biología del hombre y de la mujer. ¿Se trata de un dato científico o de homofobia? ¿La ciencia es homofóbica?

Lauren Funk, asociada de ‘Catholic Family & Human Rights Institute’, organismo que observa permanente-mente las discusiones de la ONU sobre familia y derechos humanos, publicó la noticia de que los Delegados de la ONU están recibiendo copias de nueva investigación que afirma que el género se fundamenta en los datos déla biología (www.c-fam.org, del 17.VI.2011).

El documento titulado ‘La psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo’ es un artículo redactado por Richard Fiztgibbons, Phillip Sutton y Dale O’Leary. Este trabajo cuestiónalas implicaciones médicas y éticas de la práctica de cirugías de cambio de sexo.

Funk explica que los autores abordan este asunto desde la perspectiva médico-biológica, según la cual el género es una cuestión de composición genética, y explican que «la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y puede determinarse mediante exámenes de ADN. No puede ser modificada».

Los autores sostienen que el sexo biológico no puede cambiarse y rechazan que sean distintos el ‘género’ como concepto y el sexo biológico de cada persona. Y, apoyados en el trabajo del psicoanalista Charles Socarides, explican que «no hay evidencias de que la confusión de la identidad de género (identidad contraria ala estructura anatómica) sea congénita».

El artículo da un primer argumento. Reconoce que existen anomalías genéticas que pueden provocar discordancias entre el sexo genético, la receptividad hormonal y los órganos sexuales. Pero observa que quienes solicitan la cirugía de cambio de sexo son casi siempre hombres y mujeres genéticamente normales con órganos sexuales y reproductivos intactos y niveles hormonales adecuados para su sexo.

Segundo. «Cuando un adulto que es normal, tanto en su aspecto exterior como en sus funciones, cree que hay algo feo o defectuoso en su apariencia que necesita ser modificado, es evidente que existe un problema psicológico de cierta importancia», explica el informe.

Tercera argumentación. Los individuos que afirman que tienen una ‘identidad de género’ contraria a su estructura anatómica y biológica no pueden resolver sus problemas personales y psicológicos, mediante la cirugía de reasignación de sexo. Este tipo de personas suelen padecer de problemas psicológicos más serios, como depresión, ansiedad severa, narcisismo, etc., los cuales se deben a experiencias negativas o a abusos, pero no a que estas personas hayan nacido en el ‘cuerpo equivocado’.

Este tipo de estudios son importantes, porque muestran que las teorías que justifican la ‘identidad de género’ como una decisión personal o como un ‘constructosocial’, prescindiendo de la parte biológica del in-dividuo, no son compatibles con los datos de la biología.

Sin embargo, la constante lluvia ideológica hace pasar por ‘homofóbicos’ a quienes se limitan a exponer los datos que apórtala ciencia. Pe-ro, ¿por qué es políticamente incorrecto afirmar que los genes de la identidad sexual están en cada célula del in-dividuo? ¿Por qué es una falta de respeto afirmar que un problema psicológico no se puede resolver mediante una cirugía?

Comentarios…

lfvaldes@gmaíl.com

http://columnafeyrazon.blogsport.com

Categorías: DSI

SUCESIÓN APOSTOLICA EN QUERETARO

La Accion Catolica de Queretaro, le da la Bienvenida a nuestro pastor y guia a Mons Faustino Armendariz IX Obispo  de Queretaro, Dios Nuestro Señor lo ilumine para guiarnos hacia El

http://www.diocesisdequeretaro.org.mx/multimedia/fotos%20en%20video/2011/diocesis_queretaro_qcc_toma_de_posesion_armendariz_jimenez_160611/diocesis_queretaro_qcc_toma_de_posesion_armendariz_jimenez_160611a.html

ALOCUCIÓN DEL EXCMO. SR. DR. D. FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ, OBISPO DE QUERÉTARO

EN SU TOMA DE POSESIÓN

Santiago de Querétaro, Qro., 16 de Junio de 2011

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1. ¡Alabado sea Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote!

Hoy, esta tarde, habiendo ya tomado posesión como noveno Obispo de la Diócesis de Querétaro, en el ambiente perfecto que nos ofrece la Eucaristía, quiero presentarme como servidor de todos ustedes y testigo del amor de Jesucristo, el Pontífice que por su cruz ha unido en alianza perfecta a Dios y al hombre; vengo a Querétaro como su discípulo y misionero, sin otra pretensión que la de cumplir el mandato del Señor, que nos llama a todos a evangelizar.

Hasta la Diócesis de Matamoros llegó el eco de la exclamación que el Pueblo de Querétaro lanzó como preparación para este momento: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”; agradezco su espera y agradezco que lo hayan hecho en un espíritu de fe y confianza en Jesucristo. Por la Providencia de Dios he sido llamado a ser Pastor de estas hermosas y benditas tierras, llenas de gloria y de historia; he aceptado porque mi fe me dicta que esta es la voluntad de Dios, a la cual quiero someterme en todo momento.

2. Agradezco la presencia de cada uno de ustedes, hermanos y hermanas.

Valoro grandemente que los Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos, hermanos todos en el episcopado, hayan viajado desde sus Arquidiócesis y Diócesis a ser parte de este evento eclesial; gracias Mons. Robles, gracias Mons. Norberto; gracias también al Señor Nuncio Apostólico Cristophe Pierre, que aceptó ejecutar el mandato del Santo Padre por el que he asumido el oficio de Obispo Diocesano de Querétaro, y por sus palabras, siempre elocuentes e iluminadoras. Mons. Mario de Gasperín Gasperín, he constatado el cariño que Pueblo de Querétaro le profesa, ha trazado usted un camino que ahora me toca a mí continuar, espero hacerlo con su misma entrega y dedicación, gracias por todo, será para mí un honor gozar el privilegio de su amistad y consejo.

He aprendido a lo largo de estos seis años que ustedes, hermanos en el episcopado, son mi familia, mis amigos, somos verdaderamente una comunidad en medio de la Iglesia, es por ello que agradezco de corazón este gesto fraternal y de comunión.

Agradezco la presencia también de representantes de los tres poderes del Estado, especialmente a los Sres. Gobernadores José Calzada Rovirosa de Querétaro y Juan Manuel Oliva Ramírez de Guanajuato, a los Sres. y Sras. Diputados y a los representantes del poder judicial; asimismo a los alcaldes de los municipios de ambos estados que comprende nuestra Diócesis, de modo particular al Sr. Presidente municipal de Querétaro Francisco Domínguez Dren por su hospitalidad y al Sr. presidente municipal de Matamoros Ing. Alfonso Sánchez Garza, valoro de corazón su presencia hoy aquí, este gesto es expresión de su cercanía.

La Iglesia es miembro de la sociedad y juega en ella un papel imprescindible en su desarrollo y desenvolvimiento; estoy seguro que la buena disposición de todos nosotros conducirá a Querétaro y a Guanajuato por caminos de verdadero progreso.

Quiero presentar a todos ustedes al Sr. Valentín Armendáriz Villalobos y a la Sra. Francisca Jiménez de Armendáriz, mis padres, que junto con mis hermanos y hermanas y algunos otros familiares han venido a estar también aquí. Soy ante todo hijo de una familia cristiana, mis padres me condujeron a recibir los Sacramentos de Iniciación en Magdalena de Kino, Sonora y de ellos recibí las bases humanas y cristianas de lo que ahora soy. Gracias papá, gracias mamá, gracias a toda mi familia.

De modo particular saludo y abrazo a mis hermanos sacerdotes de la Arquidiócesis de Hermosillo, presidida por Mons. Ulises Macías Salcedo, Iglesia en la que nací y me formé como presbítero; Asimismo a mis hermanos sacerdotes de la amada Diócesis de Matamoros, con quienes he compartido el ministerio por estos seis años; ya lo hice hace algunos días, nuevamente quiero agradecer a cada uno de ustedes por el don de su persona, por su vocación, por su trabajo, por todos los esfuerzos que cotidianamente realizan a favor de la construcción del Reino de Dios, especialmente hacia los más pobres, aún en medio de peligros y graves riesgos; nuevamente reconozco y agradezco su cercanía y disponibilidad, su franqueza y honestidad, su respeto, su búsqueda incansable por la unidad y la auténtica fraternidad sacerdotal; me encomiendo a sus oraciones, sepan que cuentan con las mías. Gracias también a los seminaristas, todo el Seminario de Matamoros se ha hecho hoy presente; muchachos continúen formándose con responsabilidad y alegría, los retos son grandes, pero servir a Dios en el ministerio es un privilegio

También agradezco la presencia de tantos feligreses, amigos y amigas de Hermosillo y Matamoros, gracias por venir, nos unen lazos muy estrechos de caridad y sincero afecto; me traigo a Querétaro una enorme herencia de enseñanzas recibida de ustedes; nos separará la distancia, pero siempre es posible continuar alimentando nuestra recíproca pertenencia por tantos medios con los que ahora contamos.

3. Soy consciente que llego a tierras de hondas tradiciones y de larga historia; en la escuela aprendí desde niño que Querétaro está en el corazón de la identidad nacional mexicana, aquí se han desarrollado acontecimientos que definieron el rumbo de toda nuestra patria; llego al Bajío, Cuna de nuestra Independencia y a esta ciudad, sede del nacimiento de la República Federal y de las leyes que nos rigen y constituyen como un Estado de derecho. En Magdalena de Kino se nos hablaba en la escuela del valor, inteligencia y originales estrategias de la Corregidora; cuando aprendía sobre el Sitio de Querétaro y el Cerro de la Campanas me enseñaron incipientes principios de mnemotecnia, como método de estudio y memorización, cuando la maestra nos recomendaba recordar las tres “emes”, de Maximiliano, Miramón y Mejía; en nuestro corazón infantil se nos infundía cierta nostalgia cuando nos hacían ver la grandeza del territorio perdido con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo.

Hoy adopto de corazón a Querétaro como mi hogar, consciente que estoy echando raíces en un lugar fundacional, de tradiciones, de dramáticas transiciones y de grandes paradojas; me vinculo a una tierra en la que la religiosidad popular es todavía parte de la atmósfera y al mismo tiempo a una sociedad de cultura, iniciativas intelectuales, universidades, arte, progreso e industria.

He dicho al inicio de mi intervención que vengo aquí como discípulo y misionero de Jesucristo, esa es mi vocación irrenunciable, pero sé que de ninguna manera soy el primero, sino que me inserto en una larga cadena evangelizadora que inició apenas culminada la Conquista; el Evangelio llegó a estas tierras sólo ocho años después de la caída de la Gran Tenochtitlan; lugares como Jilotepec e Iztachichimecapan y personajes como el indio Conín, bautizado como Fernando de Tapia, fueron los precursores. La gran Orden de los Frailes Menores, admirables pioneros de la Evangelización del Nuevo Mundo, nuestros padres en la fe, son ejemplo de tenacidad y testimonio en estas benditas tierras. La fundación de Santiago de Querétaro está marcada por la presencia prodigiosa del Apóstol, el pescador llamado por Jesús, e iluminada por la Santísima Virgen de Guadalupe, que apareció al indio Juan Diego unos pocos meses después de ser fundada esta ciudad.

La vocación por la que América entera está ahora en un proceso decidido de evangelización, encuentra en Querétaro su impulso y modelo en nuestros evangelizadores, además de los Franciscanos, también nos enriquecieron Dominicos, Agustinos, Carmelitas y Mercedarios, destacando sin duda la labor del Beato Junípero Serra, evangelizador de la Sierra Gorda y constructor de sus hermosas misiones.

Soy también continuador de una centenaria tradición episcopal, de obispos que dieron continuidad a la sucesión apostólica y al ministerio pastoral en medio de los avatares de la historia; ustedes los conocen, permítanme ahora mencionarlos como un tributo que desea hacer este servidor, por las innumerables enseñanzas que me heredan personalmente y que constituyen la esencia misma y la identidad del caminar de nuestra Iglesia queretana; siempre recordemos a los Excelentísimos Señores Obispos Don Bernardo Gárate López Arizmendi, Don Ramón Camacho y García, Don Rafael Sabá y Camacho García, Don Manuel Rivera y Muñoz, Don Francisco Banegas Galván, Don Marciano Tinajero y Estrada, Don Alfonso Toriz Cobián y Don Mario de Gasperín Gasperín, nuestro querido amigo y pastor que tan tenazmente ha conducido nuestra Diócesis por 22 años. A todos ellos, a usted Don Mario, nuestro reconocimiento, admiración y gratitud.

4. Desde que llegó a mis manos, no he dejado de estudiar con detenimiento y con creciente interés el Plan Diocesano de Pastoral. Descubro que responde a un largo camino andado, en el que han intervenido todos los actores de la Evangelización y de la vida de la Iglesia; he constatado que ha sido elaborado con una metodología inteligente, que toma en cuenta la realidad en todos sus aspectos y que responde a ella con los criterios evangélicos a través de un discernimiento profundamente espiritual, eclesial y pastoral. Es ya la tercera etapa de un camino que inició hace ya más de veinte años, desde tiempos de Mons. Toriz y que ha ido desarrollándose y consolidándose bajo el impulso de Mons. Mario.

