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Material para vivir el Adviento 2017 de la ACE

 

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Un encuentro con la vida

Material para vivir el Adviento 2017 de la Acción Católica de España

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Categorías: General, Liturgia

Sobre la pastoral del noviazgo: algunas premisas para articular un itinerario de fe para novios

Se siente con urgencia la necesidad de reestructurar la pastoral del noviazgo, ofreciendo una preparación al matrimonio mucho más integral y articulada, estructurada en forma de Itinerarios de fe para novios

El artículo sugiere algunos criterios para crear y articular esos Itinerarios de fe: la vocación al amor como un camino de fe, pues ambas realidades son inseparables y se iluminan recíprocamente; la importancia de conocer bien el perfil del sujeto −los novios− al que va destinado el Itinerario de fe; entender el noviazgo como un tiempo en que comienza a generarse una nueva identidad en el sujeto: su ser esponsal; redescubrir la centralidad de la vocación del cuerpo y el significado de la diferencia sexual; encuadrar el tiempo del noviazgo dentro de la estructura sacramental de la vida cristiana, si no queremos diluirlo en otros enfoques que desvirtúan su más neta identidad. Los diferentes momentos del Itinerario de fe para novios han de integrarse dentro de una liturgia familiar y doméstica que es, a día de hoy, una realidad que la pastoral familiar debe volver a recuperar.

Se siente con una urgencia cada vez mayor la necesidad de reestructurar la pastoral del noviazgo. La inquietud no es nueva, pues ya la recogió en su momento el concilio Vaticano II[1], la Familiaris consortio en el año 1982[2], el Directorio de la pastoral familiar en España[3], Benedicto XVI[4] y, más recientemente, el Papa Francisco[5]. Es importante tomar conciencia de que la atención pastoral a los novios es una responsabilidad de toda la Iglesia y, de una manera más concreta, de las diócesis, que son las que articulan en lo concreto la fisonomía de esta pastoral específica.

A día de hoy, la pastoral del noviazgo acusa la dirección por la que camina la pastoral en general, guiada aún por un principio cuanto menos cuestionable: se sigue dando la primacía al criterio de lo urgente, y se margina lo importante y necesario, quizá porque requiere más tiempo y, a la larga, implica mayor lentitud en los resultados. Es importante también no plantear el noviazgo como una situación a resolver, o como una realidad pastoral aislada, es decir, desvinculada de otros sectores de la pastoral, tal como ya indicó en su momento el Directorio de la pastoral familiar en España[6]. En particular, sería muy recomendable que la pastoral del noviazgo estuviera articulada en conexión con otras catequesis, sobre todo con la de los jóvenes que sepreparan para la Confirmación. Es verdad que la Iglesia tiene el deber pastoral de acompañar a los matrimonios y a las familias; pero, una pastoral familiar que quiera ser eficaz a medio y largo plazo, ha de comenzar por afianzar, desde el punto de vista catequético, todas las etapas previas al matrimonio hasta llegar a la etapa del noviazgo. Así, en la catequesis de Confirmación, o en la pastoral de jóvenes debería trabajarse ya, por ejemplo, toda la educación afectivo-sexual, tocando cuestiones que en el noviazgo pasan a ocupar un puesto central.

Es también un sentir general que los cursos de novios, tal como siguen planteándose en la actualidad, no responden adecuada y suficientemente al interés pastoral y existencial de esta etapa del noviazgo. Con una preparación al matrimonio que siga centrándose tan solo en los cursillos de novios seguiremos moviéndonos en una pastoral vocacional de mínimos que, en la práctica es permitida para el sacramento del matrimonio, pero no para el sacramento del orden o para la vida consagrada. En este sentido, los últimos Papas no han dejado de marcar claramente el horizonte hacia el que hay que caminar, insistiendo en la idea de una preparación al matrimonio mucho más integral y articulada, tanto remota, es decir, comenzando en la familia, como próxima e inmediata, es decir, estructurada en forma de Itinerarios de fe para novios[7]. Estos Itinerarios de fe no son solo catequesis o cursos sobre el matrimonio. Se trata, más bien, de una especie de catecumenado, es decir, una experiencia más integral, que busca suscitar, animar y sostener la fe y la conversión de los novios, a través del camino y de la experiencia del amor que ellos están haciendo. Estos Itinerarios pueden organizarse tanto a nivel parroquial como interparroquial; pero, en cualquiercaso, es importante que el criterio de la unidad guíe su estructuración en toda la diócesis. A este criterio de la unidad, pueden añadirse otros, que aquí sugerimos de manera breve y sucinta.

1. La vocación al amor como camino de fe

Evangelizar no es otra cosa que anunciar el Evangelio, para suscitar la fe en el sujeto, en el caso de que esa fe se hubiera perdido, y para suscitar una más profunda conversión de vida, en el caso de que el sujeto que se acerca tenga todavía una fe aún viva. En los milagros, en la predicación, en los diálogos con los distintos personajes del Evangelio, Cristo busca siempre una respuesta de fe en aquel que se le acerca. Pero, la fe está unida íntimamente al amor; es más, la fe es una forma de amar. En labios de Cristo, la pregunta “¿Crees en mí?” bien podía resonar en el corazón del que le escuchaba como un “¿Me amas?”. Por tanto, acompañar la experiencia de amor de los novios es ya una forma y un camino de evangelización, que toma pleno sentido cuando se trata de un camino acompañado desde las etapas previas de la catequesis. Hay una fuerte correlación entre la experiencia de fe de los novios y la experiencia de amor que ellos están viviendo[8]. Esa experiencia de amor que viven es tan profunda, toca tan en la raíz lo más íntimo de la persona, que sacude desde sus cimientos lo más central de su existencia. El noviazgo, además, supone una ocasión en que vuelven a replantearse muchas de las cuestiones más radicales de la vida, removidas por la experiencia impactante que supone la irrupción del amor y del otro en la propia vida. Por eso, en el contexto de esta experiencia de amor, el planteamiento de la cuestión de Dios y de la vivencia de la fe termina siendo algo ineludible en la relación de pareja y una ocasión privilegiada para el anuncio del evangelio del amor por parte de la Iglesia. Así pues, la atención evangelizadora de la Iglesia en esta etapa del noviazgo es crucial, pues en ella está en juego el fracaso o no de una vida y, por ende, el crecimiento o no en la fe.

La actual tendencia cultural inclina hacia una polisemia de significados en torno a la sexualidad y el amor, que incitan a la pareja de novios a inventar y reinventar su propia experiencia de amor, recluyéndola en el ámbito privado de sus deseos, proyectos y elecciones[9]. Ahora bien, frente a esta “invención del amor” por parte del sujeto, la pastoral del noviazgo ha de proponer más bien la “revelación del amor”, es decir, el descubrimiento de un Amor primero y originario, que se hace presente y acompaña la experiencia de amor de los novios. Ese Amor no es subjetivo, no nace en la voluntad o en el deseo de los novios, no lo diseñan ellos según su gusto o a su medida, sino que es objetivo, es decir, les precede, y ha de ser recibido y redescubierto por ellos en la experiencia de amor que les une. Una de las claves del noviazgo ha de ser precisamente ayudar a los novios a descubrir en sus vidas esta revelación del amor, este don inicial de un Amor primero y radical, que va por delante y que ellos reciben como un don en el camino de amor mutuo que están iniciando. Aprender a recibir este don primero del amor es importante para que los novios aprendan a amar y a entregarse el amor mutuamente. Después, el acompañamiento personal y toda la preparación que ofrezca el Itinerario de fe habrán de ayudar a los novios a dar el paso de ese amor, recibido inicialmente como don, al horizonte de una vida que ha de entenderse como don mutuo de sí. Así pues, una de las tareas evangelizadoras centrales a lo largo del noviazgo será la de enseñar a los novios a descifrar su experiencia de amor a la luz de la Revelación y del diseño divino sobre el amor humano, siendo conscientes de que en ese camino ambos pueden llegar a vivir una nueva e intensa experiencia deDios. Aquí está la verdadera catequesis hacia la que ha de orientarse el noviazgo, sabiendo aprovechar la pedagogía del amor para anunciarles, precisamente, el Evangelio del amor.

2. El sujeto del noviazgo

A la hora de dar perfil propio a la pastoral del noviazgo es fundamental conocer el destinatario a quien hemos de acompañar. Uno de los principales obstáculos para la evangelización en general, y para la pastoral del noviazgo en particular, es el sujeto romántico y emotivista con el que hemos de dialogar. Se le ha llamado “sujeto líquido”[10], es decir, afectivamente débil y frágil, que vive sumido en la soledad afectiva de su propio individualismo. Los novios que se acercan al matrimonio adolecen de esta personalidad narcisista y adolescente, que vive anclada en una visión del amor y del matrimonio definida desde la emoción y el sentimiento. Es la dificultad de fondo para entender el amor en clave de compromiso, donación de sí y comunión. Urge, por tanto, reconstruir el verdadero sujeto afectivo: un sujeto que sepa integrar toda su vida afectiva en la vocación al amor y en la lógica del don y la comunión, que es el eje del amor, primero en el noviazgo y, de una manera más clara y directa, en el matrimonio. Por eso, como hemos dicho antes, es importante preparar el noviazgo ya en las etapas catequéticas previas.

Este sujeto emotivista es, además, autónomo e individualista. Le cuesta integrar el valor de las relaciones personales en el proceso de formación de su propia identidad humana y personal. Esta es otra de las dificultades de fondo que tienen los novios para integrar en su proyecto de vida las nuevas relaciones que se empiezan a entablar y, sobre todo, para llegar a descubrir una de las más importantes conquistas del noviazgo: ese bien común que es el “nosotros”, una realidad que comienza a construirse ya en el noviazgo y que está llamada a ser el bien específico que se ha de buscar en la entrega mutua del matrimonio. El otro riesgo del individualismo será confundir la intimidad del amor con el intimismo y el subjetivismo, es decir, convertir el noviazgo en un espacio acotado y tranquilizador, en el que se busca ante todo la consonancia de sentimientos, emociones y estados de ánimo, más que el ideal por construir una entrega mutua y compartir un proyecto de vida. Es una forma más de convertir la experiencia amorosa en una experiencia puramente sentimental. Con el tiempo, muchas parejas que recorrieron así, sin el acompañamiento adecuado, este camino del noviazgo, comienzan la andadura de su matrimonio acusando muy pronto un desgaste afectivo grande y una clara desorientación, pues se casaron sin saber muy bien para qué.

La falta de unidad de vida caracteriza también a este sujeto, que es hijo de una cultura que vive sumida en una crisis de temporalidad. A su desestructuración afectiva se añade así la dificultad para plantearse la vida como un todo unitario e integrado, como un proyecto. La linealidad del tiempo deja paso a un tiempo fragmentado, concebido como un conglomerado de momentos y etapas, en el que hay poco espacio para un incierto futuro. En este ahora inmediato, el único que preocupa, se suceden los ámbitos, acciones y funciones, con el riesgo de convertir el matrimonio en una mera superposición de convivencias, de roles y de tareas, en el que difícilmente cabe un proyecto a medio o largo plazo. De aquí nace otra de las dificultades de fondo para plantearse el matrimonio no como algo pasajero sino como una vocación de vida, y no como una mera convivencia funcional y consensuada sino como un camino de comunión en el que prima el ideal común del “nosotros” conyugal. En esta perspectiva, los novios han de aprender a descubrir que la fuerza del amor verdadero, entendido como entrega y don de sí, es capaz de polarizar todas las dimensiones de la vida y todo el tiempo de la persona.

Es verdad que muchos de estos novios se acercan al matrimonio sin haber conocido en su vida un referente ejemplar y positivo. Cada vez más parejas proceden de familias desestructuradas, en las que han aprendido una vivencia del amor y del matrimonio al margen de la fe, y de las que heredan carencias afectivas de muy diverso tipo. Todo este bagaje recibido será una pieza clave del noviazgo, hasta el punto de que puede llegar a determinar en positivo o en negativo la experiencia de amor de la pareja a lo largo de esa etapa. El contraste es grande porque, con todos estos presupuestos negativos, el amor que los novios experimentan les abre de manera natural hacia un horizonte de infinitud que el mismo amor promete y hacia el que los novios se sienten atraídos de manera irresistible. La labor de acompañamiento personal, que también pueden realizar otros matrimonios estables y duraderos, será decisiva para hacer visible que el ideal del amor es posible. La guía personal habrá de ayudar a estos novios a integrar todas sus propias limitaciones y carencias en un horizonte mayor, hacia el que apunta el amor y que no es otro sino el descubrimiento de un Amor más grande, incondicional y eterno, en el que ambos han de apoyarse, si quieren dar solidez y permanencia a su camino.

3. Hacia una nueva identidad

El noviazgo es un tiempo en que se comienza a adquirir una nueva identidad: la identidad esponsal. Es el tiempo de pasar del yo al tú, del tú al nosotros, y del nosotros al “Dios en nosotros”. Entre estos diferentes niveles no se da un crecimiento lineal sino que se viven todos a la vez y se crece en la unidad de todos ellos. ¿Cuáles son las relaciones que hay que resituar? En primer lugar, la relación de cada uno consigo mismo, con su biografía personal, con todo ese bagaje personal que cada uno de los novios trae a la nueva relación de pareja. Muchas de las crisis que se van generando en la convivencia del matrimonio tienen su raíz en esa herencia familiar que cada uno aporta al propio matrimonio: su educación, el modelo de familia de sus padres, carencias afectivas, criterios de vida aprendidos de los padres, lo que cada uno ha sido o no antes del noviazgo… Lo difícil será, primero, reconocer ese legado que cada uno aporta a la relación de pareja; después, integrarlo en la nueva relación que se asume y, más tarde, en el proyecto común de matrimonio que se quiere buscar. Del contraste con las tradiciones y la herencia familiar del otro ha de surgir una ardua tarea de autocrítica y autoconocimiento que, por otra parte, encuentra en el amor del noviazgo el clima idóneo para la corrección, la mejora y la superación.

Están también los contenidos derivados de la relación de pareja que ambos han asumido y a la que tienen que ir dando fisonomía y perfil propio. De la atracción meramente física se llega a la atracción hacia los valores masculinos y femeninos del otro, con lo que se dispone ya el camino hacia un progresivo descubrimiento del significado personal del otro. Es el momento de cultivar actitudes interiores: la fidelidad, la estima mutua, el respeto recíproco, la comprensión y aceptación, la escucha… En este clima de creciente confianza e intimidad, el amor hace posible las tareas más arduas que conlleva el mutuo conocimiento, como corregir las desviaciones, contrastar pareceres, lograr conquistas comunes, vivir el perdón y la corrección… Todo esto supone un paso de maduración importante, dentro del ámbito psicológico y afectivo, en el que se va interiorizando cada vez más la mutua complementariedad. En este ámbito personal, se va conquistando un descubrimiento mayor: la totalidad de la persona amada, que se nos aparece como única, exclusiva e irrepetible. Este valor total de la persona va pasando a un primer plano, hasta el punto de que la relación yo-tú va encontrando su centro: buscar la felicidad con el otro y llegar a la propia plenitud en la mutua entrega de sí. El “nosotros” aparece ya como el bien común mutuamente buscado y habrá de convertirse en el pilar de la comunión conyugal.

Con el descubrimiento personal del otro llega también el descubrimiento del significado del compromiso. Tras las primeras fases del noviazgo, llega el momento de comprometerse juntos en un proyecto común que, si bien está llamado a madurar y crecer con el paso de los años, será uno de los pilares en los que se apoye la futura comunión conyugal y familiar. Se van integrando cuestiones que ayudan a apuntalar aún más esa relación de pareja: la uniformidad o no en el origen social, el ámbito del trabajo, los círculos de amistades, la relación con las familias de origen, el planteamiento de la relación con Dios, la vida eclesial, la sexualidad, el descanso, los hijos… Ahora no importan ya tanto las cualidades o los defectos sino, sobre todo, el fin que les une: ser felices. La cuestión de Dios se presenta aquí como un elemento aglutinante y potenciador de todos esos aspectos, hasta el punto de que será un factor decisivo en el éxito y maduración −o no− de la experiencia amorosa de los novios. Si saben compartir la fe, habrán sabido compartir todo lo demás o, al menos, resultará más allanado el camino para el consenso. Cuando los dos no buscan ya solo un bien humano sino que buscan juntos a Dios y ese bien que Dios tiene pensado para los dos, la relación amorosa comienza ya a vislumbrar su más firme punto de apoyo. En esta inicial comunión, ambos descubren la presencia de un misterio de amor que les trasciende y que no es otro sino Dios mismo haciéndose presente en su mutua experiencia amorosa. De este modo, la comunión con el otro en el amor se convierte en vía y camino hacia la comunión con Dios.

Este giro identitario necesita del tiempo para ser asimilado, articulado y construido en común. El tiempo del noviazgo no basta para ello y se prolonga especialmente a lo largo de los primeros años del matrimonio que es, por otra parte, cuando más crisis pueden darse, precisamente por este camino que ambos están haciendo hacia su nueva identidad esponsal[11]. Muchas parejas de novios se acercan al sacramento del matrimonio con un proyecto común muy débil, confuso y poco determinado, asentado en pilares meramente sentimentalistas. Otras sí que han llegado a madurar a lo largo del noviazgo ese proyecto común que ambos quieren buscar, pero, a medida que surgen las primeras dificultades en el matrimonio, no saben reajustar y crecer en ese proyecto inicial. Cobra así especial importancia el acompañamiento personal a estas parejas, no solo durante el noviazgo sino también, y de una manera especial, al inicio del camino matrimonial. Una buena labor de guía, una formación doctrinal clara en todas estas cuestiones y el apoyo en la amistad con otras parejas que quieren vivir el mismo camino de noviazgo, serán, sin duda, una valiosa ayuda para ayudarles a asumir su nuevo status esponsal y adecuar su nueva realidad de vida a la verdad más profunda que en ella se encarna. En este camino hacia la nueva identidad esponsal será crucial la acción interior del Espíritu Santo que, a través del amor, trabaja en ellos todos los dinamismos propios del don, la acogida y la comunión. Siendo el Espíritu Santo el “nosotros” del Padre y del Hijo en la Trinidad, comienza a serlo también de los novios a lo largo del noviazgo y de los esposos en el matrimonio.

