Archivo

Archive for the ‘Formación’ Category

Más que una planificación apostólica, capítulo 1

Mauricio López Oropeza

Claves conceptuales sobre planificación para el cambio social y nuevos caminos para una aproximación apostólica integral.

Nos preguntamos sobre la esperanza para este momento. Con ello, quienes nos interrogamos lo percibimos no sólo como extremadamente angustiante, sino también como un momento donde no aparecen perspectivas diferentes, donde el por venir no se nos presenta como un tiempo de claridad y de elevación. Y a pesar de eso, precisamente porque buscamos una mejor perspectiva, hablamos de esperanza” (Buber, 2006).

Durante los últimos años, quizás por varias décadas ya, se ha estado hablando sobre desarrollo como proceso deseable, unívoco, y como fin de todo esfuerzo estatal para entrar en la dinámica global de articulación al sistema mundo que rige los esquemas estructurales–societales en nuestros días. Éste es un sistema que alcanza niveles impensables en el sentido de que ha logrado, a través de sus diversos mecanismos de dominación, un grado de control hegemónico en diversas escalas y con un impacto incluso en la esfera de las conciencias personales. Este dato no es menor, ya que el modelo de capitalismo global voraz está delineando la mayoría de los procesos humanos en todas las dimensiones, pasando de un control hegemónico de los aspectos y dinamismos económicos a nivel macro, a tener una injerencia tremenda en los procesos culturales, socio–políticos e incluso de la conciencia y la espiritualidad.

Para este fin, múltiples organismos hacen de la planificación, entendida como mero instrumento sin espíritu, la panacea para articular procesos, personas e incluso sociedades para el alcance del ansiado «bienestar», que de hecho es un mecanismo que multiplica desigualdades irreversibles y un sistema que, como ha dicho el papa Francisco, «produce muerte como consecuencia de sus acciones y omisiones».

La planificación, sobre todo en algunos ámbitos estatales, se ha consolidado como modelo práctico y aplicado que permite, generalmente, poner en papel nuestras búsquedas de pertenencia a un modelo global, y en esos proyectos hemos consignado muchas veces los destinos de las comunidades periféricas convirtiéndolas en objetos del modelo hegemónico, tantas veces condenándolas a estar atrapadas por el lugar marginal, y marginalizante, en el sistema mundo. Es cierto que la planificación no es el factor que determina en última instancia esta situación de desigualdad creciente, pero ha sido un medio eficiente y eficaz para mantener este sistema profundamente inequitativo.

Creemos necesaria una transformación en la esencia misma en cómo se concibe la planeación y los fines a los que sirve. Este encuentro, a la luz de la tradición creyente en el Jesús histórico y de la revelación, y sobre todo desde la experiencia del discernimiento que nos ofrece nuestra espiritualidad ignaciana, es un esfuerzo digno y necesario para repensar modelos y prácticas, y para buscar otros caminos a la luz de experiencias concretas de una «apostolicidad planificada», más que de una planificación apostólica.

Uno de los factores más importantes para este cambio es el reconocimiento de nuevos actores sociales periféricos, quienes son los que sustentan, y han sustentado, los procesos políticos de base que han propiciado los más grandes cambios estructurales, porque son estos sujetos marginales los que en gran medida alimentan grandes porciones de las economías actuales, y quienes al ser una gran mayoría en condiciones socioeconómicas similares tienen el mayor potencial transformador. Son mujeres y hombres, dignos del proyecto salvífico del Reino, quienes como agentes sociales con una excepcional capacidad de adaptación y resiliencia darán pautas importantes para cuestionar los modelos centrados en los reducidos grupos de poder «ganadores», y donde la opción preferencial por los más desposeídos pueda estructurarse de un modo más sólido para propiciar la participación plena de aquellos considerados «desechables» por los modelos que dominan este mundo, generando «nuevos caminos» con una planificación que se teje de la periferia al centro.

En espacios de reflexión como éste, dentro del marco de la misión de la Compañía de Jesús y de la gran familia Ignaciana —al servicio de la Iglesia y del mundo—, es necesario ensayar visiones de una planificación divergente, y desde otro constructo ideológico como posible guía para no perder de vista las realidades superiores (crisis ecológica, necesidades urgentes de los más excluidos y la necesidad de tender puentes entre culturas, sociedades y distintas creencias).

Una planificación apostólica que también se construya desde la «alteridad» hace necesario mirar los rostros vivos que han sido reducidos a objetos y que han experimentado las más duras consecuencias de este estilo injusto de vida que hoy parece que pretende perpetuarse. «Entre el uno que soy yo y el otro del cual respondo, se abre una diferencia sin fondo, que es también la no–in–diferencia de la responsabilidad» (Levinas, 1993), donde el oprimido será finalmente el liberador del opresor (Freire, 1970), y desde ahí confiamos en la posibilidad de gestar mecanismos explícitos de consenso, perdón y reconciliación, y de reducir las desigualdades reconociendo el rostro concreto de los excluidos como verdaderos sujetos de su historia. Es decir, un proyecto de planificación apostólica, o de apostolicidad planificada, con un horizonte en esbozar pinceladas del proyecto de Reino.


Para saber más:

Buber, 2006. “Caminos de utopía”. FCE.

Freire, 1970. “Pedagogía del oprimido”. Siglo XXI

Levinas, 1993. “Humanismo del otro hombre”. Siglo XX


Imagen de portada: Kiki García- Cathopic.

Fuente: https://christus.jesuitasmexico.org/mas-que-una-planificacion-apostolica-capitulo-1/

Categorías: Formación

Un nuevo modelo para una nueva época

Planificación apostólica transformativa

John Dardis, 2024/04/11

© iStock

En la Iglesia, y hasta cierto punto en la sociedad en general, el término «planificación» se ha convertido en una especie de palabra de moda, pero esta palabra y su aplicación también han causado controversia y división. De ahí que surjan algunas cuestiones fundamentales, entre ellas: ¿qué sentido tiene planificar en un contexto en el que confiamos en el Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn 3,8)? ¿Hasta qué punto podemos dejarnos guiar por la razón humana, dados nuestros defectos y nuestra inclinación al pecado? Y si nos fijamos en cómo está el mundo ahora mismo, el llamado «entorno VUCA»[1], ¿podemos realmente ponernos a planificar?