En este momento deseo declarar ante todos ustedes de modo oficial y enfático que asumo en su integralidad el Plan Diocesano de Pastoral, con todos sus contenidos y métodos; con su marco doctrinal y sus diagnósticos; con sus prioridades, objetivos y estrategias. Hago mía en su totalidad la estructura diocesana que emana del Plan Diocesano de Pastoral y las líneas que nos conducirán a 2016, en el marco de la celebración del Ciento Cincuenta Aniversario de la creación de la Diócesis.

Lo hago porque descubro la asistencia del Espíritu Santo en todo el proceso y porque resulta patente que el Plan responde de manera sólida a los énfasis que Aparecida establece para la Pastoral en América Latina y el Caribe, especialmente en lo que se refiere a la Nueva Evangelización y a la Misión Continental Permanente y porque también está en la línea de la Exhortación Apostólica Verbum Domini, fruto del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia. El Plan nos proyecta también al próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización, que tendrá lugar en Roma el próximo octubre de 2012

El Plan Diocesano de Pastoral es sin duda un instrumento que permite que la Misión pueda ser operativa, altamente eficaz, responder a estrategias audaces e incluir a todos los agentes necesarios, a las comunidades, estructuras y apoyos; es muy alentador contar con contenidos claros, con procesos adecuados de formación, buscando llegar a todos los sectores de nuestra sociedad, privilegiando los más alejados y a los más pobres.

En este sentido, resulta una obligación para todos nosotros, miembros de esta Iglesia de Querétaro, no sólo insistir verbalmente en la Misión Continental, también nos corresponde lanzar iniciativas, indicar los caminos, formar a los agentes, verificar todos los procesos y avances de la Misión, así como hacernos presentes en la totalidad de los trabajos pertinentes que tengan que ver con ella.

Hermanos, hermanas, vengo dispuesto a involucrarme en los procesos que ustedes ya han iniciado y a los que han dado una fisonomía específica, deseo invertir mi tiempo, energía e interés, fomentando un movimiento generalizado en toda la Diócesis, que permita que la Misión Continental Permanente sea efectivamente una Misión Diocesana Permanente, en la que todos, Obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, niños, jóvenes y adultos, estemos seriamente involucrados.

5. Quiero dirigir unas palabras a los sacerdotes y diáconos queretanos. Somos ahora familia, somos hermanos, llamados a formar una verdadera comunidad en el seno de la Iglesia, los vínculos que existen entre ustedes y yo, a partir del momento de mi toma de posesión, no son sólo jurídicos, sino que nos une ya una profunda relación sacramental que está llamada a reflejarse en nuestra vida comunitaria y en nuestro trabajo pastoral. Los invito a que trabajemos arduamente en el conocimiento recíproco, en nuestra integración y en los modos que nos lleven a implementar un trabajo común a favor de nuestra Diócesis; no sucumbamos nunca ante los obstáculos que puedan interponerse en lo que Dios quiere de nosotros. Quisiera proponerles el reto de que tanto ustedes como yo nos convirtamos en modelos de evangelización en nuestro Pueblo y que no esperemos a que nuestros fieles vengan, vayamos juntos por los alejados, por los desalentados, por los que no conocen a Cristo, por los más pobres.

El Seminario de Querétaro es más que centenario, es una institución sólida y parte esencial de nuestra vida diocesana. Quisiera dirigirme con la caridad de un Pastor a los futuros Pastores: muchachos, formen en su corazón los sentimientos de Cristo, prepárense para ser sacerdotes evangelizadores misioneros, de modo que estén a la altura de las necesidades de nuestro Pueblo, al cual están llamados a servir. Sé que una de mis primeras actividades como Obispo de Querétaro será visitar nuestro Seminario, que es el corazón de la Diócesis, sepan que estarán en mis prioridades pastorales siempre. Gracias por decir que sí al Señor.

A los miembros de institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica les ofrezco mi afecto y reconocimiento, ustedes han sido actores indispensables desde la más remota historia de la evangelización de estas tierras, son parte esencial de la identidad de nuestra Iglesia Local; embellecen ustedes nuestra Diócesis con los variadísimos carismas que el Espíritu Santo ha suscitado para la edificación de su Pueblo. He hablado en esta reflexión sobre la presencia histórica de las grandes Ordenes, también son abundantes los carismas de congregaciones masculinas y femeninas de fundación más reciente, ustedes aportan su propia riqueza. Soy un convencido que puede haber una perfecta sintonía entre la originalidad de su carisma y la vida diocesana. Nos une el Evangelio y el seguimiento al mismo Jesús; espero pronto tener la oportunidad de encontrarnos para ahondar nuestros lazos de comunión en un solo proyecto.

Es el tiempo de los laicos, la Iglesia sólo está completa con ustedes, hermanos y hermanas. Sé que los movimientos laicales también tienen sus carismas propios, todos ellos avocados a la Evangelización, de uno u otro modo; Dios nos bendice con gran variedad de comunidades, cofradías, círculos bíblicos, asociaciones ligadas a carismas, espiritualidades y formas de vida específicas; todas estas expresiones fortalecen al Pueblo de Dios, nutren la fe de quienes pertenecen a ellas y contribuyen a un cambio de fisonomía en la sociedad; sigan ustedes adelante y sepan que cuentan con mi cercanía y apoyo pastoral incondicional.

Abrazo también a todos los hermanos y hermanas de nuestras Parroquias, que son numéricamente el grupo más grande de nuestra Iglesia y los que seguramente forman el mayor contingente en esta celebración. Dios bendiga a las familias, a los agentes de pastoral, a los miembros de los consejos de pastoral, a los niños, especialmente a los monaguillos, en cuyas filas nació mi vocación sacerdotal, a los enfermos, a las personas de la tercera edad, a los hermanos y hermanas con capacidades diferentes y a los amigos especiales.

Quiero de manera especial dirigirme a los jóvenes, y compartir con ustedes mi pensamiento y mi oración; les exhorto con fuerza y vigor a que no teman el sacrificio ni la entrega de la propia vida, pero sí a una vida sin sentido; quiero insistirles y enfatizar que por su generosidad están llamados a servir a sus hermanos, especialmente a los más necesitados con todo su tiempo y vida.

Hermanos y hermanas todos, sepan que una de mis prioridades como nuevo Obispo de Querétaro será ir al encuentro de todos ustedes, hasta donde estén; quiero visitarlos en sus comunidades, conocer sus templos parroquiales y capillas, convivir con ustedes, entrar en contacto con sus familias, trabajos y necesidades, y emprender juntos el recorrido de la misión. Cada uno de ustedes es un Evangelizador, es testigo del amor de Jesucristo, todos juntos, obispo, sacerdotes, miembros de los institutos de vida consagrada, movimientos y laicos en general somos los protagonistas de la Nueva Evangelización y de la Misión Continental Permanente, estamos llamados a obedecer la voz de Jesús que nos llama a ir a todo el mundo y anunciar el Evangelio. Agradezco también de modo particular la presencia de hombres y mujeres de la cultura y a todos los medios de comunicación social, cuyo trabajo valoro y resulta imprescindible en las sociedades modernas. Dios los bendiga, gracias por estar aquí.

Excelentísimo Señor Obispo Mons. Mario de Gasperín Gasperín, a usted mi admiración, mi gratitud y mi respeto. Como decía, he podido constatar el gran amor que todo el Pueblo de Querétaro le profesa, el respeto y el cariño de los sacerdotes, el indiscutible lugar que se ha forjado en todos los ambientes de la sociedad queretana; todo esto no se gana de la noche a la mañana, es fruto no sólo de los veintidós años de servicio, sino de que en esos veintidós años usted se entregó de manera cotidiana y fiel a su misión de pastor. Querétaro tiene una sólida imagen de la vida y ministerio del Obispo ciertamente por la centenaria tradición episcopal, pero también por el testimonio sencillo y profundo de su ministerio, por su presencia en las comunidades y su interés en la formación sacerdotal, por la sana estructuración de las instancias diocesanas y por la riqueza de sus cartas pastorales que son ya un referente obligado de espiritualidad y pastoral; por el Plan Diocesano de Pastoral, impulsado sobre todo por usted; quedan las obras materiales que también usted promovió, pero sobre todo queda la presencia de Jesucristo, que a través de su ministerio está ya en el corazón de de los queretanos. Permítame decir públicamente que las conversaciones privadas que hemos sostenido usted y yo están ya en mi corazón como tesoro invaluable; ciertamente los consejos que me compartió serán de gran provecho, pero agradezco sobre todo su delicadeza, su gran educación, su tacto inteligente y fraterno. Excelencia, hónreme con el privilegio de su amistad y con los consejos que pueda ofrecerme como padre; me alegro enormemente que permanezca en esta que es su casa, pues seguiremos teniendo la oportunidad de contar con su ministerio fecundo. Mons. Florencio Olvera, Obispo Emérito de Cuernavaca, ofrezco fraternalmente a usted mi respeto y toda mi consideración, Dios lo bendiga.

6. María es evangelizadora y lo ha sido especialmente en estas tierras, la Virgen de Guadalupe y la Virgen del Pueblito han acompañado a las comunidades y a la sociedad hacia el encuentro con Jesucristo, para que en él nuestro Pueblo tenga vida. Quisiera a modo de conclusión compartir con ustedes una plegaria dirigida a nuestra Santa Patrona, la Virgen de los Dolores de Soriano, únanse espiritualmente a mí.

Virgen Santísima, tú has unido fecundamente tus dolores a los de Cristo: Estuviste de pie junto a su Cruz y recibiste luego en tus brazos el cuerpo sin vida de tu Hijo. Eres mujer valiente y de fe; tu entereza y dignidad te adornaron en esos terribles momentos.

Eres también solidaria con nuestros dolores: Estás cerca de los enfermos y de los encarcelados, de los migrantes y de los pobres, de las personas solas y discriminadas, de quienes tienen hambre y sed, de todos los que comparten los sufrimientos de tu Hijo.

Virgen de los Dolores de Soriano, tienes ahora una hermosa Basílica, desde donde prodigas tu amor e intercesión a los queretanos y a quienes acuden a ti; pero fuiste rescatada de los escombros de Maconí como símbolo de todos los que necesitan ser rescatados en su dignidad y de su sufrimiento.

Hoy, como hijo tuyo que soy, quiero pedirte en este significativo día por todos los que sufren, por los marginados de nuestra tierra y por todos los que se esfuerzan en alcanzar la paz. Te suplico que alcances la paz a nuestra tierra, especialmente a Tamaulipas, cuyo nombre significa “lugar donde la gente ora”.

Me consagro en este día y consagro a este Pueblo a tu Corazón Inmaculado y al Sagrado Corazón de tu Hijo, Sacerdote Eterno. Intercede para que responda con fidelidad a la enorme vocación a la que él me ha llamado, para que juntos, pastores y fieles, nos entreguemos generosamente a la extensión del Reino de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Muchas gracias.

† Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro


Categorías: Magisterio

Santísima Trinidad, Orar en el mundo obrero

C. Permanente HOAC                    Orar en el mundo obrero                          Santísima Trinidad

http://hoacorihuelaalicante.blogspot.com/p/orara-en-el-mundo-obrero.html

ORAR EN EL MUNDO OBRERO

SANTÍSIMA TRINIDAD (19 junio 2011)

La Tri-unidad Divina es el misterio inefable de Vida/Amor

que nos hace ser, nos sostiene,

nos acaricia y nos entraña a todos, juntos,

como hijos/as y hermanos/as.

VER

“Si hay un dios que adoran políticos, economistas y muchos sindicalistas, ese dios es el de la competitividad. Cualquier persona con dos dedos de cabeza sabe, sin embargo, en qué se han traducido, para la mayoría de quienes están aquí, las formidables ganan­cias obtenidas en los últimos años en materia de competitividad: salarios cada vez más bajos, jornadas laborales cada vez más prolongadas, derechos sociales que retroceden, precariedad por todas partes.

No es difícil identificar a las víctimas de tanta miseria. La primera la aportan los jóvenes, que engrosan masivamente nuestro ejército de reserva de desempleados…

La segunda víctima son las mujeres, de siempre peor pagadas y condenadas a ocu­par los escalones inferiores de la pirámide productiva, a más de verse obligadas a cargar con el grueso del trabajo doméstico. Una tercera víctima son los olvidados de siempre, los ancianos, ignorados en particular por esos dos maravillosos sindicatos, Comisiones y UGT, siempre dispuestos a firmar lo infirmable. No quiero olvidar, en cuarto y último lugar, a nuestros amigos inmigrantes, convertidos, según las coyunturas, en mercancía de quita y pon. Estoy hablando, al fin y al cabo, de una escueta minoría de la población: jóvenes, mujeres, ancianos e inmigrantes” (Carlos Taibo, Intervención en la manifesta­ción del 15 mayo en la Puerta del Sol, en Redes Cristianas 21/5/11).