4. Redescubrimiento del significado del cuerpo y de la diferencia sexual

La verdad del amor está unida inexorablemente a la verdad del cuerpo. Y, puesto que la pregunta por la corporeidad sexuada no se sitúa solo en el plano meramente biológico o subjetivo, sino que se trata de una cuestión radicalmente humana y personal, la experiencia del cuerpo es una de las líneas fundamentales en torno a las cuales se articula el camino del noviazgo. La relación con el otro ayuda a profundizar en el significado de la propia identidad sexuada y del propio cuerpo, como lugar de encuentro consigo mismo y con el otro. El noviazgo se presenta así como un tiempo privilegiado para redescubrir la vocación del cuerpo al amor y el significado de la diferencia sexual. El cuerpo es sacramento de la persona[12], es el lugar natural del don y de la comunión, por lo que está llamado a desempeñar, con una pedagogía propia, una importante labor de guía y de acompañamiento en el camino de amor que están realizando los novios.

La experiencia del amor filial, además de ser una dimensión antropológica irrenunciable, ocupa un puesto primario en el orden del amor. Lo humano aparece vinculado desde sus inicios a la experiencia del ser hijo, que consiste sobre todo en recibir el amor. Este significado filial de nuestro ser y de nuestra existencia es también una de las primeras verdades que nos enseña el cuerpo. Ser hijo significa recibir un cuerpo, tener nuestro origen en otro: en los padres y en Dios. La cuestión del Origen, por tanto, es clave para entender el amor. Nuestro cuerpo nos enseña que no tenemos en nosotros el fundamento del amor, que no somos sus dueños, pues su Origen nos precede. Nos antecede la realidad fundamental de un Amor absolutamente primero y radical que, al crearnos, nos capacita también para recibir el don y para dar amor, es decir, para amar como Él nos ama. Aprendemos a amar y podemos amar porque antes, nos descubrirnos amados y, por tanto, aprendemos a recibir de Otro el amor. Este Amor originario y creador de Dios está inscrito en la sexualidad humana, a través del dinamismo del don de sí; por eso, el cuerpo está orientado hacia una vocación propia que es amar a imagen de Dios. El cuerpo tiene, además, su propio lenguaje, el lenguaje de la masculinidad y feminidad, cuyo significado más profundo es expresar el amor y la donación esponsal de toda la persona.

La experiencia de este descubrimiento radical del Amor originario de Dios ha de estar en la raíz y en el horizonte de la experiencia de amor de los novios. El amor, por tanto, consiste primeramente, no en elegir a la persona amada, sino en recibir el Amor, en re-conocerlo presente en el origen de nuestra propia vida. A la luz de este re-descubrimiento, ambos han de escudriñar juntos cuál ha de ser su respuesta. Recibir y acoger juntos ese don, como una vocación y una llamada, hace que el noviazgo se conciba como un tiempo de especial discernimiento, en clave de correspondencia y de respuesta común al don primero de Dios. De ahí ha de nacer la conciencia de que el amor conyugal y el camino del matrimonio es, en realidad, una respuesta, un modo de corresponder, a través de la comunión y del don de sí, a ese Amor absolutamente primero que nos precede en todo. Por eso, el noviazgo se vive como un camino desde el “ser hijo” al “ser esposo”, un tiempo en que los novios descubren que la experiencia del amor filial les dispone y les abre hacia una plenitud mayor, que es el amor esponsal. En la relación con el otro, ambos van descubriendo que el “cuerpo recibido” está llamado a ser y hacerse “cuerpo entregado”. Ambos re-descubren los nuevos significados que la propia masculinidad y feminidad adquieren a la luz del encuentro con el otro: la diferencia sexual es una vocación, una llamada a la comunión y a la reciprocidad fecunda. Y esto se va aprendiendo también en el lenguaje del cuerpo: si el amor filial está vinculado, sobre todo, al modo de recibir el don, ahora es el momento de aprender que el amor esponsal está vinculado al modo de dar y de acoger el don del otro. Y porque el don ha de adecuarse plenamente a la medida y al valor de la persona, no puede ser sino un don total, exclusivo, permanente y fecundo, para que el don sea verdaderamente a imagen de Dios[13]. El noviazgo es el tiempo en que los novios se disponen para entregarse así, a imagen de Dios, y no según la medida de las propias ganas, gustos o caprichos.

Por todo ello, es importante que los novios aprendan a descubrir el significado y la vivencia del pudor, bien entendido, como una experiencia de profundo significado personal[14]. El pudor implica la defensa del significado personal del cuerpo, evitando que el propio cuerpo aparezca al otro como simple objeto sexual; es, por tanto, un movimiento de defensa natural de la persona, que no quiere ser rebajada al rango de objeto de placer sexual, sino que, por el contrario, quiere ser objeto del amor del otro. De este modo, ante la posibilidad de llegar a convertirse en objeto de placer para el otro, precisamente a causa de sus valores sexuales, la persona trata de ocultarlos, sobre todo en la medida en que en la conciencia del otro, esos valores sexuales constituyen un objeto de deseo y de placer. Por eso, el pudor respeta la naturaleza misma de la persona, lo ‘personal’ del cuerpo, y abre de forma natural el camino para el verdadero amor, en el que es esencial, precisamente, la afirmación del valor de la persona. De este modo, la necesidad de vivir el pudor se convierte en una exigencia del amor verdadero y regula, por tanto, las reglas de la relación mutua y de la comunión.

La necesidad de vivir el pudor hace del noviazgo un tiempo propicio para cultivar actitudes tan valiosas como el respeto, el saber esperar, la purificación interior de la mirada, la estima del valor personal del cuerpo, etc. En este horizonte se entiende que la vivencia de la castidad sea uno de los retos más importantes y más bellos del noviazgo, y que sea una tarea fundamental en el acompañamiento personal de las parejas. En el Itinerario de fe será importante dar espacio propio a esta vivencia del pudor, y acompañarla como experiencia de entrega personal al otro, así como a la formación en todo lo relacionado con el significado y la vocación del cuerpo y de la diferencia sexual. Es impensable que se pueda adquirir una identidad esponsal si no está firmemente asentada en la vocación humana y fundamental de la masculinidad y feminidad.

5. Carácter “sacramental” del noviazgo

No podemos plantear el noviazgo, de manera parcial y reductiva, solo como respuesta a una necesaria etapa humana de la vida. Tampoco basta plantear la pastoral prematrimonial solo como respuesta, o solución, a esa etapa. Olvidamos, quizá, que el noviazgo adquiere su significado fundamental en el hecho de que se trata de un tiempo de preparación a un sacramento, que será permanente y que durará toda la vida. Es, por tanto, un tiempo especial de gracia y de vivencia de Dios, que se engarza de manera admirable en el camino de amor humano que realizan los novios. Se trata de un tiempo pre-celebrativo, que ha de disponer a recibir y celebrar el sacramento del matrimonio con una mayor fructuosidad. Esto hace que el noviazgo tenga un status y una fisonomía propia[15], y que podamos situarlo en el orden de los sacramentales.

Los sacramentales son signos por los que se expresan efectos de carácter espiritual, que se obtienen por intercesión de la Iglesia; disponen, además, a recibir el efecto principal de los sacramentos y por ellos se santifican las diversas circunstancias de la vida[16]. En cuanto tiempo pre-celebrativo, el noviazgo no es una experiencia a-sacramental, sino que está sostenida y vivificada interiormente, en primer lugar, por los dinamismos sacramentales del Bautismo y Confirmación. Por eso, el noviazgo ha de concebirse como un fruto logrado y maduro de toda la Iniciación Cristiana. De ahí la importancia de su conexión pastoral con las etapas anteriores de la vida cristiana. Si, además, durante este tiempo se fomenta la participación en otros sacramentos como la Eucaristía y la Penitencia, tenemos ya un marco sacramental muy adecuado, que va dando sostén y trabazón interna a ese camino de amor que los novios están iniciando. Sin caer en automatismos sacramentales, dentro de la labor de guía y acompañamiento a las parejas, será una tarea importante ayudar a los novios a redescubrir y potenciar la presencia de estos dinamismos sacramentales en su propia experiencia.

Hay que reavivar el Bautismo, redescubriendo la dimensión filial del amor humano y, por tanto, del noviazgo. Los novios han de aprender a recibir de Dios el don del amor mutuo, que ambos están empezando a descubrir, para aprender así a entregarlo al otro. No puedo amar al otro si no me siento yo también amado primero, porque entregamos el amor que recibimos. Esta dimensión filial del amor repercute de manera importante en la búsqueda de ese bien común que es la comunión. En el camino de la complementariedad, ambos deben aprender a recibirlo todo del otro, lo bueno y lo malo, a tiempo y a destiempo, pues el otro me ayuda a ser más y mejor lo que soy: varón o mujer, esposo o esposa, padre o madre. Se trata de crecer en la propia identidad acogiendo y recibiendo el don del otro. Ese es, por otra parte, el dinamismo más esencial de la condición filial. La actualización del Bautismo a lo largo del noviazgo será importante, además, de cara a la profundización en el significado del signo sacramental del matrimonio. El consentimiento de los futuros contrayentes se convertirá en sacramento gracias precisamente a esos dinamismos bautismales que sostienen la vocación cristiana y que han sido renovados con fuerza a lo largo del noviazgo. Esta conciencia del fundamento bautismal del noviazgo hará que también el matrimonio se encuadre en lógica continuidad con la Iniciación Cristiana y se conciba como una respuesta al don primero de Dios, dentro de la propia vocación cristiana.

El recuerdo de la Confirmación ayudará a reavivar esa presencia del Espíritu Santo, que estaba ya presente en los novios de manera permanente desde la recepción de ese sacramento. El Espíritu Santo es quien une ahora a los novios de una manera nueva, a través del don mutuo del amor humano, y habita en ellos de un modo nuevo, a título propio, convirtiendo su intimidad en Templo de su presencia divina. Unidos a la persona Don y Amor que es el Espíritu Santo por el sacramento de la Confirmación, los novios son guiados interiormente en ese camino de amor que están iniciando, y son enseñados con su pedagogía divina a vivir ya en la lógica del don y de la comunión que será propia del matrimonio[17]. Cuando los novios lleguen a intercambiarse el consentimiento, lo harán sostenidos e impulsados por esta presencia interior del Espíritu Santo, presente en ellos desde el Bautismo y, de una manera nueva y especial, desde la Confirmación. Profundizar en este fundamento confirmatorio del noviazgo ayudará a que el matrimonio sea ya el lugar del Espíritu, ese Templo sagrado en el que los futuros cónyuges habrán de ser piedras vivas.

En los dinamismos sacramentales de la Penitencia se engarzan todas las experiencias de perdón, de conversión, de renovación interior, de conocimiento propio, de las que está cuajada el camino del noviazgo. Son esos dinamismos los que han de enseñar a los novios a vivir la propia conversión, no según la lógica de la justicia humana, sino según la lógica del amor, que es propia del perdón cristiano. Avivar esta dimensión penitencial del noviazgo ayudará a los novios a vivir también la experiencia del amor que perdona dentro del matrimonio. Muchas parejas terminan en el callejón sin salida de muchos roces y desencuentros, que pretenden zanjarse con la medida de la lógica de la justicia: “si tú haces esto, yo más”; “hasta que tú no cambies, yo no cambio”; “si tú no cedes, yo tampoco”; “siempre me toca a mí, tú en cambio…”; “como no cambies en eso te vas a enterar…” En la lógica del amor, el perdón y el reencuentro surgen cuando el amor necesita del otro; por eso, el que más perdona es el que más ama. El Espíritu Santo, que en la Trinidad es la unidad del Padre y del Hijo en la diferencia de ambos, es también quien une en comunión lo más distante y diferente de los novios. El camino del perdón cristiano se convierte así en un fruto logrado del amor, a medida que el Espíritu Santo va haciendo madurar los dinamismos propios del sacramento de la penitencia a través de la pedagogía del amor.

En la Eucaristía aprenden los novios a amarse y entregarse mutuamente a imagen de Cristo y de la Iglesia, anticipando ya de un modo propio lo que habrá de ser el estilo de vida de su matrimonio. Profundizar en este fundamento eucarístico del noviazgo ayudará a los novios a hacer de la Eucaristía el centro y el motor de su futuro amor conyugal. Será importante que los novios descubran en la práctica eucarística la relación tan viva que se da entre la comunión eucarística y la comunión conyugal. El matrimonio se articula precisamente en la lógica del don y de la acogida, que tiene su paradigma en el don esponsal de Cristo hacia su Iglesia. Esa donación esponsal es lo que hace de la Eucaristía el sacramento de los esposos y la realización litúrgica más plena de lo que ellos han recibido en el sacramento del matrimonio. Un buena catequesis sobre este tema les ayudará a entender cómo el matrimonio está llamado a ser una Eucaristía vivida, que encuentra en la Eucaristía celebrada su significado y su verdad más profunda[18].

De este modo, la Liturgia se convierte para los novios en pedagoga y maestra del amor humano, a la vez que les ofrece el armazón de la gracia, en el que los novios engarzan su propio camino de amor. La presencia de estos dinamismos sacramentales en la experiencia de amor de los novios hace también del noviazgo un tiempo post-celebrativo, alimentado por los dinamismos de cuatro sacramentos en juego: Bautismo y Confirmación, en los que se insertan los dinamismos sacramentales de la Penitencia y Eucaristía. Este tiempo post-celebrativo es, a su vez, un tiempo también pre-celebrativo, que prepara y dispone para el sacramento del matrimonio. El noviazgo supone un tiempo sacramental de especial intensidad, un tiempo fuerte en el que la gracia, una vez más, potencia y perfecciona la experiencia de amor que realizan los novios. En cuanto sacramental, el noviazgo dispone a recibir con especial fructuosidad uno de los dones principales del sacramento del matrimonio que es la caridad conyugal, al tiempo que santifica este particular e importante momento en el que se cierra una etapa de la vida y se comienza una nueva.

Con la actualización de todos estos dinamismos sacramentales, los novios se preparan ya a vivir esa específica liturgia de la vida conyugal y familiar que están llamados a celebrar juntos durante su matrimonio. El tiempo del noviazgo es, sin duda, un momento de especial redescubrimiento del sacerdocio bautismal y confirmatorio propio de la vocación cristiana, que ahora se polariza y se centra en torno a la tarea del amor. El “ministerio del amor” se convierte así en ese especial culto espiritual y sacerdocio conyugal, que los novios habrán de vivir y tributar a Dios a lo largo del camino de su matrimonio[19]. Si uno de los principales retos de la pastoral familiar es la recuperación del sentido del matrimonio como vínculo y sacramento, esa recuperación ha de pasar ineludiblemente por la recuperación de la estructura y de los dinamismos sacramentales del noviazgo.

6. ¿Cómo articular la estructura del noviazgo?

¿Cómo reforzar y acompañar, con una estructura pastoral, litúrgica y doctrinal adecuada, este momento tan importante en la vida de una persona que es la etapa previa al matrimonio? El Directorio de Pastoral Familiar presenta el noviazgo como un proceso de crecimiento vocacional[20]. Se trata de un tiempo de profundización, en primer lugar, en la propia vocación humana, es decir, la vocación a la masculinidad y feminidad. Este camino de la diferencia sexual está llamado a culminar, a través de la esponsalidad masculina y femenina, en la paternidad y maternidad propias del matrimonio. Además, los novios están llamados a profundizar también en su común vocación al amor, es decir, en ese ideal de comunión y de mutua entrega de sí, que será uno de los ejes que articule la vida conyugal. Por todo ello, el noviazgo es también un tiempo privilegiado para profundizar en la propia vocación cristiana que, desde el Bautismo y Confirmación, se ha ido especificando y modalizando hasta culminar ahora en el tiempo de noviazgo previo al sacramento del matrimonio. El noviazgo se ha de plantear así como un tiempo de especial discernimiento en los diversos órdenes de la persona. En este horizonte vocacional, el noviazgo presenta también una estructura responsorial: los novios quieren responder juntos a una misma vocación, a un mismo don y a una misma gracia sacramental del matrimonio que recibirán en su momento.

Este carácter vocacional del noviazgo reclama un marco adecuado, que supere −y a la vez integre− el esquema de los cursos de novios, o cursos prematrimoniales. Planteados como experiencias de fe y de amor, los Itinerarios de fe para novios se conciben como una especie de catecumenado, que busca suscitar, animar y sostener la fe de los novios, a través del camino del amor que ellos están haciendo. La duración podría ser de dos o tres años, con el fin de poder dedicar amplio espacio tanto al acompañamiento personal como a los contenidos del noviazgo, a las cuestiones más relacionadas con la vida conyugal y a la liturgia del sacramento del matrimonio. Aunque el número de parejas condiciona mucho el desarrollo del Itinerario, siempre es conveniente favorecer un trato lo más personalizado posible, con lo que el ideal sería poder distribuirse en grupos pequeños. La labor de coordinación puede ser asumida por uno o varios catequistas y/o matrimonios, que puedan testimoniar e introducir en la vida conyugal a los novios. A ellos se les puede encomendar no solo la labor de guía sino también la tarea de la acogida de los novios, pues de la cordialidad con que son recibidos depende en gran parte que las parejas se animen a integrarse en el camino del Itinerario. Junto a ellos, se hace también imprescindible la presencia y el acompañamiento de un sacerdote. Y, en cualquier caso, es importante la formación integral de estos responsables del Itinerario: una formación doctrinal, humana, espiritual y matrimonial adecuada, para la que deberán contar también con la ayuda de expertos y técnicos en las diferentes materias. Ahora bien, esa formación no basta −como no basta tampoco la buena voluntad−, si no va acompañada de un aspecto vocacional: es importante que estos responsables sientan su dedicación a los novios como una verdadera vocación, de la que ha de nacer la urgencia de saber acompañar a estas parejas en esta etapa tan importante de la vida cristiana.

El inicio del Itinerario, o bien el inicio del noviazgo, puede destacarse litúrgicamente con la celebración de la Bendición de los novios. A través de este sencillo rito, los novios expresan que están dispuestos a hacer de su experiencia amorosa un camino de fe. Por otro lado, en ese sencillo rito la Iglesia se compromete también con ellos a acompañarles y guiarles en ese camino. Se trata de una ocasión litúrgica idónea para que también participen, junto con los novios, las familias, los catequistas, otros novios y matrimonios amigos, y toda la comunidad cristiana. Si, además, esta Bendición de novios se hace coincidir con la renovación del compromiso matrimonial por parte de otros matrimonios que ya llevan años casados, cobran mayor fuerza ambas celebraciones.

Los contenidos de las sesiones deberían articularse en torno a la catequesis, la liturgia, la participación en la comunidad cristiana, y otras diversas actividades que se adecúen bien al perfil de los grupos. Naturalmente, todas estas circunstancias concretas deben adaptarse a los recursos y posibilidades de las parroquias. Pero, en cualquier caso, dos elementos serán las claves fundamentales para el éxito del Itinerario: por un lado, el acompañamiento personal a cada pareja, que puede realizarlo tanto el sacerdote, como los catequistas y matrimonios que hacen de guías; y la amistad entre las propias parejas de novios y otros matrimonios jóvenes, que ya han iniciado su andadura matrimonial y en los que pueden encontrar un apoyo añadido.

