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LA ACCIÓN CATÓLICA

  Victorio Oliver Domingo

Obispo de Orihuela – Alicante
http://www.accioncatolicavalencia.org/

PRESENTACIÓN

Empiezo esta presentación de la Acción Católica con un recuerdo sugerente del profeta Isaías. Está en la segunda parte, en el «libro de la consolación». Isaías hace revivir al pueblo un nuevo éxodo.

Decía el profeta: «Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis? (Is 43,19). «Mírad, todo lo hago renuevo se lee casi al finalizar el Apoca lipsis (21, 5). «Ha brotado para siempre un Germen un retoño del seco tocón» (ls 6,13;11,1).

En este clima, hablamos de la Acción Católica, después de etapas, de largas etapas de desierto, en el que, sin embargo, el Espíritu del Señor ha estado trabajando. Tal vez era necesario recorrer una ruta de arena ardiente y de sol calcinante, de sed, de perseverancia y aguante, de estar en camino de búsqueda. Hablo así, por seguir aplicando la imagen bíblica..

«Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis? No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo». El profeta nos sitúa en el presente y nos orienta hacia el futuro. ¿Será verdad que han pasado los días de la sequedad y que vienen tiempos nuevos?

Para confirmarlo, os presento algunos datos de esta novedad, del nuevo aire y del nuevo clima que vive la Acción Católica, de su nueva etapa, para este tiempo histórico comprometido seriamente con la evangelización. Son nueve datos de eso «nuevo», que está brotando.

No en vano se repite entre nosotros la necesidad de aportar brazos y esperanza, fresca para una nueva evangelización (ChL 34). Es tema persistente en los escritos del Papa y es objetivo preferente, y repetido en los planes pastorales de la Conferencia Episcopal y de tantas diócesis españolas. De la nuestra también. Un anuncio del Evangelio con «parresía» y con «signos», que llegue a la transformación radical de la sociedad según los valores del Reino.

En el horizonte de la evangelización se ha movido la Acción Católica. Todo lo que suena o huele a Evangelio le interesa vivamente a la Acción Católica, le ha apasionado desde el primer momento de su nacimiento y durante toda su existencia. Nació para evangelizar a hombros de laicos. Fue entonces algo nuevo. Hoy es hora de los laicos, se dice en «Los cristianos laicos, lglesia en el mundo».. Si somos fieles a la novedad inagotable de la evangelización, estaremos recreando la Acción Católica cada día y en cada época, para servir al Evangelio y para aproximarlo a los hombres con palabras inteligibles y con voz convincente. Por eso mismo nacieron los movimiento especializados de la Acción Católica, y se colocaron en avanzadilla, porque había que evangelizar ambientes resecos y en erial. Una característica de novedad, además del vigor y del método, es que la realizan los laicos. Tienen voz, la han recuperado, como Aquíla y Priscila (Hch 18, 2.18-26; Rom 16,13).

Es el primer dato de esta novedad. Una nueva Acción Católica para una nueva evangelización. De esto debe ser consciente la Acción Católica y debe romper rutinas, como debe explorar caminos no recorridos. No nos está permitido replegarnos en los cómodos cuarteles de invierno.

Segundo dato. Aunque han pasado diez años, el texto mantiene el calor de la novedad. En noviembre de 1991 la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal aprobaba, y se difundió posteriormente, un documento conocido y estudiado. Es el CLIM, «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo». Este escrito ha dado pie a numerosos encuentros en las diócesis. Los laicos lo conocen. Se le ha considerado como la carta del Apostolado Seglar hoy. Fue preparado por muchos y durante largos meses. Pues bien, al final del documento, se da la salida a la Acción Católica. Se la define y se cuenta con ella. La Acción Católica recibe, en él, su carné ¿e identidad, que se concretará en las Bases. De este modo, se envía a la Acción Católica por las Iglesias de España.

Otro dato importante para esta nueva etapa, ha sido la aprobación de las Bases de la Acción Católica Española y de los Estatutos de la Federación de Movimientos de Acción Católica, de que acabo de hablar. Los dos documentos fueron aprobados por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en noviembre de 1993.

Con esta aprobación se completa un período largo, que ha servido para dialogar ampliamente los obispos y los movimientos, para conocer mejor las entrañas de la Acción Católica. Durante muchos años se vivió con excesiva espontaneidad, y fueron los mismos Movimientos quienes sugirieron la necesidad de ahondar y de entrar, con calor y con rigor, en el ser de la Acción Católica. Fue en el curso 1986-1987. Y, como sin darnos cuenta, fuimos rehaciendo v realizando la Acción Católica, en lo que tiene de comunión de misión de corresponsabilidad y de eclesialidad fecunda.

Las Bases no sólo sustituyen a los antiguos Estatutos, superados por la vida misma, sino que dan la medida y el espíritu de lo que hoy debe ser la Acción Católica. Así los obispos de la CEAS y los movimientos hemos leído juntos, detenidamente, el Concilio v hemos releído las NOTAS, que definen la Acción Católica. Las hemos leído hoy , las hemos leído al calor de la historia de la misma Acción Católica, y a la luz de otros documentos del Concilio (CLIM, 128). Hemos encontrado acentos nuevos, que son signo del vigor de un cuerpo, que vive y crece, como crece y vive la Acción Católica.

En los Estatutos, se configura la nueva organización de la única Acción Católica (CLIM, 1 28). Ya se hizo frecuente, en diálogos y en escritos de aquel momento, una expresión acuñada: «Nueva configuración de la Acción Católica» . Era el vino nuevo, pero necesitaba también odres nuevos (Mt 9,17). Hemos de caer en la cuenta de lo que supone esta novedad. Ya no vale apelar a modelos nostálgicos, ni a modelos que no existen. «No penséis en lo antiguo» , decía Isaías. A la única Acción Católica se llegó también por un proceso de mesa redonda y de acercamiento de todos los Movimientos en las Comisiones Nacionales y en las Diócesis.

La aprobación de las Bases y Estatutos, por parte de la Conferencia Episcopal Española, supone un gesto amplio de confianza. Y éste es el cuarto dato, que expongo. No fue una aprobación rutinaria, precipitada o a rnano alzada. Hubo un largo debate y una mirada atenta al texto presentado. Al fin, se sancionaba afirmativamente el camino recorrido. La confianza de los obispos se traducía en interés. La Acción Católica es algo que interesa, se la llama a las parroquias, porque se la necesita en ella. Una voz autorizada y exigente de esta llamada llegó desde el Congreso de Parroquia evangelizadora en noviembre de l988 (Doc. final 26 c.)

De esta aprobación, como decía, se deduce la confianza sin reticencias, que la Iglesia española deposita en la Acción Católica. Y la Iglesia llama decididamente a la Acción Católica General y a la Especializada, para realizar el proyecto evangelizador de la misma Iglesia. Así la confianza se convierte en esperanza, y con la esperanza, hoy renovada, encararnos el futuro de la Acción Católica.

Un quinto dato es el hecho de que la Acción Católica General, como se describe en el CLIM, 126, inició ya su camino hace nueve años. Han sido aprobados sus Estatutos en la LX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en noviembre de 1993. Fue audaz el nacimiento. Fue un gesto de eclesialidad y de realismo. Ha empezado a andar en muchas diócesis.

El sexto dato. Como decía, se ha trabajado seriamente en este tiempo Fruto de ello, pedido y también necesario, son los Materiales de iniciación. Además del Espíritu, siempre activo, la esperanza de la Acción Católica tiene ya andaderas. Estos materiales demuestran que el proyecto es posible, y si es posible, podremos apostar por él. Quiero destacar el empeño de las Comisiones Generales en renovar, de modo permanente, y en adaptar los Materiales de Iniciación. Porque se ahogan los Movimientos, que no inician.

Los datos procedentes desembocan en una conclusión, que es el séptimo apunte: Se ha pasado de un cierto anonimato a un conocimiento de la Acción Católica, de una creída irrelevancia a una publicidad, de ser ignorada en muchas zonas a ser invitada en distintas diócesis. Y, así, tanto el Consiliario General como el Secretario General de la Acción Católica han hecho kilómetros para dar a conocer, de forma directa, el momento que vive la Acción Católica y su nueva configuración, con que quiere trabajar al servicio de las diócesis, de las parroquias, y al servicio de la evangelización nueva.

El encuentro de abril de 1995 con el Cardenal Pironio.. Eran 300 sacerdotes, también jóvenes. Recordaba tiempos muy antiguos. Importante fue el número de participantes, pero, sin duda, más sorprendente fue el clima que se vivió y la responsabilidad, que hizo nacer, por muchas Diócesis, a la CEAS y, sobre todo, a los Movimientos. Este hecho se repitió con sorpresa y con gozo en Pascuas posteriores.

He de recordar una alusión de novedad a nuestra Diócesis. Se ha recorrido un camino sereno y positivo, para constituir el Consejo Diocesano, con Estatutos aprobados en septiembre de 1999, y erigido canónicamente el 15 de noviembre de 2000. Fueron muchas horas de diálogo, de convergencia y comunión, de acercamiento de todos los Movimientos, que han dejado un buen recuerdo, y quiere apoyar y mantener el sentido diocesano. Fue trabajo de la Coordinadora, desde 1992.

Os he recordado nueve datos, que avalan la afirmación de que «algo nuevo está brotando ¿no lo notáis?» Para la Acción Católica es una oportunidad extraordinaria, también por parte del Señor y de su Espíritu. «Momento histórico» dijo un obispo en la Asamblea Plenaria.

Por mi parte, digo esta convicción: Que, en todo proceso de la nueva Acción Católica, poco se podrá hacer sin los sacerdotes y poco se podrá hacer sin los laicos.

«Algo nuevo está brotando ¿no lo notáís?» La positiva acogida de este documento, ¿dice que se avecina una mañana de Pascua para la Acción Católica? ¿Lo veis así? La conclusión es que ha habido una clara apuesta por la Acción Católica,

He de hacer una matización. Es ésta: que no se piense que ahora se crea, de la nada, la Acción Católica. Vivía ella y tiene historia también reciente, como tiene raíces. La novedad pertenece al ser que está vivo. Algo nuevo de ella es lo que está brotando en nuestros tiempos.

Después de esta presentación de la «novedad que vive la Acción Católica» paso al cuerpo de la exposición que divido en dos partesen extensión, A la primera llamo: «Hay que ser realistas». En la segunda intentaré definir la Acción Católica contres apartados. Terminaré, como es lógico, con una conclusión.

Y tengo que decir, desde el principio, que esta presentación no está exenta de interés por la Acción Católica. Interés, que no oculto, y gratitud a Dios, también, por la Acción Católica. Por lo que en la historia de la Iglesia del siglo pasado ha realizado y por la espléndida oferta que hoy presenta, Porque es de hoy.

Tal, vez no la hemos sabido presentar. Tal vez su realidad exqueda matizada y diluida por testimonios pobres.

Quiero igualmente afirmar que la Acción Católica no reclama privilegios, sino un puesto para evangelizar. Por eso, da gracias a Dios por e! creciente «protagonismo» de los laicos, por el nacimiento de formas nuevas de apostolado laical. «Con tal que el Nombre del Señor sea anunciado» . Reconociendo a la Acción Católica, se aprende a amar a la Iglesia y a todos los frutos que de su tronco fecundo hace nacer y crecer el Espíritu.

1. HAY QUE SER REALISTAS

Hablar de la Acción Católica, a cara descubierta, me produce un temor, que manifiesto con franqueza: ¿No será hacer una oferta en el vacío? ¿No será ir a vender abrigos en el desierto caluroso? Y lo digo por el ambiente general, que, a veces, me parece respirar.

De cara a la Acción Católica, las comunidades y grupos, algunos movimientos, también sacerdotes, se sitúan de distinta manera. Enumero actitudes que he escuchado:

1. 1. Hay gente que cree que no existe la Acción Católica. «La Acción Católica, ¿es que todavía existe? La creíamos muerta, o muy aviejada. ¿Dónde está, que no se le nota la vida? ¿Queda algo de ella, después de su crisis?»

1.2. Otros no creen en ella, aunque conocen su existencia. Ha pasado el tiempo de la Acción Católica. Y pasan de la Acción Católica. Hoy han surgido nuevos movimientos eclesiales. Nosotros esperábamos que resurgiera, y, como ocurrió a los dos de Emaús, abandonan el intento de buscarla. Que el Señor venga a caminar con nosotros y con muchos en este relanzamiento de la Acción Católica.

1.3. ¿ Qué Acción Católica ? La antigua, que es la del recuerdo, no convence. La Acción Católica actual, ¿cuántos son? ¿No es conflictiva?

1.4. ¿ Para qué sirve ? Se puede hacer lo mismo «sin nombre», sin ese nombre.

1.5. En muchos existe la imagen fija de algo que existió, y lo asocian a banderas y multitudes. No tienen la fotografía actual y conservan una diapositiva anticuada. No han renovado su álbum. Es más, el nombre repele.

1.6. Hay recelos y se crean resistencias y reticencias, desconfianza. Porque se hacen esta pregunta: ¿A qué obedece este empeño de los obispos? ¿Qué hay detrás de él?

1.7. En algunos suscita miedo y temores, existen prejuicios. El miedo de que sea un movimiento excluyente, avasallador y que reclama para sí privilegios únicos y primacías sobre otros. ¿No es monopolizadora la Acción Católica?

1.8. El miedo que produce adivinar un trabajo exigente y un método riguroso. Este miedo se da en los laicos y existe en los sacerdotes, y, por eso, se prefiere otro tipo de asociación y metodología menos exigentes. Como el miedo que parece existir en algunos. Temen la mayoría de edad de los laicos, da la impresión de temor hacia el laicado adulto responsable..

1.9. Se junta a todo lo anterior, la abundancia de creatividad y de excesiva espontaneidad. Hacemos grupos a «medida» y cuando cambia el sacerdote, si el siguiente tiene otra medida, cambia el grupo. En todo caso, nos gusta ser dueños más absolutos de lo que es exclusivamente nuestro.

1.10. Otros no apuestan por la Acción Católica porque creen que es un esfuerzo inútil. Es más fácil hacer nacer un niño, que resucitar y poner en pie un cadáver.

1.11. No hay conciencia de qué es ser consiliario , y qué significa y exige el acompañamiento nuestro, que reclama la Acción Católica.

1.12. Se da, en general, un alejamiento también del clero joven. Algunos se acercan a los Movimientos juveniles, a Junior. Nadie les ha hablado. No la conocen.

1.13. El pastor, que sufre con lo inmediato y concreto, escoge lo que ya le ofrece «algo», y no acepta la paciencia de procesos formadores largos.

1.14. Finalmente otros creen en la Acción Católica, aunque, a veces, la vean «como el pequeño resto de Yahvé», apuestan por la formación y el protagonismo de los laicos. Están hoy comprometidos con la Acción Católica en la nueva etapa.

El Señor quiera que alguno de los que se encuentran en alguna de las posiciones anteriores de incertidumbre o de recelo, apueste por la última, después de reflexionar y leer este escrito. Por mi parte, lo escribo con esta confianza.

2. PERO, ¿QUÉ ES LA ACCIÓN CATÓLICA?

Quiero presentarla no con mis palabras, ni con testimonios muy antiguos. Ya os he citado documentos del Papa y de la CEE. Uno más antiguo es de hace casi 30 años: «Orientaciones sobre Apostolado Seglar» (1972). Otro, más reciente, es de noviembre de 1991. Es el CLIM. Y, desde luego, su carné de identidad renovado es de noviembre de 1993, cuando se aprueban las Bases y Estatutos.

Os presento la Acción Católica en tres capítulos:

1. Quiénes son sus miembros

2. Para qué se reúnen

3. Dónde viven y trabajan

Con estos apartados describo la eclesialidad de la Acción Católica.

1. ¿QUIÉNES SON SUS MIEMBROS?

•  Son cristianos; suelen llamarse «militantes», no porque sean belicistas, sino con el nombre mismo de la Iglesia, que también se llama «militante». Indica su concepción de la vida como campamento, así viene desde el evangelio de S. Juan. Entienden la fe como «milicia», como le gustaba describirla a S. Pablo. Epafrodito era «compañero de armas» (Flp 2,25). A Timoteo le dice que sepa «soportar la fatiga como buen soldado» (2 Tim 2,3). Repite la idea de combate (2 Cor 10,3), e indica contra quién combatimos y contra quién no. «Combate el buen combate», dice también a Timoteo (1 Tim 1,18). Otras veces habla de «armas», armas originales: son las «armas de la justicia» (Rom 6,13), o «armas de la luz» (Rom 13,2; 2 Cor 6,7). Son las armas de Dios (Ef 6, 11.13). Y hablará de la «coraza» (Ef 6,14), de la coraza de la fe y de la caridad (1 Tes 5,8); del «yelmo de la salvación» (Ef 6,17), o de la esperanza (1 Tes 5,8), o del «escudo de la fe» (Ef 6, 16), o de la «espada» del espíritu (Ef 6,17), que es la Palabra de Dios, más cortante que espada de dos filos (Hech 4,12).

Es decir, la fe no es cómoda; nos habla de desafío; de tener conciencia de la presencia del mal, como nos lo recuerda la oración del, Señor. También, con las armas, la fe nos da seguridad.

•  Estos creyentes, que así encaran la vida, quieren vivir como discípulos de Jesús, lo siguen. Ponen la fe en la vida. Viven la vida como fe, que actúa por la caridad (Gál 5,6). Hacen vida los valores del Reino. Profundizan en la fe de la Iglesia y lo hacen -notadlo- a partir de su vida y de la Palabra. Unen la Palabra y la vida. Ven la vida desde la Palabra. Tienen igualdad de planes de formación. Celebran con gozo la Eucaristía y el perdón, porque creen que necesitan una conversión permanente. Practican la oración personal y comunitaria. Crecen constantemente en la comunión eclesial. Es la coraza de la fe; el escudo de la fe.

•  Se proponen testimoniar la fe en Jesucristo muerto y resucitado. Lo hacen personal y comunitariamente Como los primeros creyentes hacen de su vida un testimonio. Son «testigos del Dios vivo».

•  Les importa el Reino de Dios . Por él trabajan en solidaridad entre ellos y con todos los que tienen buena voluntad, y con quienes sienten preocupación por un hombre nuevo, por una sociedad nueva en la que reine la verdad, la justicia, la libertad y la paz, y en la que se cultive la «civilización del amo».

•  Anuncian, con sus palabras también, el mensaje de Jesús e invitan a los hombres a adherirse a Cristo y a la comunidad de los que creen en Él: así plantan la Iglesia en solares nuevos o la refuerzan en los lugares donde ya ha crecido. Animan igualmente a los hombres, a los creyentes a trabajar por el Reino, y tienen clara meta que transciende lo mediato y lo temporal: es la salvación plena y eterna en Cristo. Oíd resonancias de la Tertio Míllennio Adveniente y de la Novo Millennio Ineunte . Recordad el capítulo segundo de esta última carta que invita a contemplar el rostro de Cristo, y el capítulo tercero que alienta a caminar desde Cristo por los caminos de la santidad, de la oración y de los sacramentos, para ser testigos del amor, que viven con pasión la comunión, que apuestan por la caridad y afrontan los actuales desafíos para la misión y el diálogo a la luz del Concilio. Nos hace bien escuchar del Papa: ¡Mar adentro!

•  Es decir, están especialmente preocupados por la evangelización del mundo, por la transformación de la sociedad en que viven. De siempre ha sido una preocupación sentida y esencial. Descubrieron en su tiempo, hace mucho tiempo, que la evangelización también avanzaba a hombros de los laicos. Descubrieron que, por ser Iglesia, su solar adecuado es el mundo de los hombres con quienes viven.

•  Ellos mismos se llaman «lglesia»; saben que son Iglesia, porque viven el Bautismo y la Confirmación. Saben que la Iglesia se vive en cada diócesis, como porción del pueblo de Dios, unida por el Espíritu, presidida por el obispo. La diócesis es única matriz y es, al mismo tiempo, su casa de familia. Y viven la comunidad parroquial.

•  Para realizar estas tareas hacen dos cosas: se forman de un modo progresivo y permanente, y, además, se asocian de un modo estable..

•  Al escuchar esta descripción podréis decir que nada nuevo he dicho, que pueda ser específico de la Acción Católica. Nada original. Todo esto es propio de todos los cristianos. Y es verdad. La originalidad de los militantes de Acción Católica es que son cristianos diocesanos sin más. Son cristianos no sólo en la Diócesis o para la Diócesis; son de la Diócesis. De ella nacen y de ella únicamente viven. No tienen otra fuente u otra mesa. ¿Es mejor así? No lo sé. Digo lo que son (Bases, 1).

He recordado que se reúnen y lo hacen de modo estable. Para seguir definiendo la Acción Católica, digo a continuación para qué se reúnen.

2. ¿PARA QUÉ SE REÚNEN?

Hemos dicho que estos cristianos militantes se reúnen de modo estable. A la asociación suelen llamarle «movimiento». Trabajan necesariamente organizados, como aconseja el Concilio (AA 18). Se reúnen para hacer efectivas las 4 NOTAS de la Acción Católica. Estas notas son capaces de vertebrar la Acción Católica y expresan su eclesiología.

Es oportuno recoger las páginas en que el Concilio se refiere expresamente a la Acción Católica. Por supuesto en AA, el número 20, con una recomendación expresa al final del número. Es muy importante que la Acción Católica sea también señalada en el Decreto «Ad Gentes», en el número 15. Y a los obispos recomienda el Concilio que ayuden y apoyen a la Acción Católica (CD 17). Otro dato: En Christifidelis laici es la única asociación consignada por su nombre, en el número 31, y se cita igualmente en el número 47 de Catechesi tradendae.

Desde el Concilio, la Acción Católica se ha precisado y definido por 4 características, que se llaman las NOTAS. Donde se den esas 4 NOTAS a la vez, en principio, se da la Acción Católica.

Digo «en principio», porque para que una asociación sea reconocida como Acción Católica Española de ámbito nacional, es preciso que se inscriba en la Federación de Movimientos de la Acción Católica, porque se atiene a las Bases Generales de la misma Acción Católica, y porque ha sido erigida canónicamente por la Conferencia Episcopal (Estatutos, art 4.5).

Las 4 NOTAS se refieren: 1ª, al fin apostólico de la Acción Católica; la 2ª a la dirección seglar: la 3ª habla de la organización, y por último, la 4ª matiza una especial vinculación con la Jerarquía, de modo que se manifieste en una más estrecha e inmediata colaboración con el apostolado jerárquico (LG 33; AA 24).

Después del Concilio, estas 4 NOTAS, explicitadas en AA 20 -que es el texto fundamental de la Acción Católica-, han sido leídas, como he apuntado, a la luz de otros documentos del Concilio, como la LG, GS, AG, y se han leído también en la historia de la Acción Católica.

Deletreo brevemente estas 4 NOTAS, y sigo un orden distinto al enunciado en AA. No sé si lograré ser más pedagógico.

2.1)

En primer lugar se reúnen. En los Movimientos de Acción Católica los seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico, para dos fines: manifestar mejor la comunidad de la Iglesia y para que resulte más eficaz el apostolado (AA 20 c). Es la 3ª NOTA.

Esta nota pide a los Movimientos un modo eclesial de trabajar. Han de poner especial empeño por contribuir y reforzar la comunión eclesial, que es tema recientemente recordado con insistencia en Tertio Millennio Adveniente y Novo Millennio Ineunte, y hacerlo así en los ámbitos en que están organizados los Movimientos: parroquial, diocesano, supradiocesano. La organización no es, ante todo, por razones de eficacia, sino para anudar la comunión y expresar la eclesialidad. La Acción Católica es eclesial por el fin, pero también por el estilo, es decir, al estilo de la Iglesia. Palabra clave es «unidos». Esta apertura a la comunidad eclesial es específica de la Acción Católica. Como quiere el Papa Juan Pablo II, la Acción Católica está llamada a ser una gran fuerza de comunión íntraeclesial. ¿No será una afirmación de la posibilidad y necesidad de conjuntar la pastoral?

Se unen también, porque entienden que es más eficaz el testimonio común de los valores del Reino; porque aseguran una participación más responsable de sus iniembros, y porque aúna y coordina sus esfuerzos (AA 18).

2.2)

El protagonismo de los laicos, es la 2ª NOTA, «aportan su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección» (AA 20 b).

Se reconocen, por esta NOTA, los derechos y deberes de los laicos, que nacen de su unión con Cristo, y del Bautismo y la Confirmación, que les capacitan para ello (LG, cap IV; AA 13). La Acción Católica es obra de laicos. La Acción Católica es «muy secular» Por eso mismo, el mundo, la actividad humana y sus relaciones es lugar adecuado y privilegiado de la Acción Católica; la presencia en el mundo es responsabilidad del apostolado seglar, y así lo asume la Acción Católica, y no puede retirarse de este compromiso. « Iglesia en el mundo » son los laicos cristianos y no lo olvida la Acción Católica. Presentes en el mundo. En esta NOTA, palabras claves son «responsabilidad y experiencia».

•  Responsabilidad en la dirección. Cuando se extiende el nombramiento de presidente, se hace con esta clara afirmación. Él es quien preside el movimiento en el ámbito parroquial, diocesano o general.

•  Responsabilidad y experiencia «en el examen cuidadoso de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia». La Acción Católica no ha nacido para sí. Vive en la Iglesia y vive para la Iglesia. Esto implica que esta NOTA se lea a la luz de la GS, la «Iglesia en el mundo», la Iglesia para el mundo, como lo fue el Señor, para gloria de Dios Padre, y como se ha recordado unas líneas más arriba.

•  Responsabilidad y experiencia en la elaboración de los programas de trabajo, en su seguimiento y en su evaluación.

Quienes van a realizar el fin apostólico de la Iglesia son los laicos, y lo realizan del único modo posible: en comunión y cooperación con las orientaciones diocesanas y supradiocesanas, de los Obispos y del Papa.. El laico de Acción Católica conoce, como norma eclesial, el viejo adagio: «Nada sin el Obispo». Pero también, en dirección recíproca, los obispos y los sacerdotes los escuchan fraternalmente, promueven su corresponsabilidad, les encomiendan tareas, y les dejan en libertad (PO 9; cfr LG 37).

2.3)

Se reúnen para un fin inmediato, «el fin apostólico de la Iglesia», es decir, «la evangelización y la santificación de los hombres, la formación cristiana de sus conciencias, de tal manera que puedan imbuir del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes» (AA 20 a). Este fin global de la Iglesia es la primera NOTA.

El proceso se inició describiendo la Acción Católica, como «participación en el apostolado jerárquico». Posteriormente como «una cooperación con ese apostolado jerárquico», para descubrir que la relación radical es, ante todo, con la Iglesia, como lo es la misma Jerarquía. Palabra clave la eclesialidad. En la fisonomía genuina de la Acción Católica, se destaca, por tanto, su eclesialidad. Sin esta referencia, manifiesta y vivida, no existe la Acción Católica. Así es, porque asume el fin global de la Iglesia. Y se destacan tres aspectos eclesiológicos:

  1. El fin general apostólico de la Iglesia , con tres verbos: Evangelizar, santificar, formar. Es el Señor quien destina a los laicos para este fin (LG 30,33; AA 3; ChL 24). Es decir, la Acción Católica no tiene un fin específico suyo propio, sino que hace suyo el triple objetivo de la Iglesia en cualquier campo o ambiente y también en el ámbito de la comunidad. Nace para evangelizar. Es su pasión evangelizar en la comunidad, pero, sobre todo, donde el mundo y sus realidades necesitan ser transformadas según los valores del Evangelio. Nace, además, como una fuerte llamada a la santidad. Y el tercer empeño permanente de la Acción Católica es la formación de sus militantes, niños, jóvenes o adultos.
  2. En la Iglesia particular es el segundo aspecto eclesiológico. La Acción Católica se define también por su fundamental referencia a la Iglesia particular. Por eso, la Acción Católica debe consolidar fortificar la comunidad parroquial y la diocesana, y la consolida también por su comunión supradiocesana y universal.
  3. Por último, como se dice en esta NOTA, que habla de ambientes, la Acción Católica nace para «plantar la Iglesia» (AG 15), más allá de las parcelas cultivadas. Este empeño serio hizo nacer la Acción Católica Especializada, que hoy sigue teniendo vigor necesario. La Acción Católica es expresión y presencia de la Iglesia en el mundo infantil, de jóvenes y de adultos, en el mundo obrero, rural y universitario; en el matrimonio y en la familia, con los enfermos y minusválidos, en el campo del turismo y de los medios de comunicación social. La Acción Católica está, o debe estar, presente en estos ambientes, como exigencia de su fe, en actitud de participación y solidaridad.

Por todo esto el Papa Pablo VI la llamó una «singular forma de ministerialidad laical» (AG 15). Paso a describir la cuarta NOTA.

2.4)

Bajo la superior dirección de la Jerarquía. Esta NOTA hay que leerla y estudiarla después de las anteriores. Las supone v las tiene en cuenta. Es NOTA específica de la Acción Católica e igualmente más difícil de definir, de explicar y de entender, también de vivir. Aunque se presiente lo que es y significa, cuando se vive.

La «superior dirección» es un plus añadido a lo que, en toda ocasión, se debe pedir a cualquier Asociación de fieles (AA 20 d). Usa dos expresiones, que son palabras clave para aproximarnos el sentido más exacto, no erróneo, en el que debe entenderse esta específica dirección.

a) La primera expresión es la directa cooperación con el apostolado jerárquico. Dírecta, es decir, sin intermediarios; sin otras dependencias eclesiales; exclusivamente. Cooperación . porque en la Iglesia siempre se coopera. Es un estilo, un hábito, una forma estable de trabajar. Es roce, es cercanía, es humildad. Es la eclesiología de comunión. Supuesta la cooperación directa viene la segunda palabra clave,

b) La segunda expresión es la dirección de la jerarquía que, a veces, es «un mandato explícito».

•  No es la dirección necesaria del Obispo en toda actividad pastoral de las asociaciones (AA 24)

•  No puede suprimir, por otra parte, la dirección responsable de los laicos; no puede minimizar la condición laical; ni es una dirección permanente en la marcha habitual de los Movimientos.