En la oración nos engolfamos (Teresa de Ávila) en la Comunión de Vida/Amor de Dios, a la vez que nos engolfamos en la avenida andante de la sociedad humana. Porque Dios es indisociable de la humanidad y acoge y recoge los clamores por la dignidad y la justicia de los empobrecidos.

La oración es comunicación con el Dios Vida/Amor en la creación y promoción de vi­da/amor en nuestra sociedad.

Comulgando con quienes anhelan y labran un futuro más humano, comulgamos también, en Jesucristo, con el Dios de la Comunión Trinitaria.

Testimonio (compartido por Pepe Mairena en la reunión de Consiliarios de Anda­lucía el 29/4/2011)

  • En la parroquia, desde Pastoral Obrera, se pone en marcha una Plataforma de Para­dos del Polígono Sur (Sevilla).
  • Se desarrolla un Centro de Interés sobre cómo está afectando la crisis económica a las familias del barrio, después de realizar una encuesta domiciliaria.
  • El día 14 de abril tuvo lugar otro Centro de Interés, Prisión y Familia, sobre la nueva ley penal.
  • Se invitó a una Revisión de Vida a toda la parroquia; participaron unas 40 personas.
  • Se está preparando un cómic sobre la crisis económica.
    • Comunicación en las reuniones de arciprestazgo de realidades del mundo obrero y de la Pastoral Obrera.

CREDO   (María E. Sánchez, MJ noviembre 2088)

 

Creo en Dios Padre-Madre Todocompasivo Creador de todas las galaxias, los átomos y la vida toda.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, quien desde siempre era el Verbo, que asumió la historia humana en su propia carne y espíritu.

Creo que con pasión amorosa se ha identi­ficado

con cada uno de las mujeres y los hombres que han habitado

y habitarán el mundo creado.

Y quien como un don gratuito se encarnó en María de Nazareth.

Creo que asumió la historia desde sus en­trañas venciendo con su amor

el mal, el dolor y el poder de la muerte, hasta morir en una cruz,

asesinado por los poderosos de este mundo. Creo que resucitó acogido por la ternura infinita del Todo-

Creo que el amor de Dios Padre-Madre y

de Jesús es su Espíritu,

que se ha derramado sobre toda carne, que es generador de vida y que habla

proféticamente a través de los hombres y mujeres que lo

escuchan.

Creo en la comunidad cristiana,

red de seres vulnerables que, agradecidos,

acogen el don de la salvación

y se empeñan en construir la fraternidad

aquí y ahora. Creo que el testimonio de los primeros

discípulos se ha comunicado hasta nosotros.

Creo que el género humano y la creación

entera serán gloriosamente transfigurados.

 

PALABRA DE DIOS

Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en él. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Al que cree en él no se le juzga; el que no cree, ya está juzgado, por no haber dado su adhesión al Hijo único de Dios.

PARA ENTENDER LA PALABRA

Jesús habla con Nicodemo, maestro de la Ley, al que Jesús intenta iniciar en la nueva alianza de amor gratuito e incondicional del Pa­dre a todos. Alianza hecha realidad en el envío de su Hijo amado, hecho humano en Jesús. Alianza de vida y de salvación, no de juicio con­denatorio. Una vida plena, eterna en su realidad cualitativa e imperecedera en el tiempo.

Es una oferta gratuita y universal, de total generosidad, sin más exigencia que la de ser acogida en libertad. Si alguien es juzgado, lo será solamente por él mismo, por negar, con consciencia plena, su adhesión a Jesús y a su evangelio de salvación. No basta decirme: “¡Señor, Señor!”… hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo (Mt 7,21).

Lo fundamental y Fontal es el amor de Dios manifestado humanamente en Jesús y derramado por el Espíritu. Una relación personal de hijos del Padre en el Hijo Jesucristo por el Espíritu; que genera comunión/comunidad/familia de hermanos y hermanas; y que ha de expandirse hacia todas las personas, especialmente las necesitadas (pobres) de amor, justicia y dignidad. Un amor con Dios y con las personas de amistad íntima y en­trañable, y a la vez difusora de vida humanizadora y feliz.

Este amor de Dios en Jesucristo por el Espíritu no es una palabra, una doctrina o un sentimiento. Es el mismo Dios Trinitario dándose, abrazándonos en su propia comu­nión de vida y amor. Jesús nos une, nos hace un solo cuerpo con Él para compartir con nosotros su experiencia de Hijo amado del Padre: en Jesús somos hechos (adoptados) hijos en el Hijo. Es el Espíritu, el Amor que comparten el Padre y el Hijo, quien derrama el amor en nuestro corazón, que prorrumpe en la palabra más honda y tierna de un hijo a su padre: ¡Abba, Padre! (cf. Rm 5,5; 8,16).

Es una vida plena vivida en el amor, la confianza, la libertad, la justicia, la alegría, la paz…

La mayor dignidad humana imaginable es la de ser, reconocerse y vivir como hijo/a de Dios y reconocer/ser reconocido por los demás como hermano/a.

Esta conciencia de la dignidad personal propia y ajena está por encima de cualquier condicionamiento exterior, por negativo que sea. La conciencia de la dignidad de hijos de Dios y hermanos impulsa la reivindicación de la dignidad humana de todas las personas, especialmente de las empobrecidas y deshumanizadas. Un cristiano no tiene más remedio que tratar a todos como hijos de Dios y hermanos, hacer que todos vean reconocida su dignidad personal y alumbrar en ellos la conciencia y experiencia de ser hijos/as de Dios.

La verdadera prueba del amor de Dios es Jesús, el Hijo, enviado para dar vida y salvar. No es ésta una afirmación doctrinal o mitológica. Es la historia real de la vida de Jesús de Nazaret, el “hombre para los demás”. Jesús reflejó en su rostro el rostro mater-no/paterno de Dios; proclamó el proyecto de liberación, rehabilitación y reconciliación de parte del Padre; y realizó las obras del Padre de dar vida (luz, resurrección, dignidad, perdón, libertad, pan…).

Jesús nos amó hasta el extremo (Jn 13,1) de lavarnos los pies, como un esclavo; de sentarnos a la mesa para dársenos Él mismo en alimento, en comida y bebida, como ce­lebración real (sacramental) de su entrega a la muerte, por amor, en la cruz.

La prueba real que cada discípulo puede tener de este amor renovador es la expe­riencia personal de vida nueva, de verdadera resurrección, que vive desde el encuentro personal y comunitario con Jesús Resucitado.

La muerte por amor de Jesús estaba preñada de vida, que floreció en su resurrec­ción. Si Jesús, víctima de tan hondo fracaso humano, ha resucitado, quiérese decir que Dios toma en serio todas las vidas y todas las muertes como la de Jesús, portadoras de humanidad nueva y verdadera.

En la oración ha de haber un tiempo de quietud apacible y placentera, de receptivi­dad graciosa de la ternura amante de Jesús, el Padre y el Espíritu. Podemos, en ver­dad, descansar en sus brazos de amor, como verdaderos hijo/as del Padre, herma­nos/as de Jesús, encendidos en el fuego de amor ardiente del Espíritu.

Pero, como en el monte de la Transfiguración, no podemos quedarnos allí, ni mirando al cielo (He 1,11). Hemos de bajar a la realidad dura y cruda de la vida de la gente pa­ra verter el agua viva del amor, la libertad, la justicia y la dignidad, que mana del co­razón mismo del Dios Trinitario.

De una y otra manera, vivimos, celebramos y comunicamos la Vida/Amor del Padre en Jesucristo por el Espíritu.

ACTUALIZACIÓN DE LA PALABRA

Cada persona puede vivir y experimentar la felicidad del amor de Jesús, que le abre a la intimidad filial con el Padre y al amor fraternal. Es una experiencia personal y comu­nitaria de amor que el cristiano siente, goza y expresa en relaciones de misericordia, jus­ticia y solidaridad. Es la verdadera acción salvadora de Jesús.

Dios no es un misterio inabordable, una entelequia, un ser abstracto aburrido y frío. Dios es una fiesta de amor.

Tampoco es Dios una experiencia intimista e ilusa que sobrevuela unas condiciones deshumanizadoras de vida, sino la experiencia gozosa de la propia dignidad personal y de la conciencia compartida de la dignidad de todas las personas.

¡Si todos los cristianos/as viviéramos y promoviéramos la dignidad suprema e in­violable de las personas, cambiaríamos rápidamente el mundo!

Dios es una “danza gozosa de amor”. Para “expresar la comunión de vida y la ex-pansión de amor y ternura que acontece en el Dios trinitario, los Padres griegos acuñaron un término técnico, pericoresis, que evoca la danza de la Trinidad… el movimiento eterno de amor con el que vibran las personas divinas, la vida que circula entre ellas, el abrazo de amor en el que se entrelazan” (Fl. Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la Palabra, ciclo A, 211).

Nacemos del amor divino a través del amor humano y estamos llamados a realizar la vida en el amor interpersonal como fruto y expresión del amor divino.

“En el fondo de toda ternura, en el interior de todo encuentro amistoso, en la soli­daridad desinteresada, en el deseo último enraizado en la sexualidad humana, en la en­traña de todo amor, siempre vibra el amor infinito de Dios” (Id).

La vida humana solamente se realiza en el amor. “Vivir, en última instancia, es en-trar en esa danza misteriosa de Dios y dejar circular su vida en nosotros” (Id, 212).

Para orar:

–          “Jesús es el gran icono de la desmesura del amor de Dios. Vamos a contemplarlo manifestándonos al Padre, revelándonos el nuevo rostro de Dios, creando inclusión, comunidad, inaugurando una manera nueva de vivir, amando hasta el fin, hacien­do luz en nuestra noche…” (Fl. Ulibarri, 213).

–          “Dejar circular la vida y el Espíritu de Dios entre nosotros… Si oramos en comuni-dad, nos agarramos las manos y en silencio sentimos lo que nos transmitimos y damos… Si oro solo, me siento unido a otras muchas personas, hermanos y herma­nas, que dejan circular la vida y el Espíritu de Dios” (Id).

“Jesús, Hijo del Padre, lleno de Espíritu Santo: Hoy, en nuestras comunidades, celebramos el misterio de Dios,

que tú identificabas como fuente de vida y bondad;

al que te sentías íntimamente unido como Hijo de su amor;

con quien compartías su Espíritu pacífico, absolutamente benévolo.

… Tu espiritualidad tenía como centro el Espíritu divino:

sintiendo por dentro el amor del Padre,

dedicándote a dar vida a los que no la tienen:

buena noticia a los pobres, vista a los ciegos, libertad a los cautivos y oprimidos. … Sintiéndonos habitados por tu Espíritu,

sentimos el amor incondicional de Dios,

percibimos tu presencia en toda persona,

nuestra vida se centra en dar vida, como hacías tú. Jesús, Hijo del Padre, lleno de Espíritu Santo:

abre nuestro corazón al Dios del amor y de la paz;

que tu gracia, tu amor desinteresado, habite en nosotros;

que la comunión del Espíritu Santo nos lleve a

abrazar y besar a todos con el beso santo, sincero, de amor divino”.

(Rufo González, Homilética 2011/3, 298-299)

De mayo a mayo   (Daniel Serrano, El País 19/5/11)

“Y en su libro Algo va mal, Tony Judt abona la tesis de que, tras la apariencia transgresora del Mayo francés y sus diversas derivadas, latía un libertarismo de derechas perfectamente asumible por el sistema, un ideario en sintonía con el más feroz capitalis­mo. O la defensa a ultranza de lo individual frente a lo colectivo; de la sociedad fragmen­tada en intereses diferenciados (las mujeres por un lado, los negros por otro, la juventud como valor en sí mismo…) frente al con­cepto de bien común; de la tolerancia (prohibido prohibir) entendida como un relativismo que impide toda confronta­ción real. Franco Battiato también aportó su verso clarificador: Las barricadas se alzan / por parte de la burguesía / que crea falsos mitos de progreso.

… Está claro. El 68 acabó y lo que ahora está naciendo es algo bien diferen­te. ¿Pero qué? Seguramente, aunque el miedo a las ideologías impida a los im­pulsores de esta revuelta llamar a las cosas por su nombre, se trata de reinven-tar una socialdemocracia que ha renun­ciado a un programa de mínimos. O di­cho con total simplicidad, que la izquier­da vuelva a reivindicar, sin complejos, la autonomía del Estado, de la sociedad civil, de los electores, ante los designios implacables de los mercados.

Porque si los jóvenes que ocupan las calles braman lo llaman democracia y no lo es lo hacen con la sospecha de que, al final, los grandes partidos tienen políticas económicas casi equivalentes. ¿No es cierto? No del todo. Pero admitamos que tampoco falta razón a los indignados”.