Puesto que el Itinerario se propone como un camino para los novios, es conveniente que se articule en etapas o pasos, distinguiendo, por ejemplo, las parejas que ya han tomado la decisión de casarse y las que aún no lo han hecho, o las que simplemente están empezando a salir juntos. Para esas parejas que ya han decidido casarse, podría introducirse como oficial el Rito de la promesa, intentando recuperar así, si bien de un modo nuevo y distinto, lo que antiguamente era el momento de los esponsales. Prácticamente en todas las culturas, la historia del rito del matrimonio contaba con este momento que, en origen, estuvo separado en el tiempo de la celebración de las bodas. El momento se presta, además, a una catequesis idónea sobre la categoría de la promesa, que ha de asumirse como parte integrante y fundamental del amor. El amor que viven los novios no es más verdadero porque se sienta más intensamente y porque atraiga de una manera irresistible, sino porque promete y apunta a una plenitud aún mayor, al tiempo que ofrece un camino y un apoyo para poder alcanzarla. En esta lógica de la promesa, la temporalidad es también otra categoría fundamental para entender el camino del amor: el tiempo no es contrario al amor; es más: el amor necesita del tiempo para crecer, madurar y hacerse más verdadero. Por eso el noviazgo se vive como tiempo de la promesa, es decir, abierto al futuro del matrimonio como el camino lógico en el que el amor ha de ir alcanzando su propia madurez. El Rito de la promesa sitúa el camino del noviazgo entre estas dos coordenadas, el tiempo y la promesa, y lo abre a un camino de futura plenitud, que contiene ya en germen el anuncio de la plenitud de la vida eterna.

Si la ocasión pastoral se presta a ello, el Rito de la promesa puede ir acompañado de la renovación de las promesas bautismales y del sacramento de la Confirmación. Es también una ocasión idónea para introducir el rezo o el canto del Veni Creator Spiritus, o alguna otra antífona dirigida al Espíritu Santo. Si resulta oportuno, también pueden introducirse las Letanías de los santos, recordando esa comunión de los santos, de la que es signo y anticipo la comunión que viven ya los novios y que están llamados a construir más plenamente en el matrimonio. Todos estos ritos deberían ayudar a mostrar más claramente el trasfondo sacramental que sustenta el noviazgo y la unidad de fondo que hay entre el noviazgo y la Iniciación Cristiana. Otros ritos que pueden introducirse a lo largo de las etapas del Itinerario pueden ser: la entrega del Evangelio, quizá aprovechando el tiempo litúrgico de Pascua o de Navidad; la entrega de la Cruz, aprovechando el tiempo litúrgico de la Cuaresma o alguna otra fiesta relacionada con ese misterio; la entrega del Rosario, quizá aprovechando alguna fiesta mariana significativa para la pareja o para la parroquia. Todos estos ritos, breves y sencillos, se prestan a una estupenda catequesis a propósito de la relación entre la Palabra de Dios, el misterio de la Cruz y la Virgen María con el camino hacia el matrimonio que los novios están realizando.

7. Hacia una liturgia doméstica y familiar del matrimonio

El Itinerario de fe de los novios culmina en la preparación más inmediata del sacramento del matrimonio. Esta fase de la pastoral prematrimonial podría aprovecharse como una ocasión óptima para recuperar la significación religiosa de la casa y de la familia, que ya estuvo presente en las culturas antiguas y en los inicios de la constitución de la Iglesia. La casa, en su sentido más originario, no era tanto el edificio de piedra sino la comunidad familiar, la estirpe, formada por los lazos de la descendencia. Tenía, además, un claro carácter sagrado: quien hería el mundo vital y religioso de la propia casa, atacaba también lo sagrado y lo divino. El culto de la casa, centrado en la adoración a los dioses familiares y a los antepasados, era oficiado por el padre y se articulaba en torno a una rígida composición de ceremonias, fiestas, fórmulas de oración y ritos, en las que no interfería para nada la religión estatal. También el matrimonio se inscribía en el ámbito de esta religión doméstica. Vivido como una realidad sagrada, era uno de los primeros y más santos deberes de los hijos y de los padres, pues sin descendencia no podía haber continuidad en el culto familiar. El adulterio era considerado como la máxima impiedad, porque suponía un quebrantamiento de la primera regla de esta religión doméstica: el legítimo nacimiento. De ahí también la dignidad especial de la mater familias, pues solo ella podía dar continuidad a la legítima descendencia. Este sentido religioso de la casa y de la familia se ha perdido hoy, en aras de un planteamiento meramente humano de la casa y la familia, que ha facilitado enormemente la secularización del matrimonio y de la familia iniciada ya en el siglo XVI[21].

Muchos de los ritos domésticos que rodeaban la liturgia matrimonial antigua fueron configurando poco a poco la liturgia matrimonial que se celebraba en los templos. Muestra de ello es la riqueza que caracterizó la antigua liturgia matrimonial hispana. Conocemos un gesto primitivo reservado al padre: la traditio puellae, es decir, la entrega de la esposa al esposo, que pasará del ámbito doméstico al ámbito litúrgico y que se difundirá más allá de la iglesia de España, hasta subsistir en los rituales medievales[22]. Esta liturgia matrimonial hispana tenía, además, la particularidad de la Liturgia de las Horas para el matrimonio. Hasta el s. XI, al menos para el Oficio de la mañana y el de la tarde, se conocía un Oficio del matrimonio. El Oficio de la tarde era celebrado la vigilia de la boda, mientras que el de la mañana se recitaba el mismo día de la boda[23].

La antigua religión doméstica y familiar así como la historia del rito del matrimonio invitan a recuperar algunos elementos, que podrían ayudar a configurar actualmente una liturgia doméstica y familiar del matrimonio. No hay que olvidar que la preparación más inmediata del matrimonio acompaña pastoralmente la conclusión de una etapa importante de la vida y el inicio de otra nueva, con la adquisición, además, de un nuevo status derivado del vínculo matrimonial. De este modo, en los días previos a la celebración de la boda podrían introducirse, precisamente en el ámbito doméstico y familiar, una serie de ritos breves y sencillos, que dieran un sentido más religioso a este momento. Nada impide recuperar, por ejemplo, en la vigilia de la boda, ese antiguo Oficio de la tarde, típico de la liturgia hispana, que formaba parte de la antigua Liturgia de las Horas del matrimonio. La celebración de vísperas en familia, acompañada de un ágape festivo, puede ser una ocasión propicia para que los novios reciban también la Bendición de los padres. El antiguo Oficio de la mañana de la liturgia hispana invita también a ofrecer el día de la boda que comienza, a través del rezo de la oración de Laudes, también realizado en familia. Ese mismo día, centrado ya en los preparativos para asistir a la ceremonia, puede hacerse, también en familia, la Oración de bendición de los vestidos, del novio y de la novia, así como la Oración de salida de la casa paterna. Recordando la antigua traditio puellae, puede introducirse una Oración de entrega de los hijos, que los padres pueden realizar, por ejemplo, en el momento en que se celebra el Rito de la promesa, o dentro del ámbito doméstico, por ejemplo, cuando los novios comunican a los padres su intención de casarse.

La vivencia tan secularizada del matrimonio hace pensar que las circunstancias actuales no favorecen la introducción de esta liturgia doméstica y familiar en torno a la celebración inmediata del matrimonio. La desestructuración de las familias de origen, el hecho de que muchas parejas llevan años de convivencia previa a la celebración del matrimonio, la centralidad que se pone en los preparativos materiales de la boda, etc., hace que resulte artificioso pretender añadir más tareas y requisitos a la preparación de la boda. Sin embargo, no hacerlo sería seguir favoreciendo la separación y la discontinuidad entre la preparación al matrimonio propia del noviazgo y la celebración de las bodas como tal. El Itinerario de fe debería acompañar a los novios hasta el final del noviazgo, que coincide precisamente con el final de una etapa de la vida y con los días inmediatos y previos a la celebración de la boda. Incluso la realización del Expediente matrimonial debería aprovecharse más como una ocasión pastoral de especial acompañamiento y ayuda a los novios por parte de la Iglesia. Así es, en realidad; pero, en la práctica, seguimos presentándolo como una mera sucesión de trámites o un requisito jurídico.

8. Conclusión

La pastoral del noviazgo no puede limitarse a resolver situaciones, es decir, a ayudar a cubrir el requisito de los cursos prematrimoniales, para que las parejas puedan recibir el sacramento del matrimonio. El anhelo de renovación de la pastoral prematrimonial, tan presente en las directrices de la Iglesia de las últimas décadas, pasa por una toma de conciencia más aguda y profunda de la trascendencia sacramental y evangelizadora de esta etapa del noviazgo.

No hay que obviar la tremenda secularización que afecta hoy a la vivencia del amor y, por tanto, a la realidad del matrimonio. Pero, hay que generar noviazgos cristianos, aunque sea en minoría. Hay que educar y modelar verdaderos novios cristianos que, desde una vivencia gozosa de su vocación al amor, den testimonio de que el plan de Dios sobre el amor humano, la sexualidad y el matrimonio no solo es posible, sino que es la vía para vivir el amor más bello. La pastoral no ha de buscar cambiar situaciones, sino cambiar personas, es decir, generar sujetos cristianos, en nuestro caso novios cristianos, capaces de asumir la radicalidad con que la gracia del sacramento del matrimonio transfigura la realidad humana del amor. Si no lográramos esto, tendríamos que pensar que la Revelación es un fracaso, que la gracia es incapaz de transformar el amor humano, o que el Evangelio del amor anunciado por Jesucristo es solo para unos pocos privilegiados. Es, quizá, el principal reto que nos plantea la cultura emotivista actual, con su concepción tecno-líquida del amor.

Carmen Álvarez Alonso

Doctora en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. Profesora en la Facultad de Teología san Dámaso (Madrid). Profesora en el Pontificio Instituto Juan Pablo II (Madrid). Miembro de la Real Academia de Doctores de España.

Fuente: jp2madrid.es.

[Artículo publicado en Familia 55 (2017) 69-88].

 

[1] Cf. Apostolicam actuositatem n. 11.

[2] Cf. n. 66.

[3] Cf. nn. 72-127.

[4] Cf. Visita pastoral a Ancona. Discurso en el encuentro con los novios (11-09-2011); Discurso a un grupo de obispos de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos en visita ad limina (9-03-2012).

[5]Familia 51 (2015) 83-102.

[6] Cf. nn. 84. 87. 92.

[7] Cf. JUAN PABLO II, Familiaris consortio 51; BENEDICTO XVI, Visita pastoral a Ancona. Discurso en el encuentro con los novios (11-09-2011); FRANCISCO, Amoris laetitia 205-211.

[8] Cf. BENEDICTO XVI, Visita pastoral a Ancona. Discurso en el encuentro con los novios (11-09-2011): “Deseo volver de nuevo sobre un punto esencial: la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios. El verdadero amor promete el infinito. Haced, por lo tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y de caminar en la Iglesia”.

[9] Cf. C. ÁLVAREZ ALONSO, “Más allá del género y del sexo: el lenguaje del cuerpo, según Juan Pablo II”: Familia 46 (2013) 113-124.

[10] Cf. Z. BAUMAN, Amore liquido. Sulla fragilità dei legami affettivi (Bari 2003); ID., Vita liquida (Bari 2006). Ver también T. DALRYMPLE, Sentimentalismo tóxico: cómo el culto a la emoción pública está corroyendo nuestra sociedad (Madrid 2016).

[11] Cf. L. MELINA (a cura di), I primi anni del matrimonio. La sfida pastorale di un periodo bello e difficile (Siena 2014). Cf. también Amoris laetitia 217-230.

[12] Cf. C. ÁLVAREZ ALONSO, “El cuerpo, sacramento de la persona. Aproximación a las Catequesis de Juan Pablo II sobre Teología del cuerpo”: Estudios Trinitarios XLVI /3 (2012) 513-550.

[13] Cf. C. ÁLVAREZ ALONSO, “La unidad humana en la diferencia sexual: una vía privilegiada de acceso al misterio trinitario de Dios”, en: ISTITITUTO DI STUDI SUPERIORI SULLA DONNA (a cura di), Differenza femminile? Prospettive per una riflessione interdisciplinare (Roma ²2016) 227-251.

[14] Cf. JUAN PABLO II, Amor y responsabilidad (Barcelona 1996) 211-230; J. NORIEGA, El destino del eros. Perspectivas de moral sexual (Madrid 2005) 153-159; M. GOTZON SANTAMARÍA GARAI, Saber amar con el cuerpo. Ecología sexual (Bilbao 1993) 55-71.

[15] Cf. M. MARTÍNEZ PEQUE, “Hacia un status eclesial del noviazgo”: Revista Española de Teología 56 (1996) 435-494.

[16] Así los define el concilio Vaticano II, en la Sacrosanctum concilium n. 60.

[17] Cf. C. ÁLVAREZ ALONSO, “El Espíritu Santo en el Ritual del matrimonio. Notas de pneumatología litúrgica”: Estudios Trinitarios XLVII/2 (2013) 225-273.

[18] Sobre este tema, cf. C. ÁLVAREZ ALONSO, “Matrimonio y Eucaristía, sacramentos nupciales. Notas sobre una analogía sacramental articulada en torno al lenguaje del cuerpo”: Anthropotes 29/2 (2013) 249-271

[19] Cf. JUAN PABLO II, Discurso a los miembros del Tribunal de la Rota Romana (30-1-1986): “El matrimonio cristiano es un sacramento que realiza una especie de consagración a Dios (cf. GS 48); es un ministerio de amor que, por su testimonio, torna visible el sentido del amor divino y la profundidad del don conyugal vivido en la familia cristiana (…) Este ministerio se reafirmará y se realizará a través de una participación total en la misión de la Iglesia, en la que los esposos cristianos deben manifestar su amor y ser testigos de su mutuo amor y con sus hijos, en aquella célula eclesial, fundamental e insustituible que es la familia cristiana”.

[20] Cf. nn. 72. 75. Cf. CEE, La verdad del amor humano, n. 130, que presenta el noviazgo como una etapa de discernimiento de la vocación al amor esponsal.

[21] Cf. E. TEJERO, El evangelio de la casa y de la familia (Pamplona 2014); “La secularización inicial del matrimonio y la familia en la doctrina del s. XVI y su incorrecta comprensión de la Antigüedad”: Ius Canonicum LII/104 (2012) 425-464.

[22] Cf. Liber ordinum, ed. Ferotin, col. 439; K. RITZER, Le mariage dans les Eglises chrétiennes du Ie au Xie siècle (Paris 1970) 258-263; 415-417.

[23]Liber Ordinum 433, ed. M. Férotin (Paris 1904). El Antifonario de León (s. X) da el Oficio completo, ed. L. Serrano, Antiphonarium Mozarabicum de la Catedral de León, editado por los PP. Benedictinos de Silos (León 1928) 216-217. Cf. L. BROU-J. VIVES, Antifonario visigótico mozárabe de la Catedral de León, edición de texto, notas e índices en: Monumenta Hispaniae Sacra, Series Liturgica V/I (Barcelona-Madrid 1959) 454-455; Sacramentario de Vich, ed. A. Olivar, Monumenta Hispaniae Sacra, ser. Lat. 4 (Barcelona 1953) 208-215, nn. 1403-1429.

 

 Fuente: https://www.almudi.org/articulos/12183-sobre-la-pastoral-del-noviazgo-algunas-premisas-para-articular-un-itinerario-de-fe-para-novios
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LAICOS EN MISION: Relaciones entre la autoridad eclesial y los laicos

 

LAICOS EN MISION: Relaciones entre la autoridad eclesial y los laicos

Una de las mayores urgencias teológicas de nuestro tiempo sigue siendo la de comprender y difundir la vocación del cristiano laico. Esto, no sólo por conveniencia pastoral ante la disminución del número de sacerdotes o religiosos/as, sinopor exigencia de la común vocación bautis­mal y de la complementariedad de las vocaciones específicas en la iglesia.

Sin embargo, antes de entrar en el estudio de esa vocación y la respectiva misión del laico, de los diversos servicios y ministerios que puede prestar dentro de la iglesia, hay que reflexionar sobre su identidad misma. En tal sentido, me parecen especialmente importantes tres puntos de reflexión:

1º. ¿Cuáles son las implicaciones reales de la vocación bautismal y de la corresponsabilidad eclesial que de ella dimana?

¿Cuál es -en de la Iglesia actual- la “real realidad” del laico, con sus luces y sus sombras, sus responsabilidades y sus dere­chos, la expresión de sus carismas y dones y sus relaciones con la Jerarquía y con las Instituciones religiosas?

3º.  ¿Pueden nuestra iglesia, o nuestros Institutos religiosos, encarar, con un mínimo de garantías de acierto y éxito, su compromiso evangelizador, frente a las complejas y difíciles realidades del mundo actual, si empieza por ignorar, consciente o inconscientemente, buena parte de los valores y motivaciones que conforman a la humanidad más avanzada de nuestro siglo, en su expresión laical?. ¿Por ejemplo, la igualdad esencial, la par­ticipación, la solidaridad y el respeto a los derechos humanos?

El problema, en el fondo, es de autoridad. Porque ciertamente parece indispensable la necesidad de una autoridad en toda sociedad, sea civil, sea religiosa. Pero una autoridad rectamente entendida, que para, en el caso de cualquier institución cristiana, debe estar basada en unos criterios evangélicos. Mucho más en la propia Iglesia. Para un seguidor de Jesús no cabe entender la autoridad sino como auténtico servicio, alejado de toda connotación de ambición, poder o superioridad, y por tanto, en permanente vigilancia para no caer en la no por sutil menos atractiva y frecuente tentación de querer usurpar un poder que sólo Dios tiene. 

Enfocada así es obvio que el laico debe aceptar unos niveles razonables de  autoridad en sus relaciones dentro de la comunidad eclesial, y en ese sentido tanto los clérigos y los religiosos o religiosas como los laicos pueden estar situados en alguno de esos niveles, cuando desempeñan una función concreta, por encargo expreso del obispo.

Pero de este hecho no se deduce que tal autoridad pueda ser ejercida de cualquier modo, y por supuesto se invalida cuando pretende afirmarse mediante medios y talantes ajenos al evangelio.

Una autoridad concebida en primer lugar como una referencia de unión en la fe y que se ejerce sirviendo cada vez mejor al creci­miento de la comunidad, sin pretender imponer la aceptación de sus criterios y opiniones puramente humanos al tratar sobre cues­tiones abiertas, es no sólo aceptable, sino deseable.

