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Las Deudas Sociales

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“Las Deudas Sociales”

 

Conferencia inaugural del cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j., arzobispo de Buenos Aires y presidente del Episcopado, en el Seminario sobre “Las Deudas Sociales”, organizado por EPOCA.

(30 de septiembre de 2009)

En esta exposición procuraré dar una visión de conjunto sobre la doctrina de la iglesia acerca de la “Deuda Social”.

Los obispos argentinos, en noviembre de 2008, afirmaban que la “deuda social” es la  gran deuda de los argentinos. Nos interpela y  saldarla no admite postergación.[1] . De ahí la necesidad de cultivar la conciencia de la deuda que tenemos con la   sociedad  en la que estamos insertos. Y por ello hacernos cargo de la insistencia de la Doctrina Social de la Iglesia sobre el tema de la deuda social.

No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es primariamente un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial. [2]

“La deuda social se compone de privaciones que ponen en grave riesgo el sostenimiento de la vida, la dignidad de las personas y las oportunidades de florecimiento humano”.[3]

La “deuda social”  es también una deuda existencial de crisis del sentido de la vida. La conformación de un sentido de vida pleno va de la mano con el sentido de pertenencia que tenga el individuo con las actividades que realice en su día a día y con los grupos sociales en los cuales la realiza y comparta la vida con ellos; de ahí que el origen del vacío existencial remite, tal como el mismo Durkheim comentó [4] , a una desvinculación del individuo del medio social; es decir a una carencia de sentido de pertenencia, lo cual desfigura la identidad. “Tener identidad” entraña fundamentalmente el “pertenecer”.

Por eso para superar esta deuda social es necesario reconstruir el tejido social y los vínculos sociales.

El barómetro de la UCA define la “deuda social” como una acumulación de privaciones y carencias en distintas dimensiones que hacen a las necesidades del ser personal y social. En otros términos, como una violación al derecho a desarrollar una vida plena, activa y digna en un  contexto de libertad, igualdad de oportunidades y progreso social.

El fundamento ético a partir del cual se ha de juzgar la deuda social como inmoral, injusta e ilegítima radica en el reconocimiento social que se tiene acerca del grave daño que sus consecuencias generan sobre la vida, el valor de la vida y –por tanto- sobre la dignidad humana.

Su mayor inmoralidad, dicen los obispos argentinos,  reside en el hecho de que ello ocurre en una nación que tiene condiciones objetivas para evitar o corregir tales daños, pero que lamentablemente pareciera optar por agravar aún más las desigualdades”.[5]

Esta deuda queda entablada entre quienes tienen la responsabilidad moral o política de tutelar y promover la dignidad de las personas y sus derechos, y aquellas partes de la sociedad que ven vulnerados sus derechos.

Los derechos humanos, como dice el Documento de Santo Domingo: “se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”.[6]

La Deuda Social como Cuestión Antropológica

El principio fundamental que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) nos ofrece para reconocer esta deuda social es la inviolable dignidad de la persona y sus derechos. Dignidad de la que todos participamos y que reconocemos en los pobres y excluidos.[7]

De él deriva este otro principio que orienta la actividad humana: el hombre es el sujeto, principio y fin de toda la actividad política, económica, social[8]; cada hombre, todo el hombre y todos los hombres como nos dicen Pablo VI y Juan Pablo II

Por esto, no podemos responder con verdad al desafío de erradicar la exclusión y la pobreza, si los pobres siguen siendo objetos, destinatarios de la acción del Estado y de otras organizaciones en un sentido paternalista y asistencialista, y no sujetos, donde el Estado y la sociedad generan las condiciones sociales que promuevan y tutelen sus derechos y les permitan ser constructores de su propio destino.

En la encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de “abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos- como un fardo, o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido”. “Los pobres –escribe- exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo. Creando así un mundo más justo y más próspero para todos”[9].

Siguiendo esta línea, hoy es preciso afirmar que la cuestión social –deuda social- se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica.[10]

Porque, por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas en que se mueve el mercado,  existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad [11]

En este sentido, “es un deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos”.[12]

Causas del crecimiento de la pobreza y la exclusión

Con la exclusión social queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos –con quienes tenemos la deuda- no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables” [13]

La cultura actual [14]tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos de poder, la riqueza y el placer efímero se ha transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social.

La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de la justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y nos han llevado a una situación de inequidad. [15]

La consecuencia de todo esto es la concentración de las riquezas físicas, monetarias y de información en manos de unos pocos, lo cual lleva al aumento de la desigualdad y a la exclusión. [16]

Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya otras causas de la miseria [17]

Esta pobreza, nos decía Juan Pablo II, en nuestros países encuentra en muchos casos su origen y causas en mecanismos que, por encontrarse impregnadas no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen, a nivel internacional, ricos más ricos a costa de pobres cada vez más pobres [18]

Esta realidad exige conversión personal y cambios profundos de las estructuras, que responden a las legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social [19]

Deuda Social y Justicia Social

El Concilio Vaticano II nos decía que “las excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre miembros de nuestra sociedad, en nuestro pueblo, son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional”[20]

Desde la primera mitad del siglo XX, la noción de justicia social se fue instalando en la reflexión del Magisterio Social de la Iglesia. Afirma que ella (la justicia social) constituye un verdadero y propio desarrollo de la justicia general, en estrecha vinculación con la cuestión social y que concierne a los aspectos sociales, políticos, económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes (cfr. CDSI, 201). Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, afirma que “la justicia es el objeto y la medida intrínseca de toda política” [21]

La justicia social prohíbe que una clase excluya a la otra en la participación de los beneficios. Exige que las riquezas, que se van aumentando constantemente merced al desarrollo económico social, se distribuyan entre cada una de las personas y clases de hombres, de modo que quede a salvo esa común utilidad de todos, tan alabada por León XIII o, con otras palabras, que se conserve inmune al bien común de toda la sociedad [22]

La justicia social apunta al bien común el cual, en la actualidad, consiste principalmente en la defensa de los derechos humanos los cuales, según el CDSI, (388-398), constituyen una norma objetiva, fundamento del derecho positivo, y deben ser reconocidos, respetados y promovidos por la autoridad por cuanto son anteriores al Estado, son innatos a la persona humana. Y esto –teniendo como referencia al problema de la deuda social- apunta a la dimensión comunitaria: “La visión cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia al valor de la comunidad, ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida cotidiana” (CDSI, 392)

Actividad político- económica, desarrollo integral y deuda social

La pobreza nos exige tomar conciencia de su “dimensión social y económica [23] . Porque ante todo es un problema humano. Tiene nombres y apellidos, espíritus y rostros. Acostumbrarnos a vivir con excluidos y sin equidad social, es una grave falta moral que deteriora la dignidad del hombre y compromete la armonía y la paz social [24]

Existe una relación inversa entre desarrollo humano y deuda social. No se trata de una noción de desarrollo limitada a los aspectos económicos, sino de desarrollo integral que implica la expansión de todas las capacidades de la persona. A menos desarrollo más deuda social. Por tanto desarrollo y equidad deben encararse conjunta y no separadamente, y cuando la inequidad se convierte en lugar común o en atmósfera de vida política cotidiana entonces se aleja del campo político la lucha de igualdad de oportunidades, nivelando hacia abajo, hacia la mera lucha por la supervivencia.

La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios.

La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después»  de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano ni antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente[25]

El Papa Pablo VI refiriéndose al uso del capital invitaba a valorar seriamente el daño que la transferencia de capitales al extranjero, por puro provecho personal, puede ocasionar a la propia nación [26] Juan Pablo II advertía que dadas ciertas  condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide.

El Papa Benedicto XVI en su Carta Social Caritas in Veritate reiteraba que todo esto mantiene su validez en nuestros días a pesar de que el mercado de capitales haya sido fuertemente liberalizado y la moderna mentalidad tecnológica pueda inducir a pensar que invertir es sólo un hecho técnico y no humano ni ético. No se puede negar que un cierto capital puede hacer el bien cuando se invierte en el extranjero en vez de en la propia patria. Pero deben quedar a salvo los vínculos de justicia, teniendo en cuenta también cómo se ha formado ese capital y los perjuicios que comporta para las personas el que no se emplee en los lugares donde se ha generado.

Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo.

Sin embargo, no es lícito deslocalizar únicamente para aprovechar particulares condiciones favorables, o peor aún, para explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el nacimiento de un sólido sistema productivo y social, factor imprescindible para un desarrollo estable[27]. El capital también tiene patria, podríamos decir.

“En este sentido, la necesidad de un Estado activo, transparente, eficaz y eficiente que promueva políticas públicas es una nueva forma de opción por nuestros hermanos más pobres y excluidos.

Ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres (DA, 396) que brota de nuestra fe en Jesucristo (Cf. DI, 3; DA, 393-394), «requiere que socorramos las necesidades urgentes y al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos e instituciones para organizar estructuras más justas. Igualmente se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia” [28]

Conclusión

La “deuda social” exige la realización de la justicia social. Juntas, nos interpelan a todos los actores sociales, en particular al Estado, a la dirigencia política, al capital financiero, los empresarios, agropecuarios e industriales, sindicatos, las Iglesias y demás organizaciones sociales.

