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LAICADO: IDENTIDAD CRISTIANA Y MISIÓN ECLESIAL

LAICADO: IDENTIDAD CRISTIANA Y MISIÓN ECLESIAL

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA

BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA

CUARESMA – PASCUA DE RESURRECIÓN, 1996

 

 

 

INTRODUCCIÓN

En la línea de las anteriores Cartas conjuntas

1.  Recientemente, en nuestra primera Carta conjunta como Obispos de estas diócesis, os manifestamos «nuestra voluntad de continuar colaborando y trabajando juntos en todo aquello que pueda favorecer y estimular la vida de nuestras Iglesias y de sus actuaciones pastorales más importantes» [1], y os anunciamos la publicación de esta Carta Pastoral que ahora llega hasta vosotros.

 

Nuestra atención se centra, en esta ocasión, en el laicado, es decir, en los hombres y mujeres bautizados que tratáis de vivir a la luz del Evangelio en las diversas circunstancias concretas de vuestra vida personal, familiar, profesional y social como miembros de la Iglesia de Cristo. Todos presentáis el perfil común de quienes siguen y confiesan a Jesucristo y prosiguen en la actualidad su causa en nuestra tierra, siendo parte constitutiva fundamental de la Iglesia.

A la luz del Magisterio de la Iglesia [2]

 

2.  Pretendemos ser fieles al Concilio Vaticano II, primer concilio que dedicó expresamente un documento entero al laicado, el decreto Apostolicam actuositatem, en el que se desarrollan las afirmaciones básicas contenidas en la constitución dogmática Lumen gentium. El Concilio marcó un cambio a la hora de comprender la presencia y la inserción de la Iglesia en el mundo actual. No es fruto de la casualidad el hecho de que fueran a la par la adopción de una nueva actitud de la Iglesia ante el mundo y el descubrimiento del papel específico del seglar en la Iglesia y en la sociedad. También en esta Carta Pastoral, el reconocimiento y la promoción del laicado deben ir muy unidos a una actitud de diálogo con el mundo actual y de encarnación en él.

 

Hemos tenido en cuenta, además, documentos más recientes que centran su atención en la identidad y misión del laicado. Destacamos entre ellos la Exhortación apostólica Christifideles laici, publicada por el Papa Juan Pablo II tras el Sínodo de los Obispos de 1987 sobre la vocación y misión del laicado, y las líneas de acción propuestas por la Conferencia Episcopal Española bajo el título Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo.[3]

La presente Carta Pastoral conjunta se sitúa en consonancia con otras anteriores. Recordamos aquí como antecedentes más inmediatos las tituladas: Evangelizar en tiempos de increencia y Redescubrir la familia. En este sentido, somos plenamente conscientes de que la tarea evangelizadora de la Iglesia «se hará, sobre todo, por los laicos o no se hará».[4]

Objetivos de esta Carta

3.  Son varios los objetivos que nos mueven a escribir esta Carta Pastoral. Pretendemos, en primer lugar, ayudaros a cuantos formáis parte del laicado de nuestras Iglesias particulares, a descubrir la grandeza de vuestra vocación y a profundizar en ella. Deseamos vivamente que el proyecto de vida de cada creyente encuentre un apoyo firme, para que pueda crecer y desarrollarse en esta sociedad y en esta Iglesia.

 

Buscamos también sensibilizar a todas y cada una de las personas creyentes de estas Iglesias, con vista a una mayor participación en su misión evangelizadora, que es tarea y responsabilidad de todos los miembros de la comunidad cristiana.

Queremos iluminar y acompañar vuestro esfuerzo por construir la Iglesia y por hacer presente de palabra y de obra el Evangelio en medio de nuestro mundo. Queremos, para ello, respaldar y estimular vuestra reflexión y vuestra acción.

Pretendemos además ayudar, tanto a los presbíteros como a nosotros mismos, a situarnos en el lugar y en la función que nos corresponde en la Iglesia, así como a ejercer nuestro ministerio pastoral de modo corresponsable, siempre al servicio de la misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia. El Bautismo nos hace a todos hermanos y hermanas en el Pueblo de Dios. En virtud del sacramento del Orden, tanto presbíteros como obispos, somos servidores de la comunidad cristiana. Ejercemos nuestro ministerio en nombre del Señor Jesús. Siguiendo a san Agustín, diremos que somos Obispos para vosotros y cristianos con vosotros, y que aquél es el nombre del cargo y éste el de la gracia.[5]

Finalmente, nuestra palabra quiere tener en cuenta a los hombres y mujeres que buscan un sentido para sus vidas o que, por diversas razones, viven alejados de la Iglesia y han perdido quizá la fe que un día les fue transmitida en ella. Estamos convencidos de que el mensaje cristiano, vivido con coherencia y testimoniado con valentía por quienes formamos el Pueblo de Dios, contiene la fuerza intrínseca necesaria para abrirse un camino en sus corazones.

Contenido

4.  El presente documento pastoral consta de cinco partes fundamentales. En la primera de ellas se ofrece una síntesis de la situación del laicado en la Iglesia y en la sociedad. A continuación, la reflexión más netamente teológica presenta la secularidad como característica de toda la Iglesia y trata de situar en ésta la identidad y misión específicas del laicado (capítulos II y III). El capítulo IV quiere proponer líneas de actuación y recoger propuestas prácticas que impulsen la acción evangelizadora de nuestras Iglesias. Finalmente el último capítulo recoge, de forma más concreta, lo que pudieran ser unas conclusiones operativas.

 

I UNA MIRADA A LA REALIDAD SOCIAL Y ECLESIAL

a)      El laicado en nuestra sociedad

 

5.  La Iglesia va realizando a través de la historia y bajo el impulso del Espíritu su misión de testimoniar e impulsar la presencia del Reino de Dios en cada tiempo y lugar concretos. Persuadidos de que ese Reino se despliega en la realidad cotidiana de la historia humana, queremos echar una mirada pastoral al marco social y eclesial en el que vivimos, para descubrir en él sus luces y sombras y las llamadas del Espíritu. Tratamos de recoger a continuación unos grandes ejes que determinan el contexto social en el que nuestras Iglesias y, en particular, el laicado, han de cumplir su misión de evangelizar.

 

Contexto económico

6.  Llevamos ya varios años sumidos en una profunda crisis económica que castiga con mayor dureza a los más débiles. En los últimos meses se vislumbran algunos signos de recuperación que no pueden, sin embargo, eliminar las altísimas tasas de desempleo y el aumento de la precarización del trabajo. El actual sistema socio-económico produce víctimas y condena a muchas personas a la irrelevancia social y a la marginación. Todo ello se inscribe en un marco mundial caracterizado por la injusta e intolerable tensión existente entre nuestros países del Norte, ricos y poderosos, y los del Sur, progresivamente empobrecidos y dependientes.

 

En este contexto, la tentación de la insolidaridad nos acecha a todos. Los creyentes nos debatimos a menudo entre las demandas del nivel de vida adquirido y las exigencias del Evangelio que proclama bienaventurados a los pobres y llama a los seguidores de Jesús a un compromiso efectivo con ellos. Pero hemos de destacar también justamente el avance experimentado a la hora de colaborar a través de medios económicos y humanos en la solución de situaciones de hambre, miseria, marginación y desigualdad. Es también particularmente significativo el gesto de quienes comparten el fruto del trabajo con quienes no pueden acceder a él.

7.  Junto al panorama descrito, aparecen elocuentes signos de esperanza. Se elevan voces en favor de modelos socio-económicos basados en la solidaridad, diferentes de los propugnados por el capitalismo liberal. Se van multiplicando los gestos de solidaridad con los países más pobres. Hay que aplaudir también el espíritu de las voces que abogan por un reparto más justo del bien escaso del trabajo.

 

Contexto político

8.  La mirada a nuestro contexto político nos sitúa ante un preocupante desencanto generalizado, unido al desprestigio de la misma actividad política, propiciado en gran parte por un ciego pragmatismo llevado al extremo en la vida pública y por la magnitud de los casos de corrupción que, detectados en los últimos meses, afectan a un largo período de la etapa democrática. Es grave la tentación del absentismo en este campo de la convivencia humana. También los creyentes nos sentimos tentados a desentendernos y a rehuir el compromiso o a no someter a la luz crítica del Evangelio las propias convicciones u opciones políticas.

9.  Sin embargo, no faltan hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que siguen recordando que la democracia entendida como régimen de libertad y de participación, es la mejor forma de convivencia que hay que ir construyendo pacientemente día a día. Además, la misma configuración fragmentada de nuestra sociedad invita a potenciar el diálogo y a practicar el consenso entre las diversas tendencias. Así lo han entendido quienes dedican en las instancias políticas su tiempo y su esfuerzo a la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

 

La causa de la paz

10.       En los últimos meses hemos sido testigos del recrudecimiento de la violencia terrorista de ETA, que niega los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida, y desprecia una y otra vez la voluntad mayoritaria de este pueblo. No pueden ignorarse, por otra parte, los efectos sociales del desvelamiento del terrorismo practicado en el pasado por los GAL, negador, asimismo, de derechos elementales, con el agravante de haber sido amparado, al parecer, desde altas instancias del Estado. Los derechos de los detenidos y los presos no son siempre debidamente garantizados. Desgraciadamente, las manifestaciones de violencia verbal y física han pasado a ser habituales entre nosotros, hasta el punto de llegar, en algunos lugares, a formas de enfrentamiento cívico.

11.       Junto a lo dicho debe resaltarse también el progresivo afianzamiento social en favor de la creación de una cultura de la tolerancia y del diálogo, así como el decidido compromiso de numerosos ciudadanos y grupos en la búsqueda de caminos de paz y de reconciliación. Además, es innegable la emergencia, especialmente llamativa en la juventud de nuestra tierra, de valores como la solidaridad y el pacifismo, encarnados, entre otros, por objetores de conciencia o por quienes por otros medios legítimos se oponen públicamente a la práctica de la violencia y denuncian sus consecuencias. La presencia de cristianos en las acciones e iniciativas citadas nos alegra y transmite esperanza a nuestras Iglesias locales. Frente a la tentación de la frustración y de la desesperanza, se afirma la convicción de que el Reino de Dios avanza lentamente.

 

Contexto cultural

12.       Nos encontramos en una situación en la que la secularización parece haber configurado la cultura occidental. La existencia personal y colectiva, que en otras épocas veíamos fuertemente influenciada por el hecho religioso, conoce una nueva época. La realidad inmanente aparece consistente en sí misma, va olvidando y desplazando a la trascendencia como soporte de la existencia humana, y, simultáneamente, se aprecia en nuestros ambientes una grave crisis de pérdida de sentido. La religión es considerada no pocas veces enemiga de la razón humana o factor desencadenante de intolerancia. Su reclusión en el ámbito privado acaba por oscurecer el recuerdo de Dios y, con él, su necesidad para la estructuración de la convivencia humana desde la solidaridad y la libertad.

 

En este clima, los miembros de la comunidad cristiana corremos el riesgo de no ofrecer el suficiente contraste a la luz del Evangelio, y de adecuarnos con excesiva facilidad a los comportamientos y a las costumbres del momento, sin atender a las demandas de radicalidad del seguimiento de Jesús.

13.       Por otro lado, la progresiva implantación de la cultura y de la mentalidad de tipo urbano va relegando ricas peculiaridades de otras formas tradicionales de vida, como la rural y la pesquera, aún significativas entre nosotros. Este proceso de cambio cultural acelerado acarrea desorientación y crisis de valores. Nuestros mayores asisten a la rápida desaparición del estilo de vida que ha determinado su anterior existencia.

 

Nuestro contexto cultural está caracterizado también por la existencia de tradiciones plurales y de dos lenguas muy desigualmente extendidas, según diócesis y zonas. Esta realidad es contemplada a menudo más como fuente de conflictos que como posibilidad de enriquecimiento. Las comunidades eclesiales y sus miembros viven también esta misma tensión. La recta integración de las dos lenguas en la vida de nuestros grupos y comunidades, sobre todo en los ámbitos de la liturgia y de la catequesis, sigue siendo difícil.

En este marco de pluralismo cultural es de alabar la postura de quienes fomentan la apertura, la tolerancia, el diálogo y la integración de personas y colectivos de diferentes mentalidades y culturas. Aquí hay que situar también la aportación de la comunidad cristiana como realidad asociada y como lugar de acogida y encuentro.

Situación cambiante de la familia

14.       El profundo cambio cultural que afecta a nuestra sociedad incide claramente en el ámbito familiar, como ya lo indicábamos con detenimiento en nuestra Carta Pastoral del pasado año.[6] El valor concedido a la autonomía de la persona, la estima del diálogo, la profesionalización de la mujer, la elevación del nivel de vida y otros factores han motivado una profunda transformación de la institución familiar y de las relaciones entre sus componentes. Como en todo cambio, también aquí se está dando una mutación de valores, con adquisiciones positivas y con la aparición de nuevas tentaciones y riesgos. En cualquier caso, es innegable que la familia es sentida y vivida hoy de un modo muy diferente al de antes.

 

En medio de la variada y compleja problemática que afecta al matrimonio y a la familia (educación en la libertad y en la solidaridad, transmisión de la fe y de valores, contraste generacional, procreación, amor y fidelidad, entre otros), hemos de constatar la realidad de muchos hogares creyentes, espacios de diálogo y libertad, verdaderas escuelas de formación cristiana y humana. Pero hemos de reconocer también que corremos el riesgo de no ofrecer una alternativa enraizada en el Evangelio o de dejarnos arrastrar por el clima dominante.

b)      El laicado en nuestras Iglesias particulares

 

15.       Del mismo modo que el contexto social afecta de forma diferente a las actitudes y compromisos de los laicos cristianos, igualmente se puede descubrir una gran variedad de situaciones de los laicos como miembros de la comunidad eclesial. La gran extensión numérica del laicado hace que su situación en la Iglesia presente rasgos muy complejos.

 

Sentido de pertenencia eclesial

16.       Un buen número de seglares, hombres y mujeres, puede ser considerado dentro de la comunidad eclesial como mayoría silenciosa. Son cristianos que acuden habitualmente o con cierta periodicidad a los actos de culto, y, esporádicamente, a otras iniciativas. Forman un grupo poco exigente, agradecido por la dedicación y por los servicios que se le prestan, y que fundamentalmente, confía en la labor de los responsables de la comunidad cristiana. Entre éstos se encuentran personas de muy diversas características: son gentes de honda fibra religiosa, fina conciencia moral y arraigada pertenencia eclesial, formadas en una tradición religiosa de tipo más bien individualista. Son, en ocasiones, hombres y mujeres con una fe un tanto desconectada de la vida diaria, poco preocupados por articular los diversos campos de su existencia desde criterios cristianos.

17.       Se dan también entre nosotros creyentes con una débil identidad eclesial o prácticamente inexistente. Viven su experiencia cristiana, en muchos casos, como «por libre» o en contacto y contraste mínimo con otros creyentes. Su relación con la comunidad cristiana se reduce generalmente a demandas de determinadas celebraciones sacramentales (bodas, bautizos, funerales) o a la asistencia ocasional a las mismas. Una parte considerable de la juventud que se declara creyente exterioriza sólo en contadas ocasiones sus convicciones religiosas. Algunos grupos prescinden en la práctica de la Iglesia y de sus orientaciones o tratan de vivir su identidad cristiana en una postura sistemáticamente opuesta a los pastores. Este alejamiento de la Iglesia se debe a múltiples causas, entre las que cabe destacar: una religiosidad entendida de modo individualista, que afecta sólo a la conciencia personal; una comprensión espiritualista de la fe cristiana; la desconfianza ante todo lo que significa institución; la extrema ideologización de la fe; el disgusto e incluso la decepción provocados por algunas enseñanzas o actuaciones de la Iglesia.

18.       Existe también un número creciente de laicos que, plenamente consciente de su vocación al seguimiento de Jesús, vive su pertenencia a la Iglesia de modo adulto y renovado. Valoran su fe como un don de Dios y la han personalizado como respuesta libre, participan de la vida sacramental, se comunican con otros creyentes y asisten con actitud abierta, crítica y esperanzada a los cambios socio-culturales del presente y de la misma Iglesia, no sin dificultades y conflictos. Asimismo, viven con profundidad, ilusión y fidelidad la tensión de la doble pertenencia a la comunidad humana y eclesial, dejándose guiar por el Espíritu en la construcción de un mundo cada vez más justo y acorde al Reino de Dios.

 

Una buena parte de este laicado, aun sin participar en organizaciones de ningún tipo, trata de iluminar con la luz del Evangelio los diferentes aspectos de su vida, buscando la armonía entre la fe que profesa y los comportamientos de la vida cotidiana, tanto en el plano personal y familiar, como en las relaciones sociales, en la actividad profesional o en las opciones cívicas y políticas.

19.       EI laicado eclesialmente más activo está formado en su gran mayoría por mujeres. Este auge de la mujer en la Iglesia no es ajeno a la dinámica social general que en los últimos años ha ido subrayando, con creciente fuerza y lucidez, la dignidad y la igualdad de derechos de la mujer. Junto a esta constatación, hay que reconocer, sin embargo, que muchas mujeres no se sienten debidamente acogidas en nuestras Iglesias en lo referente a encomiendas y responsabilidades propias del laicado.

 

Ellas están presentes en casi todos los organismos y servicios eclesiales. Sobre ellas recaen, en la mayoría de los casos, funciones tan vitales para la comunidad cristiana como la transmisión y la educación de la fe, la acción caritativa y solidaria o determinados servicios litúrgicos. Pero su presencia decrece a medida que aumenta el nivel de responsabilidad y decisión. Ello indica que queda mucho camino que recorrer hasta la consecución de la igualdad propia de todos los creyentes, hombres y mujeres, en el seno de la Iglesia.

Conciencia de la propia vocación y responsabilidad

20.       La mayoría de los miembros del Pueblo de Dios no es consciente de la llamada personal de Dios, expresada en el Bautismo y la Confirmación. Parece como si el ser seglar fuera la mera consecuencia negativa de no haber optado por el ministerio presbiteral o por el estado religioso. Sólo una minoría del laicado vive su existencia cristiana desde la perspectiva de una positiva y específica vocación.

 

Con todo, son cada vez más numerosas las personas que tratan de vivir su vocación cristiana con madurez y coherencia evangélica. Son conscientes de la llamada de Jesús a vivir santamente y a colaborar en la construcción del Reino de Dios allí donde se desarrolla el presente y se prepara el futuro de las personas, de los grupos y de la sociedad entera.

Somos conscientes de que un obstáculo para la promoción de un laicado adulto se encuentra a veces en los mismos pastores de la comunidad cristiana. Junto a los esfuerzos y sinceros deseos de fomentar la vocación y la responsabilidad laicales, no pasamos a menudo de la visión del laicado como objeto de dedicación pastoral, destinatario pasivo de la acción de la Iglesia o colaborador abnegado de su misión evangelizadora.

21.       En la medida en que va creciendo el talante evangelizador de nuestras Iglesias, aumenta también la presencia de seglares conscientes de su vocación en las estructuras cívicas, sociales y políticas. Ellos constituyen una llamada a toda la comunidad cristiana, para que no olvide su vocación de presencia y servicio en la comunidad humana.

 

En particular, no pocos padres y madres cristianas, conscientes de su responsabilidad en la educación de sus hijos, participan activa y asociadamente en las estructuras educativas. Constatamos también con alegría el auge del voluntariado cristiano en muy diversos campos. Otros, sobre todo jóvenes, participan en diversos movimientos sociales alternativos, en organizaciones no gubernamentales, en la educación no reglada y de calle, o en el servicio y acompañamiento de personas afectadas por la drogadicción, el fracaso escolar o cercanas a otros umbrales y núcleos de marginación. Todos ellos constituyen uno de los mayores gozos y esperanzas de la Iglesia en el presente.

El laicado organizado

22.       En los últimos años van surgiendo y asentándose con fuerza diversos grupos eclesiales (asociaciones, movimientos, comunidades), que junto a los anteriormente existentes, permiten un mayor cultivo y personalización de la fe. Son un valioso regalo del Espíritu a su Iglesia, y, como tal, constituyen un tesoro de la comunidad cristiana, en cuanto que la revitalizan internamente y la dinamizan en su misión evangelizadora.

 

La aparición de estas iniciativas no está exenta de problemas. Aparte de un posible olvido de su vocación evangelizadora en aras de un espíritu comunitario orientado excesivamente al servicio del propio grupo, existe el riesgo de la atomización o el particularismo, tendentes a ver en el propio grupo la única referencia eclesial, con el consiguiente debilitamiento de la comunión con la Iglesia particular diocesana presidida por el obispo.

Formación y preparación

23.       En esta mirada a la realidad del laicado de nuestras Iglesias, queremos reseñar el creciente interés de algunas personas por una formación integral que articule los diversos ejes de una existencia vivida bajo la luz del Evangelio. Las comunidades cristianas advierten una considerable elevación del nivel de formación y preparación de sus componentes. Las iniciativas en este campo se han multiplicado en estos años, debido tanto a la inquietud de los pastores como a la preocupación del laicado.

 

Aun así, hemos de preguntarnos si la minoría de edad que tantas veces se achaca al laicado no se debe en buena parte a la falta de una adecuada formación en la fe, exigida por los nuevos tiempos que nos toca vivir.

Es claro que de las luces y sombras que caracterizan la situación del laicado, tal como lo hemos presentado, brotan no pocos retos para nuestras Iglesias. Es ésta la perspectiva desde la que hemos de adentrarnos en el tratamiento de los capítulos siguientes de esta Carta Pastoral.

II LA DIMENSIÓN SECULAR, CARACTERÍSTICA DE TODA LA IGLESIA

Iglesia en el mundo[7]

24.       No podemos hablar del laicado sin referirnos a la realidad global de la Iglesia y a la inserción de la comunidad cristiana en el mundo. Ello no obedece únicamente a razones sociológicas, es decir, al hecho de que los seglares son la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, sino, sobre todo, a razones teológicas: en virtud del Bautismo somos hijos e hijas de Dios, miembros de su familia, incorporados a la Iglesia y constituidos, por tanto, en Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo de su Espíritu. Lo común a todo bautizado es lo primero y prioritario, como afirma el Vaticano II en la visión de la Iglesia que él nos ofrece: «Todo lo que se ha dicho sobre el Pueblo de Dios se refiere sin distinción a los laicos, religiosos y clérigos» [8].

 

Este Pueblo de Dios, por su unión a Cristo y por la unción del Espíritu Santo, es en su totalidad signo e instrumento de la actuación salvífica de Dios [9] en cada tiempo y lugar. En las diversas circunstancias históricas está llamado a mostrarse al mundo como signo eficaz y anticipo de la salvación prometida a todos. Desde esa perspectiva hay que entender el carácter secular o «mundano», si se quiere, de toda la Iglesia. Ella hace presente en el mundo la realidad de una salvación que, por ser de Dios, trasciende al propio mundo. Ahí radica también la vocación de toda persona creyente y de la Iglesia, de vivir y actuar al estilo de Jesús, es decir, su modo peculiar de estar en el mundo sin confundirse con él[10].

Enviada toda ella a evangelizar

La secularidad, dimensión constitutiva de la lglesia

 

25.       La dimensión secular, por tanto, antes que una característica que afecta al laicado, alcanza a la totalidad de la Iglesia y se convierte en elemento constitutivo de la misma. Su inserción en el mundo muestra, por tanto, la condición normal de la Iglesia en la historia. Toda la Iglesia es secular en el sentido de que, nacida del plan de salvación de Dios, comparte la historia de Dios con la humanidad.

 

La comunidad cristiana nace y crece en el mundo, y es enviada al mundo como mensajera de la Buena Noticia, compartiendo y discerniendo los gozos y la esperanzas, las tristezas y angustias de las gentes, sobre todo de los pobres y afligidos[11].

La secularidad, es decir, la conciencia y la experiencia de «vivir en el siglo», en el mundo, ha de afectar a todos los miembros de la Iglesia, no sólo al laicado. El Vaticano II no desconoce esta realidad cuando afirma que incluso quienes optan por la vida religiosa «dan un testimonio magnífico y extraordinario de que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios»[12]. Asimismo, los presbíteros tomados de entre los hombres y puestos aparte, en cierto modo, en medio del Pueblo de Dios no han de sentirse separados de él, sino que han de vivir como hermanos con los hombres y mujeres de su tiempo, sin ser ajenos a ellos y a sus condiciones de vida[13].

Toda la Iglesia, germen de unidad y de esperanza

26.       Desde esta perspectiva de la secularidad de todo el Pueblo de Dios, cada uno de sus miembros está llamado a ser, animado por el Espíritu, testigo e instrumento de la salvación en medio del mundo. La plena concepción de la Iglesia como Pueblo de Dios nos lleva a comprender más profunda y plenamente su dimensión secular básica. No es algo abstracto o indeterminado. Se realiza en grupos humanos concretos y perceptibles, en las comunidades cristianas, en las Iglesias particulares y en la Iglesia universal, formada por la comunión de todas ellas, en la que se actualiza la única Iglesia de Jesucristo. Ellas y sus miembros son quienes dan razón de la esperanza[14], actualizando con su vida el mensaje cristiano en las presentes circunstancias.

 

Todo el Pueblo de Dios, en la diversa variedad de los sujetos que lo integran, está llamado a ser germen de unidad y esperanza en el mundo entero, como instrumento de Cristo para la salvación[15], enviado como luz del mundo y sal de la tierra hoy y aquí[16]. Su carácter peregrinante en la historia muestra que está necesitado permanentemente de conversión y renovación. Ha de situarse en actitud de apertura y de diálogo, para poder captar así las llamadas de Dios a través de la realidad de nuestro mundo.

De este modo, la secularidad de la Iglesia, entendida como su presencia en la historia humana de cada momento y de cada lugar, arranca de su vocación de ser signo eficaz de la acción transformadora de Dios en nuestro mundo. Por ello, las Iglesias deben estar dispuestas a dejarse interpelar por la realidad, en la que ellas han de descubrir y realizar la voluntad de Dios.

La secularidad de la Iglesia al servicio de su misión

27.       La secularidad de la Iglesia, es decir, su apertura dialogante al mundo, constituye un signo y una garantía de fidelidad al Espíritu de Jesús, a la misión evangelizadora y al proyecto de salvación de Dios Padre. Una Iglesia cerrada al mundo o indiferente y ajena a él, puede adoptar fácilmente comportamientos sectarios o caer en el espiritualismo o en el clericalismo. EL Concilio Vaticano II no ve a la Iglesia como realidad desgajada del mundo, sino inserta en la vida de la gente y de los pueblos, peregrinante en la historia humana. No cabe entenderla como comunidad alejada de los problemas y de las inquietudes de las personas o insolidaria con la suerte del grupo humano en que vive. La causa del Reino de Dios que nuestras Iglesias anuncian y tratan de hacer visible no puede ser ajena a las causas humanas que en nuestra sociedad propugnan una mayor justicia y fraternidad. Toda realidad y actividad eclesial posee una referencia temporal y secular positiva, sonante y santificadora.