•  Supone el respeto de la NOTA 2ª, «la dirección de los laicos» y el respeto de la 3ª el «carácter orgánico».

•  Nace de una teología viva, nace de un proyecto común de evangelizar y santificar, nace de la fe en el ministerio de la unidad.

•  Es un trabajo evangelizador y misionero en común. Es un trabajo fuertemente asociado. Nace de la 1ª NOTA. se expresa en este trabajo en común y también nace de ese estilo de trabajo.

•  En todo caso hay que conjugar el ejercicio de la función propia del Ministerio Pastoral (LG cap. 3), con la misión propia, que corresponde a los laicos (LG cap. 4). No niego que esta forma de entender el apostolado esté exenta de tensión. Pero es como la realidad viva del Evangelio, que nos coloca más allá de lo rutinario o de lo simple. El Evangelio es sencillo, pero no es fácil.

•  Requiere diálogo, acogida, estima cordial, profunda comunión y unidad, corresponsabilidad, trabajo común no al final sólo, sino en todo el trayecto. Es un estilo de pastoral. Como es enriquecedor para el Ministerio jerárquico el trabajo cercano de laicos y pastores, es igualmente enriquecedor para los laicos trabajar en común con los pastores bajo su «superior». dirección.

Quien hace presente al Obispo en la Acción Católica es el consiliario. El consiliario, por esta NOTA y por la eclesiología de comunión, hace que un grupo sea Acción Católica.

Una consecuencia correlativa es que, como se dice en AA, el Ministerio pastoral, con respecto a la Acción Católica, asume una responsabilidad especial, y, además, puede promover y encarecer la adhesión a ella (CD 17).

Reunid estas palabras clave: Unidos a modo de cuerpo orgánico, con responsabilidad y experiencia, con eclesialidad, y con cooperación directa e inmediata con la Jerarquía y bajo su superior dirección para el fin global de la Iglesia, y habéis hecho nacer la Acción Católica.

Es mucho más lo que podría decirse. Pero, para terminar tengo que anotar que estas cuatro NOTAS deben darse al mismo tiempo y no pueden desguazarse, que la originalidad de la Acción Católica es la presencia de estos cuatro rasgos simultáneos. ¿No os convence una asociación así? ¿No deberíamos promoverla decididamente?

2.5)

Me queda hacer referencia a un quinto rasgo, que en su historia ha ido asumiendo v desarrollando la Acción Católica hasta convertirse en elemento integrante de su identidad. No es una NOTA reseñada en AA 20. Me refiero a la pedagogía activa, propuesta por el Concilio en AA 32, sancionada en MM 236; avalada en ChL 31; recogida en el CLIM 124 s.. (Bases 3).

Esta pedagogía supone un estilo de acercarse ante la realidad y ante la vida; un modo de educar partiendo de la vida; no disocia fe y vida; descubre la presencia del Espíritu en la historia, que fue y es el libro de la manifestación de Dios; actúa para ser fermento en esa realidad (LG 31).

Tiene conciencia de que la formación y evangelización de las personas es un proceso, a veces, lento; respeta la acción de la gracia y el ritmo de cada uno; valora el pequeño grupo, que está abierto a grupos más amplios y que debe ser fermento transformador.

Se la llama «revisión de vida», «análisis de la realidad desde el Evangelio», «lectura cristiana de la vida», «método de encuesta: ver, juzgar y actuar».

Este método de pedagogía activa se integra también en un programa de formación sistemática, que implica la lectura asidua de la Palabra de Dios, una catequesis viva y orgánica, una creciente formación teológica y un análisis global de la sociedad según las exigencias de la misión evangelizadora de la Iglesia, para ejercer un discernimiento y un juicio cristiano.

Termino diciendo que «formar» ha sido un viejo y permanente empeño de la Acción Católica. Formar para ser seguidor del Señor, unir la fe y la vida, celebrarla en los sacramentos y en la oración. Formar desde la acción y para la acción transformadora. Substantivo de esta asociación es la «acción», en todos los ámbitos. Es una acción, que nace de un modo de ser cristiano, seguidor de Jesús, en la Iglesia y para el mundo, como la misión de la misma Iglesia.

El resultado es que merece la pena apostar por este modelo de Apostolado Seglar laical. Si se entiende bien, habría que crearlo, si no existiera. Son laicos diocesanos. Por eso, habrá que valorarlo y potenciarlo donde ya existe.

3. ¿DÓNVE VIVEN?

También este dato pertenece a la eclesiología de la Acción Católica.

Para terminar la definición y descripción de la Acción Católica, ya brevemente, me refiero a su «geografía». A su domicilio. ¿Dónde vive y crece la Acción Católica?

3.1. Su casa única -no tiene otra- es la Iglesia particular. La identidad de la Acción Católica, como ya he dicho, se define, como por un rasgo esencial, por su referencia a la Iglesia particular. La Acción Católica es diocesana en dos sentidos: pertenece a la Diócesis, es propiedad de la Diócesis, por eso no puede cerrarse en el «parroquialismo», aunque la parroquia sea también su domicilio, porque siempre ha vivido en la parroquia. Y, además es diocesana, porque recibe su vida únicamente de la Diócesis y la devuelve al proyecto de la Diócesis, ya que ella no tiene proyecto propio (CLIM c.1).

Eso mismo requiere y exige la 4ª NOTA, que supone una estrecha cooperación con el Ministerio jerárquico y pastoral.

3.2. Por eso, la Acción Católica vive cómoda en la parroquia. Entre nosotros, fue su primer domicilio y a él quiere volver. Insisto en que la Acción Católica General tiene un espacio vital y propio en el ámbito de la parroquia. Con un encargo, aportar a la parroquia dinamismo en la madurez y crecimiento de los laicos y de su responsabilidad y protagonisnio, y el dinamismo misionero, que se ocupa de los alejados y dé las personas en situaciones sociales de pobreza y marginación.

Y recuerdo algo que la Acción Católica está viviendo: Si su ámbito es el campo especializado, tantas veces alejado de. la Iglesia y de la parroquia, sin embargo, ha de tener en todo momento una fuerte vinculación eclesial, diocesana siempre, habitualmente a través de la parroquia.

3.3. Dice también referencia necesaria a la comunión de las diversas Iglesias particulares y en concreto, a la CEE, De este modo -y ya repito- ofrece a la Iglesia particular la necesaria dimensión de apertura a la comunión intraeclesial.

3.4. Pero también su casa está en la intemperie y al descubierto. Los laicos de Acción Católica, como otros seglares, son «Iglesia en el mundo». Por ser «Iglesia», Son comunión. Pero su destino es el mundo. Será el barrio o serán los ambientes. No es Acción Católica, si sólo se recluye en los templos. Su Casa está descrita en Gaudium et Spes, en Lumen Gentium, en Sollicitudo rei socialis, en Familiaris consortio (CLIM, c.III).

CONCLUSIÓN

Me preguntaba si este empeño no será una utopía en vano. ¿Merece la pena hacer el esfuerzo de relanzar la Acción Católica? ¿Es tan extraterrestre la Acción Católica, que he presentado? Y no he hecho más que leer el Concilio.

¿Por qué no nos decidimos los sacerdotes? ¿Por qué no se deciden muchos laicos? No os creáis sólo mis palabras. «Creernos no por lo que tú nos dices, sino porque lo hemos visto» (Jn 4,42)

He abierto la casa de la Acción Católica. Entrad. Deteneos. Conocedla mejor. No tiene el corazón aviejado. Es bonita.

«Venid y lo veréis». Tal vez toque a los sacerdotes levantar algún ladrillo y recrearla, porque algunos se empeñan sólo en restaurar lo viejo, para dejarlo arcaico y como pieza de museo. No es eso. Los cuerpos vivos no se restauran, viven y crecen.

Me pregunto, además, qué puede aportar la Acción Católica a los sacerdotes.

Puede darnos una clara visión de la Iglesia diocesana y una apuesta por ella, a nosotros, que no somos «sacerdotes parroquiales», sino diocesanos, aunque entreguemos la vida en las parroquias.

Nos ofrece una teología viva del laicado.

Hace una apuesta por la evangelización, conscientes de que, en este momento histórico, «o la hacen los seglares o no se hará» (CLIM).

Nos dará hermanos laicos adultos, aunque sean jóvenes o niños.

Ofrece un instrumento evangelizador, que no tiene dependencias externas.

Nos da un puesto de trabajo, porque exige nuestra presencia de consiliario, y nos da la oportunidad de romper la inercia o la rutina, o la improvisación.

En fin, la Acción Católica nos hace más sacerdotes.

Y hace más laicos. Los laicos enteramente diocesanos. A ellos les presento un extraordinario modo de vivir en la Iglesia su bautismo y confirmación. Ha sido camino recorrido por millares de hombres y mujeres, jóvenes y niños, que han vivido con pasión y adhesión a Cristo, su amor a la Iglesia, su compromiso evangelizador audaz, su servicio incondicional.

No digo que sea fácil. Afirmo que es apasionante y necesario. Y que merece cualquier esfuerzo.

Ha de ser verdad, en nuestra Diócesis, que algo «nuevo está brotando». Por la fuerza del Espíritu.

Fuente: https://mercaba.org/ARTICULOS/A/accion_catolica.htm

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Historia de la Acción Católica

Acción Católica                    

La Acción Católica es una forma de apostolado en la que los laicos se asocian para el anuncio del Evangelio a todos los hombres y ambientes, de acuerdo con las necesidades de la Iglesia Católica en cada tiempo y lugar. Fundada de acuerdo con las directrices del papa Pío XI y del Concilio Vaticano II, se organiza en la forma jurídica de asociación pública de fieles.

Historia de la Acción Católica

Orígenes

Las vicisitudes del cambio político, social, cultural y religioso en Europa durante el siglo XIX debilitaron la posición de la Iglesia católica en mucho países donde ésta había venido hasta entonces disfrutando de una posición privilegiada. Los ataques de los movimientos reformadores y las nuevas condiciones de la vida política hacían insuficiente las formas tradicionales de defensa de los intereses y de la libertad de la Iglesia, y la necesidad de respuesta alumbró el surgimiento de asociaciones para tal fin fundadas y dirigidas por laicos.

En Alemania la cuestión religiosa aparece vinculada a las luchas por la unidad nacional. Tras la revolución de 1848 y al tiempo que la Dieta de Francfort trata de dar una constitución común a los territorios alemanes, se reúne en Maguncia un congreso de asociaciones católicas, de cuyo impulso nace el movimiento católico en Alemania, al margen de rivalidades políticas, dirigido a la defensa de la Iglesia y a la restauración del orden religioso.[1] De este movimiento surgirá la organización de las jornadas de los católicos (Katholikentag) y la resistencia frente a la opresión del gobierno prusiano del canciller Bismarck durante la década de 1870 (Kulturkampf).

En Bélgica se organiza el Congreso de Malinas en 1863, del que nace la Asociación Católica belga frente a la política anticlerical de los gobiernos liberales de los años sesenta.[2]

En España el movimiento del asociacionismo católico entra en acción para responder a lo que se percibían como ataques anticlericales del sexenio revolucionario (1868-1874),[2] sin que ni entonces ni durante la Restauración las asociaciones católicas asumieran objetivos comunes, pese a las peticiones en tal sentido del papa León XIII (encíclica Cum multa, de 8 de diciembre de 1882).

En Francia se organizan los primeros comités católicos en los días de la Comuna de París (1871). En 1876 Albert de Mun funda la Asociación Católica de la Juventud Francesa, de cuya matriz nacerán a partir de 1926 los movimientos juveniles especializados de Acción Católica.[3]

Por influjo del mismo Congreso de Malinas se crea en Italia en 1865 la primera asociación católica de ámbito «nacional» (aún sin haber completado la unificación), denominada Asociación Católica para la Libertad de la Iglesia.[4] En 1867 se funda la Sociedad de la Juventud Católica, bajo cuya inspiración surge a partir de 1874 la Obra de los Congresos. El enfrentamiento de la Iglesia católica con el Estado italiano liberal por la cuestión romana y la política anticlerical y la prohibición papal de que los católicos participaran en las elecciones como electores o candidatos limitaron la participación de los católicos al ámbito asociativo.[5]

Consolidación y desarrollo

Pío X dispuso una reorganización del movimiento católico italiano en su encíclica Il firmo proposito (11 de junio de 1905), en la cual se establecían las bases de la constitución de la Acción Católica como actividad organizada de los laicos católicos en orden a «unificar sus fuerzas para situar de nuevo a Jesucristo en la familia, en la escuela en la sociedad». En la concepción de Pío X sin embargo no existía apenas margen para una actividad autónoma de los laicos en el campo propiamente secular, quienes de este modo se convertían en meros ejecutores bajo el control de los obispos, estrechamente sometidos por su parte a las directrices de Roma.[6]

Fue el papa Pío XI quien dio forma definitiva a la Acción Católica y la definió como «participación de los laicos en el apostolado jerárquico»,[7] concibiéndola como una fuerza activa que agrupara a los fieles bajo la autoridad episcopal para lograr una recristianización de las costumbres y de la vida pública. La Acción Católica aparecía así como una herramienta fundamental en la tarea de instaurar el reino de Cristo en la sociedad y de combatir la influencia del laicismo.[8] Al identificar la Acción Católica con la jerarquía no se buscaba únicamente el control de la iniciativa de los laicos, sino también proteger esta actividad apostólica de los ataques de los regímenes totalitarios que trataban de impedir cualquier movimiento juvenil distinto de los encuadrados en los partidos únicos; de ahí el empeño de Pío XI de incluir garantías para el funcionamiento de la Acción Católica en los concordatos suscritos bajo su pontificado.

En 1924 surgió en Bélgica, por iniciativa del sacerdote Joseph Cardijn y a partir de un grupo de jóvenes trabajadores, el primer movimiento de la Acción Católica especializada, es decir, que tenía como objetivo de su actividad un ambiente determinado, un ámbito de vida, concretamente el mundo del trabajo. Nace así la Juventud Obrera Cristiana (JOC), que posteriormente se extendió a Francia y a otros países. Esta idea de que los propios trabajadores se organizaran en un movimiento especializado para ser apóstoles de sus compañeros se enfrentó a no pocos detractores, que acusaban a Cardjin de querer introducir la lucha de clases en el seno de la Iglesia,[9] pero contó con el apoyo decidido de Pío XI, quien llegó a declarar que la Juventud Obrera Cristiana representaba la forma perfecta de la Acción Católica.[10] A partir de la JOC surgirán en Francia y en otros países movimientos especializados de estudiantes y jóvenes del mundo rural, y más tarde los movimientos especializados de adultos.[9] Los diversos movimientos gozaban de amplia autonomía unos de otros, y en cada país se fue desarrollando un modelo propio de Acción Católica. En unos casos marcada más por la especialización de los movimientos de ambientes y en otros por la fórmula de la organización unitaria, dividida en cuatro ramas: varones, mujeres y jóvenes de uno y otro sexo, con una estructura que va de la parroquia a la diócesis y a la agrupación nacional.[11]

Rasgos distintivos (notas de la Acción Católica)

El Concilio Vaticano II trató expresamente de la Acción Católica en el número 20 del decreto sobre el apostolado de los laicos, donde se enumeran cuatro rasgos distintivos cuya concurrencia identifica a la Acción Católica:

  • Eclesialidad. Tiene como fin propio el mismo fin apostólico de la Iglesia: la evangelización.
  • Secularidad. Es una institución constituida exclusivamente por fieles laicos, los cuales dirigen, elaboran y desarrollan el trabajo de esta asociación.
  • Organicidad. Los laicos trabajan de forma organizada, a la manera de un cuerpo orgánico.
  • Unión con la jerarquía. Los laicos trabajan en unión estrecha con los pastores de la Iglesia.

Estructura en Europa

España

La Acción Católica en España se encuentra articulada en una Federación de Movimientos de Acción Católica Española, en la que están representados los movimientos (asociaciones públicas de fieles) que conforman las dos modalidades de la Acción Católica en España: la general y la especializada. La Acción Católica General toma principalmente el ámbito de la parroquia como plataforma de evangelización, mientras que los movimientos especializados desarrollan su labor en los ambientes (mundo de la salud, mundo de los estudiantes y de la cultura, mundo obrero y mundo rural).

Referencias

  1.  Escartín Celaya, P., Apuntes para la historia de la Acción Católica Española, nota 1; ed. digital (último acceso 4.11.2009)
  2. ↑ a b Ibid.
  3.  Wikipedia en francés, artículo Association catholique de la jeunesse française
  4.  Escartín Celaya, P., o.c., Ibíd.
  5.  Wikipedia en italiano, artículo Azzione Cattolica
  6.  Aubert, R., “El desarrollo de la Acción Católica”, en: 2000 años de cristianismo: la aventura cristiana, entre el pasado y el futuro, tomo 9, Madrid 1979, p. 121.
  7.  Pius XI, Epist. Quae Nobis ad Card. Bertram 13 nov. 1928 AAS 20 (1928) 385
  8.  Rémond, R., “Pío XI, un gran papa”, en: 2000 años de cristianismo: la aventura cristiana, entre el pasado y el futuro, tomo 9, Madrid 1979, p.117.
  9. ↑ a b Aubert, o.c., 122.
  10.  Rémond, o.c., 117.
  11.  Aubert, o.c., 123.
  12.  «Congregación de Siervas Misioneras de Cristo Rey».
  13.  López, Sandra Margarita, Sor (2003). «V. Una Educación digna para todos: equidad en la acción.». En Francisco Arellano Oviedo. Precursora de las Escuelas Parroquiales. PAVSA. pp. 47. ISBN 99924-59-21-2.

Fuente: https://www.fideus.com/associacions%20-%20culturals%20-%20accion%20catolica.htm

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Regla de vida de laAcción Católica General de Madrid

Regla de vida de laAcción Católica General de Madrid

Presentación

1. Nuestra historia de relación con Dios, de respuesta a su amor, es un camino largo, arriesgado, recorrido junto a otros, con avances y retrocesos, luces y sombras, dudas y certezas. Un camino en el que poco a poco nuestro corazón es llevado a permanecer en Dios.

Nosotros hemos decidido recorrer ese camino en el seno de la A.C.G. Ser militante de A.C. es una gracia que Dios nos ha concedido, un camino que se nos ha ofrecido y que nos conduce a ser discípulos de Cristo, a responder a su llamada de amor. Ser militante es aceptar y hacer propio un proyecto de vida, un estilo definido en nuestras cuatro notas de identidad y que esta regla de vida quiere concretar.

2. Nuestra regla de vida quiere ser una guía en ese camino, un apoyo para nuestra debilidad a la hora de recorrerlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana, en nuestro quehacer en el mundo. Con ella podremos confrontar nuestra vida como cristianos, como militantes de A.C. y orientar nuestro ser hacia la santidad de vida a la que todos estamos llamados.

En ella encontraremos indicaciones para ir ordenándonos hacia nuestro fin. Indicaciones que orientan pero que nunca se imponen, que nos enseñan a ser fieles respetando la libertad de cada uno.

La regla de vida que ahora se presenta no es un fin, es simplemente un instrumento válido que nos ayuda a no torcer el renglón. Para que sea útil hay que decidirse a escribir. En ella más bien se nos muestra la meta: Permanecer en el amor de Dios.

Una estructura concreta

3. Cuando uno se ha encontrado con Jesús, surgen muchas preguntas, como ocurre en los evangelios: Gente que ha oído hablar de Cristo y se le acerca, que ya le conoce y quiere saber algo más de él, que se interesa por sus palabras y pide que se las explique, que de modo aparentemente fortuito se encuentra con él. También nosotros tenemos algunas inquietudes que le presentamos al Señor: Maestro, ¿dónde vives?; Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?; Maestro, enséñanos a orar.

Estas tres peticiones son las que guían nuestra regla de vida que consta, por ello, de tres partes.

4. Maestro, ¿dónde vives? Ese es el primer paso para entablar una relación con alguien: saber dónde podemos encontrarlo para ir en su busca. Nuestro corazón está buscando a Dios pero con el desconcierto que hay a nuestro alrededor, con tantas llamadas a las más variopintas propuestas, no es fácil discernir el lugar en el que Dios habita.

5. La respuesta a nuestra primera pregunta será un Venid y lo veréis . Cristo nos invita a ser sus discípulos. Ya le hemos visto, le hemos escuchado, hemos compartido con él momentos de nuestra vida y hemos oído palabras verdaderas que hablaban de vida eterna y de un Reino que vendrá y colmará todos nuestros deseos de felicidad. Creemos en él y en sus promesas, por eso ahora nuestra pregunta es: ¿qué he de hacer para heredar esa vida eterna que vienes a ofrecernos?

La amistad con Cristo nos abre unas perspectivas de plenitud que no podíamos imaginar y por esta razón es necesario poner en juego toda nuestra vida, entregarle lo poco que somos, para que él nos transforme y nos haga capaces de hacer obras grandes, mayores incluso que las realizadas por él en la tierra .

6. El discípulo, como Jesús, ora y nunca pierde su relación íntima con el Padre y el Espíritu que habita en él y le mueve a actuar. Hallamos a Jesús apartándose de la multitud y buscando la soledad y el silencio para orar y encontrarse con su Padre. El discípulo también descubre en él esa misma necesidad de oración, de mayor intimidad con aquel que le da la vida. Maestro, enséñanos a orar porque nosotros no sabemos. Esta es la súplica que le dirigimos al Señor. Ya sabemos donde vives, sabemos incluso lo que quieres que hagamos. ¡Ven en nuestra ayuda para que podamos llevarlo a cabo, muéstranos tu amor, enséñanos más cosas sobre ti! ¡Así, conociéndote te amaremos más y amándote a ti, amaremos todo lo que tú amas, estaremos en comunión contigo y permaneceremos en tu amor! ¡Muéstranos cada vez más tu Verdad y hazla vida en nosotros!

Una tarea personal e irrenunciable

7. Dentro de cada una de estas partes hay unas motivaciones generales y, en algunos casos, pautas más concretas que orientan los compromisos de nuestro estilo de vida, y que hemos señalado especialmente en el texto (con dos barras en el margen). Sin embargo, no podemos buscar aquí un plan exhaustivo de lo que ha de ser nuestra vida en la familia, el estudio, la parroquia, el centro, el mundo, nuestro trabajo… porque no lo vamos a encontrar.

No hay recetas en estas páginas. Hay, más bien, exhortaciones a profundizar en los diversos aspectos de la vida cristiana y de nuestra identidad de A.C., y criterios para confrontar nuestra vida y examinar en qué medida está llena del amor de Dios.

Consideramos fundamental tener en cuenta en todo momento que las indicaciones que se dan aquí son generales. A partir de ellas es necesario ir trazando, junto a otra persona que nos guíe, el propio itinerario espiritual para ir descubriendo lo que el Señor quiere.

8. Aquí sin duda está el secreto de la regla de vida. Un proyecto y un estilo que los miembros de A.C.G. de Madrid nos proponemos y que cada uno particularmente ha de madurar ayudado por quien está un poco delante de nosotros en el camino de la fe.

Nadie nos impone unas normas. Nosotros hemos visto la necesidad de concretar todo lo que queremos vivir en nuestros centros. De esta necesidad ha surgido la regla de vida.Punto de partida

PUNTO DE PARTIDA

Dios nos amó primero

9. Es Dios el que ha dado el primer paso y se ha acercado a nosotros. Nos ha creado y nos ha buscado por todos los caminos. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?

A pesar de nuestros menosprecios y desatenciones, él nunca se ha olvidado de nosotros, estamos eternamente presentes en él. …Yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada.

Esa intuición del amor de Dios vive en nuestro corazón, está tan dentro de nosotros que, aunque a veces es difícil expresarla, no podemos deshacernos de ella tan fácilmente. Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.

En un momento de nuestra vida, su palabra se hace mucho más nítida, se nos acerca y nos dice: Conviene que hoy me aloje en tu casa.

Se acerca y nos habla

10. ¿Quién es el que viene a mi encuentro y me pide un sitio en el que alojarse? Queriendo Dios hacerse escuchar y comprender por los hombres, vino él mismo a la tierra: Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros .

Ya no buscamos a Dios a oscuras como guiados por un presentimiento, sino que ahora por medio de la confianza de la fe, respondemos a ese Dios que se nos revela. Más accesible para unos, más escondido para otros, la presencia de Cristo en el mundo y en nuestras vidas es una luz que quiere iluminar toda la existencia.

Cristo resucitado quiere morar en nosotros, lo descubrimos como aquél que nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros, sin reservarse nada para él, invitándonos a reconciliarnos con él gracias a su perdón, prometiendo no abandonarnos nunca.

Dios mismo se hace el encontradizo y sus pensamientos para nosotros son pensamientos de paz y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. No viene a traer desventuras ni desastres, no viene a molestar o importunar, sino a dar plenitud a nuestras vidas, a sanar los corazones enfermos, a dar respuesta a nuestros deseos de felicidad que él, como nuestro creador, conoce muy bien.

Nos pide una respuesta

11. Él se acerca y nos hace un ofrecimiento. Nuestra respuesta de fe ante el amor de aquél que se ha despojado de su rango de Dios y ha entregado su vida por nosotros, se hace de una vez y para siempre. Pero a lo largo de nuestra vida, a cualquier edad, hay que atravesar horas de duda, de desánimo, de oscuridad; aunque siempre hay un camino al que retornar: crecer en Dios hacia un amor más grande, más puro, más limpio; adentrarse en él y permanecer en su amor.

Nosotros, como bautizados, confirmados y militantes de A.C., hemos emprendido este camino, y, aunque en nuestro interior a veces no veamos esa gran luz de Cristo, y más bien nos parezca un pequeño resplandor; aunque nos veamos del todo incapaces de acercarnos a ese Dios tan grande y tan lleno de amor, incapaces de renunciar a tantas cosas a las que estamos apegados, surge una pregunta desde lo más profundo de nuestro ser, que poco a poco va abriéndose camino y que le dirigimos a quien ha querido morar en nosotros: ¿Qué esperas tú de mí?

Ya no podemos seguir viviendo del mismo modo. Cristo irrumpe en la historia de la humanidad y en la de cada uno en particular. Ya no podemos vivir como si nada hubiera pasado. A nuestra muchas veces temerosa pregunta, Cristo nos propone un firme y decidido Sígueme . Es la invitación a comenzar un camino de seguimiento.

¿Yo, discípulo?

12. Podemos optar por muchos caminos, pero hay uno más estrecho por el que Cristo nos invita a avanzar rompiendo con cualquier otra alternativa. Se trata de hacer una opción por el Camino, la Verdad y la Vida.

Sorprende descubrir cómo, a medida que avanzamos, el temor desaparece y descubrimos que realmente podemos cambiar, aun cuando esa posibilidad nos parecía del todo remota. Para nosotros eso es imposible, pero no para Dios, porque para él no hay nada imposible.

13. A quien se ha dejado seducir por la grandeza del amor de Dios, se le propone el camino que conduce a una meta ciertamente desconcertante desde el punto de vista humano, se le pide que sea perfecto como nuestro Padre es perfecto.

¿Quién podrá silenciar esa llamada sublime a la santidad perfecta, sustituyéndola por otras metas más «razonables», más «a nuestro alcance»?

La pregunta que hemos de plantearnos ahora cada uno, especialmente si, como decimos, somos militantes de A.C., es: ¿Llegaré yo también a tal entrega de mí mismo? ¿Escucharé la llamada de Cristo que se dirige a mí como a cada ser humano: ¡Ven y sígueme!?

Sí, a pesar de las dificultades

14. Es posible que, en nuestro afán de seguir a Jesucristo, el desánimo se convierta en uno de los peores enemigos. Sin embargo, tenemos la certeza de que inquietándose nadie puede añadir ni un solo día a su existencia… No se turbe tu corazón ni se acobarde.

Los miedos y las ansiedades son profundamente humanos, pero pueden llegar a mermar la confianza de la fe. El Señor nos invita muchas veces en el evangelio a confiar y no temer. Cada uno ha recibido los dones necesarios, y los dones del Espíritu Santo nunca se agotan. El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Él nos hace conformes a Jesús, capaces, por lo tanto, de una relación fiel con el Padre. Él inspira, sustenta y guía cada uno de nuestros pasos.

Cristo no ha venido al mundo para condenarlo, sino para que toda persona se salve. Respetando nuestra libertad, nos pide nuestro consentimiento, nuestro sí, nuestro fiat.

Sí, como María

15. Espera el mismo sí rotundo que un día una joven de Nazaret le ofreció. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! Se llamaba María. Es nuestro ejemplo y guía en el camino, a veces oscuro, de la fe; modelo de todo aquél que quiere crecer en el amor de Dios. Ella nos señala el camino y nos da ánimos para recorrerlo, acudiendo a nuestro lado incluso cuando no nos quedan fuerzas para llamarla.Maestro, ¿Dónde vives?

MAESTRO, ¿DÓNDE VIVES?

«Volviéndose Jesús y viendo que lo seguían,
dijo: ‘¿Qué buscáis?’ Ellos le dijeron:
‘Rabí (que significa maestro),
¿dónde vives?'» (Jn 1, 38 )

16. Cuando los dos discípulos de Juan se cruzaron con Jesús, se sintieron atraídos por él. Sin duda Jesús no era como los demás. Juan ya les había dicho que era el Cordero de Dios, y había algo en él que lo hacía diferente a todo lo que conocían. Esa primera emoción es la que les hace acercarse y preguntarle: Rabí, ¿dónde vives?

Les impulsa quizás cierto interés y también la curiosidad. Jesús, por su parte, no se dedica a explicarles nada, simplemente les invita a que compartan con él el lugar donde vive. ‘Venid y lo veréis’ Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Es la misma pregunta que nosotros, al encontrarnos con Cristo, le dirigimos, fruto de nuestra curiosidad, de nuestro interés por algo que arde en nuestro corazón y que no sabemos muy bien de dónde viene. Fruto también de lo que hemos oído contar de él. Y la respuesta de Cristo sigue siendo la misma: Venid y lo veréis. No lo leáis ni lo escuchéis solamente, vividlo y tened vosotros mismos la experiencia. Si tenemos la dicha de acercarnos a él y aceptar su invitación a ir y ver con los propios ojos, también nosotros recordaremos, como Juan, la hora exacta de cuando sucedió.