Por el contrario cuando se intenta, incluso de buena fe, forzar la aceptación de unas ideas en materias alejadas del depósito de la fe y de lo esencial de unas costumbres reconocidas por la iglesia universal, y se refuerza la presión alegando el hecho de que se actúa en nombre de Dios, se está precediendo, como mínimo, con una grave imprudencia, y se cae en una injusticia que priva de su auténtica libertad al pueblo de Dios.

Se pretende muchas veces justificar el ejercicio de la autoridad por los clérigos y religiosos, sobre todo a niveles altos de la jerarquía eclesiás­tica o de la organización congregacional, diciendo que la iglesia no somos una sociedad democrática y que la actual estructura piramidal es voluntad expresa de Dios; lo cual es cierto sólo en parte. Porque es verdad que, desde el comienzo de la Iglesia, se ha reconocido en ella un cierto principio de autori­dad, e incluso cierta jerarquía inicial -obispos, presbíteros, ministros- con ánimo de continuidad. Pero esa jerarquía inicial no se pa­recía (en su actuación práctica, ni en los modos de ejercer la autoridad, ni en su valor autocrítico y de corrección fraterna, ni en su manera de ser designada) a como se ha ido desarrollando históricamente en la iglesia con su peculiar concepción del poder.

Y si es cierto que sus virtudes le vienen del Maestro, sus defectos no, y por lo tanto es cuestión de fidelidad a Jesús el esforzarnos por que se vaya purifi­cando.

 

Fuente: http://estrenandodia.blogspot.mx/2014/04/laicos-en-mision-relaciones-entre-la.html

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El Martirio de Miguel Agustín Pro

A las diez horas con treinta minutos del 23 de noviembre de 1927, en el patio de la estación de policía ubicada en lo que hoy son instalaciones del diario El Universal, sobre Bucareli, miles de personas, por dentro y fuera de lo que constituía el cuadro de práctica de tiro, escuchan las voces de mando emitidas por el Coronel Mazcorro.

Desde las ventanas de Excélsior, muchos miran cómo un sacerdote, vestido con alzacuello (la sotana la prohíben las criminales leyes contra la Iglesia), se incor­pora de rezar hincado sus últimas oraciones y se para de frente al pelotón de fusilamiento, abriendo los brazos y con los ojos semicerrados, grita, un momento antes ele la orden de «¡fuego!», un firme «¡Viva Cristo Rey!», tras el cual se escucha la descarga que lo hace doblarse hacia el piso.

Miles de personas, una multitud que hace temer a los ejecutores, se santiguan al momento que el cuerpo cae. Hay llanto, dolor, consternación y va tomando for­ma el rezo del rosario. Se escucha el tiro de gracia.

Los hasta entonces seguros sicarios (tan seguros que permitieron se tomaran fotos del fusilamiento), encabezados por un masón reconocido, el General Roberto Cruz, titubean, asustados, ante la ola de rumo­res que se desprende de las voces unidas en el rezo, en el llanto.

Tratan de borrar las huellas de su obra, cuando ya las placas fotográficas, algunas listas para dar la vuelta al mundo, muestran el estado en que vive México, país casi cien por ciento católico, en manos de sus muy mi­noritarios enemigos.

Prosiguen, sin embargo, los fusilamientos, de aquellos que, unos en realidad y otros en casos «fabrica­dos» por el gobierno de Plutarco Elías Calles, fueron su­puestamente ajusticiados. El ingeniero Luís Segura Vilchis, motivado con el ejemplo del Padre Pro, muere con dignidad, como lo hace su hermano Humberto y varios más.

El atentado

Todo se inició el domingo 13 de noviembre de 1923, en el cual, pese a la fuerte escolta que el General Álvaro Obregón llevaba, Luis Segura Vilchis, católico, miembro de la «Liga Defensora de la Libertad Religiosa» y de la «Unión Popular» jalisciense, sin involu­crar a nadie más y sin decir para qué, solicitó prestado un automóvil y con dos bombas caseras (preparadas por él mismo, que era ingeniero), intentó, en las calles del Bosque de Chapultepec, matar al entonces candidato a la reelección presidencial (contra la cual dijo anteriormen­te luchar), Álvaro Obregón.

Frustrado el intento, muerto el chofer por los dis­paros de la escolta obregonista y chocado el auto de los cuasi magnicidas, la bravura de Segura Vilchis fue tal, que se quedó viendo los resultados del accidente y char­ló personalmente con Obregón, cuando éste llegó al sitio donde el auto ardía en llamas sobre la Avenida Chapultepec, ya fuera del bosque.

De carácter tan violento que llegó a matar a pa­rientes y compadres suyos, Obregón exigió de inmediato la detención de quienes fueran responsables.

Calles, a quien se consideró siempre un pelele de Obregón, de inmediato solicitó al General sinaloense Roberto Cruz, que aprovechara la ocasión para presen­tar como culpables a los hermanos Pro.

Ellos, Humberto y Roberto ciertamente participa­ron, por haber conseguido, o más bien prestado sin saber para qué, el auto en que se cometió el atentado. Era un Essex, registrado a nombre de Daniel García, en reali­dad Roberto Pro.

Sin embargo, la fecha del atentado, los tres, tras oír misa, la pasaron en una casa de la Colonia Anáhuac, departiendo, comiendo y jugando fútbol, hasta que, por la tarde llegó a sus manos una edición extra del Gráfico (vespertino perteneciente al Universal) dándose así cuenta del atentado contra Obregón y mencionando como sospechosos a los hermanos Pro.

La organización que Humberto y Roberto habían llevado a los organismos de apoyo al movimiento coste­ro mencionados («Unión Popular» y «Liga Defensora de la Libertad Religiosa») significaba, desde hacía tiempo, que Calles esperaba el momento de soltar la garra enci­ma de tan significado grupo de católicos. Ese día llegó la hora de la venganza para «el Turco».

Con el padre Miguel Agustín Pro Juárez, las cuentas eran otras. Nació el 13 de enero de 1891, ingresó a la Compañía de Jesús el 10 de agosto de 1911, se formó jesuita en Granada, España, tras los rigurosos 14 años de estudios que por entonces llevaban los discípu­los de San Ignacio y fue ordenado en agosto de 1925.

El padre Pro estuvo algún tiempo en Enghien, Bélgica, donde se llevaba a cabo una labor especial de trato y conversión de trabajadores, en especial los de las minas de Charleroi. Con el bagaje religioso y cultural ahí adquirido, en el vapor «Cuba», regresó al México que había dejado en 1911, el 6 de julio de 1926. Se relata como curioso que no haya tenido problema en su in­greso, dado el ambiente anticlerical que privaba en esos días, pues venía de sotana y no negó ser presbítero.

El 31 de julio de 1926 (25 días después del regre­so de Miguel Pro) entró en vigor la ominosa «Ley Ca­lles», que dejaba a la discreción de los gobernadores (impuestos por Calles mismo), el número de sacerdotes que cada estado debía tener.

En esas condiciones, en la Ciudad de México ya, Pro, vestido de civil, realizó tareas extenuantes, en mo­mentos en que los cultos en las iglesias estaban suspen­didos. Narra el Padre Joaquín Cardoso que «decía misa, confesaba, daba comuniones, asistía enfermos, imponía los santos óleos a los agonizantes, impartía ejercicios espirituales a grupos de trabajadores, visitaba las cár­celes, todo multiplicado, todo difícil, todo bajo la cons­tante amenaza de la Inspección de Policía.»

En una ciudad de México con medio millón de habitantes, su fama pronto corrió tanto para los católicos como para sus enemigos, quienes le asignaron a un fa­moso Inspector, Valente Quintana, para seguirlo.

Quintana, fue uno de tantos «enemigos ex oficio» (enemigos en razón de su cargo) de Pro, que semanas después, al verlo dirigirse al «cuadro» de fusilamiento, le pidió perdón.

Fue voz generalizada, entre la gente de aquel tiempo, que se recurrió a la tortura moral (y tal vez físi­ca) de una muchacha, para descubrir al culpable y que ella únicamente dio un nombre: Luis Segura Vilchis.

Pero éste, gracias a su entereza, contaba con un testigo de calidad, aquel con el que charló el día del atentado: Álvaro Obregón.

Este, indicó que Segura Vilchis no era culpable, que había estado en el lugar del choque y el ingeniero fue sollado.

Cuando se dio cuenta de que habían aprehendido a los Pro y que iban a desquitar en ellos, inocentes, su rencor por el atentado, con hombría, Segura Vilchis se entregó y confesó ser autor del intento de asesinato.

Pero Calles no iba a desperdiciar la oportunidad de sacrificar a los Pro y convenció a Obregón de su cul­pabilidad, ordenando fusilar a los bravos hermanos zacatecanos, tras una farsa de juicio y matando, además, al confesor Segura Vilchis y algunos más que tomaron o no parte en el atentado.

La enormidad de la injusticia hizo que vinieran protestas, tanto del embajador argentino, como del sonorense, íntimo de Obregón, Arturo H. Orcí, quien tuvo el valor de encararse con Calles, tratando de evitar el martirio. Se dice que Obregón, como el General Cruz, nunca creyeron en la culpabilidad de los Pro, pero por no disgustar al «Turco», terminaron aceptando. Un abogado que nunca conoció a los Pro, Luis E .Mc Gregor, presentó una solicitud de amparo para ellos y ayudado por Mariano Azuela Jr. (hijo del escritor tapatío del mismo nombre), llevaron el acta solici­tando al General Cruz la suspensión de la ejecución, pero no los dejaron pasar.

La intervención del ministro Argen­tino, directamente ante Calles, evitó la muer­te de Roberto Pro, pero no las de Humberto y Miguel Agustín.

Conclusiones

El martirio del Padre Pro, con el sello de la injusticia de la causa en su contra y de la pasividad con la que, como el cordero (y como el Cordero de Dios) se dejó llevar al sacrificio, tiene un significado que pocas veces nos ponemos a recordar.

Se trata de esa muerte en expiación, en favor de un México doliente que era ca­tólico de verdad, tal vez más, triste es decir­lo, que muchos elementos de su clero.

Pero la mayor ofensa que podemos hacer a una entrega tan absoluta es dejarla en el olvido.

Si en estos tiempos de apostasía y de ecumenismo sobre bases humanas, tenemos aún la Misa legítima, los sacramentos completos y sacerdotes que vigilen su cum­plimiento; la enseñanza de los evangelios con el sentido que Cristo y sus apóstoles difundieron y aún escuelas que formen católicos auténticos, por los cuatro vientos, es probablemente gracias a la sangre del Padre Pro y de muchos más mártires de la fe.

Los restos del Padre Pro se encuentran en la Igle­sia de la Sagrada Familia, en una urna al lado derecho del altar. Si bien ahí se celebran «asambleas del pueblo» que ya no son misas, es bueno acercarse y rezar un rosa­rio por este jesuita ejemplar, pedirle su intercesión y no dejar caer en el olvido su martirio.

Lo peor que nos pueden hacer nuestros enemigos (y lo intentan en todas las formas) es hacernos olvidar estas gestas. Como en los primeros tiempos, la sangre de los mártires, es semilla de cristianos.

Pidamos, al hombre que entregó su vida en la tie­rra, en nuestra tierra, que siga ayudándonos desde el cielo.

 

Fuente: http://fsspx.mx/es/el-martirio-de-miguel-agust%C3%ADn-pro

 

 

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Categorías: beatos y Santos

LA PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS Y LAICAS EN LA IGLESIA

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LA PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS Y LAICAS EN LA IGLESIA

Estrella Moreno Laiz

Instituto diocesano de Pastoral Bilbao

 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Estrella Moreno es una cristiana de la diócesis de Bilbao con encomienda pastoral y remuneración desde hace 14 años. Comienza su estudio afirmando el resurgir de la vocación laical en la Iglesia. Un resurgir motivado por cuestiones teológicas e histórico-coyunturales. En su argumentación ve luces en este proceso y, también, algunas sombras. Propone seguir avanzando en colaboración y corresponsabilidad.

 

¿Es posible hoy describir la realidad de la Iglesia sin referirse a los laicos y laicas? En mi opinión, no. Gracias a la eclesiología del Pueblo de Dios y a la recuperación de la figura del laico surgidas del Concilio, en las últimas décadas hemos asistido a un renacimiento de la realidad laical de la Iglesia, que puede calificarse como una muy buena noticia para el conjunto de la comunidad eclesial. Se podría decir que nunca como hoy en la historia de la Iglesia ha habido tantos laicos vocacionalmente conscientes y corresponsables con la misión global de la Iglesia. Sin embargo, como todo en la vida, esta es una realidad con luces y sombras, con logros y retos pendientes, que es lo que voy a intentar desgranar a lo largo de esta exposición, según mi humilde experiencia y opinión.

Tengo que decir, también, para que vosotros, lectores, os situéis respecto a quién escribe, que soy una cristiana de la diócesis de Bilbao, laica, con encomienda pastoral y remuneración desde hace 14 años. Por lo tanto, escribiré desde lo que mi propia vivencia como persona eclesialmente comprometida me ha aportado, y desde las dificultades que he detectado, también en otros laicos, para poder ser realmente miembros adultos y corresponsables en nuestra Iglesia.

 

1.- Una realidad de laicos participando

La realidad laical de la Iglesia no sólo es amplia en número sino en formas. Comprende desde las vivencias más básicas de pertenencia eclesial a las más conscientes y comprometidas. Vamos a intentar recorrer esta pluralidad, pero desde una mirada concreta: la participación en la dinamización de la vida eclesial. En la descripción voy de menor a mayor participación y responsabilidad. También este es el orden temporal: en los últimos años se ha vivido con intensidad cómo los laicos se han hecho más presentes en el desarrollo de la acción evangelizadora, primero, y se han ido incorporando, después, a tareas de responsabilidad.

 

a) Los dominicales

El grupo más amplio dentro de los laicos sigue siendo aquel que mantiene un nivel básico de pertenencia eclesial, sobre todo a través de la celebración de la eucaristía. Es difícil hablar de este grupo como un verdadero colectivo, porque también en él podríamos diferenciar subgrupos con características propias. Se declaran creyentes y miembros de la Iglesia, pero en general no se plantean dar pasos hacia una mayor implicación con ella. No son dinamizadores, sino receptores de la acción eclesial, fundamentalmente litúrgica. Muchos necesitarían pasar de ser meros bautizados a ser creyentes conscientes de su vocación y misión, a vivirse como seguidores de Jesús. El reto, en este caso, es buscar espacios y herramientas adecuados para ir propiciando un encuentro transformador de estas personas con Jesús, que desemboque en una vivencia más consciente y comprometida de su fe.

 

b) Laicos implicados en el desarrollo de un área pastoral

Hoy hay un gran número de laicos y laicas participando en todas las áreas pastorales, desde la catequesis o los procesos con jóvenes y adolescentes, a otras que han ido tomando importancia como son la pastoral familiar (los procesos que preparan a los novios y a los padres que piden el bautismo para sus hijos, y los espacios que posteriormente se generan), la liturgia (desde los lectores que participan en la eucaristía a personas que dinamizan celebraciones de la Palabra entre semana o personas que dirigen las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero), y Caritas (que además de trabajadores cuenta con una infinidad de voluntarios en los que se apoyan los diferentes programas). Es decir, hay laicos implicados en todas las dimensiones de la acción eclesial: en el anuncio de la Palabra y la iniciación a la fe, en la celebración de la fe, en la práctica de la caridad y en la animación de la comunidad cristiana.

Son creyentes de todas las edades, aunque, mirados en conjunto, predominan los que se sitúan en la franja 50-65 años. En una mayoría abrumadora, mujeres: ellas son el sustento de la acción evangelizadora de la Iglesia hoy, en su dimensión real y práctica, aunque esto no se corresponda con el nivel de responsabilidad que detentan. Destacan también los jóvenes, que si bien son una minoría dentro de su colectivo juvenil, son muy activos. Debemos valorar mucho su compromiso en este contexto social apático e individualista, y religiosamente tan indiferente, sobre todo en este grupo de edad.

Estos laicos y laicas son los engranajes que hacen que los proyectos funcionen y el rostro visible y cercano de la Iglesia para muchas personas. Son personas entregadas, muchas de las cuales dedican un número muy importantes de horas y de desvelos, en un compromiso que se prolonga durante muchos años de la vida.  Pero más habitualmente de lo que nos gustaría son meros peones, sin oportunidad para participar en el diseño de los proyectos en los que participan. Generalmente son entendidos como colaboradores del párroco o cura correspondiente, pero no como co-responsables o responsables. Raramente han recibido un envío público por parte del responsable pastoral que les hace tomar conciencia a ellos y a la comunidad, por una parte, de que son encomendados por ella a desarrollar esa tarea, y por otra, del valor y la importancia de su participación. Se mueven en el terreno del voluntariado, generalmente durante muchos años de compromiso con un proyecto, habitualmente con dificultades para encontrar relevos que les sustituyan pasado un tiempo razonable. Muchos necesitarían reforzar su capacitación teológico-pastoral, pero a veces no reciben las ofertas adecuadas para ello, y otras veces, las propias urgencias pastorales impiden que puedan dedicar un tiempo a este menester.

 

c) Laicos responsabilizados en la coordinación-dinamización de un área pastoral.

Son personas responsables de áreas o de proyectos concretos que pueden referirse a una unidad pastoral o arciprestazgo (por ejemplo, la responsable del equipo de catequistas de la unidad pastoral, o la coordinadora de Caritas),  o de un nivel vicarial o diocesano (por ejemplo el delegado de Apostolado Seglar de una diócesis, o la directora del Secretariado Diocesano de Juventud). Estos laicos y laicas tienen un encargo pastoral que proviene de la comunidad parroquial, de una congregación religiosa, de las Unidades Pastorales, Arciprestazgos o vicarías, o de la cabeza diocesana. En algunas ocasiones este encargo tiene un reconocimiento institucional y se recoge por escrito en un documento oficial que llamamos encomienda donde se detalla en qué consiste la tarea a desarrollar y durante cuánto tiempo. Pero esta es una práctica aún poco extendida, lamentablemente.

Como he mencionado, hay algunas congregaciones religiosas, como la escolapia, que comenzaron favoreciendo la creación de comunidades de cristianos adultos que caminan en comunión con los religiosos, pero han dado un paso más proponiendo a personas de esas comunidades el ejercicio de ministerios en clave de corresponsabilización pastoral con los escolapios de la Provincia de Vasconia. Es todavía una experiencia incipiente que intenta responder a la nueva realidad de las congregaciones, la Iglesia y el mundo.