Benedicto XVI:   Discurso al Congreso sobre la Mater et Magistra, 16/5/11

“Pero no son menos preocupantes los fenómenos vinculados a unas finanzas que, tras la fase más aguda de la crisis, han vuelto a practicar con frenesí contratos de crédito que a menudo permiten una especulación sin límites. Fenómenos de especulación dañina se comprueban también con referencia a los productos alimentarios, al agua, a la tierra, acabando por empobrecer aún más a aquellos que ya viven en situaciones de grave preca­riedad. De forma análoga, el aumento de los precios de los recursos energéticos prima­rios, con la consiguiente búsqueda de energías alternativas guiada, a veces, por intereses exclusivamente económicos de corto plazo, acaba por tener consecuencias negativas so­bre el medio ambiente, además de sobre el propio hombre.

La cuestión social actual es sin duda una cuestión de justicia social mundial… Es, además, cuestión de distribución equitativa de los recursos materiales e inmateriales, de globalización de la democracia sustancial, social y participativa”.

SALMO 132

Ved qué bueno es, qué grato convivir los hermanos unidos.

Como ungüento precioso en la cabeza,

que va bajando hasta la barba, la barba de Aarón,

que va bajando hasta la franja de su vestidura.

Como rocío del Hermón

que va bajando sobre el Monte Sión.

Porque allí manda el Señor la bendición: vida para siempre.

COMENTARIO (Schöckel-Carniti)

El salmo suena como una bienaventuranza: la experiencia dichosa de la vida familiar es un aceite perfumado que lo aromatiza todo y rocío copioso refrescante en medio del bochorno.

Para expresar la fraternidad de la comunidad nacional y litúrgica, el aceite aromático es el de la unción del sumo sacerdote (según Éxodo 30,22-33), con el que se unge y consagra tam­bién la tienda y el arca, el altar y el candelabro y los utensilios del culto. El ungüento va des­cendiendo desde la cabeza hasta el pecho, desde el sumo sacerdote hasta el pueblo. El “pec-toral” llevaba engastadas, en tres filas de a cuatro, doce piedras preciosas, cada una con la inicial o las letras de cada tribu. La comunidad de tribus, como una joya compuesta de pie­dras diversas en unidad armónica. Sobre ella desciende el aceite de la unción sacerdotal.

El rocío del Hermón desciende prodigiosamente sobre la explanada del templo, donde se congrega la comunidad. Un rocío celeste, traído desde la más alta montaña al monte elegi­do por Dios: así ha de ser la hermandad de los israelitas.

Allí, al templo, a la comunidad de hermanos unidos, el Señor envía su bendición: bendición que es vida, vida duradera. Una vida fragante, húmeda y fecunda. El amor fraterno es una bendición que atrae bendiciones.

No os dejéis llamar señor mío, pues vuestro maestro es uno solo, y vosotros todos sois hermanos (Mt 23,8).

Por nuestro medio Cristo difunde por todas partes la fragancia de su conocimiento, por­que somos aroma de Cristo ofrecido a Dios (2Cor 2,14-15).

Celebremos y revisemos, a la vez, nuestra vida de comunión eclesial, en el equipo, en la HOAC, en la familia, con los vecinos, con los empobrecidos En cada persona se re-fleja el rostro de Dios, de Jesucristo, como imagen de Dios, hijo/hermano. El equipo hoacista es la comunidad de hermanos/as que nos ha dado el Señor (Francisco de Asís: el Señor me dio hermanos) para vivir la comunión y difundirla en las víctimas del mundo obrero.

 

“¡Mirad cuánta fecundidad y alegría

en la amorosa unión de los hermanos…!

Es el agua más reconfortante para los caminantes fatigados. Es el fuego más vivificador para los peregrinos de la noche.

Es el perfume condensado

Es el fruto más maduro del árbol del espíritu.

Es la plegaria con más fuerza para golpear el silencio de Dios. Es… ¡Dios mismo, hecho cercanía, vida y canción!

¡Mirad qué bendición de bendiciones

 

La Trinidad, principio y fundamento de toda comunión

La comunión de bienes:

Rovirosa considera como referente al Padre:

–  lo comparte todo con el Hijo

–  crea con espíritu de pobreza, siendo espléndido en sus dones

–  nos ha dado incluso a su Hijo, no se ha reservado nada En la base está la virtud de la pobreza.

La comunión de vida:

El referente es el Hijo:

–  todo lo que es lo ha recibido del Padre

–  no desdeña llamar hermanos a los que el Padre le ha dado

-“se despojó de su rango… se hizo uno de tantos…, obediente…” En la base está la virtud de la humildad.

La comunión de acción:

El referente es el Espíritu Santo:

–  no es sino el amor del Padre y del Hijo

–  es actuación del Padre y del Hijo en nosotros

–  alienta a los diferentes para una tarea común En la base está la virtud del sacrificio”.

(Vivencia de la triple comunión en Guillermo Rovirosa, mecanogr.)

POEMA-ORACIÓN (P. Casaldaliga)

AL CRISTO DE LA TRINIDAD

 

 

Tus manos sobre los Pobres, por Ti llegados a Dios

y acogidos en familia

de igualdad comunitaria.

 

Tus manos en las del Padre, corriente de un mismo Espíritu.

Trinidad venida a menos para hacernos todo a todos. Manos/Casa,

Llagas/Pascua,

 

¡Uno y nuestro!

¡Trinidad que nos arrastra

 

 

 

 

 

 

Alas/Vuelo,

 

 

Tus manos en cruz, tendidas hacia las manos del Mundo, orillas del Tiempo Nuevo, Camino, Verdad y Vida.

lucha adentro, Pueblo adentro, con el Hijo,

pobre Hermano,

también muerto!

 

El “cariño, la calidad y calidez de las relaciones,

la oferta gratuita y generosa de uno mismo es lo que permite a una persona

moverse por lo eterno de la existencia, por la plenitud del ser humano

(R. Becerril, Homilética 2011/3, 295)

Categorías: HOAC

Exigencias de renovación para la Acción Católica al empezar el siglo XXI

EXIGENCIAS DE RENOVACIÓN PARA
LA ACCIÓN CATÓLICA AL COMENZAR EL SIGLO XXI

 

P. Francisco Merlos A.

Universidad Pontificia de México.

 

La Acción Católicacomo expresión providencial dela Iglesia, en un momento determinado de su historia reciente, ha de mirarse hoy como parte de la tradición viva de la comunidad cristiana, que ha encontrado en ella una forma eficaz de vivir y proclamar el Evangelio, en un mundo que frecuentemente se niega a abrirse a la oferta del Dios de Jesucristo. Por lo mismo, hay que acercarse a ella en el reconocimiento de la riqueza que ha significado su presencia en el conjunto de las iniciativas que han surgido por todas partes para llevar a cabo la única misión universal.

 

En esta actitud propongo la presente reflexión que se compondrá de dos partes: I) El escenario que pide dela ACuna forma nueva de ubicarse, de pensar y de actuar. II) Los rumbos actuales hacia los cuales tiene que orientarsela ACpara que sea lo que está llamada a ser en el hoy del mundo y dela Iglesia.

 

I. EL ESCENARIO  ACTUAL: NUESTRA SOCIEDAD EN TIEMPOS DE CAMBIO.

 

No pretendo repetir lo que ya se ha dicho. Tampoco señalar los cambios específicos que hoy se están dando. Simplemente deseo comentar lo que el cambio significa hoy a fin de encontrar en él nuestra correcta ubicación.

 

1. La transición como algo ineludible, es una realidad tan antigua y a la vez tan nueva, que obliga a todo el mundo a asumirla sin dramatismo, a comprenderla con serenidad y a enfrentarla con sabiduría, a fin de caminar al ritmo de la historia, viviendo con dignidad y realizando los proyectos de vida que nos hemos propuesto.

 

1.1 Cómo entender la transición. Suele entenderse como un fenómeno social, histórico y cultural, que se presenta en forma permanente, con fuerza devastadora y de manera englobante. Este hecho que todos vivimos diariamente, rompe con la estabilidad y el equilibrio de la vida, exigiendo de los individuos y de las sociedades replantearse muchas cosas, revisar las actitudes, ajustar los comportamientos, confrontar los valores, en una palabra, tomar una posición activa para no sucumbir y sentirnos desbordados.

 

1.2 Las causas pueden ser de origen muy diverso: unas negativas como el desgaste, la decadencia, la pérdida de significaciones, la insatisfacción, el afán de novedad, la ineficiencia; otras positivas como la sana inquietud por renovarse, la necesidad de ser creativos, los anhelos de superación, la urgencia de hacer rupturas, la elaboración de nuevos proyectos. A veces el cambio viene sin que lo busquemos. A veces viene porque nosotros mismos lo provocamos. Y así tenemos cambios obligados y cambios que nosotros decidimos.

 

1.3 Las consecuencias inmediatas del cambio son múltiples y variadas:  van desde la crisis y el aturdimiento, hasta la inseguridad y la incertidumbre, pasando por el miedo, el conflicto, el desencanto y la necesidad de refugiarse en las propias seguridades. En realidad el cambio nos obliga a todos a revisar honestamente las más profundas fuentes de donde brota el sentido de la vida: los valores, las convicciones y las motivaciones que están en la base de nuestros proyectos de vida.

 

1.4 Al observar la sociedad contemporánea constatamos que ella vive un cambio como nunca antes se había dado en su historia. Es verdad que siempre han existido los cambios, pero la diferencia entre los cambios del pasado y el cambio actual es que éste es simultáneo (en todas partes), global (lo abarca todo), acelerado (es rapidísimo) e incontrolable (no lo para nadie). El cambio se da en todos los niveles y ámbitos de la vida, con intensidades diversas y ritmos diferentes, en mayor o menor grado, produce una convulsión que estremece, lastima y aturde a mucha gente.

 

2. Tanto en la sociedad como enla Iglesiaencontramos unos cambios que ponen el acento en cosas que antiguamente no eran tomadas muy en cuenta. Estos nuevos acentos exigen mantener lo bueno del pasado y promover lo bueno de la actualidad a fin de encontrar un equilibrio.

 

2.1 En la sociedad se está transitando:

 

-de una sociedad monolítica y uniforme a una sociedad plural y fragmentada

-de una sociedad reprimida y cerrada a una sociedad abierta y democrática.

-de una sociedad artesanal a una sociedad tecnificada

-de una sociedad respetuosa y piadosa a una sociedad irreverente y descarada

-de una sociedad con criterios morales claros a una sociedad permisiva y sin moral.

-de una sociedad comunitaria a una sociedad individualista

-de una sociedad aislada a una sociedad globalizada

-de una sociedad autoritaria a una sociedad donde todo se somete al debate…

 

2.2 Enla Iglesiase está pasando:

 

-de una Iglesia centro a una Iglesia signo

-de una Iglesia señora de la sociedad a una Iglesia servidora de la misma

-de una Iglesia centralista a una Iglesia participativa

-de una Iglesia fuertemente clerical a una Iglesia decididamente laical

-de una Iglesia excesivamente preocupada por lo espiritual a una Iglesia solidaria con las luchas, gozos, tristezas y anhelos de los hombres.

-de una Iglesia preocupada por la cantidad de su miembros a una atenta la calidad de los mismos.

-de una Iglesia aliada a los poderes de este mundo a un Iglesia fundada enla Palabrade Dios y en el Espíritu de Jesús.

-de una Iglesia excesivamente institucional a una Iglesia Pueblo de Dios.

-de una Iglesia demasiado ocupada en conservar tradiciones que a veces ya no significan nada a una Iglesia sensible a los signos de los tiempos donde el Señor no cesa de provocarnos.

-de una Iglesia muy centrada en los santos y en las devociones a una Iglesia centrada en la persona de Jesús…

 

Estos acentos nos dicen que a nuestra generación le ha tocado vivir como a caballo entre dos épocas: una que no acaba de morir junto a otra que no acaba de nacer. Y frecuentemente uno no sabe hacia dónde dirigir su mirada. Algunos se aferran al pasado que no quiere soltar a ningún precio, aunque sepan que muchas cosas ya nos les funcionan. Otros, en cambio, se aferran al presente y promueven los cambios a veces sin razón y sin saber a dónde quieren llegar con ellos.

 

3. Lo que verdaderamente está en juego en los cambios es la actitud y el sentido que pueda tener la historia para la humanidad entera y en especial para nosotros los cristianos. De esto va a depender en gran medida nuestra sabiduría para enfrentarlos.

 

3.1 No podemos olvidar que para los cristianos la historia es como un sacramento donde Dios se hizo presente, se hace presente y se hará presente. Es el lugar privilegiado y el único donde podemos encontrarnos con el Señor. Así fue en Israel y así es en la vida dela Iglesia. Poreso la historia tiene tan gran importancia cuando en ella se producen cambios que nos desconciertan.