Pensemos que, según distintas fuentes, hay aproximadamente  ciento cincuenta mil millones de dólares de argentinos en el exterior, sin contar los que están en el país fuera del circuito financiero, y que además los medios de comunicación nos informan que se van del país aproximadamente dos mil millones de dólares más por mes.

Me pregunto, les pregunto: ¿qué podemos hacer para que estos recursos sean puestos al servicio del país en orden a saldar la “deuda social” y  generar las condiciones para un desarrollo integral para todos?

En nuestro caso, la “deuda social” son millones de argentinas y argentinos, la mayoría  niños y jóvenes, que exigen de nosotros una respuesta ética, cultural y solidaria. Esto nos obliga a trabajar para cambiar las causas estructurales y las actitudes personales o corporativas  que generan esta situación; y a través del diálogo lograr los acuerdos que nos permitan transformar esta realidad dolorosa a la que nos referimos al hablar de la “deuda social”.

La Iglesia al reconocer y hablar de la “deuda Social”, pone de manifiesto una vez más su amor y opción preferencial por los pobres y marginados [29] con quienes Jesucristo se identificó especialmente (Mt. 25, 40). Lo hace a  la luz del primado de la caridad, atestiguado por la tradición cristiana,  comenzando por la Iglesia peregrina” (Cfr. Hech 4,32; 1 Co. 16,1; 2 Co. 8-9; Ga. 2,10) [30], y siguiendo la tradición profética (Is. 1, 11-17, Jer 7, 4-7; Am 5, 21-25).

Para la Iglesia es esencial tratar el problema de la deuda social porque el hombre, y en particular los pobres, son precisamente el camino de la Iglesia porque fue el camino de Jesucristo.

Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires

Notas

[1] Cf. Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14/11/2008.

[2] H acia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina , Pilar, 14/11/2008.

[3] Cf. Para profundizar la pastoral social 4. Carta del  Episcopado en el marco de la 88ª Asamblea Plenaria, San Miguel, 11/11/2004.

[4] “[cuando el individuo] se individualiza más allá de cierto punto, si se separa demasiado radicalmente de los demás seres, hombres o cosas, se encuentra incomunicada con las fuentes mismas de las que normalmente debería alimentarse, ya no tiene nada a que poder aplicarse. Al hacer el vacío a su alrededor, ha hecho el vacío dentro de sí misma y no le queda nada más para reflexionar más que su propia miseria. Ya no tiene como objeto de meditación otra cosa que la nada que está en ella y la tristeza que es su consecuencia”.[4] Una vida sin sentido implica una vida sin arraigo social. DURKHEIM, Emil, El Suicidio, Shapire Editor, Buenos Aires 1971, p 225

[5] Cf. Para profundizar la pastoral social 4. Carta del  Episcopado en el marco de la 88ª Asamblea Plenaria, San Miguel, 11/11/2004.

[6]   DSD 167. IV Conferencia general del Episcopado Latinoamericano. Documento de Santo Domingo. 12-28 de Octubre del 1992

[7] Cfr. CDSI 153 Pontificio Consejo «Justicia y Paz» Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. 2005

[8] MM 219. SS. Juan XXIII: Mater et Magistra. Carta encíclica sobre los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana. 14/05/1961

[9] CA 28  SS. Juan Pablo II : Centesimus Annus” Carta Encíclica en el centenario de la Rerum Novarum. 05/01/1991

[10] CV 75  SS. Benedicto  XVI, Caritas in Veritate, Carta encíclica sobre el desarrollo humano  integral en la caridad y en la verdad. 29/06/09

[11] CA 34 SS. Juan Pablo II: Centesimus Annus” Carta Encíclica en el centenario de la Rerum Novarum. 05/01/1991

[12] Ib.

[13] DA 65. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Aparecida, 13 1l 31 de Mayo de 2007.

[14] (JP II, 16 nov. 1980)

[15] NMA,34. Navega mar Adentro . Documento de los obispos al término la 85ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, San Miguel, 31/5/2003)

[16] DA 22. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Aparecida, 13 al 31 de Mayo de 2007.

[17] DP29. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Puebla, 1979.

[18]   DI III 4. SS. Juan Pablo II, Discurso Inaugural en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México. 28/01/1979

[19] DP29 Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Puebla, 1979

[20] GS 29.  Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Sobre La Iglesia en el mundo actual. 07/12/1965.

[21] DCE 28. SS BENEDICTO XVI, Deus caritas est, Carta encíclica sobre el amor cristiano . 25/12/2005.

[22] QA57. SS. PÍO XI, Quadragesimo anno, Carta encíclica  sobre la restauración del orden social en perfecta conformidad con la ley evangélica al celebrarse el 40º aniversario de la encíclica “Rerum novarum” de León XIII. 15/03/31

[23] Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14/11/ 2008.

[24] Afrontar con grandeza la situación actual 6b. Los Obispos de la Argentina, San Miguel, 11/11/2000.

[25] CV 36, a y c . SS. Benedicto  XVI, Caritas in Veritate, Carta encíclica sobre el desarrollo humano  integral en la caridad y en la verdad. 29/06/09

[26] PP 24. SS. Pablo VI, Populorum Progressio Carta encíclica  sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. 26/03/1967

[27] Cf CV 40b

[28]  Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 18b. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14 /11/2008.

[29] SS. Benedicto XVI, Combatir la pobreza, construir la paz. Mensaje para la celebración de la  Jornada Mundial de la paz. 01/01/2009.

[30] Ib.

Fuente: http://www.aicaold.com.ar//index2.php?pag=bergoglio090930

 

 

 

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Categorías: La voz del papa

Papa Francisco Cuaresma: cambiar de vida

Cuaresma: cambiar de vida

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

El Señor nunca se cansa de llamarnos a la conversión, a cambiar de vida. Y todos debemos cambiar de vida: todos necesitamos convertirnos, dar un paso adelante en el camino del encuentro con Jesús. La Cuaresma nos ayuda a esto, a cambiar de vida. Es una gracia que pedimos al Señor porque, como hemos rezado en la colecta, la Iglesia no puede sostenerse sin el Señor: es Él quien nos da la gracia.

En la primera Lectura (Is 1,10.16-20) hemos escuchado una llamada a la conversión, pero una llamada con un estilo especial: no amenaza, sino que llama con dulzura, dando confianza. “Venid pues, y discutiremos”, son las palabras del Señor a Sodoma y Gomorra, a quienes ya había indicado el mal que deben evitar y el bien que deben seguir. Y así hace con nosotros. El Señor dice: “Venid y discutamos. Hablemos un poco”. No nos asusta. Es como el padre del hijo adolescente que ha hecho una trastada y debe regañarle. Pero sabe que si va con el palo la cosa no irá bien, así que debe ir con confianza. El Señor nos llama así: “Ven. Tomemos un café juntos. Hablemos, discutamos. No tengas miedo, no quiero pegarte”. Y, como sabe que el hijo piensa: “Pero es que he hecho tantas cosas…”, enseguida añade: “Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana”.

 

 

Como el padre con el hijo adolescente, Jesús con un gesto de confianza acerca al perdón y cambia el corazón. Así lo hizo con Zaqueo: “Eh tú, Zaqueo, baja. Baja, ven conmigo, vamos a comer juntos”. Y Zaqueo llamó a todos sus amigos —¡que no eran precisamente de Acción católica!— y escucharon al Señor. Y lo mismo con Mateo, diciéndole: “Tengo que ir a tu casa”. Es decir, que el Señor siempre busca el modo; en cambio, otras veces advierte: “alejaos malditos, porque no hicisteis esto o lo otro…”», que es una advertencia fuerte. Pues en nuestra vida el Señor adopta esa actitud de padre con el hijo adolescente, procurando hacerle ver con persuasión que debe dar un paso adelante en el camino de la conversión.

Demos gracias al Señor por su bondad. Él no quiere pegarnos ni condenarnos; al contrario, dio su vida por nosotros, y esa es su bondad. Y siempre busca el modo de llegar al corazón. Y cuando los sacerdotes, en el puesto del Señor, debemos oír confesiones, también debemos tener esa actitud de bondad, como dice el Señor: “Venid, discutamos, no hay problema, el perdón está”, pero no la amenaza desde el principio. Hace unos días me emocioné cuando un cardenal que confiesa por las tardes aquí en Roma —dos horas de confesionario, cada día— me contó cómo es su actitud: “Cuando veo a una persona que le cuesta decir algo, y se ve que es algo gordo, y yo comprendo enseguida qué es, le digo: Lo he entendido, está bien, ¿qué más?”. Esa actitud abre el corazón y la otra persona se siente en paz y sigue adelante y continúa el diálogo. Y eso es lo que el Señor hace con nosotros, y nos dice: “Venid, discutamos, hablemos. Toma el recibo del perdón, el perdón ya está. Ahora hablemos un poco para que no lo hagas otra vez”.