Los laicos y laicas que englobo en este grupo tienen un mayor nivel de responsabilidad y generalmente coordinan y dinamizan a un equipo de personas del perfil que hemos descrito en el apartado anterior. Normalmente están en relación directa con el párroco o consiliario responsable final del área, aunque en algunas diócesis, todavía como experiencias minoritarias, se han ido constituyendo equipos ministeriales donde se incorporan estos laicos. Estos son equipos donde, además de los curas, participan los laicos y/o religiosos responsables de las diferentes áreas, y en los que se intenta plantear y decidir la estrategia pastoral de conjunto. Las encomiendas de nivel diocesano, debido a sus características propias, tienen otros espacios de coordinación y control directamente gestionados por la cabeza diocesana.

Estos laicos son personas muy implicadas, con un compromiso en cuanto a horas invertidas y dedicación muy fuerte. Viven experiencias diversas, pero demasiado habitualmente, sobre todo cuando se refiere a los voluntarios, hablan de un déficit de acompañamiento en la tarea, la falta de responsabilidad real sobre ella y la dificultad de encontrar nuevas personas que vayan sustituyendo a las de más edad.

Cuando el volumen de la tarea así lo requiere, se ha abierto la vía de la remuneración para facilitar la dedicación necesaria de la persona a la misma, pero también ésta es una experiencia aún minoritaria, al menos cuando nos referimos al caso español, porque si extendiéramos nuestra mirada a la realidad europea, nos quedaríamos asombrados de la cantidad de laicos dedicados a la pastoral y remunerados que existen en Iglesias como la alemana, la francesa o la suiza[1]. La diócesis con más laicos dedicados a tareas pastorales con encomienda y liberación en  España es la de Bilbao, que actualmente cuenta con 35 personas en esta situación.

En el caso de la diócesis de Bilbao, se da gran importancia a la formación de estos laicos y laicas, especialmente de los que tienen remuneración, que deben cursar, al menos, la diplomatura en Ciencias Religiosas.

Un apartado especial merecen los profesores de religión. Son un colectivo numéricamente amplio y con una importante tarea a desarrollar. Estos laicos necesitan obligatoriamente el aval que otorga la Missio Canonica en virtud de una formación teológica y pedagógica obligatoria. Estos laicos sí reciben un envío o misión eclesial por parte de su obispo, casi los únicos en algunas diócesis. Es un colectivo muy heterogéneo, con distintos grados de vinculación eclesial y recorrido cristiano.

 

d) Laicos enviados participando en el ámbito secular

Una mención también a estos laicos, realmente minoría. No porque no haya muchos cristianos, que los hay, participando en el espacio civil desde su condición de creyentes y en una clave de compromiso transformador, sino porque pocos se sienten en esta tarea enviados por la comunidad cristiana, y muchos menos reciben explícitamente tal encomienda o envío. En este caso, es muy importante la labor que han hecho en este campo los movimientos apostólicos, que por una parte, han creado conciencia entre los laicos de la necesidad del compromiso transformador en medio del mundo, y que por otra, acompañan a los militantes a vivir desde la fe el conjunto de su vida.

 

2.- Elementos que han favorecido esta realidad

Yo distinguiría dos tipos de razones: las teológicas y las histórico-coyunturales.

 

a) Razones teológicas

La eclesiología del Pueblo de Dios por la que apostó el Vaticano II, supera un modelo eclesial piramidal y basado en el binomio clérigos-laicos, para sustituirlo por una Iglesia de comunión y misión que apuesta por el de comunidad-ministerios. En este marco, el Concilio recupera y revitaliza la figura del laico. Se le reconoce miembro del Pueblo de Dios, incorporado a Cristo por el bautismo, hecho partícipe de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (LG 31). Por primera vez se reconoce la vocación laical como tal (vocación admirable LG 34).

Por otra parte, se considera que hay una única misión de todo el pueblo cristiano, la misión de la Iglesia, que es dilatar el Reino de Dios. El apostolado de los laicos, por tanto, no es uno derivado del de la jerarquía, sino que es expresión del único apostolado que es el de la Iglesia (LG 33). Aunque a la vocación laical se la sitúa prioritariamente en la construcción del Reino en la sociedad, se abre la posibilidad a los laicos a una “cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía” (LG 33) en el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos. Y se da un paso más cuando se plantea la posibilidad de llegar a suplir al clero en tareas propias (LG 35,4).

Con estas breves referencias sólo quiero poner de manifiesto que el Concilio abrió unas posibilidades enormes para la participación y la corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia. Las Iglesias que han querido hacerlo, tenían razones para promover una nueva realidad eclesial con mayor protagonismo laical.

 

b) Razones coyunturales

Es evidente que la realidad eclesial actual ha favorecido una mayor participación de los laicos en la vida de la Iglesia.

En primer lugar, la precariedad que se vive entre el colectivo de curas con sus diferentes manifestaciones ha sido determinante:

 

  • Por un lado, el descenso del número de vocaciones al presbiterado y el envejecimiento del colectivo ha sido el factor fundamental. El número total de curas no tiene nada que ver con lo que era hace 30 años, y la gran mayoría de los que están en activo son mayores de 50 años.
  • Esto ha provocado una sobrecarga de tareas de los presbíteros en activo que se dan cuenta cada vez más de que no llegan a todo y de que necesitan ayuda. Así, se han visto en la tesitura de elegir entre dejar desatendida una parroquia o un área pastoral, o pensar en nuevas soluciones, que se han movido entre la reorganización territorial  y la incorporación de los laicos y laicas.
  • Por otro lado,  ha habido un colectivo importante de curas y obispos que han asumido la eclesiología conciliar y que han intentando hacerla realidad en sus parroquias y diócesis.

 

En segundo lugar, entre algunos laicos ha ido naciendo la conciencia de su vocación y su misión, ayudados por algunos curas, los movimientos apostólicos y otras organizaciones laicales. Eso ha favorecido tanto una disponibilidad mayor para participar eclesialmente, como que ellos mismos hayan tomado la iniciativa ofreciéndose para realizar diferentes tareas y generando nuevos proyectos. Pero en este terreno, aún queda mucho por hacer.

En tercer lugar, la secularización, la imagen negativa de la Iglesia entre muchos sectores sociales y el progresivo alejamiento de fieles de la Iglesia,  han obligado a replantear el papel de ésta en la sociedad y las formas de evangelización. De esta manera, el contexto social e histórico ha marcado un terreno de juego más propicio para que los laicos comiencen a ser un nuevo rostro de Iglesia, más aceptable para muchos.

Creo que todos estos factores deberían ser leídos positivamente, como oportunidades que el Espíritu ofrece a la Iglesia para renovarse.

 

3.- Luces en esta experiencia

La incorporación del laicado a la tarea evangelizadora ha supuesto poner en práctica una Iglesia más corresponsable y participativa, que está generando, gracias a la aportación laical:

 

  • Nuevas formas, nuevas maneras de llevar adelante la pastoral. Al cambiar los actores (de varones célibes centrados en el mundo eclesial a hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, solteros y casados, incorporados al mundo laboral o estudiantil, o disfrutando de la jubilación tras haber pasado por él, ciudadanos con distintas preocupaciones y sensibilidades respecto a la realidad social, con una relación distinta a la pastoral con el resto de vecinos del barrio,…) cambia también el análisis de la realidad, las preocupaciones e intereses, los medios desde los cuales afrontarlos, el lenguaje utilizado, las formas, las relaciones… Por ejemplo, necesariamente la pastoral familiar será distinta cuando las entrevistas personales a las parejas y los encuentros con ellos son llevados adelante por laicos. Aún cuando ellos no hayan decidido qué es lo que se tiene que hacer (por ejemplo qué proceso debe llevarse con los novios, en qué se concreta y qué temas hay que abordar), lo harán de manera distinta a la de un cura, probablemente en mayor conexión con el sujeto que se acerca demandando un sacramento.
  • Una mayor sensibilidad hacia los problemas del mundo y de la vida cotidiana. Los laicos y laicas viven inmersos en lo secular: ese es el espacio que el Concilio les señala como más propio, aunque no exclusivo. Son la cara y la voz de la Iglesia en la vida cotidiana, pero también tienen que ser la voz del mundo y de sus problemas dentro de la Iglesia. Son los que trasladan al conjunto de la Iglesia los desvelos y las ilusiones de la gente, las búsquedas de sentido y espiritualidad de muchas personas, las demandas y las críticas que le lanzan a la Iglesia como institución…. Porque ellos no dejan de ser parte de ese mundo, de esa gente, aunque con una conciencia y una mirada peculiar: la que les aporta la fe. En realidad, estas afirmaciones no deberían ser exclusivas de los laicos. Esta es una tarea de todos, y no de un solo grupo, porque toda la Iglesia es secular: la Iglesia es mundo y está en el mundo. Está formada por hombres y mujeres como los demás, configurada como institución, incluso como Estado, sujeta a las leyes de la biología y de las circunstancias históricas, con la misión de, desde su ser en el mundo, hacer presente en él la vida de Dios y su acción transformadora. Sin embargo, habitualmente ¿no funciona aún la lógica de que para acercarse a Dios hay que separarse del mundo? ¿Realmente asumimos que el encuentro con Dios es mediado por lo humano, por lo profano, por el mundo? ¿No están haciendo dejación de su responsabilidad el resto de las vocaciones cuando encargan a los laicos de la secularidad?
  • Una imagen de Iglesia renovada. La gente de la calle identifica la imagen pública de la Iglesia con sus dirigentes: el Papa, los obispos, los curas. Llegar a la parroquia y encontrarse en la acogida con una mujer, por ejemplo, puede sorprender pero, en general, agradablemente. Entre los no creyentes funciona una imagen negativa de la Iglesia, a lo que contribuye ver a los curas como los hombres “distintos”, separados de la realidad que ellos viven todos los días. Encontrar un laico desmonta esa imagen, siempre que sea una persona acogedora, dialogante, resolutiva, práctica.
  • Una organización con espacios más plurales. Se han dado algunos pasos en el terreno organizativo importantes. En la mayoría de parroquias existe el Consejo Parroquial como espacio de información y corresponsabilidad; también en muchas diócesis existe el Consejo Pastoral Diocesano, presidido por el Obispo y en el que participan laicos, religiosos y presbíteros. En muchas diócesis hay experiencias de participación en la elaboración de los Planes Pastorales y de Evangelización, además de experiencias de Sínodos y Asambleas diocesanas. La participación del conjunto de vocaciones aporta pluralidad, riqueza, diversidad.
  • Una nueva reflexión sobre los ministerios. La incorporación laical a tan diversas tareas, que implican a todas las dimensiones de la acción eclesial, obliga a repensar el tema de la ministerialidad en la Iglesia. Como hemos visto, la realidad de participación laical es variada, pero lo cierto es que existen casos de personas formadas, que se sienten vocacionalmente llamadas, ejerciendo tareas pastorales con un envío y una encomienda, algunos dedicados a jornada completa con una retribución económica, algunos también con largos años de dedicación y con disponibilidad para permanecer al servicio… Creo que hay situaciones donde deberían utilizarse sin miedo las palabras ministerio laical y reconocerse oficialmente. Es cierto que es un tema complicado:
    • Por una parte, porque entre los propios laicos hay muy poca reflexión hecha sobre el tema, y porque había que definir qué es un servicio pastoral y qué es un ministerio.
    • Por otra, porque esto supone repensar también el ministerio ordenado, su ser y misión, y su papel en una Iglesia toda ministerial. Esto es, a mi juicio, lo más complicado de hacer hoy porque genera muchos miedos y recelos entre la jerarquía eclesial, en mi opinión, no justificados.

Aún es un tema muy incipiente, en el que se han dado muy pocos pasos, pero lo menciono aquí porque probablemente lo poco que se ha hecho ha sido empujado por la constatación de la realidad de la participación laical.

  • Unos laicos más formados. En la medida en que los laicos han ido desarrollando tareas, han descubierto la necesidad que tenían de herramientas pastorales y de profundización teológica. La formación contribuye a ahondar en la identidad creyente, aporta claves para el diálogo con la Modernidad y la Post-modernidad, ayuda a tomar conciencia de la vocación y tarea del laicado y de la Iglesia, y aporta criterios y herramientas para llevarla adelante.

 

4.- Sombras

Sin embargo, dentro de esta experiencia hay también sombras y cuestiones graves que la oscurecen. Son verdaderos retos a afrontar si queremos consolidar esta experiencia.

 

  • Colaboradores, no corresponsables. Hasta ahora he destacado cómo ha habido una incorporación de los laicos en la acción de la Iglesia que es en sí misma muy positiva. Pero sus realizaciones más generalizadas no lo son tanto. La mayoría de la veces, el laico vive la experiencia del clericalismo, del paternalismo clerical y de vivir en una permanente minoría de edad en la Iglesia. Se siente trabajador y responsable, ilusionado con el proyecto en el que se ha implicado, pero a la vez decepcionado con el párroco, obispo o curia que sólo le considera “fuerza de trabajo”, pero que no le consulta, y cuando lo hace, le recuerda que los órganos de participación son meramente consultivos; que toma decisiones por él, arrogándose en perfecto conocedor de sus intereses y necesidades; que quiere que sea correa de transmisión de mensajes con los que ni siquiera sabe si está de acuerdo o no… Es cierto que en esto pesan mucho la historia y la costumbre: los laicos estamos poco acostumbrados a tomar la iniciativa y sentir que tenemos algo que decir, y los curas no están acostumbrados a trabajar en equipo, y menos con otros a los que consideran menos preparados y con poco criterio. Pero en este caso, claramente la responsabilidad mayor la tiene el ministerio ordenado.

 

La Comisión Episcopal de Apostolado Seglar reconocía esta situación así:

    • Los Obispos apenas consultamos a los seglares ni les ofrecemos puestos de alguna responsabilidad pastoral.
    • Los sacerdotes, por su parte,cuentan con los seglares para problemas concretos ya decididos previamente por ellos, o simplemente, prescinden de los seglares por considerar que complican más que ayudan en la vida pastoral.
    • En ocasiones todavía el ministerio pastoral es concebido como un poder más que como un servicio y la parroquia como un patrimonio personal.”[2]

Estas prácticas ponen en entredicho la eclesiología del Pueblo de Dios[3].  La igualdad fundamental de los hijos de Dios que nos hace hermanos (“…se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y la acción común de todos los fieles para edificación del cuerpo de Cristo” LG32) necesita visibilizarse realmente en estructuras. Toda actuación de la comunidad exige la participación de sus miembros en su diseño y puesta en práctica. De lo contrario, ¿cómo puede ser, si no, “de la comunidad”? ¿Cómo se pueden sentir los laicos concernidos e involucrados en ella?

La corresponsabilidad no pone en cuestión que en la Iglesia exista un principio de autoridad, pero ni ese principio debe estar ejerciéndose permanentemente (en la mayoría de nuestros procesos y decisiones eclesiales no se pone en juego la comunión ni la verdad de la fe) ni el ministerio ordenado tiene sentido sin la comunidad: ese servicio ministerial no puede ejercerse al margen de la vocación a la corresponsabilidad eclesial y el sentido de la fe fundados en el bautismo.

Nos encontramos con muchos casos de hombres y mujeres adultos, con responsabilidades familiares, con formación superior, en puestos de dirección en sus trabajos, que al llegar a la Iglesia son tomados por gente necesitada de permanente tutela y dirección. Con estas actitudes estamos provocando el hastío, la decepción, el éxodo de personas muy valiosas, en un contexto, además, en el que la gente se acerca a la Iglesia por convicción, no por costumbre ni obligación. Ni siquiera por razones utilitaristas, esta es una buena práctica.

Una cosa es la inexperiencia o la falta de formación y otra es la falta de capacidad. Las dos primeras sólo se solucionan si dejamos que los laicos se curtan en el terreno pastoral y tomen responsabilidad: es precisamente el ejercicio de esta lo que nos hace crecer.

 

  • Laicos realmente adultos en su fe. Los laicos que participan en la acción pastoral son los más eclesialmente identificados, los que viven mayor grado de pertenencia a la comunidad creyente y por tanto, con una fe más elaborada. Pero aún quedan muchos pasos que dar en ese sentido. Hay que avanzar en la experiencia de fe de este colectivo para que sea una fe basada en un encuentro personal con el Dios revelado en Jesucristo y que se traduzca en unión fe-vida. Es importante también ayudar a descubrir la condición laical como una verdadera vocación y de qué forma ésta se va concretando. En la medida en que seamos conscientes de nuestra dignidad y de nuestras posibilidades podremos también demandarlas.
  • Laicos insuficientemente formados. En el punto anterior decía que hoy tenemos un laicado con más formación, pero todavía son minoría en el conjunto.  La formación, en este caso me refiero a la teológico-pastoral, es un elemento que aporta al laico seguridad, criterios y opinión. Lamentablemente, para algunos curas esto le convierte en un elemento molesto, porque ante él van a necesitar argumentar sus decisiones. Pero para llegar a ser considerados adultos dentro de la Iglesia, este es un elemento irrenunciable.
  • Laicos no organizados. La mayoría de los laicos que participan en la acción pastoral de la Iglesia no pertenecen a un movimiento o una comunidad laical. Esto, a mi entender, no es imprescindible, pero es muy conveniente. Los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades son espacios donde cultivar la fe, donde crecer en formación, pero también son escuelas de participación y corresponsabilidad. Sobre todo la Acción Católica, que en una de sus notas señala como elemento de identidad de los movimientos el protagonismo laical. En los movimientos y comunidades se aprende a pensar juntos, a analizar la realidad a la luz de la Palabra, a plantear estrategias de acción con otros, a llevarlas adelante entre todos. Estos son elementos muy necesarios en cualquier ámbito de la vida, también para la vivencia eclesial. Pero además los laicos y laicas experimentan que existe verdadera corresponsabilidad también dentro de la Iglesia, que se puede ser adulto responsable en ella, que es posible el disenso y la pluralidad sin que eso signifique “estar fuera”. Por otra parte, la organización siempre tiene más fuerza que el individuo a la hora de tomar iniciativas o elevar una palabra pública.
  • Laicos cuestionados en su laicidad. Hay algunas voces, que cada vez se oyen más frecuentemente, que dicen que, siendo lo secular el ámbito propio del laicado, la dedicación a la pastoral supone una traición a la verdadera vocación y tarea del laico, y que genera una “clericalización” del colectivo. Me parece que este argumento esconde un deseo de alejar a los laicos de la responsabilidad eclesial, que han llegado a convertirse en un elemento molesto que no deja campar a algunos curas a sus anchas en lo que ellos consideran su feudo. Ante esta idea, hay diversos argumentos que esgrimir: los teológicos, los históricos y los prácticos.