 

3.2 Podemos entender la historia como el espacio natural del acontecer humano, donde se vive la conciencia del tiempo en su triple dimensión de presente, pasado y porvenir. Es el lugar insustituible de las opciones y de los proyectos, del conflicto y de la armonía, del fracaso y del éxito, de la oportunidad y del desencanto, de la contingencia y de la búsqueda de trascendencia, de la estabilidad y de los cambios, del sentido de la vida y de las contradicciones cotidianas…

 

3.3 La historia juega un papel muy importante en la vida de los seres humanos. Por un lado es condición para valorar la tradición y la herencia recibidas; por el otro es un requisito tanto para el progreso y el desarrollo humano como para realizar nuestros planes en solidaridad con los que comparten la misma historia que nosotros. La historia podemos verla a nivel personal, social y de salvación.

 

3.3 Frente a la historia hay diversas actitudes, algunas que nos facilitan y otras que nos estorban para vivirla con plenitud. Actitudes que estorban: huir de ella, pelear contra ella, soportarla como algo ante lo cual nada podemos hacer, mirarla de manera conformista. Actitudes que favorecen: sentirnos en ella como actores y protagonistas, no como simples espectadores; mirarla sin miedos que nos paralicen;  enfrentarla con lucidez para participar en su construcción; hacer discernimiento para comprender cuál es su sentido más profundo.

 

3.4 Los cristianos hablamos de la historia de la salvación. Y con ello queremos indicar la intervención gratuita y libre de Dios para encontrarse con la libertad del hombre en su realidad histórica, a fin de hacer alianza con él y poder realizar juntos un proyecto donde cada uno aporte lo que puede aportar.

 

II. ALGUNOS RUMBOS QUE SE ESPERAN DELA ACCIÓN CATÓLICAEN VISTAS DE SU RENOVACIÓN.

 

A la luz de lo que significan los cambios dentro de la historia que nos toca vivir, quisiera sugerir con gran respeto, algunas cosas que tal vez podrían servir ala ACpara que vuelva a encontrar su vitalidad primera, su lugar enla Iglesiaque tanto le debe y, sobre todo, su confianza en sí misma ante las nuevas situaciones que se dan en el mundo y enla Iglesia.

 

1. Retomar su carisma original para replantearlo, reorientarlo y reexpresarlo, de tal manera que siga siendo una expresión siempre actual del Espíritu del Señor, que nunca se echa para atrás cuando ha entregado sus dones ala Iglesia. Dejarque un carisma se apague es una forma de traicionar al Espíritu. Dios no cambia, pero ello nos pide ir descubriendo poco a poco de qué manera nosotros hemos de cambiar ante el Señor que siempre permanece fiel “porque El  no puede negarse a Sí mismo”.

 

* Para realizar lo anterior es indispensable enfatizar y clarificar los valores esenciales que siguen dando identidad ala ACy que ella no puede negociar. Permítanme que señale algunos de los más significativos:

 

* Indudablemente se trata de expresar de otra manera lo que han sido sus características fundantes y que nunca hay que perder de vista: su vocación evangelizadora, su condición laical, su carácter profundamente comunitario y sus lazos conla Iglesialocal y universal, representada en el obispo.

 

* Sin embargo, a partir de lo anterior, que sigue siendo válido, conviene subrayar algunas otras tan importantes como éstas:

 

+ Promover un laicado más maduro en el contexto de un mundo y una Iglesia que han madurado.

+ Aceptación incondicional de la situación de pluralidad dentro y fuera dela Iglesia.

+ Cultivar el sagrado don de la secularidad que permita a los laicos realizar un magisterio que sólo a ellos les pertenece.

+ Buscar una presencia más significativa en su Iglesia, subrayando no sólo los deberes que tienen, sino también los sagrados derechos que poseen: ser reconocidos, opinar y ser tomados en cuenta, discrepar, pedir cuentas, ejercer sus carismas, participar en la toma de decisiones, ofrecer su experiencia y capacidad, cuestionar lo antievangélico, asociación, recibir atención adecuada, ejercer su liderazgo cristiano,  ser respetado en sus opciones, formación, información…

+ Realizar sus tareas en la Iglesiacomo un auténtico ejercicio de la ministerialidad que brota de la acción permanente del Espíritu y no como una graciosa concesión que se les hacen. Los laicos enla Iglesia no pueden ser sólo sacristanes, sino personas amadas de Dios con una dignidad que nace de su consagración bautismal.

 

2. Atreverse a superar, en nombre del Evangelio y de su vocación laical, algunos obstáculos (insatisfacciones, malestares, desencantos) que le impiden ala ACy a sus miembros,  caminar con la libertad de los hijos de Dios. ¿Cuáles podrían ser?

 

+ No dejarse llevar por la subestima al pertenecer ala AC, como si sus miembros fuesen cristianos de segunda, debido a los cambios ocurridos enla Iglesia.

+ Superar la experiencia a veces dolorosa de no ser suficientemente apreciados por algunos sectores de la jerarquía, sintiéndose un poco relegados (traicionados?), después de haber nacido a su sombra, por su iniciativa y dispuestos a colaborar lealmente dondequiera que se les pidiera. Los miembros dela ACno pueden vivir su fe como sila Iglesiafuera únicamente la jerarquía.

+ El desconcierto que se experimenta ante el aumento y el éxito de otros muchos grupos y movimientos de Iglesia. Recordar la luminosa Palabra de Jesús: “en la casa de mi Padre hay muchas moradas”, por tanto nadie debe sentirse como el dueño de la casa de Dios. Ya es mucho que tengamos un lugar dentro de ella.

+ No fijar demasiado su atención en un pasado glorioso dela AC, olvidando las exigencias de la actualidad y los rumbos que se tienen que tomar en el futuro. El pasado tiene su importancia para volver a las fuentes. Pero cuando no queremos evolucionar entonces el pasado se convierte en un peso insoportable.

+ Jamás permitir que ala ACse le hayan cerrado los caminos, los espacios, y las formas de servicio en las circunstancias actuales; más bien reconocer que los cambios son un incentivo y una provocación para una creatividad acorde con el Espíritu del Señor hoy. Habría que preguntarse: ¿qué formas antiguas de apostolado hay que conservar y que formas nuevas hay que inaugurar?

 

3. Hacia una nueva postura de la AC en la realidad del mundo y de la Iglesia.

 

+ Quiero mirar ala ACcomo un viejo tronco que fue precursor en la era moderna de lo que después el Vaticano II promovería con acierto y claridad: la presencia del laicado enla Iglesiaes un elemento constitutivo y de ninguna manera algo simplemente secundario, periférico y accidental.La Iglesiano es la de Jesús si los laicos no tienen el lugar que nunca debieron haber perdido.

 

 

+La ACpodría seguir prestando un servicio inapreciable ala Iglesiay a los nuevos grupos apostólicos, si se animara a compartir la sabiduría que fue acumulando a lo largo de los años desde su fundación. De una persona con experiencia se espera sabiduría. Esta sabiduría tiene que ver con su fidelidad ala Iglesia, con su testimonio silencioso de los valores del Evangelio, con su espiritualidad de levadura en la masa, con su empeño por edificar el Reino de Cristo en las difíciles realidades temporales, con su profundo sentido de la oración y de los sacramentos… En nuestro tiempo esto no ha pasado de moda. Si algún movimiento o grupo nuevo olvida esto, estará renunciando a valores esenciales del Evangelio, por muy moderno que sea.

 

+La ACigual que todo grupo formado por hombres y mujeres, tal vez necesite profundizar en unos criterios que le darán muchas posibilidades para no caer en el estancamiento y el desencanto:

 

* la ruptura en la continuidad para saber qué se debe abandonar y que se debe conservar.

* la creatividad en la tradición para no pretender conservar lo antiguo como algo que nunca debe cambiar.

* la fidelidad al núcleo de valores que le dieron vida ala AC, pero reconociendo que tal núcleo ha de expresarse y vivirse en formas siempre nuevas, de acuerdo a las circunstancias.

* Saber discernir entre lo permanente y lo cambiante en la vida dela AC.

* Saber combinar con equilibrio el pasado con la actualidad.

* Seguir promoviendo los campos tradicionales de apostolado quela ACbien conoce, pero buscando abrir nuevos espacios para que el Evangelio llegue hasta donde tiene que llegar.

 

Una conclusión muy breve.

 

Finalmentela ACy cada uno de sus miembros, han de convencerse de que están llamados de una manera particular a vivir en su mundo diario como hijos e hijas amados dela Iglesia, orgullosos de ser creyentes comprometidos y no simplemente hombres o mujeres religiosos; pero por otro lado ellos viven en su Iglesia como hijos e hijas expertos, conocedores y amantes de su mundo, reconociendo que ese es el sitio donde han de acudir a la cita con el Señor, que los necesita para participar en la obra de salvación.

 

La centralidad de Dios en la vida del laico

 

La centralidad de Dios en la vida del laico

( un resumen de la conferencia en base a las notas que nos envió)

Fuente http://www.marianistas.org/

Juan Antonio Estrada

Jesuita. Licenciado en Filosofía UPC. Doctor en Filosofía por la U. de Granada. Maestro en Teología por la U. de Innsbruck. Doctor en Teología por la U. Gregoria­na.

Actualmente profesor titular en la Facultad de Filosofía de la U. de Granada Madrid 21 febrero 2008

1 – Recuperar la identidad de los laicos

     Hay actualmente un cambio en la teología de los laicos. El Concilio resalta que los laicos están consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo (LG 34). Recupera afirmaciones que antes se aplicaban sólo a los sacerdotes y a los religiosos. Antes la figura monacal irradiaba en todos los ámbitos de la Iglesia, de modo que el “Kempis” se convirtió en un libro de referencia para los laicos, y ahora son éstos los referentes de la espiritualidad que irradian sobre religiosos y sacerdotes.

     El Concilio proclama el sacerdocio existencial y el culto propio de los laicos (LG 34), que tienen que consagrar el mundo a Dios (LG 34; AA4). Tradicio-nalmente se consideraba al monje como el especialista en vida religiosa. Comentó que no le agradaba el concepto de “vida consagrada”, ya que este término debe hacer referencia a todo bautizado. Desde los primeros tiempos del cristianismo el laico era el cristiano.

     La teología del laicado del Vaticano II es consagrar el mundo a Dios. La consagración del mundo a Dios es también consagración a Dios en el mundo (GS 43). Se rechaza el espiritualismo, que huye de las responsabilidades mundanas (GS 43), y el individualismo aeclesial (GS 39), en favor de una es­piritualidad activa que cuestiona la superioridad tradicional de la vida con­templativa.

     La persona consagrada a Dios por el bautismo es el laico, que se constituye en el prototipo del cristiano, siguiendo las huellas de Jesús, un laico en la tra­dición judía. Recordar que Jesús de Nazaret era un laico en la sociedad ju­día. Y que no se distinguía precisamente por una vida ascética; le acusan los fariseos de bebedor y comilón. Jesús de Nazaret fue o es un sacerdote de la vida.

     El laico tiene abiertas las puertas a la relación con Dios desde la filiación y el seguimiento de Jesús. Ya no hacen falta mediadores para encontrarse con Dios. Todo laico tiene experiencias de Dios. Hablar de Dios desde la vida y narrar la propia biografía desde la relación con Dios. Para Rahner todo cris­tiano tiene que tener experiencia de Dios, tiene que tener vivencia de Dios. Es conocida su comentario: “El cristiano del siglo XXI o es un místico o no es


nada”, o perderá su esencia de cristiano. 2 – Inmanencia y trascendencia de Dios

     No debemos olvidar que los judíos son nuestros abuelos en la fe. Judaísmo e islamismo (el A. T. y en Corán) tienen algo en común. Para ambas religiones Dios es trascendente. Dios no es alguien con quien nosotros nos encontra­mos. La tradición bíblica remarca la trascendencia de Dios. El problema cen­tral para la tradición bíblica no era el ateismo, sino la idolatria : los falsos ído­los del dinero, del poder, de la sexualidad, … También san Agustín recalcó la trascendencia de Dios: “Si lo conoces no es Dios”. Pero Dios es siempre una pregunta, una búsqueda: “Estamos hechos para Dios y sólo descansaremos en Dios”.