A mí me ayuda ver esa actitud del Señor: el padre con el hijo que se cree mayor, que se cree crecido, pero que todavía está a medio camino. Y el Señor sabe que todos estamos a mitad de camino y que muchas veces necesitamos oír esa palabra: “Ven, no te asustes, ven. El perdón está”. Y esto nos anima. Ir al Señor con el corazón abierto: es el padre que nos espera.

 

Fuente: https://www.almudi.org/homilia-santa-marta/homilia/97359/cuaresma-cambiar-de-vida

 

 

Categorías: Homilias, La voz del papa

Papa Francisco: La gracia de la vergüenza

La gracia de la vergüenza

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

“No juzguéis, y no seréis juzgados”. Es la invitación de Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 6,36-38), en un momento como el de la Cuaresma en que la Iglesia invita a renovarse. De hecho, nadie podrá escapar al juicio de Dios, el particular y el universal: todos seremos juzgados. En esa óptica, la Iglesia nos hace reflexionar precisamente sobre la actitud que tenemos con el prójimo y con Dios.

Con el prójimo nos invita a no juzgar, e incluso más, a perdonar. Cada uno puede pensar: «Pero si yo nunca juzgo, no hago de juez”. ¡Cuántas veces el tema de nuestras conversaciones es juzgar a los demás, diciendo: “eso no va”! ¿Pero quién te ha nombrado juez a ti? Juzgar a los demás es algo feo, porque el único juez es el Señor, que conoce esa tendencia del hombre a juzgar.

En las reuniones que tenemos, una comida o cualquier otra cosa, pensemos de unas dos horas: de esas dos horas, ¿cuántos minutos hemos perdido juzgando a los demás? Esto es el ‘no’. ¿Y cuál es el ‘sí’? Sed misericordiosos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Más aún: sed generosos. “Dad, y se os dará”. ¿Qué me darán? “Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. La abundancia de la generosidad del Señor, cuando estemos llenos de la abundancia de nuestra misericordia al no juzgar. Así pues, sed misericordiosos con los demás, porque del mismo modo el Señor será misericordioso con nosotros.

La segunda parte del mensaje de la Iglesia, hoy, es la invitación a tener una actitud de humildad con Dios, que consiste en reconocerse pecadores. Y sabemos que la justicia de Dios es misericordia. Pero hay que decirlo, como nos recuerda la primera lectura (cfr. Dan 9,4b-10): “A Ti conviene la justicia; a nosotros la vergüenza”. Y cuando se encuentran la justicia de Dios con nuestra vergüenza, ahí está el perdón. ¿Yo creo que he pecado contra el Señor? ¿Yo creo que el Señor es justo? ¿Yo creo que es misericordioso? ¿Yo me avergüenzo delante de Dios, de ser pecador? Así de sencillo: a Ti la justicia, a mí la vergüenza. Y pedir la gracia de la vergüenza. En mi lengua materna, a la gente que hace el mal, se le llama “sinvergüenza”, y nos conviene pedir la gracia de que nunca nos falte la vergüenza delante de Dios. Es una gran gracia, la vergüenza.

Así pues, recordemos: la actitud con el prójimo, recordar que con la medida con que yo juzgue, seré juzgado: ¡no debo juzgar! Y si digo algo sobre otro, que sea generosamente, con mucha misericordia. Y la actitud ante Dios, ese diálogo esencial: “A Ti la justicia, a mí la vergüenza”.

Fuente: https://www.almudi.org/homilia-santa-marta/homilia/97358/la-gracia-de-la-vergueenza

Categorías: La voz del papa

Francisco reclama «un laicado en salida» para «salir al encuentro e invitar a los excluidos»

La Evangelii Gaudium y la Amoris Laetitia, ejes del nuevo dicasterio de Laicos y Familia

Francisco reclama «un laicado en salida» para «salir al encuentro e invitar a los excluidos»

«Queda mucho por hacer, ampliando horizontes y recogiendo desafíos que la realidad nos presenta»

Redacción, 17 de junio de 2016 a las 15:38
Levanten la mirada, miren ‘fuera’, a los muchos ‘lejanos’ de nuestro mundo, a las tantas familias en dificultad y necesitadas de misericordia, a los tantos campos de apostolado aún por explorar
Se espera que en esta reunión se terminen de delinear dos nuevos dicasterios: uno sobre caridad, justicia y paz y otro sobre laicos, familia y vida/>

Se espera que en esta reunión se terminen de delinear dos nuevos dicasterios: uno sobre caridad, justicia y paz y otro sobre laicos, familia y vida

(RV).- Laicos, familia y vida. «Iglesia en salida – laicado en salida», mirando con renovada esperanza al futuro y dando gracias al Señor por el servicio y apostolado desarrollado en casi medio siglo, cumpliendo el mandato del Concilio Vaticano II. Son algunas de las exhortaciones del Papa Francisco, al recibir a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos.

Con su cordial bienvenida, el Papa recordó que, como ya anunció, este Consejo «asumirá una nueva fisonomía. Se trata de la conclusión de una etapa importante y de la apertura de una nueva, para el Dicasterio de la Curia Romana, que ha acompañado la vida, la maduración y las transformaciones del laicado católico, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy».

Destacando el importante servicio desarrollado por el Dicasterio – que el beato Pablo VI no dudó en calificar como «uno de los mejores frutos del Concilio Vaticano II» – el Papa Bergoglio se refirió, entre otros importantes logros, al acompañamiento de tantos movimientos y comunidades nuevas con gran impulso misionero, al papel de la mujer en la Iglesia, a las Jornadas Mundiales de la Juventud, que creó san Juan Pablo II. Y, agradeciendo al Señor por los abundantes frutos recibidos, exhortó a acoger con esperanza la reforma de la Curia Romana:

«A la luz del camino recorrido, es hora de mirar nuevamente con esperanza al futuro. Queda aún mucho por hacer, ampliando los horizontes y recogiendo los nuevos desafíos que la realidad nos presenta. De aquí nace el proyecto de reforma de la Curia, en particular la unión de vuestro Dicasterio con el Pontificio Consejo para la Familia, en conexión con la Academia para la Vida. Los invito, por lo tanto a acoger esta reforma, que los verá implicados, como signo de valorización y de estima por el trabajo que desarrollan y como signo de renovada confianza en la vocación y misión de los laicos en la Iglesia de hoy. El nuevo Dicasterio que nacerá tendrá como ‘timón’, para proseguir su navegación, por un lado la Christifideles laici y, por otro, la Evangelii gaudium y la Amoris laetitia, teniendo como campos privilegiados de trabajo la familia y la defensa de la vida».

«En este particular momento histórico y en el contexto del Jubileo de la Misericordia, la Iglesia está llamada a tomar cada vez más conciencia de la necesidad de ser «la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 47). De ser Iglesia en permanente salida, ‘comunidad evangelizadora’, que sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (ibid 24)», reiteró el Papa Francisco, con una propuesta:

«Quisiera proponerles, como horizonte de referencia para su futuro inmediato, un binomio que se podría formular así: ‘Iglesia en salida – laicado en salida’. Así pues, también ustedes levanten la mirada, miren ‘fuera’, a los muchos ‘lejanos’ de nuestro mundo, a las tantas familias en dificultad y necesitadas de misericordia, a los tantos campos de apostolado aún por explorar, a los numerosos laicos con corazón bueno y generosos, que con gusto pondrían al servicio del Evangelio, sus energías, su tiempo, sus capacidades, si se les implicara, valorizara y acompañara con afecto y dedición, de parte de los pastores y de las instituciones eclesiásticas. Tenemos necesidad de laicos bien formados, animados por una fe escueta y límpida, cuya vida ha sido tocada por el encuentro personal y misericordioso con el amor de Cristo Jesús».

«Es el momento en que los jóvenes tienen necesidad de los sueños de los ancianos: en esta cultura del descarte, no nos acostumbremos a descartar a los ancianos. Animémoslos para que sueñen, para que como dice el profeta Joel, tengan sueños, aquella capacidad de soñar que nos dé la fuerza de nuevas visiones apostólicas», pidió el Obispo de Roma.

Y, renovando su agradecimiento, el Papa Francisco los alentó a abrirse «con docilidad y humildad a las novedades de Dios», «como hizo María, nuestra madre y maestra en la fe».

Fuente: http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2016/06/17/francisco-reclama-un-laicado-en-salida-para-salir-al-encuentro-e-invitar-a-los-excluidos-religion-iglesia-vaticano-laicado-familia.shtml

 

Categorías: Laicos

Es necesario que nosotros, los pastores, no tengamos miedo a los laicos

Monseñor Severino Clasen

Es necesario que los documentos de la Iglesia lleguen a las bases, pues cuando existe en los laicos ese conocimiento, “su misión empieza a cambiar…. empezamos a tener una Iglesia en salida, una Iglesia que vuelve a poner los pies en la tierra

(Luis Miguel Modino).- Uno de los grandes desafíos de la Iglesia católica en este siglo XXI es acabar de una vez por todas con el pecado del clericalismo. Ese es uno de los aspectos siempre presentes en el Papa Francisco, trayendo de vuelta lo que el Concilio Vaticano II había apuntado más de cincuenta años atrás y que poco a poco fue quedando en el tintero, una Iglesia Pueblo de Dios.