17. Con esta misma pregunta queremos comenzar esta regla de vida. Maestro, ¿dónde vives? ¿Dónde encontramos hoy a Cristo, el Hijo de Dios? ¿Dónde podemos tener experiencia de Dios? Dos mil años después de su venida a la tierra, ¿es posible para nosotros hallarlo y tener esa vivencia?

Nuestra madre la Iglesia

18. De acuerdo con una elocuente expresión de San Agustín, ‘Cristo ha querido crear un lugar en el que sea posible a todo hombre encontrar la vida eterna.»

La Iglesia es ese espacio en el que Cristo se hace presente entre los hombres a través de los siglos. Ella es el lugar que Dios nos ha dejado para vivir su vida, hasta llegar a estar en comunión con él y con aquellos con los que él está en comunión. Por eso podemos afirmar: si alguno mira a la Iglesia, mira verdaderamente a Cristo. Sin embargo, sabemos que a veces esa imagen está empañada por el pecado de los que somos cristianos.

Los sacramentos

19. La certeza de la fe nos dice que Cristo nunca se aleja de nosotros, sino que se hace presente en la Iglesia, sobre todo en la vida de los sacramentos. La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real.

Los sacramentos, para los que hemos sido seducidos por Cristo, no son premios ni regalos por nuestro buen trabajo, sino fortaleza y amor. Con nuestra colaboración, los sacramentos logran el milagro de transformarnos en hombres nuevos, asemejándonos cada vez más a Cristo. Hacen posible que nuestro primer encuentro con Jesús perdure en el tiempo y no se base ya en mera curiosidad o nostalgia.

El hecho de que Cristo nos comunica su vida en los sacramentos aparece claramente en el caso del Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía.

Bautismo

20. El que crea y sea bautizado, se salvará.

Por el Bautismo, la Iglesia nos ofrece la vida nueva en Cristo, una vida nueva e inmortal: la de los hijos de Dios. Somos llamados a participar de la vida de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La fe en Cristo y el Bautismo nos hacen miembros del Pueblo de Dios, un pueblo cuya cabeza es Jesús, el Hijo de Dios, cuya ley suprema es el amor, cuya misión es ser sal y luz para el mundo y cuyo destino es el Reino de Dios.

21. Como bautizados participamos de la dignidad de «ser en Cristo». Aquí basamos el respeto a nosotros mismos y a los demás. No os pertenecéis… Glorificad por tanto a Dios en vuestro cuerpo.

Todo nuestro comportamiento quiere manifestar nuestro ser más íntimo: somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo. Hacemos todo en el nombre del Señor, en su voluntad, en su presencia. Nada hay de lo que hacemos, pensamos y sentimos que sea ajeno a nuestro Dios, que no nos ha dado un espíritu de esclavos sino de hijos, que nos hace clamar ¡Abbá, Padre!

Para mantener viva nuestra dignidad de hijos de Dios, nos ayuda el examen de conciencia diario, que busca la revisión de la jornada, intentando encontrar las huellas que Dios ha ido dejando, descubriendo su paso en nosotros, y, a la vez, examinando nuestra respuesta a tanto amor como se nos ha dado. Este examen podemos hacerlo al final del día o en otro momento de la jornada.

Reconciliación

22. El Bautismo es el primer y principal sacramento de encuentro con Cristo que borra en nosotros todo pecado. Cuando no somos fieles y nos alejamos de Dios, tenemos un «segundo bautismo», el sacramento de la Reconciliación. A través de él, después de reconocernos pecadores, nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia.

Eucaristía

23. La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia, es el centro vital de todo cristiano. En ella Cristo permanece de forma real, actualizando cada día su sacrificio de amor y su gloriosa resurrección para nosotros. El nos espera allí. Es el lugar privilegiado en el que encontramos a Cristo.

Junto a los santos

24. No pensemos que los lugares en los que hoy encontramos a Cristo son menos reales que si le viéramos cara a cara, como pudieron hacer sus contemporáneos. A sus coetáneos no les resultó fácil encontrar en Jesús de Nazaret, un hombre como todos los demás, con su familia, sus amigos y su historia concreta, al Mesías, a Dios mismo hecho hombre. Nosotros tenemos toda la vida de la Iglesia llena de santos, de hombres que aceptaron y amaron a Cristo profundamente aun sin verle con sus ojos. Ellos nos señalan también la Iglesia y sus sacramentos como los lugares en los que encontraron a Dios, en donde, no sin dificultades, lograron mantener una relación fiel, entrañable y profunda con Dios. Con su vida nos enseñan si queremos aprender: ¡fiémonos también de ellos y vivamos en su amistad y comunión!

Conozcamos la vida y las obras de los santos que nos estimulan y ayudan a vivir como testigos de Cristo en el mundo. En ellos descubrimos a personas concretas que en su vida normal se dejaron transformar por Cristo e hicieron obras grandes por amor a él.

Cristo en el mundo

25. En medio de vosotros está uno a quien no conocéis

La Iglesia vive en sus miembros, en sus hijos, en aquellos a quienes ha regalado la fe y el Bautismo. Pero el mundo fue creado en orden a la Iglesia y, aunque nos parezca alejado de Dios, los cristianos podemos descubrir en él, con los ojos de la fe, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. Reconocer estos signos, interpretarlos y hacerlos fructificar es nuestra tarea.

Del mismo modo que en la Iglesia conviven la santidad y el pecado de sus hijos, así también en el mundo se encuentran, arrimados el uno al otro y a veces profundamente entrelazados, el mal y el bien, la injusticia y la justicia, la angustia y la esperanza.

Partimos de la convicción de que Dios ama todo lo que existe. En el mundo también habita él, o, al menos, también quiere habitar. Su presencia aquí está velada por el pecado de la humanidad que en muchos casos vive ajena a la voluntad de Dios. Por eso es tan necesario que hagamos más patente esta presencia. Es una presencia en semilla que reclama nuestra atención y nuestros cuidados, para que llegue a crecer y a desarrollarse como el salvador desea.Maestro, ¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?

MAESTRO, ¿QUÉ HE DE HACER PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA?

«Se le acercó uno y le dijo: `Maestro,
¿qué he de hacer de bueno para
conseguir vida eterna?» (Mt 19,16 )

Somos enviados

26. El encuentro con Cristo nos mueve a preguntarle: ¿qué quieres que haga? ¿Qué he de hacer para ser tu discípulo? Esta pregunta implica toda nuestra vida, no podemos dejar de buscar una respuesta. Como hizo con sus discípulos, Jesús también nos llama a su lado para formarnos y nos enseña para enviarnos a las demás gentes: Como el Padre me ha enviado, también os envío yo . Es ésta una tarea apasionante: Jesús quiere que seamos su instrumento para extender el Reino. El secreto para que nuestra existencia sea verdadera consiste en que no vivamos más para nosotros mismos, sino que entreguemos la vida como nos enseñó Jesucristo.

La necesidad de la formación

27. Son muchas las ocasiones en que los discípulos, desbordados por la inmensidad de lo que ven en Cristo, se acercan en la intimidad a preguntarle el significado o el sentido de lo que él dice o hace: Maestro, explícanos.

Nosotros también necesitamos saber, queremos aprender de Cristo, nuestro verdadero Maestro. Somos conscientes de que para poder amarle debemos conocerle cada vez con más profundidad. Si queremos seguir sus pasos, es imprescindible adentrarnos en sus enseñanzas. Cuanto mayor sea nuestro conocimiento de él y de su doctrina, mayor será nuetro amor y deseo de santidad, y mejor podremos cumplir la misión que nos encomendó: Id y haced discípulos a todas las gentes… enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Nos enseña para que formemos a otros, encargo que nos sobrepasaría si no fuera porque él mismo nos forma, nos guía y nos sostiene.

Formación permanente

28. A lo largo de nuestra vida no dejamos de formarnos: si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer.Siempre hay nuevos retos a los que debemos responder de manera conveniente, por lo que necesitamos prolongar y profundizar la catequesis recibida en etapas anteriores. Hacemos nuestra la idea de que cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación.

Buscamos en todos los momentos de nuestra vida los cauces más adecuados para atender esa necesidad de formación. Y sin dejar nunca la lectura asidua de la Sagrada Escritura, nos esforzamos por conocer de forma sistemática y vital la fe que profesamos, mediante cursos, lecturas y el seguimiento de métodos de pedagogía activa.

Puesto que no siempre nos resulta fácil discernir lo que es acorde con la sana doctrina, o alcanzar la comprensión de lo que la Iglesia y el mismo Cristo nos enseñan, organizamos y asistimos a cursos, conferencias, mesas redondas. Estos momentos nos sirven para conocer la doctrina católica en temas de actualidad y la situación que vivimos. Y en la medida de nuestras posibilidades nos adentramos en el estudio de la Filosofía y la Teología.

Formación para la unidad de vida

29. Como laicos cristianos nos esforzamos por vivir coherentemente nuestra fe, sin dobleces ni disimulos. Todos los momentos son ocasión para ejercitarnos en la fe, la esperanza y la caridad. En todos los ambientes somos testigos de Cristo, luz del mundo. Así, la difusión del Evangelio será capilar, y llegará hasta los últimos rincones del mundo. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.

Para vivir en esta unidad de vida, nos esforzamos por cultivar todo el conjunto de virtudes humanas y cristianas que arraigan en el Evangelio, como la gratuidad, la disponibilidad, la paciencia, el sacrificio, la corresponsabilidad, la pobreza…

30. La gratuidad en el encuentro con las personas tanto del grupo en que nos integramos como con el resto de la gente manifiesta nuestra caridad. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.¿Cómo vivirla?

Vivimos la gratuidad ofreciéndonos totalmente sin pedir nada a cambio, como somos; acompañando, escuchando, dedicando tiempo a los demás, hasta conseguir tener verdadero gusto por el trato con la gente, aceptándolos tal y como son.

31. La gratuidad en la entrega exige con frecuencia el sacrificio: El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

Nos capacitamos y comprometemos a vivir la misma caridad de Cristo en todas las actitudes y comportamientos de nuestra vida. Pese a las dificultades, estamos llamados a una entrega fiel, a veces heroica, apoyados en la gracia de Dios.

La Acción Católica, de la que formamos parte activa y con cuyo pasado nos sentimos vinculados, no ha tenido miedo de enseñar el amor al sacrificio, contemplado a la luz de la cruz, de Cristo crucificado, que nos redimió a costa de su sangre.

La coherencia con que queremos vivir nuestra fe requiere que estemos preparados para aceptar con alegría, tanto los sufrimientos y sacrificios que se nos pidan, como los que voluntariamente queramos ofrecer para completar en nuestra carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.

32. En la Iglesia vivimos la fraternidad, vivimos unidos, compartimos nuestro caminar. Como seguidores de Cristo, queremos ayudarnos mutuamente a llevar nuestras cargas, sobrellevándonos unos a otros y perdonándonos mutuamente si alguno tiene queja contra otro. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo.

El propio Jesucristo nos explica cómo debemos corregir a aquél que vemos flojear en sus obras o palabras: privadamente primero, en compañía de otro si no nos escucha, o incluso públicamente si aún así no nos prestara la atención debida. Es así porque nos sentimos responsables los unos de los otros, nos importa la vida, la felicidad de los que comparten nuestras inquietudes.

La corrección fraterna es también toda una manifestación de caridad con el prójimo. Por eso nos ofrecemos a ayudar, a aconsejar y a guiar a nuestros compañeros de camino en aquello que podamos. Del mismo modo, aceptamos agradecidos que otros realicen esa preciosa labor con nosotros, con una sincera actitud de humildad.

33. La disponibilidad requiere ser generoso con nuestra propia vida, estar presto al sacrificio si es necesario, y sentirse responsable hacia los demás, vivir la caridad con ellos, ver en ellos el rostro de Cristo. Al que te obligue a andar una milla, vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. También está íntimamente ligada al celo apostólico y a la diligencia. María Santísima es un ejemplo de disponibilidad plena ante la llamada divina: He aquí la esclava del Señor.

Buscamos vivir la comunión y el servicio a los demás mediante una actitud que nos prepara para hacerlo antes de que llegue la ocasión, esperando que llegue ese momento para poder colaborar. Estar siempre disponibles es síntoma de que progresamos en el camino que Cristo nos propone.

Asumir responsabilidades o cargos es una estupenda vía para manifestar esa disponibilidad, prestando el servicio para el que seamos llamados con entusiasmo y alegría, pensando siempre en el bien de los demás. Y tenemos en la mayor estima a las personas que aceptan responsabilidades.

34. Jesús, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. Cuánto nos enriquece reconocer que todo es un don divino, que somos ricos por el simple hecho de haber nacido, y que somos meros depositarios de nuestras capacidades, nuestros bienes y posesiones. Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

Hacemos de la pobreza evangélica todo un estilo de vida que supone vivir sobriamente, sin apego a las cosas ni a su acumulación, compartiendo con desprendimiento los talentos que Dios nos ha dado, nuestro tiempo, nuestra riqueza.

Testimonio individual

45. Cristo es nuestro modelo: Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús . Es la imagen de la vida del cristiano. Él vivió pobremente, sufrió con mansedumbre la persecución y la muerte en cruz, demostró en todo momento su amor por los que le afrentaban. Jesús nos dejó el mandamiento del amor fraterno y las bienaventuranzas como expresión clara de una vida agradable al Padre .

46. En la medida en que se nota en nosotros la transformación que viene de la experiencia de Dios, somos testigos auténticos de Cristo. No nos avergonzamos de decir que somos cristianos y estamos dispuestos a anunciar explícitamente a todo hombre: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida! .

47. Todas las circunstancias nos invitan a vivir como discípulos de Cristo, todo lo hacemos «en el nombre del Señor Jesús»:

– la vida familiar. Empecemos a cuidar especialmente nuestras familias, para que Cristo esté siempre presente en ellas. Será para nosotros, además, ocasión para cultivar actitudes como el servicio, la humildad, la caridad, la obediencia, etc.

– el estudio y el trabajo, donde nuestra responsabilidad, alegría y dedicación son muestra de nuestra vida unida a Dios.

– los amigos y los momentos de ocio, que no son un paréntesis en nuestro ser cristianos, sino un momento privilegiado para compartir con otros la nueva vida en Cristo.

– las circunstancias excepcionales en la vida, enfermedades, pérdida de algún ser querido, injusticias… donde se manifiesta nuestra verdadera esperanza.

– los más pobres, donde Cristo se nos muestra especialmente cercano.

– los jóvenes que no creen, que incluso se oponen a Dios, a los que Jesús también llama a seguirle. En ocasiones no podemos más que mostrarles nuestra fe y alegría, pero otras veces nos piden la razón de nuestra esperanza.

Apostolado asociado

48. Muchas veces nos sentimos impotentes ante las circunstancias y nos vemos débiles. Como en tantas otras esferas de la vida, también como cristianos necesitamos unirnos a otros hombres y mujeres. Dentro de nuestras comunidades nos sentimos apoyados para llevar una vida cristiana coherente.

El vivir la fe junto a otras personas es siempre un acicate, un empuje continuo y una escuela donde unas generaciones enseñan a otras. Además, toda agrupación de cristianos es signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo. En el momento actual, en el que hay divisiones, nuestro apostolado asociado como seglares es especialmente necesario.

El trabajo en equipo, donde cada uno aprende a llevar su parte de decisión y responsabilidad, es importante en el apostolado asociado. Detrás de cada obra no hay un «yo», sino un «nosotros» El trabajo en una asociación supone para cada uno un compromiso estable, en el que vamos creciendo progresivamente, y que nos lleva de manera natural a una mayor disponibilidad y ardor apostólico. En el día a día de la asociación tenemos ocasión de crecer en fidelidad, obediencia, paciencia y constancia. de forma que el apostolado sea más eficaz.

En nuestro equipo de revisión de vida, las reuniones de centro, los retiros mensuales, las reuniones de dirigentes, los diversos encuentros diocesanos, expresamos y vivimos con alegría nuestro compromiso asociativo.

Sabemos que nuestro camino en el compromiso cristiano y en la asociación necesita tiempo y maduración, por lo que asumimos un período necesario de iniciación. Como militantes, también nos preocupamos de la trayectoria de los demás y nos sentimos especialmente interpelados por la iniciación de otros cristianos en el camino asociativo de la Acción Católica. El campo de la iniciación es uno de los más necesarios y exigentes para todos los militantes.

Sentido de Iglesia

49. Como militantes de Acción Católica, estamos llamados a participar de una forma especial en la vida de la Iglesia, nuestra madre, asumiendo su fin apostólico. Estamos unidos estrechamente a la Jerarquía, según el modelo de los «hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor».

50. Nuestra vinculación a la Iglesia se manifiesta en un peculiar «sentido de Iglesia», que es el carisma con el que el Espíritu Santo nos ha distinguido y que se concreta de diversas maneras :

Nada de lo que sucede en la Iglesia nos es ajeno. Nos afectan sus virtudes y defectos; nos interpelan todas sus necesidades; nos duelen los ataques que recibe. Cuando hablamos de «sentido de Iglesia» hablamos de algo que afecta a todo nuestro ser, no sólo nuestro pensar o actuar, sino también nuestro propio sentir, nuestro querer.

Nos sentimos especialmente vinculados al obispo de nuestra diócesis y cultivamos en nosotros la obediencia y la fidelidad hacia él como el que representa a Cristo en nuestra diócesis.

El amor a la Iglesia nos impulsa a conocer mejor su vida y su historia, para ser hijos cada vez más fieles y vivir insertos en su Tradición.

Estamos llamados a ser «fuerza de comunión intraeclesial», trabajando por la unidad de la Iglesia. Es importante mantener una fraterna colaboración con todos los que trabajan en la parroquia y la diócesis, aunque no compartan nuestra opción por la A.C. Con ellos establecemos un diálogo fraterno y una ayuda recíproca, para que cada don particular sea valorado y orientado al bien común, a la unidad de la Iglesia.

El compromiso apostólico

51. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso… No hay lugar para el ocio: tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor . Si permanecemos en el amor que Cristo nos ha comunicado, desearemos colaborar según nuestras capacidades en una tarea que sea para nosotros la expresión concreta de la correspondencia al amor de Cristo. Aunque ser cristianos ocupa toda nuestra vida y nuestro tiempo, necesitamos tener un compromiso concreto de trabajo por el Reino de Dios.

Cada uno debe discernir el campo más adecuado según sus aptitudes, su situación presente y su formación. Pero estemos seguros de que siempre hay alguna tarea a la medida de nuestras facultades. ¡Es tanto el trabajo en la Viña del Señor! En la fatiga de un compromiso estable asumimos la tarea y la alegría de trabajar en la construcción de la Iglesia. Este compromiso interpela a nuestra fe a ser cada día más verdadera y coherente y, al mismo tiempo, nos pide que nos preocupemos de la fe de nuestros hermanos.

Según la adecuada jerarquía de valores, no dudamos en ofrecer nuestro tiempo para el trabajo apostólico en los campos donde podemos dar fruto.

La tarea que asumimos como compromiso apostólico implica siempre una programación y una revisión atenta y periódica, que nos ayudan a mejorar y a no caer en la rutina y la ineficacia.

Comprometidos en la Iglesia

52. Podemos comprometernos en tareas propiamente eclesiales, especialmente en el ámbito de la parroquia. Dos campos preferentes son los jóvenes y la atención a las necesidades de nuestro barrio; esto nos abrirá al trato con alejados.

Es importante que los seglares valoremos los ámbitos que nos son propios dentro de la comunidad eclesial: los consejos pastorales y económicos, la asistencia desde Cáritas, la animación litúrgica, las cuestiones administrativas, la catequesis, la redacción y dirección de periódicos y revistas religiosos…

Nuestra colaboración en este campo enriquece a la Iglesia y es una ayuda eficaz para que los pastores puedan dedicarse con preferencia a sus tareas específicas que sólo ellos pueden llevar a cabo.

53. Hemos de valorar cada vez más el servicio que se realiza para la Iglesia y para la asociación cuando uno asume cualquier cargo de dirigente, tanto en el centro parroquial como en el Consejo Diocesano. Las diversas tareas o cargos (responsables de equipo, vocales, tesoreros, presidentes…) son maneras de servir, en la asociación, a la Iglesia y a los hermanos.

Comprometidos en el mundo

54. No podemos restringir nuestra experiencia de fe a cumplir un servicio eclesial y asociativo. Lo propio del seglar es estar insertado en el mundo y en sus problemas, donde también Cristo quiere estar presente. Cristo tiene derecho a entrar en todas partes .

No existe oposición entre el seguimiento de Cristo y el cumplimiento de las tareas propias de nuestra condición «secular». Por el contrario, la fidelidad al Evangelio sirve también para mejorar las instituciones y estructuras terrenas. Nada de lo que preocupa al hombre debe ser extraño al militante de A.C.

No nos refugiamos de modo insolidario en nuestros grupos eclesiales, sino que estamos presentes y activos en los problemas del mundo, atentos a dar respuesta a las necesidades e interrogantes que se nos plantean, como seglares adultos en la fe.

Por eso, campos muy necesitados de un compromiso generoso por nuestra parte son todos los que afectan al hombre de hoy:

55. Promover la dignidad de la persona es reconocer en ella la presencia de su creador y más ardiente amante,que exalta el valor de la humanidad haciéndose hombre él mismo.

Respetamos, defendemos y promovemos desde nuestros centros de A.C. y, concretamente, desde nuestros compromisos personales o de grupo, los derechos de la persona humana, especialmente el derecho a la vida en cualquier momento de su desarrollo y cualquiera que sea la condición de la persona. Buscamos modos de hacerlos realidad allá donde nos encontramos.

56. La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor, en la que el hombre nace y crece. Quiso Dios que su hijo viniera a través de una familia y que permaneciera en ella la mayor parte de su vida en la tierra. La Sagrada Familia es icono y modelo de toda familia humana y a ella debemos volver la mirada para imitarla. La familia es iglesia doméstica, y en ella se aprende, antes que en cualquier otro sitio, a conocer y amar a Dios. El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos.

La importancia de la familia nos urge a formarnos y a formar a otros, ya desde jóvenes, en todo lo que afecta al noviazgo y matrimonio: sexualidad, paternidad y maternidad responsables, educación de los hijos, solidaridad con familias en situaciones difíciles…

57. Jesús está en los más necesitados, los pequeños, los humildes. Lo que a estos hagamos, a él se lo hacemos. Ellos, sin lugar a dudas, son sus predilectos y así los hemos de ver, amándolos de forma muy especial. Nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios.

Estamos atentos a todas las necesidades del ser humano en una actitud constante de generosidad y una esmerada atención a los más pobres material o espiritualmente; a los marginados por la sociedad y a los que necesitan comprensión, compañía, amor…

Para llegar a vivir esta entrega a los demás, hemos de aprender también la austeridad y el desprendimiento de Cristo, que entrega la vida no sólo en la cruz sino en cada uno de los caminos y de los pueblos por los que pasa.

58. Sociedad y cultura. Todos somos destinatarios y protagonistas de la política, la economía, la vida social y la cultura, destinadas a promover el bien común. No podemos prescindir de todo ello, ni ignorarlo. No nos es lícito, en ningún caso, ausentarnos de estos campos. También Cristo quiere habitar ahí y poner estos campos al servicio del hombre.

No podemos renunciar a proclamar nuestro mensaje en la cultura y las culturas, a través de su creación y difusión: la educación, la investigación científica y técnica, la creación artística, los medios de difusión. La ruptura entre evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo. Los cristianos tenemos mucho que ofrecer al mundo, tenemos al que es la Verdad, la Vida y el Camino, tenemos la respuesta a todas las esperanzas humanas

Impulsamos desde nuestros centros cualquier tipo de presencia y testimonio cristiano en estos ámbitos rompiendo con la idea de que son campos inaccesibles para nosotros, o de que la estructura que los mantiene va a acabar con cualquier iniciativa cristiana dentro de ellos. Nuestro compromiso puede ser muy variado: asociaciones de alumnos, de vecinos, de padres; sindicatos, cooperativas; asociaciones culturales, agrupaciones de profesionales de cualquier sector, ONGs …

Dada la dificultad y el reto que supone trabajar en cualquiera de estos campos, la Iglesia nos ayuda con su doctrina social, que procuramos conocer y poner en práctica.

Nos interesamos por el mundo de la cultura, promocionando y participando activamente, en la medida de nuestras posibilidades, en la manifestación de una cultura de raíces cristianas, en el mundo de la literatura, el cine, el teatro, la pintura, la música, etc.

Confianza en Dios

59. Sabemos que nuestro mundo está necesitado de una Nueva Evangelización, que pide urgentemente nuevas formas y métodos que rompan el muro de la indiferencia y de una falsa tranquilidad e impulsen la fe sumida en ocasiones en la rutina y la superficialidad. Por eso queremos convertirnos cada día más a Cristo para poderlo comunicar luego a los hermanos, transmitiendo lo que vivimos.

Sin embargo el interés por el apostolado puede correr el riesgo de convertirse en una frenética sucesión de compromisos, en un mero activismo, casi como si la salvación del mundo dependiese de lo que nosotros hagamos. Recordemos que Dios ya ha salvado al mundo y actúa en él. Permanezcamos tranquilos y confiados: él nos dará la fuerza necesaria cuando la nuestra flaquee. Aunque aparezcan el cansancio y el desánimo, no nos dejamos llevar por ellos, pues sabemos que el evangelizador «soporta las fatigas como buen soldado de Cristo Jesús» apoyado en el mismo Señor, pues sin él no podemos hacer nada.Maestro, enséñanos a orar

MAESTRO, ENSÉÑANOS A ORAR

«Estaba orando Jesús en cierto lugar y,cuando acabó,
uno de sus discípulos le dijo: ‘Maestro, enséñanos a orar,
como Juan enseñó a sus discípulos’.» (Lc 11, l)

Jesús nos enseña a orar

60. La oración ha estado siempre presente en la historia del pueblo judío. Por eso, los discípulos no se sorprenderían al ver a Jesús retirarse para orar. Al contrario, ellos mismos lo harían, con toda seguridad, incluso antes de conocerle. Pero ahora sienten la necesidad de que Jesús les enseñe a orar.

Jesús habla con autoridad y les hace ver las cosas de una manera diferente, iluminando todo con su verdad, descubriéndoles la novedad del Reino que llega con él. Les ha enseñado muchas cosas nuevas, y eso les ha ido cambiando poco a poco. También en su oración han de cambiar. Los discípulos aprenden con Jesús a rezar como hijos, dirigiéndose a un Padre infinitamente misericordioso que siempre escucha sus plegarias » … porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues orad así: Padre nuestro…»

Nosotros también nos acercamos a él y le pedimos que nos enseñe a hablar con el Padre, a entablar una relación confiada que nos permita conocerle verdaderamente y permanecer en su amor.

Oración y vida.

61. La espiritualidad no es un modo de huir de nuestro entorno sino un modo de vivir nuestra existencia en plenitud, siendo dóciles al Espíritu. Nuestros ratos de oración son momentos que no podemos desconectar del quehacer diario. No son un elemento añadido a nuestra vida, sino que la sustenta. Se trata de que «seamos oración» haciendo de la vida concreta el lugar de encuentro con Dios.

Todas las actividades y ocupaciones que realizamos son ocación de servir y de trabajar por transdormar nuestro mundo en el Reino de Cristo. Para ello ponemos manos a la obra y empleamos nuestra ciencia y nuestros medios a su servicio; pero sabemos que no es suficiente: es Cristo quien hace crecer y a él acudimos para que transforme nuestra flaqueza en fortaleza.

Llamados a ser santos

62. Cristo nos elige y nos llama personalmente para que seamos santos. La ACG nos ayuda a ser conscientes de esta llamada y pone a nuestro alcance los medios que necesitamos para lograr la santidad. Para cada uno de nosotros, la santidad significa identificarnos con Cristo, ser otros cristos. Pero los modos de conseguirlo son diferentes en cada uno. Porque, en el fondo, la vocación a la santidad, como nuestra propia existencia, es única, singular e irrepetible. Discernir la propia vocación, en un diálogo personal, profundo, decisivo… con el Señorse convierte para nosotros en una tarea irrenunciable.

Por ello, buscamos la ayuda y la orientación de un padre espiritual que nos guíe en la fidelidad de nuestro camino hacia Dios y que nos eduque en la formación de la conciencia y en el discernimiento interior, que se realice, de este modo, con la mediación de la Iglesia.

Otra ayuda para nuestra maduración personal y el discernimiento vocacional, así como para mantenernos en actitud de conversión, son los Ejercicios Espirituales anuales.

Espiritualidad eclesial

63. La respuesta es necesariamente personal, pero tiene una dimensión eclesial, una relevancia comunitaria. La historia de la salvación individual se enmarca en la historia de la salvación de la humanidad. De ahí que el carácter vocacional de la A. C. se viva en grupo, en el intercambio y encuentro con otros. Así nos sostenemos en el discernimiento y nos ayudamos a madurar nuestra vocación.

64. La vida en el Espíritu crece a la vez que el sentido de Iglesia. cuando somos corresponsables y conscientes de que compartimos la vida del pueblo de Dios: el anuncio del evangelio, la vida litúrgica y el empeño pastoral.

Por eso, aunque seamos jóvenes de ACG, no buscamos una espiritualidad «específicamente juvenil». Participamos de la espiritualidad de la Iglesia, madurada y vivida por nosotros, a través de los medios comunes accesibles a todos, y expresada por el lenguaje vivo y esencial de la liturgia.

Necesitamos conocer y comprender el lenguaje de la liturgia -celebración de los sacramentos, sucesión de los tiempos litúrgicos, etc.- para vivirla como fuente y culmen de la vida espiritual, transformando el misterio celebrado en vida.

De la mano de la Iglesia santificamos el tiempo, en una continua alabanza al Señor. Rezamos con la oración de la Iglesia: laudes, hora intermedia, vísperas y completas. Esto nos acerca a los Salmos como expresión privilegiada de la oración del Pueblo de Dios y del mismo Cristo.

Espiritualidad laical

65. La vocación a la santidad no está reñida con nuestra situación en medio del mundo. Justamente por ser laicos, y pertenecer a una asociación de seglares, tenemos muy claro que nuestra santidad la tenemos que buscar en las ocupaciones concretas y corrientes de la vida. Somos hombres y mujeres corrientes que procuramos mostrar el rostro alegre del Señor en el trabajo, el estudio, la familia, las diversiones…, viviendo con radicalidad pero con naturalidad, las bienaventuranzas.