     Pero lo más importante y novedoso del cristianismo no es esto sino ver a Dios enraizado en nuestra vida, en nuestra historia. Esto es lo que nos dis­tingue básicamente del judaísmo y del islamismo: es Jesús de Nazaret, en la inmanencia de la historia. Dios nos habla en Jesús de Nazaret. Un Dios que se hace presente en la vida humana. Jesús viene a enseñarnos una norma de vida, un nuevo estilo de vida que se centra en los valores del Reino. Dios viene a dar una respuesta al sufrimiento humano. Tener experiencia de Dios es vivir como Jesús. Ver a Dios a través de Jesús “como en un espejo”. Al encontrarnos con la vida de Jesús nos encontramos “como en un espejo” con el rostro de Dios. Recordar que los criterios del evangelio no son criterios re­ligiosos. Hay que hablar de Dios desde lo humano, desde nuestra propia vida. La vida del cristiano no es una vida individual, vivimos en comunidad. Recordar la respuesta de Simón Pedro a Jesús: “Señor, ¿a quien vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,67)

     Dios es trascendente desde la inmanencia de lo humano. Hablar de Dios desde lo humano. La experiencia laical vincula al Dios de la creación con el de la redención, a la naturaleza con la gracia, la autonomía de lo terreno con la potenciación de la libertad humana, llamada al discernimiento y la acción. Así surge una experiencia de Dios que genera mayoría de edad. La teología laical afirma la complementariedad de naturaleza y gracia, la identificación del Dios creador y el salvador, la progresividad del crecimiento humano y la santidad de vida. La posterior teología de las realidades terrenas, la teología política centroeuropea, y la teología de la liberación respondieron a esa nue­va dinámica conciliar. La nueva teología “naturaliza” la gracia y “sobre-naturaliza” lo humano, en el sentido del existencial sobrenatural de K. Rah-ner. En cuanto que “todo es gracia” (Bernanos) se resalta la universalidad del Espíritu, que no se limita a los ámbitos eclesiales. Por eso Rahner habla de “cristianos anónimos”, aludiendo a formas de vida convergentes con la con­cepción cristiana, personas que transparentan los valores evangélicos. Lai­cos que son un modelo para cristianos y no cristianos, y que no son personas religiosas.

     Toda búsqueda de Dios es iniciativa divina (que suscita el deseo fomenta la pregunta por Dios) y esfuerzo humano. Hay una dinámica en todo ser huma­no de búsqueda y deseos, que hacen vigente la búsqueda de Dios. A esto se añade el desplazamiento de la Iglesia por el Reino de Dios, meta última a la que se subordina la institución eclesial, y la necesidad del agente humano para construir ese reino en la historia. El laico es agente de la historia desde su relación con Dios en el seguimiento de Cristo.

3.-Un nuevo concepto de santidad laical

     La Iglesia no tiene la exclusividad de Dios. Recordó palabras de Gandhi, el hombre que luchó por la paz en la India: “Jesús tú no eres un europeo… Ven con nosotros a Asia”. Jesús de Nazaret viene a enseñarnos como hay que ser como Dios. Desde la humanidad de Jesús, Dios nos llama a una humani­zación de la vida. O encontramos a Dios en la relaciones intrapersonales, con nuestro conyugue, con nuestros hijos, con nuestros padres… o no lo en­contraremos.

     Un Dios que nos llama a una espiritualidad del compromiso. El pecado por antonomasia no es el pecado de la carne, sino el pecado de la injusticia. Es el pecado de no poner al servicio de los demás todas las potencialidades que Dios nos ha dado. Esta es la dinámica del Dios encarnado.

     Desde esta perspectiva la santidad de Jesús se inscribe en su humanidad (tan humano como Jesús sólo podía ser Dios mismo) y el crecimiento en per­fección evangélica conlleva la humanización de la persona, su mayor hondu­ra y sensibilidad, la apertura, desde la misericordia samaritana, ante las ne­cesidades. Jesús crece en sabiduría y gracia (Lc 2,52) y muestra un camino de humanización que tiene como meta llegar a ser persona, en cuanto ima­gen y semejanza de Dios. La imagen del Dios encarnado resalta la alteridad humana, que no se disuelve o elimina para dejar lugar a Dios. Dios se hace presente en la sociedad desde el testimonio de los laicos. La experiencia lai­cal de Dios lleva a una espiritualidad del compromiso. Hay que quitar obstá­culos al Dios cercano que se revela y abrirse a los más necesitados de la so­ciedad, recuperando lo misional. La teología tradicional pecaba de “sobrena-turalismo”, ya que para realzar la acción de la gracia minusvaloraba el papel humano en la construcción del reino de Dios.

     La nueva teología pone el acento en luchar contra las estructuras mundanas del mal, que se traducen en estructuras de pecado, contra el pecado colecti­vo y contra los ambientes que lo propician. “Los laicos procuren coordinar sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo, si en al­gún caso incitan al pecado, de modo que todo esto se conforme a las normas de la justicia” (LG 36). La espiritualidad laical es comprometida y el referente de solidaridad y de justicia es el concepto clave para comprender el pecado. En este contexto, el crecimiento humano es un criterio para discernir la vali­dez de una espiritualidad, ya que una afirmación de lo divino a costa del hombre es incompatible con el Dios que asume la alteridad humana y la po­tencia. Se trata de “ayudar a Dios” (Ettie Hillesum) a hacerse presente en el mundo, ya que Dios no desplaza a la persona sino que la pone en el centro, como agente de la historia. Desde ahí surgen las distintas posibilidades de una espiritualidad laical que se traduce en la política, en la cultura y en las instituciones sociales. La dinámica de una sociedad construida por los hom­bres, que a su vez, revierte sobre ellos y los construye socialmente, remite a una espiritualidad laica, militante y comprometida.

4.-La experiencia sacerdotal de los laicos

     Hay que transmitir la experiencia de una religión liberadora, porque parte de un Dios que lucha contra el mal y el sufrimiento. Esta forma de vida se con­vierte en el nuevo lugar “sagrado”, que genera conversión y apertura al Dios vivo. Ya no son las mediaciones tradicionales eclesiásticas, las que tienen la primacía, sino las de una espiritualidad comprometida y de apertura a todos los hombres. Es la línea también de las primeras generaciones cristianas, “to­do lo humano es nuestro”, que todavía vivían una espiritualidad laical, misio­nal y profana en el marco de la sociedad romana. Por eso es necesario transformar el modelo de sacerdocio desde la perspectiva de los laicos, del compromiso con el mundo y de la solidaridad con los más débiles.

     La interacción entre el cristiano y el ciudadano, en el contexto de una iglesia comunitaria y de una sociedad democrática, abre posibilidades en un nuevo momento histórico. Desde ahí se puede plantear la exigencia de la experien­cia de Dios. Hacer presente a Dios en el contexto de la sociedad secular y laica (emancipada de las iglesias e indiferente a lo religioso). Buscar a Dios al experimentar su lejanía y silencio en la sociedad. La muerte cultural de Dios y los microsentidos de la sociedad de consumo en confrontación con la búsqueda de Dios, desde la que se potencian las relaciones personales y se busca una humanización de la sociedad. El Dios de los laicos desde la op­ción por los marginados de la sociedad.

Bibliografía sobre el tema:

J. Martín Velasco, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Santander,

Sal Terrae 1999.

J.M. Castillo, Espiritualidad para insatisfechos, Madrid, Trotta, 2007.

Juan A. Estrada, El cristianismo en una sociedad laica, Bilbao, Desclée, 2006.

Juan A. Estrada, La espiritualidad de los laicos, Madrid, Ed. Paulinas, 1997.

•   Ha sido profesor invitado en varias Universidades Latinoamericanas.

Categorías: Laicos

Guía para la madre de un adolescente

Guía para la madre de un adolescente

Mónica Robles Santamarina

Revista Acción Femenina, mayo2011/año 78/956

 

 

Cuando pensamos en la adolescencia se nos vienen a la cabeza varias ideas: descontrol de las emociones, conductas de riesgo, rebeldía y desobediencia ante los padres, incomprensión, etc.. En general la percibimos como una etapa complicada y difícil, por la cual todos, incluyendo a nuestros propios hijos, se ha de pasar.

Sin embargo, la adolescencia es un tiempo crucial del desarrollo de cualquier persona, para alcanzar la madurez necesaria para convertirnos en adultos. Entraña importantes cambios físicos, de pensamiento, de la manera en la que nos percibimos a nosotros mismos y de cómo nos relacionamos con los demás. A pesar de las dificultades que conlleva, es necesario atravesar por ella.

Hoy pretendemos que se comprenda mejor y ofrecer algunos consejos prácticos para ayudar a nuestros hijos a atravesarla de la mejor manera posible, para así, llegar a convertirse en adultos maduros y responsables de sus propios actos.

¿CUANDO COMIENZA LA ADOLESCENCIA?

En general, empieza con la pubertad, proceso mediante el cual cualquier persona alcanza la madurez sexual y la capacidad para reproducirse. Para que se dé el inicio de la pubertad, tanto en hombres como en mujeres, transcurren alrededor de siete años. El proceso por lo común tarda cerca de cuatro años en ambos sexos y empieza aproximadamente dos o tres años antes en ellas que en ellos.

La edad promedio de entrada de los niños a la pubertad es de doce años, pero pueden empezar a mostrar cambios entre los nueve y los dieciséis años de edad. Las niñas, en cambio, comienzan a mostrar los primeros cambios relacionados con la pubertad entre los ocho y los diez años.

CAMBIOS CORPORALES, PSICOLÓGICOS Y SOCIALES

Todos conocemos los cambios físicos: «el estirón» de crecimiento, la maduración de los órganos reproductores, el engrasamiento de la voz, la menarca ( o primera menstruación), el crecimiento de vello en diferentes zonas del cuerpo, así como el aumento de peso y masa muscular son algunos de los cambios físicos que experimentamos todos durante este proceso.

Estos cambios corporales repercuten en los ámbitos psicológicos, de pensamiento y emocionales de todos los jóvenes. Es necesaria una adaptación a la nueva imagen corporal. Muchos adolescentes no se sienten contentos con su nueva imagen, no les gusta lo que ven en el espejo, lo que puede tener consecuencias como baja autoestima o los muy conocidos trastornos de la alimentación, sobre todo en las mujeres. >

Para que se produzcan estas modificaciones corporales, necesarias para alcanzar la madurez adulta, es indispensable que ocurran cambios hormonales en los jóvenes, los cuales repercuten en el estado de ánimo y en el comportamiento de los adolescentes. Las altas y bajas repentinas de humor repentinos, la atracción hacia el sexo contrario, el sentimiento de incomprensión, el aumento de agresividad, la rebeldía y las conductas de riesgo (consumo de sustancias prohibidas, actividad sexual temprana, etc..) son consecuencias comunes de las alteraciones hormonales.

El adolescente tiene que lidiar, día con día, con el hecho de que ya no se ve como era antes, que piensa y siente cosas de manera distinta y con la pérdida de interés en las actividades de la infancia. Experimenta confusión y dificultades para comprenderse a sí mismo y su nuevo papel dentro del mundo. Es importante que conozcamos el origen y desarrollo de estos fenómenos para comprender mejor a nuestros hijos y así poder ayudarlos en esta lucha.

En muchas ocasiones, debido a falta de conocimiento y experiencia, entorpecemos el paso de nuestros hijos por esta etapa, en lugar de ayudarlos en esta lucha interna y encauzarlos en el camino correcto.

¿QUÉ HACER CON NUESTROS HIJOS ADOLESCENTES?

Los padres hemos de definir, de común acuerdo, los límites, reglas y las consecuencias de no cumplirlas. El adolescente siempre se va a encontrar en una continua lucha entre sus deseos de autonomía e independencia y su miedo a los mismos. Nosotros como padres debemos ser muy claros y firmes en el momento de establecer límites y reglas para evitar aumentar su confusión.  De lo contrario, su sentimiento de confusión aumentará, lo que en vez de beneficiar a nuestros hijos, les hará más daño.

Hablar con nuestros hijos. El sentimiento de incomprensión es característico durante esta etapa. El adolescente se siente inseguro y, en muchas ocasiones, avergonzado tanto de los cambios corporales, como de las nuevas sensaciones y sentimientos que comienza a experimentar. Debemos, antes que nada, escuchar a nuestros hijos, darles oportunidad que nos hablen acerca de sus preocupaciones y cuestionamientos, y abrir las puertas a una comunicación adecuada. En ocasiones, sin ni siquiera darnos cuenta, somos nosotros mismos los que no permitimos que fluya la comunicación en nuestros hogares. Es necesario, entonces, fomentar la escucha atenta y comprensiva para aumentar así la confianza y mejorar las redes de comunicación entre los miembros de nuestra familia.

Evitar que existan temas tabúes. Lo que no se habla y aprende en casa, el adolescente lo aprenderá fuera de ella. Por ello es importante permitir que dentro del hogar se discutan temas como la sexualidad, las conductas de riesgo o el uso de drogas. Sólo así nos aseguraremos que lo que aprendan es lo adecuado, lo que los encaminará a tomar decisiones más informadas y maduras cuando lo requieran.

Ser pacientes y evitar reacciones desmedidas. No dejarnos llevar por emociones como la ira o el enojo en el momento de tomar decisiones sobre la educación de los hijos. Es importante mantener la calma y ecuanimidad, sobre todo en los momentos de crisis. Si explotamos y les gritamos a nuestros hijos, ¿cómo entonces podemos exigirles que no actúen de esta manera?