Este año, se está celebrando en Brasil el Año Nacional del Laicado, con el tema “Cristianos laicos y laicas, sujeto en la “Iglesia en salida”, al servicio del Reino”, y el lema “Sal de la Tierra y Luz del Mundo”. Los laicos muchas veces son olvidados o poco valorados dentro de la Iglesia, lo que no deja de ser un tirar piedras contra el propio tejado, pues eso hace perder cada vez más fuerza a la propia Iglesia.

En esta entrevista, Monseñor Severino Clasen, obispo de Caçador y Presidente de la Comisión Episcopal para el Laicado de la CNBB, Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, por sus siglas en portugués, nos ayuda a reflexionar sobre lo que puede significar este Año del Laicado, destacando que “los laicos y laicas están muy interesados en dar vida, ese nuevo vigor a la Iglesia”, que tienen que ser protagonistas, como recogen los últimos documentos del episcopado brasileño.

Para Monseñor Clasen es necesario hacerse presente en las periferias, una presencia donde pueden jugar un papel decisivo los laicos, pero para eso es necesario que “los laicos en las periferias también tengan derecho a tomar decisiones”, que a través de ministerios “ellos puedan de hecho tener autoridad y autonomía para hablar del Evangelio en nombre de nuestra Iglesia”. De hecho, el papel de esos ministerios puede llegar inclusive a la presidencia de la Eucaristía, “la Iglesia tiene que tener también valentía y ultra pasar algunas estructuras y culturas históricas”, según el obispo de Caçador. Es necesario que se dé un diálogo entre los obispos para buscar nuevos caminos que hagan posible que “ningún cristiano se quede sin Eucaristía”.

Junto con eso, los laicos tienen que “pedir que los pastores sean servidores, y no aquellos que están esperando el servicio de los laicos”. La Iglesia debe reflexionar sobre la formación de los futuros sacerdotes, quienes deben sentir el deseo de hacerse presentes entre la gente, de conocer y compartir su vida, pues “cuando los pastores insisten en estar lejos del rebaño el peligro aparece”.

 

 

Es necesario que los laicos se formen, “que los documentos de la Iglesia lleguen a las bases”, pues cuando existe en los laicos ese conocimiento, “su misión empieza a cambiar…. empezamos a tener una Iglesia en salida, una Iglesia que vuelve a poner los pies en la tierra”.

Como Presidente de la Comisión Episcopal para el Laicado de la CNBB, Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, ¿qué es lo que usted piensa que puede significar el Año del Laicado para la Iglesia de Brasil?

En este mundo en que vivimos y ante la falta de una espiritualidad más encarnada del seguimiento de Jesucristo, percibimos que este es un año para despertar la conciencia y la madurez de los cristianos, aquellos que de hecho asumen la gracia del bautismo.

En el fondo se trata de revitalizar las decisiones del Concilio Vaticano II, los documentos post-concilio, y sobre todo dar fuerza y énfasis a las decisiones del Papa Francisco. Percibimos que los laicos y laicas están muy interesados en dar vida, ese nuevo vigor a la Iglesia, siendo fermento en esa masa de la sociedad.

¿Podríamos decir que el futuro de la Iglesia no es posible sin una mayor participación y responsabilidad de los laicos y laicas en la vida pastoral del día a día?

El Documento 105 que la CNBB publicó en 2016, y ahora el Año del Laicado, quieren exactamente afirmar que los cristianos laicos y laicas deben ser sujetos eclesiales, deben ser sujetos de la sociedad, y al mismo tiempo protagonistas. No veo otro camino, a no ser que los cristianos laicos y laicas muestren su madurez en la fe y también en su fuerza y conciencia de ciudadanos. Es allí donde vamos a transformar y hacer realidad un mundo nuevo, por la conciencia y madurez de los cristianos laicos y laicas.

El Papa Francisco nos habla mucho sobre la necesidad de la presencia en las periferias. ¿Esa presencia en las periferias resultaría más fácil en la medida en que los cristianos laicos y laicas puedan asumir esa misión como algo propio?

Necesitamos salir de los centros y usar la estrategia de Jesucristo. Jesús no comenzó en Jerusalén, Él comenzó en las periferias y es allí donde El anunció, y de las periferias Él fue para el centro. Nosotros estamos mucho en el centro, tenemos miedo a las periferias, y por eso la Iglesia católica está dejando de ser referencia en muchas ciudades, muchas periferias. Es necesario ser más presencia efectiva, dar más poder, más fuerza, más valentía y también conciencia, que los laicos en las periferias también tengan derecho a tomar decisiones, pero siempre en comunión con la jerarquía, con los pastores.

De hecho, esa presencia en las periferias de las Iglesias evangélicas, donde el protagonismo de los laicos parece estar más presente en la vida de la gente, con más visitas y una mayor dimensión misionera, es mayor. En ese sentido, ¿cómo católicos no deberíamos fijarnos en ese modo de ser presencia en la vida cotidiana de la gente?

He insistido mucho en los grupos, inclusive en la comisión del laicado, que se formen los ministerios de los cristianos laicos para que ellos puedan de hecho tener autoridad y autonomía para hablar del Evangelio en nombre de nuestra Iglesia y pedir que los pastores sean servidores, y no aquellos que están esperando el servicio de los laicos, que los laicos levanten la bandera de la fe y de la esperanza y actúen.

Por eso, la Iglesia tiene que dar más preparación, conciencia, madurez y hacer que la red de evangelización abarque y llegue con más libertad, con más ternura y rapidez a nuestras periferias.

Una de las grandes críticas del Papa Francisco, y que se escuchan a los propios laicos contra el clero, obispos y sacerdotes, es el problema del clericalismo. ¿Cómo superar ese clericalismo, un problema que en los últimos tiempos se ha acentuado demasiado dentro de la Iglesia católica?

Haciendo que los documentos de la Iglesia lleguen a las bases. Cuando los laicos conocen los derechos y también los deberes, ellos tienen la valentía de hablar. Nosotros muchas veces escondemos nuestros propios documentos, y cuando los laicos tienen conciencia y conocimiento de los documentos que hay detrás, su misión empieza a cambiar. He insistido y también descubierto en muchos lugares, que donde los laicos estudian, ellos tienen la conciencia, la madurez, el saber, ellos tienen argumentos para hablar, y cuando tienen argumentos empezamos a tener una Iglesia en salida, una Iglesia que vuelve a poner los pies en la tierra.

Todos los documentos, y sobre todo las exhortaciones, las cartas, los mensajes del Papa Francisco nos están dando una avalancha de posibilidades y también de necesidades, de llegar a las periferias con la fuerza del Evangelio, que la Iglesia, con los documentos que produce, sea ese ancla que da firmeza y hace aparecer lo nuevo. Ahí sí, podemos percibir que allí se está siendo sal, está teniendo sabor, está brillando el Evangelio, porque se tiene el conocimiento y también la iluminación interior del Espíritu Santo.

No sólo los documentos del Papa como también los documentos de la CNBB. Se vemos rápidamente, el documento sobre la Parroquia comunidad de comunidades y el documento sobre el laicado, insisten mucho en esa dimensión del trabajo pastoral y protagonismo de los laicos. ¿Podríamos decir que algunos sacerdotes tienen miedo de formar a los laicos? A veces se escuchan comentarios que dicen que cuando el laico se forma se vuelve contra el sacerdote, ¿por qué se dan esos comentarios, cuando en realidad la formación del laicado sería potenciar la misión evangelizadora de la Iglesia?

Yo hablaría de la misma preocupación del Papa Francisco en su viaje a Chile y Perú, cuando habla sobre la situación de la sociedad y del mundo, y se pregunta también ¿qué tipo de sacerdote estamos formando? Por eso, es necesario ver bien el tipo de seminaristas. Suelo decir a mis seminaristas, ¿vosotros os parecéis con nuestra diócesis? ¿Vosotros conocéis los principios, las directrices, las pastorales de la diócesis de Caçador, en este caso mi diócesis?

Es en esa dirección que tenemos que actuar, comenzar a preparar agentes. Hacer que los documentos, y acreciento aquí, los tres últimos documentos de la CNBB, el número 100, comunidad de comunidades, que quiere mostrar el espacio, el suelo, el 105, los laicos como sujetos protagonistas, y el 107, la preparación, la iniciación a la vida cristiana. Significa que esos tres documentos, los tres últimos de la CNBB, vienen como un guante dentro de ese pedido que el Papa hace y también dentro de la necesidad que la Iglesia tiene hoy de ser más fermento en la masa.

En ese viaje a Chile, el Papa Francisco fue claro en el encuentro con seminaristas, religiosos y sacerdotes, diciendo que la Iglesia no necesita superhombres, que necesita pastores. Esa dimensión pastoral, esa asimilación con el Buen Pastor que cuida de las ovejas, ¿se ha perdido un poco dentro de la Iglesia católica?