Todos estos quehaceres diarios no son obstáculo para nuestra vida cristiana, sino todo lo contrario, en ellos buscamos encontrarnos con Cristo, convirtiéndolos en oración.

Para hacer palpable nuestra unión con Dios a través de las actividades diarias, desde el primer momento de la jornada, ofrecemos al Señor todo lo que vamos a hacer, decir e incluso pensar y procuramos renovar este ofrecimiento a lo largo del día.

Fuentes de la espiritualidad

66. El encuento con Dios enm las actividades de cada día se alimenta de lo que, en definitiva, funda nuestra vida de creyentes: la Palabra de Dios, la liturgia, la oración,el magisterio de la Iglesia, y particularmente, los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

Dedicamos tiempo a estas actividades porque nos sabemos débiles. Conseguir vivir el evangelio en el mundo, no es en ocasiones fácil. Muchas veces tenemos que luchar contra corriente y nos sentimos cansados. También descubrimos que nuestro adversario el diablo, como león rugiente, ronda y busca a quien devorar.El Señor, como a los apóstoles, nos dice: Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados.

Oración individual

67. En la oración personal fomentamos el trato y amistad con Jesucristo, perdemos el anonimato y nos atrevemos a hablar con él de todo lo que nos preocupa y ocupa. La roación es, así, fuente de confianza que nos anima en los momentas de duda y desánimo y nos dispone a ser más generosos en nuestra entrega.

A veces, sin embargo, tenemos la impresión de que no somos capaces de orar. La oración no es para unos pocos, para una élite. El Padre ha revelado sus secretos a los más pequeños, a los pobres de Cristo, a ellos les ha revelado lo que los poderosos no pueden entender . No se requieren esfuerzos sobrehumanos.

Queremos vivir la oración como centro de la vida espiritual, garantizando para ello un tiempo determinado y un lugar apropiado. Como nos cuesta ser fieles, conviene comprometerse a un tiempo concreto -alrededor de media hora- que cada uno aumentará según su necesidad.

Condiciones para la oración

68. Para que la oración nos sea provechosa, acudimos a Dios como niños, sabiéndonos sus hijos. Nos sentimos pequeños por nuestra condición de criaturas y de pecadores, y buscamos a Dios con sencillez y humildad. Sin conciencia de nuestra pequeñez no podemos avanzar en la intimidad con Dios, porque no nos sentiremos necesitados de su amor.

Mantenemos la presencia de Dios a lo largo del día con la ayuda de oraciones vocales y jaculatorias que nacen de nuestra necesidad y pobreza. Con ella se fomenta en nosotros el sentido más profundo de la filiación divina.

Oración: camino de conversión

69. Cristo, en la oración, nos invita y anima a identificarnos cada vez más con él, a conformar nuestra voluntad con la del Padre. Descubrimos con nitidez los errores y miserias que arrastramos y que queremos quitar de nuestras vidas. El evangelio nos ayuda a verlos y nos interpela para profundizar en el camino de santidad.

Después del tiempo que dedicamos a la oración sacamos algunos propósitos concretos que nos ayuden a conseguir una mayor fidelidad a neustra vocación.

Meditamos con frecuencia la Palabra de Dios, especialmente los Evangelios, para discernir lo que el Señor nos está pidiendo.

Oración comunitaria

70. Junto a la oración individual, la oración comunitaria refleja, en la tierra, la alegría del cielo y salva las rupturas que pudiera haber en la comunión con Dios y con nuestros hermanos. Todos los bautizados formamos un solo cuerpo, que es la Iglesia., y compartimos una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.La oración en común nos ayuda a tomar conciencia de esta realidad tan profundamente cristiana.

Por ello, damos mucha importancia a los momentos de oración comunitaria: el retiro mensual y otros actos extraordinarios (vigilias, adoración a la eucaristía, laudes y vísperas solemnes…)

La Eucaristía

71. Cristo ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía de forma real, y cada día actualiza, en la celebración de la misa, su sacrificio de amor y su gloriosa resurrección.

La participación en la Eucaristía implica toda nuestra vida y, en la comunión, nos unimos personalmente a Cristo para ser, como él, vida para los demás.

Para nosotros, que estamos decididos a seguir el camino de el Señor nos ha tratado, la participación en la Eucaristía no es ya una mera obligación, sino una necesidad coherente con nuestra fe. De nuestra unión con Cristo depende la construcción de la Iglesia y no hay mayor unión que la que conseguimos con la recepción de su cuerpo y su sangre.

Valoramos el domigo, Día del Señor, como momento privilegiado para vivir como Iglesia la riqueza de la Eucaristía. Cuidamos, además, nuestra participación en la Eucaristía y la comunión frecuente -incluso diaria cuando sea posible- como signo de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros.

Para participar de modo más consciente nos formamos sobre el significado de la celebración eucarística, sus diferentes partes, y los tiempos litúrgicos.

72. En cualquiera de nuestras iglesias el Señor cumple la promesa de quedarse con nosotros. Su presencia en el sagrario es tan real como la de hace dos mil años en tierras de Palestina. La Iglesia y el mundo tiene una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración.

La visita al Santísimo, la vigilia, hora santa y otras devociones, son manifestaciones de nuestra fe en la Eucaristía. Con estos gestos externos indicamos la actitud interna de adoración.

El sacramento del perdón.

73. Mantener nuestra relación con Dios siendo fieles es un camino lleno de dificultades: caemos y volvemos a levantarnos; curamos nuestras heridas y seguimos caminando. Todos tenemos experiencia de nuestra fragilidad. También la tenemos del perdón misericordioso de Dios, realidad que nos maravilla y asombra. Sin duda, el perdón de los pecados es una de las cosas más bellas que la Iglesia custodia.

Cuando tenemos conciencia de haber ofendido a Dios, nos acercamos al sacramento del perdón, donde el Señor nos espera para mostrarnos que más grande que cualquiera de nuestras faltas, por graves que nos parezcan, es el amor que nos tiene. Ese amor, como le ocurrió al hijo pródigo, nos moverá al dolor y al arrepentimiento.

La ofensa que nos separan de Dios es también una ruptura con los hermanos. Por eso, cuando el sacramento de la Penitencia nos reconcilia con Dios, sabemos que la Iglesia y los hermanos crecen en unidad y comunión, se abren caminos de reconciliación entre el Creador y las criaturas. Sin dejarlo para más tarde, ve a reconciliarte.

Vivimos con alegría la celebración frecuente del sacramento de la reconciliación. Cuando las faltas que nos apartan del Padre son graves, se hace especialmente necesario el perdón. En cualquier caso, no es conveniente dejar pasar un mes sin recibir este sacramento. Su celebración requiere una adecuada preparación, con un examen de conciencia iluminado por la palabra de Dios a través de la oración.

María, modelo para nuestra vida

74. La Virgen madre, María, es, para cada uno de los miembros de ACG, modelo de fidelidad en nuestro peregrinar de la fe. Tras oír el anuncio del ángel, responde con un «sí» que es fruto del amor, si Dios lo quiere así, nada puede haber mejor. Desde ese momento, toda su vida se dedica al cuidado de Dios. Una vida corriente y escondida, pero llena de delicadezas de amor.

Junto a Cristo en la cruz se hace corredentora del género humano. Su unión al Señor, en ese momento se muestra en la aceptación del sacrificio.

Los militantes de ACG nos fijamos en María con frecuencia y aprendemos de ella las virtudes propias de quien quiere ser discípulo: la alegría, la delicadeza en el trato, la pureza, el servicio, el sacrificio escondido, la generosidad.

Actitud de escucha interior

75. El evangelio describe cómo acoge Maríalos acontecimientos que le van sucediendo, de una forma entrañable: conservaba todas estas cosas dentro de sí, meditándolas en su corazón.Buscaba agradar a Dios en cada momento. Esa misma actitud de escucha de la voluntad de Dios, en los pequeños y grandes acontecimientos de cada día, guía nuestra forma de actuar para descubrir la presencia y voluntad de Dios sobre nosotros.

Madre de Dios y Madre nuestra

76. La unión de María con Dios, es la más perfecta que pueda darse entre Creador y criatura. Es la que se da entre una madre y su hijo. Pero además Jesús, poco antes de morir, quiso que María fuese también madre nuestra. Desde entonces los bautizados contamos con la compañía y el cuidado de la Virgen María. Precisamente en ella somos engrendrados a la vida plena de los hijos de Dios.

María se ha convertido en la mejor aliadapara nuestra fidelidad al evangelio y para nuestro apostolado. En ella abandonamos nuestras inquietudes y necesidades.

La tradición de la Iglesia nos ha hecho llegar diversas formas de oración a la Virgen que pueden ayudarnos a dirigirnos a ella, conociéndola mejor. Especialmente el rezo del Angelus y del Rosario nos acercan a la contemplación de la vida de Jesús a través de María. En este último podemos ir fijándonos en cada misterio que rezamos, saboreándolo en presencia de Nuestra Madre, pidiéndole que nos conceda las gracias concretas que necesitamos para acercarnos más a su Hijo.Conclusión

CONCLUSIÓN

80. Somos Iglesia que ha nacido en Pentecostés, con el envío del Espíritu de Jesús, el Paráclito. Como los apóstoles, nosotros hemos recibido el Espíritu para ir a las gentes y comunicar la Buena Nueva. También la Acción Católica celebra su día en Pentecostés, como toda la Iglesia, y cada año festejamos con alegría este renacer, la renovación que supone la presencia del Espíritu en nuestras vidas.

Vivimos un momento sin duda histórico, de renovación eclesial y de esperanza ante el tercer milenio del Cristianismo. Cristo nos ha llamado y nos llama al trabajo en su viña. «Id también vosotros a mi viña» . Nuestra tarea no puede quedar sin hacer, nadie la hará en nuestro lugar. «Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor» . Sabemos que el mismo Señor nos capacita para ello con su Espíritu.

La nueva Acción Católica General es un medio renovado y eficaz para nuestro apostolado en la Iglesia, para lograr «una fidelidad mayor al evangelio y al servicio del hombre» . No dejemos pasar esta oportunidad sin responder con generosidad a las gracias del Espíritu.

Padre Todopoderoso,
Tú que nos has amado enviándonos a tu Hijo
para nuestra salvación, condúcenos a Ti
y enséñanos a ser luz para nuestros hermanos.
Jesucristo, Redentor nuestro,
Tú que eres el Camino, la Verdad y la Vida,
danos la fuerza que necesitamos para seguirte con alegría.
Espíritu Santo Paráclito,
Tú que asistes a la Iglesia desde Pentecostés,
llénanos de tus dones para que seamos siempre los testigos
y apóstoles de Cristo en el mundo.
Santísima Trinidad,
acoge nuestras súplicas,
que confiamos a la Virgen María,
Madre de la Iglesia y Reina de la A.C.
Amén.

Fuente: https://accioncatolica.archimadrid.es/materiales/regla-de-vida

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“Evangelizar debe ser la pasión de cada bautizado”

Carta del Santo Padre al Foro Internacional de la Acción Católica

noviembre 26, 2021 14:33 – Alba Montalvo

“Evangelizar debe ser la pasión de cada bautizado”
Audiencia del Papa con chicos de Acción Católica © Vatican Media

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“Evangelizar debe ser la pasión de cada bautizado, de cada miembro de la Acción Católica”, expuso el Papa Francisco en una carta por el 30º aniversario del Foro Internacional de Acción Católica, hoy, viernes 26 de noviembre.

Eduardo Pironio, un “soñador profundo”

El Papa introduce su misiva diciendo que esta celebración, que mira hacia un momento fundacional, “nos hace inevitablemente mirar hacia el pasado en contemplación agradecida. “En ese mirar hacia atrás nos encontramos con soñadores que se atrevieron a mirar hacia adelante con esperanza”. Sobre esta cuestión, Francisco remite a “un soñador profundo” que dio “el inicio y el aliento a la creación de este foro; y que hoy goza al verlos celebrando estos 30 años: El cardenal Eduardo Pironio”.

Sobre su figura, el Pontífice destaca que fue un hombre “de raíces profundas, de memoria anclada en el dinamismo de la historia como un Kairos, tiempo fuerte de salvación, tiempo de trabajo, prueba, purificación y esperanza. Amó la Acción Católica y creyó en su vocación laical misionera”. En este sentido, añade que la Iglesia “puede dar testimonio” de que la Acción Católica “abrió nuevas perspectivas en el campo de la responsabilidad del laico en la Evangelización”.

Sin embargo, el Santo Padre señala que “la historia no es lineal”, en el camino de la Acción Católica, “como en el de la misma Iglesia, hubo, hay y habrá luces y sombras, momentos de profunda desorientación, de cansancio, de indiferencia, de temor de haber quedado superados por las exigencias de los nuevos tiempos”. Sobre esta cuestión, el Pontífice añade que “para no sucumbir a la tentación”, para no olvidarnos de quienes somos y hacia dónde vamos, “se nos hace imprescindible recordar una y otra vez, como lo hacía el pueblo de Dios en el desierto con la promesa que el mismo Yahveh le había hecho, de dónde venimos, cuál es nuestro origen, conocer el corazón de la madre que un día nos dio a luz”.

Por otro lado, Su Santidad también ha hecho referencia a que “con la pandemia, ha quedado desvelado el estado de vulnerabilidad que padecen cientos de millones de hombres y mujeres en nuestro planeta que no tienen posibilidad de tener posibilidades”. De este modo, “veníamos de un tiempo fuertemente marcado por la globalización; globalización económica, cultural, etc; con sus aciertos, pero también con las estructuras de pecado que de ella han emergido. Todo es global, ¡hasta el virus se ha hecho global!

Por ello, el Obispo de Roma ha resaltado que “como foro tienen una misión global y al cumplir sus primeros treinta años; celebrarlos es un desafío y una invitación” y añade, “desafío a descubrir cada vez más y de un modo más fuerte por dónde pasa la vida y la historia de nuestros pueblos, sin prejuicios, sin miedos, sin clasificaciones y sin sentirnos reguladores de la fe de nadie”.

La Iglesia es “Comunión para la misión”

Asimismo, el Sucesor de Pedro ha indicado que la Iglesia es “Comunión para la misión”. Por eso, la Comunión no es una idea, “es una realización y la misión no es una actividad más, es la esencia de la vida eclesial”. Esto supone, para la Acción Católica “comunión con la pastoral diocesana y sus pastores, una formación que se experimente en clave misionera”.

Para finalizar, el Papa pide 3 cosas al foro de Acción Católica. La primera es que el foro sienta “muy profundamente la urgencia de trabajar por la fraternidad y la amistad social como medios de reconstrucción de un mundo herido”. La segunda petición que hace Francisco es que “siembren en los corazones de todos que la auténtica espiritualidad cristiana es la que se hunde en el deseo de santidad y este es un camino que arranca en las bienaventuranzas y que se realiza desde Mateo 25; amando y trabajando por nuestros hermanos más sufrientes”. Y la tercera y última petición del Santo Padre es que “el espíritu que anime todos sus proyectos y trabajos sea, el de ser una Iglesia en salida que vive la dulce y confortadora alegría de evangelizar; y que se note”, concluye.

A continuación, la carta completa del Santo Padre traducido por la Oficina de Prensa del Vaticano

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Carta del Santo Padre

Queridos hermanos:

Esta celebración, que mira hacia un momento fundacional, nos hace inevitablemente mirar hacia el pasado en contemplación agradecida. En ese mirar hacia atrás nos encontrarnos con soñadores que se atrevieron a mirar hacia a adelante con esperanza. Por eso hoy ustedes están aquí.

En esa mirada, no podemos olvidar a un soñador profundo que dio el inicio y el aliento a la creación de este foro; y que hoy goza al verlos celebrando estos 30 años: El cardenal Eduardo Pironio; aquel que con un amor muy grande a la Acción Católica y una confianza plena en su misión dijo: “En el camino de la Acción Católica ha habido luces y sombras, desorientación y cansancio, el temor por ser tal vez superada por los nuevos tiempos y necesidades de la Iglesia. Creo que ahora es el momento providencial del Espíritu para una profunda renovación de su compromiso espiritual, doctrinal, apostólico y misionero. A esto sin duda ayudará la celebración de este Foro que quiere abrir a otros países la fertilidad de una experiencia asociativa muy rica en sus frutos y tan llena de esperanza”.

Pironio fue un hombre de raíces profundas, de memoria anclada en el dinamismo de la historia como un Kairos, tiempo fuerte de salvación, tiempo de trabajo, prueba, purificación y esperanza. Amó la Acción Católica y creyó en su vocación laical misionera. La Iglesia puede dar testimonio de que la Acción Católica abrió nuevas perspectivas en el campo de la responsabilidad del laico en la Evangelización. Muchos evangelizados y formados por la Acción Católica pusieron verdad, profundidad y Evangelio en ámbitos civiles, muchas veces vedados a la fe. Los santos y beatos laicos de la Acción Católica son una riqueza para la Iglesia. Esos que fueron “los santos de la puerta de al lado” de tantas comunidades.

Sin embargo, la historia no es lineal: en el camino de la Acción Católica, como en el de la misma Iglesia, hubo, hay y habrá luces y sombras, momentos de profunda desorientación, de cansancio, de indiferencia, de temor de haber quedado superados por las exigencias de los nuevos tiempos. La gran tentación en los momentos de crisis o dificultad es encerrarse para cuidar lo poco que se tiene, esperando, escondidos y acariciando recuerdos, la llegada de tiempos mejores. La parábola de los talentos es un fiel reflejo de lo que sucede cuando esta tentación se instala y se transforma en un modo de ser, de estar en el mundo viviendo la realidad de una irrealidad.

Para no sucumbir a la tentación, para no olvidarnos de quienes somos y hacia dónde vamos: se nos hace imprescindible recordar una y otra vez -como lo hacía el pueblo de Dios en el desierto con la promesa que el mismo Yahveh le había hecho- de dónde venimos, cuál es nuestro origen, conocer el corazón de la madre que un día nos dio a luz.

Y la Acción Católica tiene su origen en el mismo seno de la Iglesia Católica. No tiene ningún fundador ni carisma particularísimo. Su finalidad es la de la misma Iglesia: la evangelización. No asume como propio uno u otro campo de apostolado particular, sino la finalidad de la Iglesia: el anuncio del Evangelio, a todos los hombres y ambientes. De modo que el “carisma propio” es no tener nada propio sino prestar disponibilidad a todas las necesidades de la Iglesia en cada lugar. Como Iglesia, experimentamos que, con la fuerza del Espíritu necesitamos dar una respuesta aquí y ahora a los gritos del mundo. Para escucharlos tenemos que salir, ser Iglesia en salida que se acerca samaritanamente a cada hombre y a cada mujer que sufre en su carne o en su espíritu el dolor de este tiempo.

Todavía seguimos atravesando la primera pandemia global en la historia de la humanidad, que afectó sin diferencia a todos los países de nuestro mundo. Con la pandemia, ha quedado desvelado el estado de vulnerabilidad que padecen cientos de millones de hombres y mujeres en nuestro planeta que no tienen posibilidad de tener posibilidades. La vulnerabilidad puso delante nuestro, el riesgo morir sin ningún tipo de previsión e independientemente del lugar donde vivamos, la condición moral, creencia religiosa o la posición socio-económica. Toda la humanidad está afectada por igual. La vulnerabilidad ha logrado superar todo aquello que nos dividía y hacía desiguales. Nos descubrimos iguales en la necesidad, aunque distintos en las posibilidades.

Como dije al comienzo de la pandemia: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos sí de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”. Todos, incluso yo mismo, hemos sentido esta experiencia de impotencia. Veníamos de un tiempo fuertemente marcado por la globalización; globalización económica, cultural, etc. …con sus aciertos, pero también con las estructuras de pecado que de ella han emergido. Todo es global, ¡hasta el virus se ha hecho global!

Ustedes como foro tienen una misión global y al cumplir sus primeros treinta años; celebrarlos es un desafío y una invitación. Desafío a descubrir cada vez más y de un modo más fuerte por dónde pasa la vida y la historia de nuestros pueblos, sin prejuicios, sin miedos, sin clasificaciones y sin sentirnos reguladores de la fe de nadie. Invitación a estar allí, por dónde van sus intereses, sus preocupaciones, sus heridas más profundas y sus angustias más grandes. Sabemos que no hay mayor pobreza que no tener a Dios, es decir vivir sin la fe que da sentido a la vida, sin esperanza que nos dé fuerza para trabajar, sin sentirnos amados por alguien que no defrauda. Ese es el lugar y el pueblo donde la Acción Católica debe realizar su misión.

Frente a la globalización de la indiferencia, sientan que el trabajo de tender puentes y crear comunión es la llamada profunda que les está haciendo Dios. La Iglesia es Comunión para la misión. La Comunión no es una idea, es una realización y la misión no es una actividad más, es la esencia de la vida eclesial. Esto supone, para la Acción Católica comunión con la pastoral diocesana y sus pastores, una formación que se experimente en clave misionera. La Acción Católica no debe formar para el cristiano futuro, sino que debe y necesita acompañar el proceso de fe del cristiano presente, de acuerdo a las características propias de la etapa de la vida en la que se encuentra.

La comunión no es instalación sino certeza de la presencia del Señor para la misión. Evangelizar debe ser la pasión de cada bautizado, de cada miembro de la Acción Católica, Vivir en una permanente salida para poder permanecer fieles a nuestra identidad. «La Acción Católica tiene que descubrir de nuevo la pasión por el anuncio del Evangelio, única salvación posible para un mundo que de otro modo caería en la desesperación«(Pablo VI). La Acción Católica necesita ir creando espacios de presencia, de testimonio, de evangelización misionera. De este modo vive la misión de la Iglesia que es: ser servidora de la humanidad insertada en la Iglesia de Cristo que se realiza en nuestra Diócesis y en nuestra Parroquia, en comunión perfecta con la Iglesia Universal.

Doy gracias a Dios por todo el trabajo que han realizado en estos treinta años, que sin lugar a dudas ha sido con mucho esfuerzo. Sobre todo, en los primeros tiempos, cuando la tecnología no les permitía llegar con tanta facilidad a los distintos lugares del mundo y todo había que “hacerlo a pulmón”. Le doy las gracias por todas las iniciativas solidarias y de acompañamiento a las diócesis más periféricas, especialmente las del tercer mundo donde soy consciente que la presencia de la Acción Católica es fuertemente misionera y sostiene el trabajo de las iglesias locales.

Antes de terminar quiero pedirles tres cosas:

-Que el foro sienta muy profundamente la urgencia de trabajar por la fraternidad y la amistad social como medios de reconstrucción de un mundo herido.

-Que siembren en los corazones de todos que la auténtica espiritualidad cristiana es la que se hunde en el deseo de santidad y este es un camino que arranca en las bienaventuranzas y que se realiza desde Mateo 25; amando y trabajando por nuestros hermanos más sufrientes.

-Que el espíritu que anime todos sus proyectos y trabajos sea, el de ser una Iglesia en salida que vive la dulce y confortadora alegría de evangelizar; y que se note.

Gracias por todo lo que hacen y por todo los lo que harán. No se olviden de rezar por mí.

Que Jesús los bendiga y la Virgen Santo los cuide.

© Librería Editora Vaticana

Fuente: https://www.exaudi.org/es/evangelizar-debe-ser-la-pasion-de-cada-bautizado/

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Necesitamos laicos que puedan entender su misión como sujeto eclesial

EntrevistasIglesiaLo UltimoMundo

«Necesitamos laicos que puedan entender su misión como sujeto eclesial», afirma la presidenta del Laicado brasileño

Luis Miguel Modino Asamblea EclesialBrasilLaicadoSinodalidad

Bogotá, D. C., 4 de junio de 2021

ADN Celam. El Consejo Nacional de Laicos de Brasil (CNLB) celebra su 39ª Asamblea General Ordinaria de forma virtual, del 3 al 5 de junio. El tema elegido es «Cristianos laicos y laicas en la misión: responder a los nuevos desafíos».

Asamblea eclesial y sinodalidad

Tratando de reflexionar sobre el papel de los laicos en la Iglesia de Brasil, especialmente en esta época de pandemia, entrevistamos a su presidenta, Sonia Gomes de Oliveira. Nos ayuda a reflexionar sobre elementos presentes en la vida de la Iglesia, especialmente en América Latina y el Caribe, como la Iglesia en salida, la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, su proceso de escucha y los desafíos de una Iglesia sinodal, tema que estará presente en la vida de la Iglesia en los próximos dos años, como resultado del Sínodo sobre la Sinodalidad.

Enfrentar los retos de una Iglesia doméstica

El Consejo Nacional de Laicos de Brasil celebra una nueva Asamblea General, ¿cuál es la realidad del laicado en Brasil en un momento en que la vida de la Iglesia está muy marcada por la pandemia y la Iglesia se ha visto obligada a reinventar su labor pastoral?

El tema de nuestra asamblea es precisamente eso, responder a los nuevos retos. ¿Y cuáles son estos retos? El documento 105 de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB), ya presentaba algunos desafíos, el desafío del clericalismo, de una Iglesia de laicos que permanece muy dentro de la Iglesia, incapaz de percibir la realidad social, un laicado desconectado de las cuestiones sociales, un laicado muy centrado en el ministerio interno de la Iglesia, un laicado que no se inserta en la cuestión política. Esto es lo que está dañando esta conciencia, que es muy importante, y lo que queremos para el laicado cristiano.

Con la pandemia, esto se ha revelado mucho más, las iglesias acabaron cerrando y los laicos, toda la Iglesia en sí, toda la gente, acabaron teniendo que ir para dentro de casa, los laicos tuvieron que adaptarse. Ese cristiano laico que no estaba acostumbrado a una experiencia comunitaria, en familia, a la experiencia de la Palabra de Dios, que no estaba acostumbrado a esta experiencia de inserción social, a vivir la solidaridad, a pensar en la cuestión social, ha tenido una cierta dificultad para asumir estos retos en este tiempo de pandemia.

En este tiempo de pandemia, gran parte de los laicos luchaban por abrir las iglesias, no pensando en la defensa de la vida, creyendo, y esto es interesante a la luz de la fiesta del Corpus Christi, que sólo la comunión eucarística es válida, y no valorando la comunión con la Palabra de Dios, la gran fuerza que tenemos que valorar los cristianos laicos. Creo que estos son retos que necesitamos superar los laicos, un laico que pueda entender su vocación, su misión como sujeto eclesial, que necesitamos estar en nuestros ministerios dentro de la Iglesia, pero que necesitamos estar insertos en nuestra misión en la sociedad.

Laicos sujetos y no objetos de atención pastoral

Usted habla de muchos elementos que forman parte de lo que el Papa Francisco llama la Iglesia en salida, una Iglesia que sale al encuentro de la gente, donde los laicos tienen un papel fundamental. Frente a los desafíos y las nuevas realidades, ¿cómo debe concretarse esto en el futuro de la Iglesia de Brasil?

Creo que el primer paso es que los propios laicos se reconozcan como sujetos pastorales, no como objetos de atención pastoral, no como quienes hacen las tareas en la Iglesia. Porque mientras nos veamos así, no podremos salir a esa Iglesia que tanto nos pide el Papa Francisco. Salimos a hacer tareas, porque el cura nos lo pidió, porque alguien nos lo pidió.

Creo que la Iglesia tiene que abrirse a estos ministerios, garantizar la ministerialidad del laico cristiano, y el Sínodo para la Amazonía nos reveló mucho esto, que es necesario tener un laico que pueda, no sé si que pueda realizar muchos sacramentos, pero que tenga una cierta autonomía para que pueda realizar muchos ministerios que hoy dependen mucho de la presencia del sacerdote. Cuando la Iglesia comience a abrirse a esto, entendiendo a la mujer, también en su fuerte papel en la Iglesia, como una gran colaboradora, como una gran contribuyente dentro de la Iglesia, y muchos laicos y laicas, podríamos asumirlo.

También el proceso de formación, que tenemos que entender que cuando nos formamos, y aquí hablo como trabajadora social, que yo en mi papel de profesional de los servicios sociales, entiendo mi bautismo, que allí donde esté como trabajadora social, también podré dar un testimonio de garantía de política pública, de garantía de vida, de protagonismo, y de efectividad de las políticas públicas que defienden la vida de las personas. Porque no basta con estar en estos espacios y garantizar políticas que son de muerte, y muchas veces hemos encontrado laicos que lo hacen. Tenemos que tener laicos con capacidad y con una formación de sujetos eclesiales.

Entender la importancia de la Asamblea Eclesial

En este protagonismo de los laicos, podemos decir que la Iglesia de América Latina y el Caribe está viviendo una gran novedad, que es la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. En la presentación de la Asamblea, el Papa Francisco insistió mucho en que no debe ser algo reducido a un pequeño grupo, a una élite, sino que debe involucrar a todos los que forman parte de la Iglesia, donde los laicos son la gran mayoría y los grandes protagonistas. ¿Qué importancia puede tener esta asamblea en el futuro, en los nuevos caminos para la Iglesia latinoamericana y caribeña?

La primera importancia debe empezar por nosotros, los laicos, intentando que esta asamblea llegue a los más alejados, al laico que está más en la periferia, para ser escuchado. Es precisamente cuando en esa carta de convocatoria de esta asamblea, el Papa Francisco dice que la Iglesia se da en la fracción del pan, la Iglesia se da sin exclusión, la Iglesia se da desde esa participación de todos.

Si queremos una respuesta que sea capaz de salir de dentro de los muros de la Iglesia, somos los laicos los que tenemos que salir a escuchar a los más alejados y los que podremos dar una respuesta que sea capaz de conseguir lo que queremos, una Iglesia encarnada en la vida, una Iglesia que escuche a todos, una Iglesia que realmente tenga discípulos misioneros en salida, que sea consecuente con el anuncio del Evangelio, y que pueda estar viviendo también esta experiencia del Evangelio que es la escucha de los empobrecidos.