 

La Iglesia para el mundo, Iglesia en comunión

28.       El carácter laical o secular de la Iglesia ha de entenderse en el contexto de una eclesiología de comunión, que subraya la igualdad radical de todos los bautizados, su pertenencia a Dios y su participación en su plan de salvación[17]. Una concepción de la Iglesia basada unilateralmente en la jerarquía, reduciría al anonimato y a la pasividad a la mayoría del Pueblo de Dios y, en consecuencia, separaría o alejaría a la Iglesia del mundo. Por el contrario, una Iglesia que busque constituirse y aparecer como imagen del misterio de amor trinitario será en medio de nuestro mundo «como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»[18], respondiendo así a su vocación más profunda.

 

El laicado

29.       Desde la perspectiva de una Iglesia consciente de su secularidad es como mejor se comprenden la personalidad y la tarea propias del laicado. El descubrimiento de la dimensión secular de la Iglesia lleva directamente a reconocer y valorar en su justa medida, la identidad y responsabilidad específicas de la parte del Pueblo de Dios integrada por el laicado. Ello no significa que la Iglesia sea toda ella laicado, puesto que el Orden sacramental y sus ministros, que recuerdan y hacen presente permanentemente la presidencia y la mediación de Jesucristo, son también parte del Pueblo de Dios. Lo que tratamos de subrayar ahora es el peso especifico del laicado en una Iglesia toda ella enviada al mundo: «El carácter secular es propio y peculiar de los laicos (…), a quienes corresponde, por propia vocación, buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios»[19].

 

La inculturación y el diálogo de la Iglesia con el mundo ha de realizarse sobre todo por medio del laicado. De ahí que el Vaticano II, preocupado por situar a la Iglesia en el mundo actual, subrayara especialmente el papel y la misión del laicado. Toda persona bautizada está llamada a reforzar la comunión eclesial, pero también a crear y consolidar la solidaridad humana, extendiéndola en toda la humanidad. Ello incluye el fomento de la corresponsabilidad, de la tolerancia y del diálogo en la comunidad, así como el discernimiento respetuoso de las opciones de cada bautizado en el orden temporal[20].

De este modo, la comunión eclesial, sin convertirse en un fin en sí misma, se orienta al servicio de la misión de la Iglesia. Dicho de otro modo, la Iglesia ha de realizar en sí misma la comunión, ya que ésta afecta directamente a la evangelización. El ejercicio de la comunión eclesial condiciona la misión evangelizadora, en la medida en que en ella se trasluce o ensombrece el mensaje cristiano.

Autonomía del mundo secular

30.       Afirmar la peculiar misión o tarea evangelizadora de los seglares en el mundo implica reconocer simultáneamente la secularidad propia de las realidades terrenas, es decir, la justa autonomía del mundo. Ello no significa la separación de Dios o la falta de toda referencia a El. Consiste en afirmar que el mundo posee leyes y valores que le son propios[21]. Leyes que hay que descubrir y aplicar. Valores que hay que discernir y realizar. La Iglesia reconoce y valora esta justa autonomía de las realidades temporales. Más aún, así entendido el mundo, creado por Dios y destinatario de su plan de salvación, se vuelve interlocutor de la Iglesia y mediación del Espíritu[22]. Esta laicidad o secularidad propia del mundo afirma su carácter autónomo como realidad creada, pero manifiesta también la necesidad que tiene de una salvación que le es imposible alcanzar por sus propias fuerzas.

 

Somos conscientes de la ambigüedad de lo real, que nos previene ante un optimismo ingenuo. Optimismo que no advierte los contravalores y las resistencias del mundo al plan de Dios. Pero nos impide también caer en una condena ligera de las realidades terrenas y en una visión pesimista del mundo, que sólo percibe en él peligros y amenazas para la fe cristiana. El discernimiento realista de los criterios, compromisos y actuaciones de la Iglesia y de los creyentes a la hora de entender su presencia en la sociedad, será la consecuencia que espontáneamente se ha de seguir de esta visión cristiana del mundo.

Tentaciones y posibles malentendidos

31.       Una actitud positiva de diálogo con el mundo ayuda a evitar algunas tentaciones presentes en la vida de la Iglesia. La primera es el eclesiocentrismo, que consiste en colocar a la misma Iglesia en el centro de su preocupación y actuación. Siempre, pero sobre todo en esos casos, hay que recordar que la Iglesia no se anuncia a sí misma, sino al Señor y sus promesas de vida eterna.

 

Esta tentación puede presentar formas más sutiles y disimuladas. No está ausente cuando, por ejemplo, nos mostramos más preocupados por la organización de nuestros grupos y comunidades que por el anuncio del Evangelio a los alejados y a los no creyentes y, en especial, a los pobres y necesitados, destinatarios preferentes de la Buena Noticia.

Solamente desde una postura individual y comunitaria de diálogo abierto y sincero con la cultura actual y con sus valores será posible superar el riesgo de caer en la tentación que denunciamos

Similar a la anterior, puede ser también la tentación del clericalismo. Consiste en imaginar a la Iglesia competente para dictar al mundo lo que ha de hacer en los asuntos temporales, a partir de su conciencia de poseer una verdad trascendente, válida para todos y para siempre. El Concilio nos invita y nos urge a escuchar las voces que se elevan desde los diferentes ámbitos de la existencia, para acoger la verdad escondida en ellos. En este sentido, recuerda a la misma Iglesia «cuánto tiene continuamente que madurar todavía en el cultivo de su relación con el mundo»[23].

Es tarea del Pueblo de Dios «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, los diferentes lenguajes de nuestro tiempo y juzgarlos a la luz de la palabra divina, para que la Verdad revelada pueda ser percibida más completamente, comprendida mejor y expresada más adecuadamente»[24]. Valores de la cultura actual, tales como la libertad y la participación en la vida social o la conciencia creciente de la dignidad y el papel de la mujer, no pueden ser ignorados por la lglesia.

Este sincero reconocimiento de los valores humanos presentes en el mundo, que proceden también de Dios y de la acción de su Espíritu que opera en la humanidad, no nos impide ver con los ojos de la fe las deficiencias, los errores y las perversiones que se dan en todos los órdenes de la vida, como consecuencia de la debilidad humana, del olvido de Dios y de la soberbia de los hombres[25].

Finalmente, tampoco puede silenciarse el peligro cierto de confundir laicidad con laicismo, secularidad con secularismo, que ha llevado más de una vez a individuos y a grupos a relegar a la Iglesia al ámbito de lo puramente cultual y privado, y a rechazar cualquier relación de las realidades temporales con Dios y con el orden ético que deriva de la fe en El. La pérdida de este horizonte de trascendencia puede llevar fácilmente a interpretar cualquier forma de presencia de la Iglesia en los asuntos temporales como una indebida ingerencia, se trate de su magisterio doctrinal o de la pretendida actuación de los seglares, inspirada por su fe cristiana.

«Como el alma en el cuerpo»

32.       La Iglesia, peregrina en la historia, aguarda la plena manifestación de la salvación gratuita de Dios[26]. Comparte las condiciones de vida de las gentes, tratando de ser entre ellas anticipo de una humanidad reconciliada en sí misma y con Dios. Esperando la ciudad celeste, quiere implicarse en las causas justas que contribuyen a la venida de los nuevos cielos y la nueva tierra, sin desentenderse de su compromiso con el mundo. Su presencia en el mundo recuerda la distancia de éste respecto del Reino de Dios. A la vez, su carácter escatológico le empuja a descubrir y discernir las huellas de la salvación definitiva ya en el presente[27].

 

Así, los miembros de la Iglesia viven entre la encarnación y la distancia, la solidaridad y el contraste, el compromiso y la esperanza: «Lo que el alma es en el cuerpo, eso han de ser los cristianos en el mundo»[28].

III IDENTIDAD Y MISIÓN DEL LAICADO

33.       El texto bíblico que probablemente mejor recapitula lo sustancial de la comunidad cristiana y, en ella, la identidad del hombre y de la mujer laicos, así como la vocación a la que están llamados, es el que se refiere a la vida de la primera comunidad cristiana: «Todos ellos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. (…) Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno. (…) Alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo. Por su parte, el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes»[29].

 

En este sumario se ofrecen los rasgos básicos del cristiano, el nacimiento y consolidación de una vocación laical. Así, aparecen la llamada por iniciativa gratuita del Señor, la atención a la enseñanza de los apóstoles, el aspecto comunitario de la fe, la fuerza de su testimonio, el espíritu de servicio y de solidaridad con los más necesitados, la necesidad permanente de formación y la dimensión orante y celebrativa de la existencia cristiana.

En este espejo del Nuevo Testamento han de mirarse las comunidades cristianas y sus miembros para cultivar y madurar su fe, su espiritualidad y sus opciones evangélicas, así como para afianzar su testimonio ante el mundo, sin confundirse con él[30].

Seguidores de .Jesús

Una llamada personal

34.       La primera característica que define a un cristiano laico es el hecho de seguir a Jesús. A éste sólo se le conoce siguiendo su llamada. Ahí está precisamente la fuente de toda vocación cristiana y también de la vocación de los laicos. Ellos han sido llamados, convocados, por Jesús. Esta prioridad de la llamada, en línea con todos los relatos de vocación del Antiguo Testamento, queda corroborada en los testimonios evangélicos en los que Jesús aparece invitando a su seguimiento a individuos concretos. Es Dios, en definitiva, quien nos ha amado primero[31] y quien nos ha elegido personalmente en Cristo[32].

 

Esta llamada de Jesús exige adoración y adhesión incondicional a su persona, fidelidad a su causa. Seguirle significa ponerse al servicio del Reino de Dios y prescindir de todo lo que aparta de él o compite con él como valor absoluto. La persona que sigue a Jesús vive segura de que en El ha encontrado el tesoro de su vida[33].

Experiencia filial y obediencia al Padre

35.       El perfil de todo creyente, hombre o mujer, se estructura básicamente a partir de la actitud de descentramiento que configuró la personalidad de Jesús: fidelidad a la voluntad de Dios, disponibilidad para el servicio del Reino y una existencia orientada desde la solidaridad hacia los demás, especialmente hacia los más pobres[34].

 

La existencia de Jesús se entiende desde la radicalidad de su experiencia filial de Dios y desde la sumisión incondicional a la voluntad del Padre. Presenta una unidad de vida en la que la relación con Dios le lleva a ahondar en la realidad cotidiana, a la vez que la apertura al mundo le impulsa a una mayor contemplación y a un diálogo más intenso con el Padre.

Manifiesta con palabras y gestos la predilección de Dios por los pobres, los enfermos, los marginados, los pecadores. Ilumina la vida desde la perspectiva de Dios, escrutando los signos de los tiempos, atento a las corrientes de esperanza y de liberación[35]. A partir de ahí, vive la aventura humana a la luz del Espíritu, en todas sus dimensiones y ámbitos: la salud y la enfermedad, el trabajo, la casa, la sinagoga, el lago, la calle, el descampado[36].

«Pasó haciendo el bien»

36.       Jesús comprende su vida desde la obediencia amorosa a Dios y el servicio a la causa de Dios, que es la de la humanidad y sobre todo de los miembros más débiles y necesitados. Ello le hace especialmente sensible y comprometido con la justicia y la fraternidad. Desde esa perspectiva adopta unos comportamientos completamente libres e insospechados para su tiempo: come con pecadores públicos[37], toca a los leprosos[38], cura en sábado[39]. Esta actitud queda reforzada en el caso de las mujeres: se deja acompañar por ellas[40], dialoga con la samaritana[41], libera a la adúltera[42] y se rinde ante el testimonio de la mujer cananea[43]. En definitiva, adopta ante la vida una actitud de descentramiento y de servicio, preocupado por la suerte del necesitado[44].

 

En una palabra, Jesús, «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con El»[45]. Esa docilidad al Espíritu le lleva a superar las tentaciones más profundas y comunes de todo ser humano[46], y a acabar en la cruz.

Seguimiento de Jesús y misión

37.       La llamada de Jesús a seguirle se orienta hacia un doble objetivo: estar con El y ser enviado a evangelizar[47]. La comunión con su vida y con su causa constituyen un polo fundamental de la existencia cristiana[48]. En la relación con Cristo está, por tanto, la fuente del ser y del obrar laical. Todo miembro de la comunidad cristiana es invitado a encarnar los sentimientos y actitudes de Jesús[49]. En definitiva, seguir a Jesús es identificarse con El, adherirse a su persona y dejarse configurar por El en la relación filial con Dios y en el amor y servicio al prójimo.

 

La comunión de vida con Jesús no puede separarse de la misión, esto es, del hecho de ser enviados por El. Es el otro polo fundamental de la existencia cristiana. Toda llamada suya va acompañada de una encomienda práctica[50]. Llama la atención la dimensión liberadora y sanante del envío, expresada frecuentemente en los evangelios por términos como «curar», «expulsar demonios» o «sanar». Es Cristo mismo quien envía a cada uno de los suyos a anunciar y practicar una fe sonante. Dicho de otro modo, el hombre y la mujer creyentes son llamados y enviados personalmente por El a colaborar en la construcción del Reino de Dios.

En virtud del Bautismo, el cristiano es incorporado a Cristo, animado por su Espíritu, constituido en sujeto integrante del Pueblo de Dios, con pleno derecho, y es enviado al mundo a anunciar de palabra y de obra el reinado de Dios. Por ello, la vocación al apostolado incluye a todos y a cada uno de los que componen el Pueblo de Dios[51]. Así, todo laico creyente constituye un modo de presencia de Cristo en el mundo. Por medio de los seguidores de Jesús, la salvación de Dios se hace presente en el mundo y entre nosotros.

Participación en el triple ministerio de Cristo

Cristo Sacerdote, Profeta y Rey

38.       El Concilio Vaticano II, recogiendo la tradición y el sentir de la Iglesia, define como laicos a «los cristianos que están incorporados a Cristo por el Bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo»[52].

 

Esta caracterización del Vaticano II da pie para una iluminadora visión del ser y del quehacer del laicado cristiano. Con todo, hay que tener en cuenta que no se trata de tres atributos separados entre sí, sino que guardan una estrecha relación mutua. El sacerdocio de Cristo no se reduce al culto, posee un carácter profético y su realeza se lleva a cabo en el servicio hasta la entrega total de la propia vida.

La incorporación a Cristo por el Bautismo confiere a la persona bautizada, en cuanto miembro de la Iglesia, la dignidad profética, sacerdotal y regia propia de Aquel. Por ello, el Vaticano II afirma que quienes integran el Pueblo de Dios «tienen la misma dignidad por su nuevo nacimiento en Cristo, la misma gracia de hijos, la misma vocación a la perfección, una misma salvación, una misma fe, un amor sin divisiones»[53]. Esta proclamación conciliar, que muestra que la participación en el triple ministerio se da a cada persona creyente en cuanto parte integrante del Pueblo de Dios y del Cuerpo de Cristo, no deja de ser un reto para nuestras Iglesias locales, que han de hacerla realidad en su praxis habitual.

Anuncio y testimonio

39.       La Iglesia es el Pueblo de Dios llamado, todo él, a proseguir la misión de Jesús de anunciar la Buena Noticia. Quienes formamos la Iglesia estamos llamados, según la condición de cada uno, a llevar a cabo esta encomienda recibida del Señor de anunciar su palabra y de dar testimonio de El[54]. Esta función profética la ejercita y despliega el creyente desde la experiencia de estar su persona poseída por la Palabra.

 

De este modo, en virtud de su dimensión profética, el hombre y mujer creyentes pueden asumir tareas y responsabilidades en el anuncio y educación de la fe y en la denuncia de las injusticias existentes en la sociedad y en la misma Iglesia, siendo testigos de esperanza.

Compete al Magisterio eclesial la responsabilidad de interpretar auténticamente la Palabra de Dios en todo tiempo[55]. Pero corresponde también al conjunto de los creyentes, en comunión con sus pastores, la penetración en el contenido de la revelación, su actualización de acuerdo con el momento histórico y cultural, así como la aplicación más concreta a las diversas circunstancias de la vida social y eclesial[56].

Sacerdocio de los laicos

40.       La función sacerdotal de Cristo, de la que participan los laicos cristianos, ha de entenderse a partir del sacerdocio de la Nueva Alianza, inaugurado y consumado por El. Toda su existencia constituye una ofrenda viva a Dios y adquiere así un carácter sacerdotal[57]. El es el sacerdote de la Nueva Alianza. Tras su encarnación, muerte y resurrección, todo bautizado tiene un acceso personal a Dios a través de Jesucristo, participando de su sacerdocio en la Iglesia, pueblo sacerdotal. Este sacerdocio del pueblo cristiano no es meramente simbólico, sino que se lleva a cabo realmente en la vida sacramental y especialmente en la Eucaristía[58], y está llamado a extenderse a la vida entera por medio del testimonio y de la práctica de las virtudes y de los valores evangélicos.

 

Los seglares ejercen su sacerdocio mediante la ofrenda de la propia vida en el contexto socio-cultural e histórico concreto de cada momento: «Todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor»[59].

El sacerdocio de los laicos se prolonga así en las acciones y compromisos transformadores de la realidad, personal y social, inherentes a toda acción evangelizadora. La vida entera se entiende e interpreta así, como ofrenda y entrega permanente, de manera que la Eucaristía se convierte en el eje, el alimento y la culminación de la acción evangelizadora personal y de toda la Iglesia[60]. La ofrenda de la propia vida se consuma en la Eucaristía, y, a la vez, ésta debe extenderse y prolongarse a todos los ámbitos de la existencia de la persona creyente, vividos en libertad interior frente a los poderes de este mundo.

Proclamar el señorío de Cristo

41.       La función regia de Cristo se realiza en el servicio y en la disponibilidad absoluta para la causa del Reino, en la plena sumisión a la voluntad del Padre. El laicado se coloca en esta misma perspectiva de servicio a Cristo y a los hermanos, en la paciencia y en el pleno ejercicio de la libertad conquistada sobre el pecado.

 

Por el Bautismo, cada creyente está llamado a proclamar el señorío de Cristo, a luchar contra el mal y la injusticia, a vencer al pecado presente en sí mismo, en los demás y en las estructuras, y a servir al Señor especialmente presente en los más débiles y necesitados[61]. Este oficio regio se ejerce en el proceso de liberación personal, comunitaria y universal inaugurado por la resurrección de Jesucristo, ordenado a la creación de una sociedad más justa, hecha a la medida del hombre.

Los seglares participan del ministerio regio de Cristo alentando en las relaciones y estructuras humanas el sentido de la justicia, deseos de paz y sentimientos de solidaridad y fraternidad[62]. Con sus obras, gestos y palabras, confiesan que Jesús es el único Señor de la vida y de la historia.

La marginación o el olvido de esta responsabilidad conduce a las comunidades y a sus miembros al abandono de un aspecto tan fundamental de la evangelización como es el compromiso por transformar la realidad, orientándola hacia el Reino de Dios.

Espiritualidad del seguimiento

Espiritualidad laical

42.       Los seglares se definen como seguidores de Jesús. Ello empuja a basar su espiritualidad en el seguimiento real de Jesús, común a todo bautizado. Reservar la dinámica propia del seguimiento sólo a algunos de ellos, equivaldría a desvalorizar el mismo Bautismo. Cabe, sin embargo, hablar de una espiritualidad específica del laicado, distinta de la que puede caracterizar a los presbíteros o a quienes han optado por la vida religiosa en sus diferentes formas.

 

Tal como lo proclama el Concilio Vaticano II, «todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». Los seglares están llamados a seguir a Jesús y a acoger las exigencias del Evangelio con los rasgos propios de su condición laical, para alcanzar en ella la plenitud de la vida cristiana y la perfección del amor, que es vocación de todo bautizado[63].

Escucha de la Palabra y de la vida

43.       De la misma manera que no puede entenderse a Jesús prescindiendo de Dios Padre, principio estructurante y horizonte último de su mensaje y de su vida entera, tampoco cabe hablar de vida cristiana sin hacerla descansar en una relación filial confiada en Dios, en toda circunstancia. La persona creyente se identifica a partir de la escucha atenta y de la obediencia leal a la voluntad de Dios, expresada a través de su Palabra y de los hechos de la vida diaria. La contemplación del Dios de Jesús es así el punto de partida de todo estilo cristiano de vida, también del laical.

 

La actitud de acogida y docilidad a la Palabra de Dios se manifiesta, celebra y renueva de modo singular y preferente en las celebraciones sacramentales, principalmente en la Eucaristía. En ella, la Palabra se hace comida y bebida, entregada para ser asimilada, compartida y anunciada por cada uno de nosotros.

Radicalidad evangélica

44.       El seguimiento de Jesús lleva consigo, frente a un cristianismo de tipo convencional o «light», la exigencia de la radicalidad. La llamada apremiante de Jesús a seguirle exige plena disponibilidad. No es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a la vida. Tomarse en serio el Evangelio, ser honesto en la respuesta, ha de ser tarea permanente de todo creyente.

 

La espiritualidad del seguimiento requiere también una solidaridad efectiva con los pobres, destinatarios preferentes del mensaje de Jesús. De esta manera, se superan posibles tentaciones intimistas o espiritualistas, incapaces de resistir la comprobación de la verdad de la respuesta dada por cada uno a la llamada apremiante del Señor Jesús. Esta opción por los desfavorecidos es beligerante, incluye la lucha contra la pobreza y sus causas, y conduce tarde o temprano al conflicto. Manifiesta también la centralidad de la cruz en el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús significa «complicarse la vida» en la lucha contra el mal y la injusticia.

Espíritu de las bienaventuranzas

45.       El seguimiento de Jesús está impregnado del espíritu de las bienaventuranzas, elemento de contraste permanente con los valores dominantes en nuestra sociedad. En un mundo en el que priman la competitividad, la agresividad, la apariencia o el consumo, los cristianos están llamados a encarnar valores tan profundamente evangélicos como son la misericordia, el perdón, la honradez y transparencia de corazón, la paciencia en situaciones adversas y la misma persecución.

 

Seguir a Jesús pide aunar mística y compromiso, contemplación y acción. La fe en el Resucitado tiene que impulsarnos a optar en toda circunstancia, por el Dios de la vida, siguiendo la trayectoria del Señor, que vino a dar vida en abundancia pasando por la propia entrega y la cruz[64]. Una fe que ha de alimentarse en la oración y en la contemplación del Dios presente en la historia, siempre mayor y más libre, que se da de modo gratuito.

El seguimiento de Jesús va más allá de la ética y del compromiso activo. Incorporar a la vida del creyente la experiencia de la acogida humilde y gozosa del Reino que Dios nos regala. La fe adquiere así una dimensión política en la lucha esperanzada por la justicia en favor de las personas y grupos maltratados y crucificados.

Transmisor de la Buena Noticia

46.       Unido a lo dicho, la espiritualidad cristiana ha de afirmar y transparentar el amor de Dios al mundo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de El»[65]. Una espiritualidad netamente laical que descubre las huellas del amor de Dios en el mundo y se abre a la trascendencia, no puede presentar un talante amenazador o condenatorio, sino que ha de ser transmisora de una Buena Noticia para la humanidad.

Enviados al mundo

Evangelizar “por contagio»

47.       Los laicos, miembros de una Iglesia enviada al mundo como signo eficaz de la salvación y animados por el Espíritu, están llamados a descubrir y escuchar la voluntad de Dios, y a dar testimonio de su fe en todas las circunstancias de la vida. Ellos pueden y deben evangelizar, por así decirlo, por contagio[66]. A través de ellos, la fe se hace testimonio y éste no deja de provocar la pregunta por aquélla. En estos momentos en los que nuestras Iglesias son cada vez más conscientes de la urgencia de la evangelización, cada creyente, grupo y comunidad han de actualizar de modo creativo la dimensión del testimonio de vida como dato cristiano originario. No son las palabras y la doctrina lo primero de la evangelización, sino los gestos y las obras que hablan de una vida coherente con el Evangelio[67].

 

Presencia en la vida secular

48.       El campo propio, aunque no exclusivo, de la acción evangelizadora del laicado abarca los diferentes ámbitos de la vida secular: «el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento»[68].

 

En todos estos aspectos de la vida ha de hacerse presente el laicado de nuestras Iglesias. A los seglares, cuyo apostolado «es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia»[69], compete hacer presente el Evangelio en todos ellos, sin dejar de lado ninguno. Pero no es menos importante que sean ellos mismos quienes lleven a las comunidades cristianas y a la Iglesia particular propia las ilusiones, gozos, esperanzas y preocupaciones de la gente. Este camino de ida y vuelta es una de las características de la existencia cristiana laical. Se trata, al fin y al cabo, de vivir en el mundo con responsabilidad cristiana, enriqueciendo desde ahí la vida de la Iglesia.

La imposibilidad de que todos los cristianos puedan hacerse presentes en todos los ámbitos citados, simultaneándolo además con su papel activo en el interior de la comunidad cristiana, impone la necesidad de un compromiso preferente. Este será normalmente el resultado de un discernimiento o, lo que es lo mismo, de un planteamiento netamente vocacional. Más allá de los gustos y aficiones personales, cada persona bautizada habrá de preguntarse, en las diferentes circunstancias de su vida, por la voluntad de Dios sobre ella. En el momento actual nuestras Iglesias deberían prestar también una mayor atención a las vocaciones de presencia en la sociedad y establecer las ayudas necesarias para su discernimiento y realización.

Al servicio del bien común

49.       La misión evangelizadora incluye naturalmente la pregunta por la presencia pública de la Iglesia y de los creyentes. «La presencia pública de la Iglesia es una exigencia de su dimensión evangelizadora»[70], expresa una dimensión secular ineludible, y puede realizarse de diversas maneras. Los creyentes «de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»[71]. También de esta manera hacen presente a la Iglesia en el mundo y buscan transformar la sociedad según el espíritu del Evangelio.

 

El Vaticano II llama a todos los fieles cristianos a servir al bien común de la sociedad, demostrando con su actividad y con sus comportamientos «cómo se armonizan la autoridad con la libertad, la iniciativa personal con la conjunción y cohesión de todo el cuerpo social, la unidad conveniente y la diversidad fecunda»[72]. En todo caso, la presencia pública de la Iglesia y de los creyentes ha de estar iluminada por el debido respeto a la justa autonomía de las realidades seculares y por una unción preferencial por los pobres y necesitados de nuestra sociedad.

Modo de estar en el mundo

50.       Queremos recordar ahora algunos principios que han de iluminar esta presencia del laicado en las realidades temporales.

 

Un primer elemento ha de ser la búsqueda y la realización de la síntesis entre la fe y la vida. No es éste un problema que afecta exclusivamente al laicado, pero en su caso presenta unos rasgos diferenciados. El hecho de que la mujer y el hombre laicos vivan inmersos en las realidades seculares, aumenta en ellos el riesgo de actuar en la vida cívica relegando a un segundo plano los criterios evangélicos que habrían de inspirarla. Por ello, hay que recordar una y otra vez que «no deben oponerse falsamente entre sí las actividades profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra»[73], a modo de dos líneas paralelas.