Otra cuestión se refiere a las características particulares de la era tecnocrática, que tiene poco en cuenta la dimensión afectiva, la sabiduría y la intuición interior. A este respecto, Christina Kheng, profesora de Liderazgo Pastoral en el East Asian Pastoral Institute de Manila, comenta: «La práctica actual de la planificación estratégica gravita a menudo hacia lo que es cuantificable, estereotipado, inequívoco y controlable. A veces el proceso emprendido tiene connotaciones mecánicas, burocráticas y superficiales, carece de verdadero diálogo, reflexión crítica o pensamiento estratégico […]. En el contexto de la era digital, existe el riesgo de que estas tendencias aumenten aún más»[2].

Partiendo de estas premisas, sin duda podemos afirmar que el tipo de planificación que hacemos en la Iglesia debe ser radicalmente diferente de la que se practica en los entornos corporativos, especialmente en aquellos dominados por un modelo tecnocrático. El Papa Francisco lo señaló y se mostró muy escéptico con la planificación dominada por ciertas ideologías: «Hemos caído, en estos casos, en la dictadura del funcionalismo. Es una nueva colonización ideológica que intenta convencernos de que el Evangelio es una sabiduría, es una doctrina, pero no es un anuncio, no es un kerygma»[3].

Nuestro guía es el Espíritu Santo, y es ese Espíritu, dice el Papa Francisco, el que desbarata nuestros planes y los reorienta: «Hace falta el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo voltea la mesa, la tira y vuelve a empezar». Francisco afirma que para escuchar de verdad el grito de la gente de la diócesis, no basta «habitar con ideas, con planes pastorales, con soluciones preestablecidas», sino que «hay que habitar con el corazón». Por otra parte, el Papa no está en contra de la planificación per se. De hecho, como señaló Robert Mickens, en la misma ocasión Francisco se refirió a la Evangelii gaudium (EG) y al discurso que él mismo pronunció en Florencia en 2015, en la V Convención Nacional de la Iglesia Italiana, y llamó a estos dos textos «el plan para la Iglesia en Italia y el plan para esta Iglesia en Roma»[4].

Jesús y la planificación

Las acciones de Jesús muestran que tenía un plan: traer reconciliación y sanación. Por eso llamó a doce apóstoles, los formó e instruyó, y les prometió un futuro: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19; Mc 1,17: cfr. Lc 5,10). En el capítulo cuarto de Lucas, Jesús expone su plan: llevar la buena nueva a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos. Y hay varios pasajes en los que Jesús aconseja planificar: por ejemplo, cuando dice que si uno va a construir una torre, primero debe sentarse y ver si tiene los medios para llevar a cabo tal construcción (cfr. Lc 14,28-30). O cuando dice que un rey, antes de ir a la batalla, debe examinar de antemano si es más fuerte o más débil que su adversario (cfr. Lc 14, 31-33). Jesús también aconseja a los que van a juicio que lleguen pronto a un acuerdo con su adversario, para evitar perder el pleito y que los metan en la cárcel (cfr. Mt 5,25).

Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales (EE), imagina a la Trinidad mirando al mundo y a todos sus habitantes «en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo» (EE 106). Y así, en su infinita compasión, la Trinidad decide hacer algo: «Hagamos la redención del género humano» (EE 107). La Trinidad planea enviar al Hijo unigénito para salvar ese mundo tan hermoso, pero también tan frágil. Podemos sacar la conclusión de que la planificación es necesaria, pero debe hacerse de forma evangélica: no podemos basarnos en un modelo de planificación puramente gerencial, pues de lo contrario corremos el riesgo de perder nuestra alma.

Planificar de otro modo

Hay una diferencia fundamental entre la Iglesia, las empresas comerciales y las ONG no religiosas, que se deriva del hecho de que en nuestro caso la atención se centra en discernir la presencia de Dios y el sueño de Dios. Porque somos Iglesia, esperamos colaborar con Dios en la construcción del Reino; lo hacemos de forma voluntaria, deliberada y explícita, comprometiéndonos en el discernimiento de espíritus.

«El discernimiento en común es la condición previa a una planificación apostólica en todos los niveles de la estructura organizativa de la Compañía de Jesús. Discernimiento en común y planificación apostólica se convierten así en el binomio que garantiza que las decisiones sean tomadas a la luz de la experiencia de Dios y que éstas sean puestas en práctica de un modo que realice la voluntad de Dios con eficiencia evangélica. […] La planificación apostólica nacida del discernimiento en común se convierte así en instrumento para nuestra efectividad apostólica evitando convertirla en tributo a la moda de las técnicas del desarrollo corporativo»[5].

El Informe de Síntesis (IS) de la 1ª sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad de octubre de 2023[6] subraya la importancia del discernimiento, así como del reconocimiento y la valorización de los diferentes carismas presentes en la comunidad cristiana: «Es importante que la práctica del discernimiento se aplique también en el ámbito pastoral, en un modo adecuado a los contextos, para iluminar lo concreto de la vida eclesial. Esta práctica permitirá conocer mejor los carismas presentes en la comunidad, confiar con sabiduría tareas y ministerios, proteger a la luz del espíritu los caminos pastorales, yendo más allá de la simple programación de actividades» (IS 2, «l»).

En una publicación reciente, Kheng ofrece algunas instrucciones sobre cómo llevar a cabo una planificación apostólica guiada por el Espíritu y basada en una visión más holística del conocimiento y de la vida humana[7]. Enumera actitudes esenciales, como la atención a la realidad, la libertad interior, la magnanimidad, escuchar y poner a Dios en primer lugar, y estar abierto a la colaboración. Su proceso de siete pasos incluye los siguientes elementos:

– El primer paso del proceso es analizar la situación actual de la comunidad u organización. Entre las preguntas pertinentes figuran las siguientes: ¿Cuál es la situación actual de la comunidad u organización? ¿Qué consuelos o desolaciones hemos experimentado? ¿Dónde encuentro/encontramos vida? ¿De qué gracias nos alegramos?