Escuchar a los alejados

Ante esta necesidad de escuchar a todos, incluso a los más alejados, ¿cómo está trabajando el Consejo Nacional de Laicos de Brasil en el proceso de escucha de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que, como se mostró en el Sínodo para la Amazonía, puede ser un elemento fundamental para el proceso de discernimiento posterior?

Lo estamos haciendo por partes, empezando por el proceso de movilización, y esta movilización se da mucho en este encantamiento de los laicos para entender esta asamblea. Que no es sólo ir allí, hacer un informe de la escucha a la gente, sino entender que esto puede ser motivador para todos nosotros también. Así que, en primer lugar, que haya este proceso de escucha en los regionales, a través de los laicos. Que se encanten, se animen y asuman este proceso de escucha, con el mayor número de grupos y laicos que puedan en sus regionales.

Dentro de los consejos diocesanos de laicos, allí donde haya un consejo diocesano de laicos, que puedan salir, hacer esta experiencia, pero que tampoco se queden sólo en los espacios del consejo de laicos. Que puedan buscar asociarse con movimientos sociales, con grupos laicos alejados de la Iglesia. Lo que estamos tocando mucho es llegar a los que no están en los espacios de la Iglesia, escuchar a los laicos que se han alejado de la Iglesia. Pero pue ahora tienen la oportunidad de responder a este cuestionario aquí, a volver a caminar con nosotros.

Aquellos grupos que están en la base de la Iglesia, que a menudo son tan poco escuchados, que el consejo de los laicos también puede asumir el papel principal de estar al lado. Aunque la parroquia no lo haya hecho, que nosotros, como cristianos, corramos atrás de ellos, a toda prisa. Estamos utilizando gran parte del simbolismo de la Resurrección, la mujer que ve a Jesús resucitado y sale a toda prisa a anunciarlo. Que también podamos salir deprisa para poder buscar el mayor número de laicos y laicas, sobre todo los que están alejados, porque los que están en los espacios del consejo son considerados una élite para nosotros. Una élite que ya está en los espacios, ya está agregada. Por lo tanto, vamos atrás, buscando a los que están más alejados.

Sinodalidad como camino de comunión

La Iglesia está cada vez más implicada en la realización de aquello que surgió en el Concilio Vaticano II, pero que se dejó de lado durante décadas, que es la sinodalidad. En esta Iglesia sinodal el papel de los laicos es fundamental. ¿Qué significa para los laicos el nuevo Sínodo sobre la sinodalidad y todo el proceso sinodal que comenzará en octubre?

Este proceso de sinodalidad tiene lugar en camino. Y como hombres y mujeres laicos, necesitamos entender qué es esta sinodalidad, por qué se habla de esta sinodalidad. El Papa nos ha llamado mucho la atención sobre este proceso de sinodalidad. Entonces, como laicos y laicas, deberíamos ser capaces de entender cuál es nuestro espacio. Este camino con esta comunión, dentro de esta unidad, como ya decían los primeros cristianos, pero sabiendo que este es nuestro espacio y nuestro lugar.

Está el papel del pastor, como obispo, como sacerdote, pero está nuestro papel, que también tiene su importancia en la Iglesia, que es tan importante como los demás. Esta sinodalidad camina mucho en esta convicción de esta presencia de hombres y mujeres bautizados, respetando el papel del otro, pero con un testimonio maduro, y viviendo su papel y su ministerio, que es el nuestro, el de los laicos. Nosotros, como cristianos laicos, tenemos mucho que aprender de este nuevo proceso de sinodalidad, que no es sólo agachar la cabeza y decir amén, no es eso. Es cada uno viviendo su papel, viviendo su vocación, viviendo su camino, la comunión, la unidad, pero según su ministerio.

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Te invitamos a participar del Proceso de Escucha de la Asamblea Eclesial  ingresando en https://asambleaeclesial.lat/escucha/

Fuente: https://prensacelam.org/2021/06/04/necesitamos-laicos-que-puedan-entender-su-mision-como-sujeto-eclesial-afirma-la-presidenta-del-laicado-brasileno/

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“México debe ser una nación oficialmente católica”: el semanario “Unión” en la década de 1950

Laura Camila Ramírez Bonilla*

El 25 de junio de 1950, el semanario católico Unión publicó en su primera plana, y sin ningún eufemismo, el titular: “México debe ser una nación oficialmente católica”. En el enunciado estaba implícito un anhelo, un proyecto por realizar y, al mismo tiempo, una nostalgia: un pasado mejor al que había que retornar. La frase indicaba obligación, no posibilidad. “México tuvo esa característica en siglos pasados, cuando formó la Nueva España y primeros lustros de México Independiente, significándose como una nación católica”. El tono era de pérdida. El “espíritu católico” había dejado de existir, “quedando en la actualidad sólo un pueblo de católicos, pero jamás una nación católica”.[1] El artículo, firmado por el asiduo colaborador Fidel Peón, lamentaba la imposición de los ideales revolucionarios como nuevo mito fundacional de la nación mexicana, entonces presa de un Estado laico y opuesto al sentir de un “pueblo” que mayoritariamente se definía y actuaba como creyente.

¿Qué era Unión? ¿Qué valores sustentaron su ideal de nación? ¿Qué noción de la historia emergió de su discurso? ¿Cómo definió a la identidad mexicana de la época? Fundado en 1936, el semanario católico Unión fue un proyecto editorial de la Obra Nacional de la Buena Prensa, propiedad de la Compañía de Jesús, en el que convergieron laicos organizados, miembros del clero y autoridades eclesiásticas. Los unía la fe en cierto sistema jerárquico del orden social, en el cual la Iglesia, como institución, y el catolicismo, como conjunto de símbolos y valores, debían estar unidos al poder político y a la identidad nacional. Su intención no fue representar al catolicismo mexicano en su totalidad, aunque en ocasiones se asumieron portadores de una lectura más “correcta” y “consciente” del mismo. Tampoco se trataba de un grupo estructurado y homogéneo que actuara en línea recta durante las tres décadas de su existencia. Unión fue parte del catolicismo mexicano adscrito a Acción Católica, obediente al episcopado, que encontró en la prensa un apostolado.

El objetivo de este artículo es identificar el ideario de “nación católica” que el semanario Unión promovió como tabla de salvación para la sociedad mexicana en crisis, en particular durante los primeros años de la década de 1950; entendiendo a Unión como una entre otras expresiones de la derecha religiosa mexicana —heredero de los conflictos de los años veinte y treinta—, anticomunista y antiliberal, recelosa de los valores de la modernidad y de los avances de la modernización material. Si bien Unión no emprende una confrontación contra el Estado laico ni se define como proyecto político con pretensiones partidistas,[2] la revisión hemerográfica que aquí se expone revela un sector social escéptico frente al régimen político, considerado una suerte de fachada,[3] que ve en la laicidad estatal un foco de desestabilización “espiritual”, social y política.

Oponiéndose al nacionalismo revolucionario y sus símbolos de cohesión, durante los años cincuenta, Unión promovió la “confesionalización” de la nación como respuesta al desorden social y deterioro moral que, desde su diagnóstico, imperaban en el país. Columnas de opinión, caricaturas y reportajes pidieron iniciar el “gran retorno” hacia la nación católica. Se trataba de un “derecho adquirido” y un deber cívico y religioso, basado en la histórica presencia del catolicismo en México. Su retórica no admitió pluralidad religiosa alguna, exaltó la hispanidad como fuente de sentido del “ser mexicano”, en detrimento de un pasado indígena asimilado con el atraso, y vaticinó un futuro de descontrol ante la ausencia de dios. En su radical discurso a mediados del siglo XX, Unión llegó a considerarse un guardián de la moral católica, en tanto única y verdadera para México; un promotor de la formación cívico-política de los católicos y, finalmente, un defensor de la idea de que su profesión de fe era el factor de cohesión social legítimo y más efectivo para la sociedad mexicana.

El presente artículo se organiza en cuatro secciones: una revisión del proyecto editorial Unión, una relación de contextos que permiten entender el papel de dicha publicación en los años cincuenta, el ideario de nación que planteó en sus páginas a partir de seis grandes pilares, y las consideraciones finales.

El Semanario Católico Popular Unión

Las referencias a Unión son prácticamente nulas en la historiografía.[4] La reconstrucción parcial de su historia obedece a su escasa presencia en los archivos; hay una recopilación incompleta en la Hemeroteca Nacional y en el Seminario Conciliar de la Ciudad de México.[5] Por información del mismo semanario, se sabe que fue fundado en enero de 1937, en la Ciudad de México.[6] Se trató de uno de los tantos proyectos editoriales de la Obra Nacional de la Buena Prensa,[7] creada en 1936, tras el cierre de la Comisión de Prensa y Propaganda.[8] Los avances actuales de esta investigación no nos permiten establecer la fecha exacta del último número ni las razones por las cuales dejó de publicarse. Sin embargo, el más reciente de la colección hemerográfica, del 28 de diciembre de 1969, nos permite hablar de una circulación mínima de 32 años, nada despreciable para un impreso de su tipo.[9]

Unión nació en un momento de fuerte tensión entre la Iglesia y el Estado. La desconfianza mutua se reflejó en las acciones de la derecha católica y sus espacios de activismo. Durante los años treinta, a decir de Collado, “la confrontación entre las derechas y las izquierdas escaló y algunos políticos, anticlericales radicales, parecieron adueñarse del panorama”.[10] Unión nos remite al cardenismo y al sentimiento de amenaza que se reforzó entonces en la Iglesia católica. El proyecto de educación socialista, que profundizaba la laicidad en las escuelas; el estallido de nuevos episodios de violencia, secuelas del conflicto cristero, y la reforma agraria, ligada a la propiedad colectiva de la tierra, dieron sentido a proyectos de respuesta y contención como Unión.[11] Sin tratarse de una publicación de declarada militancia política, en sus páginas era evidente la promoción de un orden social antagónico al propuesto por Cárdenas. Ahora bien, en perspectiva es posible plantear que, si el surgimiento de Unión atendió a la tensión Iglesia-Estado, su permanencia en el tiempo se debió a la estabilización de dicha relación, conseguida por Ávila Camacho, Alemán y Ruiz Cortines.

Desde su fundación en la colonia Mixcoac, la Obra Nacional de la Buena Prensa fue confiada a la Compañía de Jesús. Su primer director fue el sacerdote José Antonio Romero, S. J., quien había participado en la creación de los folletos Vida del Alma, en Saltillo.[12] No era extraño que el mismo Romero se convirtiera en el primer director y fundador de Unión; su trayectoria está ligada a la historia de los impresos católicos de México en el siglo XX: permaneció como director de la editorial hasta 1961, año de su fallecimiento, y tuvo a su cargo publicaciones religiosas como Chiquitín, ¿Lo sabías? y Christus, revista mensual de teología que se convirtió en el órgano oficial del Episcopado Mexicano.[13] Unión fue aliado estratégico de la Legión Mexicana de la Decencia y la Campaña Nacional de Moralización del Ambiente —inaugurada en 1951—, en la cual Romero figuraba como subdirector.[14] La difusión de sus escritos, las colaboraciones de sacerdotes que trabajaban en estos órganos, la reproducción de la censura cinematográfica que emitía la Legión y la presencia de artículos de respaldo y complemento a sus labores se hicieron evidentes en esos años.

El semanario mantuvo tres formatos entre 1938 y 1969. Una de estas transiciones ocurrió durante nuestro periodo de estudio. Entre enero de 1938 y junio de 1954 observamos una revista con un promedio de doce páginas, que recibía al lector con una portada a dos tintas y una fotografía acompañada de una frase emblemática que cambiaba en cada número. “Ante todo mexicanidad: fe católica y patriotismo” fue uno de sus lemas. En sus páginas centrales, los contenidos de Unión podían variar entre reflexiones sobre asuntos religiosos, moralidad, vida cotidiana, la reproducción de documentos eclesiásticos y artículos de opinión sobre religión, política y sociedad, entre otros. Estos artículos solían ir firmados por el padre Romero.[15]

En junio de 1954, Unión cambió a formato folio. Su transformación física lo hacía más cercano a un periódico que a una revista, con seis páginas, a siete columnas, sin portada, con fotografías e ilustraciones en la primera plana. A partir de 1955, su autodenominación cambió de Semanario Católico Popular a Semanario Popular Independiente. La modificación no era ingenua: la administración y el equipo editorial se mantuvieron intactos, y Unión continuó siendo parte de la prensa católica; sin embargo, de un énfasis religioso pasó a temas de actualidad nacional e internacional, con apartados especializados en medios de comunicación y columnas de opinión con contenido político.

A finales de los años sesenta, tenemos un semanario renovado, autodefinido como “una visión honrada de México”. El formato recuperó el estilo de una revista, con tamaño tabloide, una portada, una diagramación ajustada a las necesidades de cada sección y un promedio de dieciséis páginas, además de que cada número desarrollaba un tema central de investigación. Es posible que esos cambios estén asociados al fallecimiento de Romero en 1961, y la llegada de F. Santa María a la dirección. Los asuntos sociales y políticos pasaron a ser las principales preocupaciones del impreso.

En sentido estricto, Unión no fue un medio noticioso. Sus tres décadas de existencia y transformación se pueden organizar en estilos de formato y contenidos diferentes, sin abandonar el talante confesional y en una relación variable con las derechas religiosas.[16]

Los cincuenta de Unión

¿A qué “México” hacía referencia Unión? ¿Por qué proponer una “nación católica” a inicios de los cincuenta? El momento más conservador del semanario Unión coincide con una estrategia doble durante los gobiernos de Ávila Camacho, Alemán Valdez y Ruiz Cortines: por un lado, la estabilización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, o lo que Roberto Blancarte ha denominado modus vivendi, tras años de confrontación;[17] y por otro, un giro hacia la derecha en la dirigencia del país.[18] Aunque las circunstancias parecían más dadas a la colaboración que a la confrontación, proyectos como Unión optaron por tomar distancia y oponerse al gobierno.

En el periodo en cuestión, el desarrollismo alemanista, la industrialización, la urbanización, el crecimiento poblacional[19] y la emergencia de clases medias[20] marcaron el ritmo de intensos cambios socioeconómicos y culturales, mientras que la apertura política y la plena consolidación de una sociedad moderna se vieron retrasadas. La retórica anticomunista, ya en el marco de la Guerra fría, había permeado la política interna y externa, promoviendo una alineación más estrecha con el mundo capitalista. Utilizando estratégicamente el nacionalismo revolucionario, hubo un acercamiento a Estados Unidos que coincidió con el distanciamiento del mundo obrero y sindicalista[21] y con una transición de una sociedad de predominancia rural a una de mayorías urbanas.[22] El semanario Unión de los años cincuenta no sólo leyó estas transformaciones, sino que reaccionó contra aquellas que percibió dañinas para el catolicismo local. Fue tiempo de paradojas: en medio de la modernización que el progreso demandaba, un sector de la sociedad emprendió un “rearme moralizador”, que consistió en un significativo activismo laical y el fortalecimiento de la institución eclesiástica en ámbitos socioculturales y políticos.[23] Según el INEGI, los católicos representaban 98.2 % de la población de México en los años cincuenta, casi 2 % más que el número registrado el decenio anterior (96.6 %).[24]

¿Cómo entender la postura de Unión en su tiempo? Aunque ya no había una confrontación directa con el Estado, su naturaleza laica y un espíritu nacional, que se definía neutral ante lo religioso, continuaban siendo temas incómodos para un catolicismo integral e intransigente como el que representaba Unión.[25] Al inicio de la década, este proyecto editorial se apropió de la bandera de la “recristianización” de México, priorizando para ello una narrativa nacionalista. El discurso de la “unidad nacional” que el presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) —públicamente católico— había estructurado como valor supremo, por encima incluso del radicalismo agrario, educativo y obrero de los gobiernos revolucionarios,[26] parecía no convencer a ese sector de la derecha católica. Para Unión, el catolicismo era la génesis y sustento de la mexicanidad.

La idea de “confesionalizar” la nación se debe entender desde un proyecto más amplio. Desde finales de los años veinte, el papa Pío XI (1922-1939) promovió la recristianización mediante la renovación de Acción Católica. Su objetivo general era “restaurar en Cristo, no solamente lo que incumbe directamente a la Iglesia en virtud de su misión divina [sino] la civilización cristiana en el conjunto de todos y cada uno de los elementos que la integran”.[27] En términos particulares, se proponía combatir la civilización anticristiana por medios justos y legales, al tiempo que reparaba los “desórdenes gravísimos” que ésta producía,[28] “para moralizar a México es indispensable recristianizarlo”, sentenció Unión.[29] El discurso sobre la urgencia de la recristianización, la moralización del ambiente y la nación católica estaban articulados para revistas como éstas.[30] En otras palabras, la recuperación del orden social —la “restauración en Cristo”— implicaba asumir un modelo de nación confesional, contrario al imperante.

Es preciso señalar que la noción de nación del semanario Unión remitía, en el sentido moderno del término, a la construcción de una unidad colectiva definida por la religión y la historia común. En ese relato de recuerdos y olvidos, el “error histórico” del que habló Renan en 1882 operaba en función del predominio del catolicismo entre los sistemas de creencias de la población.[31] ¿Qué definía la “imagen de comunión”[32] que conformaba a la nación? En el sentido más básico, apelaba a un “quiénes somos” arraigado en el “quiénes hemos sido”, en ese caso nostálgico, que exaltaba los factores socioculturales y políticos que habían producido unidad: la profesión de fe y la práctica continua del catolicismo.

Ideales de nación

Desde la perspectiva de Unión, México había perdido “la voluntad enérgica del bien obrar al dejar de ser una nación católica”. La ausencia de la fe dejaba a la nación incompleta, sin la base sólida de su pasado y en incertidumbre ante el futuro. En gran medida, la crisis moral que la sociedad vivía, según el diagnóstico de la publicación, estaba asociada a la falta de Dios en los referentes de unidad nacional: “Nuestro pueblo es católico y si se quiere que progrese y realice constructiva trayectoria es necesario que conserve sus creencias, afirme esas mismas convicciones e identifique sus empresas con sus propios principios de rectitud cristiana”.[33]

Así, el ideal de nación católica que Unión defendió en tiempos de recristianización y campañas de moralización se caracterizó por seis pilares.

Primero, una nostalgia por el pasado como tiempo de mejores condiciones, toda vez que la fe católica definía el canon de la convivencia y la institución eclesiástica mantenía una relación armoniosa con el Estado. Unión aludía a la Nueva España y los primeros lustros del México independiente para ejemplificar ese tiempo anhelado: “La canonización de un santo, la celebración de una fiesta religiosa, la declaración de un dogma, eran motivo de regocijo nacional”. Los tiempos en que los mártires católicos y las conmemoraciones de fe se fusionaban con el calendario patrio habían dejado de existir, para infortunio de una sociedad creyente. La degradación moral que caracterizaba al presente hacía más notorio todo lo bueno que el pasado representaba y todo lo trasgresor que significaba el ahora. “La familia, la escuela, el Estado, prestaban a la Iglesia el debido respeto, y la vida nacional como la individual, se deslizaban en el cauce del más íntegro catolicismo. Las buenas y cristianas costumbres no eran sino reflejo de esa vida cristianísima”.[34] En ese marco, el futuro era un tiempo oscuro del que nada bueno podía provenir.

Segundo, la historia compartida de los mexicanos estaba ligada a la historia de la Iglesia católica. Si había un hecho que justificara la religión católica como parte de la identidad nacional era la presencia constante que dicho sistema de creencias e instituciones había consolidado desde la llegada de los españoles hasta la actualidad. El nacionalismo revolucionario cortó con el relato religioso —católico— como pasado común, cohesionador: “México, lo dice su historia, fue una nación católica. El catolicismo es una de las esencias de su nacionalidad, esencia que se va perdiendo”.[35] Para esta revista, el Estado laico había desvirtuado la verdadera historia patria: ¿por qué se empeñan algunos “en separar del concepto patrio, todo sentimiento de religión y por lo mismo de nobleza y bondad” ?, preguntó Unión en 1952.[36] La historia es ya en este punto un instrumento usado a conveniencia. La nación y los nacionalismos recuerdan de manera selectiva, como ya había señalado Renan, “el olvido y, yo diría incluso, el error histórico son un factor esencial de la creación de una nación, y es así como el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad”.[37] Evidentemente, el pasado cristiano, hispánico, que conmemoraba y extrañaba Unión, carecía de referencias al pasado indígena de las poblaciones y al mestizaje como consecuencia del encuentro entre los dos mundos. Su discurso se contraponía incluso al indigenismo oficial posterior a la Constitución de 1917. La política indigenista de los cuarenta había creado una institución propia, el Instituto Nacional Indigenista (INI), cuyo origen se remonta a la ley del 10 de noviembre de 1948. Para cuando Unión emitió su “manifiesto” nacionalista, el INI inauguró el Centro Coordinador Indigenista (CCI) en San Cristóbal de Las Casas, bajo el liderazgo del antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán.[38] Los dos proyectos parecían contradictorios.

Tercero, la identidad nacional propuesta por Unión se construyó en oposición a otras ideologías. El semanario señaló a sus opositores con nombre propio: “Las ideas revolucionarias, ateas, de la Revolución francesa, la separación de México de la madre patria, el liberalismo corruptor, la influencia protestante, la norteamericana, la revolucionaria última que compendia tantos ‘ismos’”. Todos estos elementos habían “dado muerte a esa vida de México como nación católica y disminuido el número de los hijos católicos”.[39] La identidad nacional, como construcción de un “quiénes somos”, exige un ejercicio de diferenciación. En este caso “el otro” —el distinto— era un peligro latente, En este caso “el otro” una amenaza, un enemigo decidido a derribar o negar la identidad propia. En el contexto de la Guerra fría, el otro —el enemigo— es altamente demonizado y politizado. Para Unión, la personificación del mal eran el comunismo, la Unión Soviética y el socialismo, de los que había que protegerse como estrategia básica de sobrevivencia. “En México y en España, mientras tuvo influencia en la vida pública, proscribió la religión, asesinó sacerdotes, incendió iglesias, hizo atea la enseñanza”.[40] En el plano político religioso, “el peligro protestante” se erigía como auténtico desafío a la fe católica.[41] La cercanía geográfica con Estados Unidos ponía en riesgo la pureza de la nación, pero era al mismo tiempo indispensable para definir un opuesto histórico que reafirmara la identidad.

El cuarto factor por mencionar en el marco de la diferenciación son la hispanofilia y el extranjerismo. A excepción de los españoles católicos, la presencia de extranjeros en México era vista con recelo por Unión: “Ha inoculado en nuestra nacionalidad muchas novedades contrarias a la fe católica de nuestros padres y, por ende, demoledoras”.[42] No en vano la publicación no hablaba de extranjería (la situación y condición legal de la persona que es extranjera en relación con las leyes del país donde reside) sino de “extranjerismo”, indicando una doctrina, sistema o movimiento: “Nuestros puertos se han abierto más y más cada día a refugiados ateos y sectarios que han envenenado nuestro ambiente cada vez más y más”, indicaba en 1950. Ante el impulso casi xenófobo de Unión surgían excepciones: “Si la corriente hispánica seleccionada cuidadosamente fuera la que hubiera aportado a nuestras playas, o la italiana o francesa de recia contextura católica, nuestros males sociales anticristianos no fueran tan perjudiciales como lo son hoy día”.[43] Había un especial reconocimiento a España, entendida como “madre patria”, en la pauta identitaria de la publicación. Durante esos años los latinos, en particular los españoles, tenían abiertas las puertas migratorias del país, aparentemente sin restricciones. Al respecto, se destacan dos rasgos particulares: primero, hay escasas alusiones expresas al exilio republicano iniciado al término de la Guerra civil española (1936-1939); si bien muchos de los emigrados a México ostentan la nacionalidad española, para Unión son representantes del socialismo, del Estado laico y el ateísmo. Y segundo, la independencia de México de la “madre patria” representaba, en los términos de Unión, un accidente infortunado del devenir histórico.

Como confirmación de lo anterior, en noviembre de 1955, José Vasconcelos escribió la columna titulada “Nuestra cultura es la española, y quienes van en contra de ella van contra la patria”. En una explícita justificación de la aniquilación de la cultura prehispánica, Vasconcelos no sólo agradeció que hubiera sido la Corona española —y no otra— la encargada de conquistar América, sino incluso concluyó que el régimen colonial instaurado fue superior al ya existente de los “aborígenes”: “Nada destruyó España, porque nada había”.[44] En su hispanofilia a ultranza, el Vasconcelos de los años cincuenta veía con más añoranza que realismo la idea de conformar una falange y promover, como en los años treinta, una contienda por el poder político.[45] En las mismas páginas, Ezequiel Cervantes expresó su indignación ante José Gaos, por haber afirmado en una conferencia en el Casino Español que “la historia de España es la historia de la decadencia, aun en la época de Isabel la Católica”.[46] Cervantes contradecía a Gaos, resaltando que el legado de España a la humanidad estaba signado por tres “epopeyas”: haber expulsado a los musulmanes de Europa, haber emprendido una lucha acérrima contra la reforma de Martín Lutero y, sobre todo, haber descubierto un nuevo mundo con la misión de expandir el catolicismo. El cierre de la columna era predecible. Una exaltación al generalísimo Franco, ante los “ladridos” del filósofo español exiliado en México. El carácter anticomunista y antiestadounidense de Unión, aunado a su intransigencia católica, lo acercaban más al nacionalismo militante que a un mero relato de identidad.[47]

Quinto, la devoción guadalupana representaba un símbolo de comunión que debía ser incluido en el relato nacional. En 1952, el semanario alabó la presencia del presidente Miguel Alemán en la inauguración de la alameda y plaza pública de la Basílica de Guadalupe. El aporte gubernamental a los fondos para la obra fue visto como un reconocimiento al “hondo sentimiento religioso y mariano del pueblo”. Monseñor Luis Martínez no dejó de manifestarse complacido de la cooperación Iglesia-Estado: “Esta plaza tiene una gran importancia religiosa y patriótica y un doble mérito: haber intervenido en su proceso de mejoramiento el Gobierno y el pueblo católico mexicano”.[48] ¿Por qué el pueblo había aclamado al presidente ese día?, anotaba Unión: porque con sus actos el mandatario comprendía y reconocía las más arraigadas creencias de los mexicanos. Los cimientos de la gran obra que significaba hacer de México una acción católica los había puesto la Virgen María en el Tepeyac, sentenciaba Unión.[49]


Ilustración publicada en Unión, 11 de diciembre de 1955.

Cuando la iconografía guadalupana se integraba a las páginas de Unión, se conservaba el estandarte patrio. El uso de la bandera y el escudo reiteraba la pertenencia de la devoción mariana a una nacionalidad particular. El 11 de diciembre de 1955, un día antes de la fiesta de la Virgen, el semanario publicó una representación de la coronación de la Virgen como “reina del trabajo”. El martillo y el engranaje se sumaron a la iconografía aludiendo a los sistemas de producción, mientras que la corona de la guadalupana era sostenida por un obrero y un propietario. La ilustración, retomada de la imagen oficinal que se distribuyó en espacios públicos, desafiaba la representación laica que corrientes como el muralismo habían hecho de los trabajadores en la era posrevolucionaria. Incluso resultaba irónica la posición del martillo y el engranaje, casi igual a la del martillo y la hoz en los emblemas comunistas. La colaboración entre trabajador y empresario demostraba también una concepción distinta del mundo laboral. La impronta de la “modernización autoritaria”, como señala Loaeza, muestra dinámicas económicas en auge. Las políticas de promoción empresarial e inversión privada, con amplios márgenes de crecimiento, coindicen con este mismo periodo, como antesala de las agitaciones sindicales y movilizaciones sociales de finales de la década.

Y por último, en el ámbito nacional dos elementos representaban el recelo principal de Unión frente al nacionalismo revolucionario: el Estado y la educación laicos. Aunque el semanario reconocía en el Estado y la nación dos entidades diferentes, asumía como perjudicial para el segundo el carácter laico que había confirmado el primero con la Constitución de 1917. Pese a la relación de concordia que llevaba la jerarquía eclesiástica con los gobiernos de Alemán y Ruiz Cortines, quienes pertenecían al ámbito de Unión, el Estado mexicano era “un agente perseguidor del catolicismo”.[50] Que la laicidad fuera un nuevo factor de cohesión nacional e integración, aunque ya no estuviera asociado al anticlericalismo y en lo educativo se orientara al progreso científico, desfanatizando así las posiciones,[51] era un elemento que fastidiaba a sectores conservadores como Unión.

Para 1955 el semanario suscribió las declaraciones de Pío XII ante el Congreso Internacional de Ciencias Históricas, considerando que Iglesia y Estado eran poderes independientes el uno del otro, que no debían ignorarse entre sí, “sino colaborar mediante el entendimiento mutuo”. No obstante, Unión extendió los alcances de las declaraciones del pontífice, agregando que la Iglesia trascendía a todos los hombres y todos los tiempos, “con el deber moral de oponerse a las leyes civiles cuando éstas violan los dictados divinos”.[52]

Por su parte, la educación laica quitaba a la nación la posibilidad de que las nuevas generaciones se formaran en la tradición católica. Este tipo de educación no sólo era interpretada como una afrenta al catolicismo de los mexicanos, sino un desafío a la perpetuación de sus tradiciones, valores y símbolos —pese a que con la reforma de 1946 ya se hubiera eliminado el carácter socialista de la educación y monseñor Martínez hubiera mostrado complacencia ante dicho cambio—. En el ambiente moralizador de la época, a la educación laica le cabía una gran parte de la responsabilidad en el deterioro de las buenas costumbres y la decencia, en especial entre los niños y adolescentes desorientados.