Por otra parte, el creyente no ha de estar presente en las realidades seculares sin más y de cualquier manera. Para que su presencia sea efectivamente evangélica ha de estar impregnada de un inequívoco compromiso transformador en favor de la justicia y la igualdad[74]. Ello lleva consigo una forma de opción preferente por los pobres y desfavorecidos como «signo evangelizador por excelencia»[75]. ¿Cómo proclamar si no, de modo fehaciente, que la Iglesia es sacramento de unidad?[76].

La presencia de los miembros de la comunidad cristiana en los compromisos personales o asociados de la vida socio-política ha de buscar también la animación de la vida de la propia Iglesia, a partir de las diversas experiencias positivas de diálogo y de acción con el mundo y la cultura. La necesaria inculturación del mensaje cristiano se convierte así no sólo en «ley de toda evangelización»[77], sino también en fuente de enriquecimiento y renovación de la propia Iglesia.

Miembros responsables y activos del Pueblo de Dios

Animados por el Espíritu, miembros de pleno derecho

51.       El Bautismo nos hace sujetos de pleno derecho de la comunidad de seguidores de Jesús, esto es, de la Iglesia, Pueblo de Dios peregrinante en la historia. En su seno recibimos y alimentamos la propia vocación de servicio incondicional al Reino de Dios que nos es propia. En esa comunidad cada uno de nosotros es objeto de la acción del Espíritu, que suscita las diversas vocaciones y carismas y otorga a cada bautizado, hombre o mujer, sus dones según quiere.[78]

 

Cada miembro del Pueblo de Dios está animado por el Espíritu que hace de él signo e instrumento vivo al servicio del Evangelio. Por el Bautismo, en el Espíritu, cada cristiano adquiere el título originario para participar en la misión evangelizadora de la Iglesia. A partir de él, contribuye a la evangelización, a la edificación de la Iglesia y al bien de la humanidad.

Diversidad de vocaciones, carismas y dones

52.       Las diversas vocaciones, carismas y dones del Espíritu constituyen una fuente inagotable de enriquecimiento y renovación para el mundo y para la Iglesia[79]. El padre y la madre que se responsabilizan de la educación humana y cristiana de sus hijos, la persona que busca acoger y escuchar, el que sabe fomentar el diálogo y mediar en los conflictos acercando a las partes, quien sabe reconocer su debilidad y desde ahí resultar sanante para el prójimo, el obrero que renuncia a parte de su salario y que lucha por unas condiciones dignas de trabajo para todos, el empresario que procura crear puestos de trabajo asumiendo riesgos y renunciando a otros beneficios, la persona enferma que vive y transmite su fe en circunstancias adversas, por citar algunos ejemplos, están, en definitiva, poniendo al servicio de los demás y del Reino de Dios los dones recibidos del Espíritu.

 

Toca especialmente a los responsables de la Iglesia, en sus diversos niveles, discernir v articular los diversos dones y carismas del Espíritu para bien de la comunidad y de la acción evangelizadora. Sin apagar las voces del Espíritu[80], a ellos corresponde buscar que cada persona bautizada sea fiel a su vocación y llegue a ser lo que en el Espíritu está llamada a ser: hija o hijo de Dios en plenitud. La realización de este discernimiento constituye uno de los aspectos más delicados del ministerio de los obispos y de los presbíteros en nuestras Iglesias y comunidades.

Ministerios laicales

53.       La responsabilidad de los fieles cristianos se concreta frecuentemente en servicios funciones o tareas públicas realizadas para la edificación de la comunidad cristiana. Cuando esos servicios públicos incluyen una responsabilidad por un tiempo continuado y son reconocidos oficialmente por la Iglesia, normalmente en el marco de una celebración litúrgica, adquieren el rango propio de los llamados «ministerios». Son servicios cualificados prestados a la comunidad y a su misión.

 

Entre los ministerios de la Iglesia merecen aquí especial consideración los «ministerios laicales», estrechamente unidos con los transmitidos por el sacramento del Orden, en el marco de una Iglesia que es, toda ella, ministerial[81]. Las Iglesias particulares pueden configurar estas formas ministeriales de servicio, de acuerdo con sus necesidades[82]. Concretamente la vida litúrgica, la transmisión de la fe y su cultivo, las estructuras pastorales y el servicio caritativo y de promoción social, son algunos de los campos que están demandando el impulso y reconocimiento de ministerios de carácter netamente laical. También en nuestras Iglesias creemos oír esta llamada a actuar de modo creativo y corresponsable en fidelidad al Espíritu que incesantemente nos alienta y renueva.

El ministerio ordenado, signo de unidad y de comunión

54.       La toma de conciencia de la existencia e importancia de los ministerios laicales ha de llevarnos a las comunidades cristianas y a sus miembros a situar en su adecuado lugar y a valorar debidamente la identidad de los ministerios ordenados, especialmente el episcopado y el presbiterado, como ministerio de unidad y comunión de los demás ministerios, servicios, y carismas. Por su misión propia de celebrar la Eucaristía en la persona de Cristo y de presidir a la comunidad cristiana, corresponde a los obispos y, con ellos, a los presbíteros, ser principio y signo visible de la unidad y comunión del Pueblo de Dios[83].

 

Por nuestra parte, cuantos hemos recibido el sacramento del Orden debemos ver en los ministerios laicales el complemento necesario, para así descubrir más profundamente la ministerialidad y servicialidad como elemento constitutivo de la Iglesia y de toda vocación cristiana.

Apostolado asociado

55.       Aunque cada persona bautizada toma parte individualmente en la misión evangelizadora de la Iglesia, y su labor apostólica personal es totalmente necesaria e insustituible[84], las diversas formas de apostolado asociado y organizado constituyen una expresión y un testimonio de primer orden de la experiencia comunitaria de fe y de su dimensión evangelizadora[85]. Este tipo de apostolado «responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es, al mismo tiempo, signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo»[86].

 

La multiplicación de iniciativas de apostolado laical de diverso signo es un gran regalo del Espíritu a las Iglesias particulares, para un mejor servicio a la evangelización. Al mismo tiempo, la organización surge también como respuesta a las necesidades de presencia misionera en medio de la sociedad, en orden a una mayor eficacia.

Queremos alentar esa rica pluralidad. En un momento en el que las tendencias de nuestra cultura occidental se inclinan claramente hacia la fragmentación y la privatización, más que hacia la participación organizada y corresponsable, la riqueza asociativa de la Iglesia cobra una dimensión profética, a la vez que reclama un mayor interés y esfuerzo a quienes forman la comunidad cristiana.

Con todo, no se nos escapa que el asociacionismo eclesial debe ser convenientemente discernido, ya que también puede llevar a la fragmentación de la comunidad cristiana, al distanciamiento de la Iglesia local o a la privatización de la vida de la Iglesia.

Relaciones del laicado con la Jerarquía

56.       El Concilio Vaticano II nos ofrece unas orientaciones muy precisas de lo que deben ser las relaciones del laicado con la Jerarquía de la Iglesia[87]. Las recogemos aquí de forma abreviada.

 

Derecho a la Palabra de Dios y a los sacramentos

Ante todo, se reconoce a toda persona bautizada su derecho a recibir de la Iglesia los dones de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Ello no justifica, sin embargo, una administración y recepción indiscriminadas de éstos, sin una preparación conveniente y una recta disposición.

Derecho a manifestar sus necesidades, deseos y opiniones

Los creyentes tienen derecho a manifestar sus deseos y necesidades, con respeto y confianza; más aún, «en la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que posean, tienen el derecho e incluso, algunas voces, el deber, de expresar sus opiniones sobre lo que se refiere al bien de la Iglesia. Esto ha de hacerse, si llega el caso, a través de los organismos establecidos para esto por la lglesia»[88].

Este derecho del laicado será tanto más efectivo, cuanto mayor capacidad de escucha y acogida halle en los últimos responsables de las Iglesias y comunidades. Las relaciones entre pastores y fieles han de estar presididas por la familiaridad de trato, la libertad y la confianza, tal como lo indica el mismo Concilio.

Obediencia para fortalecer la comunión

Recuerda también a los laicos su deber de aceptar con obediencia cristiana las disposiciones y decisiones emanadas de los responsables de la Iglesia. Esta forma de actuar y la disposición interior en la que debe apoyarse son imprescindibles para el fortalecimiento de la comunión en el interior de nuestras Iglesias y comunidades, y también entre ellas y las demás Iglesias. La comunión eclesial se realiza inicialmente en la Iglesia particular propia, que tiene en el Obispo a su principal servidor y referente visible. Pero ella ha de contemplar también la comunión de las Iglesias, expresada en la unidad del Colegio episcopal presidido por el Papa.

Autonomía e iniciativa

Finalmente, el Concilio invita a los pastores a fomentar la dignidad y responsabilidad de los seglares en la Iglesia, respetando la autonomía de éstos y ofreciéndoles libertad de iniciativa. Para alcanzar estos objetivos habrán de ser necesarias tanto la libertad de las hijas e hijos de Dios para expresarse y su disposición a acoger las decisiones de los pastores, como la disposición de éstos para atender y discernir el pensamiento y la experiencia de quienes integran la comunidad cristiana, en la que actúa también el Espíritu que Jesús prometió enviar a su Iglesia.

Los Consejos pastorales, órganos de participación y corresponsabilidad

57.       Entre los cauces y organismos establecidos para posibilitar eficazmente la participación y responsabilidad de los seglares en la vida de la Iglesia, ocupan un lugar notable y de especial importancia los Consejos pastorales, tanto parroquiales como diocesanos. Muchos son los seglares que, juntamente con los presbíteros y los religiosos y religiosas, participan activamente en estos consejos, ejerciendo así una forma real de corresponsabilidad en la toma de decisiones relativas a la vida pastoral de la Iglesia particular.

 

Sería equivocado ver en esta afirmación de la corresponsabilidad de los laicos debidamente ejercida, una forma de impedir o limitar la misión que toca ejercer a los obispos y los presbíteros en la Iglesia y en las comunidades cristianas, derivada de su constitución jerárquica. La corresponsabilidad no significa merma de la identidad del ministerio pastoral ejercido por los obispos y los presbíteros. Ha de ser, por el contrario, la expresión de la leal y sincera voluntad de participar en la tarea y misión confiada por el Señor a toda la Iglesia, de evangelizar.

En un proceso de diálogo y escucha, con actitud libre y responsable, que no excluye el ejercicio de la crítica, participan todos los miembros de estos consejos en la búsqueda de lo mejor para la acción pastoral. Aunque los obispos y los párrocos deben promover la participación de los laicos en los procesos de búsqueda y preparación de las decisiones, habrán de ser ellos quienes, en definitiva, las tomen en el ejercicio de la propia responsabilidad pastoral[89]. La eficaz participación en los procesos previos a la toma de las decisiones facilitará, por otra parte, la recepción y puesta en práctica de éstas.

Al ministerio pastoral ejercido por los obispos y presbíteros toca acompañar el proceso de búsqueda, promoviendo y garantizando la libertad de todos los miembros de los consejos, discernir y decidir finalmente, desde el servicio a la unidad y el mayor bien pastoral, lo que se haya de hacer, mediante el ejercicio de la autoridad que deriva de su actuación como ministro de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia.

IV DESAFIOS PARA NUESTRAS IGLESIAS PARTICULARES

58.       En este último capítulo de la Carta no pretendemos agotar todas las posibles tareas y aplicaciones prácticas que se desprenden de lo dicho hasta ahora. Tratamos de ofrecer más bien, unas pautas de actuación que respondan a los desafíos que consideramos especialmente apremiantes en el momento actual, con el fin de valorar e impulsar la vocación y la misión del laicado en nuestras Iglesias.

 

Cultivo de la espiritualidad laical

Lo que entendemos por espiritualidad

59.       Al hablar de espiritualidad queremos significar la manera concreta de vivir la identidad cristiana encarnada en las circunstancias propias de la vida de un creyente o de un grupo de creyentes. Constituye un modo particular de vivir, según el Espíritu, la relación peculiar de la persona con Dios, con las actitudes y expresiones que ello conlleva. Es una mezcla de convicción y experiencia religiosa, de gracia y opción personal, que capacita para vivir y afrontar con fidelidad la propia vocación y misión en la Iglesia y en la sociedad.

 

La espiritualidad laical está enraizada en el misterio trinitario. Consiste en el seguimiento de Jesús de quien, movido por el Espíritu, camina en el mundo al encuentro del Padre, sintiéndose hija o hijo de El y hermano de los hombres y mujeres de la historia.

Hombres y mujeres de Dios

60.       El laicado está formado por hombres y mujeres de Dios. Entre nosotros es conocida esta expresión «hombre de Dios» como referida a un presbítero. En realidad debería ser válida para significar a toda persona creyente. En virtud de nuestra filiación divina, todos estamos llamados a ser hombres y mujeres de Dios.

 

Elemento central de la espiritualidad laical ha de ser la familiaridad con la Palabra de Dios y la oración personal. El laicado ha de responder a la invitación del Concilio Vaticano II a acceder a la Palabra de Dios mediante una lectura personal y habitual de la Sagrada Escritura. A través del contacto frecuente con ella, el creyente irá percibiendo que la verdad salvífica de Dios se transmite por un texto históricamente condicionado, pero de valor permanente, que ha de ser aplicado a la realidad del momento presente.

Con todo, hemos de ser conscientes de que para una buena parte del laicado, la única ocasión de acceder a la Palabra de Dios se da en la Eucaristía dominical. De ahí la necesidad de participar activa y conscientemente en ella y el deber de preparar cuidadosamente las celebraciones. Lo que afecta muy directamente a quienes la presiden. Se va extendiendo también en nuestras parroquias la costumbre de hacer entrega de los Evangelios a los que reciben el sacramento de la Confirmación. Su celebración ofrece un marco apropiado para fomentar en los jóvenes y en los demás miembros de la comunidad cristiana el trato asiduo con la Palabra de Dios.

Junto con el acceso directo a la Palabra de Dios escrita, la mujer y hombre laicos han de capacitarse para leer el libro de la vida secular y descubrir en él una nueva manera de escuchar la palabra que Dios les dirige, especialmente por medio de los «signos de los tiempos». La presencia del cristiano en el mundo no ha de consistir solamente en una colaboración humana para hacer que la sociedad sea más justa. Ha de ser también medio de encuentro con el Señor, lugar de contemplación de Dios, que hace avanzar su Reino en la historia[90]. Ahí radica la posibilidad de realizar una lectura creyente de la realidad, de descubrir, en los claroscuros del presente, las «semillas del Reino de Dios» y de orar, en fin, desde el corazón de la realidad secular.

Radicalidad de los valores evangélicos

61.       La espiritualidad laical está marcada por la radicalidad evangélica del seguimiento de Jesús. No es menos exigente que otras formas de vida cristiana. En sentido estricto, los valores evangélicos inherentes a la «vida religiosa» son comunes a la vida cristiana. También la persona laica está llamada a vivirlos en las circunstancias propias de su vida secular[91]. Todo creyente ha de plantearse su sexualidad, su afectividad y paternidad-maternidad a la luz del Evangelio, ha de usar de los bienes materiales atendiendo al espíritu de las bienaventuranzas, poniéndolos al servicio de los pobres y, a la hora de disponer de sí mismo, de su tiempo y de sus facultades, ha de ser obediente a la voluntad de Dios.

 

En ese marco de radicalidad evangélica adquieren su pleno sentido cristiano virtudes como la solidaridad con los más pobres, la misericordia con los que sufren, la capacidad de compasión y de perdón, la libertad ante el poder, la honestidad ante el dinero y en las relaciones personales, el desprendimiento y el servicio sin afán de dominio, la lucha incansable en favor de la justicia, la esperanza y la fortaleza de espíritu ante situaciones adversas, la disposición a cargar con la cruz propia y a compartir la de los demás.

Los mismos cristianos laicos y, con vosotros, la pastoral de nuestras Iglesias, debéis iluminar y fomentar la práctica de estos rasgos de la espiritualidad laical, lo que servirá para suscitar vocaciones netamente laicales en su seno. El urgente y necesario cultivo de las vocaciones al ministerio presbiteral y a la «vida religiosa» se entenderán así mejor desde la complementariedad de todas las vocaciones y desde el planteamiento de toda vida cristiana en clave vocacional. Todo ello ayudará a una mejor y más plena comprensión de la identidad de cada una de ellas.

Valoración y potenciación del apostolado individual

Cada bautizado, mediación de Cristo y presencia de la Iglesia

62.       El apostolado individual es absolutamente imprescindible para el anuncio del Evangelio y constituye la base de toda forma ulterior de evangelización. La acción evangelizadora y la responsabilidad apostólica individual del creyente es insustituible en la misión de la Iglesia. La persona bautizada está llamada a ser mediación de Cristo y presencia de la Iglesia en el mundo por su vida y su testimonio. Sean o no conscientes de ello, cada hombre y mujer cristianos dan en sus ambientes una mayor o menor credibilidad al mensaje cristiano.

 

La pastoral de nuestras Iglesias debe tratar de que cada persona bautizada no reduzca la confesión de su fe al ámbito cultual o a la práctica dominical, sino que englobe todos los aspectos y situaciones en las que se desenvuelve su vida. Habría que ampliar el contenido del término «practicante» más allá de la participación en la Eucaristía del domingo y hacer que abarque actitudes y comportamientos de la vida diaria coherentes con el Evangelio. De este modo, en la medida en que la fe ilumine la vida entera de cada creyente, se irá realizando también la necesaria inculturación del mensaje cristiano entre nosotros.

La atención al individuo concreto

63.       Para que todo ello sea realidad, salta a la vista la necesidad de que nuestras Iglesias y comunidades cristianas presten una especial atención al individuo concreto. Al hablar de la comunidad, no destacamos de modo suficiente la realización de las personas bajo la mirada atenta de Dios. En realidad, son ellas las primeras destinatarias de la evangelización. Esta reivindicación de la persona concreta por encima de cualquier otro objetivo, no significa una defensa del individualismo privatista o del espiritualismo, sino que indica el camino de la Iglesia a través del ser humano en su concreción histórica. Quisiéramos hacer una llamada a todos los agentes de pastoral para priorizar en su actividad y servicio el encuentro personal con la mujer y el hombre concretos, con sus ilusiones, proyectos, problemas y preocupaciones, en lugar de considerarlos componentes anónimos de un colectivo eclesial.

 

La insistencia en la importancia del apostolado individual, ha de llevarnos a todos a animar el compromiso cristiano de los creyentes en la familia y en la sociedad y a impulsar su presencia en los diferentes ámbitos de la vida pública y su participación como ciudadanos en iniciativas nacidas de la vida social. Iniciativas tan plurales como relativas a los centros educativos, los círculos de la tercera edad los movimientos por la paz, los sindicatos, las asociaciones de vecinos, los partidos políticos, las obras culturales o los grupos deportivos.

Presencia evangelizadora del laicado en el matrimonio y la familia[92]

El matrimonio y la familia, campo prioritario de acción evangelizadora

64.       La vida matrimonial y familiar es uno de los campos prioritarios de realización de la vocación específica de los laicos. El matrimonio y la familia tienen la virtud de condensar aspectos tan fundamentales de la existencia humana, como son el amor, el trabajo, la transmisión de la vida y la educación en los valores fundamentales, la convivencia, la comunitariedad y la relación personal. No extraña tampoco el hecho de que se dé una gran afinidad entre la comunidad familiar y la eclesial. El Concilio Vaticano II llamó a la familia una especie de «Iglesia doméstica»[93], y describió a la Iglesia como «familia de Dios»[94]. Sin embargo, a la vida conyugal y familiar no les prestamos hoy la debida atención en el conjunto de la actividad evangelizadora de nuestras Iglesias. Nuestras iniciativas pastorales manifiestan un cierto pudor o miedo a traspasar el umbral del hogar, como si éste no fuera lugar de anuncio y testimonio de la Buena Noticia.

 

Son numerosas las razones que justifican una presencia evangelizadora especialmente intensa en este ámbito, en el que el laicado ha de ser principal protagonista. Tales son la defensa y promoción de la vida, la educación de la fe y de los valores éticos coherentes con ella, la atención a los apremiantes problemas planteados hoy desde diversos ámbitos a las parejas, las repercusiones de la vida laboral en el ámbito familiar, la dignidad de la mujer. Todo ello hace que sea éste un campo muy apropiado para que la mujer y el hombre laicos vivan su experiencia cristiana y su compromiso transformador.

Urgencia de cuidar la pastoral matrimonial y familiar

65.       Los esposos y padres cristianos han de ver en la familia, en cuanto realidad eclesial básica que es, la primera escuela de vida cristiana: en ella se viven y transmiten valores tan fundantes como el sentido de trascendencia, el conocimiento de la persona de Jesús, la actitud orante, la solidaridad con la persona que sufre o siente necesidad, la gratuidad en las relaciones o el respeto a la dignidad de todo ser humano.

 

Nuestras Iglesias y parroquias han de cuidar una pastoral matrimonial y familiar que ayude a vivir el seguimiento de Jesús en el ámbito familiar. En concreto, han de tratar de consolidar la estabilidad del hogar, promover la educación cristiana de los hijos y la atención a la fe de los mismos padres, y estimular el crecimiento conjunto en valores humanos y cristianos.

Por otra parte, es éste un campo en el que los creyentes se encuentran frecuentemente con la experiencia del sufrimiento, del fracaso y de la cruz, tanto en la vida propia como en la ajena. El dolor de parejas en crisis o que viven separadas, el sufrimiento provocado por embarazos no deseados, no pueden dejar indiferentes a la comunidad cristiana y a sus miembros. Nuestras Iglesias y comunidades han de invertir esfuerzo e imaginación a la hora de acercar la mirada misericordiosa de Dios a quienes viven su matrimonio en medio de grandes dificultades o han experimentado el fruto amargo del fracaso. Hemos de reconocer que con frecuencia tendemos más a la condena que a la cercanía propia del buen pastor. La creación de centros de acogida y orientación puede ser un excelente medio para actualizar la presencia de un Dios solidario con los problemas y el dolor de sus hijas e hijos.

Participación en el apostolado asociado

Razón de ser y objetivos

66.       La rica pluralidad de formas de apostolado asociado existente en la Iglesia es para los seglares una invitación a participar en la acción evangelizadora de la Iglesia, de acuerdo con su vocación y su compromiso preferente[95]. Las comunidades locales y sus responsables han de dedicar su esfuerzo a la promoción y atención de asociaciones, grupos y pequeñas comunidades que dinamicen y multipliquen su vigor evangelizador. En ellos han de encontrar los cristianos espacios de acogida y libertad para poder nutrir su fe, ganar en profundidad y coherencia en el seguimiento de Jesús, contrastar su praxis a la luz del Evangelio, crecer en espíritu comunitario y renovar su servicio a la misión evangelizadora[96].

 

Las asociaciones, grupos y comunidades ya constituidas no deben olvidar que adquieren su pleno sentido en la medida en que sirven a la evangelización de los individuos concretos y de la sociedad. Su misma existencia está ya indicando el carácter comunitario del ser humano, y responde a la necesidad que de ahí se sigue de vivir compartiendo con otros creyentes la salvación de Dios y la entrega a la acción evangelizadora.

Al tener esta acción evangelizadora de los cristianos y de la Iglesia una inseparable dimensión temporal, las diversas iniciativas de apostolado laical deben alentar con especial interés la presencia y el compromiso de sus miembros en la vida social. Asimismo, es conveniente que los mismos grupos como tales se planteen, según su identidad y vocación, y con el respeto debido a la libertad de opción en materias temporales, su incidencia en la vida civil y su contribución a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, en definitiva, más conforme al Reino de Dios.

Discernimiento y coordinación

67.       La Iglesia particular es el marco propio para el diálogo y el discernimiento de las diversas manifestaciones del apostolado asociado. La mutua relación y la coordinación de las diversas asociaciones, comunidades y grupos apostólicos en la Iglesia particular no ha de darse únicamente por razones prácticas o de eficacia. Obedece a razones teológicas de comunión eclesial y constituye un importante signo de credibilidad de la Iglesia en el anuncio del Reino.

 

Corresponde a la Delegación de Apostolado Seglar o al organismo diocesano correspondiente, la responsabilidad de animar el apostolado asociado así, como la coordinación del mismo, para caminar hacia la consecución de un laicado adulto en nuestras lglesias.

La Acción Católica

68.       Los obispos fuimos especialmente invitados por el Concilio Vaticano II, a promover la Acción Católica en nuestras diócesis. «Ella, en sus diversas realizaciones, tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de ‘los laicos de la diócesis’, como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana»[97]. Deseamos que, entre nuestras prioridades pastorales, esté también presente el impulso a la Acción Católica. Consideramos que el método de la revisión de vida, por ella utilizado, es un instrumento válido para ayudar a ver la vida entera a la luz de la fe e impulsar la acción evangelizadora.

 

Cultivo de la pastoral de ambientes

69.       Considerar al laicado como principal agente de evangelización, exige prestar la debida atención a la llamada pastoral de ambientes. Ella es la forma que mejor expresa la vocación de presencia transformadora de los cristianos laicos en la sociedad[98]. Para asegurar su identidad propia, esta pastoral ha de tener en cuenta las dimensiones esenciales de la evangelización (testimonio, anuncio, denuncia, transformación, comunión eclesial), ha de adecuarse a los criterios evangélicos de actuación política (defensa de la vida y de los demás derechos humanos, prioridad de la persona, solidaridad y apoyo de las justas reivindicaciones) y ha de estar animada por el espíritu de las bienaventuranzas[99].

 

Señalamos, a continuación, algunos de los campos más significativos, abiertos a esta pastoral de ambientes.

El mundo del trabajo

70.       Aunque en la actualidad el mundo obrero ha evolucionado respecto a los condicionamientos que le han marcado en otras épocas, sigue siendo un sector de particular importancia humana y social y de renovado interés para la Iglesia. A pesar de las diversas iniciativas y de los esfuerzos realizados, la Iglesia y su mensaje siguen siendo extraños para este medio social. Las estructuras generadoras de pobreza y marginación inciden sobre él con particular fuerza. El paro obrero sigue siendo una llaga lacerante de nuestra sociedad. El trabajo juvenil carece frecuentemente de las mínimas garantías exigidas por la dignidad humana.

 

Todos deberíamos preguntarnos sobre los efectos sociales de nuestros comportamientos económicos, laborales y profesionales. Nuestras Iglesias han de ayudar a los cristianos presentes en los medios obreros a cultivar su conciencia de responsabilidad obrera y su solidaridad con cuantos carecen de trabajo o lo realizan en condiciones precarias. Asimismo, han de fomentar la participación en las organizaciones obreras y la identificación con sus causas justas, para asumir los retos planteados a la evangelización en este ámbito.