 

    • Los primeros se refieren a que la misión de la Iglesia es una y para el conjunto de la Iglesia, y que separar lo secular para los laicos y lo eclesial para los ordenados no tiene razón de ser: todos debemos estar implicados en dilatar el Reino de Dios en el mundo, y en el mantenimiento de la comunidad eclesial que debe ser signo de la voluntad salvífica de Dios en medio de él.
    • Desde el punto de vista de la historia eclesial, por ejemplo, Pedro tenía suegra (Mc1, 29-31), es decir, tenía esposa; Pablo tenía un oficio y lo considera un signo de autenticidad apostólica (2Tes 3); en la carta de Timoteo, al mencionar las características de un obispo se dice que “ha de regir su familia con acierto,…, pues si uno no sabe regir la propia familia ¿cómo se ocupará de la Iglesia de Dios?” (1Tim 3, 1-7). ¿Debemos pensar, entonces, que estas personas no desempeñaban bien su tarea eclesial por su condición secular, o viceversa, que la secularidad no formaba parte de su identidad, anulada por su dedicación eclesial?
    • Por otro lado, pensar que dedicar tiempo a la tarea intraeclesial, aún cuando sea tanto como una jornada laboral, cuestiona la secularidad del laico es no conocer a los laicos. Por ser encomendados a una tarea eclesial no dejamos de ser padres y madres, hijos e hijas, amigos, ciudadanos, trabajadores, aficionados a diferentes hobbies,  consumidores,…, y uniendo todo eso, creyentes. ¿Acaso no es esto vivir en medio del mundo? ¿Acaso se puede pensar que nuestra familia nos preocupa menos que el proyecto pastoral en el que trabajamos? ¿Acaso no estamos llamados a construir Reino en todos los ambientes en los que nos movemos, en todos los ámbitos de la vida? ¿Acaso en ellos no está Dios?

 

Sólo recojo este argumento si quiere ser un aviso para que los laicos no caigamos en las prácticas que detectamos en algunos curas y que criticamos: acaparar información, acaparar poder, tender al autoritarismo respecto a otros laicos…

 

  • Una experiencia aún poco extendida y consolidada. Si pensamos en números absolutos, todavía somos pocos. Muy pocos en puestos de responsabilidad, muy pocos plenamente dedicados a la evangelización. Queda mucho por andar.
  • Los nuevos movimientos laicales. En los últimos tiempos asistimos al desarrollo de nuevos movimientos de laicos de corte tradicional, con una manera de vivir la fe más intimista y menos preocupada por el diálogo con el mundo y el compromiso transformador. Con esto quiero indicar que entre los laicos, como en el resto de la comunidad creyente, hay pluralidad y distintas apuestas respecto a qué modelo de Iglesia impulsar y qué papel deben jugar los laicos en ella. Y esta pluralidad tiene muy pocos lugares de encuentro y diálogo donde poder dejar caminos en paralelo y empezar a definir una vía por la que todos podamos avanzar.

 

5.- Mirando hacia delante

Por un lado, se constata que en la Iglesia en los últimos años vivimos una involución hacia posiciones más conservadoras en todos los campos. Desde ahí, podemos esperar que los máximos responsables eclesiales nogenerarán grandes avances en lo que se refiere a la corresponsabilidad laical. El modelo de laicado a potenciar será el laico colaborador, mero ejecutor de las indicaciones que el cura correspondiente le indique.

 

Sin embargo, también confío en que la realidad se irá imponiendo: la Iglesia no se sostiene, y cada vez menos se va a sostener, sólo con los curas. Contar con los laicos y laicas para desarrollar su tarea evangelizadora no será una opción que se pueda elegir o no, sino una obligación. Confío también, que las nuevas generaciones laicales, nuestros jóvenes de hoy, que mayoritariamente están viviendo unos procesos de iniciación cristiana más vivenciales y participativos, que toman la iniciativa cuando se trata de iniciar a otros jóvenes, que tienen mayor formación…, precisamente porque están viviendo otros modelos eclesiales, puedan seguir recreándolos y demandándolos. Creo que no podemos renunciar a nuestra tarea como laicos de reivindicar y buscar nuestro espacio en la Iglesia, pero un espacio de calidad, que reconozca nuestra dignidad y nuestras capacidades. Para eso es importante organizarse para no quedar diluidos en la globalidad eclesial. También apoyarse en los curas y obispos más proclives a ello, generando prácticas de corresponsabilidad al menos a niveles locales.

Lo fundamental es situarse en claves de cooperación y no de competencia. Los laicos no están ahí como adversarios en una lucha de poder, sino como seguidores de Jesús que quieren responder a su llamada y colaborar en la edificación de una Iglesia cada vez más fiel a Jesucristo. Confiemos en el Espíritu y su fuerza renovadora.

 

 

ESTRELLA MORENO LAIZ

 

[1] Una descripción detallada, también del caso español, en Jesús Martínez Gordo, Los laicos y el futuro de la Iglesia. Una revolución silenciosa,PPC, 2002.

[2] CEAS, El seglar en la Iglesia y en el Mundo , Edice, Madrid, 1987, p.28.

[3] De hecho, es sintomático que ya se haya sustituido este término, en el mejor de los casos, por el de eclesiología de comunión, porque generalmente se presenta la eclesiología conciliar como de comunión jerárquica.

 

Fuente: http://www.pastoraljuvenil.es/la-participacion-de-los-laicos-y-laicas-en-la-iglesia/

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Los principales líderes de la acción social de la Iglesia, protagonistas del XIX ‘Católicos y Vida Pública’

Los responsables de la ACdP RD

La XIX edición del congreso contará con la presencia de los presidentes de Mensajeros de la Paz, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Justicia y Paz, la HOAC, Cáritas o el Foro de Laicos, así como al secretario general de Manos Unidas o Sant Egidio

(Jesús Bastante).- Diecinueve años después, el Congreso Católicos y Vida Pública ha logrado algo a lo que siempre aspiró, pero siempre tuvo dificultades para cumplir: convertirse en centro aglutinador de ‘toda’ la Iglesia católica en España, con sus distintos acentos y sensibilidades.

En esta edición, dedicada a «La acción social de la Iglesia», la ACdP ha logrado incluir, en un mismo foro, a los principales líderes del ‘brazo social’ de la institución, ése que da credibilidad al mensaje evangélico en una sociedad que, cada vez más (encuestas mandan), coloca a la jerarquía fuera de las instituciones más valoradas.

Así, la XIX edición del congreso contará con la presencia, entre otros, de los presidentes de Mensajeros de la Paz, Ayuda a la Iglesia Necesitada, la Comisión de Justicia y Paz, la HOAC, Cáritas o el Foro de Laicos, así como al secretario general de Manos Unidas o la comunidad de Sant Egidio. Abrirá el foro Víctor Ochen, uno de los diez líderes más influentes de África; y lo cerrará el obispo de la sillas de ruedas de Camboya, Kike Figaredo.

 

 

La XIX edición del congreso coincide en el tiempo con la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco, «un Papa increíble, con una influencia clave», según señaló el presidente de la AcdP, Carlos Romero Caramelo, durante la presentación del mismo. Un congreso con muy poca presencia política, y donde la jerarquía eclesiástica apoya, avala, pero no protagoniza. Y es que «hay muchísima gente buena, que se deja la vida por los demás«, destacó el presidente de los propagandistas católicos.

«Hay muchas realidades que, desde el Evangelio, trabajan por un mundo más justo y que, por pudor, no sabemos dar a conocer», admitió Romero Caramelo, quien subrayó cómo, uno de los objetivos, es dar visibilidad al impagable trabajo de decenas de miles de personas, de católicos, en todo el mundo.

De hecho, una de las ‘ofertas estrella’ de este Católicos y Vida Pública, tal y como anunció su coordinador, Rafael Ortega, es que cada ONG o institución social tendrá un stand en el congreso para dar a conocer su trabajo. También el CEU, cuya Escuela de Arquitectura es la artífice de las cabañas que se ven en todos los campos de refugiados del mundo.

Un tema, el de los refugiados, que estará presente en todo el congreso. Así, una de las conferencias girará en torno al caso de Ventimiglia, un municipio italiano próximo a la frontera francesa, donde se hacinan decenas de miles de personas sin que las autoridades de ambos países quieran hacerse cargo.

La responsable del voluntariado del campo, Alexandra Zunino, compartirá su experiencia en uno de los puntos de acogida más numerosos de Europa, en el que acuden como voluntarios profesores y alumnos del CEU. Además se estrenará el documental de CEUMEDIA ‘Una mochila para la vida’, con imágenes y testimonios de refugiados y de algunos de los voluntarios del CEU que colaboran en el citado campo de refugiados.

El trabajo en las otras «periferias existenciales» también se harán un hueco en el simposio, con experiencias de capellanes de prisiones, hospitales, voluntariado en la Cañada Real o con enfermos mentales. Tampoco faltará la denuncia de las dificultades laborales o las diferencias sociales.

La inauguración contará con la presencia del Nuncio, Renzo Fratini, quien leerá una bendición apostólica del Papa Francisco, y uno de los consiliarios de la AcdP, Fidel Hérraez. La misa conclusiva será oficiada por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.

Fuente: http://www.periodistadigital.com/religion/solidaridad/2017/11/14/los-principales-lideres-de-la-accion-social-de-la-iglesia-protagonistas-del-xix-catolicos-y-vida-publica-religion-iglesia-acdp-ceu.shtml

Categorías: DSI

Los obispos españoles analizan con la Acción Católica el momento actual

Encuentro de los obispos españoles con la Acción Católica RD

No hay otro camino de generar apóstoles de Cristo que estando en los espacios que tenemos que estar, con el tiempo que nos lleva a la verdad de lo profundo y de lo coherente

(José Moreno Losada).- Me pongo a orar en la mañana y sigo con la colección de guiones de los ejercicios espirituales de este año con el lema de Hebreos: «Fijos los ojos en Jesús» (12,2). En concreto a la luz de la bienaventuranza «bienaventurados los ojos que ven lo que veis», y la invitación a reavivar la esperanza.

Al contemplar este texto que me invita a vivir feliz en medio de aflicciones y dificultades, porque Cristo se deja ver y sostiene mi vida ministerial, recuerdo la vivencia de este fin de semana -Encuentro de consiliarios de JEC en Salamanca, reunión del equipo de profesionales en la sede de Madrid, encuentro con obispos en Arturo Soria -y en concreto la tarde de este domingo en la casa de Ejercicios, junto a Añastro, donde cuatro obispos de la CEAS (Javier Salinas, Carlos Escribano, Antonio Cantero, Antonio Algora) y el director del secretariado de dicha comisión (Luis Manuel), escucharon y dialogaron con los equipos permanentes de la Juventud Estudiante Católica y Profesionales Cristianos, atendiendo al sector del estudio, la escuela-universidad, la profesión y el ámbito cultural.

Un proceso de reflexión y vida

Para los obispos está siendo un trabajo maratoniano de diálogo y encuentro con los movimientos de la Acción Católica especializada de España. En la mañana habían estado con los movimientos de ámbito rural, por la tarde con nosotros y el lunes se encontraron en la mañana con la Frater, enfermedad y discapacidad, y los movimientos especializados en el sector obrero por la tarde.

Todos los movimientos han estado realizando un proceso de reflexión y puesta a punto durante tres años, acompañados por el obispo consiliario Carlos Escribano, y ahora es el momento de sentarse a la mesa y compartirlo en primer lugar con los obispos de la CEAS para después llevarlo y ofrecerlo a todos los demás obispos en la conferencia episcopal española.

El proceso ha invitado a analizar la realidad actual de los movimientos en el contexto secular y eclesial que vivimos, la actualización de su proyecto evangelizador y las posibilidades de evangelizar en el mundo actual con las nuevas claves y modos a los que se nos está llamando como conversión pastoral en estos momentos, desde la perspectiva de la Iglesia misionera, en salida que sabe y quiere estar en las fronteras, ocupando no solo los espacios sino viviendo también los tiempos y los procesos.

¿Un punto aparte?

El ambiente de este pasado domingo inspiraba la necesidad y el gozo de poder poner un punto y aparte y vivir una etapa nueva y viva, esperanzadora, de estos movimientos en conexión con los pastores y los proyectos pastorales de la Iglesia en España. No vivir de un pasado, salir de lo que pudiera separar y sospechar, para entrar con plena confianza en la tarea de evangelizar y llevar al hombre de hoy la buena noticia que le pertenece y que el Padre Dios quiere regalar a todos, especialmente a los que más sufren y desorientados viven.

Todos deseamos un nuevo momento. Reconocemos que la situación cultural, política y económica es nueva y está llena de dificultades y posibilidades. Ahora no es tiempo de quejas sino de encarnación amorosa y compasiva, desde la debilidad y la pequeñez, pero con la firmeza de un Evangelio que es válido para esta tierra y que llama a conversión a esta Iglesia que somos nosotros, para centrarnos en Jesús, nuestro Cristo, el verdadero Señor. Desde ahí el domingo nos autoconcienciamos, pastores y laicos, del potencial evangelizador que tenemos entre mano en estos movimientos, de la vida profunda y apuesta seria de jóvenes y adultos por el Evangelio y por el amor a la Iglesia que se entrega. Disfrutamos de una reflexión presentada por laicos jóvenes y profesionales de una altura y nivel admirable. Allí se detectaba formación, opciones, compromiso, fe y deseos de comunión para el único fin de esa Iglesia que somos como es el evangelizar.

Espacio, tiempo, proceso

Si algo quedó claro que no hay otro camino de generar apóstoles de Cristo que estando en los espacios que tenemos que estar, con el tiempo que nos lleva a la verdad de lo profundo y de lo coherente, y siendo fieles a los verdaderos procesos que no se quedan ni en sucesos ni en puros momentos. Que entienden que el Anuncio no puede serlo superficial ni el primer momento ni en el segundo y que todo esto es verdad no porque lo digamos nosotros o una doctrina, sino que la propia vida experimentada por estos laicos jóvenes y adultos lo confirma y valida.

Tiempo de escucha

Me maravilló ser y sentir a la Iglesia que escucha, durante casi dos horas los obispos y los consiliarios que allí estábamos: nos dejamos invadir por una reflexión llevada a cabo por dos laicos que traían los análisis y claves descubiertas a pie de calle y de vivencias de cientos de bautizados organizados para vivir su fe, sabiendo que le va la vida en ello.

Fue una verdadera experiencia de poder fijar los ojos en el Jesús que nos reaviva la esperanza: allí estaban los que venían de la vida, de la tribulación y los proyectos de esperanza y justicia, los expertos de la vida, los que saben de caminos andados, los que tienen corazones centrados y fijos en el Jesús del Evangelio, el Cristo, que enseñorea sus vidas. Lo hacen desde la realidad de lo pequeño, de la mostaza y la levadura, insignificantes pero fecundos, desde el pesebre, la cruz y compartiendo la mesa del Resucitado. Son los que se encuentran con los sufrimientos y alegrías de los hombres, siendo los suyos propios porque son unos más en la ciudadanía de lo secular y lo laical.

Un diálogo sincero

A partir de ahí el tiempo siguiente fue de comunión e interpelación en la comprensión mutua de pastores y laicos, sintiéndonos llamados a responder unidos en el Espíritu a este momento apasionante de la historia y de la Iglesia en nuestra sociedad, en nuestras realidades humanas cotidianas. La tarea sigue, la esperanza la mantiene, y lo de este domingo ha de ser un punto de partida de un momento nuevo porque los espacios y los tiempos así nos lo piden y así lo queremos todos.

Ayer la cuarta nota de la Acción Católica, estuvo más clara y más vida, y sobre todo fue fraterna. Esta Iglesia es la que realmente queremos y la Acción Católica especializada quiere seguir apostando por ella junto a sus pastores.

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Fuente: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2017/11/14/religion-iglesia-solidaridad-espana-obispos-espanoles-accion-catolica-coyuntura-actual-cultural-politica-economica.shtml

Categorías: Accion Catolica, General

VOCACIÓN DEL LAICO UN POCO DE HISTORIA

 

VOCACIÓN DEL LAICO UN POCO DE HISTORIA

TEMA 1

 

La historia de la Iglesia aporta una gran luz para captar la común vocación cristiana que subyace a las diferenciaciones que, desde ella, fueron apareciendo después.

 

 

1.- Nuevo testamento e Iglesia primitiva: Un pueblo de sacerdotes.

En el N.T. y en la Iglesia primitiva no se habla de laicos, ni de clero, ni de vida Religiosa. Se habla de la comunidad de los bautizados, de los hermanos, de los santos y elegidos, de los que siguen el Camino y se comienzan a llamar cristianos, que son Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu.

Y es que los evangelios y los escritos del N.T. narran la vida de Jesús y la interpretan mostrándonos una nueva idea de religión, un modo nuevo de vincularse con Dios y de lo que es una verdadera actividad sacerdotal que reconcilia y comunica con la divinidad, fr4ente el modo de concebir la religión que tenía el judaísmo de la época.

Los evangelios descalifican los comportamientos religiosos judíos tradicionales, sus mediaciones absolutas (la ley y el culto) y sus mediadores (los sacerdotes) para poner el acento en un modo de existencia humana que es la que permite conocer a Dios, relacionarse con él y vivir en comunión con la divinidad: la de Jesús. Él es el ejemplo y el que genera los comportamientos del hombre que vive según Dios.

Esto no lo entendieron las autoridades religiosas judías para quienes el cumplimiento perfecto de la Ley, las ofrendas y sacrificios del culto son lo esencial. Para ellas es incomprensible que sea misericordia y no el sacrificio lo que sea agradable a Dios y que el Dios Amor llame al hombre a amar de forma especial a los pobres, los marginados y pecadores (que son los más lejanos de él).

Jesús pone de manifiesto que el hombre “religioso” puede ser cumplidor de la ley y de sus obligaciones de culto y, sin embargo, no haya aprendido a querer a los demás y a confiar en Dios. Esto lo comprenden bien los pecadores que son los que se abren a esta afirmación de Jesús. Para ellos Jesús es la Palabra misma de Dios, el Hijo de Dios, porque les asoma a un horizonte en el que pueden confiar en Dios, abrirse al amor y afirmar su propia dignidad a pesar de su existencia pecadora. Jesús da un nuevo sentido a sus vidas y les revela el rostro de Dios.

Vivir como Jesús es tener libre acceso a Dios. En Jesús lo sacerdotal es su vida misma; al conocerlo, se conoce a Dios. Por eso para los sacerdotes y autoridades religiosas de Israel el comportamiento de Jesús era revolucionario y blasfemo. En Jesús se radicaliza la crítica de los profetas de Israel que denunciaban la separación entre culto y vida (ver Is. 29, 13; 1, 15 y ss; Os 6, 6; Am 5, 21; Mt 15, 3 y ss; etc).

Lo básico es la vida, y las relaciones con los demás cobran un nuevo significado. Los ritos no tienen un sentido en sí, al margen de la vida, sino que las actitudes y los comportamientos tienen significado de culto y sacrificio (Rom 12, 1-2). Es la vida la que da sentido al culto y a los ritos. Por eso el centro del culto está en el comportamiento cotidiano y la relación con Dios exige la solidaridad con los otros.