Reconocer lo positivo, no sólo castigar lo negativo. Muchas veces, nos enfocamos tanto en corregir las conductas y actitudes negativas, que nos olvidamos por completo de aplaudir lo positivo. El reconocimiento de sus logros, por pequeños que sean, ayudará a fomentar su autoestima y sentimiento de identidad.

Ser padres comprensivos, no amigos. Muchos padres se vuelven permisivos con el fin de evitar cualquier tipo de conflicto con sus hijos adolescentes. Al hacer esto caemos en un error casi igual de grave como el de ser completamente autoritarios e inflexibles.

No existe receta perfecta para educar a nuestros hijos adolescentes; sin embargo entre más nos demos a la tarea de conocerlos, comprender los cambios que viven y fomentar la comunicación y valores en nuestra familia, lograremos que atraviesen esta difícil etapa de la mejor manera posible.

Aunque existan casos más complicados que otros, todo adolescente pasa por un periodo de crisis durante esta etapa. En nuestras manos recae entonces la opción de ayudarlos o entorpecer su camino hacia la adultez..»

Categorías: JCFM, Mujer

Acción Católica, don del Espíritu Santo

Acción Católica, don del Espíritu Santo.

FIAC – FORUM INTERNACIONAL DE ACCIÓN CATÓLICA

ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA en colaboración con el PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS

«Duc in altum Acción Católica, ten el coraje del futuro!»

Congreso Internacional sobre La Acción Católica

Roma-Loreto, 31 de agosto/5 de septiembre 2004

 

ACCIÓN CATÓLICA, DON DEL ESPÍRITU SANTO PARA LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO

Conferencia de apertura del Congreso Internacional sobre la Acción Católica

Mons. STANISLAW RYLKO

Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos – Vaticano

Roma, 1 septiembre 2004

 

1. El tema de la presente relación nos introduce directamente en el corazón mismo de nuestro congreso. Es un congreso que quiere estimular el redescubrimiento de la Acción Católica como – precisamente – don del Espíritu Santo para la Iglesia de nuestro tiempo. Se trata de una cuestión de vital importancia para esta meritoria asociación laical. Su propuesta formativa y de evangelización – como veremos – es de extrema actualidad, por esto no debemos ceder a la tentación de una estéril “nostalgia del pasado” – como hacen algunos -, sino que debemos reencontrar el coraje y el espíritu profético para proyectarla confiadamente hacia el futuro.

El intento de este nuestro congreso, por consiguiente, quiere ser el de redescubrir la identidad de esta asociación y su necesidad en la Iglesia. En este punto, sin embargo, surge una pregunta: La Acción Católica necesita verdaderamente ser descubierta?.

Es una asociación laical muy notable, de larga historia y muy rica en sus frutos. Pensamos en tantas generaciones de fieles, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, para los cuales la Acción Católica ha sido y es aún hoy una escuela de sólida formación cristiana. Cuánto compromiso apostólico y amor por la Iglesia ha conseguido desencadenar en tantos fieles. Para cuántos laicos se ha convertido en una escuela de radicalidad evangélica y de auténtica santidad. Es muy extenso, en efecto, el elenco de santos y beatos que se cuentan entre las filas de los miembros de Acción Católica. Cuántas vocaciones sacerdotales, y religiosas han nacido de entre sus filas. Ha sido propiamente la Acción Católica quien preparó el terreno para la “hora del laicado” en la Iglesia de nuestro tiempo y para la renovación de la teología del laicado que ha llegado a su cumbre en las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Qué rico es el magisterio que los Pontífices han querido dedicarle a esta asociación que ha gozado siempre de su particular solicitud pastoral. Basta tan solo dar una mirada a nuestra biblioteca, hay tantos volúmenes escritos sobre la Acción Católica a lo largo de su historia. Y no obstante todo esto estamos persuadidos que en la actualidad la Acción Católica necesita ser redescubierta en la Iglesia. Debemos buscar redescubrirla todos: laicos y pastores, también sus asociados de larga data. Debemos descubrirla propiamente como don del Espíritu Santo para la Iglesia de nuestro tiempo.

Nuestro Congreso quiere ser, por tanto no sólo un momento de estudio, de diálogo, de intercambio de experiencias, sino sobretodo un tiempo de atenta escucha de lo que el Espíritu dice a la Iglesia (cfr. Ap 2,7) en este momento de la historia, al inicio del nuevo milenio de la era cristiana.

2. Nuestra reflexión sobre la Acción Católica se inscribe en el contexto actual de la vida de la Iglesia, contexto caracterizado por una “nueva época asociativa de los fieles laicos” suscitada por el Concilio Vaticano II; una circunstancia muy importante que debemos tener en cuenta. Al respecto escribe Juan Pablo II: “ En estos últimos tiempos el fenómeno de la asociativo laical se ha caracterizado por una particular variedad y vivacidad. Si siempre en la historia de la Iglesia las asociaciones de los fieles han representado en cierto modo una línea constante, como testimonian aún hoy las varias confraternidades, terceras órdenes y diversos sodalicios. Sin embargo, en los tiempos modernos, este fenómeno ha experimentado un singular impulso, y se han visto nacer y difundirse múltiples formas agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos. Podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos. En efecto Junto al asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomía y finalidad específica. Tanta es la riqueza y la versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta el tejido eclesial y tanta es la capacidad de iniciativa y la generosidad de nuestro laicado.” (Christifideles laici, 29).

Qué cosa quiere decir en realidad esta “nueva época asociativa”? Quiere decir ante todo un dato de la realidad que consiste en una estupenda riqueza de los nuevos carismas, de nuevas comunidades y agregaciones de laicos que el Espíritu Santo suscita hoy en la Iglesia. Es un gran signo de esperanza, signo de aquella “primavera cristiana” de la cual Juan Pablo II no se cansa de hablar. (cfr. Redemptoris missio, 86). Pero la “nueva época asociativa de los laicos” no es sólo un dato de la realidad. Es también un desafío lanzado a todas las asociaciones laicales a vivir y a testimoniar esta “novedad” de este “kairos” particular, esto es a reencontrar el entusiasmo y el arrojo espiritual de los propios orígenes, que con el paso del tiempo corren siempre el riesgo de debilitarse. En este sentido también la Acción Católica, ella en particular, está llamada a formar parte de los protagonistas de esta “nueva época”. Es una tarea muy comprometida y un gran desafío que la Acción Católica debe asumir.

 

3. Como guía segura en el redescubrimiento del rostro auténtico de la Acción Católica hemos escogido a Juan Pablo II. Este Papa ha dedicado mucha atención a esta asociación laical: El volumen recientemente publicado que recoge los discursos que él ha dirigido a la Acción Católica Italiana en el transcurso de sus 25 años de pontificado, consta de más de 300 páginas (cfr. “So che voi ci siete”. Venticinque anni di magistero sull’Azione Cattolica 1978-2003, Ed. AVE, Roma, 2003). Es una enseñanza dirigida a la Acción Católica Italiana pero sin ninguna duda de valor universal. Es una enseñanza extremadamente rica e iluminadora, con un fuerte valor profético. Es una enseñanza enraizada profundamente en la doctrina del Concilio Vaticano II, especialmente en la referida a la vocación y la misión de los fieles.

En el magisterio de Juan Pablo II sobre la Acción Católica no falta una significativa novedad, entre las cuales, una en particular concita nuestra atención. El discurso sobre la Acción Católica venía ligado tradicionalmente a la dimensión institucional de la Iglesia, según el paradigma clásico: la Iglesia local al centro y los laicos como colaboradores del apostolado jerárquico. En vez, en los últimos años las enseñanzas del Papa presentan, precisamente una importante novedad. Con fuerte insistencia el Santo Padre vuelve a hablar de la dimensión “carismática”. Parece que esta lectura por así decir “pneumatologica” de la naturaleza de esta asociación constituye verdaderamente un elemento nuevo y muy importante desde el punto de vista eclesiológico. Escribe el Papa: “Vuestra larga historia ha tenido origen en un carisma, esto es en un particular don del Espíritu del resucitado, el cual no hace faltar a su Iglesia los talentos y los recursos de la gracia de los que los fieles necesitan para servir a la causa del Evangelio. Queridos hermanos, reflexionad, con santo orgullo e íntima alegría, sobre el carisma de la Acción Católica “(8 de septiembre de 2003).

Esta impronta abre delante de la Acción Católica un horizonte nuevo y sumamente rico de consecuencias teológicas y prácticas. Ante todo recuerda a la Acción Católica la fuente originaria de su vitalidad y de su dinamismo la que continuamente debe informar el Espíritu Santo. En el plano práctico es una impronta que conduce necesariamente a la creación de puntos de contacto entre la Acción Católica y las nuevas comunidades, los nuevos carismas que el Espíritu Santo no cesa de hacer florecer en la Iglesia de hoy.

4.“Reflexionad/…/ con santo orgullo y con íntima alegría el carisma de la Acción Católica…” Esta es nuestra tarea durante este Congreso.

Reflexionar, redescubrir, acoger con renovado entusiasmo y con renovada fidelidad el carisma de la asociación. El Papa insiste: “Abríos con docilidad al don del Espíritu! Acoged con gratitud y con obediencia el carisma que el Espíritu Santo no cesa de donar generosamente! No olvidéis que cada carisma es dado para el bien común, esto es en beneficio de toda la Iglesia. (30 de mayo de 1998).

Examinemos más de cerca este carisma: cuáles son sus rasgos distintivos? El Concilio Vaticano II lo ha caracterizado sintéticamente con cuatro notas esenciales que en este punto vale la pena recordar: a) el fin inmediato de la Acción Católica es el fin apostólico de la Iglesia, esto es la evangelización y la santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias; b) los laicos colaboran con la Jerarquía según el modo que les es propio, aportando su experiencia y asumiendo su responsabilidad; c) los laicos actúan unidos a la manera de un cuerpo orgánico a fin de que se exprese mejor la comunidad de la Iglesia y el apostolado resulte más eficaz; d) los laicos actúan “bajo la superior dirección de la Jerarquía” la que puede sancionar esta cooperación incluso por medio de un “mandato”explícito. (cfr. Apostolicam Actuositatem, n. 20). El Papa sintetiza todo esto en cuatro palabras: misionariedad, diocesanidad, unitariedad y laicidad, (cfr. 8 septiembre 2003). En la lectura de estas notas conciliares nos golpea un poco el lenguaje un poco descarnado y esquemático. No olvidemos, sin embargo, que detrás de esta terminología se esconde la vida cristiana muy intensa de tantos cuadros de laicos, hombres y mujeres, adultos y jóvenes; se esconde su santidad auténtica, una fidelidad incondicional al Evangelio, un amor generoso a Cristo y a su Iglesia.

No obstante el paso de los años el carisma de la Acción Católica conserva su actualidad en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo. Juan Pablo II no se cansa de repetir que la Iglesia tiene una gran necesidad: “la Iglesia no puede prescindir de la Acción Católica. La Iglesia necesita un grupo de laicos que, fieles a su vocación y congregados en torno a los legítimos pastores, estén dispuestos a compartir, junto con ellos, la labor diaria de la evangelización en todos los ambientes./…/ necesita laicos dispuestos a dedicar su existencia al apostolado y a entablar, sobre todo con la comunidad diocesana, un vínculo que deje una huella profunda en su vida y en su camino espiritual. Necesita laicos cuya experiencia manifieste, de manera concreta y diaria, la grandeza y la alegría de la vida cristiana; laicos que sepan ver en el bautismo la raíz de su dignidad, en la comunidad cristiana a su familia, con la cual han de compartir la fe, y en el pastor al padre que guía y sostiene el camino de los hermanos”. (26 de abril de 2002)

Esta afirmación “ La Iglesia no puede prescindir de la Acción Católica” pone la atención ya sea en la Iglesia en la cual esta asociación vive y actúa ininterrumpidamente desde hace largos años, ya sea en aquella – en particular en Europa central y oriental – donde la Acción Católica renace después de largos años de supresión por parte del sistema totalitario del comunismo ateo. El Papa alienta fuertemente este renacimiento diciendo a los Obispos polacos en visita “ad limina”: “Es necesario que renazca. Sin ella la infraestructura del asociacionismo católico en Polonia sería incompleto” (12 de enero de 1993)

La Iglesia de nuestro tiempo necesita de la Acción Católica y son grandes las expectativas sobre ella. El Papa en este punto se muestra como un maestro muy exigente y pone por delante unas metas de mucho compromiso. Ha dicho recientemente: “La Iglesia tiene necesidad de una Acción Católica viva, fuerte y bella (26 de abril de 2002). Estos tres adjetivos son muy importantes y vale la pena reflexionar sobre ellos durante nuestro Congreso

5. Volvamos ahora a dos de los rasgos de la Acción Católica. Entre sus notas específicas “la estrecha relación con el Papa y con los Obispos”, es decir, la “diocesanidad” ocupa sin duda un lugar central.