– En un segundo paso, se invita a la comunidad u organización a mirar su historia de gracias. «Debemos aprender de la historia los elementos más preciosos de nuestra tradición, pero también evitar quedarnos aprisionados en el pasado»[8].

– En un tercer paso, el grupo examina los documentos clave que definen su identidad y su misión, por ejemplo los documentos de un capítulo general o de un fundador. Esto permite al grupo identificar su carisma específico y su contribución a la Iglesia actual y reforzar sus vínculos con ella.

– Un cuarto paso requiere el estudio de los signos de los tiempos, mediante la investigación y la recopilación de datos, que podría encomendarse a un subgrupo de expertos.

– Esto conduce al establecimiento de prioridades, que Kheng denomina «reconocer la llamada de Dios para el tiempo presente»[9].

– El sexto paso consiste en fijar objetivos y metas concretos.

– El séptimo paso establece un sistema de verificación.

Podemos ver que el proceso empieza con Dios – lo que Dios ha hecho en la comunidad u organización – y, por tanto, es radicalmente diferente de un modelo corporativo, que suele empezar con la propia organización y su supervivencia. La planificación corporativa, y también la de las ONG, sigue estando fundamentalmente orientada a la autopreservación de la organización, por lo que se sitúa en el centro del proyecto. La Iglesia, en cambio, se orienta hacia la misión de Dios, cuyo centro es Cristo y el Reino de Dios, y, en consecuencia, los más pobres y débiles son la prioridad. Este es nuestro punto de partida y determina a qué damos prioridad y cómo lo perseguimos. Si los grupos eclesiales somos conscientes de nuestra especificidad y seguimos un camino en el que el Espíritu se sitúa en el centro, evitaremos caer en las diversas trampas posibles y reivindicaremos la contribución única que la Iglesia puede aportar a la sociedad actual. Puesta en práctica con este espíritu, la planificación puede ser un acto de amor, una participación en la mirada amorosa de la Trinidad sobre nuestro mundo[10].

No sólo un grupo privilegiado

La elaboración del plan, según el modelo tradicional de planificación empresarial, suele reservarse a un grupo privilegiado, que luego presenta su forma definitiva a un consejo de administración y, por último, trabaja en el «lanzamiento». Pero es probable que un plan elaborado de esta manera encuentre mucha resistencia, justo en la última fase de su aplicación, por parte de personas que se sienten excluidas por tener que ejecutarlo sin haber tenido ningún papel en su preparación. A este respecto, observamos que en los últimos años se ha producido un cambio en la cultura empresarial: ahora es más consciente de los valores sociales, de la necesidad de implicar a todo el personal, de la flexibilidad en el llamado tiempo «VUCA», de la necesidad de colaborar dentro de la empresa, de la oportunidad de ofrecer un espacio para la reflexión, el discernimiento e incluso la contemplación.

Planificar en clave ignaciana y sinodal significa implicar a las personas desde el principio, utilizando la conversación espiritual y el discernimiento en común como métodos indispensables en cada paso. Lleva más tiempo, es cierto, pero a lo largo del camino construimos gradualmente la implicación, el compromiso y un sentido cada vez más fuerte de la misión. Básicamente, nos escuchamos unos a otros. Muchos han dicho que fue esto lo que cambió su comunidad. Es un viaje, un camino o, más exactamente, un proceso sinodal basado en la fe de que el Espíritu de Dios actúa en cada persona desde el bautismo. Por tanto, debemos escuchar. Todos tienen algo que decir, todos tienen algo que dar. Creemos que el proceso de planificación es en sí mismo una oportunidad de conversión y transformación, un camino con Dios y entre nosotros.

Hace algunos años iniciamos un proceso de planificación del trabajo de la Curia General de la Compañía de Jesús. En él participaron casi todos los que trabajan en la Curia, tanto jesuitas como nuestros colaboradores en la misión. A través de discusiones en pequeños grupos y conversaciones espirituales llegamos, en pocos meses, a seis prioridades que propusimos al Padre General. Él creó otros tantos grupos de trabajo para llevarlas adelante. Aunque encontramos algunos obstáculos en el camino y no todo funcionó a la perfección, salimos con un mayor sentido de estar juntos en la misión, y nuestra tendencia a trabajar en compartimentos separados se redujo considerablemente. El elemento decisivo para el cambio fue una actitud solidaria hacia los demás, vistos no como «recursos humanos», sino como personas que participan en la voluntad salvífica de Dios para nuestro mundo. En la planificación cristiana, el «quién» es decisivo, mucho antes de hablar del «qué» hacer. Las personas no son instrumentos a utilizar, sino sujetos que participan activamente en la misión de Dios y contribuyen, cada uno a su manera, a discernir el camino a seguir.

La planificación en un contexto eclesiástico debe implicar al mayor número posible de interesados y garantizar que entre esos «muchos» se encuentren los pobres y los que carecen de poder. ¿Qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una Iglesia más acogedora? La escucha y la acogida no son sólo iniciativas individuales, sino una forma eclesial de hacer. Por esto, deben encontrar lugar al interior de la programación pastoral ordinaria y de la estructuración operativa de las comunidades cristianas en sus diversos niveles, valorando también el acompañamiento espiritual. Una Iglesia sinodal no puede renunciar a ser una Iglesia que escucha, y este compromiso debe traducirse en acciones concretas»[11].

Evitar las divisiones sectoriales

Entre los defectos recurrentes de un plan que obedece a un modelo de gestión tradicional está el de dividir las acciones y prioridades en sectores separados. En la comunidad cristiana, el sentido del «todo» – de la «universalidad» – es absolutamente vital. El Padre Sosa invita a menudo a la Compañía de Jesús a dejar de trabajar en divisiones apostólicas sectoriales y a trabajar a través de las fronteras apostólicas. «A menudo los sectores – dice – se han convertido en silos que almacenan recursos y los utilizan sin ninguna conexión entre ellos. Actuando así, malgastamos energía, no hacemos buen uso de los siempre escasos recursos que tenemos, y perdemos oportunidades de vivir y trabajar en la tensión del magis ignaciano. Insisto, estamos llamados a superar la visión y la acción sectorializadas a través de una experiencia de misión que integre sus diversas dimensiones y permita la contribución efectiva de cada apostolado a la misma»[12].