¿Cuál era entonces la propuesta del semanario Unión? “Iniciar el gran retorno”. No había de fondo un modelo estrictamente nuevo. Unión planteaba como primera respuesta la confesionalización: “Trabajar ahincadamente porque México sea nuevamente nación católica, como lo fue en los tiempos en que no primaban en sus instituciones el ateísmo ni la persecución”.[53] El retorno, como expresión y como propósito, resumía y ratificaba el tono conservador y tradicional del semanario de los años cincuenta. El pasado bueno era el ejemplo ante un presente malo. Se trataba de una aspiración amplia, que habría de abarcar tanto aspectos públicos como privados de los individuos y la sociedad. “Como cuando la familia era hondamente cristiana, como cuando sus miembros, fuera y dentro de casa, se conducían como católicos: como cuando sus escuelas eran católicas”.[54] A la nación católica le competían el individuo, el comportamiento, las relaciones familiares, el hogar, la acción cívica, la educación, la cultura y muchas otras cosas. Parecía entonces un proyecto totalizador que, sustentado en la confesión mayoritaria del pueblo, asumía que sólo una verdad religiosa podía definir lo que era ser mexicano. Cuando tal condición se reconociera, “entonces habrá equilibrio, orden, cordura, imperará la justicia y los hombres tratarán a sus semejantes como tales”. En el caso de Unión, la nación se supeditaba a la fe. Los “mexicanos viriles” eran, para este semanario, aquellos que sabían “conservar primero su fe y después servir a su patria”.[55]

Consideraciones finales

El semanario católico Unión representó un proyecto editorial con un ideario de nación. En virtud de su tiempo y su espacio, y entendido como una expresión de la derecha católica, la publicación construyó una postura de oposición, sin mayor diálogo con otras visiones o actores, frente al modelo de nación de la Revolución mexicana. Su protesta principal surgió de la exclusión de Dios y del catolicismo del orden social mexicano. Para Unión, el modelo imperante significaba una subversión del orden: era un proyecto contrario a la historia de México, en la que la Iglesia católica era parte integral. Según este semanario, el nacionalismo revolucionario desconocía el sentir de la mayoría de los mexicanos. Un “pueblo de bautizados” no podía participar de un proyecto ateo de unidad nacional. En el camino, la única medida de salvación era un “gran retorno”: instaurar una nación católica, hispanófila, anticomunista, antiestadounidense y antiliberal.

En los cincuenta, el propósito de Unión fue crear opinión entre sus lectores-creyentes, probablemente practicantes de un catolicismo riguroso, atentos a las indicaciones eclesiásticas sobre la moral, la doctrina, la familia, la estructura social, el entretenimiento, los espectáculos y las relaciones humanas. Su intromisión en temas políticos —cautelosa ante el artículo 130 constitucional— reveló una voz de la derecha mexicana debido a tres características: el interés por que la Iglesia asumiera un lugar más protagónico en la escena pública; la falta de identificación con la laicidad del Estado y el orden político y social posrevolucionario, aunque lo acatara y respetara; y el anhelo de que se reconociera al catolicismo como raigambre de la identidad mexicana.


* Universidad Iberoamericana.

[1] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[2] Como sí va a ocurrir con el sinarquismo y sus proyectos editoriales; véase Pablo Serrano Álvarez, “El sinarquismo en el Bajío mexicano (1934-1951). Historia de un movimiento social regional”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, vol. 14, núm. 14, 1991, pp. 195-236.

[3] Sin ser nuestro tema principal, es preciso señalar que Unión incluyó con frecuencia debates políticos en sus páginas. Sobre el régimen político en el periodo estudiado, la revista señaló: “¿Hay alguna probabilidad de elecciones honradas? Existen serios obstáculos, México tiene un gobierno unipartidista y además, personal a pesar de su escaparate externo de república”. Luis Nava (presbítero), “El derecho de votar”, Unión, México, 29 de junio de 1952, p. 1.

[4] En las revisiones hechas sólo aparece mencionado en María Luisa Aspe Armella, La formación social y política de los católicos mexicanos. La Acción Católica Mexicana y la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, 1929-1958, México, Universidad Iberoamericana / Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2008.

[5] Ni el acervo de la Universidad Iberoamericana ni la biblioteca de Buena Prensa, las dos organizaciones de la comunidad jesuita a la que pertenecieron su director y su editorial, reportan existencias del periódico. Tampoco se encuentra en otras hemerotecas.

[6] El primer periódico de 1938 tiene un registro oficial del 7 de enero de 1937. Los periódicos de los cincuenta indican que Unión obtuvo registro de segunda clase en la Administración de Correos el 28 de noviembre de 1941, mientras que alcanzó el registro de propiedad intelectual de la Secretaría de Educación Pública el 14 de diciembre de 1950.

[7] Hasta la actualidad, la editorial Buena Prensa sigue funcionando, administrada por la Compañía de Jesús. Cuenta con cuatro librerías en la Ciudad de México; véase información disponible en: http://www.buenaprensa.com/ (consultado el 30 de mayo de 2018).

[8] María Luisa Aspe Armella, op. cit., pp. 364-365.

[9] Por sus características generales, se podría mencionar el caso de la Unión Nacional Sinarquista de México, que publicó El Sinarquista entre agosto de 1940 y septiembre de 1959 (diecinueve años). Para la Ciudad de México, según el catálogo de la Hemeroteca Nacional, encontramos revistas eucarísticas, en especial las de Acción Católica: El Católico Mexicano, publicada entre 1948 y 1970 (veintidós años); Fe, revista quincenal publicada entre 1954 y 1965; Heraldo Parroquial, que circuló entre 1951 y 1955; Restitución, periódico mensual publicado entre 1940 y 1950; la revista mensual de la Unión Católica Femenina, Acción Femenina, que apareció en 1933 y que, según ACM, se sigue publicando; y Christus, editada desde 1935 hasta 1978. Evidentemente, hace falta un balance cuantitativo y catálogos organizados al respecto.

[10] María del Carmen Collado Herrera, Las derechas en el México contemporáneo, México, Instituto Mora, 2015, p. 21.

[11] Según Hernández, entre 1930 y 1933 los laicos católicos formaron grupos de élite, organizaciones clandestinas de base popular y partidos que perseguían preponderancia nacional: “La derecha católica buscaba la ruta más efectiva para participar en la vida política, evitando los altos costos que le había representado la lucha armada”. Tania Hernández, “Las derechas mexicanas en la primera mitad del siglo XX”, Con-temporánea, México, núm. 9, enero-junio de 2018, disponible en: https://con-temporanea.inah.gob.mx/del_oficio/tania_hernandez_num9 (consultado el 18 de julio de 2019).

[12] De esta experiencia surgió la idea de Buena Prensa. Hasta hoy, estos folletos continúan siendo repartidos en las iglesias.

[13] Un perfil biográfico de José Antonio Romero se puede encontrar en la página web de Buena Prensa: http://www.buenaprensa.com/Romero_ort_fun.html (consultado el 18 de julio de 2019).

[14] A las órdenes de monseñor Luis María Martínez, arzobispo de la Ciudad de México, quien fungía como director de la campaña. Así lo demuestra el Archivo de Acción Católica Mexicana, fondo: Legión Mexicana de la Decencia, carpetas 1, 3, 5 y 8, resguardado en el Acervo Histórico de la Universidad Iberoamericana.

[15] Sus páginas contenían pocas ilustraciones y la única fotografía era reservada para la portada. Para entonces, el periódico incluía escasa pauta publicitaria. Las páginas interiores versaban sobre temas similares: reflexiones sobre el evangelio en la sección Deberes y devociones; el Consultorio práctico, con las preguntas de los lectores; la Guía cinematográfica, con la censura eclesiástica; y Orientaciones, con consejos de vida cotidiana y prácticas religiosas. En 1938, Unión costaba diez centavos, con una suscripción semestral cuyo precio era de 2.50 pesos. A inicios de los cincuenta, su costo ascendió a 25 centavos, y la suscripción anual, a diez pesos.

[16] Los cambios de formato y contenido de Unión revelan una preocupación por establecer una comunicación efectiva; pero en su etapa final también muestran la impronta del Concilio Vaticano II y la relación del laicado y el clero con otras agencias de impacto social. A partir de 1954 la publicación se vuelve ágil y menos acartonada en sus artículos.

[17] Roberto Blancarte, Historia de la Iglesia católica en México, México, FCE, 1992, p. 119.

[18] María del Carmen Collado Herrera, op. cit., p. 23; Elisa Servín, “Entre la Revolución y la reacción: los dilemas políticos de la derecha”, en Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, FCE / Conaculta, 2009, p. 495.

[19] El censo de 1951 reporta una población de 32 347 698 habitantes; véase INEGI, Anuario estadístico 1958-1959, México, INEGI, 2009, p. 35.

[20] Soledad Loaeza, “Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-1968”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, pp. 674-677; Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2006, pp. 1035-1036.

[21] Elisa Servín, op. cit., p. 495.

[22] A punto de iniciar la década de 1960, el Censo General de Población reportó que dieciocho de treinta y cinco millones de habitantes en México, es decir, un poco más de la mitad, vivían en zonas urbanas. La mayoría de la población urbana se concentró en la Ciudad de México. INEGI, Anuario estadístico 1970-1971, México, INEGI, 2009, pp. 29-30; Ariel Rodríguez Kuri y Renato González Mello, “El fracaso del éxito, 1970-1985”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 700.

[23] José Miguel Romero de Solís, El aguijón del espíritu: historia contemporánea de la Iglesia en México, 1892-1992, México, Imdosoc, 2006, pp. 442, 452-454; Roberto Blancarte, op. cit., p. 21.

[24] INEGI, La diversidad religiosa en México. Censo general de población y vivienda 2000, México, INEGI, 2000, p. 3.

[25] Siguiendo a Émile Poulat, el historiador Ricardo Arias define el catolicismo “integral” e “intransigente” como un sector que asume una concepción “globalizante” frente a la injerencia de lo religioso en la sociedad, rechazando la separación entre el creyente y el hombre social, así como entre las instituciones estatales y la religión. Ricardo Arias, El episcopado colombiano: intransigencia y laicidad (1850-2000), Bogotá, Uniandes / Icanh, 2003.

[26] Así lo plantean Luis Aboites y Engracia Loyo en “La construcción de un nuevo Estado, 1920-1945”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 644.

[27] Manuel García, La palabra de Pío XI sobre la Acción Católica, México, Buena Prensa, 1940, p. 6.

[28] Émile Guerry, Código de Acción Católica, trad. de Francisco Peiró, Madrid, Razón y Fe, 1932, p. 43.

[29] “Campaña Nacional para la Moralización del Ambiente”, Unión, 6 de junio de 1952.

[30] Es el caso del Boletín de la Junta Central, de ACM, La Familia Cristiana, Señal, Juventud, La Unión, entre otros.

[31] Al mejor estilo de Ernest Renan, “¿Qué es una nación?”, pp. 3-4, disponible en: http://perso.unifr.ch/derechopenal/assets/files/obrasjuridicas/oj_20140308_01.pdf (consultado el 18 de julio de 2019).

[32] Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, México, FCE, 1995, pp. 22-25.

[33] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 3.

[34] Fidel Peón, “México debe ser una nación…”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[35] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[36] Idem.

[37] Ernest Renan, op. cit., p. 3.

[38] Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo en México: antecedentes y actualidad”, Ra Ximhai, vol. 3, núm. 1, enero-abril de 2007, pp. 195-224.

[39] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[40] Luis Nava (presbítero), “Un problema de nuestros días”, Unión, México, 13 de julio de 1952, p. 1.

[41] José María González (monseñor), “El peligro protestante”, Unión, México, 19 de julio de 1953, p. 12.

[42] Fidel Peón, “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, junio 25 de 1950.

[43] Idem.

[44] José Vasconcelos, “Nuestra cultura es la española y quienes van en contra de ella, van contra la patria”, Unión, México, 6 de noviembre de 1955.

[45] Luis Barrón, “Conservadores liberales: Luis Cabrera y José Vasconcelos, reaccionarios y tránsfugas de la Revolución”, Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, El Colegio de México, 2009, pp. 458-460.

[46] Ezequiel Cervantes, “El Prof. Gaos necesita aprender historia”, Unión, México, 11 de diciembre de 1955.

[47] Para Hastings, el nacionalismo emana de la creencia de que la etnicidad o tradición nacional propia es tan valiosa que requiere ser defendida bajo la creación o la ampliación de una nación-Estado. Ello se hace latente cuando una etnia o nación siente amenazados su propio carácter, extensión o importancia, ya sea por un ataque externo o por el sistema estatal del que hasta ese momento ha formado parte. Adrian Hastings, La construcción de las nacionalidades: etnicidad, religión y nacionalismo, Madrid, Cambridge University Press, 2000, pp. 14-15, 51.

[48] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[49] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 3.

[50] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[51] Alejandro Ortiz-Cirilo, Laicidad y reformas educativas en México (1917-1992), México, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM (Cultura Laica, 10), 2015, p. 82, disponible en: http://catedra-laicidad.unam.mx/wp-content/uploads/2015/06/laicidadyreformas1.pdf (consultado el 18 de julio de 2019).

[52] “Iglesia y Estado, son poderes independientes”, Unión, México, 25 de septiembre de 1955, p. 1.

[53] Fidel Peón, “México debe ser…”, Unión, México, junio 25 de 1950, p. 1-3.

[54] Idem.

[55] Idem.

Fuente:

https://con-temporanea.inah.gob.mx/del_oficio_laura_ramirez_num11

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CRISTO REY; La fiesta de los laicos

Sumario

El significado social de la fiesta de Cristo Rey

Al finalizar el Año Santo de 1925, el Papa Pio XI publicó la encíclica «Quas Primas», en la que instituyó la fiesta litúrgica de Cristo Rey. Era el punto de llegada de un largo proceso, nacido de la devoción al Sagrado Corazón.

Bélgica se consagró al Sagrado Corazón en 1869, Francia en 1873, el mismo año que el Ecuador de García Moreno, donde la fiesta del Sagrado Corazón se convirtió en fiesta nacional; la Constitución ecuatoriana decía que todos los actos legislativos contrarios al dogma, la moral o la disciplina de la Iglesia católica, serían nulos y no deberían ser respetados; sus autores serían reos de violación de la Constitución (art. 47).

La Encíclica «Annum sacrum» de León XIII había dispuesto en 1899 la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón como reconocimiento de la soberanía social de Cristo. Por esos mismos años algunos grupos impulsaban el establecimiento de una fiesta litúrgica dedicada a Cristo Rey; los más entusiastas se encontraban en la Société du règne social de Jésus-Christ, de Parey-le-Monial (desde 1882); contaban con un modesto apoyo en el episcopado, en especial de los padres del Concilio Plenario de la América Latina (1899).

Roma consideraba la propuesta no políticamente correcta, dado su sabor hierocrático: se pretendía que la Iglesia reconociera la exigencia de regresar a una sociedad dirigida por ella misma; igualmente, los grupos partidarios creían que el culto eucarístico público, siendo un homenaje a los derechos soberanos de Cristo, alcanzaba la legitimación sobrenatural de los poderes seculares; en todo caso, era un medio sobrenatural al que podía atribuirse el triunfo de los partidos católicos como en Bélgica.[1]

En ese país, en efecto, el cardenal Mercier, y en Francia el cardenal Amette, reorganizaron la adoración perpetua de la eucaristía como reparación nacional por los pecados públicos, y como reconocimiento de la realeza de Cristo sobre la nación.

Considerado el laicismo como apostasía social e instauración del poder de Satanás en el mundo, se quería la fiesta para recordar, por una parte, que la fe no es un asunto privado, y conduciría a la unidad política de los católicos; por otra, para señalar a los fieles “los derechos soberanos de Jesucristo en el ámbito social, civil y temporal”, cuya consecuencia natural sería la manifestación de la supremacía papal en la sociedad.

Esta visión no coincidía del todo con León XIII, para el cual el reino social del Sagrado Corazón significaba “por una parte cristianización de la sociedad desde dentro, como hicieron los primeros cristianos en el mundo pagano; por otra, cristianismo vivido, esto es, ejercicio de las virtudes cristianas y testimonio personal”.[2]

Además, en la lucha contra el secularismo otros estaban en contra de la vía cultural, que sería politizar la liturgia, y se inclinaban por la educación de los jóvenes y la acción social; incluso entre los partidarios de la vía cultural algunos preferían subrayar la fiesta del Sagrado Corazón o la del «Corpus Domini».

Sin embargo la propuesta de la nueva fiesta comenzó a adquirir consenso en los Congresos Eucarísticos, sobre todo en el de Lourdes (1914). Finalmente a inicios de la década de 1920 ganó el apoyó decisivo de grupos como el Apostolado de la oración, la Liga Apostólica de las Naciones, la Acción Católica de los Jóvenes Franceses y otras. Hacia 1922, ya contaba con el apoyo del episcopado y del Vaticano.

Haciéndose eco de la oposición entre reino social y apostasía (representada por el protestantismo, el liberalismo y el socialismo), los jesuitas en «La Civiltà Cattolica» comentaban la institución de la fiesta:

“Los errores de los partidos, especialmente las falsificaciones del liberalismo, […] nos han hecho ver, o mejor dicho, palpar algunos de los efectos de aquel grito anárquico, deicida que, lanzado por el grito judío, ha resonado a través de los siglos hasta hoy, como el perenne grito de guerra contra Dios y su Cristo: «Nolumus hun regnare super nos».

[…]

Pero por otra parte, también se levanta en todos lados, de la familia católica, de cada corazón cristiano, el grito de la plegaria cotidiana, enseñada por Cristo a sus fieles, como el centro de sus aspiraciones: «Adveniat regnum tuum»: «Venga tu reino», reino de verdad y de justicia, de sinceridad y de amor”.[3]

Los autores añadían que se trataba de la “venida del reino social de Cristo”, una realidad que “no está arrinconada en el santuario de la conciencia individual o en el secreto de la familia”; el Sagrado Corazón “quiere dominar, en fin, toda la vida en sus múltiples manifestaciones y grados –vida individual, doméstica, nacional- según el primer y más alto concepto de la vida presente, que es la etapa precedente a la eterna”.[4]

La encíclica «Quas Primas»

En la encíclica «Quas Primas»[5]del 11 de diciembre de 1925, el Papa enseñaba que Cristo es rey por tres motivos: por ser consubstancial al Padre, “posee necesariamente en común con el Padre todas las cosas y, por tanto, también el mismo poder supremo y absoluto sobre toda la creación”;[6]reina también “por un derecho de conquista adquirido, esto es, el derecho de la redención”;[7]y, finalmente, por un reconocimiento explícito de esta soberanía hecho por los cristianos, como lo es el bautismo o la consagración al Sagrado Corazón,[8]como ya se había hecho en diversos lugares, tanto a nivel nacional como familiar.

En la mira estaba el laicismo, contra el cual la fiesta era propuesta como “una eficaz medicina”, que además servía “para condenar y reparar de alguna manera la pública apostasía que con tanto daño de la sociedad ha provocado el laicismo”.[9]

Además, delante de un laicismo que muchas veces oprimía la fe, la fiesta constituía la afirmación de la libertad de la Iglesia; la celebración, decía el Papa, “Hará recordar necesariamente a los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituída por Cristo, exige, por derecho propio e irrenunciable, la plena libertad e independencia del poder civil, y que en el cumplimiento de la misión que Dios le ha encomendado, de enseñar, gobernar y conducir a la eterna felicidad a todos los miembros del reino de Cristo, no puede depender de voluntad ajena alguna”[10]

Pío XI explicaba que el reino de Cristo, opuesto al de Satanás y a la potestad de las tinieblas, exige el desprendimiento espiritual de las riquezas, la observancia de una moral más pura y santa, así como la abnegación de sí mismos y la aceptación de la cruz.[11]Añadía que este Rey pacífico vino a reconciliar todas las cosas y no vino a ser servido sino a servir.

Cuando ilustraba sobre los beneficios derivados del reconocimiento del reinado de Cristo decía que la regia dignidad del Señor, “De la misma manera que consagra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado así también ennoblece los deberes y la obediencia de los gobernados”.[12]

De este modo los jefes son obedecidos no como simples hombres, sino “como representantes de Cristo”, de modo que los súbditos no son siervos de los hombres sino de Dios. El beneficio para el pueblo consiste en que, si los gobernantes se convencieran de hacer gobernar por mandato y representación del Rey divino, seguramente harían “un uso recto y santo de su autoridad”, y respetarían el bien común y la dignidad humana de sus gobernados.[13]

Igualmente recordaba que el deber de culto público no es sólo de los particulares, sino también de los gobernantes, y que “la realeza de Cristo exige que todo el Estado se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos”.[14]Terminaba expresando el deseo de que Cristo reine en la inteligencia, en la voluntad y en el corazón.

La revista «La Civiltà Cattolica» comentaba que la fiesta de Cristo Rey tenía “una impronta general, un carácter social como índole propia”,[15]que subraya los derechos de Dios en la vida pública de los pueblos y de las naciones.

Sociedad perfecta: ¿libertad o supremacía?

Es cierto que la devoción al Sagrado Corazón tenía desde el inicio connotaciones políticas; incluso en tiempos de la revolución francesa y de la supresión de la Compañía de Jesús, el Sagrado Corazón se convirtió en el signo de la rebelión católica y del martirio,[16]y más tarde, de la restauración.

En la «Annum Sacrum» el Sagrado Corazón se transformó, según Fulvi di Giorgi, en el “cuasi emblema de un «imperialismo espiritual pontificio», en circunstancias, por otra parte, de fuerte centralización romana”.[17]

Igualmente, al Sagrado Corazón se habían consagrado varias naciones, e, incluso, ante el disgusto Vaticano, durante la primera Guerra mundial habían hecho lo mismo los soldados franceses como los italianos. De ahí que Pio XI subrayara la paz como una de las características de la fiesta de Cristo Rey.

Superando los nacionalismos enfrentados durante la «Gran Guerra», Pio XI proponía un nuevo nacionalismo garante de la paz, basado en la sumisión a Cristo: “el nacionalismo de la Nación Santa, del Pueblo de Dios, de la Iglesia. Éste concernía a todo el hombre y a todos los hombres, a la formación integral, «total», del individuo y a formas públicas y masivas de confesión de la fe”.[18]

Tal vez por eso, no pocos vieron en el grito de «Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat», en la Quas Primas, así como en la misa y el oficio de Cristo Rey, una nota de triunfalismo social y el proyecto de una conquista espiritual del mundo, “que debe concretarse en la vida social pública y en la organización jurídico-política de los distintos pueblos”.

Según esta interpretación, “el Pontífice hacía de la realeza de Cristo el título jurídico para el gobierno de la Iglesia sobre el mundo, y retomaba en otros términos la Unam Sanctam de Bonifacio VIII”.[19]

Para algunos era sospechoso u osado decir que los ordenamientos sociales, solo de Dios tienen autoridad y vida; o que de la soberanía social de Cristo se sigue la soberanía de la Iglesia y de su Vicario en la tierra;[20]o que se dijera que el Corazón de Jesús debía ser honrado por los grandes de la tierra en reparación por las deshonras que los grandes le hicieron durante la pasión. Les parecía que se buscaba incrementar el poder eclesiástico.

Fuera del mundo católico, estas cosas dichas por una institución que abiertamente rechazaba los principios fundantes del liberalismo y del socialismo, difícilmente podían entenderse como una decisión motivada por razones religiosas, o incluso como defensa de los valores humanos y de la libertad de la Iglesia.

Incluso en algunos ambientes católicos, la doctrina de la Iglesia como sociedad perfecta no era plenamente entendida; se le atribuía un rol de control o supremacía política, cuando en realidad se orientaba a salvar la libertad de la Iglesia y a consolidar su papel de iluminador y transformador del orden temporal según los principios cristianos.

A fin de cuentas, ¿qué pretendía la Iglesia? ¿Libertad o dominio? A la luz de otros documentos del magisterio encontraremos elementos para formular nuestra respuesta. La «Soliti Nos» de Benedicto XV (11 de marzo 1920), pedía a los sacerdotes italianos que no consideraran el orden económico ajeno a su ministerio, pues en este campo peligraba la salvación de las almas; y añadía: “Queremos que incluyan entre sus deberes aportar cuanto celo, vigilancia y trabajo les sea posible a la disciplina y a la acción social”.[21]

Con la «Singualari Quadam» (24 de septiembre 1922), que declaraba que los sindicatos, en principio debían ser confesionales pero no necesariamente, podía verse que a la Iglesia no le interesaba el control político de los obreros, sino su evangelización y promoción.

En la «Ubi Arcano» (23 de diciembre 1922), Pio XI enseñaba que reina Jesucristo cuando el Estado atribuye a Cristo el origen de su autoridad, y cuando se reconoce a la Iglesia el puesto de “sociedad perfecta, maestra y guía de las demás sociedades –pues cada una es legítima en su propia esfera” y la “complementa armónicamente, como la gracia completa y perfecciona la naturaleza”.[22]

En las aclaraciones sobre los pactos lateranenses, contenidas en el documento titulado «Ci si è domandato», del 30 de mayo de 1929, la Santa Sede decía que “la Iglesia no ha pedido nunca ni pide ahora al Estado otra cosa que el derecho a la justa y ordenada cooperación en el bien común según la justicia y el orden de los fines”.[23]

Sí, la Iglesia tenía una potestad en los asuntos temporales, pero en modo indirecto; el Papa no buscaba el control, sino más bien el entendimiento y la colaboración con el Estado, un propósito reflejado en los concordatos firmados durante su pontificado.

La fiesta de los laicos

Si el laicismo excluía a Cristo de la vida pública y social, la nueva fiesta pretendía llevarlo a la familia, a la escuela, a los pueblos y los Estados; y porque se enseñaba que el reinado social de Cristo se actuaba a través del apostolado de los laicos, “participación en el apostolado jerárquico de la Iglesia”, la fiesta de Cristo Rey “fue desde el principio, la fiesta de la Acción Católica, de la juventud católica, de los sindicatos cristianos y de las asociaciones católicas de clase media”.[24]

Pio XI pretendía articular el mundo católico en torno a un solo eje: la Acción Católica, misma que hace depender de la jerarquía para responder a los populismos y regímenes totalitarios de España, México, Alemania, Austria, Italia.[25]La expresión de este proyecto integrador es la fiesta litúrgica de Cristo Rey.[26]

En México no se aplicaría plenamente hasta 1929, cuando, superado el conflicto causado por la persecución religiosa, desaparecería la ACJM que pasaría a ser un sector de la nueva Acción Católica, lo mismo que ocurriría con las Damas Católicas; desde entonces, quienes pretendieran participar directamente en política, deberían abandonar las filas del apostolado seglar.

El grito mexicano «¡Viva Cristo Rey!»

En México, la fiesta de Cristo Rey fue saludada con júbilo; en los años del conflicto (especialmente 1926-1929) se transformó en un signo liberador en el pleno sentido de la palabra. “El grito ardiente de «¡Viva Cristo Rey!» no sólo fue una aclamación religiosa o una intensa súplica por el triunfo definitivo de Cristo sobre el mal y la persecución. Era una propuesta de alternativa política”.[27]

Diversos son los signos que manifiestan la intensidad con que esta fiesta llegó a penetrar el catolicismo mexicano; diversas asociaciones, como la Adoración Nocturna,[28]o la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, encontraron en Cristo Rey su divisa. Ya en 1924 el obispo de León había erigido la Asociación Nacional de Vasallos de Cristo Rey para que “la obra del reinado del Divino Corazón se difunda y arraigue”,[29]sobre todo porque en su diócesis se encontraba el Santuario Nacional de Cristo Rey, en el cerro de «el Cubilete».

Posteriormente, la aclamación «¡Viva Cristo Rey!» se convirtió no sólo en el grito de ataque cuando estalló la guerra cristera; era también la última palabra de los mártires al momento de ser fusilados; en suma, era la negación del «¡Viva el Supremo Gobierno!» de los soldados federales. En todos lados se encontraba la leyenda “Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat”: en los sombreros, en las puertas, en los comunicados.

Si la fiesta tenía acentos triunfalistas, estos eran de corte apocalíptico: expresaba la certeza de que el Rey que habría de venir triunfaría sobre el tirano, sobre las fuerzas del mal que oprimían a los creyentes; en este sentido, más que de triunfalismo, hemos de hablar de esperanza. Y sin embargo, por intensa que fuera la proclamación del Cristo triunfante, siempre se complementaba con el Siervo sufriente, el rey pacífico azotado por Pilatos.

La persecución en México era interpretada como participación en los dolores del Maestro y como una invitación a la penitencia. En la Carta Pastoral colectiva, elaborada en el exilio en noviembre de 1914, los obispos recordaban que los católicos no han sido abandonados por Dios, que el siervo no es mayor que su Señor Jesucristo, quien sufrió mucho más; invitaban a abrazar la cruz.

Cuando en 1918 en Jalisco los templos fueron cerrados al culto, el arzobispado de Guadalajara invitaba al sacrificio, a la penitencia, y a la oración. Ya lo había hecho Orozco y Jiménez con ocasión de la nueva Constitución, promulgada el 5 de febrero de 1917, en una Carta Pastoral en la que repetía que el discípulo había de participar en la suerte del Maestro; para los fieles, la persecución constituía una invitación a templarse en la virtud, a eliminar el vicio, a avivar la fe y la caridad, a implorar la gracia de resistir la prueba.[30]

El Vicario General del arzobispo Orozco y Jiménez, Manuel Alvarado, al tiempo que se lamentaba en 1917 del doloroso contraste entre las promesas bautismales y lo que se veía en México, invitaba a desarmar el “poderoso brazo” de Dios con la enmienda y los sacrificios, la oración, el ayuno.[31]Muy elocuente es la circular del 17 de septiembre 1918, en la que hace un paralelismo entre la pasión de Cristo y la situación de la Iglesia en México.

La invitación al sacrificio fue constante; por ejemplo, la hicieron los obispos en su pastoral colectiva del 21 de abril de 1926: “vistámonos de saco y de cilicio a fin de implorar la clemencia del cielo”.[32]Lo mismo sucedió con ocasión de la festividad de Cristo Rey en ese año y el siguiente: la sociedad se hizo pueblo de penitentes públicos; ayunos, peregrinaciones de descalzos, entradas de rodillas, coronas de espinas, pencas de nopal a la espalda, rosarios en cruz, cantos y vivas a Cristo Rey…

En Jalisco, tanto en 1918-1919 como en 1925-1926, el boicot y el sacrificio individual iban unidos en la lucha pacifista proclamada por Anacleto González Flores; “en la filosofía de la resistencia que el maestro proclamó inquebrantablemente a todo lo largo de su acción, entraban dos elementos principales: la desobediencia civil colectiva y el sacrificio individual”.[33]

En otro orden de cosas, el sustrato teológico y socio-cultural característico de la fiesta de Cristo Rey, por llamar de algún modo a las expresiones básicas de ésta devoción, era en México más o menos el mismo que en Europa; es decir, la defensa de la identidad nacional católica, la integralidad, el pacifismo, la Iglesia como sociedad perfecta, la reacción ante el laicismo, etc.