Cuando los pastores insisten en estar lejos del rebaño el peligro aparece. En el 14º Intereclesial de las Comunidades Eclesiales de Base, fui invitado a hospedarme en el seminario, pero también las familias querían, y escogí quedarme en una familia, porque las familias, ellas quieren el contacto con el pastor. Hubo muchas lágrimas de emoción escuchando a otros colegas hermanos en el episcopado, relatando la emoción de las familias al acoger padres y obispos.

Algunos decían, un obispo nunca estuvo en mi casa, y ahora viene para vivir una semana con nosotros, y sentir el calor, el afecto. Si conseguimos dejar de lado ese poder, la distancia del pastor y aproximarnos, resolvemos muchas cosas, porque ahí sí que tenemos el olor de las ovejas que nos dice el Papa Francisco.

Ahí tenemos también la valentía de hablar, de denunciar, y si fuese necesario llegar al martirio. Es así que el Evangelio funciona, fue así que nació. Fue así que los primeros cristianos actuaron. Es esa convicción, esa proximidad, esa espiritualidad, ese asumir la cruz y la carne que aparece en el documento 105, espiritualidad de la proximidad, espiritualidad del seguimiento, del seguimiento de Jesucristo, ahí encontramos la cruz y la carne, cruz es sufrimiento y enfrentamiento, carne es relación, amistad, proximidad.

Para usted, ¿qué supuso esa convivencia durante una semana con una familia que no conocía. Qué es lo que usted aprendió con esa experiencia?

Aquello que es la realidad del día a día de los cristianos laicos y laicas y que debe ser también nuestra realidad de pastores. No podemos crear categorías diferentes de vidas, nosotros como pastores, tenemos que estar al servicio, próximos. Esa convivencia, esa simplicidad, para mí fortaleció mis principios y convicción como obispo, para continuar teniendo esa proximidad, y dentro del Consejo Nacional del Laicado convencer también a toda la Iglesia en esa dimensión de la proximidad con el laicado, que nosotros pastores no tengamos miedo a los laicos y laicas.

Ellos quieren, ellos imploran, ellos necesitan la proximidad de sus pastores. Y en esa proximidad nos entendemos y comenzamos a disminuir las tensiones, empieza a crecer el seguimiento y la adhesión a la Iglesia católica.

Si hay una región donde la presencia activa y comprometida del laicado es importante, esa es la Amazonia. Está programado para 2019, y ya han comenzado las reuniones preparatorias, el Sínodo de la Amazonia. El objetivo principal, según el Papa Francisco, es buscar nuevos caminos para la evangelización de la Amazonia, especialmente de los pueblos indígenas. Una de las situaciones que provoca interrogantes en la Amazonia es el tema de la Eucaristía, que en muchas comunidades es celebrada sólo una o dos veces por año. Ante esa situación, surgen voces en la Amazonia, de misioneros, sacerdotes, obispos, para buscar como hacer realidad esa celebración de la Eucaristía en la Amazonia. ¿Podría ser una posibilidad la creación de un ministerio de la presidencia eucarística donde esa presencia sacerdotal es muy pequeña?

El sacramento de la Eucaristía es uno de los sacramentos de lo cotidiano, es el alimento diario, y cuando falta ese alimento tenemos peligros, porque nos falta aquello que es hacer eso en memoria mí. Por tanto, no podemos imaginar un cristiano sin eucaristía. Ahora bien, el cristiano tiene que tener derecho a tener la Eucaristía con más frecuencia, y por eso la Iglesia tiene que tener también valentía y ultra pasar algunas estructuras y culturas históricas, y no quedarse apenas en el siempre fue así, sino ver más la necesidad, la realidad.

Es necesario dar pasos, pero tenemos que descubrir que el Espíritu Santo tiene el camino. Tenemos que pedir al Espíritu Santo y dejar que Él nos hable al corazón, y cuando el Espíritu Santo habla al corazón de la Iglesia, la Iglesia tiene valentía para hacer cambios. A partir de ahí podremos ver sacerdotes diferentes de la manera a la que conocemos hoy. Ahora, ¿cuál? Vamos a dejar al Espíritu Santo actuar. No vamos a quedarnos presos y dejar al Espíritu Santo en remojo para ver que es lo que podemos hacer. Pero es necesario que la Iglesia sea más orante, valiente, profética y sea osada.

El Papa Francisco, ante esa realidad, espera de las conferencias episcopales propuestas valientes. ¿Están apareciendo esas propuestas, existe esa valentía, como usted dice, para dejar de hacer lo que siempre fue hecho?

Aquí está la fuerza del diálogo que tenemos que tener entre el episcopado. Existen iniciativas, el diálogo comenzó, las provocaciones ya existen, el pedido de una osadía existe. Ahora necesitamos, quien sabe si en la próxima asamblea, dar un paso a más. Así vamos rompiendo ese bloqueo, esa piedra empieza a ser disuelta y vamos a poder atender, porque no es sólo Amazonas.

Amazonas es la gran bandera, y estoy de plenamente de acuerdo con ese Sínodo, y esa es también mi esperanza. Es desde dentro del conflicto desde donde tenemos que saber abrir puertas, es dentro del conflicto, de la miseria y de la pobreza que somos obligados a cambiar la estructura, porque es desde la carencia que vamos a llegar a la suficiencia. Por eso es necesario tener ese principio, y yo creo que vamos a dar un paso y continuo pidiendo a Dios que ninguna familia, ningún cristiano se quede sin Eucaristía.

Fuente: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2018/02/25/monsenor-severino-clasen-es-necesaria-la-proximidad-con-el-laicado-que-nosotros-pastores-no-tengamos-miedo-a-los-laicos-religion-iglesia-dios-jesus.shtml

 

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Los laicos y la predicación. La misión de ser profeta

laico predicacion

 

Los laicos y la predicación. La misión de ser profeta[1]

Jubileo Dominicano 2006-2016

El Laicado Dominicano y la Predicación

 

Estaba meditando acerca de lo que nos dice el lema de este año dentro del novenario rumbo a los 800 años de la Confirmación de la Orden: un versículo de la Sagrada Escritura, con sentido escatológico pues el capítulo se titula “el día del Señor y el juicio de las naciones”.

Inicia este Capítulo con lo que el lema nos invita a vivir, pero el centro del mensaje de la Palabra de Dios que se nos cita está encerrado en la frase “Los Laicos y la Predicación”, esto es el ser profeta.

El ser profeta que inicia con el Bautismo en donde Dios derrama su Espíritu, que nos conduce a ser Imagen de Él en Cristo. El profetismo conlleva en sí el anuncio y la denuncia.

Este mismo profetismo contiene los elementos constitutivos de la vida dominicana, la vida fraterna, la oración, el estudio y la misión apostólica, todos ellos orientados a la predicación, sin ellos, nuestro profetismo estaría incompleto.

Yo debo anunciar de lo que soy testigo, testigo de la Buena Nueva, testigo de la esperanza en un mundo que parece carecer de ella, testigo del amor en un mundo que parece carente de humanidad, de justicia y de paz.

Recordemos que la participación en el oficio profético de Cristo, «que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra», habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía.

Unidos a Cristo, el «gran Profeta» (Lc 7, 16), y constituidos en el Espíritu «testigos» de Cristo Resucitado, los  fieles  laicos  son  hechos  partícipes  tanto  del  sobrenatural  sentido  de  fe  de  la  Iglesia,  que  «no  puede equivocarse cuando cree», cuanto de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10). Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida secular». (CFL)

Las dominicas y los dominicos participan de esta misión profética de Cristo, predicando en los diferentes espacios que existen en el mundo, tanto en medio de los bautizados como de los que no conocen a Dios. Conscientes de la realidad de su entorno socio-cultural-económico, asumen su compromiso de llevar la Buena Nueva de Jesucristo, contribuyendo en la construcción del Reino de Dios y promoviendo en el mundo las prioridades  evangelizadoras  de  nuestra  Orden,  a  saber:  la  catequesis  en  un  mundo  descristianizado,  la evangelización en el contexto pluricultural, el empleo de los medios de comunicación social y electrónica para la evangelización y, de manera muy especial, la promoción de la Justicia y de la Paz. (D.L.O.P. 3)

 

Misión de sacerdote, profeta y rey en la Iglesia que inicia con el bautismo

La participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey tiene su raíz primera  en  la  unción  del  Bautismo,  su  desarrollo  en  la  Confirmación,  y  su  cumplimiento  y  dinámica sustentación  en  la  Eucaristía.  Se  trata  de  una  participación  donada  a  cada  uno  de  los  fieles  laicos individualmente; pero les es dada en cuanto que forman parte del único Cuerpo del Señor. En efecto, Jesús enriquece con sus dones a la misma Iglesia en cuanto que es su Cuerpo y su Esposa.

De este modo, cada fiel participa en el triple oficio de Cristo porque es miembro de la Iglesia; tal como enseña claramente el apóstol Pedro, el cual define a los bautizados como «el linaje elegido, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo que Dios se ha adquirido» (1 P 2, 9). Precisamente porque deriva de la comunión eclesial,  la  participación  de  los  fieles  laicos  en  el  triple  oficio  de  Cristo  exige  ser  vivida  y  actuada  en  la comunión y para acrecentar esta comunión. Escribía San Agustín:

«Así como llamamos a todos cristianos en virtud del místico crisma, así también llamamos a todos sacerdotes porque son miembros del único sacerdote».