Unidad de vida y misión

Para la vida religiosa apostólica, la unidad de vida y misión es esencial. El trabajo que realizamos no debe ni puede separarse de la vida de oración, de comunidad y de discernimiento: «Vida y misión son inseparables para quienes eligen seguir a Jesucristo en la Compañía de Jesús al servicio de la Iglesia. Por una parte, sabemos que somos un cuerpo frágil de pecadores perdonados, enviados para contribuir a la misión reconciliadora de Jesucristo. Por otra, vivimos como peregrinos, buscando siempre sacar provecho de las tensiones que surgen de nuestra misión, llevada a cabo en contextos complejos y siempre cambiantes»[13].

En muchas congregaciones y diócesis, ante la disminución numérica y el exceso de obras apostólicas, los miembros sucumben al activismo y, en consecuencia, llegan al agotamiento. Pierden el equilibrio entre vida y misión, olvidando que la vida cristiana no es sólo hacer, sino ser. No somos sólo hacedores humanos, somos seres humanos. Cuando nos centramos sólo en el hacer y en el rendimiento, nuestra vida en comunidad se minimiza y nuestro testimonio se centra en la «productividad» y los «resultados», lo que a su vez conduce al orgullo institucional, a la pérdida de flexibilidad y a una menor capacidad de moverse, de cambiar, de responder a nuevas necesidades. No es de extrañar que los jóvenes no encuentren atractivo este tipo de vida. Si redescubrimos el equilibrio adecuado, recuperaremos la alegría de la que habla el Papa Francisco y volveremos a ser auténticos testigos. Necesitamos renovar el aspecto comunitario de nuestras vidas, que con demasiada frecuencia se ha descuidado debido al exceso de trabajo y al activismo.

Fragilidad, fracaso y pecado

Un proceso de planificación guiado por el Espíritu también reconoce la fragilidad y la incertidumbre. Estamos llamados a tomar decisiones difíciles y a mirar hacia el futuro, reconociendo la fragilidad de la empresa. De hecho, si no discernimos juntos y tomamos decisiones difíciles, nos condenamos a intentar hacerlo todo, con la mirada cada vez más fija en el trabajo y sin tiempo para levantar la vista y ser contemplativos en la acción. Estamos llamados a mirar hacia el futuro. El nuestro es un horizonte escatológico, por lo que el fracaso ni se espera ni se teme. Esto no significa que no nos esforcemos por mejorar aquí y ahora, sino que creemos que el aquí y ahora no es lo único que importa. Por tanto, adoptamos una visión más equilibrada y a largo plazo de las cosas. Tenemos un motivo más sólido para la esperanza.

También está la perspectiva religiosa sobre el «pecado» y el problema del mal. Los buenos métodos de planificación no bastan por sí solos, ni tampoco los remedios «terapéuticos» a la falta de libertad de las personas: necesitamos la gracia de Dios. Como creyentes, debemos dirigirnos a Dios y abrirnos a la gracia, con humildad, teniendo presentes nuestros pecados y limitaciones.

En conexión constante con Jesús

En un proceso guiado por el Espíritu, oímos a Jesús decir: «¡No tengan miedo!». Le oímos invitarnos a salir de la barca y acercarnos a él en el agua. Si nuestra mirada hacia él no es firme y confiada, perderemos el ánimo, veremos las olas del secularismo, la pobreza, la guerra, el cinismo, y empezaremos a hundirnos. Sólo cuando el Espíritu nos guíe, sólo cuando permanezcamos en contacto con Jesús, habrá un verdadero proyecto; sólo entonces seremos cada día más la Iglesia que Él nos llama a ser.

Caminar en la incertidumbre no es algo que podamos hacer solos. Ante esta especie de «desequilibrio» – una palabra muy querida por el Papa Francisco – podemos pensar que algo no va bien y que no deberíamos sentirnos tan inseguros. Podríamos objetar: «¿no buscamos acaso, con la planificación, sentirnos más seguros?». Pero el Papa Francisco ha afirmado repetidamente que, como cristianos o líderes de la Iglesia, siempre habrá en nosotros un sentimiento de «desequilibrio». No es una posición cómoda, por supuesto; preferiríamos que todo estuviera en orden. Pero en el «desequilibrio» se encierra una vulnerabilidad investida por la Gracia: en ese momento el Espíritu nos desnuda y nos cambia, nos guía en nuevas direcciones, nos anima a prescindir de la necesidad humana de controlarlo todo y de la ilusión de que mandamos nosotros. El momento en que perdemos el equilibrio, en que caminamos hacia Jesús a través de aguas inciertas y en medio de olas apremiantes, puede ser el momento de la renovación y del cambio. Si nos resistimos, quedaremos relegados al pasado, con los puños cerrados, centrados en nosotros mismos y en nuestras obras. Si lo aceptamos, viviremos con las manos y el corazón abiertos, construyendo un futuro nuevo con Jesús, colaborando humildemente con Él en la realización de su Reino y resistiendo a la tentación – siempre presente – de construir nuestro pequeño reino.

Renovación e impacto

El tema de la renovación es, para el Padre Sosa, una razón central para la planificación: «Todo proceso de planificación apostólica ofrece una oportunidad de renovación […]. Como organización queremos ser instrumentos de la acción de Dios en la historia del mismo modo que el Espíritu Santo inspiró a Ignacio de Loyola y a los primeros compañeros. Este es el carisma que hemos recibido, y debemos renovarlo en nuestra misión de vida también a través de una planificación apostólica animada por el discernimiento»[14].