Cristo, Rey de México

Cuando el fantasma de la revolución parecía diluirse, el 12 de octubre de 1911 México se consagró al Sagrado Corazón. Miguel M. de la Mora, obispo de Zacatecas, explicaba de este modo la finalidad: “Buscar en el Sacratísimo Corazón de Jesús el remedio de las gravísima necesidades que está padeciendo nuestra dulce patria; librarla de los grandes riesgos y peligros de la situación en que actualmente se halla; ponerla debajo del manto de una protección poderosa y buscarle un asilo seguro e inviolable en medio de las tormentas que la agitan”.[34]

El obispo añadía que a México le esperaban días de paz, prosperidad, virtud en los hijos, rectitud en los gobernantes, y justicia para todos; “serás una nación grande, poderosa y respetada”.[35]El 11 de enero de 1914, México renovó su consagración con desfiles multitudinarios, en lo que tal vez fue el primer desafío popular a las leyes de Reforma, permitido por el general Victoriano Huerta, ante la ira jacobina.

Los obispos querían expresar esa consagración de México de modo público con un monumento; así que el 11 de abril de 1920 se inauguró el primer monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete; tres años más tarde, el 11 de enero de 1923, tuvo lugar la bendición de la primera piedra de este nuevo monumento nacional, según lo habían decidido los obispos en 1920.

El México católico y latino se oponía al presunto México sajón y protestante de revolucionarios y masones. Como lo veremos en Anacleto González Flores, la afirmación de México y la afirmación de la identidad católica y latina coincidían; el abandono de la fe se asemejaba a la traición a la patria.

Al defender la identidad católica de la patria, no todo se orientaba hacia dentro; el arzobispo de Guadalajara, en medio de penurias y destierros, procuraba que se enviara a Roma el óbolo de San Pedro. Con ocasión de la fundación de la Iglesia Cismática por parte de la CROM en febrero de 1925, el Vicario General de Guadalajara publicó la Circular 120, por la cual la arquidiócesis renovaba su fe y su adhesión al Sumo Pontífice.

En esa misma circular explicaba que las leyes Supremas de las diferentes naciones obligaban sólo a sus ciudadanos respectivos, mientras que “[La] Supremacía de orden superior, la del Código de la Iglesia Católica […] es para franceses, italianos, españoles, mexicanos, etc., etc. En consecuencia todos los Códigos Nacionales deben concordar con éste y acatarlo”.[36]

Completaba diciendo que si esa supremacía no se verificaba, eso no debería perturbar a nadie, sino que cada uno lo debía interpretar como el llamado a convertirse y defender los derechos de la Iglesia, a respetar la autoridad y poner en primer lugar nuestros intereses eternos.

Era doctrina ya expuesta en la circular del 17 de septiembre 1918 del mismo arzobispado, en ausencia del arzobispo; tal documento, citando el Código de Derecho Canónico apenas publicado en 1917, recuerda que la Iglesia tiene jurisdicción, capacidad de poseer y autoridad de enseñar por derecho divino.[37]Más tarde Plutarco Elías Calles alegaría que eso equivalía a pretender un Estado dentro del Estado.

Rey de todo el hombre y de todos los hombres

Una parte del clero y de los seglares más formados percibían una estrecha relación entre la fe y la expresión cívica o social de la misma. Un ejemplo lo vemos en el nuevo arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, que en su Carta Pastoral del 8 de octubre de 1913, con ocasión de las elecciones ordenó a sus sacerdotes que tres días antes de éstas, se celebrara un triduo solemne y que se exhortara a los feligreses a recibir la confesión y la comunión. Este nexo entre elecciones y culto hizo sospechar a los gobernantes, que en adelante lo acusarán de usar el confesonario con fines políticos.

Otra expresión de la profunda unidad entre la dimensión social y la espiritual son los Congresos Eucarísticos. Luigi Salvatorelli, hablando de los Congresos Eucarísticos Internacionales, decía que éstos “pretenden ser un homenaje a la universal realeza de Cristo y una protesta contra el laicismo de la civilización contemporánea […], afirmación de los principios católico-sociales”,[38]

Esto era evidente incluso para los revolucionarios, como puede verse en los conflictos suscitados por el Congreso Eucarístico en México, en octubre de 1924; la CROM impidió sus actos finales, fueron despedidos los empleados gubernamentales que habían adornado sus casas con moños alusivos. Cierto, entraban en juego actitudes contrarias a la religión, pero sobre todo la capacidad de convocatoria de una Iglesia que entraba de lleno en la cuestión social, sin limitarse al aspecto cultual. Por algo la expresión «el clero político» era usada por los gobernantes como ofensa.

Sin embargo, tal vez la Carta Pastoral colectiva del 21 de abril de 1926 fue la expresión más clara del nexo íntimo entre las diversas dimensiones de la vida cristiana. Ante la persecución, los obispos invitaban a la acción religiosa, la acción social y la acción política. Así expresaban su invitación a la acción religiosa:

“Que los católicos por medio de la oración, de la Santa Misa, frecuencia de los Santos Sacramentos, devoción al Santísimo Rosario, y mortificación de sus pasiones; intensifiquen la vida cristiana, e impetren del cielo las gracias necesarias para la reforma de las costumbres públicas”.[39]

La acción social era presentada por el episcopado como “toda actividad que estudia las causas del orden social en la sociedad civil, y se esfuerza en implantarlo, mantenerlo y afianzarlo”. El episcopado la subdividía en la acción católica y acción católica económica:

“La acción católica es la participación de los seglares en las obras de celo sacerdotal, con el fin de establecer y afianzar el feliz reinado de Nuestro Señor Jesucristo en la sociedad, considerada en sus dos aspectos de doméstica y civil. La acción católica económica tiene por objeto el mejoramiento aún temporal de las clases sociales, especialmente de las laborantes, sobre las bases de la justicia y de la caridad, tendiendo siempre a llevarlas a Cristo Jesús”.[40]

Recordaban que la acción social era parte de la misión de la Iglesia, la cual nunca ha sido extraña a la empresa civilizadora. Además, pedían que las organizaciones estuvieran, como había pedido Pio XI dos meses antes “sobre y fuera de todo partidarismo político”, e insistían en su obediencia a las directrices del Santo Padre y del episcopado.[41]

Finalmente, los obispos explicaban que la acción política se orientaba a colaborar con el gobierno en la “justa constitución o reforma de las leyes, o para sustituir un gobierno por otro por medio de las elecciones populares”; en este campo corresponde a obispos y sacerdotes limitarse a recordar a los fieles sus deberes políticos e inculcarles los principios de la Iglesia; y subrayaban:

“Dejamos exclusivamente a los seglares el ejercitar la acción política, no la personalista y mezquina, sino la alta y profunda que se guía por principios y busca el bien público […]

En las actuales circunstancias la intervención de los católicos para conseguir la libertad de la Iglesia y su florecimiento, así como la prosperidad de la nación, no es, amados hijos, un simple consejo que os damos, sino una obligación gravísima de conciencia que os recodamos” y pedía a todos disciplina y colaboración, que se inscribieran y trabajaran en las organizaciones, que la reforma de la constitución era “urgente e inaplazable”.[42]

Sin embargo, laicos como Anacleto González Flores, no separaban acción religiosa, social y política; simplemente había que «hacer» para instaurar el reinado social de Cristo en la prensa, el libro, la escuela, las organizaciones, las instituciones, porque así lo pedía y exigía el Señor; por eso exhortaba a los católicos a “volver los ojos al torrente de la vida para apoderarse de ella, para conquistarla y para ofrendársela a Dios purificada, transfigurada con el contacto de Cristo y de su Iglesia”.[43]

Y refiriéndose a la nueva fiesta de Cristo Rey decía: “Esta fiesta ha sido instituida para que Cristo vuelva a reinar totalmente en la vida pública y social de los pueblos. Porque desde hace cerca de tres siglos los abanderados del laicismo vienen trabajando por suprimir a Cristo de la vida pública y social de las naciones”.[44]

Cristo, Rey de Paz

Cuando se les preguntó a los obispos, reunidos en la dieta de Zamora en 1913, respecto la licitud de levantarse contra Madero, éstos declararon ilícita cualquier rebelión armada contra un gobierno constituido legítimamente. El episcopado mexicano generalmente reconoció la autoridad de los diversos gobiernos, aún los nacidos de rebeliones previamente condenadas, aún los surgidos de un fraude electoral manifiesto o de la imposición del jefe en turno.

En Jalisco nunca se discutió la legitimidad ni siquiera de gobernadores como M. Diéguez, Bouquet o Zuno, que abiertamente persiguieron la Iglesia y que habían llegado después de un proceso irregular; en pleno conflicto cristero, los obispos Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz reconocían sin ninguna reserva la legitimidad de Calles.

Uno de los jefes católicos más importante, Anacleto González Flores, fue un decidido partidario de la vía pacífica, incluso cuando se tratase de enfrentar un gobierno muchas veces violento e impune. Sólo después de una angustiosa resistencia y de esfuerzos infructuosos se impuso la vía armada como recurso desesperado en unos, como ilusión de derrocar al gobierno en otros, ya que se habían cerrado todos los otros caminos a las peticiones de los católicos.

NOTAS

Cfr. DANIELE MENOZZI, Liturgia e Politica: lntroduzione della festa di Cristo Re, en DANIELE MENOZZI et alii (dir.), Cristianesimo nella storia. Saggi in onore di Giuseppe Alberigo, Società Editrice il Mulino, (Bologna 1996), 619. “Da una parte cristianizzazione della società dall’interno, como fecero i primi cristiani nel mondo pagano; dall’altra, cristianesimo vissuto cioè esercizio delle virtù cristiane e testimonianza personale”; FULVIO DI GIORGI, Forme spirituali, forme simboliche, forme politique. La devozione al S. Cuore, en “Rivista di Storia della Chiesa in Italia” 48 (1994), 391. “I torti dei partiti, i traviamenti del liberalismo in ispecie, […] ci hanno fatto vedere, anzi toccare con mano alcuni degli effetti di quel grido anarchico, deicida, che scoppiato dal furore giudaico, ha rumoreggiato lungo i secoli fino a noi, como il perenne grido di guerra contro Dio e il suo Cristo: Nolumus hunc regnare super nos.[…]
Ma d’altro lato si leva pure, in ogni parte della famiglia cattolica, da ogni cuore cristiano, il grido della quotidiana preghiera, da Cristo insegnata ai suoi fedeli, como il centro delle loro aspirazioni: Adveniat regnum tuum: «Venga il regno tuo», regno di verità e giustizia, di sincerità e di amore”; Il regno sociale di Cristo e la ristaurazione della società, en “La Civiltà Cattolica” 72 (1921)2, 481. Se trata del “avvento del regno sociale di Cristo”, una realtà che “non è confinata nel santuario solo della coscienza individuale o nel secreto della famiglia”; il Sacro Cuore “vuole dominare, insomma, la vita tutta quanta nelle sue molteplici manifestazioni e gradazioni –di vita individuale, domestica, nazionale- secondo il primo e più alto concetto della vita presente, che è stadio all’eterna”; Il regno sociale di Cristo e la ristaurazione della società, 493. La Quas Primas se encuentra en latín y español en JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ GARCÍA (ed.), Doctrina Pontificia. Documentos políticos, BAC, Madrid 1958, II, 491-517. Quas Primas 4 Quas Primas 6 Quas Primas 8 y 14 Quas Primas 12 y 13 Quas Primas 19 Quas Primas 8 Quas Primas 9 Quas Primas 9 Quas Primas 20 “Un’impronta tutta sua, e como un’indole propria, un carattere sociale”; I diritti di Dio nella società e la festa liturgica di Cristo Re, en “La Civiltà Cattolica” 77 (1926)1, p.129. FULVIO DI GIORGI, Forme spirituali, forme simboliche, forme politique, p. 370. “Quasi emblema di un ‘imperialismo spirituale papale’, in un momento peraltro di forte accentramento romano”; FULVIO DI GIORGI, Forme spirituali, forme simboliche, forme politique, p.379. “Il nazionalismo della Nazione Santa, del Popolo di Dio, della Chiesa. Esso mirava a tutto l’uomo e a tutti gli uomini: mirava alla formazione integrale, ‘totale’, dell’individuo e a forme publiche e di massa di professione della fede”; FULVIO DI GIORGI, Forme spirituali, forme simboliche, forme politique, p.459. Proyecto “da concretarsi nella vita esterna sociale e negli ordinamenti giuridico-politici dei vari popoli […] Il Pontefice faceva della regalità di Cristo il titolo giuridico per il governo della Chiesa sul mondo, e riprendeva in altri termini l’Unam Sanctam di Bonifacio VIII”; LUIGI SALVATORELLI, Pio XI e la sua eredità pontificale, Giulio Einaudi, Torino 1939, pp. 84 y 86. La sovranità sociale di Cristo e «l’Internazionale cattolica», en “La Civiltà Cattolica” 72 (1921)3, pp.106-107. (Soliti Nos 5).JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ GARCÍA (ed.), Doctrina Pontificia. Documentos jurídicos, BAC, Madrid 1960, V, 528. (Ubi Arcano 41) JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ GARCÍA (ed.), Doctrina Pontifica V, 573. (Ci si è domandato 8) JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ GARCÍA (ed.), En Doctrina Pontificia V, 124. La fiesta de Cristo Rey “c’était donc, dès le début, la fête de l’Action Catholique, des jocistes, des syndicats chrétiens et des associations catholiques de classes moyennes”; A. VERHEUL, La fête du Christ-Roi, en “Questions liturgiques” 66 (1985), p. 160. ENRIQUE DUSSEL, The Church in Populist Regimes (1930-59), Enrique Dussel (ed.) (CEHILA), Burns & Oates, Kent 1992, p. 140. GUIDO ZAGHENI, La edad Contemporánea. Curso de Historia de la Iglesia IV, San Pablo, Madrid 1998, p. 302. JOSÉ MIGUEL ROMERO DE SOLÍS, El aguijón del Espíritu, p. 277. La Adoración Nocturna había sido fundada en México en 1900, y se consideraba la Guardia del Rey por antonomasia. EVARISTO OLMOS VELÁZQUEZ, La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, p. 109. EMETERIO VALVERDE TÉLLEZ, Edicto Diocesano, Unión Tipográfica Editora, León 1924, 4. FRANCISCO OROZCO Y JIMÉNEZ, Sexta Carta Pastoral con motivo de la Constitución promulgada en Querétaro el día 5 de Febrero de 1917, en J. IGNACIO DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, pp. 324-326. Cfr. J. IGNACIO DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, pp. 333-339. Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril], 1926 (sin lugar ni páginas, 12) ANTONIO GÓMEZ ROBLEDO, Anacleto González Flores. El Maestro, JUS, México 21947, p. 101. MIGUEL M. DE LA MORA, Tercera Carta Pastoral, Zacatecas, El Ilustrador Católico, 1911, 1-2. MIGUEL M. DE LA MORA, Tercera Carta Pastoral, 3 MANUEL ALVARADO, Declaración firme y consciente, en J. IGNACIO DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, pp. 454-459. Cfr. J. IGNACIO DÁVILA GARIBI, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, pp. 395-407. I Congresi “intendono essere un omaggio all’universale regalità del Cristo e una protesta contro il laicismo della civiltà contemporanea […] affermazioni dei principi cattolico-sociali”; LUIGI SALVATORELLI, Pio XI e la sua eredità pontificale, 68. Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril], 1926, 8 Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril], 1926, 9 Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril], 1926, 10 Carta Pastoral [del Episcopado Mexicano, del 21 de abril], 1926, 10-11 ANACLETO GONZÁLEZ FLORES, El plebiscito de los mártires, Comité Central de la A.C.J.M., México 21961, p. 186.

  1. ANACLETO GONZÁLEZ FLORES, El plebiscito de los mártires, p. 225

BIBLIOGRAFÍA

DÁVILA GARIBI J. IGNACIO, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, (5 Vol.) Editorial Cultura, Guadalajara, 1957

DE LA MORA MIGUEL M., Tercera Carta Pastoral, Zacatecas, El Ilustrador Católico, 1911

DUSSEL ENRIQUE, The Church in Populist Regimes (1930-59), Enrique Dussel (ed.) (CEHILA), Burns & Oates, Kent 1992

GÓMEZ ROBLEDO ANTONIO, Anacleto González Flores. El Maestro, JUS, México 21947

GONZÁLEZ FLORES ANACLETO, El plebiscito de los mártires, Comité Central de la A.C.J.M., México 21961

GUTIÉRREZ GARCÍA JOSÉ LUIS (ed.), Doctrina Pontificia. Documentos políticos, BAC, Madrid 1958

GUTIÉRREZ GARCÍA JOSÉ LUIS (ed.), Doctrina Pontificia. Documentos jurídicos, BAC, Madrid 1960

MENOZZI DANIELE et alii (dir.), Cristianesimo nella storia. Saggi in onore di Giuseppe Alberigo, Società Editrice il Mulino, (Bologna 1996)

OLMOS VELÁZQUEZ EVARISTO, La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, Ed. Pontificia Universitas Gregoriana, Roma, 1991

ROMERO DE SOLÍS JOSÉ MIGUEL, El aguijón del Espíritu. Ed. IMDOSOC, México, 1994

SALVATORELLI LUIGI, Pio XI e la sua eredità pontificale, Giulio Einaudi, Torino 1939

VALVERDE TÉLLEZ EMETERIO, Edicto Diocesano, Unión Tipográfica Editora, León 1924

ZAGHENI GUIDO, La edad Contemporánea. Curso de Historia de la Iglesia IV, San Pablo, Madrid 1998

Revistas

La Civiltà Cattolica 72 (1921)

La Civiltà Cattolica 77 (1926)

Questions liturgiques 66 (1985)

Rivista di Storia della Chiesa in Italia 48 (1994)

Fuente: https://www.dhial.org/diccionario/index.php?title=CRISTO_REY;_La_fiesta_de_los_laicos

Categorías: Articulos de interes

MATERIAL DE ADVIENTO 2021

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SALIR, ACOGER, DISCERNIR, INTEGRAR …PORQUE VIENE EL SEÑOR

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SALIR, ACOGER, DISCERNIR, INTEGRAR …PORQUE VIENE EL SEÑOR

 Fichas de trabajo de infancia  

 ITINERARI D’ADVENT – Infància (Catalán)  

Fuente: https://accioncatolicageneral.es/publicaciones/tiempos-liturgicos

Categorías: Accion Catolica

Anuncian celebración del Día del Laico

  • Noviembre 27
  • Por: Ana Laura Mondragón / Cp
Anuncian celebración del Día del Laico

Fabio Martínez Castilla, arzobispo de la capital chiapaneca. Guillermo Ramos. CP

Fabio Martínez Castilla, arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, recordó este domingo la celebración del Día del Laico, en donde se busca reconocer a las personas que han realizado algún acto de amor para el prójimo sólo por convicción.

“La fiesta de Jesucristo Rey del Universo se ha convertido en la ocasión oportuna para reconocer la labor de tantos fieles laicos que con su amor a Dios y su servicio apostólico incansable y gratuito, enriquecen la vida de nuestra Iglesia embelleciéndola con su testimonio y entrega de fe”, comentó.

En conferencia de prensa, luego de la homilía dominical, monseñor dijo que se debe de entender por laico a el cristiano que vive la riqueza y la responsabilidad bautismal en lo cotidiano de la vida ordinaria, vive su condición secular en el mundo; desde ahí recibe y responde al llamado a la santidad que el Señor le hace, contribuye a la construcción del Reino de Dios en la vida familiar y social ordinaria como padre de familia, como soltero; trabajador, obrero, campesino, servidor público, periodista, o empresario.

“Un laico está presente en todas las categorías y estratos sociales haciendo de este mundo más justo y más humano”, dijo.

Finalmente, recordó que el Día del Laico ha sido instituido por iniciativa del Episcopado Mexicano junto con la Dimensión Episcopal para Laicos, convocando a todas las diócesis del país a celebrar este Día a partir del ejemplo de virtudes heroicas en la fe y del testimonio cristiano del beato Anacleto González Flores y sus ocho compañeros mártires; estos mártires mexicanos, todos ellos laicos y padres de familia, entregaron su vida durante la persecución cristera, murieron en 1927 y fueron beatificados el 20 de noviembre de 2005, justamente en la Solemnidad de Cristo Rey de ese año, por el Papa Benedicto XVI.

Fuente: https://www.cuartopoder.mx/chiapas/anuncian-celebracion-del-dia-del-laico/225717

Categorías: Laicos

Ser apóstol

Necesitas comulgar

En primer lugar porque Nuestro Señor así te lo pide: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”  Si no comes La carne del Hijo del Hombre y si no bebes su sangre, no tendrás la vida eterna.” Ya lo ves, no se trata de un consejo para una vida más perfecta, sino de una condición de vida sobrenatural; no se trata de una recompensa, sino de un alimento destinado para sostener una vida.

“Yo soy el pan bajado del cielo” dijo Jesucristo en una ocasión para darnos a entender que así como el pan es el más necesario de todos los alimentos, así su Eucaristía es indispensable para la vida del alma. El pan del alma está en el Tabernáculo, como decía el Santo Cura de Ars.

Cuando tú pides en el Padre nuestro el pan de cada día, estás pidiendo el pan Eucarístico y ¿no sería triste que recitaras todos los días esa oración y que ni siquiera pensaras en la Comunión frecuente y diaria?

Con razón decía Santa Teresa del Niño Jesús: “No es para permanecer en los copones de oro para lo que Jesús desciende diariamente del cielo, sino para encontrar otro cielo: el cielo de nuestra alma donde El halla sus delicias.”

El apóstol de AC debe distinguirse por la puntualidad en recibir a su Maestro en la sagrada Eucaristía.

En segundo lugar porque la Iglesia te reitera la orden de Nuestro Señor. Si no tienes bien precisas estas verdades, fíjate un poco y verás.

Los primeros cristianos comulgaban en todas las Misas a las que asistían y se llevaban a sus casas la Santa Eucaristía. Conoces bien la historia del joven Tarcisio, uno de tus predecesores en el apostolado.

Para remediar la indiferencia en que había caído el pueblo cristiano, el Concilio de Letrán, en 1215, impuso como mínimo, la Comunión pascual. A la herejía protestante, el Concilio de Trento respondió exhortando a la Comunión y para facilitar los deseos del Concilio. Dios suscitó una pléyade de apóstoles de la Eucaristía: Ignacio de Loyola, Felipe Nerí, Pascual Bailón, Vicente de Paúl, etc.

A los errores del jansenismo, Dios respondió por medio de Sta. Margarita Ma. Alacoque, en las revelaciones de Paray-le-Monial y por el culto al Sacratísimo Corazón y a la Eucaristía.

En 1902, en una Encíclica que era como su testamento, León XIII en numera de nuevo los argumentos tradicionales en los que se apoya la comunión frecuente y por fin el gran Papa Pío X derribó todas las barreras que alejaban a las almas de la comunión y en decretos memorables indicó las condiciones fáciles de cumplir que permiten comulgar y comulgar a menudo, desde la edad de la discreción.

Y si quisieras que te formara una lista de los personajes que en la Iglesia fueren los más fervientes partidarios de la comunión, Santos y Santas oficial-mente canonizados, hombres o mujeres de influencia y acción, te asombrarías por el número imponente de los que en todo tiempo -especialmente ahora- se han distinguido en esta materia. Entre miles y miles, me contentaré con recordarte el apostolado de 5. Juan Bosco, quien hace más de 50 años predicaba la comunión frecuente. Escribía: “Cuando un niño sabe distinguir entre el pan ordinario y el pan Eucarístico, no debe uno preocuparse de su edad: es preciso que el Rey de los cielos venga a reinar en su alma.”

Por último es preciso que comulgues, porque necesitas recibir el alimento de tu alma. ¿No te has fijado cómo todo ser viviente, planta o animal, necesita para poder vivir el tomar los alimentos que estén de acuerdo con su naturaleza? Lo mismo pasa con tu alma. Ha sido honrada con una vida divina y por lo mismo necesita un alimento divino, alimento diario, no como discurren algunos malos cristianos que creen que con una vez al año que comulguen están alimentadas sus almas ¿No vemos que para gozar de buena salud y tener fuerzas y una vida llena de vigor, necesitamos comer todos los días? Pues igual cosa pasa con el alma porque todos los días tiene combates con las pasiones, todos los días encuentra dificultades, tentaciones, seducciones, peligros.

Y tú, especialmente, cristiano que has escuchado el llamado del Amo para trabajar en su grande empresa del Apostolado de Acción Católica, tú necesitas llevar a Cristo en tu corazón, en tu espíritu, en tus palabras, en tu semblante, para que puedas entregar ese tesoro a los otros, a los olvidados, a los que andan descarriados, a los hijos pródigos. Tú necesitas esa fuerza espiritual para que no te desanimes con las dificultades, para que no te canses, para que no desmayes.

“Danos la fuerza, ven a socorrernos” le decimos al Santísimo Sacramento. Pídele esa fuerza cada vez que comulgues; esa Hostia divina es el alimento de nuestras almas, el pan de los débiles y de los fuertes para los débiles es la fuerza, para los fuertes es la defensa, porque llevan ese tesoro en vasos muy frágiles y rodeados de enemigos: Jesús es la defensa, el guardián de la pureza y de la santidad.

Algunas veces habrás oído decir que no comulgan las personas porque no se creen dignas de acercarse a recibir a Nuestro Jesucristo. Tal vez tú lo habrás dicho también algunas veces y con esto te habrás alejado de la Sagrada Mesa. Piensa en lo mal que has hecho.

Que no seas digno de comulgar, es cosa cierta, pero tampoco ni el Santo Padre, ni los Obispos y Sacerdotes que comulgan diariamente. Por eso la Iglesia te hace repetir tres veces antes de comulgar aquellas palabras del centurión: “Señor, yo no soy digno.” También sabes que la comunión no es una recompensa, sino un alimento y el Decreto de Su Santidad Pío X aclara y precisa bien que al exhortar a la comunión frecuente, Nuestro Señor y la Iglesia no ponen en primer lugar ni el honor, ni el respeto que se deben a Jesucristo, sino el bien que tu alma podrá sacar dé la Comunión. De manera que, digno nunca lo serás, pero comulgando bien, cada día serás menos indigno. Si Dios ha querido franquear la distancia inmensa que lo separa de nosotros ¿discurrirías tú negarte a dar los pocos pasos que te acercan a Él? Es a los seres frágiles y débiles a los que Nuestro Señor ha dicho: “Venid a Mí todos”, a los enfermos porque El se ha declarado el médico de las almas; a los que están en peligro de morir porque El afirmó “Yo soy el pan de vida”.

También habrás pensado una y muchas veces que no haces ningunos progresos en tu vida espiritual y que de nada te servirán tus comuniones. Pero también en esto nos equivocamos. ¿Te das cuenta del crecimiento que recibe cada día tu cuerpo con la comida que tomas? Y ¿por eso discurrirías dejar de tomar tus alimentos? ¿Verdad que no? Pues ahora fíjate en tu alma y si te quejas de que -a pesar de tus comuniones- permaneces en un estado espiritual estacionario, reflexiona que en lugar de quejarte, deberías cantar un Te Deum de acción de gracias, pues es un beneficio muy grande el mantenerse diariamente en estado de gracia.

Y por otra parte, recuerda lo que decía San Lorenzo Justiniano: Para mantenemos en la humildad, Dios oculta a las almas buenas sus progresos espirituales.

En lugar de culpar a la comunión de tu falta real o aparente de progreso, examínate si no serás tú la causa por la falta de disposiciones, por tus confesiones mal hechas, por pecados veniales deliberados, pecados mortales muy frecuentes, preparación v acción de gracias superficiales etc., etc. Piensa en todo esto; enmiéndalo y verás como entonces cada día adelantas en el Apostolado y en el amor de Dios,

Devoción a María

¿Has reflexionado cuidadosamente en el lugar inmenso que debe ocupar la Santísima Virgen en tu piedad de apóstol seglar? Si no habías caído en la cuenta hasta hoy, recuerda lo que es el apostolado: un deseo permanente de dar a Jesús al mundo. Y ¿qué es lo que hizo María? Pues, ella fue la que dio a Jesús a la humanidad y por eso la encarnación es el fundamento de todas las gracias y privilegios con que fue distinguida la Santísima Virgen, sobre todo el privilegio de su Concepción Inmaculada.

Ella es con razón la Reina de los apóstoles; a ella le pedimos en la Salve que “nos muestre a Jesús”, de ella decimos en el Credo: “Por nosotros, Jesucristo nació de Santa María Virgen”. Al comprender el por qué del hermoso titulo de Reina de los Apóstoles, que le ha dado la Iglesia, también ha de llenarte de alegría el considerar la dignidad inmensa del apostolado seglar al que has sido invitado en la Acción Católica. Si María es el apóstol por excelencia, trabajarías en vano si te salieras del camino que ella te trace, si no procuras conducirte como ella lo hizo, si no te abrigas bajo su protección maternal.

Conságrale tus alegrías de apóstol, pues ella es la Causa de nuestra alegría. Invócala en tus sufrimientos de apóstol, pues éstos serán muchos y ella es la Reina de los mártires y el Consuelo de los afligidos. Fíjate que Jesús quiso tener en el Calvario el consuelo de su presencia, para darnos a entender que ella es nuestra mejor compañía en las horas más difíciles y amargas de nuestro apostolado.

Los Ejercicios Espirituales

En el tiempo de cuaresma, en el que la Iglesia te invita al recogimiento y- a la meditación para que veas cuán dulce y misericordioso es el Señor, bueno será que aprecies lo que valen para un apóstol el retiro y el silencio. Hay silencios estériles y vergonzosos; pero hay silencios fecundos y uno de ellos es el que se te pide en un día de Retiro, en una tanda de Ejercicios Espirituales. Silencio de la lengua y de la imaginación, con el fin de que puedas percibir mejor la voz de Dios y los llamados de su amor y sobre todo para que encuentres a Dios, pues para que lleves a Jesús a otros prójimos, es menester poseerlo más que los otros, es preciso entrar en un contacto íntimo y secreto con El, cuando menos en este santo ‘tiempo de penitencia y de recogimiento.