Los  fieles  laicos,  precisamente  por  ser  miembros  de  la  Iglesia,  tienen  la  vocación  y  misión  de  ser anunciadores  del  Evangelio:  son  habilitados  y  comprometidos  en  esta  tarea  por  los  sacramentos  de  la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.

En la vida de la Iglesia, específicamente en la Vida de nuestra Orden, los fieles laicos, anunciadores del Evangelio, profetas llenos del Espíritu Santo, nos han dejado ejemplo de fidelidad a esta vocación como lo fueron Santa Catalina de Siena, Santa Rosa de Lima, el Beato Pier Giorgio Frasati y muchos más que a lo largo del tiempo han dado respuesta al llamado de vivir el Bautismo que nos hace con Cristo y en Él, sacerdotes, profetas y reyes.

[1] 1.- Fernando Vargas, laico dominico de la Fraternidad Laical de la Provincia de México. Enero 2014.

 

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La paciencia cristiana Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La paciencia cristiana

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

“Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia”. Así escribe Santiago Apóstol en la primera lectura de hoy (Sant 1,1-11).

¿Y qué significa ser pacientes en la vida y ante las pruebas? No es tan fácil de entender. No es lo mismo la paciencia cristiana que la resignación o la actitud de derrota, pues la paciencia en la virtud de quien está en camino, no del que está quieto o encerrado. Y cuando se está en camino suceden muchas cosas que no siempre son buenas. A mí me dice mucho de la paciencia como virtud en camino, la actitud de los padres cuando tienen un hijo enfermo o discapacitado, porque nace así. “¡Gracias a Dios que está vivo!”: ¡esos sí que son pacientes! Y llevan toda la vida a ese hijo con amor, hasta el final. ¡Y no es fácil llevar durante años y años a un hijo discapacitado, a un hijo enfermo! Pero la alegría de tener ese hijo les da la fuerza para seguir adelante. Y eso es paciencia, no resignación: o sea, es la virtud que viene cuando uno está en camino.

¿Además, qué puede enseñarnos la etimología de la palabra paciencia? Su significado lleva consigo el sentido de responsabilidad, porque el paciente no deja el sufrimiento: lo lleva a cuestas, y lo hace con gozo, con alegría, “para que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, y que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia”, dice el apóstol. La paciencia significa “llevar a cuestas” y no dejar a otro que cargue con el problema, o lleve la dificultad: la llevo yo, porque es mi dificultad, es mi problema. ¿Me hace sufrir? ¡Pues claro! Pero lo llevo. Cargar a cuestas. Y también la paciencia es la sabiduría de saber dialogar con la limitación. Hay tantas limitaciones en la vida, pero el impaciente no las quiere, las ignora porque no sabe dialogar con las limitaciones. Hay cierta fantasía de omnipotencia o de pereza… ¡Pero no sabe!

Y la paciencia de la que habla Santiago no es solo un consejo para los cristianos. Si miramos la historia de la Salvación, podemos ver la paciencia de Dios, nuestro Padre, que guio y sacó adelante a su pueblo testarudo cada vez que hacía un ídolo e iba de una parte a otra. Y paciencia es también la que el Padre tiene con cada uno de nosotros, acompañándonos y esperando nuestros tiempos. Dios que también envió a su Hijo para que entrase en paciencia, tomase su misión y se ofreciese con decisión a la Pasión. Y aquí pienso en nuestros hermanos perseguidos en el Oriente Medio, expulsados por ser cristianos… Y ellos están orgullosos de ser cristianos: han entrado en paciencia, como el Señor entró en paciencia.

Con estas ideas, tal vez, podemos hay rezar, rezar por nuestro pueblo: “Señor, da a tu pueblo paciencia para cargar con sus pruebas”. Y también rezar por nosotros. Tantas veces somos impacientes: cuando algo no va, gritamos… “Pero, párate un poco, piensa en la paciencia de Dios Padre, entra en paciencia como Jesús”. Es una bonita virtud la paciencia, pidámosla al Señor.

 

Fuente: https://www.almudi.org/homilia-santa-marta/homilia/97356/la-paciencia-cristiana

 

 

 

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Papa Francisco Homilía Adorar en silencio

Adorar en silencio

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

La Primera Lectura de hoy (1Re 8,1-7.9-13) narra que el rey Salomón convoca al pueblo para subir al Templo, y llevar el Arca de la Alianza del Señor al Sancta Sanctórum. Un camino empinado, en cuesta que, al contrario que el llano, no siempre es fácil. Un camino en subida para llevar la Alianza, durante el cual el pueblo cargaba a cuestas con su propia historia: la memoria de la elección. Sólo contenía dos tablas de piedra, las tablas de la Ley, desnudas, tal como Dios las había entregado a Moisés, y no como el pueblo la aprendió de los escribas, que la habían barroquizado, hecho barroca con tantas prescripciones. La Alianza desnuda: “yo te amo, tú me amas”. El primer mandamiento, amar a Dios, y el segundo, amar al prójimo. En el Arca no había nada más que esas dos tablas de piedra.

Así pues, introdujeron el arca en el santuario y, en cuanto los sacerdotes salieron, una nube, la gloria del Señor, llenó el Templo. Entonces el pueblo entró en adoración: pasó de los sacrificios que hacía durante el camino empinado al silencio, a la humillación de la adoración. Muchas veces pienso que no enseñamos a nuestro pueblo a adorar. Sí, les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero ¿a adorar? La oración de adoración, esa que nos anonada sin destruirnos: el anonadamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza. Y aprovecho hoy, aquí con tantos párrocos recién nombrados, para decir: ¡enseñad al pueblo a adorar en silencio, a adorar!

Aprendamos desde ahora lo que haremos en el Cielo: la oración de adoración. Pero, solo podemos llegar allí con la memoria de haber sido elegidos, llevando dentro del corazón una promesa que nos empuja a caminar, y con la alianza en la mano y en el corazón. Pero siempre en camino: camino difícil, camino en cuesta, pero en camino hacia la adoración.

Ante la gloria de Dios, las palabras desaparecen, no se sabe qué decir. Como veremos en la Liturgia de mañana (cfr. 1Re 8,30), Salomón solo consigue decir dos palabras: “escucha y perdona”. Así que os invito a adorar en silencio, con toda la historia a cuestas, y pedir: “Escucha y perdona”. Nos vendrá bien, hoy, sacar un poco de tiempo de oración, con la memoria de nuestro camino, la memoria de las gracias recibidas, la memoria de la elección, de la promesa, de la alianza, y procurar ir arriba, hacia la adoración, y en medio de la adoración, con mucha humildad decir solo esta pequeña jaculatoria: “Escucha y perdona”.

Fuente: https://www.almudi.org/homilia-santa-marta/homilia/97354/adorar-en-silencio

 

 

Categorías: Homilias

Los ministerios laicales

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Los ministerios laicales

Los ministerios laicales

Es un ministro quien sirve en la misión y carisma que el Señor a través de la Iglesia le ha confiado

 

Por: Arturo Reyes | Fuente: Catholic.net

http://es.catholic.net/op/articulos/18452/los-ministerios-laicales.html

 

«Las acciones litúrgicas… pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y activa participación.» (sc 26)

«En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas.» (SC 28) «Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la schola cantorum, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico.

Ejerzan, por lo tanto, su oficio con sincera piedad y con el orden que a tan gran ministerio conviene y que con razón les exige el pueblo de Dios.

Con ese fin, es preciso que cada uno de a su manera esté profundamente penetrado del espíritu de la Liturgia, y que sea instruido para cumplir su función debida y ordenadamente.» (SC 29)

Generalidades

Una de las novedades más significativas de la última reforma litúrgica ha sido que también los laicos participan ahora en los varios ministerios, proclamándolas lecturas, animando la oración o el canto, incluso distribuyendo la Eucaristía.

Veamos algo del significado del término “ministerio” y su resonancia en la Iglesia para una mayor comprensión de nuestro tema:

La acepción “ministerios” puede entenderse de varias maneras como lo relacionado con el cargo público de ministro en la esfera de lo político o como la que responde a su etimología: la palabra ministerio proviene del latín «ministerium» que significa “servicio”, y «minister» que significa “servidor” (en esta acepción etimológica se envuelve el significado religioso del término).

Podemos decir, basándonos en la segunda acepción (etimológica) que, ministerio en la Iglesia significa servicio, y es un ministro quien sirve en la misión y carisma que el Señor a través de la Iglesia le ha confiado. En la Iglesia “somos reyes sirviendo” y por eso ante los ojos del mundo los hombres de Iglesia somos un poco especiales (cf. 1 Pe 2,9; Jn 13,14-15; Flp, 2,5-7).

Y es así que debemos “servir de verdad” en do, desde lo más insignificante ante lo más magnificente.