Así como Jesús vino a marcar la diferencia, nosotros los cristianos también podemos marcar la diferencia. La planificación apostólica es un compromiso de que nuestro trabajo, siempre a través del discernimiento, de una manera humilde pero muy real, puede marcar la diferencia. Nuestro compromiso es hacer realidad la pregunta de nuestro Padre: «Venga a nosotros tu Reino». La planificación, si está guiada por el Espíritu Santo y se lleva a cabo de forma orante, puede provocar cambios y ayudar a construir una nueva sociedad, una nueva civilización – aunque todavía frágil – basada en las Bienaventuranzas. Cuando observamos el posible impacto de las escuelas católicas en todos los continentes, podemos ver el potencial. Sólo en las escuelas jesuitas hay unos dos millones de alumnos en todo el mundo. Pensemos en la sensibilización del personal y de las familias. Pensemos en la colaboración interreligiosa que puede tener lugar cuando musulmanes, cristianos, budistas, hindúes y no creyentes viven y estudian juntos. Y pensemos en la influencia que pueden tener hoy las universidades católicas a la hora de cuestionar las ideologías imperantes, analizando en profundidad las tendencias culturales. Ahora mismo, nuestro impacto está visiblemente fragmentado; pero si nos vemos a nosotros mismos como parte de un movimiento de la Trinidad por el que el Espíritu sopla sobre las aguas de nuestras culturas, entonces nuestro trabajo y nuestras vidas se renovarán. Por supuesto, nada de esto puede suceder sin la Cruz, que siempre está presente como signo de vulnerabilidad, antes de que pueda brillar la luz redentora de Dios.

Comunidad: nos necesitamos los unos a los otros

Caminando juntos en la vulnerabilidad, vemos que nos necesitamos los unos a los otros. Miramos más allá de los muros humanamente construidos de provincias, diócesis o culturas y empezamos a ver nuevas formas de hacer las cosas. Aceptamos la invitación a «ir a la otra orilla» (Mc 4,35), a ir a las «aldeas vecinas» (Mc 1,38), a ejercer también allí nuestro ministerio y encontramos a Jesús ya actuando. Muchas congregaciones religiosas y diócesis están en proceso de reestructuración; en esos casos, es probable que prevalezca una dimensión burocrática. En cambio, la reestructuración guiada por el Espíritu debe alimentarse de la perspectiva de convertirse en una Iglesia para las periferias, una Iglesia que sea un «hospital de campaña», una Iglesia que encuentre cada día una nueva relevancia y una nueva pasión por la misión. Cuando Francisco Javier fue a Extremo Oriente, le impulsaba la convicción de que aquellos pueblos necesitaban escuchar el Evangelio y bautizarse para recibir la salvación. Desde entonces nuestra teología ha evolucionado, pero necesitamos recuperar ese sentido de urgencia del Evangelio para nuestro tiempo, la convicción de que Jesús nos conduce a la plenitud de la vida y de que los valores del Evangelio son significativos, incluso esenciales, en cada cultura para que esa cultura pueda ser redimida.

En una civilización sumida en la apatía y el cinismo, esta contribución puede traer la restauración. Estamos llamados a creer en la urgencia del Evangelio y a desear de todo corazón llevarlo a las periferias. Debemos ayudarnos mutuamente en esta tarea de cambio, que es desafiante y a veces preocupante, porque nos saca de nuestra zona de confort. Pero es necesaria si queremos llegar a ser una Iglesia en salida que viva un renovado sentido de universalidad.

«Las estructuras siguen a la misión»: es una frase muy conocida en planificación. Debemos admitir que en muchos casos hemos heredado viejas estructuras, mientras que la misión ha evolucionado. Un problema importante es el de la fragmentación, el de trabajar por separado en el mismo problema. Es necesaria una reestructuración y nuevas formas de actuar y pensar si queremos incidir en cuestiones candentes como la guerra, la amenaza a la democracia, la búsqueda de sentido en un mundo cínico, el desafío de la inteligencia artificial. El Evangelio nos llama a llegar a tantas personas que sufren en el mundo para que puedan recibir el consuelo de Jesús. En algunos casos esto ha sucedido: ejemplos son Fe y Alegría[15], una red de escuelas con sede principalmente en América Latina, pero que ahora se extiende por todo el mundo, y el Ignatian Spirituality Project[16], que organiza retiros con y para las personas sin hogar y las personas que luchan contra la adicción.

El Papa Francisco nos pide que dirijamos el barco en estas direcciones y que vayamos más allá de nuestras estructuras y autosuficiencia actuales: «No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)»[17].

Conclusiones y reflexiones

El Papa nos anima a ayudar a las personas a recibir «la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo», a ayudarles a encontrar «una comunidad de fe que les acoja […], un horizonte de sentido y de vida». Nuestra principal motivación para planificar debe ser ésta.

Del mismo modo que las multitudes presenciaban los milagros de Jesús y se asombraban, así hoy, si invitamos al Espíritu a guiarnos en nuestra planificación, nuestro trabajo como Iglesia podrá suscitar asombro y, esperamos, conversión a los valores del Reino. Una nueva era lo exige; responder es posible, utilizando las herramientas del discernimiento.

La Iglesia tiene algo único que ofrecer al mundo: un mensaje de reconciliación con Dios, con los demás y con la creación, el mensaje de que en el Reino los pobres son bendecidos, los misericordiosos encuentran misericordia, los pacificadores son llamados hijos de Dios. Este mensaje es hoy más necesario que nunca, en un mundo que piensa lo contrario, que admira a los ricos y poderosos y el número de seguidores o partidarios en las redes sociales. Pero todo esto no es más que una fake news. «Todo hombre es como la hierba», dice el profeta Isaías (Is 40,6). Los proyectos hechos con paja se desmoronarán, los hechos con la ayuda del Espíritu se mantendrán en pie.

Si nos vemos como colaboradores del Espíritu, llamados a ser humildes pero centrados, seremos capaces de avanzar con la energía y la urgencia del propio Jesús. Cada día agradeceremos la oportunidad de renovar la Iglesia, mientras caminamos juntos, discerniendo el camino a seguir, encendiendo pequeñas lámparas que iluminen la oscuridad de nuestra época.