Es obvio que todas las asociaciones laicales católicas están llamadas a vivir la comunión eclesial y jerárquica. Basta recordar los criterios de eclesialidad formulados en la Christifideles laici, n. 30. Pero para la Acción Católica estos son de los elementos, por así decir, constitutivos, en los cuales debe sobresalir. Juan Pablo II pone frecuentemente en evidencia esta nota esencial. Ya al inicio de su pontificado decía: “Yo confío en ustedes, porque la Acción Católica, por su íntima naturaleza, tiene una particular relación con el Papa y por ende con los Obispos y con los sacerdotes: esta es su característica esencial. Cada grupo “eclesial” es un modo y un medio para vivir más intensamente el Bautismo y la Confirmación, pero la Acción Católica debe hacerlo de un modo muy especial, porque ella se ubica en ayuda directa a la Jerarquía, participando de sus preocupaciones apostólicas (30 de diciembre de 1978).

En otra ocasión el Santo Padre agrega: “es esta la característica que debe distinguiros, es a la vez la fuente y el secreto de la fecundidad de vuestro trabajo por la edificación de la comunidad eclesial” (27 de septiembre de 1980). Esta relación particular con la Jerarquía debe generar en los miembros de la Acción Católica una actitud de escucha y de filial obediencia con el Magisterio y con la disciplina eclesial.

Queda subrayado finalmente que la estrecha colaboración con los sacerdotes no tiene nada que ver con la “clericalización” de los laicos. Ella implica, por el contrario, un profundo respeto recíproco de la especificidad de la vocación de cada uno. Particularmente no elimina, ni siquiera limita en la vida de los laicos, su libertad de iniciativa y su justa “autonomía”. No es por tanto un límite, sino un modo más profundo y más radical de vivir la comunión eclesial, que es una comunión orgánica en la que todas las vocaciones y todos los estados de vida conviven armónicamente.

El “servicio a la Iglesia local”– al que nos hemos referido precedentemente – es la segunda nota distintiva importante del carisma de la Acción Católica. Es una expresión de su intenso y apasionado “sentire cum Ecclesia” en todo su realismo, en el que el misterio de la Iglesia se encarna en una comunidad diocesana y parroquial concreta y se convierte así en casi tangible. El Papa explica que este particular tipo de eclesialidad debe traducirse en “compromiso de asociación que deviene escuela de apóstoles y de discípulos, que viven para la Iglesia local en la que se encuentran, al servicio de su vida y de su proyecto pastoral” (9 de diciembre 1983).

Tal carisma genera en los laicos un verdadero amor a la Iglesia particular (diócesis, parroquia), un fuerte sentido de corresponsabilidad por la comunidad cristiana local, un generoso compromiso de servir a la comunidad y a su misión.

Para recapitular, recordamos nuevamente las palabras del Papa: “la Iglesia os necesita, porque habéis elegido el servicio a la Iglesia particular y a su misión como orientación de vuestro compromiso apostólico: porque habéis hecho de la parroquia el lugar en el que día a día expresáis una entrega fiel y apasionada” (8 de septiembre de 2003).

Es necesario decir, sin embargo, que esta perspectiva de “diocesanidad” tan fuerte en la vida de la Acción Católica, no se opone en absoluto a la apertura universal. Por el contrario, en este momento histórico de la vida de la Iglesia tal apertura resulta particularmente importante. Esto se traduce concretamente, entre otras cosas, en las relaciones y contactos entre las asociaciones nacionales de Acción Católica para favorecer el conocimiento recíproco, la reflexión común sobre la identidad de la asociación misma y el intercambio de experiencias acerca de los modos de afrontar los grandes desafíos de la evangelización en el mundo contemporáneo.

Este intercambio de experiencias entre las asociaciones nacionales de la Acción Católica ya ha dado como fruto un creciente sentido de solidaridad entre los cristianos de varios países, junto al descubrimiento de la dimensión mundial de los grandes problemas de la sociedad contemporánea a nivel social, económico, político y cultural, frente a los cuales los cristianos no pueden permanecer indiferentes, sino que deben dar la propia respuesta. (la globalización!).

Es desde esta exigencia que ha nacido una iniciativa nueva en el ámbito de la Acción Católica que asumió la forma del “Forum Internacional de la Acción Católica“ (FIAC), aprobado por nuestro Dicasterio primero en 1995 “ad experimentum” y después en el año 2000 en forma definitiva. El Pontificio Consejo para los Laicos acogió esta iniciativa con gran satisfacción, porque desde su inicio vio en este nuevo organismo un instrumento providencial para dar un nuevo impulso a la vida de la Acción Católica que en algunos países mostraba signos de cansancio y de debilitamiento en el camino.

Es importante notar que el presente Congreso nació y fue realizado propiamente por el FIAC junto con la Acción Católica Italiana. A ellos van por tanto nuestras vivas felicitaciones y nuestra profunda gratitud.

6. Entre los grandes desafíos que la Iglesia afronta en nuestra época, la formación cristiana de los fieles laicos es sin duda uno de los más importantes y urgentes. Sin un intenso esfuerzo educativo, hablar de “la hora del laicado” en la Iglesia corre el riesgo de convertirse en una retórica vacía. Dice Juan Pablo II: “En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y reclama modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta duramente a prueba y no raramente sofocada. Se advierte, por tanto, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. Necesitamos hoy personalidades cristianas maduras, conscientes de la propia identidad bautismal, de la propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Necesitamos comunidades cristianas vivas!” (30 de mayo de 1998).

La formación cristiana siempre ha tenido como epicentro el encuentro con la persona viva de Jesucristo. En el momento en el que él entra en la vida de una persona, la cambia radicalmente. Por eso el rol central en todo proceso educativo en la fe se centra en el redescubrimiento del Bautismo. Escribe el Papa: “No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, para que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación recibida de Dios” (Christifideles laici, n.10).

En este contexto la Acción Católica se presenta como un instrumento privilegiado de formación cristiana del laicado. La formación ha sido siempre su gran prioridad. El Papa la caracteriza del siguiente modo: “La Acción Católica es escuela de formación permanente, porque abraza todas las edades y las condiciones de vida, es gimnasio de educación integral, humana, cultural y pastoral, por su fin mismo que es el mismo fin global apostólico de toda la Iglesia. Poned al centro de cada uno de vuestros proyectos formativos el primado de la vida espiritual, así lo exige la respuesta que todos, como bautizados debemos dar a la llamada fundamental a la santidad“ (24 de abril de 1992). Al mismo tiempo el Papa pone en guardia contra el riesgo de un replegamiento sobre sí mismo, de un intimismo, de una fuga hacia un espiritualismo desencarnado y no comprometido en el mundo. Por eso recuerda que “la dimensión formativa sería evidentemente comprendida de un modo erróneo y restringido si estuviera aislada de aquella actividad, de la “acción” precisamente, como dice el nombre mismo de vuestra asociación, o peor aun si estuviera absurdamente contrapuesta. Por el contrario, como la formación es la raíz de la misionariedad, la formación debe ser intrínsecamente misionera, orientada a la acción apostólica. De esto deriva también su extensión. Una auténtica formación de laicos de Acción Católica debe abarcar junto a la temática espiritual y teológica, la Doctrina Social de la Iglesia y todo lo que sea idóneo para impregnar con la fuerza redentora del Evangelio el interior de las realidades temporales” (25 de abril de 1986).

El Papa supera el debate, típico de los años setenta, entre los que afirmaban la “elección religiosa” de la Acción Católica y quienes la consideraban ya superada. La “elección religiosa” para el Papa comprende intrínsecamente el compromiso social. Es ésta una característica muy importante en el contexto actual, cuando la cultura dominante trata de encerrar la religión en el ámbito exclusivamente privado, quitándole así todo valor social y público.

Señalamos, finalmente, que la formación en el interior de la Acción Católica tiene un carácter puramente eclesial en el sentido que está radicada profundamente en el mismo tejido de la comunidad parroquial. No al lado, no paralelamente, sino en el interior de la Iglesia local. Es una formación que crea en los laicos un fuerte sentido de pertenencia que se expresa en la actitud de corresponsabilidad y en la identificación psicológica con la parroquia (la formación de un vivo y profundo “nosotros” comunitario!)

Teniendo en cuenta su larga y fructífera experiencia educativa, el Papa confía a la Acción Católica el delicado encargo de ser “modelo” del camino formativo para los otros cristianos. (cfr. 8 de diciembre de 2001). No se trata de una pretensión “monopólica” o sea de una actitud de superioridad en la comparación con las otras asociaciones, sino fundamentalmente de una llamada a un humilde servicio en la comunidad eclesial para ayudar a los otros a alcanzar la madurez de la fe. Se trata de poner el carisma de la asociación y la pedagogía de la educación cristiana que nace, al servicio de la Iglesia particular.

7. La Iglesia vive en nuestro tiempo un kairos particular. Entre los grandes y dramáticos desafíos que el mundo contemporáneo lanza a los cristianos, no faltan las luces de esperanza encendidas por el Espíritu Santo. Él continúa ininterrumpidamente su obra en el mundo y “renueva la faz de la tierra”. Vienen a mi mente las palabras que Dios pronunció por boca del profeta: “ yo estoy por hacer algo nuevo, ya está germinando, ¿no lo reconocéis? “ (Is 43, 19).

Como he dicho al comienzo, nuestro Congreso quiere ser un tiempo de escucha de lo que “el Espíritu dice a la Iglesia” hoy (cfr. Ap 2, 7). Esto quiere ser para todos nosotros una escuela de esperanza, pero no de una esperanza fácil, ilusoria, de poco valor, sino de una esperanza que no defrauda. Por eso hemos elegido como guía de nuestra reflexión al Papa Juan Pablo II, gran profeta de esperanza de nuestro tiempo. Hablando de los signos de esperanza presentes en la Iglesia en los umbrales del tercer milenio, el Papa ha dicho: “ El Espíritu Santo impulsa hoy a la Iglesia a promover la vocación y la misión de los fieles laicos. Su participación y corresponsabilidad en la vida de la comunidad cristiana y su multiforme presencia de apostolado y de servicio en la sociedad nos inducen a aguardar con esperanza, en el alba del tercer milenio, una epifanía madura y fecunda del laicado (25 de noviembre de 1998).

Ésta es pues la gran tarea que se perfila delante de la Acción Católica: dar su propia contribución a esta “epifanía madura y fecunda del laicado” No es una tarea fácil! Requiere de toda la Acción Católica, en sus variadas manifestaciones y formas organizativas, una renovación profunda y continua. Requiere especialmente un nuevo espíritu profético para una presencia fuerte e incisiva en la Iglesia y en la sociedad: ser la sal evangélica que da sabor, ser la luz que ilumina, ser la levadura que transforma. Requiere el coraje renovado de ir contra la corriente respecto a la cultura laicista, sin tener miedo de poner al hombre contemporáneo frente a las exigencias radicales del Evangelio.

Una Acción Católica “viva, fuerte y bella”- como dice el Papa- pero sobre todo clara y exigente en la propuesta de vida cristiana, que tenga siempre como horizonte la llamada universal a la santidad. Una Acción Católica fiel a su carisma originario que- como hemos visto – Juan Pablo II, sobre el camino de tantos de sus predecesores, ha descrito con colores tan fascinantes. Es esto una utopía? No, es una llamada, una tarea y un programa a seguir. Y esta la gran aventura del Espíritu para la Acción Católica que ya ha comenzado. El Papa gran profeta de la esperanza no cesa de alentarla: “Acción Católica no tengas miedo! Tu perteneces a la Iglesia y estáis en el corazón del Señor, que no cesa de guiar tus pasos hacia la novedad jamás descontada y nunca superada del Evangelio” (26 de abril de 2002). Y en otra ocasión “Duc in altum, Acción Católica! ten el coraje del futuro; no te dejes tomar por la nostalgia del pasado. No tengas miedo de confiarte al viento del Espíritu y de transitar la ruta siempre nueva del Evangelio. No tengas temor de renovarte” (29 de abril de 2004).

Tengamos en cuenta que está en juego una importante causa de la Iglesia – nuestra causa! Res nostra agitur! A esta causa el Pontificio Consejo para los Laicos busca dar su propia contribución. Estoy aquí como su Presidente, para reconfirmar delante de vosotros que la Acción Católica, en sus variadas formas organizativas, constituye una de las importantes prioridades en la misión de nuestro dicasterio al servicio de los laicos. Buscamos ser intérpretes fieles de la solicitud pastoral de los Pontífices en relación con esta meritoria asociación eclesial.

En conclusión, solo me resta augurar que este Congreso llegue a ser una verdadera piedra angular, un encuentro que abra en la vida de la Acción Católica una nueva estación de primavera, y que la haga redescubrir por muchos como don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo

 

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