Servir no es tan malo ni rebaja; depende. Si se hace como esclavo, sí; tanto el que sirve como el que impone el servicio. Si se sirve por amor, con libertad y dignidad, no rebaja, mas bien dignifica: esto hace crecer al que sirve con solidaridad y por caridad como el que es servido por necesidad (reciprocidad y fraternidad que hacen madurar).

Recordemos: el que por antonomasia aparece como «ministro» es Cristo Jesús, que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos” (Mt 20,28) («non venit ministrari sed ministrare»: en griego «diakonesthai, diakonesai»).

Diversas clases de ministerios en la comunidad

En la comunidad cristiana hay ministerios ordenados (diaconado, presbiterado, episcopado), por los que una persona es configurada por medio de un sacramento especial a Cristo como Pastor y Maestro.

Hay otros ministerios instituidos: es la terminología que ha quedado en la Iglesia desde que Pablo VI, en 1972 suprimiera las “ordenes menores” y dejara dos ministerios instituidos: lector y acólito (“Ministeria Quaedam”) con la posibilidad que las Conferencias Episcopales instituyeran otros ministerios como, por ejemplo, el de catequistas, sacristanes, distribuidores de la comunión, salmistas, etc.

Hay ministerios no instituidos, pero que de alguna manera tienen carácter oficial y más o menos permanente: son los que se pueden llamar reconocidos, como el nombramiento de ministros extraordinarios de la comunión. Pero los más numerosos de los laicos que ejercen ministerios en la liturgia son los que de hecho ejercen la proclamación de las lecturas, la animación del canto y la oración, el servicio en torno al altar (una especie de sustitución o de prolongación de lo que en principio harían los diáconos o los ministros instituidos como 3 lectores y acólitos).

En el caso de estos ministerios “de hecho” o los “reconocidos” no hay distinción entre hombre o mujer. Mientras que en los ministerios “ordenados” o “instituidos” sólo se pueden encomendar a varones.

Este es uno de los motivos por lo que en algunas diócesis se ha recurrido a otro concepto: el de los laicos con misión pastoral (asumen hombres y mujeres varios ministerios para el bien de la comunidad en coordinación con los ministros ordenados: el cuidado de los enfermos, la preparación a los sacramentos, la pastoral de los marginados, la labor en organismos económicos, celebración litúrgica, etc.).

La mujer y los ministerios

Uno de los aspectos en que la comprensión ha sido más dubitativa y la praxis más insegura ha sido la admisión de las mujeres a los ministerios propios de los laicos.

No sólo los ministerios ordenados, que todavía no se vislumbra que puedan ser abiertos a la mujer: tampoco los “instituidos” como tales, o sea, como ministerios oficiales y establemente conferidos, se dan a la mujer. Aunque en este caso ha habido peticiones formulada por personas muy autorizadas, para que se revise esta norma, ya que “de hecho” estos mismos ministerios los realizan ya las mujeres (lecturas, distribución de la comunión, etc.).

La mujer tiene un papel privilegiado en tantos campos de la vida eclesial: la catequesis, los medios de evangelización, la pastoral de los marginados y enfermos, la asistencia social…

Es lógica que también en la liturgia haya entrado con toda naturalidad, en estos últimos años, a realizar los ministerios de la lectura, la animación del canto y de la oración, la distribución de la comunión, el servicio de la acogida, etc. Así la imagen de la comunidad queda mucho más representativamente retratada en el modo mismo de la celebración.

Esto ha sucedido con los titubeos iniciales que todos recordamos. Cuando en 1969 apareció la primera redacción de la Introducción al Misal Romano, se decía que si las lecturas eran proclamadas por una mujer, ésta no podía subir al presbiterio (por tanto, al ambón) (IGMR 66).

Pero luego en la Instrucción de 1970, ya se dejaba este extremo a la decisión de las Conferencias Episcopales, criterio que luego pasó a la segunda edición típica del Misal. Entre nosotros se entiende claramente la igualdad entre hombres y mujeres respecto a estos ministerios.

Continúan, sin embargo, los titubeos, porque todavía hoy la mujer, que sí puede recibir el encargo de distribuir la comunión a sus hermanos presentes o a los enfermos, no puede actuar de ayudante del altar, llevando, por ejemplo, el agua y el vino en el ofertorio (presentación de los dones) (instrucción “Inaestimabile Donum”, de 1980).

Ha sido una riqueza el que con naturalidad se haya admitido a ala mujer a los muchos ministerios litúrgicos, sin excesiva distinción entre hombre y mujer. Sin que tengamos que caer en el extremo opuesto: que ahora sólo ellas aparezcan realizando estos ministerios.

El por qué de estos ministerios

No es porque haya pocos sacerdotes la apertura a los ministerios laicales (esto sería una motivación realista, pero poco profunda). Ni de dar más entrada a la nueva sensibilidad democrática (sería una acomodación razonable, pero tampoco demasiado consistente. Si lo que se persigue es una mejor pedagogía para que la celebración, siguiendo una leyes propias de dinamismos de grupos, sea más eficaz con la ayuda de sus miembros, también sería legítimo, pero no la razón más convincente.

En el fondo lo que ha hecho que nuestra generación haya comprendido la identidad de los ministerios laicales y les haya dado cauce es la teología nueva que ha surgido del concilio. La eclesiología de la “Lumen Gentium”, basada en la identidad de toda la comunidad como Pueblo sacerdotal asociado a Cristo Sacerdote, es lo que motiva más profundamente la participación de los laicos no sólo en la celebración misma, sino en sus varios ministerios (cf. IGMR 58).

Es la imagen de la Iglesia, su teología, la que ha motivado esta diversidad de los ministerios. Una Iglesia que no está constituida por los clérigos, sino también por los laicos. Ellos son admitidos por el deber y el derecho que tienen por su condición de bautizados sacerdotes, profetas y reyes). (cf. IGMR 58).

Antes se decía que los laicos tenían un ministerio delegado, no propio, así se decía en la Instrucción sobre la Música y la Liturgia de 1958. Ahora el Concilio afirma que los laicos realizan ministerios legítimamente litúrgicos (cf. SC 29).

Estos mismos ministerios no se consideran como un “desglose” del ministerio ordenado, a modo de ayudantes instrumentales, sino como un desarrollo del carácter bautismal, que hace que, aunque no tengan “derecho” a ejercitar los ministerios, sí tengan la “capacidad” radical de que se les encomienden por parte de los responsables.

Rasgos comunes para los buenos ministerios

Existen pistas comunes, evidentes para una buena realización de los ministerios.

¿Cuáles son?:

  1. a) Lo más noble que hacen los laicos en la celebración litúrgica no son los ministerios sino su participación. (cf. IGMR 62)

 

b)Todo ministerio en la comunidad se entiende como servicio y no como privilegio de poder. (cf. IGMR 60)

Estos ministerios deben concebirse desde una visión de pastoral de conjunto:

  • Dentro de las programación de la vida comunitaria, que tiene en cuenta las diversas funciones de sus miembros esta el equipo de animación litúrgica con sus diversos ministerios (para ello coordinación es la palabra clave: un buen ministro sabe trabajar en equipo).
  • Que los laicos que actúan en la celebración aportando sus ministerios, no limiten su trabajo a este campo de la liturgia. Por eso es bueno que tengan otro apostolado (pe: el lector que intervenga en la catequesis, prepare a otros lectores, intervenga en la organización de cursos bíblicos).

 

  1. d) Los ministerios, a ser posible, deberían distribuirse entre varios y no acumularse en una persona.
  2. e) Todo ministro se supone que tiene un conocimiento técnico de su intervención, y por lo tanto requiere una preparación.

Los ministros ganarían eficacia en su servicio a la comunidad si recibieran una formación bíblica y litúrgica.

Todos estos ministerios no son sólo técnicos, sino que piden ser hechos desde una actitud de fe y de sensibilidad litúrgica

El ministerio del animador de las celebraciones

La “animación” de la celebración de la Eucaristía es un ministerio complejo, que puede abarcar varios de los servicios que ayudan a una comunidad a celebrar: el del “monitor” o “comentador”, el de “guía” y conductor que trata de coordinar los demás ministerios, así como el del ritmo de la celebración, al modo como lo hace el “Maestro de Ceremonias” en las celebraciones más solemnes, sobre todo con la presidencia del Obispo; a veces el animador se encarga también de la dirección de la parte de la asamblea.

El monitor o comentador

El misal lo describe así: “entre los ministros que ejerce su oficio fuera del presbiterio está el comentarista (en latín se le llama “commentator”, como también lo hacía el Concilio en SC 29), que es el que hace las explicaciones y da avisos (“admonitiones”: queda pobre la traducción con “avisos”), para introducirlos en la celebración y disponerlos a entenderla mejor” (IGMR 68).

Las moniciones

Hay varias clases de intervenciones: “indicativas” (posturas corporales, el modo de realizar una procesión), otras “explicativas” (ambientar una lectura desde un contexto histórico) y otras “exhortativas” (desde qué actitud espiritual podemos cantar un salmo responsorial).