  1. Acrónimo de Volatile, Uncertain, Complex, Ambiguous (en español: volátil, incierto, complejo y ambiguo).
  2. C. Kheng, «Re-conceiving Strategic Planning to Promote the Integral Development of Persons, Organizations, and Societies: Contributions from Ignatian Spirituality», en The Journal of Jesuit Business Education 13 (2022) 14-38.
  3. Francisco, Incontro con i partecipanti al convegno della diocesi di Roma, 9 de mayo de 2019.
  4. Cfr. R. Mickens, «When the Bishop of Rome speaks to his diocese, people should listen», en La Croix International (https://international.la-croix.com/news/letter-from-rome/when-the-bishop-of-rome-speaks-to-his-diocese-people-should-listen/10127), 17 de mayo de 2019.
  5. A. Sosa, Carta a la Compañía de Jesús «Sobre el discernimiento en común», 27 de septiembre de 2017, en Acta Romana, vol. XXVI, 738-746.
  6. Cfr. XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos,Primera sesión (4-29 de octubre de 2023), Informe de síntesis.
  7. Cfr. C. Kheng, Welcoming the Spirit: A Communal Discernment Approach to Pastoral Planning, Rome Jesuit General Curia, 2023 (https://discernmentandplanning.org/resources/book-welcoming-the-spirit-a-communal-discernment-approach-to-pastoral-planning/).
  8. Ibid., 56.
  9. Ibid., 76.
  10. Cfr. P. Goujon, «What does St Ignatius say about planning?», intervención en la conferencia Planificación apostólica para la renovación y la transformación, 5 de diciembre de 2023. Los videos de las intervenciones está disponibles en: www.discernmentandplanning.org
  11. IS 16, «n».
  12. A. Sosa, «Non limitate la vostra visione!», Roma, Aula Congreso de la Curia General de la Compañía de Jesús, 6 de diciembre de 2023.
  13. Id., Carta a la Compañía de Jesús «Our life is mission, mission is our life», 10 de julio de 2017, en Acta Romana Societatis Iesu, vol. XXVI, 635-641.
  14. A. Sosa, «Apostolic Planning: A Path of Renewal and Hope», discurso en el congreso Planificación apostólica para la renovación y la transformación, Roma, 6 de diciembre de 2023.
  15. Cfr. www.feyalegria.org
  16. Cfr. www.ispretreats.org
  17. Francisco, Evangelii gaudium, n. 49.

Fuente: https://www.laciviltacattolica.es/2024/04/12/un-nuevo-modelo-para-una-nueva-epoca/

Categorías: Formación

¿Qué es la espiritualidad?

¿Qué es la espiritualidad?

La Espiritualidad de la Iglesia Católica trata de ser equilibrada entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre

 contemplación y apostolado.

Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net

INTRODUCCIÓN

1. ¿Qué es la espiritualidad?

Parte de la teología que estudia el dinamismo que produce el Espíritu en la vida del alma: cómo nace, crece, se desarrolla, hasta alcanzar la santidad a la que Dios nos llama desde toda la eternidad, y transmitirla a los demás con la palabra, el testimonio de vida y con el apostolado eficaz.

Por tanto, se busca doctrina teológica y vivencia cristiana. Si sólo optara por la doctrina teológica quitando la vivencia, tendríamos una espiritualidad racional, intelectualista y sin repercusión en la propia vida. Y si sólo optara por la vivencia cristiana, sin dar la doctrina teológica, la espiritualidad quedaría reducida a un subjetivismo arbitrario, sujeta a las modas cambiantes y expuesta al error. Así pues, la verdadera espiritualidad cristiana debe integrar doctrina y vida, principios y experiencia.

2. Así ha sido el testimonio de los santos. Santa Teresa de Ávila dice: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho” (Vida 18, 7; Camino, prólogo 3). Pero ella valoraba también mucho el saber teológico: “No hacía cosas que no fuese con parecer de letrados” (Vida 36, 5). Y decía: “Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y allegados a verdades de la Sagrada Escritura hacemos lo que debemos. De devociones a bobas líbrenos Dios” (Vida 13, 16).

3. Hay varios peligros y errores en la búsqueda de una auténtica espiritualidad.

a) Por una parte, la ignorancia en los temas espirituales es grande y a veces lleva a que cada quien se forje su propia espiritualidad, su propio criterio. Se suele dar por supuesto que la conciencia y la mente están siempre bien formadas, y se sabe muy bien discernir lo bueno y lo malo. Pero, a decir verdad, no siempre es así.

b) Por otra parte, están también los que ofrecen doctrinas falsas o mediocres en temas espirituales. No es raro en temas de espiritualidad un subjetivismo arbitrario, que no se interesa por la Revelación, el Magisterio, la teología o enseñanza de los santos. Se contentan con seguir sus propios gustos y opiniones. Serán falsas todas aquellas espiritualidades que no conducen a la perfecta santidad y al compromiso apostólico, produciendo cristianos cómodos, sabihondos, soberbios intelectuales, o con ideas confusas, extravagantes y etéreas…que va sacando de la chistera un malabarismo pseudoespiritual, que intenta agradar y hacer reír a su público, ávido de espectáculo y de la comezón curiosa. Ya lo decía san Pablo: “No soportan la doctrina sana; sino que, según sus caprichos, se rodean de maestros que les halagan el oído” (2 Tm 4, 3). ¡Qué bueno es tener buenos guías espirituales! San Juan de la Cruz recomienda mucho “mirar en qué manos se pone, porque cual fuere el maestro, tal será el discípulo” (Llama de amor viva, 3, 30-31). Y santa Teresa confiesa que “siempre fui amiga de letras…gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras, como yo quisiera…Buen letrado nunca me engañó” (Vida 5, 3).

4) ¿Hay una o varias espiritualidades?

a) La espiritualidad cristiana es una sola si consideramos su substancia, la santidad, la participación en la vida divina trinitaria, así como los medios fundamentales para crecer en ella: oración, liturgia, sacramentos, abnegación, ejercicio de las virtudes todas bajo el imperio de la caridad. En este sentido, como dice el concilio Vaticano II, “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios” (Lumen Gentium 41a)….”Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (40b). Y en el cielo, una misma será la santidad de todos los bienaventurados, aunque habrá grados diversos.

b) Las modalidades de la santidad son múltiples, y por tanto las espiritualidades diversas. Podemos distinguir espiritualidades de época (primitiva, patrística, medieval, moderna); de estados de vida (laical, sacerdotal, religiosa); según las dedicaciones principales (contemplativa, misionera, familiar, asistencial, etc); o según características de escuela (benedictina, franciscana, ignaciana, etc.).