Además tu silencio de cuaresma deberá facilitarte la reflexión sobre ti mismo, tus faltas, tus defectos, tu pasado, tu porvenir. Allí será donde caigas en la cuenta de lo mal que has trabajado; del orgullo con que has echado a perder tus empresas, de la indisciplina que ha caracterizado tus actividades; en el silencio de tu retiro espiritual será donde encontrarás la fuerza para enmendar resueltamente tus yerros, mejorar tu servicio e imponerte los sacrificios que sean urgentes.

Aprovecha este tiempo de oración, de recogimiento y de reflexión porque no sólo es tu alma la que sacará grande provecho, también la vida dé tu grupo parroquial sentirá el influjo benéfico del cambio que se haya obrado en tu alma.

El Retiro mensual

Pero no vayas a creer que para ser buen apóstol y propagandista te basta con hacer cada año tus ejercicios espirituales. Para mantener el buen resultado que en ellos hayas obtenido, es indispensable la práctica del Retiro mensual. Esta práctica tiene por objeto recordar las enseñanzas recibidas, reunir a los escogidos para formarles su conciencia acerca de la bondad y hermosura de la organización, urgirles e1 escrupuloso cumplimiento de sus cargos y dar las consignas del mes.

El apóstol necesita vivir en íntimo contacto con el Maestro Jesús, conocer su mirada, descubrir su presencia, saber escuchar su voz. Sólo acudiendo a las audiencias frecuentes que Cristo nos brinda en el silencio de un día de retiro podrá el apóstol seglar acostumbrarse a sentir la presencia de Cristo en su alma. Sólo en las horas de recogimiento íntimo puede el alma sentir la mirada amorosa de Cristo, aquella mirada de luz y de amor que cautiva la voluntad y para siempre. Sólo en el retiro mensual llega el alma a caer en la cuenta de que Cristo la busca como el pastor a la oveja perdida y que la busca para perdonarla, para mejorarla siempre, para descubrirle horizontes amplios y nuevos. Sobre todo en el retiro será donde el Maestro te llamará a subir siempre más alto, tal vez llegues a oír su llamado preciso: Ven y sigue-me y ya sabes que esta frase puede determinar definitivamente tu salvación eterna: un retiro puede ser la hora de Dios, la hora decisiva de tu vida, en la cual Dios te muestra el ideal que habrá de transformar por completo tu existencia, armándote contra el tumulto de la vida, afirmándote para ganar la reconquista espiritual de los medios que tengas que cristianizar.

Dominar el respeto humano

Tus retiros frecuentes te irán convenciendo de la necesidad que tienes de vivir tu cristianismo, lo mismo en la intimidad de tu vida privada, como en los mil aspectos de tu vida familiar, en los compromisos de la vida social y hasta en el trajín de la vida pública.

Forzosamente, en cualquiera de las manifestaciones de esta vida compleja, estará tu apostolado; pero urge que caigas en la cuenta de que hay un gran obstáculo para que cumplas a conciencia con tu deber. Ese obstáculo es el respeto humano, es decir: el miedo a los demás, a sus opiniones, a sus críticas, a sus amenazas.

Miedo a los hombres: ¡que cosa tan bochornosa!  . Miedo a lo que puedan decir, no los más virtuosos, ni siquiera los más educados. – . Miedo, por otra parte, de cumplir con el más grande y el más noble de todos los deberes: ¡ser cristiano y probarlo con hechos!

Medita bien, tú, socio militante de la acción oficial de la Iglesia, en aquellas terribles palabras de Jesucristo Nuestro Señor: “quien se avergonzare de Mi delante de los hombres, de él me avergonzaré yo delante de mi Padre Celestial. “Piensa también que el esclavo del respeto humano sólo cosecha desprecio y desdén, aún de parte de los malos cristianos con los que se anda avergonzando, y en cambio el cristiano ejemplar acaba por imponer respeto y admiración.

Tenlo muy en cuenta, apóstol seglar. No temas la maledicencia de los mundanos que te critican y te desprecian; no te arredres ante las burlas y ofensas de los que hace tiempo traicionaron la fe de sus padres. Pero 110 te contentes con eso: haz algo más que eso: gloríate de la fe que guardas en tu alma, de esa fe que tantos bienes ha traído a la tierra, puesto que fe y civilización históricamente se confunden: gózate en pertenecer a la Iglesia, depositaria de esa fe, pues ha contado y cuenta entre sus adeptos a todo lo mejor que la humanidad ha producido en la virtud, en la ciencia, en el honor, en el patriotismo, en el valor y en el heroísmo.

Vive tu cristianismo con santo orgullo en la trama sencilla de tu vida diaria: que tus vecinos, que tus parientes, que tus hijos vean que amas a Cristo con tus obras. Himno constante de apostolado, será el canto que Dios espera de ti.

Para que hagas de tu vida un himno constante de apostolado, será preciso que te muestres ejemplar en todo. Ya sabes que si has aceptado trabajar activamente en el apostolado seglar, es porque compren-diste que el Maestro te busca para que fueras testigo suyo delante de los indiferentes o de los incrédulos y no podrás dar testimonio de Jesucristo ante el mundo, ‘si no llevas una vida ejemplar. El Maestro lo decía: “Os he dado ejemplo, para que os portéis como habéis visto que yo he vivido”. No te olvides que la fuerza del ejemplo es irresistible: no quieras reformar la conducta ajena, sin antes enmendar la tuya propia.

Se cuenta que Federico Ozanam, atormentado en su juventud por dudas contra la religión, entró un día en una iglesia en París. En medio de la soledad del templo, distinguió entre la penumbra al ilustre sabio Ampere, arrodillado rezando su rosario. Contempló un instante al anciano y sin hacer el menor ruido salió de la iglesia: iba transformado. Se sentía seguro, firme, inquebrantable en su fe: las dudas habían terminado para siempre.

Pocos años más tarde, estudiaba en París, García Moreno, el que fue Presidente del Ecuador. Una mañana, discutiendo con un compañero se puso a defender valientemente la religión: pero al ser interrogado por su contrincante sobre la manera como practicaba él esa religión que tanto defendía y desde cuándo no se confesaba, sintió tanta vergüenza al caer en la cuenta de que hacía tiempo no practicaba, que sólo contestó estas palabras: “Tienes razón, pero te advierto que desde mañana tu argumento no valdrá nada”. Al día siguiente comulgaba en San Sulpicio y desde ese día hasta su muerte practicó escrupulosamente la fe que llevaba en su corazón.

Fíjate en esos dos ejemplos, tú que en tus grupos de AC., tendrás que defender tantas veces la religión: no te vayan a reprochar que predicas y no practicas. Acuérdate también que tu buen ejemplo puede convencer, aunque no hables una sola palabra.

Conocer bien tu fe

Ese buen ejemplo que espera de ti la Santa Iglesia, no serás capaz de darlo, si no estás bien instruido en tu fe, pues para que vivas ejemplarmente es necesario que conozcas bien a Jesucristo y estés enamorado de su doctrina.

No te acuerdas de aquel hermoso pasaje del Evangelio en el que se nos cuenta que Jesús dirigió a sus apóstoles esta pregunta: “En el mundo, ¿quien creen las gentes que soy yo?” Los apóstoles contestaron y le dijeron lo que el mundo decía, pero cuando Jesucristo, dirigiéndose a sus apóstoles les pregunta:

“Y vosotros ¿quién creéis que soy?” San Pedro al punto le dice: “Tú eres Cristo el Hijo del Dios vivo

Si el Maestro volviera a este mundo y te preguntara 10 mismo ¿cómo le contestarías? Si sabias decirle con exactitud quien es, ¿podrías sostener tu afirmación delante de los incrédulos modernos? Es decir, ¿estás bien instruido de la fe? ¿Sabes todo lo que debe uno saber a cerca de Jesucristo, de su naturaleza, de su grande obra, de su vida admirable, de la Santa Iglesia que El fundó, de la jerarquía divina: el Papa, los señores Obispos, los señores Párrocos; de sus sacramentos, de su culto, de su liturgia?

Todo eso forma parte del conocimiento de Jesucristo que debes poseer porque eres apóstol y debes comunicar a Cristo a muchas almas y ya sabes que nadie da lo que no tiene.

No pierdas ni un solo día, estudia tu religión, conoce tu fe: así amarás a Cristo, lo imitarás y podrás dar testimonio de El.

Saber defender la Fe

Si hemos quedado en que un apóstol debe conocer bien su fe, ahora debemos convenir en que ese conocimiento cabal de la fe de Cristo es para poder defenderla de los ataques de los enemigos. Mientras más firme sea tu fe, mejor será la defensa que de ella logres hacer.

Ante todo, cuando tengas que hablar y tratar y hasta convivir con las gentes impías o que quieren aparecer como tales, con esos espíritus débiles que se creen fuertes porque niegan o porque blasfeman. En segundo lugar cuando caigan en tus manos libros perversos que, como dice un gran autor moderno, son los culpables de que hayamos llegado a lo que nunca hubiéramos debido llegar. Si tu fe está bien ilustrada, sabrás defenderla en cualquiera de las dos ocasiones.

También la defenderás con la moralidad de tu vida, pues habrás echado de ver que muchos atacan a la religión y se burlan de nosotros porque no pueden llevar una vida limpia, pues todo lo que daña a la moral, corrompe también la fe. Acuérdate de lo que decía San Juan: “Todo el que vive mal odia la luz y no la busca para no ver condenada su conducta; en cambio el que vive bien, viene a la luz para que se vea que sus obras son de Dios y hechas en unión con El”.

Sumisión filial

La mejor defensa que podrás hacer de Jesucristo y de su doctrina consistirá en la filial obediencia y sumisión sincera a la Iglesia que Cristo fundó, no sólo para perpetuar su doctrina, sino para perpetuar la vida divina en las almas. De manera que para ser un buen apóstol de Jesucristo es condición indispensable trabajar dentro del espíritu de la Iglesia, en sumisión a las órdenes de la jerarquía, el Santo Padre, nuestros señores Obispos, nuestros señores Curas.

El verdadero apóstol seglar no debe tener más ambición que la de aplicar las enseñanzas de la Iglesia sin vacilar un sólo momento, a pesar de las resistencias, francas o encubiertas, de los enemigos de fuera y de los enemigos de dentro. Para el apóstol seglar, íntegro y sincero, no hay más bandera que la unidad católica, ni mejor lema que el hermoso de la juventud: “Por Dios y por la Patria”. La Patria para Jesucristo y el apóstol ha de sumar sus esfuerzos y sus trabajos a los de la Jerarquía eclesiástica, hasta lograr la restauración de esta gran familia mexicana que necesita Eucaristía y que necesita ser invencible en la fe.

Tarea heroica, tarea propia de apóstoles: empresa que irá siendo una realidad en la medida en que los equipos seglares, organizados y bien preparados, se muevan en armoniosa disciplina y en filial sumisión.

Hay que ser escrupuloso en la obediencia a la voz del Santo Padre hay que defender siempre y por siempre su persona, sus directivas, sus consignas.

Si en todo tiempo debe el católico mostrarse sumiso y obediente a la voz del Santo Padre, a nosotros que nos ha tocado vivir bajo el gobierno del actual Pontífice, el Papa de la AC, qué fácil debe sernos cumplir con ese sagrado deber. Fijemos un momento nuestra atención en la gran figura del Jefe Supremo de la Iglesia Católica y pensemos en la importancia de sus funciones y robustezcamos nuestra Conslanza en el apostolado seglar para el que hemos sido llamados por El.

Es para nosotros como un Faro luminoso que ha señalado la ruta segura y que nos está marcando la meta hacia donde debemos dirigir nuestra labor de apostolado.

Vigilante y alerta, como un experto Piloto maneja con mano firme el timón de la barca de Pedro, sacudida furiosamente por el Comunismo, el más grande enemigo que haya conocido tal vez la Iglesia de Dios.

Documentado constantemente por la información de miles de Prelados del mundo entero, el Santo Padre, el Pastor Supremo, bueno y cariñoso enseña, instruye, apacienta realmente a todos y a cada uno de sus hijos, principalmente a los que, obedientes a su Voz, se están entregando con celo apostólico a la causa del bien y de la paz.

Mira, apóstol seglar, qué claros y evidentes son tus deberes para con el Santo Padre: más que otros cristianos, tú le debes amor, respeto, obediencia, desinterés, por no mencionar sino los principales. No discutas sus órdenes: obedécelas sin vacilar, no des oído a los que lo atacan o desprecian su llamado para la AC: tú entrégate por completo al servicio de tu grupo parroquial, en el cargo que se te haya confiado. Defiende al Santo Padre, pide mucho por él, para que Dios nos lo conserve, que le aligere su carga, que lo sostenga, que lo consuele, lo santifique más aquí en la tierra y lo glorifique en el cielo.

Por eso, el católico no es ni puede ser un individuo aislado, replegado dentro de sí mismo, pues el Santo Padre quiere que se unan todos los fieles y que se aprieten bien los lazos, en toda la cristiandad, al-rededor suyo, en las Diócesis en torno de los señores Obispos y en las Parroquias alrededor de los señores Curas. Quiere el Santo Padre que este orden de la Jerarquía católica sea el más perfecto posible, a fin de que pueda realizarse, por conducto de los sacerdotes y seglares, la obra de la Redención. Quiere que entendamos que esta jerarquía es un árbol vigoroso, bien plantado y bien crecido, del cual Jesucristo es su’ raíz oculta, fuente de vida donde se elabora la savia y sobre quien todo el árbol descansa. El tronco que brota, visible del suelo, formando una misma cosa con la raíz es el Papado; y las ramas matrices, las que brotan directamente del tronco re-presentan las Diócesis, las cuales a su vez ramifican en Parroquias. Y así como la vida del árbol circula con la savia y llega hasta las extremidades de las hojas más pequeñas, así nuestra vida de cristianos se alimenta con la Gracia de los Sacramentos, administrados por los representantes de Dios en la tierra.

Mira en tu Párroco y en tu Señor Obispo a los representantes legítimos del Sumo Pontífice, quien a su vez, es el Vicario de Jesucristo.

Espíritu Parroquial

Ahora conviene que recuerdes que la Parroquia no es simplemente un edificio con determinadas formas exteriores: es un organismo viviente, cuyos miembros (todos los que viven dentro de su jurisdicción) están estrechamente unidos por tener el mismo destino, por ser todos hijos de Dios y porque persiguen en común el noble fin de la santificación de sus almas y las de su prójimo dentro de la misma Parroquia. Ese sentimiento de solidaridad parroquial es indispensable para desempeñar con verdadero celo los deberes que impone la AC, pues no en vano el Santo Padre quiere que todos participemos en el apostolado jerárquico, es decir, el de la Parroquia o el de la Diócesis. Por eso, para ser buen católico debes ver la Religión no sólo por lo que a ti te interesa, como lo hacen tantos cristianos piadosos, sino que tú, apóstol y convencido en la acción oficial de la Iglesia, tú, debes verla en toda su amplitud, en la célula viviente que es el centro y el hogar de tu pequeña cristiandad, tu Parroquia, a fin de realizar en torno del Párroco, de los Obispos y del Santo Padre la unión católica del redil, la unión fraternal de los ‘redimidos por Jesucristo.

Necesidad de la vida interior

La primera condición del apostolado es la necesidad de la vida interior, de la vida de Dios en nosotros, por medio de la gracia santificante. Es esta vida la que el militante de la Acción Católica y todo católico comprometido, está obligado a dar a los demás o ver que aumente si ya la tienen y ¿cómo podrá el propagandista, el apóstol, dar lo que no tiene? El árbol no se desarrolla, lozano y frondoso si no tiene la savia que le da vigor y vida. Un reloj no sirve para contar la hora, si interiormente no tiene la cinta de buen acero en constante tensión y vigor para dar impulso al engranaje de los ruedas.

Lo mismo sucede en el apostolado. “Del corazón nacen los nobles pensamientos” dijo una vez Nuestro Señor Jesucristo; de él también brotan los movimientos generosos. De ahí que S. Pablo nos aconseje con tanta razón que nos despojemos del hombre viejo para revestimos del hombre nuevo, porque mientras no tengamos a Cristo, mientras no seamos de Cristo, no podremos dar a Cristo, ni comunicarlo a las almas. ¿Cómo irradiar si uno mismo está apagado, sin luz, sin fuego?

Lo malo está en que, aunque Cristo ha venido ya, aunque todos hemos recibido de la plenitud de Cristo, como dice S. Pablo, sin embargo. Cristo permanece un extraño y un desconocido. Ahora como en tiempos del Bautista es amarga aquella afirmación: “En medio de vosotros está aquel que desconocéis”.

Es menester que el apóstol se resuelva a reconocer a Jesucristo prácticamente, en su corazón y en su vida, para que tenga la amistad divina y sienta la presencia invisible de Jesús. Sólo así logrará dar a las almas de su prójimo algo de la abundancia de que estará desbordante su corazón y su vida.

Necesidad de la oración

El apóstol seglar a imitación del sacerdote, debe hacer de Jesús, la práctica de su vida diaria, a fin de que pueda dar, en la medida de que él mismo participe de la plenitud de Cristo.

Esa participación diaria del sentir de Jesucristo y de su Iglesia, viene a producir la renovación personal del apóstol seglar, que es algo indispensable para lograr la recristianización de la sociedad, puesto que, como dice hermosamente el P. Chautard en su libro “El alma de todo apostolado”: “La influencia decisiva sobre los corazones y las voluntades no es prerrogativa de los que se gastan en puras cosas exteriores, pertenece a los cristianos de vida interior.”

Ahora bien, una vida interior rica y maciza, sólo puede serlo por la oración, por la plegaria humilde de adoración, de acción de gracias, de petición confiada y constante, pues el apóstol debe tener la convicción íntima de que sin Dios nada puedo hacer. Cuando ese sentimiento íntimo de la impotencia de la propia vida sea la base del apostolado; cuando el obrero de AC sienta la confianza de que será sin duda escuchado “que si pide recibirá, que todo lo que pida al Padre en nombre de Cristo le será concedido”, entonces sus obras de celo apostólico estarán aseguradas y respaldadas por una fuerza irresistible que les dará eficacia sobrehumana.

Cuánto necesita orar el propagandista, el obrero de AC. Y no le bastarán sus oraciones propias, en sus amarguras, en sus contratiempos, en los aparentes desastres de su apostolado, deberá buscar las plegarias de las almas víctimas, las oraciones de las religiosas que sufren y oran en los deshechos claustros de nuestra pobre Patria.

Cuando al Rey San Luis le preguntaban por qué tenía confianza en la victoria, respondía: “Allá dejé en mi monasterio de Cleraval a los monjes orando y ayunando, todo saldrá bien”.

Necesidad de la oración litúrgica

No bastará sin embargo, tu oración individual, personal, para que cumplas con tu misión apostólica.

El apóstol es un cristiano a quien preocupa ante todo el aspecto social de su catolicismo. Debe sentir que todos sus pensamientos, sus preocupaciones y sus aspiraciones han de reflejar a Dios en su prójimo. De aquí que no le pueda satisfacer una oración individual y privada: él necesita una plegaria, una oración social.

Y bien sabido es que esta oración social es la plegaria litúrgica, la que nos recuerda incesantemente que lejos de ser miembros aislados, pertenecemos a un cuerpo que tiene vida divina. De esta vida divina, escribe un autor moderno, de esa poesía litúrgica v divina, es de lo que tiene necesidad el mundo materialista, que se ahoga en el sótano en donde lo tiene sepultado la vida moderna.

La liturgia mantendrá al apóstol en una atmósfera sobrenatural y divina, presentándole a Cristo, no a través de los velos de la historia, sino como Alguien que vive y que trabaja con él; como Alguien que está aplicándole, sin cesar, los frutos de sus misterios divinos, del misterio de Navidad, del gran festín de la Pascua, del gran día de la Ascensión, de Pentecostés, etc.

La liturgia hará comprender al apóstol el por qué de la repetición frecuentísima de esta hermosa fórmula: Por Cristo Señor nuestro, Amén Todo por El, todo pasando por su intervención, nada fuera del Plan de la redención, porque nos expondríamos a fracasar, porque nuestro apostolado sería infructuoso.

La liturgia recordará al apóstol de AC que la sed de almas, el celo por la salvación del prójimo, sólo en la sed de Cristo tiene su fuerza y su razón de ser y que aquel grito del Calvario “tengo sed” se renueva sin descanso en el altar del sacrificio y en el tabernáculo de la Eucaristía, centro y vida de todo el culto y de toda la liturgia cristiana. En esa oblación litúrgica del Pontífice aprende el apóstol a sacrificarse para salvar almas y a ofrecer al Padre la sangre del Cordero sin mancha para asegurar el fruto de su apostolado entre las almas, porque como decía 5. Pablo: “sin efusión de sangre, no hay Redención”.

La oración litúrgica, la plegaria social, en unión con Cristo, a nombre de todo el Cuerpo Místico, por la salud de todos sus miembros es la que infunde al cristiano el sentido social, el amor del prójimo, la justicia social, sin la cual no hay apostolado de buena ley.

Por la Liturgia el cristiano vive con los Santos, modelos y protectores; vive con la Santísima Virgen, cuyos misterios gozosos, dolorosos y gloriosos esmaltan y hermosean el campo de la Iglesia.

Con la Liturgia, la oración es siempre católica, universal. Por eso rezarás siempre en plural: Padre nuestro; Te suplicamos Señor; ten piedad de nosotros; ruega por nosotros; por todos los vivos y difuntos. De aquí que la Liturgia casi nunca emplea el pronombre singular yo, sino nosotros, porque con ella es la Iglesia toda entera la que ora; la Iglesia de todos los países y de todos los tiempos, aún la del más allá, puesto que la comunidad de la tierra es una misma con la del cielo. La liturgia, en efecto, está elevando constantemente nuestras almas, ya por los pensamientos que propone, ya por los ritos y símbolos que los producen. Por eso tanto recomendamos a los apóstoles de Acción Católica que se sirvan de un misal completo que venga a ser su libro cotidiano y el alimento de su piedad litúrgica.

Sin dudar es la riqueza incomparable de la Liturgia y de su poder para elevar las almas a Dios, medita en estas palabras de un famoso convertido, el poeta y escritor Paul Claudel, hasta hace poco Embajador de Francia en Washington. Escribía poco después de su conversión: “El gran libro donde aprendí fue la Iglesia. Bendita esta Madre majestuosa a cuyas rodillas he aprendido todo. Todos los domingos me los pasaba en Notre Dame y también iba entre semana para ver el Drama sagrado desarrollarse ante mis ojos en toda su magnificencia. No era el pobre, lenguaje de los libros devocionarios, eran una poesía profunda y majestuosa aquellas ceremonias, las más augustas que hayan sido confiadas al espíritu humano. No podía dejar de ver la Misa y cada movimiento del sacerdote se grababa profundamente en mi espíritu y en mi corazón. La lectura del Oficio de Difuntos, la de Navidad, las ceremonias de Semana Santa, el sublime canto del Exultet el Sábado de Gloria—en comparación del cual, los más hermosos acentos de Sófocles y de Píndaro me parecen desabrido—todo eso me inundaba de respeto, de gozo, de reconocimiento, de arrepentimiento y de adoración.”

Hasta esas regiones te elevará la oración Litúrgica, oh apóstol seglar si tienes cuidado de emplearla constantemente, como secreto de tu catolicismo social.

La Santa Misa

Toda la liturgia y toda la vida cristiana descansan sobre la piedra angular de la Iglesia, que es Cristo nuestro Señor. “Nada hay en el Universo que sea más grande que Cristo; nada en Jesucristo más grande que su sacrificio; nada más grande en su sacrificio que aquel último suspiro, aquel momento precioso en que su alma santísima se separó de su cuerpo adorable”.

Pues bien, la Misa no es más que la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario y por consiguiente, mira, apóstol de AC., por qué tenía razón el Cardenal Mercier cuando escribió estas hermosas palabras: “El cristiano es el hombre que asiste a la Misa.” Tú debes decirte: “El apóstol es el cristiano que sabe asistir a la Misa”.

¿Por qué? Porque a ejemplo de Cristo tú quieres ser salvador de almas y fue principalmente por su muerte en la cruz como El salvó a las almas.

Porque debes orar y así como sobre la Cruz Cristo ofreció a su Padre Celestial su oración y su sacrificio, así tú, en la Misa tu plegaria se unirá a la de Cristo.

Porque sobre todo, tú no podrás evitar jamás el sufrimiento, ni apartar de tu vida el dolor (pues en esto se conoce el verdadero apostolado) y por lo tanto, unido ese sufrimiento tuyo al dé Cristo que tiene un precio infinito, las penas te serán soportables; tus dolores y tus lágrimas participarán de una eficacia sobrenatural: la del Crucificado divino que se inmola diariamente en los altares. Nada es comparable a la Misa por lo que se refiere a la enseñanza del sufrimiento.

Mira por qué no exageraba el Santo Cura de Ars cuando decía: “Nada es comparable a la Misa; todas las buenas obras reunidas no equivalen al Santo Sacrificio. Las buenas obras son obra de los hombres, la Misa es obra de Dios. Ni el martirio se le puede comparar, pues la Misa es el sacrificio que Dios hace al hombre ofreciéndole su Cuerpo y su Sangre”.

Mira por qué un santo sacerdote, el P. Olivaint de la Compañía de Jesús, escribía desde su prisión: “Si yo fuera un pajarito iría diariamente a oír la Misa a alguna parte y regresaría a mi jaula.”

¡Cuántos cristianos ejemplares no dejan un día de asistir a Misa!

¿Tienes tú, apóstol seglar, esta estima de la Misa? ¿Te acuerdas de las grandes dificultades para asistir a la Misa en tiempos de persecución? Ahora que todo se te facilita no dejes de aprovecharlo para que asistas diariamente, si puedes, a la Misa.

El apóstol no debe contentarse con asistir a la Misa pues debe recordar que no es sólo el sacerdote quien dice la Misa. Al lado del sacerdocio oficial del ministro de Cristo está el sacerdocio místico de todos los cristianos que pertenecen, como decía 5. Pablo “a la raza escogida, al sacerdote real”.

San Ambrosio lo repetía frecuentemente a los fieles de Milán: “Todos los hijos de la Iglesia son sacerdotes: en el bautismo reciben la unción que los hace participar del sacerdocio”. Y por eso verás, apóstol seglar, que todas las plegarias litúrgicas de la Misa suponen esta participación de los fieles en el Santo Sacrificio. ¿Te has fijado bien en ello? Mira: el sacerdote casi siempre habla en plural: “Os ofrecemos este cáliz de salud”.   “En espíritu de humildad merezcamos ser aceptados”. .  “Que nuestro sacrificio sea grato”. . – “Recibid Trinidad Santa el sacrificio que os ofrecemos”. .. Orad hermanos para que mi sacrificio, que es también el vuestro, sea agradable a Dios”. . . “Acordaos, Señor, de vuestros siervos y siervas por quienes os ofrecemos.

¿Te fijas cómo no eres simple espectador en el sacrificio de la Misa, como si todo se pasara nada más entre el sacerdote y Dios? Tú eres también actor que debes tomar parte en el drama incruento y Sagrado y como apóstol seglar, debes tener una participación más estrecha que la de un simple fiel.

Procura que tu Misa sea como el sol de todo tu día, como el centro de tu vida cristiana. Pídele a Dios que llegues a mirar la Santa Misa como la acción fundamental de tu vida, saca de ella las gracias que necesitas para tu apostolado y que, al comulgar, recibas el alimento de tu alma y la fortifiques para las tareas del apostolado.

La Eucaristía, fuente de la vida interior

Ya recibiste, oh apóstol seglar, la convicción de que la vida interior es condición indispensable para que tu apostolado sea fecundo. Ahora bien ¿en dónde podrás encontrar una fuente abundante de vida interior sí no es en la Eucaristía? Sí no estuvieres todavía convencido recuerda aquellas palabras de Nuestro Señor:       “Si no comes la carne del Hijo del hombre y si no bebes su sangre, no podrás tener la vida”.

¿Comprendes ahora el por qué de la insistencia tan hermosa de Cristo Señor Nuestro, la noche de la Cena, cuando repetía que el sarmiento debe estar unido a la vid a fin de que pueda tener vida y dar fruto? “Como la rama no puede dar fruté por sí misma, así tampoco lo podréis vosotros, si os separáis de Mí”.

Por el contrario, qué fecunda la acción de un apóstol que sabe lo que es la vida interior, es decir, la vida eucarística. “Quien vive en Mí y aquel en quien yo vivo, ese dará abundante fruto”.

El autor del hermosísimo libro “El alma de todo apostolado” tiene razón de sobra cuando escribe: “Sin duda alguna la calidad del apostolado estará siempre en relación íntima con el grado de vida interior que haya adquirido el apóstol.”

Esa íntima comunicación con el Huésped divino te hará confiarle tus deseos, tus gozos, tus necesidades, tus penas y tus desilusiones, de tal manera que si tu apostolado es bendecido con grandes éxitos, todo lo atribuirás al Dador de todo bien, al Corazón Divino “de cuya plenitud todos participamos”. Si por el contrario no tienes más que decepciones y éstas te vienen de quienes deberían animarte, sostenerte, aprobar tus esfuerzos y colaborar contigo, piensa en los estrechísimos lazos que unen la Eucaristía con la Pasión y así comulgarás con los dolores de Cristo el apóstol divino, abandonado y traicionado por los suyos, El, que es Justicia, Desinterés, Caridad.

Y luego después de confiarle tus amarguras, ponte a escucharle: El te contará sus anhelos y te revelará los deseos de su Corazón Divino; te dirá palabras de aliento, te señalará consignas de vida; te trazará el camino: sobre todo, te hará comprender que si no es El quien obra y habla por ti, vanas son tus fatigas, estériles resultarán tus empresas, inútiles tus más hermosos proyectos.

Reflexiona, socio militante de la Acción Católica, y procura ir entrando por esa vida sublime de comunicación íntima con el Corazón de tu Maestro y de tu Rey.

Nota: No se tiene referencia del autor

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