  • Cualidades de la Buena monición:
  • Que sean breves: no a los tonos pesados, escolásticos y farfallosos por la largueza de la monición.
  • Que sean sencillas, diáfanas: ayudar a captar mejor el contenido del rito o de las lecturas (evitar frases alambicadas, a base de oraciones subordinadas, queriendo decirlo todo).
  • Que sean fieles al texto: que la monición ayude a escuchar la lectura desde la actitud justa (sin manipular su interpretación, dejándola abierta) y realizar el gesto simbólico (por ejemplo, el gesto de la paz) exactamente dentro de su identidad y finalidad.
  • Que sean discretas: discretas en número (hacer las convenientes y no siempre las mismas), evitando la palabrería.
  • Que sean pedagógicas: producir el efecto deseado (despertar el interés por la lectura, suscitar la actitud interna).
  • Que estén bien preparadas: normalmente por escrito y además en coordinación con el presidente (es importante que haya confluencia de direcciones entre el presidente con su homilía, el que hace las moniciones y el que escoge y dirige los cantos).
  • Pistas sencillas sobre el modo de hacerlas:
  • Que las diga la misma persona: para dar unidad al conjunto (el que proclama la lectura no debe ser el que también dice la monición, así distinguiremos la “palabra nuestra” de la “Palabra de Dios”).
  • Las moniciones no se tienen que hacer desde el ambón: el ambón es para la proclamación de la Palabra (cf. IGMR 68 y 272; OLM 33).
  • Es mejor “decirlas” aunque estén escritas (la monición pide una comunicatividad especial).
  • Las moniciones que ofrecen los libros o las hojas pastorales las tiene que considerar el monitor (o el equipo que prepara la celebración) como sugerencias, como material que tendrá mucho de aprovechable, pero no como dogmáticas. A partir de lo que allí se dice, con sentido litúrgico y sintonía con la comunidad, deben llegar al lenguaje más válido de una monición.
  • Monición de entrada:
  • Que motive próximamente la celebración que empieza, conectarla con la vida, con la fiesta o las circunstancias especiales del día.
  • Monición a la “Palabra”:
  • Que no sea una homilía anticipada, o un resumen de lo que ya la lectura misma va a decir (que no adelante el contenido o lo resuma).
  • Que prepare la escucha, motive la actitud de interés y de “obediencia a la fe”.
  • Es útil que presente el contexto histórico de una lectura.
  • Que despierte la atención de la comunidad a partir de las circunstancias que estamos viviendo en la actualidad o que suscite una pregunta reflexiva sobre nuestro modo de comportarnos frente a esta situación, sobre si se aplican estas palabras de increpación o de alabanza.

 

“La monición lo que hace es presentar que la lectura que vamos a escuchar es de interés también para nosotros (abrir el apetito)”

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Categorías: Laicos

Homilía del papa Francisco en Santa Marta Sobre la Muerte

El Papa Francisco celebra la Misa en la Casa Santa Marta. Foto: Vatican Media

Homilía del papa Francisco en Santa Marta Sobre la Muerte

 

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Lunes, 1 de febrero de 2018

La primera lectura nos habla de la muerte: la muerte del rey David (cfr. 1Re 2,1-4.10-12). Los días de David se acercaban a la muerte, porque hasta él, el gran rey, el hombre que precisamente había consolidado el reino, debe morir, porque no es el dueño del tiempo: el tiempo continúa, y él también continúa en otro estilo de tiempo, pero continúa. Está en camino. Además, no somos ni eternos ni efímeros: somos hombres y mujeres en el camino del tiempo, tiempo que empieza y tiempo que acaba. Y esto nos hace pensar que es bueno rezar y pedir la gracia del sentido del tiempo, para no volvernos prisioneros del momento, que siempre está encerrado en sí mismo. Así pues, ante este pasaje del primer libro de los Reyes que relata la muerte de David, quisiera proponer tres ideas: la muerte es un hecho, la muerte es una herencia y la muerte es una memoria.

 

En primer lugar, la muerte es un hecho: podemos pensar muchas cosas, incluso imaginarnos que somos eternos, pero el hecho llega. Antes o después llega, y es un hecho que nos toca a todos. Porque estamos en camino, no somos ni errantes ni encerrados en un laberinto. No, estamos en camino, y hay que hacerlo. Pero existe la tentación del momento, que se adueña de la vida y te lleva a dar vueltas en ese laberinto egoísta del momento sin futuro, siempre ida y vuelta, ida y vuelta. ¡Pero el camino acaba en la muerte: todos lo sabemos! Por esa razón, la Iglesia siempre ha procurado que pensemos en ese final nuestro: la muerte. A este propósito, recuerdo que, cuando estábamos en el seminario, nos obligaban a hacer el ejercicio de la buena muerte(*): asustaba un poco, porque parecía una morgue… Pero el ejercicio de la buena muerte cada uno puede hacerlo dentro de sí: yo no soy el dueño del tiempo; hay un dato: moriré. ¿Cuándo? Dios lo sabe. Pero con toda seguridad moriré. Repetir esto ayuda, porque es un dato puramente real que nos salva de la ilusión del momento, de tomarse la vida como una sucesión de momentos que no tiene sentido. En cambio, la realidad es que estoy en camino y debo mirar adelante. Me acuerdo también que aprendí a leer con cuatro años, y una de las primeras cosas que aprendí a leer, porque mi abuela me lo hizo leer, era un letrero que ella tenía debajo del cristal de la cómoda y decía así: «Piensa que te mira Dios. / Piensa que te está observando. / Piensa que morirás / y tú no sabes cuándo». Esa frase la recuerdo todavía y me ha hecho mucho bien, especialmente en los momentos de suficiencia, de encerramiento, donde el momento era el rey. Así pues, el tiempo, el hecho: ¡todos moriremos! Al acercarse la muerte, David dice a su hijo: «Yo emprendo el viaje de todos». Y así fue.

 

La segunda idea es la herencia. Sucede a menudo que cuando, al morir, hay que enfrentarse a una herencia, en seguida llegan los sobrinos a ver cuánto dinero le ha dejado el tío a este, a aquel, al otro. Y esta historia es tan antigua como la historia del mundo. En realidad, lo que cuenta es la herencia del testimonio: ¿qué herencia dejo yo? Volviendo al pasaje bíblico de hoy, ¿qué herencia deja David? David también fue un gran pecador: ¡cometió muchos! Pero fue también un gran arrepentido, hasta llegar a ser un santo, a pesar de las cosas gordas que hizo. Y David es santo precisamente porque la herencia es esa actitud de arrepentirse, de adorar a Dios antes que a uno mismo, de volver a Dios: la herencia del testimonio, del buen ejemplo. Por eso, siempre es oportuno que nos preguntemos: ¿qué herencia dejaré a los míos? Seguramente la herencia material, que es buena, porque es el fruto del trabajo. Pero, ¿qué herencia personal, qué ejemplo dejo? ¿Como la de David, o una vacía? Por eso, a la pregunta “¿qué dejo?” no se debe responder solo señalando las propiedades, sino principalmente el testimonio de la vida.

 

Es cierto que, si vamos a un velatorio, el muerto siempre “era un santo”, tanto que hay dos sitios para canonizar a la gente: ¡la Plaza de San Pedro y los velatorios, porque siempre “era un santo” y porque ya no será una amenaza! La herencia verdadera es el testimonio de la vida. Es oportuno preguntarse: ¿qué herencia dejo si Dios me llamase hoy? ¿Qué herencia dejaré como testimonio de vida? Es una buena pregunta para hacerse, e irnos preparando, porque todos —ninguno quedará “de reliquia”, no—, todos iremos por esa senda, con la cuestión fundamental: ¿Cuál será la herencia que dejaré como testimonio de vida?

 

La tercera idea —junto al «hecho» y la «herencia»— es «la memoria». Porque también el pensamiento de la muerte es memoria, pero memoria anticipada, memoria hacia atrás. Memoria y también luz en este momento de la vida. Y la pregunta que hacerse es: cuando yo me muera, ¿qué me hubiera gustado hacer en esta decisión que debo tomar hoy, en el modo de vivir hoy? Es una memoria anticipada que ilumina el momento de hoy. Se trata, en definitiva, de iluminar con el hecho de la muerte las decisiones que debo tomar cada día.

 

Es bonito este pasaje del segundo capítulo del primer libro de los Reyes. Si hoy tenéis tiempo leedlo, es bellísimo, y os hará bien. Pensar: estoy en camino, y es un hecho que moriré; cuál será la herencia que dejaré y cómo me sirve la luz, la memoria anticipada de la muerte, sobre las decisiones que debo tomar hoy. Una meditación que nos vendrá bien a todos.

 

(*) Don Bosco llamaba al retiro mensual “ejercicio de la buena muerte”, en el que invitaba a enfrentarse a lo verdaderamente esencial: los verdaderos valores que están por encima de la misma muerte, aunque la vida de cada día los olvide. La mejor manera de encontrarse dispuesto a vivir bien, es vivir como si se estuviera dispuesto a morir en cualquier momento (ndt).

 

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Hoy, 06:06 p.m.Tú

 

 

Fuente: https://www.almudi.org/component/almudi/homilia/97353/sobre-la-muerte

 

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