El ambiente obrero sigue siendo lugar prioritario de evangelización. El laicado está llamado a hacer llegar a él el mensaje liberador del Evangelio y, a su vez, tiene la responsabilidad de llevar a la Iglesia la problemática, las preocupaciones y las conquistas del mundo obrero[100].

Los ámbitos profesionales

71.       Nuestra sociedad ha propiciado la aparición de nuevos ámbitos profesionales en los que desarrollan sus actividades productivas personas asalariadas que, sin embargo, no encajan en la clásica descripción del «obrero». Ahí se contemplan, entre otros, los técnicos, los profesionales cualificados, los enseñantes o los sanitarios. Se trata de un sector social con gran influencia en la creación y consolidación de las pautas culturales. Especial influencia social ejercen, a nuestro juicio, los intelectuales y los profesionales de la educación, de la enseñanza y de los medios de comunicación, situados en virtud de su tarea en uno de los lugares más delicados para el futuro de nuestra sociedad.

 

Los mismos profesionales han de ser los primeros en tomar conciencia de esta nueva realidad, a fin de actuar según criterios de justicia y de solidaridad humana y evangélica. Pero también nuestras Iglesias habrán de esforzarse en ofrecerles el mensaje del Evangelio, que inspire la respuesta cristiana a la problemática propia de ámbito profesional correspondiente.

El medio rural

72.       Aunque con características propias y diferenciadas, el medio rural existe en todas nuestras diócesis. La convivencia en pequeños núcleos de población, característicos del medio rural, al mismo tiempo que llama a desarrollar la solidaridad en la vida cotidiana, genera también una presión ambiental que frena, muchas veces, la manifestación de las propias convicciones o compromisos personales, incluso en la vida religiosa.

 

En estos ambientes perviven muchas tradiciones inspiradas por la religiosidad popular, al mismo tiempo que se experimenta, al igual que en otros medios, su profundo cambio de estilos de vida y de valores culturales. Todo ello enfrenta a los cristianos con el grave reto de afirmar o recuperar la autenticidad de las expresiones religiosas, más allá de la rutina o la pura costumbre.

Por otra parte, la vida de las comunidades cristianas en muchos de nuestros pueblos rurales está marcada por una dependencia pasiva de las iniciativas y servicios que les ofrecen sus pastores. De hecho, muchos laicos, mujeres y hombres, desarrollan en ellos diversos servicios con abnegación y perseverancia.

Los seglares, debidamente capacitados y apoyados por sus pastores, están llamados a revitalizar la acción evangelizadora de la Iglesia en este ámbito social. Existen ya realidades esperanzadoras, tales como el desarrollo de algunos ministerios desempeñados por laicos, la promoción de servicios de acogida y atención a trabajadores temporeros, el impulso de iniciativas de solidaridad misionera y de promoción social con el tercer mundo, la participación en la animación social y cultural del propio medio.

La juventud

73.       El laicado joven no sólo permite vislumbrar e incluso anticipar, en cierto modo, la Iglesia del futuro, sino que está configurando ya la Iglesia en el presente. Se trata de la parte de la comunidad cristiana que más vivamente experimenta la condición de la Iglesia en el mundo actual y los grandes retos planteados a la evangelización.

 

Los jóvenes cristianos, aunque se saben minoría entre sus contemporáneos, se ven seriamente interpelados por una misión evangelizadora que les desborda, sienten la necesidad de una evangelización adaptada a la mentalidad y cultura actuales, viven en su propia carne los avances y las dificultades de una inculturación más profunda y renovada de la Iglesia en la sociedad actual, esperan la revitalización de las comunidades cristianas. Son cada vez más conscientes de que la principal responsabilidad de la evangelización del mundo juvenil recae sobre ellos.

Constatamos con gran alegría que muchos de los mejores esfuerzos pastorales de nuestras Iglesias locales han sido destinados a la juventud. Hemos de mantenernos en esa línea, buscando que los jóvenes de nuestras comunidades se hagan cada vez más presentes en sus propios ambientes, conscientes de que ahí también se hace presente el Reino de Dios y se realiza su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia.

El mundo estudiantil

74.       La mayor parte de la juventud de nuestra tierra es estudiante, con un elevado número de universitarios. Son también estudiantes, en su inmensa mayoría, quienes nutren nuestros catecumenados juveniles o se responsabilizan directamente de la animación de la pastoral de juventud en calidad de catequistas o monitores. Sin embargo, esta entrega y presencia en el interior de la comunidad cristiana no encuentra a menudo su complemento en el testimonio y la participación en actividades, grupos y organizaciones propias del mundo estudiantil. Esta dislocación entre lo confesado en el ámbito eclesial y la falta de presencia activa en lo que ocupa la mayor parte de su tiempo, acaba llevando frecuentemente a estos jóvenes a un divorcio real entre la fe y la vida.

 

Por ello, a la vez que reconocemos su dedicación y su compromiso eclesial, les invitamos a plantearse su modo de estar como cristianos en el ambiente que les afecta tan directamente, es decir, el de la Universidad y los centros de enseñanza. Ahí están llamados a ser testigos del Resucitado y a colaborar en la venida del Reino de Dios mediante la participación en iniciativas que tratan de crear un mayor clima de auténtica libertad, fraternidad y solidaridad.

Los ámbitos de marginación

75.       Necesitamos mantener y reforzar una presencia significativa de la Iglesia en los diversos ámbitos de marginación y pobreza extrema. Gracias a la dedicación de instituciones eclesiales y, de un modo especial, de Cáritas y de familias religiosas dedicadas a obras de carácter asistencial y de promoción social, la conciencia de cuantos constituimos la Iglesia se ha hecho mucho más sensible en este campo. La aparición de nuevas bolsas de pobreza en el que llamamos «cuarto mundo», constituye un verdadero reto para la sociedad y también para las comunidades cristianas. El laicado está jugando ya un papel importante en el mundo de la marginación.

 

En orden a promover una presencia mayor del laicado de nuestras iglesias en este campo, queremos sugeriros: la promoción de un voluntariado cada vez más consciente y mejor preparado; la creación de grupos de apoyo o referencia que ayuden al voluntariado a mantener el espíritu de su trabajo y a hacer de él una auténtica experiencia de fe; la coordinación de las valiosas iniciativas Ya existentes.

Inspiración de la cultura por los valores evangélicos

76.       Hemos hecho ya alusión a la importancia que tiene el ejercicio de ciertas actividades profesionales en la creación de la cultura. Queremos volver sobre este tema de la cultura desde una perspectiva más general, aunque no es éste el objeto directo de esta Carta Pastoral. Los modos de sentir, de pensar, de actuar y de relacionarse con los demás, están fuertemente condicionados por factores culturales. Estos actúan a favor o en contra de la realización personal, valorada desde una sana visión integralmente humana. Los mismos modos de situarse las personas ante el hecho religioso y los valores ético-morales, no son ajenos a factores e influjos culturales.

 

Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a un ambiente cultural en el que apenas se tiene en cuenta la existencia de Dios o su presencia activa en la historia de la humanidad. En los medios públicos se excluye hasta la misma mención de Dios. Se confunde la no confesionalidad del Estado con la exclusión de cualquier referencia religiosa en la vida pública.

Los hombres y las mujeres que constituyen el laicado de nuestras Iglesias experimentan también, como no puede ser de otra manera, el influjo de los medios y ambientes culturales en los que se mueven. Ellos son sujetos receptores, pero son también, consciente o inconscientemente, creadores de cultura. Los cristianos tenemos la responsabilidad de que nuestra sociedad recupere con normalidad y con paz la memoria de Dios, incluso por medio de signos y usos religiosos auténticos, respetuosos y veraces.

Queremos ofreceros algunos puntos para la reflexión y actuación en relación con ciertos aspectos de la cultura, que centran particularmente la atención de los hombres y mujeres de nuestra sociedad.

a)      En favor de una cultura de la solidaridad

 

Solidaridad y crisis socio-oconómica

77.       Los creyentes, por nuestra mera condición humana natural, estamos llamados a vivir en fraternidad y en solidaridad con los hombres y mujeres del entorno en el que vivimos, y también con los del mundo entero. Esta exigencia natural es confirmada y elevada a cotas superiores de comprensión y de vigencia en la visión cristiana de una humanidad que, en Cristo, constituye la familia de los hijos e hijas de Dios. La expresión de que «todo hombre es mi hermano» es mucho más que una fórmula retórica o una aspiración utópica. Los cristianos creemos que es expresión de la más profunda realización de la socialidad humana, anticipada realmente aunque imperfectamente, en el Cuerpo de Cristo.

 

Pero la situación actual de crisis socio-económica, provocada por un modelo económico de signo capitalista-neoliberal que se va imponiendo con una rígida disciplina, nos enfrenta con realidades muy dolorosas, cuya expresión más significativa es el paro. Son realidades que parecen dar al traste con esa vocación a la fraternidad. Frente a los valores humanos y religiosos de la solidaridad, se va adueñando de nosotros, con un rigor que parece fatal, una cultura de insolidaridad deshumanizante, alimentada por el consumismo, el enriquecimiento fácil y el vacío ético-moral.

Actuar ya desde ahora

78.       No podemos dejarnos engañar por la ilusión de creer que está en nuestras manos el logro de un inmediato giro cultural en el orden económico-social. Pero existe ya ahora la posibilidad y también la urgencia evangélica de actuar desde los imperativos de una eficazmente deseada cultura de solidaridad. Comportamientos así no sólo dignifican y ennoblecen a las personas, sino que señalan puntos de referencia a los que la humanidad no debe renunciar. Compartir los bienes económicos, promover formas de producción más responsables y participativas, asumir la limitación de los propios ingresos en aras del bien común, distribuir mejor los recursos escasos, entre ellos el trabajo, pueden ser la expresión de una seria y eficaz voluntad de hacer un mundo inspirado por valores más humanos, solidarios y fraternos.

 

Dimensión universal de la solidaridad

79.       Por otra parte, el mundo en el que vivimos nos ofrece medios técnicos eficaces para dar a la solidaridad un alcance de dimensiones universales. Podemos conocer desde cerca la realidad de la pobreza y de la miseria que existe en muchos países. Existen cauces para hacerles llegar las ayudas pertinentes. Se abren, cada vez más, las puertas a prestaciones personales de diversas formas de voluntariados. La acción misionera de la Iglesia viene prestando también en el mundo entero, junto con el anuncio del Señor Jesús, servicios de todas clases por la vía de la asistencia y la promoción social. Los seglares cristianos colaboran en ellos, y participan también en organizaciones no gubernamentales. Los seglares cristianos se ponen así del lado de una cultura de la solidaridad, inspirados por la opción preferencial por los pobres ante la que nos sitúa el mensaje de Jesús.

 

b)      Fomentar la cultura del diálogo y de la paz

 

Conflictos y cultura de la violencia

80.       Vivimos en una sociedad fuertemente penetrada por el conflicto. El pluralismo propio de una sociedad libre y participativa deriva frecuentemente hacia múltiples formas de confrontación que van más allá de las legítimas tensiones. El conflicto se hace presente en múltiples ámbitos de la vida social. Aunque sea el conflicto político el que más se deja sentir por el recurso que en él se hace a la violencia, también existen fuertes conflictos en el mundo económico y cultural. En una sociedad así, el criterio de la eficacia para el logro de los objetivos pretendidos, al margen de la valoración ética de los medios utilizados, tiende a imponerse como algo habitual. Se va difundiendo, de manera más o menos confesada, una cierta forma de cultura de la violencia.

 

La conciencia cristiana y la misma razón humana no pueden dar por buena esta forma de entender la vida social y el progreso humano. La bondad y la justicia de los objetivos buscados debe juzgar también acerca de la honestidad de los medios utilizados. La fuerza del más poderoso no es garantía de la justicia de la causa por él defendida. Los pobres y los débiles son los más perjudicados por la violencia impuesta como forma generalizada de actuación.

Promover una cultura de diálogo y de paz

81.       Frente a la cultura de la violencia, todos estamos llamados a promover una cultura de diálogo y de paz en la justicia. Debe hacerlo la Iglesia en los diversos niveles de su ser y de su actuar comunitarios, siendo consciente de que también ella misma está afectada por las tensiones y los enfrentamientos de la sociedad. Los cristianos llevamos a nuestras comunidades, aun sin darnos cuenta de ello, el peso de las incomprensiones y divisiones que vivimos en el mundo de las relaciones político-sociales. Aun siendo ello así, no podemos olvidar que solamente superando en el Espíritu lo que legítimamente pueda separarnos y enfrentarnos, podremos ser signo sacramental de una humanidad reconciliada y pacificada. Las comunidades cristianas habrían de ser ellas mismas espacios de diálogo y de reconciliación, con la mirada puesta en la unidad del amor que es promesa del Reino de Dios. La presencia de los laicos en la sociedad no debe ignorar la experiencia de la paz, compartida en las comunidades cristianas con quienes sienten, piensan y actúan de manera diferente. En mayor o menor medida, todos tenemos la posibilidad de ser portadores de esta cultura de diálogo y de progresiva pacificación a nuestra sociedad, de forma individual o agrupada. Es éste un campo abierto a múltiples formas de testimonio cristiano, inspirado en el espíritu de las bienaventuranzas del Señor, vivido en libertad, incluso si ello ha de suponer padecer reacciones sociales capaces de originar sufrimiento y persecución.

 

c)      Por el reconocimiento pleno de la dignidad humana de la mujer

 

Especial sensibilidad actual ante el problema

82.       La cultura actual muestra una particular sensibilidad por el tema de la dignidad humana de la mujer y por el pleno reconocimiento de sus derechos humanos. Esa sensibilidad no es igualmente compartida por todos los ciudadanos. Existen quienes piensan que el ánimo reivindicativo que presentan, en ocasiones, ciertos grupos y movimientos feministas debe ser objeto de un juicio valorativo más preciso y ajustado a la realidad.

 

No es objeto directo de esta Carta Pastoral entrar en el estudio directo de este tema en toda su complejidad y profundidad. Tampoco sería acertado, a nuestro juicio, hacer generalizaciones de carácter absoluto y universal, como si todas las situaciones fueran equiparables. Con todo, se debe afirmar la verdad de que la situación de la mujer en las sociedades concretas del mundo actual, impregna fuertemente su cultura y es, ella misma a la vez, consecuencia de esa cultura.

Por ello, tal como sucede en otros aspectos de la vida, también la cultura de los diversos pueblos en relación con la mujer, ha de ser objeto de una severa crítica para abrirse a una progresiva superación que facilite el pleno desarrollo de las posibilidades y riquezas inherentes a su dignidad humana y a la propia condición de mujer. Ello sería un bien para cada una de las personas, pero supondría también un notable enriquecimiento para la humanidad entera.

En favor de la promoción integral de la mujer

83.       La presencia activa del laicado cristiano en acciones y movimientos en favor de la promoción integral de la mujer puede ser una aportación muy valiosa para esta causa, digna en sí misma y portadora además de esperanza, cara a un futuro de mayor igualdad y participación de todos, mujeres y hombres, en un proyecto humano común. La iluminación que deriva del mensaje de Jesús para garantizar la recta comprensión de la dignidad humana y del sentido de la existencia, debería ser una de las aportaciones más valiosas que los cristianos podemos hacer, frente a desviaciones ideológicas que pueden ir en contra del objetivo de una más plena dignificación de la mujer.

 

Queremos añadir, finalmente, en relación con este tema, que también las comunidades cristianas y la misma Iglesia tienen que estar abiertas a las justas repercusiones que en su seno tienen estos planteamientos de raíces culturales, que venimos haciendo. La mujer presta un apoyo de valor inapreciable en la pastoral de nuestras comunidades. Su participación en los órganos de corresponsabilidad eclesial, al menos de derecho, no debería ser inferior a la de los hombres.

La necesidad de una adecuada formación

El reto de la formación y capacitación del laicado

84.       Una mejor comprensión de lo que es el laicado como parte básicamente constitutiva del Pueblo de Dios y de lo que supone su participación en la misión de evangelizar propia de la Iglesia, nos lleva ineludiblemente a plantearnos el reto de su adecuada formación y capacitación. Pero si queremos ser coherentes con la apreciación de que el laicado lo forman no sólo quienes aparecen unidos a actividades propias de los llamados «agentes de pastoral», sino también la generalidad del Pueblo de Dios, la exigencia de formación ha de tener horizontes más amplios que los que pudiera sugerir una capacitación especializada para la prestación de algunos servicios.

 

Necesitamos plantearnos, una y otra vez, la urgencia de una permanente educación de la fe, abierta a todos los que mantienen alguna relación o contacto con nuestras parroquias y comunidades. No hemos de renunciar a hacer ofertas educativas generales, aun cuando la demanda sea débil y la respuesta inferior a nuestros deseos o expectativas. Quizás habríamos de utilizar también mejor las posibilidades que nos puedan ofrecer los instrumentos públicos de comunicación.

Una formación especializada

85.       La formación del laicado y su capacitación para la misión que le es propia exige, además de lo dicho, formas más especializadas de actuación. Es importante que nuestras Iglesias pongan a disposición del laicado múltiples servicios ideados para cumplir esa finalidad; pero de poco servirían, si a ello no se uniera el deseo de utilizarlos por parte de los laicos a quienes se dirigen. Sois vosotros mismos, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, quienes debéis tomar la iniciativa responsable en la demanda de los instrumentos y servicios necesarios para vuestra formación cristiana y pastoral.

 

Nuestras diócesis vienen ofreciendo cursos de formación básica de la fe, sobre la que pueda apoyarse una capacitación más particularizada o especializada según las diversas actuaciones pastorales. Se trata de una formación que contempla la globalidad de la persona creyente que alcance, más allá de la formación puramente intelectual, a la experiencia de una vida cristiana integral. La dimensión celebrativa-oracional no puede estar ausente de ella.

La condición propia del laicado, proveniente de su natural inserción en el mundo de las experiencias y relaciones seculares, pide que su formación esté encarnada en su contexto sociocultural propio. La participación en asociaciones seculares con fines socio-culturales diversos hace especialmente necesaria esa peculiar formación laical. No podemos ignorar la fuerza que la dinámica propia de la acción y las mismas ideologías demuestran tener para adecuar a ellas la fe y los comportamientos. La fe cristiana puede dejar de ser la referencia última de los criterios y de las actuaciones.

Saber estar en el mundo, conservando la identidad propia del cristiano, y saber escuchar las llamadas de Dios que de ese mismo mundo brotan, ha de ser un objetivo de esta formación propia del laicado.

V ALGUNAS CONCLUSIONES OPERATIVAS

86.       Os hemos escrito esta Carta Pastoral, queridos diocesanos, movidos por el deseo de iluminar y afirmar mejor la identidad propia del laicado de nuestras Iglesias particulares y en orden a potenciar también su participación en la misión evangelizadora. Creemos que su lectura detenida y la reflexión que sobre ella podáis hacer, puede seros útil para sentiros más insertos en vuestras Iglesias particulares, parroquias y comunidades. Las sugerencias y llamadas hechas en la Carta pueden también dar lugar a diversas iniciativas, adecuadas a las circunstancias concretas de cada lugar, tanto a niveles diocesanos como a otros niveles.

 

Ello no impide, sin embargo, que los Obispos que os escribimos, os presentemos algunos objetivos particulares, dentro de la materia propia de esta Carta Pastoral, a los que creemos conveniente dar prioridad. Su aplicación a cada diócesis concreta habrá de adaptarse, como es natural, a los planteamientos pastorales propios de cada una de ellas.

 

87.- Podríamos formularlos en los siguientes términos:

–                     Potenciar la formación integral básica de los seglares que han de asumir responsabilidades pastorales y la capacitación especializada para su actuación en los diversos campos de la acción pastoral.

–                     Valorar más la acción evangelizadora de los seglares en el ámbito familiar, mediante una mayor atención prestada a la formación integral de los esposos y a su capacitación para la función educativa que han de desarrollar.

–                     Animar y sostener la presencia de los seglares en los grupos, movimientos y asociaciones de carácter secular, en orden a una más activa inspiración de las realidades temporales por los valores evangélicos, y a un testimonio más fidedigno de la propia fe cristiana.

–                     Ejercer desde la instancia diocesana correspondiente, cuál podría ser la Delegación de Apostolado Seglar, las funciones de discernimiento y coordinación de las diversas formas de apostolado seglar asociado.

–                     Fomentar la acción evangelizadora de los laicos, mediante grupos, movimientos y asociaciones laicales y, en particular, por medio de la Acción Católica tanto general como especializada.

–                     Avanzar en la constitución de los Consejos pastorales parroquiales y, en su caso, de las Juntas parroquiales, con el fin de ofrecer cauces operativos de corresponsabilidad seglar en el ámbito de la ordenación y de la actuación pastoral.

 

88.       No queremos ignorar las dificultades que encierra la realización de la acción evangelizadora de la Iglesia, también para vosotros los seglares, en el actual clima socio-cultural. En la primera Carta conjunta que os dirigimos el pasado día 10 de febrero, así lo reconocíamos. Por ello, queremos terminar esta nueva Carta Pastoral con las mismas palabras que entonces os escribíamos: «Sin duda, vosotros y nosotros, encontraremos dificultades en el servicio a la misión evangelizadora de la Iglesia. Pero son más fuertes las razones para la alegría y la esperanza. Nuestra confianza está puesta en el amor y el poder de nuestro Señor Jesucristo. Abramos nuestros corazones a la esperanza. Acojamos sinceramente la llamada y los dones del Señor. Si en algo tenemos otros sentimientos, pidamos humildemente al Señor que renueve nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu y haga de cada uno de nosotros, según la vocación a la que hemos sido llamados, los fieles servidores del Evangelio que el Señor quiere y nuestros hermanos esperan de nosotros».

 

Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, a 19 de marzo de 1996 Festividad de San José

 

+ Fernando, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

+ Ricardo, Obispo de Bilbao

+ José María, Obispo de San Sebastián

+ Miguel, Obispo de Vitoria Carmelo, Obispo Auxiliar de Bilbao

 

 

 

 

[1] Carta conjunta a los fieles cristianos de las Diócesis de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, de 10 de febrero de 1996.

[2] Las referencias a los documentos del Magisterio de la Iglesia se harán mediante la siguientes siglas: AA = Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam actuositatem. AG = Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes. DV = Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina Revelación, Dei Verbum. GS = Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes. LG = Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium. PO = Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum Ordinis. SC = Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. CDC = Código de Derecho Canónico. EN = Pablo VI, Exhortación apostólica sobre la Evangelización en el mundo contemporáneo, Evangelii nuntiandi (1975). LE = Juan Pablo II, Carta encíclica sobre el trabajo humano, Laborem exercens ( 1981). CFL = Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, Christifideles laici (1988). CLIM = Conferencia Episcopal Española, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo. Lineas de acción y propuestas para promover la corresponsabilidad y participación de los laicos en la vida de la Iglesia y en la sociedad civil (1991). ETI = Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Evangelizar en tiempos de increencia (Pascua de Resurrección, 1994). RF = Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Redescubrir la familia, (Pascua de Resurrección, 1995).

[3] Los términos «laico/a» y «seglar» no son totalmente idénticos. Sin embargo, se utilizarán indistintamente en esta Carta Pastoral. El término latino «christifideles laici», utilizado profusamente en la Exhortación papal del mismo nombre, es más rico y preciso que su versión castellana «los fieles laicos».

[4] CLIM 148.

[5] Cfr. San Agustín, Serm. 340, 1: PL 38, 1483, recogido en LG 32.

[6] Cfr RF nn 3-35.

[7] Entendemos por «mundo» lo que el Concilio Vaticano II (GS 2) llama «mundo de los hombres, es decir, toda la familia humana con la universalidad de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia del género humano, marcado por su destreza, sus derrotas y sus victorias, el mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno, para que se transforme, según el designio de Dios, y llegue a su consumación»

[8] LG 30.

[9] Cfr LG 1.

[10] Cfr. Jn 17, 14-18.

[11] Cfr GS 1.

[12] LG 31.

[13] Cfr. PO 3.

[14] Cfr. I Pe 3, 15.

[15] Cfr. LG 1 y 19.

[16] Cfr. Mt 5, 13-14.

[17] . Cfr. LG 4; AG 2.

[18] LG 1.

[19] LG 31.

[20] Cfr. GS 92.

[21] Cfr. GS 36.

[22] Cfr. GS 44.

[23] GS 43.

[24] GS 44.

[25] Cfr. Rm cap. 1 y 2.

[26] Cfr. Rm 8, 19-22.

[27] Cfr. LG 48; GS 39.

[28] Carta a Diogneto, 6, recogido en LG 38.

[29] Hch 2,42-47.

[30] Cfr. Jn 17,9-18

[31] Cfr. 1Jn 4, 19

[32] Cfr. Ef 1, 4-6.

[33] Cfr. Mt 13, 44-46.

[34] Cfr. GS 22 y 32.

[35] Cfr. Mt 16, 3-4.

[36] Cfr Mc 1, 16-45.

[37] Cfr. Mt 9 10; Lc 15, 2.

[38] Cfr. Mc 1, 41.

[39] Cfr. Mc 3, 1-6; Lc 13 10-17.

[40] Cfr. Lc 8, 2-3.

[41] 41. Cfr. Jn 7, 26.

[42]  42. Cfr. Jn 8, 3-11.

[43] 43. Cfr. Mt 15, 21-28.

[44] 44. Cfr. Lc 10, 25-37.

[45] 45. Hch 10, 38.

[46] 46. Cfr. Mt 4, 1-11.

[47] 47. Cfr. Mt 3, 14.

[48] 48. Cfr. Lc 9, 57-62; 22, 28; Jn 15, 5.

[49] 49. Cfr. Flp 2, 5; 1 P 1, 15-16; 1 Jn 2, 6.

[50] 50. Cfr. Mc 3, 14-15; Lc 9, 1-2; 10, 2-12; Mt 10, 1; Jn 20, 21-23. 51. Cfr. AA 1. 52. Cfr. LG 31. 53. LG 32.

[51] 50. Cfr. Mc 3, 14-15; Lc 9, 1-2; 10, 2-12; Mt 10, 1; Jn 20, 21-23. 51. Cfr. AA 1.

[52] 52. Cfr. LG 31.

[53] 53. LG 32.

[54] 54. Cfr. LG 12 y 31.

[55] 55. Cfr. DV 10.

[56] 56. Cfr. GS 91.

[57] 57. Cfr. Hb cap. 5-10.

[58] 58. Cfr. LG 10.

[59] 59. LG 34.

[60] 60. Cff. SC 10.

[61] 61. Cfr. Mt 25, 31-46.

[62] 62. Cfr. LG 36.

[63] 63. LG 40.

[64] 64. Cfr. Jn 10, 10.

[65] 65. Jn 3, 17.

[66] 66. Cfr. LG 33; CFL 15.

[67] 67. Cfr. EN 21.

[68] 68. EN 70.

[69] 69. LG 33.

[70] 70. CLIM 49.

[71] 71. CFL 42.