La vida de Jesús es una vida toda ella sacerdotal que se expresa en la conducta y el estilo con que afronta los acontecimientos. La Última cena es la síntesis y la plenitud de su entrega sacerdotal al Padre y a los hombres.

Lo sacerdotal y lo profético convergen en Jesús y en sus seguidores: el culto tiene que generar una vida santa y ser su expresión más adecuada. Es un sacerdocio profético. Se es sacerdote viviendo de una determinada manera, según el estilo de Jesús; no basta con ejercer funciones rituales y de culto.

Desde las tradiciones del N.T. y las comunidades primitivas no hay mas que un sacerdocio, el de Cristo, del que participa el conjunto de los cristianos que son un pueblo de sacerdotes de Dios y Cristo y siempre en una perspectiva existencial, no ritual.

Prevalece el polo comunitario de la Iglesia. Toda la comunidad participa de la vida eclesial, toda la Iglesia es misionera, toda la Iglesia se enfrenta a un mundo pagano y hostil, el Imperio romano, el Dragón apocalíptico, toda la Iglesia martirial, toda la Iglesia mantiene la tradición apostólica, toda la Iglesia recibe y asimila la Escritura, toda la Iglesia ora, toda la Iglesia es solidaria con los pobres, toda la Iglesia participa activamente en sínodos y concilios y en la elección de sus ministros, toda la Iglesia profundiza en su fe, actúa en el catecumenado y en la reconciliación de penitentes, toda la Iglesia es servidora y ministerial.

La primitiva comunidad, que vive en situaciones de desarraigo social y que espera impaciente la llegada de Cristo resucitado, tiene un sentido sacerdotal en cuanto testigo y seguidora de Cristo y de su proyecto de construcción del reino de Dios.

La vivencia que tienen del Espíritu es la que les hace subsistir en medio de persecuciones y hostilidad ambiental y participar en la misión como una comunidad profética y sacerdotal al mismo tiempo.

Es importante recalcar que estas afirmaciones se hacen en escritos del N.T. que conocen la existencia de ministros, de cargos y de dirigentes, ya que las comunidades cristianas están estructuradas jerárquicamente desde la pluralidad de carismas y ministerios. No todos son iguales en la comunidad ni todos tienen las mismas funciones, pero todos son sacerdotes y no hay mención de sacerdocio alguno que no sea el comunitario.

El pueblo de Dios consiste en esta Iglesia de hermanos que tienen una misma fe sin que jamás haya alusión al binomio clero/laicos. Hay una igualdad fundamental basada en la consagración bautismal. De ella se deduce una forma de vivir y de comportarse que es el sacramento de consagración por excelencia de la vida cristiana (Rom 6; 1 Cor 6, 15 – 20).

La originalidad de la comunidad cristiana respecto de la judía está en que en ella todos son sacerdotes y no sólo algunos; todos tienen acceso directo a Dios que les ha sido abierto por Cristo y les es dado por el Espíritu y todos son iguales en cuanto discípulos de Cristo.

Y, sin embargo, se trata de comunidades jerárquicas, con una estructuración ministerial y una gran pluralidad de funciones, carismas y ministerios. Esta variedad nunca puede desplazar la dignidad e igualdad común, la fraternidad en el estilo de vida y el ejercicio respetuoso y no autoritario de los cargos y responsabilidades.

La contraposición consagrado/no consagrado, sacerdotal/no sacerdotal se da siempre en el contraste entre cristianos y no cristianos y nunca como diferencia dentro de la comunidad.

Sin embargo, en el N.T. hay una diferencia sustancial entre los apóstoles, testigos de Cristo, y el pueblo de carismáticos, entre un ministerio apostólico y los diversos comunitarios. Esta diferencia no permite hablar de los primeros como sacerdotes y negar el sacerdocio a los segundos. Lo que afirma el N.T. es que todos son sacerdotes y que las dimensiones sacerdotales del ministerio apostólico, de las que sólo se cita la predicación de Pablo del evangelio, están al servicio del sacerdocio de todos.

El desarrollo posterior de las dimensiones sacerdotales del ministerio apostólico, que dará origen al “sacerdocio ministerial”, tiene que respetar y potenciar este sacerdocio de los fieles y no frenarlo o perjudicarlo.

Además, tanto el sacerdocio como el culto cristiano se dan en la vida y tienen consecuencias existenciales, más de comportamiento que de ritos. La división sagrado/profano es rebasada por una consagración personal, la bautismal, que hace todo en nuestra vida sagrado, toda ella en relación con Dios y ofrecida, como culto vivo, a Dios. La orienta toda a Dios y al servicio de los demás.

Las categorías sacerdotales del A.T. se leen en el N.T. desde la existencia profana y, sin embargo, sacerdotal de Jesús.

 

PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR

  • Jesús no vivió como sacerdote sino como laico y “profeta”; como ellos denunció el culto que no va unido a la confianza en Dios y a actitudes de amor y misericordia ¿recuerdas algunos pasajes evangélicos en los que se recoge esta actitud profética de Jesús ante la Ley o el Templo…?
  • Pero la carta a los Hebreos llama a Jesús “sacerdote”. Su vida y muerte fue mediación entre Dios y los hombres. Él es el único verdadero mediador. Los seguidores de Jesús estamos llamados a reproducir en nuestra propia vida el “sacerdocio profético” de Jesús.
  • En las primeras comunidades cristianas no hay diferencia entre clero y laicos, pero sí de funciones, ministerios y carismas. El ministerio apostólico es el primero y con el tiempo dará origen al “ministerio sacerdotal” (Ver 1Cor 12, 28 – 30)
  • En Jesús lo sacerdotal es toda su vida. Adhiriéndonos a Él por el bautismo también somos sacerdotes, profetas y reyes a su estilo. Lee Rom 12, 1 – 2 y piensa y expresa cómo podemos todos los cristianos ser sacerdotes de nuestra propia vida, ese “culto” de actitudes y comportamientos, de vida “ofrecida…”

 

 

2.- La Iglesia de cristiandad. De la “comunidad sacerdotal” a “el clero y los laicos”

A comienzos del s.III tenemos testimonios de que se designa con el título de sacerdotes a los ministros cristianos, se llama Sumo Pontífice al Obispo y se habla de funciones sacerdotales reservadas a los ministros ordenados.

Parece que todo esto está muy unido al desarrollo sobre la conciencia de la Eucaristía, su carácter de sacrificio que simboliza, representa y actualiza el sacrificio de Cristo que se entregó por nosotros. Se establecen correlaciones entre la Eucaristía y los sacrificios judíos y paganos a los que supera y anula, y los que presiden la Eucaristía acaban llamándose sacerdotes por analogía con los que ofrecen sacrificios judíos y paganos. Esta evolución histórica, teológica y eclesial constituye la base de la tradición dogmática que ve la fundación por Jesús del ministerio sacerdotal.

Además la expansión progresiva del cristianismo exige una multiplicación de presbíteros para atenderlos presidiendo pequeñas comunidades y Eucaristías en comunión con el obispo, pero con autonomía de él. El obispo, sin embargo, aunque al comienzo era el presidente nato de la Eucaristía, va siendo absorbido por funciones de gobierno y de administración de la Iglesia local y de enseñanza magisterial.

Desde el s. IV la sociedad se abre al cristianismo, primero como religión lícita y luego oficial. Surge la “cristiandad” y se anuncian los problemas que se agudizarán en la Edad Media. Decae el celo misionero, hay progresivamente un desplazamiento de lo bautismal a lo eucarístico y un alejamiento de las teologías del sacerdocio común. Se constituye una carrera clerical por grados, hasta llegar al último: el episcopal. Se crea poco a poco un cuerpo estamental con un estatus social, reconocido por el estado romano. Se desarrollan los privilegios que reciben los eclesiásticos de las autoridades y de los patricios. Se asemejan cada vez más a los funcionarios del estado y se distancian del pueblo. Padres de la Iglesia y teólogos protestaron, pero esta evolución prosperó.

También afectó a las condiciones de vida del pueblo cristiano y del sacerdote. Comienzan estos a “vivir del altar”, liberados por sus comunidades, y renuncian a una profesión profana. Se agrandan las diferencias entre el estado clerical y el pueblo. En el concilio de Elvira se adopta el celibato obligatorio para los clérigos de occidente.

Resumiendo, con el Constantinismo y la Cristiandad medieval, cuando desaparece la tensión Iglesia/mundo, porque todo el mundo ha sido bautizado, se agudizan las diferencias intraeclesiales: el ministerio apostólico se organiza en una estructura aparte, el clero, que sacraliza a los ministros haciéndolos mediadores entre Dios y el pueblo, los sitúa y ordena por encima de la comunidad, monopolizando los demás carismas, impone en occidente el celibato, margina a la comunidad de la elección de sus ministros, que se convierten así en funcionarios, dependientes, incluso económicamente, de la institución eclesiástica.

Como consecuencia, y al desarrollarse una parte de la comunidad (la jerarquía con su dimensión ministerial), surge un nuevo equilibrio eclesiológico. Surge el laicado, como el polo opuesto al clero y dentro de la Iglesia se hacen pasivos. Se empieza a equiparar Iglesia a clero y esto resta protagonismo a los laicos en la Iglesia.

Es verdad que en la eclesiología medieval siempre permanece la idea de que la Iglesia es una comunidad de personas, un pueblo, y el concepto de Iglesia designa indistintamente al conjunto de la Iglesia y a la sociedad. Hay una tendencia a resaltar la dimensión jerárquica pero se conserva una eclesiología comunitaria y personal.

Pero junto a esta teología comienza a abrirse paso otra que tiende a equiparar Iglesia y clero.

En una sociedad donde los señores laicos utilizaban los puestos eclesiásticos a su antojo como feudo o beneficio propio, los papas y eclesiásticos reformadores comienzan la lucha por liberar a la Iglesia del poderío laical. Uno de los instrumentos de reforma es precisamente éste: que los laicos se ocupen de los asuntos de la sociedad y los eclesiásticos de la vida interna de la Iglesia. La sociedad (el mundo) es de competencia de los laicos, la Iglesia es de incumbencia de los clérigos.

Esta contraposición de ámbitos dura hasta nuestros días y desde ella se hace plenamente comprensible la idea de que la Iglesia consiste principalmente (incluso a veces se equipara sin más) a los clérigos.

Esta visión se mantendrá hasta comienzos del siglo XX.

 

Pío X en la Vehementer Nos (1906) consagra esta visión eclesial: “La Iglesia es por su propia esencia, una sociedad desigual, es decir una sociedad que incluye a dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que ocupan un rango en los diferentes grados de la jerarquía y la multitud de los fieles. Y estas categorías son de tal forma distintas entre sí, que únicamente en el cuerpo pastoral reside el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir todos los miembros hacia el fin de la sociedad. Por lo que se refiere a la multitud, no tiene otro derecho sino el de dejarse guiar y, como rebaño fiel, seguir a sus pastores”.

La idea de Iglesia que subyace a esta visión es claramente vertical, jerárquica y piramidal. Esta eclesiología es la que ha consumado la separación de los ministros y los laicos y no ha desaparecido totalmente, a pesar de las correcciones del Vaticano II. Subsiste en muchas afirmaciones y documentos eclesiásticos, así como en la mentalidad popular. Cuando se dice: “la Iglesia afirma, piensa o hace algo”, se está pensando casi siempre en la jerarquía.

Con esta mentalidad no hay mucho lugar para acentuar la común igualdad y dignidad de todos los cristianos, que es anterior a la pluralidad de carismas y ministerios; el papel del Espíritu, que actúa en toda la comunidad de la que forma parte la jerarquía (sin que se niegue su función de autoridad jerárquica); la importancia del Bautismo y la Confirmación que hace de cada cristiano sujeto de derechos y obligaciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

El Vaticano II ofrece un nuevo enfoque eclesial más comunitario, igualitario y espiritual (del Espíritu…) tanto de la Iglesia como del papel de los laicos.

PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR

  • Durante los siglos III, IV y V, el desarrollo y profundización en la Eucaristía, la importancia de las funciones sacramentales en la Iglesia y el aumento masivo de los bautizados van haciendo del clero un estamento cada vez más alejado del pueblo cristiano.
  • Surge la división clero/laicos, aunque se conserve una visión de la Iglesia como comunidad y se tenga claro que hay un sacerdocio de todo el pueblo de Dios.
  • En la Edad Media se añade un motivo más que va a separar en la Iglesia al clero de los laicos. Comienza en el siglo X, se consolida en el XI y llega prácticamente hasta el Vaticano II. Los laicos, el pueblo cristiano, se ocupa de las cosas seculares (del mundo, del siglo), los clérigos, de las cosas de la Iglesia. La visión de la Iglesia en este último caso es vertical, jerárquica y piramidal.
  • ¿Crees que la historia nos sirve para explicar mucha de la pasividad que existe aún hoy en nuestros laicos dentro y fuera de la Iglesia? Pon ejemplos.
  • ¿Qué idea de Iglesia crees que hay en los laicos que conocemos? ¿Y en nosotros?

 

Fuente: https://www.adcspinola.org/index.php/descargas-adcspinola/laicos-spinola/materiales-1/148-tema-1-vocacion-del-laico-haciendo-un-poco-de-historia-para-empezar

 

Categorías: Laicos

La labor de los laicos en la Iglesia

Introducción.

Cuando escuchamos hablar sobre qué es un laico en la Iglesia muchas personas piensan en cristianos de segunda categoría, hombres cuya labor en la Iglesia no es más que receptiva o meramente pasiva, frente a una “élite escogida” –la Jerarquía de la Iglesia– llamada a evangelizar y anunciar el Evangelio a las personas del mundo. Nada más equivocado de lo que es la realidad, y de lo que en es en verdad el Christifideles Laici o Laico cristiano.

La comprensión a través del tiempo sobre qué es fiel laico ha ido madurando a lo largo de la historia de la Iglesia. El laico no es un término inventado luego del Concilio Vaticano II para designar al resto fiel no clérigo como piensan algunas personas, es más bien una expresión hermosa de la diversidad de la Iglesia y de las múltiples funciones que hay en ella. Recordemos lo que nos dice S. Pablo: “Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo (1Co 12, 12)”.

En las primeras generaciones de cristianos convertidos por las misiones de los primeros apóstoles a lo largo del mundo, la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Cristo, de ser parte de la comunión que se vive en torno a una persona que es Hombre-Dios, llegaba hasta el extremo de dar la vida por la fe. Vivir la vida cristiana era en serio. Llamarse “cristiano” era para muchos: sentencia de muerte. El amor que invadía los ardorosos corazones de estas personas por Dios y la Buena Nueva se expresaba en la sangre de su martirio, que a su vez eran semilla de nuevos cristianos. Ser cristiano era un don precioso, que ni la misma muerte podía arrebatar. Esto sin duda, a pesar de las diferencias del tiempo y del contexto, muestra el verdadero espíritu de lo que es ser cristiano ayer, hoy y siempre.

Siguiendo un poco más adelante en la historia, vemos la emergente santidad de diversos laicos cristianos que –a pesar de no ser muchos–, tuvieron un decidido compromiso con su fe y fueron testimonio para muchos de radical opción por seguir a Cristo y vivir los mandamientos hasta las últimas consecuencias. Entre ellos encontramos a los famosos eremitas y anacoretas como San Antonio, San Pacomio, Evagrio, entre otros. Además de estos, algunos laicos, gracias a la inspiración del Espíritu Santo fueron grandes fundadores de familias religiosas que persisten incluso hasta los días de hoy, como por ejemplo los benedictinos.

Con este pequeño recorrido de los primeros tiempos del cristianismo nos damos cuenta de cómo los laicos pueden contribuir de una manera original al desenvolvimiento del conocimiento y la práctica de la fe. Estos son y seguirán siendo una gran fuerza de la Iglesia para el cambio del mundo.

Ahora bien, el papel del laico y una cierta visión reducida sobre su identidad han existido en algunos sectores de la Iglesia en su historia. Eso, hay que aclarar, no es producto de que la misma Iglesia estuviese corrompida o no entendiera el mensaje cristiano, sino más bien producto de una natural madurez y comprensión de sus miembros. Una madurez, cabe decir, que va tomando forma más clara en las reflexiones y en el mismo resultado del Concilio Vaticano II.

El Concilio Vaticano II fue el principal acontecimiento eclesial del siglo XX, se realizó entre octubre de 1962 y diciembre de 1965 en un clima eclesial de renovación y apertura a los signos de los tiempos. Fue inaugurado por el “papa bueno” Juan XXIII que a los pocos años fue convocado a la casa del Padre y clausurado por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965. El Concilio Vaticano II buscó responder a las inquietudes de la Iglesia y del mundo yendo a lo esencial, a su identidad más profunda, y desde ahí responder de manera renovada a los desafíos del mundo de hoy.

Uno de estos grandes desafíos que tuvo la Iglesia fue el de comprender mejor el lugar que ocupan los laicos en la misión de la Iglesia y lo sumamente necesarios que son para la construcción de la civilización del amor, en la que los mismos laicos –o seglares– son protagonistas esenciales.

El concilio tuvo 4 Constituciones, 4 columnas que sostienen el gran edificio de lo dicho por el magisterio pontificio en el Concilio Vaticano II. Una de ellas es la constitución dogmática “Lumen Gentium” que trata sobre la Iglesia; en ella separa el capítulo IV para hablar sobre los laicos, su papel y función dentro de la Iglesia y su misión en el mundo. También de los 9 decretos que existen del Concilio Vaticano II, uno habla sobre el apostolado de los Seglares: la Apostolicam Actuositatem. De estas dos perlas conciliares partirá mi reflexión sobre los laicos en el mundo de hoy.

¿Qué se entiende por laico?

La constitución Lumen Gentium nos da una definición a este término, dice:

“Con el nombre de laico se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los que viven en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo, según la parte que le corresponde”[1].

De aquí podemos extraer varios elementos que nos podrán ayudar a comprender la naturaleza del fiel laico:

a. Son miembros de la Iglesia: El laico se convierte en miembro de la Iglesia, se incorpora a Cristo como todo cristiano por medio del sacramento del bautismo. “Este carácter se aplica evidentemente también a los sacerdotes y a los religiosos; pero, puesto que el Concilio trata de estas dos categorías en otros lugares, limita aquí su punto de vista a los que no han recibido la ordenación sacerdotal ni se cuentan entre los miembros de un instituto religioso”[2]. Su participación activa en la Iglesia lo hace de manera consecuente llamado a la misión de la misma según las características particulares de su vocación laical.