La infinita riqueza del Creador se manifiesta en la variedad inmensa de criaturas: miles y miles de especies de plantas, animales, peces, minerales. También las infinitas riquezas del Redentor se expresan en esas innumerables modalidades de vida evangélica. El cristiano, sin una espiritualidad concreta, podría encontrarse dentro del ámbito inmenso de la espiritualidad católica como a la intemperie. Cuando por don de Dios encuentra una espiritualidad que le es adecuada, halla una casa espiritual donde vivir, halla un camino por el que andar con más facilidad, seguridad y rapidez; halla, en fin, la compañía estimulante de aquellos hermanos que han sido llamados por Dios a esa misma casa y a ese mismo camino.

Hoy se da en la Iglesia un doble movimiento: por un lado, una tendencia unitaria hace converger las diversas espiritualidades en sus fuentes comunes: Biblia, liturgia, grandes maestros. Por otra, una tendencia diversificadora acentúa los caracteres peculiares de la espiritualidad propia a los distintos estados de vida, o a tales movimientos y asociaciones. La primera ha logrado aproximar espiritualidades antes quizá demasiado distantes, centrándolas en lo principal. La segunda ha estimulado el carisma propio de cada vocación, evitando mimetismos inconvenientes.

Ciertos radicalismos deben ser indicados en este punto:

  • Un exceso unificador: lleva en ocasiones a difuminar las espiritualidades, ignorando los diversos carismas, rompiendo tradiciones valiosas, desvirtuando la fisonomía propia de las diversas familias, regiones, escuelas. Así se llega a una espiritualidad única para adolescentes, cartujos, madres de familia, párrocos o jesuitas. Es un empobrecimiento. 
  • Un exceso diversificador: radicaliza hasta la caricatura los perfiles peculiares de una espiritualidad concreta; se apega demasiado a sus propios métodos, lenguajes, modos y maneras; absolutiza lo accidental y relativiza quizá lo esencial; pierde armonía evangélica y plenitud de valores. Así se produce un ambiente espiritual cerrado, aislado. Los integrantes de círculo tan cerrado se mostrarán incapaces de colaborar con otros fieles o grupos cristianos. Es también un empobrecimiento.

Sola es universal la Espiritualidad de la Iglesia que tiene en la sagrada liturgia su principal escuela, abierta a todos los cristianos. Todas las demás espiritualidades acentúan más ciertos valores cristianos y menos otros: una es metódica y reglamentada, otra tiene pocas reglas; una insiste en la oración litúrgica, otra usa más las devociones populares…Ninguna puede presentarse como absoluta para todos los hombres. La Espiritualidad de la Iglesia Católica trata de ser equilibrada entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre contemplación y apostolado.

Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/10016/cat/458/que-es-la-espiritualidad.html#google_vignette

Categorías: Formación

Educar no es complacer

La complacencia tiene que ser resultado de los logros alcanzados o por alcanzarse

(C) Pexels

(C) Pexels

Cuenta Jorge Bucay que el Maestro Sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma….

  • Maestro –lo encaró uno de ellos una tarde- tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
  • Pido perdón por eso.- Se disculpó el maestro- Permíteme que en señal de reparación te convide un rico durazno.
  • Gracias maestro, respondió halagado el discípulo.
  • Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
  • Si, muchas gracias, dijo el discípulo.
  • ¿Te gustaría – ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?….
  • Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro.
  • No es un abuso sí yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte…
  • Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…
  • No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:

  • Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.

La moraleja de la que sea da cuenta, va a contrapelo de aquella frase – ¿visión? – que fomenta educar para la complacencia. Este estilo presume al alumno como ‘cliente’; por tanto, se le debe dar la razón para contentarlo y anticiparse a sus deseos para satisfacerlos.

Sin embargo, siendo preciso diré que esa antojadiza frase, no aplica a la educación. Pues más que transacción, aquella es una relación. En efecto, en la acción educativa se advierte una relación entre dos sujetos (profesor y alumno) y un fundamento que la causa (el educar). A su vez, entre ambos sujetos no existe una única relación. La relación del docente hacia el alumno se especifica en la enseñanza; la relación del alumno hacia el docente se especifica en su condición de aprendiz. Siendo ambos, parte de una misma relación, el acto de enseñar es distinto al de aprender, por lo que, para que la relación persista, es el profesor quien tiene que involucrarse en mantener activo el fundamento que la causa, es decir, el educar.

La actividad del docente no se agota con la exposición didáctica de un tema, aunque sea capaz de activar los hábitos intelectuales orientados al aprendizaje. Es importante pero no es suficiente. Con el arte de la docencia se tiene que remover o mitigar aquellas limitaciones que impiden el aprendizaje personal, por ejemplo: el desgano, la flojera, la falta de comprensión, las distracciones, emociones no controladas, las disrupciones en clase…. Ciertamente, su remoción requiere de tiempo, de paciencia, de motivar, de conocer y tratar al alumno… y de autoridad para intentar su interés y compromiso para aprender.

Cifrar la educación en dar al alumno lo que quiere o le provoca se convierte en una suerte de círculo vicioso: el engreimiento – hermano menor del egoísmo – al no tener límites en sus demandas obliga a un continuo refinamiento en los modos de satisfacerlas. De no ‘romperse’ ese círculo, la tendencia resultante será formar educandos, -futuros ciudadanos- miopes: solo mirar sus derechos y preferencias con escasas habilidades para la convivencia y la solidaridad.

En el sistema educativo, la complacencia tiene que ser resultado de los logros alcanzados o por alcanzarse, supuesto el esfuerzo, el tesón, la renuncia de la comodidad, el estudio, el orden, etc.… desplegados previamente. Es verdad que las capacidades no están distribuidas de modo uniforme, hay quienes que cuentan con más facilidad para comprender, sin embargo, atender en clase representa abstenerse de charlar con el compañero; de igual modo, hacer una tarea o estudiar supone ‘liberar’ un tiempo, dejando de realizar actividades más placenteras, para destinarlo esos menesteres.