[72] 72. GS 75.

[73] 73. GS 43.

[74] 74. Cfr. EN 18 y 30-31.

[75] 75. ETI 100.

[76] 76. Cfr. LG 1.

[77] 77. GS 44.

[78] 78. Cfr. 1 Co 12, 11, recogido en LG 12.

[79]  79. Cfr. 1  Co 12, 7.

[80] 80. Cfr. 1 Ts 5, 19.

[81] 81. Esta última afirmación no debe entenderse en el sentido de que cada miembro del Pueblo de Dios recibe una encomienda ministerial, sino que se refiere al hecho de que toda la comunidad cristiana está llamada a prestar al mundo el servicio de ser sacramento de salvación (cfR. LG 1, 9 y 48).

[82] 82. La Exhortación apostólica EN se refería al ministerio de la «catequesis, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros responsables» (n. 73), concediéndoles gran valor para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia. La CFL, por su parte, dice que «cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exija, los pastores, según las normas establecidas por el derecho universal, pueden confiar a los fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio ministerio de pastores, no exigen, sin embargo, el carácter del Orden» (n. 23).

[83] 83. Cfr. LG 23. 84. Cfr. AA 16. 85. Cfr. CLIM 96. 86. AA 18. 87. Cfr. LG 37. 88. Ibid. 89. Así lo establece la normativa de la lglesia, tanto para los Consejos pastorales diocesanos (CDC can. 511 y 514, § I ) como para los Consejos pastorales parroquiales (can. 536, §§ 1 y 2).

 

[84] 84. Cfr. AA 16.

[85] 85. Cfr. CLIM 96.

[86] 86. AA 18.

[87] 87. Cfr. LG 37.

[88] 88. Ibid.

[89] 89 Así lo establece la normativa de la Iglesia, tanto para los Consejos pastorales diocesanos (CDC can. 511 y 514, § 1), como para los Consejos pastorales parroquiales (can. 536, §§ 1 y 2).

[90] 90. Cfr. CFL 15.

[91] 91. Cfr. LG 42.

[92] 92. En RF. nn. 70-104, podrán hallarse desarrollos más amplios de los puntos tratados en este apartado.

[93] 93. LG 11.

[94] 94 LG 32; GS 40.

[95] 95. El documento CLIM, en su n 92 ofrece la siguiente tipología, para analizar los valores y problemas del fenómeno asociativo en el momento actual:

 

v     “movimientos de laicos», cuyo fin primordial es la formación de cristianos laicos, con una vivencia cristiana y eclesial profunda;

v     «movimientos de espiritualidad», cuyo fin es dar a conocer y definir una espiritualidad particular o fomentar una vida más santa o promover el culto público;

v     «nuevos movimientos», que promueven especialmente la vivencia de un aspecto particular del misterio de la Iglesia, como la unidad, Ia comunión, Ia caridad…

 

[96] 96. Cfr. AA 18.

 

[97] 97. CLTM 95.

[98] 98. Cfr. EN 18.

[99] 99. Cfr. CLIM 55.

[100] 100. Cfr. LE 8.

Categorías: Laicos

UNA ESPIRITUALIDAD LAICAL

 

La espiritualidad

Divagues sobre el ser del laico en la Iglesia

UNA ESPIRITUALIDAD LAICAL

http://www.franciscanos.net/teolespir/laico%20espiritualidad.htm

 

 

Estamos ante una expresión ambigua. Un laico “muy espiritual” podría significar a un hombre o mujer que vive en las nubes, poco preocupado por las cosas de este mundo material. O alguien que reza mucho, que es “muy devoto”. Cerramos los ojos y nos imaginamos su cara, sus poses, sus actitudes dentro y fuera del templo.

Pero la expresión puede apuntar a una manera propia del laico de plantarse ante el mundo, la socie­dad, la familia, la política, la economía.

Un ejemplo claro del capítulo 1 del Evangelio de Lucas.

Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zaparías, del grupo de Abías. Cuando fue el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Se le aparece “el ángel del Señor”, expresión que equivale a una teofanía. Ante su desconfianza queda mudo hasta que acepta ponerle el nombre de Juan a su hijo. Desatada su lengua pro­rrumpe en un cántico de bendición, típico de la piedad hebrea de su tiempo. Le recuerda a Dios la promesa hecha a los padres y ruega de acuerdo a los intereses de su espiritualidad sacerdotal recordando a Dios su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nues­tro padre, de concedernos que, libres de manos enemi­gas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de él todos nuestros días.

El foco de interés de un sacerdote es el culto, su máxima aspiración es poder servir a Dios en el templo, libres de aquello que pone obstáculos al servicio coti­diano del templo “en santidad y justicia”, cumpliendo todas las normas rituales.

María también entona un cántico, y también le recuerda a Dios la misericordia mostrada en favor de Abraham y de su linaje por los siglos. Pero las preocu­paciones de una “laica”, por añadidura pobre, están muy lejos del culto y de sus normas de santidad. Como ayuda memoria para Dios, a quien no se atreve a pedir nada, le recuerda sus gestas a favor de los oprimidos. Desea ver a Dios desplegando la fuerza de su brazo, dis­persando a los que son soberbios en su propio corazón, derribando a los potentados de sus tronos y exaltando a los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo a los ricos sin nada.

Al plantearnos el tema de la espiritualidad laical nos preguntamos acerca de si es o no posible describir, delinear la identidad del laico en la iglesia.

UNA COSMOVISIÓN

La espiritualidad es una de las maneras, junto con la cultura y la religión, de plantarse frente a la realidad.

En primer lugar ser laico implica un modo de entender, de ver y de pensar y de pensarse, un modo de concebir al hombre en el mundo: cosmos, sociedad, familia… Una verdadera espiritualidad, en cuanto cosmovisión, termina elaborando sus propios dogmas, axiomas indiscutibles. Por empezar, la espiritualidad de un laico tendría que partir de una primera premisa: existen muchas maneras de ser y de pensar la realidad. En principio no tiene que pensar el mundo con categorías de ortodoxia y heterodoxia. Un laico no es un eremita, corno el Hijo del hombre come y bebe, y es amigo de publicanos y pecadores (Lc 7, 34).

Una espiritualidad laical teje una manera propia de entender a Dios y de relacionarse con él, tiene que ser capaz de elaborar un típico culto que la define, una serie de ritos, de símbolos, maneras específicas de relacionarse con lo absoluto. Un laico no adora a Dios en un templo, como adorador verdadero adora al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean. los que le adoren (Jn 3,21.24).

Es una espiritualidad de lo profano, de lo banal, lo cotidiano, lo “sin sentido”, lo que puede definirse, que tiene límites precisos, explicaciones racionales, lo pere­cedero, lo que envejece, se enferma, se deteriora, muere. El laico vive lo profano, que es manipulable, que puede ser concebido, inventado, confeccionado y manoseado por el hombre.

El laico experimenta a Dios en un espacio profa­no, en la ciudad gris, monótona, sin sorpresas, donde todo siempre es igual y previsible. Una casa es una ca­sa, una esquina es una esquina y un árbol es un árbol. Es el espacio que se deteriora, descascara, se envejece, se derrumba, se desertiza o se vuelve bosque salvaje.

El laico adora a Dios en un tiempo profano, tiem­po histórico, pronosticable. Mañana sale el sol, en el verano hace calor, la noche es oscura y el día claro… El tiempo profano inevitablemente envejece, deteriora, debilita, mata.

Una espiritualidad laical es propia de una persona “normal”, intrascendente, sin sentido especial para la comunidad y para su historial. Puede pasar desapercibido y sin incidencia. Su espiritualidad es totalmente previsible: los laicos comen, duermen, trabajan, comercian, se casan, tienen hijos… mueren y en ese entra­mado arman su espiritualidad. Por propia vocación buscan el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir; en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida (LG 31).

La espiritualidad no es sólo una manera de plantarse ante la realidad, de entenderse y entenderla en relación. No es sólo un pensar de modo peculiar a lo absoluto trascendente. Es un entendimiento dirigido a la acción. Es un modo peculiar de hacer, de construir la realidad y por lo tanto, es también un sistema de valores, una moral, una ética que hace que actitudes, acciones, comportamientos, sean juzgados como buenos o malos, cuino mejores o peores.

La espiritualidad del laico implica una ética laical, al estilo de Jesús, que no fue sacerdote ni monje: sienten hambre y comen sin pensar en permisos y licitud: viven aquello de misericordia quiero, que no sacrificio (Mt 12,1-8). Saben distinguir lo que es del César y lo que es de Dios (Mt 22,15-22). La moral laical no tiene que preguntar acerca de si es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez, de destruirla, simplemente hace el bien, por más que sea “sábado” (Lc (8, 6-11).

Tiene que llegar a ser una espiritualidad de adultos, que se sienten con el derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas co­sas que dicen en relación al bien de la Iglesia; asumen sus tareas espontáneamente, sin esperar órdenes de las autoridades, tienen que buscar obrar con aquella libertad que a lodos compete dentro de la sociedad tem­poral (LG 37). El laico, en cualquier profesión y oficio sabe defender la justa autonomía que le corresponde (GS 36), es decir, no vive dependiendo de la autoridad de los profesionales de lo religioso, tiene que llegar a la mayoría de edad en la Iglesia como en la sociedad.

Para los teólogos cristianos monjes y clérigos, Dios es ágape, caritas, amor donativo y desinteresado, amor que Escoto llama “casto”. Para Tomás de Aquino Dios ama sin pasión y no ama lo distinto a sí mismo.

 

Para un teólogo laico de los siglos XIII-XIV, Nico­lás Cabasilas, Dios está dominado por un eros loco. Dios es un loco de amor erótico. Me sorprendió mucho cuan­do lo leí, lo introduje -con algo de temor- en mi manual de Teología fundamental… hasta que vi que Benedicto XVI lo empleaba en su encíclica “Dios es amor”.

El Nuevo Testamento nunca emplea la palabra eros: de los tres términos griegos relativos al amor -eros, philia (amor de amistad) y agapé-, los escritos neotestamentarios prefieren este último. El amor de amistad (philia) es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Je­sús, sus discípulos, los pecadores, las prostitutas, los cobradores de impuestos. Los griegos consideraban el eros ante todo como un arrebato, una «locura divina» que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar es­tremecido por una potencia divina, le hace experimen­tar la dicha más alta.

Eduardo Galeano en una serie de grajeas que publicaba en la contratapa de un semanario se lamenta: El dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no hace el amor Quizás es el único dios que nunca ha hecho el amor, entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana. Cada vez que lo pienso, siento pena por él. Dios está solo, es un solo, solo por toda la eternidad.

Benedicto responde que los profetas han descrito la pasión de Dios por su pueblo con imágenes eróticas audaces. En los textos bíblicos el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas “como un joven esposo el de su esposa”. Como el eros es la fuerza que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman, la cruz es la máxima expresión del eros loco de Dios.

LA REALIDAD

Toda experiencia humana tiene que ser situada, confrontada, entendida, experimentada en relación con lo que llamo “realidad”. Realidad es todo lo que no soy yo, “lo” otro, lo que no es el sujeto que mira, piensa y hace lo real atora de sí. Un partícula quarc, el átomo, la célula, el animal, la planta, el ser humano, las razas, las sociedades, los estados, las ciudades, el planeta, el siste­ma solar, la galaxia, el cosmos… yo mismo, el otro, Dios.

La realidad es un texto cifrado y de difícil lectura. Aún la más pequeña y banal realidad cotidiana es de por sí un misterio. Misterio en el sentido paulino del término, es decir, realidad que exige ojos para ver, aceptación vital, identificación práctica… La realidad se nos presenta siempre como arcano, como enigma, como superficie que nos ofrece sorpresas en su interior, en las profundidades, en lo recóndito. La historia va revelando lo velado…

Toda lectura de la realidad es relativa. Una des­codificación de la realidad y su consecuente interpreta­ción es legítima solamente en relación a otras lecturas, complementada con otros ángulos de visión, respetuosa de la intransféribilidad de toda experiencia humana: toda visión de la realidad es un punto de vista y la vista de un punto.

Nos acercamos a la realidad con cierta precomprensión de la misma, fruto de la experiencia, de la educación y del medio ambiente y hasta de la misma genética. Por lo cual, para leer la realidad tenemos necesidad de una clave de lectura, o sea de una llave que permite abrir la puerta y adentrarse en el recinto de la realidad. Para descifrar un objeto tenernos que encontrar la llave que abre el candado que impide su comprensión.

Por ejemplo, la genética es una de las ciencias más recientes, que han revolucionado tanto el conocimiento como la manipulación de la naturaleza. El hombre con­siguió desentrañar los códigos genéticos de los seres: el descubrimiento equivalió a encontrar una nueva clave de lectura, una llave capaz de abrir nuevas puertas que posibilitan no sólo saber más, sino dominar mejor.

Si un científico hace pasar su lectura de la realidad solamente por la genética y no abre también otras puertas, con otras llaves que permitan otros acercamientos, otros puntos de vista, el resultado puede resultar peligroso para la vida en el planeta. En ese caso ética y estética, sicología y religión, sociología y política… todo sería mera consecuencia de los códigos genéticos impresos en las especies. La literatura escrita y filmada de ciencia ficción abundó sobre el terna. Creo que el ejemplo vale para captar la importancia de una correcta descodificación de la realidad.

Un ser humano puede ser descodificado, y por lo tanto leído y rehecho, con diversas claves de lectura. Pongamos otros ejemplos. Supongamos que utilizamos una llave hermenéutica bioquímica: el hombre será visto como una serie de compuestos y consecuentes re­acciones químicas, lo cual es correcto, aunque parcial. Análogamente es factible el uso de una llave antropológica, ética, o ecológica, siempre parciales.

Hay realidades que proporcionan claves de lectura más englobantes, como la cultura, la fe, la espiritua­lidad… más abarcadoras de la totalidad… pero siempre fragmentarias. Una misma realidad, al ser leída desde códigos diversos, se abre a nuevos sentidos, en princi­pio complementarios.

Si en realidad es posible hablar de un código, o una serie de códigos que definan la espiritualidad de un laico, si hay una manera específica de relacionarse como laico con la realidad, son los mismos laicos los que tienen que dar una respuesta.

CONOCER LA REALIDAD

La persona y el grupo leen lo real, es decir, lo pa­decen, lo hacen, lo interpretan, con la carga hereditaria del propio pasado. Cuando adquirimos un conocimiento ya poseemos conceptos y prejuicios previos. Conocer es siempre interpretar en contra o a favor de los conocimientos y experiencias vitales anteriores.

Una pretensión de objetividad aséptica sería fruto de la ingenuidad o de la no objetividad intencional.

Para conocer necesitarnos la mediación de modelos, paradigmas, fórmulas, construcciones mentales e ideas. Es por estas mediaciones que, inevitablemente captamos lo real. Estos parámetros son proporcionados por la cultura-sociedad, no son productos privativos y exclusivos del individuo. Estos indicadores permiten conocer y operar sobre la realidad, pero, al enmarcarlas, limitan el ámbito del conocimiento y de la acción.

“Conocer” es también, siempre y de alguna manera, un “hacer”-“ser hecho”. Una manera de entender y ser entendido es -inevitablemente- una manera de construirse, construir y ser construido.

Estos códigos, a la vez que hacen posible leer-hacer lo real, delimitan -ineluctablemente- el horizonte de comprensión, determinan el ángulo de visión, parcializan el resultado de la lectura y consecuentemente el resultado de la acción.

Los códigos aparecen como sistemas: no se nos presentan aislados, como mónadas, sino orgánicamente, como esquemas interpretativos y operativos, o sea, como “paradigmas”.

Son sistemas hermenéuticos que provienen de la praxis y conducen a la praxis.

Estos sistemas, a su vez, se presentan organizados, sistematizados, dentro de esquemas de compren­sión más englobantes que, de modo genérico, podríamos llamar cosmovisiones.

La cosmovisión, pre-comprensión orgánica de la realidad, es condición sine qua non de todo conocimiento y de toda realización.

Estas posturas globales poseen diversos niveles de profundidad interpretativa y operativa y ámbitos más o menos extensos de comprensión-acción.

La cultura, fruto de la experiencia, de la educación y del medio ambiente y hasta de la misma genética, es una de las cosmovisiones básicas de la experiencia humana.

Habitualmente definimos la cultura como el modo de ser, de sentirse y de entenderse de un pueblo, de un grupo humano con identidad histórico-geográfica.

Un pueblo se distingue de otro por los diversos paradigmas que utiliza la propia comunidad histórica para entender, sentir, construir y valorar los datos de la realidad.

Hoy estamos inmersos en un proceso de universalización que afecta inevitablemente al planeta, transformado en una aldea global.

La espiritualidad es la organización peculiar de los paradigmas amplios de la cultura o religión. Define a un movimiento que posee una sistematización propia de los paradigmas comunes, siempre dentro de una cosmovisión más amplia.

Por lo tanto, es evidente que no podemos hablar de una espiritualidad laical unívoca, universal, válida para todos los tiempos y para todas las geografías… para todas las economías.

LUGAR SOCIAL

Uno de los axiomas fundamentales: los paradigmas no nacen de la mera especulación teórica de un grupo de intelectuales desinteresados. El que se sienta en la mesa del patrón a tomar bebidas finas no tiene los mismos paradigmas para interpretar un conflicto obrero, que quien se sienta en la mesa del peón, a soportar un vino barato.

El lugar geográfico-social es determinante en la elaboración de los paradigmas. Este es un dato privilegiado en la hermenéutica y praxis latinoamericana.

El lugar social de los pobres reales, el lugar social de los ricos reales, son horizontes hermenéuticos de un pensamiento y una acción contradictorias.

Los paradigmas dominantes son producto de la lectura de la realidad hecha por las clases dominantes. Sea como fuera que se llamen -clase, estamento, casta…- los que se apropiaron de la cultura, del dinero y del poder elaboraron los paradigmas de la actual cultura pretendidamente global, omniabarcante y definitiva.

En esta aldea global de miles de millones de habitantes, un puñado de hombres se ha adueñado del poder de decisión sobre la producción, el intercambio, la distribución y el consumo de los bienes -tanto materiales como culturales como espirituales- necesarios para la supervivencia de la comunidad.

Esta ínfima minoría establece los paradigmas pa­ra entender la realidad y por ende para justificarla. A su servicio están los hacedores de paradigmas.

Los comunicadores, los pensadores, los científicos y los expertos en política y economía, los artistas y los profesionales de la religión y de la teología están -mental y geográficamente- situados en ambientes social­mente cercanos a los grupos dominantes, usufructuando sus privilegios. Los fabricantes se encuentran muy lejos de los ambientes y de las condiciones de vida de los consumidores de paradigmas.

Los paradigmas no son ya, corno en los pueblos antiguos, una producción comunitaria. Están en manos de especialistas (sociólogos, analistas políticos, teólogos, artistas, comunicadores, etc.), que se apropian de la producción de paradigmas, faena que tendría que ser propia de la comunidad.

El común, el pueblo de a pie, queda, pues, reducido a la condición de consumidor pasivo de las interpretaciones elaboradas fuera de sus intereses, sus preocupaciones y sus anhelos.

La gran ilusión de la teología latinoamericana fue la de ver, algún día, a los pobres articulando su palabra en la sociedad y en la Iglesia.

LA UTOPÍA

La utopía es la formulación simbólico-mítica de los paradigmas que un grupo utiliza para entender; hacer y valorar la realidad. Cuando un grupo humano logra definir, formular, su propia utopía, en ese mismo momento ha encontrado su identidad original. Por la utopía el grupo humano identifica la felicidad germinal, la salvación que despunta, la esclavitud sopor­tada, la condenación que aparece inminente. La utopía revela en el horizonte la imagen nítida de lo bueno sin mal, de la perfección sin mácula, la libertad plena, la felicidad perfecta.

La utopía no es jamás lo que “no puede estar” en ningún lugar. Simplemente afirma que el proyecto formulado por un grupo en un momento histórico “aún, de hecho no está presente totalmente” en un lugar.

Cuando un grupo humano posee un proyecto histórico común, la Utopía es la realidad, que aunque “todavía no” es localizable, acabará siendo el lugar-habitación del hombre sobre la tierra.

Las utopías se encuentran bajo sospecha, tanto de los defensores del sistema dominante y los detentores del poder, como de los que están lanzados a la lucha política para cambiar la sociedad y alcanzar el poder.

El pragmatismo imperante acusa a las utopías de ser ineficaces, o al menos formula el gran interrogante acerca de la real capacidad transformadora de la utopía.

La utopía nunca es negación o rechazo de la realidad, menos aún una representación ingenua de la irrealidad. Al contrario, es como un espesamiento, una creación de mayor realidad, de realidad total. La uto­pía puede definirse como palingénesis, corno propuesta de creatura alternativa, de nueva sociedad.

La Utopía puede ser definida como una nueva generación de lo real, que pretende obrar con categorías y orientaciones diversas a las de los paradigmas dominantes.

Eduardo Galeno, en otra de sus perlas, dice que ve a la utopía a 30 metros, corre para alcanzarla y la utopía se desplaza hacia el horizonte, corre para el horizonte, que siempre está más allá. Si no se puede alcanzar nunca, ¿para qué sirve la utopía?… para caminar en esa dirección y no en otra.

Estaba en una reunión de adviento con un grupo de postulantes de la Orden y otros jóvenes “comprometidos” de una parroquia de periferia. Preparábamos la Navidad en base a una pregunta: ¿Qué le pediría al Niño Jesús como regalo de Navidad? Salieron a la luz las más hermosas utopías para la Iglesia, para el país, para el barrio. Participaba también una muchacha joven, con un bebito en brazos. Joven y, por añadidura, pobre de solemnidad. Ella le pidió a Jesús una heladera, usada, para guardar la leche de su pequeño… con el calor amanecía siempre cortada….Utopia de pobre de veras.

Recordemos, la Utopía de Zacarías en la plena libertad de cultos y el cumplimiento libre de todos los ritos de la liturgia. En cambio la laica pobre María ve en su horizonte el hambre de los pobres saciada y acabadas sus humillaciones.

LAICOS CONSUMIDORES

Hace más de 20 años leí en la revista Concilium (No. 151, Enero (1980) pp.19-29) un artículo del venezolano Otto MADURO, Trabajo y religión según Karl Marx. El autor describe un tipo de producción y religiosidad disociado radicalmente de la consumición religiosa. La religión termina no siendo una producción comunitaria, quedando relegada en manos de especialistas (teólogos, sacerdotes, liturgos, artistas, etc.), que, como los demás productores espirituales de la sociedad están lejos de los consumidores de religión. Los hacedores de productos religiosos se apropian -operan de hecho y sin saberlo lo peor es que, por lo general, el hecho se realiza por mecanismos inconscientes-, de la capacidad de producir religión que tienen los sectores de la población mayoritarios, convertidos en consumidores pasivos de una producción religiosa elaborada fuera de sus intereses, necesidades, preocupaciones y especialmente lenguaje.

Creo que la consecuencia más grave de que la producción religiosa es elaborada de hecho en el espacio cultural de las clases dominantes, por creativos que comparten sus regalías y sus estilos de vida, es que tales mercaderías religiosas reproducen los intereses dominantes. Como lo religioso es asumido como sagrado y por lo tanto inmutable, la resultante es que los productos religiosos reproducen “sub specie aeternita­tis” dichos intereses.

Las instituciones religiosas terminan siendo imagen, semejanza y legitimación del entramado social dominante. A partir de allí el mecanismo se reproduce sin fin. Repito que lo más grave es que los mecanismos son habitualmente inconscientes: la producción espi­ritual termina reproduciendo el orden establecido y el monopolio culturalmente legitimado de la producción religiosa del que gozan las estructuras religiosas. El consumo de los productos religiosos elaborados, social, cultural, económica y geográficamente lejos de los ambientes de los consumidores, consuma la sacralización de la sociedad que produjo la religión dominante.

Una cara de la moneda: los productores religiosos se convencen de que sus productos son independientes y autónomos en relación a la política y a la economía de las clases dominantes, y rechazan de plano la mera hipótesis de un condicionamiento y de un uso socialmente interesado de sus productos religiosos.

Para peor, los hacedores de paradigmas se convencen de que sus lecturas no están condicionadas por sus propios intereses, y los consumidores los introyectan acríticamente como inevitables y sin alternativa, aseguran la dominación de un modelo de sociedad co­mo algo fundado en la ineluctabilidad de la ley natural, llámese ésta “voluntad de Dios”, “naturaleza”, o “deber moral”.

La ideología sirve tanto para que la conciencia de los excluidos del sistema acepte como natural su condición, como para que los miembros de la clase dominante puedan ejercer como natural su explotación y su dominación. Los consumidores religiosos desconociendo el proceso de producción religiosa se muestran inequívocamente convencidos de que su religión es anterior y superior, independiente de sus propias condiciones de vida.

ESPIRITUALIDAD DE LAICOS HECHA POR CLÉRIGOS

La espiritualidad del laico no tiene tiempos sagrados. El espacio sacral supone el tiempo sagrado. Fuera de este tiempo nuestro, con su devenir y su degrada­ción. El tiempo sagrado transcurre en oposición a la duración profana, llena de inseguridades, inasible, sin contenido. Al contrario del tiempo enmarcado en lo cotidiano, el tiempo sacral transcurre inexorablemente, es tiempo fuerte, tiempo puro, tiempo primordial que no transcurre, y que se puede tornar siempre presente y operante en virtud de la festividad periódica. El tiempo sagrado, revivido en la fiesta es una tentativa del hombre por alcanzar el tiempo de la creación, haciéndolo “presente histórico”. Es el tiempo en el cual la divinidad, o el héroe ancestral, “en el principio”, creaba todas las cosas, y les daba vida y consistencia. El tiempo sagrado se confunde con el eterno, y participar en él es alcanzar la vida.

Se notará, igualmente, que Justino abandona el vocabulario pietista que hacía de los cristianos no solamente elegidos, sino “santos” o “perfectos”. Si ve en los cristianos “hermanos” o “iluminados”, define al cristiano, ante todo, corno un “discípulo” (Dial 17,1). Piensa que él mismo forma parte de esos cristianos que son discípulos “de la pura y verdadera enseñanza de Jesús” (Dial 35).

Taciano, que fue alumno de Justino, se expresa muy claramente sobre este tema: “Entre nosotros no son solamente los ricos quienes cultivan la filosofía, los pobres gozan también gratuitamente de la enseñanza; porque lo que viene de Dios no puede ser compensado por presentes del mundo. Nosotros acogemos, pues, a todos aquellos que quieren escuchar, ya sean ancianos o niños, todas las edades, en una palabra, son igualmente honradas entre nosotros; pero toda impureza está lejos de nosotros.” (Taciano, Oratio 32)

“Dios mismo lo testimonia cuando dice «que en todos los lugares entre las naciones se ofrezcan sacrificios agradables y puros»: ahora bien, Dios no recibe sacrificios de nadie sino por sus sacerdotes.” (Dial 116)

La verdadera originalidad de Justino se sitúa en la radicalidad de esta afirmación: todos los cristianos son sacerdotes. En las obras de este maestro, la noción de sacerdocio se aplica al conjunto de los cristianos, y solamente a ese conjunto. Esta noción no es aplicada nunca a un tipo de ministro particular. No existe, en el Diálogo o en las dos Apologías, sacerdocio ministerial que vendría a superponerse o sobre añadirse al sacerdocio universal de los cristianos. A primera vista, esta afirmación puede chocar a un espíritu moderno que se preguntará inmediatamente cómo, entonces, era celebrada la eucaristía. Escuchemos responder al mismo Justino.