Los laicos están “llamados a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación. El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia y a él todos están destinados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. El laico es testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia”[3].

b. Participación a su manera de los 3 munus: La participación del laico en la Iglesia posee rasgos particulares pero se fundamenta en la misma de todo cristiano, es decir, en la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo.

Todo cristiano laico participa de la función sacerdotal por el hecho de ser bautizado. Es lo que se llama el sacerdocio común de los fieles. Como nos dice la constitución Lumen Gentium: «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque se diferencian esencialmente y no sólo en grado (essentia et non gradu tantum), se ordenan sin embargo el uno al otro; porque uno y otro participan a su peculiar manera (suo peculiari modo) del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de la que goza, modela y dirige al pueblo sacerdotal, realiza in persona Christi el sacrificio eucarístico y lo ofrece en nombre de todo el Pueblo de Dios; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la oblación de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y con la caridad operativa[4]». De esta manera los seglares están llamados según el modo que los caracteriza, a dar culto a Dios para la salvación de los hombres. Este culto es un “culto espiritual agradable al Padre[5]” que se expresa en la “entrega sincera de uno mismo a los demás[6]”. Los seglares dedican el mundo a Dios, y de este modo lo “consagran” –no el sentido de consecratio mundi– tanto por sus actos de adoración como por su actividad cotidiana. “El seglar consagra el mundo por el uso de los bienes terrenos con rectitud de conciencia, y por el respeto de su destino según los designios del espíritu[7]”. “Los laicos en cuanto adoradores, obrando santamente en todo lugar, consagran a Dios el mundo mismo”[8].

Con respecto a la función profética de los seglares “La misión que los seglares reciben de Cristo no implica la función de enseñar con autoridad en su nombre –como los clérigos–, pero sí la de rendirle testimonio por su fe e incluso por el don de la palabra. Tal carisma les es concedido para que aparezca la fuerza del Evangelio no sólo en el culto más o menos solemne sino también en la vida de cada día”[9]. El carácter de esta misión profética del laicado estará en dar a la palabra eficiente de Dios la ocasión de manifestar su fuerza en la familia y en la sociedad anunciando así que la existencia temporal no encuentra explicación, ni fin, ni satisfacción sino más allá de las fronteras terrenas.

La participación de los seglares en el servicio real se fundamente en el llamado de Jesús a que todos sus apóstoles y sucesores participen con Él en su “reino”. “Este reino no se consuma en un instante. En vías aún de perfeccionamiento, no está sino en su periodo inicial … la consumación, incluso para Él, se realizará más tarde, al final de los siglos, cuando Él someta a su Padre no sólo su propia persona sino toda la creación y cuando ya no quede ninguna resistencia”[10]. Y este reinado de Cristo se ve prístinamente en su entrega por nosotros en la cruz, dejando bien en claro que el camino que conduce a este reinado es el del servicio. El Señor no nos concede sólo los frutos del reino sino el mismo poder. Esto se realiza por medio de la conversión personal, del cambio de vida, de vivir una vida cada vez más santa. De esta manera nuestro mismo anuncio y testimonio extenderá el reino de Dios y arrastrará a muchos hermanos nuestros. Como nos dice S. Hilario “Reyes son, sobre quienes ya no tiene ningún poder el pecado; al contrario, tiene ellos el dominio de su propia persona, dominan esta carne que les obedece y les está sumisa. Son reyes y su Señor es el mismo Dios. Son también Señores, no los esclavos del pecado”[11].

c. Misión en la Iglesia y en el mundo: ¿Cuál es la misión de la Iglesia en el mundo? La misión de la Iglesia Católica es llevar a todos el mensaje que Cristo nos enseñó para nuestra felicidad y salvación, hacer lo que Él nos dice: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20). Sin embargo la gran obra de la Iglesia no la realiza cada persona de la misma manera. De acuerdo con propio llamado de cada uno se va realizando la gran misión de la Iglesia. En ese sentido, podemos encontrar diferentes maneras de cumplir esta misión evangelizadora. En cuanto a los laicos cuyo carácter secular es propio y peculiar de ellos “(les) pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor”[12].

La manera como el laico o cualquier estado de vida cumple la misión de la Iglesia es al fin y al cabo realizar ese llamado a la santidad que tenemos todos para mutua edificación del Cuerpo de Cristo.

La profundización de la identidad laical ha ido madurando a través del tiempo. Ha sido fundamental el desarrollo de la identidad laical que encontramos en la Lumen Gentium cap. IV y la Apostilicam Actuositatem; sin embargo esta era aún insuficiente y necesitaba de una mayor comprensión de esta realidad eclesial que llamamos “laicos”. El Sínodo de los Obispos en el año 1987 “sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo” fue un hito fundamental para esta madurez, siendo de esta el mayor fruto la publicación de la exhortación post-sinodal “Christifideles Laici” del Papa Juan Pablo II. En ella encontramos luces preciosísimas sobre quién es el laico. Recordemos que la definición que nos de la LG 31 no termina de ser conclusiva. Por ejemplo, cuando nos dice que el laico es un fiel cristiano incorporado a Cristo podemos decir que esto igual se aplica a los sacerdotes y los religiosos. O cuando nos habla de que el laico ordena las realidades temporales según Dios, también lo podemos aplicar en un sentido a los sacerdotes; miremos la realidad actual, hay muchos sacerdotes que son psicólogos, profesores o administradores, y eso no significa que estén traicionando su vocación sacerdotal.

Entonces ¿qué es lo propio del laico? Y ante esa pregunta la Christifideles Laici puede darnos algunas pistas fundamentales. Nos dice el Papa en esta exhortación que “no es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación que ha recibido de Dios”[13], es decir, lo fundamental del laico es ante todo que se reconozca como cristiano, llamado a asumir radicalmente su propio bautismo. “La novedad cristiana es el fundamento y el título de la igualdad de todos los bautizados en Cristo, de todos los miembros del Pueblo de Dios”[14] ya sean clérigos o no clérigos, todos somos corresponsables con la misión de la Iglesia. Sin embargo, la dignidad bautismal que todo fiel cristiano tiene “asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular”[15]. Esta índole secular nos ayuda a captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico.

¿Y qué significa “índole secular”? más adelante la misma CL lo explica de esta manera: “Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, «es propia y peculiar» de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión «índole secular»”[16]. Hay una distinción que se hace aquí entre dimensión secular e índole secular; ambas cosas se refieren a dos cosas distintas. La dimensión secular es propia de toda la Iglesia, es esa misión que tiene la Iglesia de estar en el mundo pero sin ser del mundo. La índole secular sería como el modo en que se plasma este “ser del mundo sin ser del mundo” en el laico. El laico está llamado a transformar el mundo desde dentro, esta llamado no a salir del mundo, sino ser como fermento mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, manifestando a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad. El lugar y contexto donde el laico se desenvuelve no es una realidad solamente social, sino una realidad teológica y eclesial. Es decir, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, (ellos) no han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales[17].

Podemos concluir diciendo entonces que “La condición eclesial de los fieles laicos (su identidad más profunda) se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular.

Vocación al apostolado del laico

Los laicos son miembros del cuerpo de Cristo que cooperan en el desarrollo interno y externo de todo el cuerpo. Y como todo miembro de la Iglesia han sido llamados, convocados a una misión particular. El laico esta llamado por Dios al apostolado[18], y por medio del bautismo, la confirmación y la eucaristía –alma de todo apostolado– participa en la misma misión salvífica de la Iglesia. “Esta participación activa en la misión misma de la Iglesia no es simplemente ocasional o supletoria, de tal suerte que los seglares sean movilizados sólo cuando el clero sea escaso o falto de posibilidades. La misión de los seglares que aquí se describe es su tarea normal y universal, puesto que en su calidad de miembros ellos “son” la Iglesia”[19]. La responsabilidad por el cambio del mundo no recae pues en algunos pocos escogidos como mencionaba en la introducción, el cambio del mundo se realiza por que cada parte del cuerpo de la Iglesia realice lo que está llamado a ser y hacer, reconociendo su valor y protagonismo en la gran gesta evangelizadora en el mundo de hoy[20]. Si el laico no reconoce su verdadera identidad, sino vive con intensidad su vocación laical al apostolado estamos poco a poco haciendo que el gran gigante de la Iglesia siga adormecido y confundido sin saber a dónde ir.

[pullquote]Es importante también recordar que la fecundidad del apostolado laical depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “Permaneced en mí y yo en vosotros. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nos podéis hacer nada” (Jn 15, 4-5). No existe, pues auténtico apostolado si es que primero no nos hemos hecho amigos del Señor, ya que nuestro anuncio brota de un encuentro profundo e íntimo con la persona de Cristo que transforma nuestras vidas y nos llama al anuncio[21] y el testimonio[22] de su persona en medio de este mundo adverso y que muchas veces no quiere oír el mensaje de salvación.[/pullquote]

Este apostolado por parte de la Iglesia a través de los laicos se puede realizar tanto individual como comunitariamente[23]. “El apostolado que ejerce cada uno[24] y fluye con abundancia de la fuente de la vida verdaderamente cristiana (ver Jn 4, 14), es el principio y fundamento de todo apostolado seglar, incluso asociado, y nada puede sustituirlo”[25]. Y a partir de este fundamento los laicos podrán reunirse en asociaciones, expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, que dijo: “Donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), y cumplir el fin propuesto.

Los fines que el laico debe alcanzar están ordenados a su misma vocación y llamado; estos son principalmente participar en la obra redentora de Cristo en todos los órdenes[26], esto es, impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Cuando hablamos de orden temporal nos referimos a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes[27]. “Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos[28].

A modo de conclusión

Termino estas reflexiones con el título de este trabajo “despertando al gigante dormido” que refleja muy bien la intención del trabajo: reavivar y tomar una conciencia cada vez mayor de que nosotros, los laicos, somos protagonistas importantísimos de la misión salvífica de la Iglesia, corresponsables con este llamado a evangelizar al mundo entero. El laico es ese gigante no solo por la cantidad de sus miembros que son la gran parte de la Iglesia sino por la fuerza y el ímpetu que tiene que tener para llegar a transformar el mundo desde sus cimientos.

Me uno de todo corazón a lo que nos dijo el Papa Juan Pablo II en la conclusión de la Christifideles Laici: “Toda la Iglesia, Pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad. Los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de esta empresa, llamados como están a anunciar y a vivir el Evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad”[29].

¡Despertemos del sueño de la pasividad y la ignorancia, asumamos con renovado esfuerzo y ardor nuestra vocación y misión de ser luz para el mundo, luz que nace desde dentro y que ilumina hasta las más oscuras realidades de este mundo!

[1] LG 31

[2] La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Gerard Philips. p. 17

[3] Cf. LG 33

[4] LG 10

[5] 1 Pe 2, 5.

[6] GS 24

[7] Cf. La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Gerard Philips. p. 43-44

[8] Cf. LG 34

[9] La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Gerard Philips. p. 45

[10] La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Gerard Philips. p. 57

[11] San Hilario, In Ps., 67, 30; PL 9, 465; CSEL 22, p. 306

[12] LG 31

[13] CL 10

[14] CL 15

[15] CL 15

[16] CL 15

[17] Ver CL 15

[18] “La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado”. AA 2

[19] La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Gerard Philips. p. 35

[20] “En el contexto de la misión de la Iglesia el Señor confía a los fieles laicos, en comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios, una gran parte de responsabilidad” CL 32

[21] “Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo” CL 33

[22] “Los fieles laicos —debido a su participación en el oficio profético de Cristo— están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana —más o menos conscientemente percibida e invocada por todos— constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud”. CL 34

[23] Cf. AA 15 y sgtes.

[24]Aquí se remarca la importancia del apostolado personal como una clave para comprender el apostolado laical. Sin apostolado personal no se puede hablar de apostolado.

[25] AA 16

[26] Ver AA 5

[27] Ver AA 7

[28] AA 7

[29] CL 64

 

© 2016 – Luis Alfonso Sánchez Mercado para el Centro de Estudios Católicos – CEC

 

Fuente: http://www.conectacec.com/despertando-al-gigante-dormido-la-labor-de-los-laicos-en-la-iglesia/

 

 

Categorías: Laicos

Fiesta de Cristo Rey. La realeza de Cristo y la Doctrina Social de la Iglesia.

Fiesta de Cristo Rey. La realeza de Cristo y la Doctrina Social de la Iglesia.

 

El año litúrgico concluye con la Fiesta de Cristo Rey, que este año se celebrará el domingo 24 de noviembre. En esta ocasión la Fiesta de Cristo Rey tiene un significado adicional, ya que también marca la conclusión del Año de la Fe, iniciado por voluntad de Benedicto XVI el 11 de octubre de 2012 y que concluirá, precisamente, el domingo 24 de noviembre de 2013. Por eso es importante preguntarse lo que significa esta Fiesta.

La doctrina de Cristo Rey en el Catecismo
 
En primer lugar es útil precisar que el señorío o realeza de Cristo es una enseñanza de la Iglesia contenida en el Catecismo. Se trata de una verdad de la doctrina de la fe, como escribió Pio XI, el Papa que instituyó la fiesta: «es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer» (encíclica Quas primas).
El párrafo 2105 del Catecismo dice: «El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Esa es “la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo” (Dignitatis humanae, 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive” (Apostolicam actuositatem, 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (Dignitatis humanae, 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo. La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas».
El Reino de Dios está en Cristo mismo y su realeza se manifiesta en la creación («por medio de él todas las cosas fueron creadas» dice el Evangelio de San Juan) y en la resurrección. Ella tiene un aspecto también mesiánico y escatológico: la realeza de Cristo se cumplirá definitivamente con su Regreso, cuando recapitule todas las cosas en sí mismo.
Muchos creen que la realeza de Cristo es una doctrina que pertenece a otra época. Por lo general, se considera una doctrina preconciliar desfasada. Sin embargo, como acabamos de ver, es una doctrina claramente afirmada en el Catecismo que Juan Pablo II publicó el 11 de octubre de 1982 (fijarse en la fecha) como consecuencia y fruto del Concilio. Por otra parte, en el párrafo 2105 que acabamos de leer hay numerosas referencias a algunos pasajes de documentos importantes del Vaticano II. No se puede, por lo tanto, separar la doctrina de Cristo Rey del Concilio.
La institución de la Fiesta con Pío XI
 
La Fiesta de Cristo Rey fue instituida en la encíclica Quas Primas de Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, en la clausura del Año Santo. En esta encíclica el Pontífice, luego de recordar que ya en el Antiguo Testamento se habla proféticamente de la realeza de Cristo, explica que Él mismo se ha proclamado como tal, por ejemplo, respondiendo a una pregunta concreta de Pilatos y como los Evangelios lo proclaman repetidamente también.
Pio XI prosigue afirmando que Cristo no sólo es Rey por derecho de naturaleza, es decir, por lo que Él es Dios, sino también por derecho de conquista, en virtud de la Redención: «Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha».
Pio XI enseña que la realeza de Cristo se expresa en los tres poderes: legislativo («En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad»); judicial («el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo», Jn 5,22); ejecutivo: ( «es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse».).
Aunque la potestad de Cristo es principalmente de orden espiritual, su realidad es también de orden social: «erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio». No sólo las personas le deben obediencia, sino también la sociedad, porque «Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. […] No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria».
¿Una doctrina superada?
 
Las frases que acabamos de leer parecen no tener en cuenta la llamada «autonomía de las realidades terrenas», y parecen afirmar que la política depende de la religión cristiana. Es por esta razón que muchos consideran esta doctrina superada, dado el actual contexto democrático y pluralista. Al respecto, lo primero que hay que decir es que los últimos Pontífices, ciertamente, no han condenado la democracia como los del siglo XIX, pero tampoco han dejado de proclamar el señorío de Cristo en el ámbito social y político.
Un ejemplo muy elocuente es la famosa invitación de Juan Pablo II a abrir las puertas a Cristo, invitación pronunciada en su primera homilía como Pontífice, el domingo 22 de octubre de 1978: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!». Aquí el Papa no dice abrir las puertas a Cristo sólo de los corazones y las almas, sino también de los sistemas políticos; se trata por tanto de una realeza también social.
Benedicto XVI lo ha repetido innumerables veces: «Un Dios que no tenga poder es una contradicción en los términos»; «Lejos de Dios el hombre está inquieto y enfermo»; «El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano»; «No debemos perder a Dios de vista si queremos que la dignidad humana no desaparezca»; «Con el apagarse la luz procedente de Dios la humanidad ha perdido su orientación, cuyos efectos destructivos se manifiestan cada vez más». También Benedicto XVI ha proclamado la realeza de Cristo: «no existe un reino de cuestiones terrenas que pueda ser sustraído al Creador y a su dominio».
Realeza de Cristo y democracia
 
Señalé que la democracia sugiere creer que es absurdo considerar la realeza de Cristo sobre las cosas temporales, es decir, no sólo sobre las conciencias de los creyentes sino también sobre la organización de la sociedad y de la política. Al contrario, la Iglesia afirma que esta realeza permanece, sólo que ya no se realiza mediante instituciones «cristianas», como en el pasado, sino a través de la acción de los fieles, y respetando la libertad de conciencia. No se realiza ya mediante un estado confesional, porque esto limitaría la libertad de conciencia que precisamente los cristianos reivindicaron primero ante el poder del Imperio Romano y que sería extraño que ahora lo prohibían a otros. Pero, hasta cierto punto, la modernidad ha querido no sólo superar el Estado confesional, sino también echar a Dios del mundo y relegarlo a la conciencia individual. De hecho, ha aprovechado la oportunidad del rechazo al Estado confesional para hacer esto. Lo primero lo ha logrado, pero no debe conseguir lo segundo, porque sería su condena.
Reiterar, por tanto, la realeza de Cristo en la sociedad y no sólo en las conciencias, no significa pensar que la sociedad y la política puedan hacerse sin Él. Dice la Caritas in veritate que «el cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad», con lo que se confirma la realeza de Cristo en el orden social.
Una forma muy importante de respetar la realeza de Cristo en la democracia es respetar las leyes, las políticas y los principios de la ley moral natural: la vida, la familia, la procreación, la educación de los hijos, la propiedad privada general, el trabajo, la moral pública. Es decir, respetar las leyes de la Creación, que proceden del Creador y que contienen las orientaciones sobre cómo debemos vivir si no queremos dejar de ser personas humanas. Si la sociedad y la política hacen esto, pronto se darán cuenta de que Dios debe tener un lugar en el mundo, porque de lo contrario también las normas morales se ponen en riesgo y, como decía Dostoievski, todo estaría permitido.

 

 

Fuente: http://www.forumvida.org/espiritualidad/fiesta-de-cristo-rey-la-realeza-de-cristo-y-la-doctrina-social-de-la-iglesia

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