Todos los discípulos de Cristo tienen una igual dignidad. En este punto no hay, para Justino, ni clérigo ni laico, sino solamente los hijos de la elección y del conocimiento. La concepción que Justino nos presenta del cristiano tiene algo de gnóstica: el cristiano es, ante todo, un discípulo, aquel que ha aceptado instruirse, creer en las enseñanzas que le han sido entregadas y ponerlas en práctica. Pero ese “gnosticismo” no tiene nada de orgulloso. Si el bautismo es baño de conocimiento, es también, baño de penitencia: el candidato al bautismo debe desear ser lavado de sus pecados antes de ser iluminado. El conocimiento de los cristianos no está destinado a permanecer esotérico, cada cristiano debe hacer un deber de trasmitir gratuitamente la enseñanza que ha recibido a todos aquellos que aceptarían devenir, a su vez, discípulos.

Ireneo, a pesar de la alta idea que se hace del discípulo espiritual, parece rehusarse a establecer una distinción entre los cristianos; ignora los términos clérigos y laicos, concede a todos los discípulos la dignidad sacerdotal. Al contrario, parece sublevarse contra el modo que tienen los valentinianos de distinguir entre los “simples”, “las gentes del común” y los “perfectos” (AH 1, 6,4 y 15,2). Paradoja, esta “multitud” a la cual ellos dirigen sus discursos, esas gentes simples y sin ciencia, los valentinianos les dan una denominación específica. Esta denominación es, no como se podría esperar, la de laico (el que forma parte del pueblo) sino la de “eclesiástico”. (AH 111, 15,2)

LA SANTIDAD

El documento sobre la Iglesia del Vaticano II en su óptica invertida de la Iglesia, parte de presupuesto básico: todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad (LG n°39). La santidad no es privilegio exclusivo de un grupo consagrado por el ministerio o por la profesión religiosa. Jesucristo predicó la santidad de vida a todos y cada uno de los discípulos. El es para todos Maestro y Modelo de santidad, y envió a todos el Espíritu San­to. Los seguidores de Cristo, son santos: llamados por Dios, por designio y gracia de Él „justificados en Cristo Nuestro Señor; en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios partícipes de la divina naturaleza. Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la. plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad.

El laico tiene que tomar conciencia que la santidad cristiana promueve aún en la sociedad terrena un nivel de vida más humano (n°40).

No hay diversos tipos de santidad cristiana, para el seguidor fiel de Jesús, la santidad es la misma en cualquier clase de vida y de profesión. No sólo los monjes y los religiosos, todos son guiados por el espíritu de Dios, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas.

Los laicos casados, viudos o célibes todos por igual deben ofrecer al mundo ejemplo de incansable y generoso amor. Deben ser en medio del inundo constructores de fraternidad y de caridad, presentándose corno testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella. Célibes, viudos, casados to­dos contribuyen a la santidad y actividad de la Iglesia (n°41).

Los laicos deben buscar su perfección en el duro trabajo humano al que viven entregados, siguiendo así los pasos de Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual. Los laicos se santifican en su mismo trabajo cotidiano.

Los laicos que se ven oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los achaques y otros muchos sufrimientos o padecen persecución por la justicia, todos aquellos a quienes el Señor llamó Bienaventurados, todos los fieles cristianos por medio de cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, se podrán santificar de día en día (n°42).

El pueblo santo de Dios, la universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1 Jn. 2,20 – 17) no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde el Obispo hasta los últimos fieles seglares” manifiestan el asentimiento uni­versal en las cosas de fe y de costumbres (n” 12). La infalibilidad del Papa no es un tumor anómalo en el cuerpo de Cristo. Es consecuencia de la infalibilidad del cuerpo cuya cabeza es Cristo y cuya alma es el Espíritu.

Si duda que tanto la inspiración de la escritura como la autoridad del magisterio no son efectos de la aprobación del pueblo. El Papa no es infalible porque el pueblo acepta un dogma, así como la Biblia no es inspi­rada porque el pueblo integra un escrito en el Cánon.

Pero si el pueblo santo de Dios, ungido por el Es­píritu, no “recibe” un libro o una doctrina, el tal escrito o doctrina es obra del Espíritu.

DESAFÍOS

Una de las expresiones en boga en América Latina: tenemos que ser voz de los que no tiene voz… Tuve la gracia de participar como delegado de la vida religiosa en la Conferencia de obispos de Puebla. Escuché varias conferencias sobre la aparición de María en los albores de la colonización española. Quedé impactado y escribí un artículo en Cuadernos Franciscanos de Chile. Escribía lo siguiente:

María se dirige al indio Juan Diego, no al obispo, no a los frailes, no a los curas. No hace los encargos a los ricos para que ellos, los que tienen el poder y la ciencia, a Dios y a su palabra, sean los agentes de la salvación para los pobres. Es emocionante releer el relato, el ver cómo el pobrecito despreciado, no creído en casa del obispo, dice a la muchachita, niñita aparecida, que mande a otro que calce, vista y hable como los grandes de la sociedad. Tierna hasta conmover la respuesta de la muchacha mestiza exigiendo del indio “bruto” el ser agente, sujeto activo y responsable.

Nada más coherente con la actitud de Dios en la historia de la revelación. La buena nueva es anunciada a los pobres para que éstos sean “apóstoles”. No hay mucho de noble, culto y poderoso en la primitiva comunidad a la que se dirige Pablo en la primera carta a los Corintios. Como no es de notables el grupo de discípulos de Jesús.

María se aparece en una Iglesia donde hay muy pocos agentes responsables y una gran masa de ejecutores irresponsables porque la gracia y la palabra han sido usurpadas por la clerecía, esa parte escogida por Dios como heredera de todo privilegio. María se dirige a un indígena, al que no solamente no se le respeta como “laico”, sino al que aún se discutía si tenía alma verdadera. María de Guadalupe elige a esta especie de no-hombre como agente de su misión. María no es la voz de Juan ante el obispo, exige que él sea su propia voz.

Cuando enfrentamos hoy el desafío de elaborar una espiritualidad laical, los profesionales en religión tenemos que evitar la tentación de elaborar por los laicos lo que ellos pueden hacer con sus propias fuerzas. El laico tiene que ser agente de su propia palabra.

El Concilio Vaticano II no nace de la nada. El siglo XX es un hervidero de nuevas ideas y nuevos movimientos, fuera y dentro de la Iglesia. Piénsese sólo en lo que significó la Acción Católica como impulso y concientización de una nueva imagen de Iglesia. Hoy abundan los teólogos laicos… y las laicas teólogas.

Sería de esperar formulaciones propias sobre los más diversos asuntos de la vida, la doctrina, el culto y la moral católicas. No me olvido que no basta la condición de laico, el lugar social sigue siendo un horizonte hermenéutico que condicionará su cosmovisión. Los empresarios católicos nos ofrecerán una perspectiva espiritual diversa de la de los obreros católicos y éstos a su vez interpretarán la realidad de modo diverso que católicos de un asentamiento… y a su vez, las mujeres del asentamiento aportarán un matiz muy original a la espiritualidad cristiana.

Un solo ejemplo: pensemos en la imagen de Dios señor feudal, imposibilitado de ejercer misericordia sin justicia, propia de la Iglesia imperial y que nos legó San Anselmo como herencia, que diría maldita, a la Iglesia latina que aún vive sumergida en categorías de redención y satisfacción. Pensemos en la exacerbación de esa justicia en la Francia jansenista. Una mujer, Margarita María Alacoque, impone rápidamente en la Iglesia latina la imagen de un Dios puro corazón amante, con rasgos tiernos y casi femeninos.

En la historia de la Iglesia tendríamos que saber rescatar la pléyade de mujeres sabias y místicas con un pensamiento que aún hoy resulta ajeno a los cristianos varones. Hoy son cada vez más frecuentes las mujeres teólogas y van apareciendo con fuerza las ideas de lo femenino en Dios, del rol de la mujer en la Iglesia.

Tendríamos también que repensar la acción y el pensamiento de la mayoría de los profetas, que fueron laicos. Podríamos releer los evangelios como la buena nueva de un Jesús que tampoco fue ni sacerdote ni monje como los esenios, un Jesús que pensó la ley, el culto, el templo y toda la realidad como un laico. Su espiritualidad fue típicamente laical.

Categorías: Laicos

LA ACCIÓN CATÓLICA

LA ACCIÓN CATÓLICA

Victorio Oliver Domingo. Obispo de Orihuela-Alicante

PRESENTACIÓN

Comienzo esta presentación de la Acción Católica un recuerdo sugerente del profeta Isaías. Está en la segunda parte, en el libro de la consolación. Isaías hace revivir al pueblo un nuevo éxodo.

Decía el profeta: Algo nuevo está brotando ¿no lo notáis? Is 43,19). Mirad, todo lo hago nuevo, se lee casi al finalizar el Apocalipsis (21,5) Ha brotado para siempre un Germen, un retoño, del seco tocón (Is 6,13;11,1).

En este clima, hablamos de la Acción Católica, después de etapas, de largas etapas de desierto, en el que, sin embargo, el Espíritu del Señor ha estado trabajando. Tal vez era necesario recorrer una ruta de arena ardiente y de sol calcinante, de sed, de perseverancia aguante, de estar era camino de búsqueda. Hablo así, por seguir aplicando la imagen bíblica.

Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis? No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo. El profeta nos sitúa en el presente y nos orienta hacia el futuro. ¿Será verdad que han pasado los días de la sequedad y, que vienen tiempos nuevos?

Para confirmarlo, os presento algunos datos de esta novedad, del nuevo aire y del nuevo clima que vive la Acción Católica, de su nueva etapa, para este tiempo histórico comprometido seriamente con la evangelización. Son nueve datos de eso nuevo, que está brotando.

1

No en vano se repite entre nosotros la necesidad de aportar brazos y esperanza fresca para una nueva evangelización (ChL 34). Es tema persistente en los escritos del Papa y es objetivo preferente y repetido en los planes pastorales de la Conferencia Episcopal y de tantas diócesis españolas. De la nuestra también. Un anuncio del Evangelio con parresía y con signos, que llegue a la transformación radical de la sociedad según los valores del Reino.

En el horizonte de la evangelización se ha movido la Acción Católica. Todo lo que suena o huele a Evangelio le interesa vivamente a la Acción Católica, le ha apasionado desde el primer momento de su nacimiento y durante toda su existencia. Nació para evangelizar a hombros de laicos. Fue entonces algo nuevo. Hoy es hora de los laicos, se dice en Los cristianos laicos, Iglesia en mundo. Si somos fieles a la novedad inagotable de la evangeliza- ción, estaremos recreando la Acción Católica cada día y en cada época, para servir al Evangelio y para aproximarlo a los hombres con palabras inteligibles y con voz convincente. Por eso mismo nacieron los movimiento especializados de la Acción Católica, y se colocaron en avanzadilla, porque había que evangelizar ambientes resecos y en erial. Una característica de novedad, además del vigor y del método, es que la realizan los laicos. Tienen voz, la han recuperado, como Aquila y Priscila (Hch 18, 2.18-26; Rom 16,13).

Es el primer dato de esta novedad. Una nueva Acción Católica para una nueva evangelización. De esto debe ser consciente la Acción Católica y debe romper rutinas, como debe explorar caminos no recorridos. No nos está permitido replegarnos en los cómodos cuarteles de invierno.

Segundo dato. Aunque han pasado diez años, el texto mantiene el calor de la novedad. En noviembre de 1991 la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal aprobaba, y se difundió posteriormente, un documento conocido y estudiado. Es el CLIM, «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo». Este escrito ha dado pie a numerosos encuentros en las diócesis. Los laicos lo conocen. Se le ha considerado como la carta del Apostolado Seglar hoy. Fue preparado por muchos y durante largos meses. Pues bien, al final del documento, se da la salida a la Acción Católica. Se la define y se cuenta con ella. La Acción Católica recibe, en él, su carné de identidad, que se concretará en las Bases. De este modo, se envía a la Acción Católica por las Iglesias de España.

3

Otro dato importante para esta nueva etapa, ha sido la aprobación de las Bases de la Acción Católica Española y de los Estatutos de la Federación de Movimientos de Acción Católica, de que acabo de hablar. Los dos documentos fueron aprobados por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en noviembre de 1993.

Con esta aprobación se completa un período largo, que ha servido para dialogar ampliamente los obispos y los movimientos, para conocer mejor las entrañas de la Acción Católica. Durante muchos años se vivió con excesiva espontaneidad, y fueron los mismos Movimientos quienes sugirieron la necesidad de ahondar y de entrar, con calor y con rigor, en el ser de la Acción Católica. Fue en el curso 1986-1987. Y, como sin darnos cuenta, fuimos rehaciendo y realizando la acción Católica, en lo que tiene de comunión, de misión, de corresponsabilidad y de eclesialidad fecunda.

Las Bases no sólo sustituyen a los antiguos Estatutos, superados por la vida misma, sino que dan la medida v el espíritu de lo que hoy debe ser la acción Católica. Así los obispos de la CEAS y los movimientos hemos leído juntos, detenidamente, el Concilio y hemos releído las NOTAS, que definen la Acción Católica. La hemos leído hoy, las hemos leído al calor de la historia de la misma Acción Católica, y a la luz de otros documentos del Concilio (CLIM, 128). Hemos encontrado acentos nuevos, que son signo del vigor de un cuerpo, que vive y crece, como crece y vive la Acción Católica.

En los Estatutos, se configura la nueva organización de la única Acción Católica (CLIM, 128). Ya se hizo frecuente, en diálogos y en escritos de aquel momento, una expresión acuñada: Nueva configuración de la Acción Católica. Era el vino nuevo, pero necesitaba también odres nuevos (Mt 9,17). Hemos de caer en la cuenta de lo que supone esta novedad. Ya no vale apelar a modelos nostálgicos, ni a modelos que no existen. No penséis en lo antiguo, decía Isaías. A la única acción Católica se llegó también por un proceso de mesa redonda v de acercamiento de todos los Movimientos en las Comisiones Nacionales y en las Diócesis.

4

La aprobación de las Bases y Estatutos, por parte de la Conferencia Episcopal Española, supone un gesto amplio de confianza. Y éste es el cuarto dato, que expongo. No fue una aprobación rutinaria, precipitada o a mano alzada. Hubo un largo debate y una mirada atenta al texto presentado. Al fin, se sancionaba afirmativamente el camino recorrido. La confianza de los obispos se traducía en interés. La Acción Católica es algo que interesa, se la llama a las parroquias, porque se la necesita en ella. Una voz autorizada y exigente de esta llamada llegó desde el Congreso de Parroquia evangelizadora en noviembre de1988 (Doc. final 26 c.) De esta aprobación, como decía, se deduce la confianza sin reticencias que la Iglesia española deposita en la Acción Católica. Y la Iglesia llama decididamente a la Acción Católica General y a la Especializada, para realizar el proyecto evangelizador de la misma Iglesia. Así la confianza se convierte en esperanza, y con la esperanza, hoy renovada, encaramos el futuro de la Acción Católica.

 

Un quinto dato es el hecho de que la Acción Católica General, como se describe en el CLIM, 126, inició ya su camino hace nueve años. Han sido aprobados sus Estatutos en la LX Asam­blea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en noviembre de 1993. Fue audaz el nacimiento. Fue un gesto de eclesialidad y, de realismo. Ha empezado a andar en muchas diócesis.

6

El sexto dato. Como decía, se ha trabajado seriamente en este tiempo. Fruto de ello, pedido y también necesario, son los Materiales de iniciación. Además del Espíritu, siempre activo, la esperanza de la Acción Católica tiene ya andaderas. Estos materiales demuestran que el proyecto es posible, y si es posible, podremos apostar por él. Quiero destacar el empeño de las Comisiones Generales en renovar, de modo permanente, y en adaptar los Materiales de Iniciación. Porque se ahogan los Movimientos, que no inician.

7

Los datos precedentes desembocan en una conclusión, que es el séptimo apunte: Se ha pasado de un cierto anonimato a un conocimiento de la Acción Católica, de una creída irrelevancia a una publicidad, de ser ignorada en muchas zonas a ser invitada en distintas diócesis. Y así, tanto el Consiliario General como el Secretario General de la Acción Católica han hecho kilómetros para dar a conocer, de forma directa, el momento que vive la Acción Católica y su nueva configuración, con que quiere trabajar al servicio de las diócesis, de las parroquias, y al servicio de la evangelización nueva.

8

El encuentro de abril de 1995 con el Cardenal Pironio. Eran 300 sacerdotes, también jóvenes. Recordaba tiempos muy antiguos. Importante fue el número de participantes, pero, sin duda, más sorprendente fue el clima que se vivió y la responsabilidad, que hizo nacer, por muchas Diócesis, a la CEAS y, sobre todo, a los Movimientos. Este hecho se repitió con sorpresa y con gozo en Pascuas posteriores.

9

He de recordar una alusión de novedad a nuestra Diócesis. Se ha recorrido un camino sereno y positivo, para constituir el Consejo Diocesano, con Estatutos aprobados en septiembre de 1999, y erigido canónicamente el 15 de noviembre de 2000. Fueron muchas horas de diálogo, de convergencia y comunión, de acercamiento de todos los Movimientos, que han dejado un buen recuerdo, y quiere apoyar y mantener el sentido diocesano. Fue trabajo de la Coordinadora, desde 1992.

Os he recordado nueve datos, que avalan la afirmación de que algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis? Para la Acción Católica es una oportunidad extraordinaria, también por parte del Señor y de su Espíritu. «Momento histórico», dijo un obispo en la Asamblea Plenaria.

Por mi parte, digo esta convicción: Que, en todo proceso de la nueva Acción Católica, poco se podrá hacer sin los sacerdotes y poco se podrá hacer sin los laicos.

Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?. La positiva acogida de este documento, ¿dice que se avecina una mañana de Pascua para la Acción Católica? ¿Lo veis así? La conclusión es que ha habido una clara apuesta por la Acción Católica.

He de hacer una matización. Es ésta: que no se piense que ahora se crea, de la nada, la Acción Católica. Vivía ella y tiene historia también reciente, como tiene raíces. La novedad pertenece al ser que está vivo. Algo nuevo de ella es lo que está brotando en nuestros tiempos.

Después de esta presentación de la «novedad que vive la Acción Católica», paso al cuerpo de la exposición que divido en dos partes desiguales en extensión. A la primera llamo: Hay que ser realistas En la segunda intentaré definir la Acción Católica con tres apartados. Terminara, como es lógico, con una conclusión. Y tengo que decir, desde el principio, que esta presentación no está exenta de interés por la Acción Católica. Interés, que no oculto, y gratitud a Dios, también, por la Acción Católica. Por lo que en la historia de la Iglesia del siglo pasado ha realizado y por la espléndida oferta que hoy presenta. Porque es de hoy.

Tal vez no la hemos sabido presentar. Tal vez su realidad extraordinaria queda matizada y diluida por testimonios pobres. Quiero igualmente afirmar que la Acción Católica no reclama privilegios, sino un puesto para evangelizar. Por eso, da gracias a Dios por el creciente protagonismo de los laicos, por el nacimiento de formas nuevas de apostolado laical. Con tal que el nombre del Deñor sea anunciado. Reconociendo a la Acción Católica, se aprende a amar a la Iglesia y a todos los frutos que de su tronco fecundo hace nacer y crecer el Espíritu.

  1. HAY QUE SER REALISTAS

Hablar de la Acción Católica, a cara descubierta, me produce un temor, que manifiesto con franqueza: ¿No será hacer una oferta en el vacío? ¿No será ir a vender abrigos en el desierto caluroso? Y lo digo por el ambiente general, que, a veces, me parece respirar.

De cara a la Acción Católica, las comunidades y grupos, algunos movimientos, también sacerdotes, se sitúan de distinta manera. Enumero actitudes que he escuchado:

1.1.          Hay gente que cree que no existe la Acción Católica. «La Acción Católica, ¿es que todavía existe? La creíamos muerta, o muy aviejada. ¿Dónde esta, que no se le nota la vida? ¿Queda algo de ella, después de su crisis?»

1.2.          Otros no creen en ella, aunque conocen su existencia. Ha pasado el tiempo de la Acción Católica. Y pasan de la Acción Católica. Hoy han surgido nuevos movimientos eclesiales. Nosotros esperábamos que resurgiera, y, como ocurrió a los dos de Emaús, abandonan el intento de buscarla. Que el Señor venga a caminar con nosotros y con muchos en este relanzamiento de la Acción Católica.

1.3.          ¿Qué Acción Católica? La antigua, que es la del recuerdo, no convence. La Acción Católica actual, ¿cuántos son? ¿No es conflictiva?

1.4.          ¿Para qué sirve? Se puede hacer lo mismo «sin nombre», sin ese nombre.

1.5.          En muchos existe la imagen fija de algo que existió, y lo asocian a banderas y multitudes. No tienen la fotografía actual y conservan una diapositiva anticuada. No han renovado su álbum. Es más, el nombre repele.

1.6.          Hay recelos y se crean resistencias y reticencias, desconfianza. Porque se hacen esta pregunta: ¿A qué obedece este empeño de los obispos? ¿Qué hay detrás de él?

1.7.          En algunos suscita miedo y temores, existen prejuicios. El miedo de que sea un movimiento excluyente, avasallador y que reclama para sí privilegios únicos y primacías sobre otros. ¿No es monopolizadora la Acción Católica?

1.8.          El miedo que produce adivinar un trabajo exigente y un método riguroso. Este miedo se da en los laicos y existe, en los sacerdotes, y, por eso, se prefiere otro tipo de asociación y metodología menos exigentes. Como el miedo que parece existir en algunos. Temen la mayoría de edad de los laicos, da la impresión de temor hacia el laicado adulto responsable.

1.9.          Se junta a todo lo anterior, la abundancia de creatividad y de excesiva espontaneidad. Hacemos grupos a «medida» y cuando cambia el sacerdote, si el siguiente tiene otra medida, cambia el grupo. En todo caso, nos gusta ser dueños más absolutos de lo que es exclusivamente nuestro.

1.10.      Otros no apuestan por la Acción Católica porque creen que es un esfuerzo inútil. Es más fácil hacer nacer un niño, que resucitar y poner en pie un cadáver.

1.11.      No hay conciencia de qué es ser consiliario, y qué significa y exige el acompañamiento nuestro, que reclama la Acción Católica.

1.12.      Se da, en general, un alejamiento también del clero joven. Algunos se acercan a los Movimientos juveniles, al Junior. Nadie les ha hablado. No la conocen.

1.13 . El pastor, que sufre con lo inmediato y concreto, escoge lo que ya le ofrece «algo», y no acepta la paciencia de procesos formadores largos.

1.14. Finalmente otros creen en la Acción Católica, aunque, a veces, la vean «como el pequeño resto de Yahvé», apuestan por la formación y el protagonismo de los laicos. Están hoy comprometidos con la Acción Católica en la nueva etapa.

El Señor quiera que alguno de los que se encuentran en alguna de las posiciones anteriores de incertidumbre o de recelo, apueste por la última, después de reflexionar y leer este escrito. Por mi parte, lo escribo con esta confianza.

  1. ¿Pero qué es la Acción Católica?

Quiero presentarla no con mis palabras, ni con testimonios muy antiguos. Ya os he citado documentos del Papa y de la CEE. Uno más antiguo es de hace casi 30 años:

«Orientaciones sobre Apostolado Seglar» (1972). Otro, más reciente, es de noviembre de 1991. Es el CLIM. Y, desde luego, su carné de identidad renovado es de noviembre de 1993, cuando se aprueban las Bases y Estatutos.

Os presento la Acción Católica en tres capítulos:

  1. Quiénes son sus miembros
  2. Para qué se reúnen
  3. Donde viven y trabajan

Con estos apartados describo la eclesialidad de la Acción Católica.

  1. ¿QUIÉNES SON SUS MIEMBROS?

Son cristianos; suelen llamarse «militantes», no porque sean belicistas, sino con el nombre mismo de la Iglesia, que también se llama «militante». Indica su concepción de la vida como campamento, así viene desde el evangelio de S. Juan. Entienden la fe como «milicia», como le gustaba describirla a S. Pablo. Epafrodito era «compañero de armas» (Flp 2,25). A Timoteo le dice que sepa «soportar la fatiga como buen soldado» (2 Tim 2,3). Repite la idea de combate (2 Cor 10,3), e indica contra quién combatimos y contra quién no. «Combate el buen combate», dice también a Timoteo (1 Tim 1,18). Otras veces habla de «armas», armas originales: son las «armas de la justicia» (Roen 6,13), o «armas de la luz» (Rom 13,2; 2 Cor 6,7). Son las armas de Dios (Ef 6,11.13). Y hablará de la coraza (Ef 6,14), de la coraza de la fe y de la caridad (1 Tes 5,8); del «yelmo de la salvación» (Ef 6,17), o de la esperanza (1 Tes 5,8), o del «escudo de la fe» (Efó,16), o de la «espada» del espíritu (Ef 6,17), que es la Palabra de Dios, más cortante que espada de dos filos (Hech 4,12).

Es decir, la fe no es cómoda; nos habla de desafío; de tener conciencia de la presencia del mal, como nos lo recuerda la oración del Señor. También, con las armas, la fe nos da seguridad.

Estos creyentes, que así encaran la vida, quieren vivir como discípulos de Jesús, lo siguen. Ponen la fe en la vida. Viven la vida como fe, que actúa por la caridad (Gál 5,6). Hacen vida los valores del Reino. Profundizan en la fe de la Iglesia y lo hacen -notadlo- a partir de su vida y de la Palabra. Unen la Palabra y la vida. Ven la vida desde la Palabra. Tienen igualdad de planes de formación. Celebran con gozo la Eucaristía y el perdón, porque creen que necesitan una conversión permanente. Practican la oración personal y comunitaria. Crecen constantemente en la comunión eclesial. Es la coraza de la fe; el escudo de la fe.

Se proponen testimoniar la fe en Jesucristo muerto y resucitado. Lo hacen personal y comunitariamente. Como los primeros creyentes hacen de su vida un testimonio. Son «testigos del Dios vivo».

Les importa el Reino de Dios. Por él trabajan en solidaridad entre ellos y con todos los que tienen buena voluntad, y con quienes sienten preocupación por un hombre nuevo, por una sociedad nueva en la que reine la verdad, la justicia, la libertad y la paz, y en la que se cultive la «civilización del amor».

Anuncian, con sus palabras también, el mensaje de Jesús e invitan a los hombres a adherirse a Cristo y a la comunidad de los que creen en Él: así plantan la Iglesia en solares nuevos o la refuerzan en los lugares donde ya ha crecido. Animan igualmente a los hombres, a los creyentes a trabajar por el Reino, y tienen clara meta que transciende lo mediato y lo temporal: es la salvación plena y eterna en Cristo. Oíd resonancias de la Tertio Millennio adveniente y de la Nono Millennio Ineunte. Recordad el capítulo segundo de esta última carta que invita a contemplar el rostro de Cristo, y el capítulo tercero que alienta a caminar desde Cristo por los caminos de la santidad, de la oración y de los sacramentos, para ser testigos del amor, que viven con pasión la comunión, que apuestan por la caridad y afrontan los actuales desafíos para la misión y el diálogo a la luz del Concilio. Nos hace bien escuchar del Papa: ¡Mar adentro!

Es decir, están especialmente preocupados por la evangelización del mundo, por la transformación de la sociedad en que viven. De siempre ha sido una preocupación sentida y esencial. Descubrieron en su tiempo, hace mucho tiempo, que la evangelización también avanzaba a hombros de los laicos. Descubrieron que, por ser Iglesia, su solar adecuado es el mundo de los hombres con quienes viven.

Ellos mismos se llaman « Iglesia»; saben que son Iglesia, porque viven el Bautismo y la Confirmación. Saben que la Iglesia se vive en cada diócesis, como porción del pueblo de Dios, unida por el Espíritu, presidida por el obispo. La diócesis es única matriz y es, al mismo tiempo, su casa de familia. Y viven la comunidad parroquial.

Para realizar estas tareas hacen dos cosas: se forman de un modo progresivo y permanente, y, además, se asocian de un modo estable.

Al escuchar esta descripción podréis decir que nada nuevo he dicho, que pueda ser específico de la acción Católica. Nada original. Todo esto es propio de todos los cristianos. Y es verdad. La originalidad de los militantes de Acción Católica es que son cristianos diocesanos sin más. Son cristianos no sólo en la Diócesis o para la Diócesis; son de la Diócesis. De ella nacen y de ella únicamente viven. No tienen otra fuente u otra mesa. ¿Es mejor así? No lo sé. Digo lo que son (Bases, I).

He recordado que se reúnen y lo hacen de modo estable. Para seguir definiendo la Acción Católica, digo a continuación para qué se reúnen.

  1. – ¿PARA QUÉ SE REÚNEN?

Vernos dicho que estos cristianos militantes se reúnen de modo estable. A la asociación suelen llamarle «movimiento». Trabajan necesariamente organizados, como aconseja el Concilio (AA 18). Se reúnen para hacer efectivas las 4 NOTAS de la Acción Católica. Estas notas son capaces de vertebrar la Acción Católica y expresan su eclesiología.

Es oportuno recoger las páginas en que el Concilio se refiere: expresamente a la Acción Católica. Por supuesto en AA, el número 20, con una recomendación expresa al final del número. Es muy importante que la Acción Católica sea también señalada en el Decreto «Ad Gentes», en el número 15. Y a los obispos recomienda el Concilio que ayuden y apoyen a la Acción Católica (CD 17). Otro dato: En Christifidelis laici es la única asociación consignada por su nombre, en el número 31, y se cita igualmente en el número 47 de Catechesi tradendae.

Desde el Concilio, la Acción Católica se ha precisado y definido por 4 características, que se llaman las NOTAS. Donde se den esas 4 NOTAS a la vez, en principio, se da la Acción Católica.

Digo «en principio», porque para que una asociación sea reconocida como Acción Católica Española de ámbito nacional, es preciso que se inscriba en la Federación de Movimientos de la Acción Católica, porque se atiene a las Bases Generales de la misma Acción Católica, y porque ha sido erigida canónicamente por la Conferencia Episcopal (Estatutos, art 4.5).

Las 4 NOTAS se refieren: 1°, al fin apostólico de la Acción Católica; la 2a, a la dirección seglar: la 3a habla de la organización, y por último, la 4a matiza una especial vinculación con la Jerarquía, de modo que se manifieste en una más estrecha e inmediata colaboración con el apostolado jerárquico (LG 33; AA 24).

Después del Concilio, estas 4 NOTAS, explicitadas en AA 20 -que es el texto fundamental de la Acción Católica-, han sido leídas, como he apuntado, a la luz de otros documentos del Concilio, como la LG, GS, AG, y se han leído también en la historia de la Acción Católica.

Deletreo brevemente estas 4 NOTAS, y sigo un orden distinto al enunciado en AA. No sé si lograré ser más pedagógico.

2.1.          En primer lugar se reúnen. En los Movimientos de Acción Católica los seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico, para dos fines: manifestar mejor la comunidad de la Iglesia y para que resulte más eficaz el apostolado (AA 20 c). Es la 3° NOTA.

Esta nota pide a los Movimientos un modo eclesial de trabajar. Han de poner especial empeño por contribuir y reforzar la comunión eclesial, que es tema recientemente recordado con insistencia en Tertio Millennio Adveniente y Novo Millennio Ineunte, y hacerlo así en los ámbitos en que están organizados los Movimientos: parroquial, diocesano, supradiocesano. La organización no es, ante todo, por razones de eficacia, sino para anudar la comunión y expresar la eclesialidad. La Acción Católica es eclesial por el fin, pero también por el estilo, es decir, al estilo de la Iglesia. Palabra clave es «unidos». Esta apertura a la comunidad eclesial es especí­fica de la Acción Católica. Como quiere el Papa Juan Pablo II, la Acción Católica está llamada a ser una gran fuerza de comunión intraeclesial. ¿No será una afirmación de la posibilidad y necesidad de conjuntar la pastoral?

Se unen también, porque entienden que es más eficaz el testimonio común de los valores del Reino; porque aseguran una participación más responsable de sus miembros, y porque aúna y coordina sus esfuerzos (AA 18).

2.2.          El protagonismo de los laicos, es la 2a NOTA, «aportan su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección» (AA 20 b).

Se reconocen, por esta NOTA, los derechos y deberes de los laicos, que nacen de su unión con Cristo y del Bautismo y la Confirmación, que les capacitan para ello (LG, cap IV; AA 13). La

Acción Católica es obra de laicos. La Acción Católica es muy secular. Por eso mismo, el mundo, la actividad humana v sus relaciones es lugar adecuado y privilegiado de la Acción Católica; la presencia en el mundo es responsabilidad del apostolado seglar, y así lo asume la Acción Católica, y no puede retirarse de este compromiso. «Iglesia en el mundo» son los laicos cristianos y no lo olvida la Acción Católica. Presentes en el mundo. En esta NOTA, palabras claves son «responsabilidad y experiencia».

  • Responsabilidad en la dirección. Cuando se extiende el nombramiento de presidente, se hace con esta clara afirmación. Él es quien preside el movimiento en el ámbito parroquial, diocesano o general.
  • Responsabilidad y experiencia «en el examen cuidadoso de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia». La Acción Católica no ha nacido para sí. Vive en la Iglesia y vive para la Iglesia. Esto implica que esta NOTA se lea a la luz de la GS, la «Iglesia en el mundo», la Iglesia para el mundo, como lo fue el Señor, para gloria de Dios Padre, y como se ha recordado unas líneas más arriba.
  • Responsabilidad y experiencia en la elaboración de los programas de trabajo, en su seguimiento y en su evaluación.

Quienes vana realizar el fin apostólico de la Iglesia son los laicos, y lo realizan del único modo posible: en comunión y cooperación con las orientaciones diocesanas y supradio- cesanas, de los Obispos y del Papa. El laico de Acción Católica conoce, como norma eclesial, el viejo adagio: «Nada sin el Obispo». Pero también, en dirección recíproca, los obispos y los sacerdotes los escuchan fraternalmente, promueven su corresponsabilidad, les encomiendan tareas, y les dejan en libertad (PO 9; cfr LG 37).

2.3      Se reúnen para un fin inmediato, «el fin apostólico de la Iglesia», es decir, «la evangelización y la santificación de los hombres, la formación cristiana de sus conciencias, de tal manera que puedan imbuir del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes» (AA 20 a). Este fin global de la Iglesia es la primera NOTA.

El proceso se inició describiendo la Acción Católica, como «participación en el apostolado jerárquico». Posteriormente como «una cooperación con ese apostolado jerárquico», para descubrir que la relación radical es, ante todo, con la Iglesia, como lo es la minina Jerarquía. Palabra clave la eclesialidad. En la fisonomía genuina de la Acción Católica, se destaca, por tanto, su eclesialidad. Sin esta referencia, manifiesta y vivida, no existe la Acción Católica. Así es, porque asume el fin global de la Iglesia. Y se destacan tres aspectos eclesiológicos:

1° El fin general apostólico de la Iglesia, con tres verbos: evangelizar, santificar, formar. Es el Señor quien destina a los laicos para este fin (LG 30,33; AA 3; ChL 24). Es decir, la Acción Católica no tiene un fin específico suyo propio, sino que hace suyo el triple objetivo de la Iglesia en cualquier campo o ambiente y también en el ámbito de la comunidad.

Nace para evangelizar. Es su pasión evangelizar en la comunidad, pero, sobre todo, donde el mundo y sus realidades necesitan ser transformadas según los valores del Evangelio. Nace, además, como una fuerte llamada a la santidad. Y el tercer empeño permanente de la Acción Católica es la formación de sus militantes, niños, jóvenes o adultos.

2° En la Iglesia particular es el segundo aspecto eclesiológico. La Acción Católica se define también por su fundamental referencia a la Iglesia particular. Por eso, la Acción Católica debe consolidar fortificar la comunidad parroquial y la diocesana, y la consolida también por su comunión suprad iocesana y universal.

3° Por último, como se dice en esta NOTA, que habla de ambientes, la Acción Católica nace para «plantar la Iglesia» (AG 15), más allá de las parcelas cultivadas. Este empeño serio hizo nacer la Acción Católica Especializada, que hoy sigue teniendo vigor necesario. La Acción Católica es expresión y presencia de la Iglesia en el mundo infantil, de jóvenes y de adultos, en el mundo obrero, rural y universitario; en el matrimonio y en la familia, con los enfermos y minusválidos, en el campo del turismo y de los medios de comunicación social. La Acción Católica está, o debe estar, presente en estos ambientes, como exigencia de su fe, en actitud de participación y solidaridad.

Por todo esto el Papa Pablo VI la llamó una «singular forma de ministerialidad laical» (AG 15). Paso a describir la cuarta NOTA.

2.4      Bajo la superior dirección de la Jerarquía. Esta NOTA hay que leerla y estudiarla después de las anteriores. Las supone y las tiene en cuenta. Es NOTA específica de la Acción Católica e igualmente más difícil de definir, de explicar y de entender, también de vivir. Aunque se presiente lo que es y significa, cuando se vive.

La «superior dirección» es un plus añadido a lo que, en toda ocasión, se debe pedir a cualquier Asociación de fieles (AA 20 d). Usa dos expresiones, que son palabras clave para aproximarnos el sentido más exacto, no erróneo, en el que debe entenderse esta específica dirección.

a)                   La primera expresión es la directa cooperación con el apostolado jerárquico. Directa, es decir, sin intermediarios; sin otras dependencias eclesiales; exclusivamente. Cooperación, porque en la Iglesia siempre se coopera. Es un estilo, un hábito, una forma estable de trabajar. Es roce, es cercanía, es humildad. Es la eclesiología de comunión. Supuesta la cooperación directa viene la segunda palabra clave,

b)                  La segunda expresión es la dirección de la Jerarquía que, a veces, es «un mandato explícito».

  • No es la dirección necesaria del Obispo en toda actividad pastoral de las asociaciones (AA 24)
  • No puede suprimir, por otra parte, la dirección responsable de los laicos; no puede minimizar la condición laical; ni es una dirección permanente en la marcha habitual de los Movimientos.
  • Supone el respeto de la NOTA 2a, «la dirección de los laicos» y el respeto de la 3a el «carácter orgánico».
  • Nace de una teología viva, nace de un proyecto común de evangelizar y santificar, nace de la fe en el ministerio de la unidad.
  • Es un trabajo evangelizador y misionero en común. Es un trabajo fuertemente asociado. Nace de la 1a NOTA. Se expresa en este trabajo en común y también nace de ese estilo de trabajo.
  • En todo caso hay que conjugar el ejercicio de la función propia del Ministerio Pastoral (LG cap. 3), con la misión propia, que corresponde a los laicos (LG cap. 4). No niego que esta forma de entender el apostolado esté exenta de tensión. Pero es como la realidad viva del Evangelio, que nos coloca más allá de lo rutinario o de lo simple. El Evangelio es sencillo, pero no es fácil.
  • Requiere diálogo, acogida, estima cordial, profunda comunión y unidad, corresponsabilidad, trabajo común no al final sólo, sino en todo el trayecto. Es un estilo de pastoral. Como es enriquecedor para el Ministerio Jerárquico el trabajo cercano de laicos y pastores, es igualmente enriquecedor para los laicos trabajar en común con los pastores bajo su «superior» dirección.

Quien hace presente al Obispo en la Acción Católica es el consiliario. El consiliario, por esta NOTA y por la eclesiología de comunión, hace que un grupo sea Acción Católica.

Una consecuencia correlativa es que, como se dice en AA, el Ministerio pastoral, con respecto a la Acción Católica, asume una responsabilidad especial, y, además, puede promo­ver v encarecer la adhesión a ella (CD 17).

Reunid estas palabras clave: Unidos a modo de cuerpo orgánico, con responsabilidad y experiencia, con eclesialidad, y con cooperación directa e inmediata con la Jerarquía y bajo su superior dirección para el fin global de la Iglesia, y habéis hecho nacer la Acción Católica.

Es mucho más lo que podría decirse. Pero, para terminar tengo que anotar que estas cuatro NOTAS deben darse al mismo tiempo, y no pueden desguazarse, que la originalidad de la Acción Católica es la presencia de castos cuatro rasgos simultáneos. ¿No os convence una asociación así? ¿No deberíamos promoverla decididamente?

2.5.      Me queda hacer referencia a un quinto rasgo, que en su historia ha ido asumiendo y desarrollando la Acción Católica hasta convertirse en elemento integrante de su identidad. No es una NOTA reseñada en AA 20. Me refiero a la pedagogía activa, propuesta por el Concilio en AA 32, sancionada en MM 236; avalada en ChL 31; recogida en el CLIM 124s. (Bases 3).

Esta pedagogía supone un estilo de acercarse ante la realidad y ante la vida; un modo de educar partiendo de la vida; no disocia fe y vida; descubre la presencia del Espíritu en la historia, que fue y es el libro de la manifestación de Dios; actúa para ser fermento en esa realidad (LG 31).

Tiene conciencia de que la formación y evangelización de las personas es un proceso, a veces, lento; respeta la acción de la gracia y el ritmo de cada uno; valora el pequeño grupo, que está abierto a grupos más amplios y que debe ser fermento transformador.

Se la llama «revisión de vida», «análisis de la realidad desde el Evangelio», «lectura cristiana de la vida», «método de encuesta: ver, juzgar y actuar».

Este método de pedagogía activa se integra también en un programa de formación sistemática, que implica la lectura asidua de la Palabra de Dios, una catequesis viva y orgánica, una creciente formación teológica y un análisis global de la sociedad según las exigencias de la misión evangelizadora de la Iglesia, para ejercer un discernimiento y un juicio cristiano.

Termino diciendo que «formar» ha sido un viejo y permanente empeño de la Acción Católica. Formar para ser seguidor del Señor, unir la fe y la vida, celebrarla en los sacramentos v en la oración. Formar desde la acción y para la acción transformadora. Sustantivo de esta asociación es la «acción», en todos los ámbitos. Es una acción, que nace de un modo de ser cristiano, seguidor de Jesús, en la Iglesia y para el mundo, como la misión de la misma Iglesia.

El resultado es que merece la pena apostar por este modelo de Apostolado Seglar laical. Si se entiende bien, habría que crearlo, si no existiera. Son laicos diocesanos. Por eso, habrá que valorarlo y potenciarlo donde ya existe.

  1. – ¿DÓNDE VIVEN?

También este dato pertenece a la eclesiología de la Acción Católica.

Para terminar la definición y descripción de la Acción Católica, ya brevemente, me refiero a su «geografía». A su domicilio. ¿Dónde vive y crece la Acción Católica?

3.1.          Su casa única -no tiene otra- es la Iglesia particular. La identidad de la Acción Católica, como ya he dicho, se define, como por un rasgo esencial, por su referencia a la Iglesia particular. La Acción Católica es diocesana en caos sentidos: pertenece a la Diócesis, es propiedad de la Diócesis, por eso no puede cerrarse en el «parroquialismo»,aunque la parroquia sea también su domicilio, porque siempre ha vivido en la parroquia. Y, además es diocesana, porque recibe su vida únicamente de la Diócesis y la devuelve al proyecto de la Diócesis, ya que ella no tiene proyecto propio (CLIM c.I).

Eso mismo requiere y exige la 4a NOTA, que supone una estrecha cooperación con el Ministerio jerárquico y pastoral.

3.2.          Por eso, la Acción Católica vive cómoda en la parroquia. Entre nosotros, fue su primer domicilio y a él quiere volver. Insisto en que la Acción Católica General tiene un espacio vital y propio en el ámbito de la parroquia. Con un encargo, aportar a la parroquia dinamismo en la madurez v crecimiento de los laicos y de su responsabilidad y protagonismo, y el dinamismo Misionero, que se ocupa de los alejados y de las personas en situaciones sociales de pobreza y marginación.

Y recuerdo algo que la Acción Católica está viviendo: Si su ámbito es el campo especializado, tantas veces alejada de la Iglesia y, de la parroquia, sin embargo, ha de tener en todo momento una fuerte vinculación eclesial, diocesana siempre, habitualmente a través de la parroquia.

3.3.          Dice también referencia necesaria a la comunión de las diversas Iglesias particulares y, en concreto, a la CEE. De este modo -y ya repito- ofrece a la Iglesia particular la necesaria dimensión de apertura a la comunión intraeclesial.

3.4.          Pero también su casa está en la intemperie y al descubierto. Los laicos de Acción Católica, como otros seglares, son Iglesia en el mundo. Por ser Iglesia, son comunión. Pero su destino es el mundo. Será el barrio o serán las ambientes. No es Acción Católica, si sólo se recluye en las templos. Su casa está descrita en Gaudium et Spes, en Lumen Gentium, en Sollicitudo rei socialis, en Familiaris consortio (CLIM, cIII).

 

CONCLUSION

Me preguntaba si este empeño no será una utopía en vano. ¿Merece la pena hacer el esfuerzo de relanzar la Acción Católica? ¿Es tan extraterrestre la Acción Católica, que he presentado?

Y  no he hecho más que leer el Concilio.

¿Por qué no nos decidimos los sacerdotes? ¿Por qué no se deciden muchos laicos? No os creáis sólo mis palabras. «Creemos no por lo que tú nos dices, sino porque lo hemos visto» (Jn 4,42)

He abierto la casa de la Acción Católica. Entrad. Deteneos. Conocedla mejor. No tiene el corazón aviejado. Es bonita. «Venid y lo veréis». Tal vez toque a los sacerdotes levantar al­gún ladrillo y recrearla, porque algunos se empeñan sólo en restaurar lo viejo, para dejarlo arcaico y como pieza de museo. No es eso. Los cuerpos vivos no se restauran, viven y crecen.

Me pregunto, además, qué puede aportar la Acción Católica a los sacerdotes.

Puede darnos una clara visión de la Iglesia diocesana y una apuesta por ella; a nosotros, que no somos «sacerdotes parroquiales», sino diocesanos, aunque entreguemos la vida en las parroquias.

Nos ofrece una teología viva del laicado.

Hace una apuesta por la evangelización, conscientes de que, en este momento histórico, «o la hacen los seglares o no se hará» (CLIM).

Nos dará hermanos laicos adultos, aunque sean jóvenes o niños.

Ofrece un instrumento evangelizador, que no tiene dependencias externas.

Nos da un puesto de trabajo, porque exige nuestra presencia de Consiliario, y nos da la oportunidad de romper la inercia o la rutina, o la improvisación.

En fin, la Acción Católica nos hace más sacerdotes.

Y   hace más laicos. Los laicos enteramente diocesanos. A ellos les presento un extraordinario modo de vivir en la Iglesia su bautismo y confirmación. Ha sido camino recorrido por millares de hombres y mujeres, jóvenes y niños, que han vivido con pasión y adhesión a Cristo, su amor a la Iglesia, su compromiso evangelizador audaz, su servicio incondicional.

No digo que sea fácil. Afirmo que es apasionante y necesario. Y que merece cualquier esfuerzo.

Ha de ser verdad, en nuestra Diócesis, que algo «nuevo está brotando». Por la fuerza del Espíritu.

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Formación de militantes cristianos

Formación de militantes cristianos

http://manolobarco.wordpress.com/formacion-de-militantes-cristianos/

 

Este esquema no es más que eso, un esquema y además da por supuesto el proceso de iniciación a la fe fundamental en todo fiel cristiano; lo que pretende es subrayar algunos aspectos que, por distintas circunstancias, suelen quedar “minimizados” en los procesos de formación de los laicos en su vocación y misión en el mundo. Para ampliar y completar: ver Decreto de Pablo VI “APOSTOLICAM ACTUOSITATEM” sobre el apostolado de los laicos y “CRISTI FIDELIS LAICI” Carta encíclica de Juan Pablo II a los fieles laicos

LA FORMACIÓN DE MILITANTES OBREROS CRISTIANOS

SEGÚN “LA PASTORAL OBRERA DE TODA LA IGLESIA

(Esquema realizado por Manolo Barco a partir del Documento de la Conferencia Episcopal Española La Pastoral Obrera de Toda la Iglesia (POTI) CONTEXTO DE LA FORMACIÓN

La formación de militantes obreros cristianos está en función de la misión de la Iglesia. Una Iglesia inserta en el mundo como levadura en la masa y con una presencia significativa. Significativa en el sentido de ser signo de la liberación y salvación de Jesucristo que ha venido a “reunir a los hijos dispersos”, convocándolos a la mesa de la filiación y fraternidad. Esta inserción de la Iglesia en el mundo se concreta desde Pastoral Obrera en la presencia significativa en el mundo obrero, en medio de tantos y tantas hermanos y hermanas trabajadores y trabajadoras que, siguiendo a Jesucristo, se hacen presentes en la sociedad, a través de este mundo obrero, desde los más pobres del mismo; desde aquellos que viven de manera más dramática las consecuencias de un sistema que pone por encima de la persona “el dinero y la producción”.La Pastoral Obrera, lógicamente, está presente en la vida y misión de la Iglesia, (Cfr POTI 1-11) Pero al mismo tiempo la Pastoral Obrera, como todo tipo de Pastoral, ha de estar presente en la sociedad como exigencia de la misión evangelizadora. Así nos lo recuerdan nuestros obispos en el Documento de “La Pastoral Obrera de toda la Iglesia”, citando el Documento de “Los Cristianos Laicos, Iglesia en el mundo”, «La presencia pública de la Iglesia es una exigencia de su misión evangelizadora»Es verdad que el mundo obrero ha vivido y está viviendo profundos cambios, lo mismo que el resto de la sociedad. Unos cambios que, aunque no pocos han ido en la dirección de la dignificación de la persona, de los colectivos y pueblos, otros muchos están teniendo consecuencias graves para los pueblos, colectivos y personas, situaciones que hemos de afrontar con todo realismo camuflar la verdad con la injusticia o la colaboración con la misma. Es desde ahí, desde el corazón mismo de la vida, desde la verdad de la vida y realidad, desde donde estamos llamados a ser testigos-militantes cristianos. «En muchas ocasiones los Obispos españoles hemos ofrecido a los católicos y a la sociedad en general, nuestros análisis, reflexiones y sugerencias sobre el momento actual, con sus luces y sombras… La solidaridad de la Iglesia con los pobres, “participando en los gozos y esperanza, las tristezas y angustias de todos”» , siguiendo a Jesús y la esperanza en el Reino de Dios, nos impulsa a afrontar con realismo la actual situación social con sus elementos contrapuestos y sus aspectos negativos». Entre otros señalamos:

  • La desigualdad entre Norte y Sur -en el mundo, en el país, en las regiones.
  • El tipo de desarrollo productivista, tecnificado, antiecológico… y por lo tanto poco humano.
  • La falta de participación democrática real del pueblo.
  • La burocratización de la vida política.
  • La corrupción político-social-económica .
  •  Unos modelos y estilos de vida antihumanos e insolidarios, que llevan a la desmesurada exaltación del dinero, del éxito….
  • La construcción de una Europa insolidaria de grandes desequilibrios y desigualdades» (POTI 12)

Esta realidad que nos señalas los obispos a nivel general es la que aparece a los distintos cuadernos del presente material, sobre todo en los primeros cuando se trata de la memoria del 1º de Mayo y de la situación de precariedad que vive el mundo obrero hoy.

Es ese el contexto desde donde nos planteamos la evangelización del mundo obrero hoy y, como consecuencia de la misma, la formación de militantes cristianos.

«A través de la Pastoral Obrera ha de plantearse, desde dentro de ese mundo, cómo anunciar ahí la Buena Noticia, cómo iluminar y trabajar por la transformación de esa realidad desde los valores del Evangelio, cómo ser ahí instrumento dócil a la acción del Espíritu, para que la Iglesia de Jesucristo nazca, eche raíces y se consolide en el mundo del trabajo. (POTI 12)

PRESUPUESTOS DE LA FORMACIÓN DE MILITANTES

La evangelización de este mundo no se puede realizar de cualquier manera y haciendo cualquier cosa. Algo esencial en esta tarea es la presencia y compromiso de los cristianos en la vida pública. En este sentido los obispos señalan como elementos fundamentales de dicha evangelización: Participación de los laicos

Las comunidades eclesiales, asociaciones y movimientos apostólicos, deberán impulsar la participación de sus miembros en la vida pública a través de las instituciones políticas, sindicales, culturales, sociales… a fin de construir y reconstruir el tejido social en línea de justicia, fraternidad, libertad… (POTI 13)El Anuncio, Presencia y Compromiso

Las comunidades eclesiales, asociaciones y movimientos apostólicos no sólo potenciarán la presencia de sus asociados en las realidades temporales, como exigencia de su propio bautismo, sino que ayudarán a que lo hagan desde valores y criterios evangélicos, como levadura que dinamiza, como luz en el candelero y como ciudad construida sobre el monte que anuncia la Buena Noticia de Cristo, el Señor, potenciando la formación integral de la persona, la opción por los sectores más pobres del mundo obrero y el discernimiento cristiano de los acontecimientos y de las propias actuaciones. (POTI 14)Denuncia profética

Las comunidades eclesiales, asociaciones y movimientos apostólicos, en el ejercicio de su misión evangelizadora, denunciarán las situaciones de injusticia o explotación, tanto individuales como colectivas, contrarias al Plan de Dios. (POTI 15)

Relación con otras organizaciones

Para mejor conocer la realidad y la situación por la que pasa el mundo obrero, las comunidades eclesiales, asociaciones y movimientos apostólicos mantendrán contactos periódicos con las organizaciones sindicales y asociaciones que el mundo obrero se da a sí mismo. (POTI 16)Acompañamiento y la animación

Los cristianos que se sientan especialmente vocacionados a compartir, total o parcialmente, la vida de los distintos fragmentos del mundo obrero actual: trabajo, paro, vivienda… en sus compromisos y opciones deberán ser alentados y acompañados por la comunidad.(POTI 17)

Para animar el compromiso de los cristianos laicos en la vida pública y el necesario acompañamiento pastoral, hay que promover la formación adecuada y animar la disponibilidad y dedicación de sacerdotes, diáconos permanentes y religiosos (PITI 18)

Relación Pastoral Social- Pastoral Obrera

La Conferencia Episcopal y las Iglesias particulares promoverán las relaciones entre Pastoral Social y Pastoral Obrera para recoger la sensibilidad de Pastoral Obrera hacia grupos de marginación social (drogadictos, tercera edad, emigrantes e inmigrantes…) y asegurar que la Pastoral Social dé respuestas que impliquen, en la práctica, promoción, liberación, lucha por la justicia.. (POTI 19)URGENCIA Y PRIORIDAD DE LA FORMACIÓN DE MILITANTES

«La formación no es un privilegio de algunos, sino un derecho y un deber de todos».

«La formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin».

«La formación implica un dinamismo, una actividad, una metodología y una preocupación que abarcan toda la vida y que estimulan la autoafirmación basada en la responsabilidad personal».

«El cristiano laico se forma especialmente en la acción. Un método eficaz en su formación es la Revisión de vida, avalado por la experiencia y recomendado por el magisterio de la Iglesia ».

En esto partimos de la larga experiencia que los movimientos apostólicos tienen ya en la Iglesia que ha puesto de manifiesto la importancia de la formación en los militantes obreros cristianos para asumir su propio protagonismo laical y su misión evangelizadora, tanto personal como comunitaria. (POTI 20)

DINAMISMO PEDAGÓGICO DE LA FORMACIÓN DE MILITANTES

Las Iglesias particulares en la elaboración de cualquier Plan de Formación o documentos que hayan de publicar, tendrán en cuenta :

  1. Partir del conocimiento directo y vivo de la realidad, sintiéndola como propia, con el corazón y no sólo con la razón.
  2. Analizar las causas profundas de la desigualdad social, descubriendo cómo influyen en las personas, qué víctimas crea, y señalando, a la vez, los valores, aspiraciones y esfuerzos, también de incoherencias de los trabajadores.
  3. Tomar conciencia de la actuación del Espíritu de Dios, que anima y mueve sus esfuerzos y sus luchas.
  4. Comprometerse en la transformación de la realidad según el proyecto de Dios incidiendo de manera especial en las causas. (POTI 21)

Pero este dinamismo es el que se sigue como proceso en la formación diaria en los Equipos de Vida de los militantes obreros cristianos. Ese proceso de formación que se realiza en los equipos de militantes viene complementado con otros espacios formativos más sistemáticos, tanto a nivel antropológico, social, sindical, político, bíblico, teológico, etc., dependiendo de cada Movimiento u Organización OTRAS INSTANCIAS DE FORMACIÓN

La Conferencia Episcopal, reconociendo que las Instituciones y Escuelas de formación de laicos existentes son tan necesarias como insuficientes, animará o promoverá la creación de instituciones para la formación integral y acompañamiento de los laicos comprometidos en los distintos ámbitos de la vida pública: Escuelas Sociales o Centros de formación que ayuden a conocer la Doctrina Social de la Iglesia y sus exigencias, la Historia del Movimiento Obrero, cursillos especializados sobre política económica y sobre formación bíblica, teológica, catequética…. (POTI 22)FORMACIÓN ESPECÍFICA TAMBIÉN PARA SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS

«Para que se dé una pastoral verdaderamente incisiva y eficaz hay que desarrollar la formación de los formadores» .

Los candidatos al sacerdocio, los diáconos permanentes, los sacerdotes y religiosos, han de formarse específicamente para reconocer y promover los carismas de los laicos, conociendo la historia del mundo obrero, sus relaciones con la Iglesia, su cultura y religiosidad, las líneas básicas de la Pastoral Obrera de la diócesis, la Doctrina Social de la Iglesia…. (POTI 23)Participación de los laicos en la formación de los seminaristas y sacerdotes

«Los Obispos promoverán la presencia y participación de los laicos en la formación de los candidatos al sacerdocio y en la formación permanente del clero», potenciando Encuentros de Seminaristas-Mundo Obrero, cursillos de formación y Jornadas programadas por los grupos y movimientos apostólicos Obreros. (PITI 25)ESTILO DE VIDA PERSONAL COHERENTE CON EL EVANGELIO DE JESUCRISTO

«La formación de los laicos ha de contribuir a vivir en la unidad dimensiones que, siendo distintas, tienden con frecuencia a escindirse…». En este sentido, por ejemplo, hoy, más que nunca hay que:

  • Potenciar nuevos tipos de relaciones laborales, donde se comparta el trabajo, se asegure el tiempo libre y la dedicación a la familia, cultura… se denuncie los abusos del trabajo: el pluriempleo, horas extras, el trabajo precario…
  • Promover la solidaridad que educa en el compartir y crecer en conciencia de fraternidad.
  • Asegurar formas de vida de mejor calidad natural y humana, no apoyadas en el consumo y por el consumo.
  • Potenciar experiencias de vida comunitaria entre los cristianos que hacen presentes los valores del Reino de una manera cercana y visible (participación en asociaciones, cooperativismo, comunicación de bienes…) cristianos que estén abiertos a todos aquellos que los quieren compartir…
  • Avanzar, en el seno de la propia Iglesia, en mayor justicia social con los trabajadores con los que tienen relaciones laborales. (POTI 26)

ESPIRITUALIDAD, LUGAR PREFERENTE EN LA FORMACIÓN

a) «En la formación de los laicos, el cultivo de la espiritualidad ha de ocupar un lugar preeminente».
b) «Para que la fe sea plenamente acogida, enteramente pensada, fielmente vivida» hay que:

  1. Potenciar una espiritualidad donde se asegure la oración personal, se parta de la vida, se eduque la mirada a la realidad, se una la acción y la contemplación… Donde se cuide la celebración festiva de la fe, especialmente, a través de la Eucaristía -culmen de nuestra vida cristiana- y a través del Sacramento de la Penitencia y de otros medios que, desde la experiencia acumulada a lo largo de los años en grupos y movimientos de Pastoral Obrera han ayudado a descubrir el paso salvador del Señor, en: retiros, ejercicios espirituales, Revisiones de Vida, Estudios del Evangelio…
  2. Asegurar una espiritualidad de acompañamiento, al estilo de Jesús con los de Emaús; a fin de que el militante y el agente de la Pastoral Obrera:
  • Se sienta miembro de la comunidad eclesial y ciudadano de la sociedad civil.
  • Sea solidario con los hombres y testigo del Dios vivo.
  • Se comprometa en la liberación de los hombres y sea contemplativo.
  • Esté empeñado en la renovación de la humanidad y en la propia conversión personal
  • «Viva en el mundo sin ser del mundo (Jn. 17, 14-19),como el alma en el cuerpo, así los cristianos en el mundo». (POTI 26)
Categorías: DSI

DÍA DE ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR?

DÍA DE ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR

JOSÉ DÍAZ RINCÓN, Diocesis de Toledo España

 

Así consagran nuestros obispos, en la solemnidad de Pentecostés, el «Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar». La razón de este día es subrayar la importancia que tiene, en la misión de la Iglesia, la acción de los fieles laicos asociados y solicitar de todos la oración y la ayuda para esta necesidad e invitarnos a colaborar, como miembros del laicado, en el apostolado asociado, como la mejor forma de vivir nuestra fe cristiana.

La Acción Católica no es todo el apostolado seglar, pero sí parte muy importante del mismo. El hecho de mencionarla en primer lugar es por esas características especiales de esta organización, prototipo del apostolado asociado. Porque pertenece al diseño constitucional de la Iglesia y porque, además de su larga y fecunda historia, el Concilio Vaticano II la destaca (AS 20) y la Exhortación postsinodal Christifideles Laici en su número 31 vuelve a subrayar y recomendar esta forma apostólica del laicado que llamamos Acción Católica. Por otro lado, propone a toda la Iglesia unos criterios de eclesialidad para el apostolado asociado, que están experimentados en la Acción Católica durante más de siglo y medio, que se inició, y son su propio fundamento (Cf ChL 30).

En la actualidad, la Conferencia Episcopal Española, ofrece a todo el laicado un itinerario de formación cristiana de adultos, conocido por el IFCA, que surgió de la Acción Católica como propuesta de formación integral para todos, ya que el problema número uno de los seglares es la falta de formación. La Acción Católica desde su triple dimensión: diocesana, nacional y universal, se desarrolla y vive en las parroquias, unida íntimamente al ministerio pastoral, promueve, vitaliza y ayuda a todo el apostolado seglar, teniendo como telón de fondo en toda su actividad la comunión eclesial, de lo que hace gala constante a cualquier nivel.

Por eso, sin absurdas e inútiles rivalidades, debemos valorar, promover y trabajar por la Acción Católica, que es hoy más necesaria que nunca en la Iglesia y en el mundo, sobre todo en la actualidad que existe un arco, casi infinito, de movimientos, asociaciones y comunidades en la Iglesia, que responden a todos los carismas posibles y cada cual puede concretar su vocación en lo que crea más conveniente. No obstante, la función de la Acción Católica es imprescindible desde todos los ángulos de la pastoral y de la realidad eclesial, por su finalidad apostólica, seglaridad, organización y estrecha vinculación con la jerarquía.

Vocación específica

Lo que más importa es que todos los seglares descubramos y respondamos a nuestra vocación específica, a la llamada que Dios nos hace, como nos recordaba nuestro Arzobispo en su Carta pastoral del comienzo de curso.

El 95% del Pueblo de Dios lo componemos los seglares. Si despertásemos de nuestro letargo, ardería el mundo por la fuerza del Evangelio. Nos dice el Obispo: «El mundo espera un testimonio más claro por parte de los fieles laicos bautizados en la Iglesia universal: creo que también en Toledo».

Sobre todo importa que vivamos la realidad, grandeza y belleza de nuestra fe, con coherencia, en comunión con toda la Iglesia y haciendo más exigente, eficaz y eclesial nuestro compromiso creyente en la asociación, movimiento o grupo que nos sintamos más vocacionados. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable, ya que en la Iglesia a nadie le está permitido permanecer ocioso.

Jesús nos envía al mundo para ser sus testigos, especialmente por el apostolado y la evangelización, y nos repite: «No temáis, tened valor. Yo he vencido al mundo» (Juan 16, 3). Sigamos con valentía y confiemos en Él. ¡Jamás nos defraudará! Está escrito y lo tenemos experimentado.

Categorías: Accion Catolica

Pentecostés, una llamada a la corresponsabilidad de los laicos

Pentecostés, una llamada a la corresponsabilidad de los laicos

http://www.architoledo.org/

 

 

El Sr. Arzobispo recuerda este domingo que en Pentecostés «ponemos especialmente de relieve que la vocación del fiel laico sea cada vez más consciente de su corresponsabilidad en la Iglesia, de su papel insustituible en la vida pública, de su dignidad y de sus capacidades al servicio del Reino de Dios».

Don Braulio recuerda también que «Pentecostés es una fiesta de todos, porque es la iniciación cristiana, es la sacudida de nuestra vida cómoda que nos hace salir de nosotros mismos, la posibilidad de que hoy en nuestra concreta sociedad haya personas alcanzadas por Cristo para ser miembros de su Iglesia santa».

Además, en el marco de la Vigilia de Pentecostés, todos estamos invitados a participar este sábado, 7 de junio, en la Jornada Diocesana de Final de Curso, que tiene como lema «Dando gracias», y -como ya informados en nuestro número del pasado 25 de mayo- comenzará por la mañana, cuando los distintos movimientos de la archidiócesis tengan sus en- cuentos de final de curso y revisión. Por la tarde todos los participantes se reunirán en el Alcázar para vivir juntos un encuentro de comunión, que concluirá con la Vigilia que presidirá el Sr. Arzobispo en la Catedral Primada a las 20:30 h.

PENTECOSTÉS

 

Os confieso, hermanos, que el final de los cincuenta días de Pascua, Pentecostés, es una fiesta con un atractivo especial.Así lo he sentido desde hace muchos años. En el proceso de la vida de encuentro con Cristo, que nos permite creer en Él, al principio no te das cuenta de la presencia del Espíritu Santo, que es precisamente el que hace posible ese encuentro. Después, cuando te adentras en el misterio de la Revelación que Dios nos hace de su amor y salvación, comprendes que, sin el Espíritu que Jesús resucitado envía, no hay Iglesia o ésta se parecería a una mera organización religiosa, sometida a envejecimiento. Y sin Iglesia y la Tradición no hay posibilidad de conocer a Cristo, más allá de un conocimiento humano histórico, pero no ese Jesús resucitado y vivo que te enamora y te fascina.

De manera que piensas: desde toda la eternidad el Padre nos ha amado en el Hijo, que se hace uno con nosotros y, vivo, está en la entraña de la comunidad que Él ha creado abierta a toda lengua, raza, pueblo y nación. Pero nada de esto ha sido posible sin el Paráclito que Cristo y el Padre han enviado. Todos los días, pues, estrenamos la fe cristiana, porque podemos encontrarnos con Jesús y el Espíritu nos fortalece para el combate cristiano de la fe. Y ahora pienso: este encuentro con Cristo y la comprensión del dinamismo de la fe cristiana es absolutamente necesario para que haya un Pueblo de Dios, compuesto de hombres y mujeres que han aceptado ese encuentro y Jesús se ha convertido en su Señor. Quiero decir que Pentecostés es una fiesta de todos, porque es la iniciación cristiana, es la sacudida de nuestra vida cómoda que nos hace salir de nosotros mismos, la posibilidad de que hoy en nuestra concreta sociedad haya personas alcanzadas por Cristo para ser miembros de su Iglesia santa.

Pero ponemos especialmente de relieve en Pentecostés que la vocación del fiel laico sea cada vez más consciente de su corresponsabilidad en la Iglesia, de su papel insustituible en la vida pública (Iglesia en el mundo, decíamos hace ya varios años), de su dignidad y de sus capacidades al servicio del Reino de Dios. Y pedimos al Espíritu Santo que los hombres y mujeres cristianos (los Christifideles Laici) sean cada vez más conscientes de su dignidad. Yo me alegro de esas palabras hermosas del Papa Francisco en el número 102 de La Alegría del Evangelio: «Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes».

Como vuestro Obispo agradezco mucho al Señor vuestra vida de fieles laicos en nuestra Iglesia, en parroquias y movimientos apostólicos, en organismos de la Iglesia, en cofradías y hermandades, en todas las tareas eclesiales. Os doy las gracias porque cada día dais testimonio de Jesucristo y en los trabajos del Evangelio, en la atención a los más pobres, en tantos lugares donde dais la cara por Cristo.

Pero vosotros y yo sabemos que quedan muchos hijos de la Iglesia, fieles laicos, bautizados, que no se sienten como tales, que desconocen la grandeza de sentirse Pueblo de Dios, que caminan como ajenos a la fe y la vida cristiana, como si esta fe sólo fuera pura sociología religiosa que no entra en su interior; que vagan sin esperanza, sin un cambio de vida, que no saben quién es Cristo ni el Padre ni el Espíritu, ni gozan con la Palabra de Dios. Mucho queda por hacer.

Yo no estoy desanimado; al revés, estoy muy esperanzado con el caminar de tantos fieles laicos, con la alegría que da sentirte acompañado por tantos hijos de la Iglesia que con los pastores caminan tras el Señor, dispuestos a anunciar el Evangelio de la vida, que da sentido a la historia y la vida de nuestra

sociedad, que se movilizan porque la caridad del Señor acoja a los más débiles, por dar una educación y su vida a los hijos que han engendrado, y no quieren que sean otros (el Estado, el gobierno que fuera, la cultura dominante) quienes les «eduquen» y les muestren la orientación moral de sus vidas, porque la familia es primero. Yo rezo por vosotros y estoy dispuesto ayudar en esta tarea. El Espíritu Santo venga sobre nosotros, con la intercesión de la Virgen María, la Madre del Señor.

† Braulio Rodríguez Plaza Arzobispo de Toledo Primado de España

 

«Como vuestro Obispo agradezco mucho al Señor vuestra vida de fieles laicos en nuestra Iglesia, en parroquias y movimientos apostólicos, en organismos de la Iglesia, en cofradías y hermandades, en todas las tareas eclesiales».

Categorías: Laicos

El derecho a la Asociacion de los laicos

EL DERECHO A LA ASOCIACIÓN

http://asamblea.consagrados.regnumchristi.org/index.php/es/informacion/documentacion/item/77-el-derecho-a-la-asociaci%C3%B3n

 

Continuando con el análisis del impulso y auge de la vida seglar y de su participación en la misión apostólica de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II, analicemos ahora el renovado impulso de la vida asociativa.

El derecho de asociación en el Magisterio

Las asociaciones de fieles constituyen uno de los tesoros de la vida de la Iglesia Católica de mayor raigambre. Con el nombre de fraternidades, confraternidades, hermandades, cofradías u otros, muchas han prolongado su vida durante varios siglos, encontrándose alguna de origen medieval. Y no se debe olvidar que las diversas formas de vida consagrada, entre ellas las órdenes religiosas, tienen base asociativa. Todas las colecciones legales canónicas han procurado regular y encauzar el movimiento asociativo de los fieles la Iglesia. Sin embargo, podemos decir que es mérito indiscutible del Vaticano II la afirmación explícita del derecho de asociación en la Iglesia, derecho que viene descrito en el Decreto Apostolicam Actuositatem:

“Como los cristianos son llamados a ejercitar el apostolado individual en diversas circunstancias de la vida, no olviden, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y agrada a Dios el que los creyentes en Cristo se reúnan en Pueblo de Dios (Cf. 1 Pe., 2,5-10) y en un cuerpo (Cf. 1 Cor., 12,12). Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas, siendo el mismo tiempo expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, que dijo: «Pues donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt., 18,20).

Por tanto, los fieles han de ejercer su apostolado tendiendo a su mismo fin. Sean apóstoles lo mismo en sus comunidades familiares que en las parroquias y en las diócesis, que manifiestan el carácter comunitario del apostolado, y en los grupos espontáneos en que ellos se congreguen…

Pero en las circunstancias presentes es en absoluto necesario que en el ámbito de la cooperación de los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que solamente la estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes” (AA 18a).

La novedad de este modo de expresarse es clara: el discurso gira en torno al fiel, como a su centro, de donde se deriva de modo congruente la dimensión comunitaria. Bajo este punto de vista, el apostolado viene considerado como deber de todo fiel de manera que cada uno, no obstante la diversidad de la vocación personal, pueda tener parte en la misión apostólica de la Iglesia, sea a nivel personal sea en colaboración con los demás.

De la conciencia de una nueva identidad y misión, que la Iglesia ha descubierto respecto de sí misma a partir del Vaticano II, nace un modo nuevo y más claro de entender el fenómeno asociativo. En efecto, la igualdad fundamental de todos los christifedeles por el bautismo y la confirmación es el punto de partida de la participación en la misión del pueblo de Dios que es la misión de la Iglesia: una única misión en la diversidad de ministerios.

La doctrina presentada por el Concilio está recogida por Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Christifedeles Laici que en el n 29 afirma:

“La comunión eclesial, ya presente y operante en la acción personal de cada uno, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los fieles laicos; es decir, en la acción solidaria que ellos llevan a cabo participando responsablemente en la vida y misión de la Iglesia.

En estos últimos años, el fenómeno asociativo laical se ha caracterizado por una particular variedad y vivacidad. La asociación de los fieles siempre ha representado una línea en cierto modo constante en la historia de la Iglesia, como lo testifican, hasta nuestros días, las variadas confraternidades, las terceras órdenes y los diversos sodalicios. Sin embargo, en los tiempos modernos este fenómeno ha experimentado un singular impulso, y se han visto nacer y difundirse múltiples formas agregativas: asociaciones, grupos, comunidades, movimientos. Podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos. En efecto, «junto al asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomías y finalidades específicas. Tanta es la riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial; y tanta es la capacidad de iniciativa y la generosidad de nuestro laicado».

Estas asociaciones de laicos se presentan a menudo muy diferenciadas unas de otras en diversos aspectos, como en su configuración externa, en los caminos y métodos educativos y en los campos operativos. Sin embargo, se puede encontrar una amplia y profunda convergencia en la finalidad que las anima: la de participar responsablemente en la misión que tiene la Iglesia de llevar a todos el Evangelio de Cristo como manantial de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad…

Más allá de estos motivos, la razón profunda que justifica y exige la asociación de los fieles laicos es de orden teológico, es una razón eclesiológica, como abiertamente reconoce el Concilio Vaticano II, cuando ve en el apostolado asociado un «signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo»”.

El nuevo Código de Derecho Canónico contempla explícitamente el derecho de asociación de los fieles estableciendo este principio programático en el elenco de los deberes y derechos de los fieles, es decir, común a todos los bautizados (c. 204) y dedicando cuatro capítulos a la materia de las asociaciones.

Concepto de las asociaciones de fieles en el Código de Derecho Canónico de 1983.

C. 298 – § 1. Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.

§ 2. Inscríbanse los fieles preferentemente en aquellas asociaciones que hayan sido erigidas, alabadas o recomendadas por la autoridad eclesiástica competente.

Si bien el CIC no da una definición, se puede decir que una asociación de fieles es:

1) Una agrupación permanente de personas: por su propia naturaleza, para poder existir, las asociaciones tienen necesidad de miembros que son personas físicas, fieles que por el bautismo participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (c. 204). Las asociaciones pueden también ser formadas por otras asociaciones a modo de federaciones (c. 313). Las asociaciones son constituidas cuando no sólo se verifica una cierta continuidad en el tiempo sino también para que duren en el tiempo. Esto no quiere decir, perpetuidad sino estabilidad, una estabilidad que deriva de los fines, de la buena organización y, el elemento más importante, de un actuar adecuado de los miembros que lleve no sólo a la consecución de los fines sociales sino que pueda atraer a otros fieles a formar parte de la asociación. Este punto será un elemento fundamental a juzgar en el momento de dar la aprobación a la asociación 2.

2) Que se unen para obtener determinados fines: se trata de un objetivo societario que no puede alcanzarse de modo satisfactorio de la acción individual. Se debe tener en cuenta que la finalidad a alcanzar no es el único objetivo de una asociación. En general hay otro aspecto más importante que es el deseo de comunión del Evangelio. Además, sea la finalidad sea el aspecto de comunión quieren ser vividos de un modo especial, con una forma característica de identidad de la asociación.

3) Mediante una organización: no se trata de una mera unión de los fieles sino de sus fuerzas enfocadas a través de una estructura organizativa que les permita multiplicar sus esfuerzos en pro del objetivo común.

4) Reconocida por el derecho: la intervención de la autoridad eclesiástica competente, que variará de acuerdo con la naturaleza canónica de la asociación, es requerida para que ésta sea reconocida y tutelada por el ordenamiento de la comunidad eclesial. Esta intervención hace la distinción entre la existencia sociológica de las asociaciones en la Iglesia y la existencia jurídica. Para ésta última es necesario al menos el reconocimiento de los estatutos de la asociación por parte de la autoridad eclesiástica 3.

Fines de las asociaciones de fieles.

El c. 298 §1, retomando el c. 215, da los fines por los cuales se puede constituir una asociación en la Iglesia, sea pública o privada: el incremento de una vida más perfecta o la promoción del culto público y de la doctrina cristiana u otras obras de apostolado como la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad o la animación del orden temporal con espíritu cristiano 4.

La Cristifedeles laici en el nº 30 nos ofrece unos criterios fundamentales para el discernimiento y el reconocimiento de las agregaciones de fieles laicos en la Iglesia que valen para todo tipo de asociación.

1) El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, y que se manifiesta «en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles» (LG 39) como crecimiento hacia la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en la caridad (LG 40). En este sentido, todas las asociaciones de fieles laicos, y cada una de ellas, están llamadas a ser —cada vez más— instrumento de santidad en la Iglesia, favoreciendo y alentando «una unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de sus miembros» (AA 19).

2) La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por esta razón, cada asociación de fieles laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se educa para practicarla en todo su contenido.

3) El testimonio de una comunión firme y convencida en filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las formas de apostolado en la Iglesia». La comunión con el Papa y con el Obispo está llamada a expresarse en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales. La comunión eclesial exige, además, el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad a la recíproca colaboración.

4) La conformidad y la participación en el «fin apostólico de la Iglesia», que es «la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y ambientes».Desde este punto de vista, a todas las formas asociadas de fieles laicos, y a cada una de ellas, se les pide un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización.

5) El comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad.

Si bien estos fines deben ser verificados en el momento de analizar los documentos constitutivos para la aprobación, deben ser reconocidos en la realidad concreta, es decir, en “frutos concretos que acompañan la vida y las obras de las diversas formas asociadas; como son el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada; la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos; el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos; la conversión a la vida cristiana y el retorno a la comunión de los bautizados «alejados»” (ChL 30).

En la aprobación de una asociación se tiene en cuenta la alabanza o recomendación que la autoridad eclesiástica hace de ella. En consecuencia, el c. 298 §2 recomienda a los fieles adherirse y respetar a estas asociaciones.

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1 El derecho a la asociación: En esta parte, se sigue básicamente la dispensa sobre “Fieles laicos y asociaciones” del P. Damián Astigueta, S.J., profesor de la Facultad de Derecho canónico de la Universidad Gregoriana de Roma.

2 Cfr. C. REDAELLI, «Aspetti problematici della normativa canonica e della sua applicazione alla realtà associativa della Chiesa» in GRUPPO ITALIANO DOCENTI DI DIRITTO CANONICO (ed.), Fedeli. Associazioni. Movimenti. XXVIII Incontro di Studio “villa Cagnola” – Gazzanda (VA) 2 luglio -6 luglio 2001, 165.

3 Cfr. LL. MARTÍNEZ SISTACH, Las asociaciones de fieles, Cinisello Balsamo, 2006, 39-40.

4 Cfr. G. GHIRLANDA, Il diritto nel mistero della Chiesa, Compendio di diritto ecclesiale, Cinisello Balsamo–Roma 2006, 256.

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