Finalmente, percibir al alumno como ‘cliente’, significa una inversión en la jerarquía de los valores, que gradualmente va calando en la formación del educando. Sin duda, el aprender y formarse es claramente un valor superior al de hacer lo que ‘me provoca o me gusta’. El primero queda incorporado como patrimonio en el alumno para disponerlo en otro momento, por ejemplo, para aprender asuntos más complicados y densos; el segundo, en cambio, se agota en sí mismo, termina al gozarlo y tiende a ‘oxidar’ las capacidades que ante una situación que las exige no acuden con la prontitud esperada.

Fuente: https://www.exaudi.org/es/educar-no-es-complacer/

Categorías: Formación

Los disfraces de la soberbia y cómo desenmascararla

Si la soberbia enseña la cara, su aspecto es repulsivo, por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, disfrazarse y confundir

Por: Alfonso Aguiló | Fuente: Catholic.net

Un escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un momento, hace una pausa, y dice: «Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?».

Es un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples. Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas que las de aquel fatuo escritor. La soberbia tiende a presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.

Te presentamos a continuación 8 disfraces habituales de la soberbia para que sepas identificarla

1) Unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.

2) Otras veces se disfraza de coherencia, y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.

3) También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.

4) Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella —de una sombra de ella—, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.

5) A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio, que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las cosas, pero con aire de víctima («soy el único que hace algo»), o lamentándose de lo que hacen los demás («mira éstos en cambio…»).

6) Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.

7) O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.

8) O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.

¿Es que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y ganarle terreno.

¿Cómo detectar la soberbia, si se esconde bajo tantas apariencias?

La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.

El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza (sentirnos ofendidos por todo y por todos), el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.

Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás…, para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.

Busquemos a Jesús, es el maestro perfecto de la virtud de la humildad. Estudiemos el Evangelio para imitar sus palabras «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas» (Mateo 11,29).

http://es.catholic.net/op/articulos/56833/los-disfraces-de-la-soberbia-y-cmo-desenmascararla-.html#modal

Categorías: Formación

La madurez, imprescindible en la vida de un directivo

Intelectual, emotiva y social

madurez vida directivo

Empresario © Pexels. Energepic.com

El doctor Alejandro Fontana, profesor de Dirección General y Control Directivo en la Universidad de Piura, comparte con los lectores de Exaudi este artículo titulado “Un imprescindible en la hoja de vida de un directivo: la madurez de personalidad”.

***

Hoy en día, todos los que ingresan al mundo empresarial están muy preocupados por construir su futuro profesional: muchos estudian al mismo tiempo que trabajan o practican. A muchos de ellos les mueve el deseo de tener mayores responsabilidades y de ser directivos, y ponen esfuerzo por seguir un diplomado, por aprender otros idiomas y por contar con roce internacional. Sin embargo, muy pocos saben que su futuro profesional dependerá principalmente de la madurez que haya alcanzado su personalidad. Y es que la madurez de la personalidad no se adquiere de modo automático; tampoco en programas o intercambios internacionales; la madurez es una cualidad de la persona que resulta del trabajo que ella haga sobre las inclinaciones de su propio temperamento y gustos.

Como ha señalado el Prof. Sesé, la madurez de la personalidad tiene tres componentes: intelectual, emotiva y social. En este artículo me referiré a ellas centrado en la realidad propia de un directivo de empresa.

La madurez intelectual reclama el reconocimiento de las propias capacidades y también de los propios límites. Hay quien tiene facilidad para los idiomas, otros la tienen para explicarse. Se trata de un análisis objetivo que cada uno debe hacer, quizás con la ayuda de un buen amigo con experiencia, para que sea objetivo. Junto con esto, la madurez intelectual también requiere descubrir el sentido de la propia existencia: Henry Ford se dio cuenta que podía proveer de autos a la gran población de Estados Unidos; Peter Drucker intuyó que lo suyo no era ser el hombre más rico del cementerio, sino un profesor universitario que contribuyese a mejorar la vida de otras personas. Y en una reunión con los jóvenes de San Marino, el Papa Benedicto XVI comentando la pregunta del joven rico del Evangelio sobre lo que debía hacer para ganar la vida eterna, decía: “la ‘vida eterna’, a la que se refiere ese joven del Evangelio, no indica solamente la vida después de la muerte, no quiere saber solo cómo llegar al cielo. Quiere saber: ¿Cómo debo vivir ahora para tener ya la vida que puede ser luego también eterna? Por tanto, en esta pregunta el joven manifiesta la exigencia de que la existencia diaria encuentre sentido, plenitud, verdad”.

Cada uno posee una misión específica, porque cada uno es, por experiencia propia, irrepetible, exclusivo y único. Cuando una persona descubre su propia misión, es muy fácil que se plantee metas claras. Por eso la madurez intelectual reclama que un directivo tenga fines y metas claras, y que además, estos sean dinámicos. El tiempo es un recurso que no se puede ahorrar, por eso su administración demanda planificación. Sin orden, también en las actividades que uno desarrolla en uno o cinco años, no puede llegarse a una mayor perfección. Pero no se trata de metas únicamente de carácter profesional, interesan mucho las metas que van en la línea de la capacidad de controlar el propio temperamento, en la administración del tiempo libre, en el uso del lenguaje, en el manejo de la afabilidad social”.

La madurez intelectual también necesita descubrir y aceptar el conjunto de valores que gobernarán la propia existencia. Al respecto, Benedicto XVI comentaba: “el hombre, incluso en la era del progreso científico y tecnológico —que nos ha dado tanto— sigue siendo un ser que desea más, más que la comodidad y el bienestar; sigue siendo un ser abierto a toda la verdad de su existencia, que no puede quedarse en las cosas materiales, sino que se abre a un horizonte mucho más amplio.

Estos valores son los que sirven de argumentos para soportar una decisión, y por lo tanto, los que aseguran que la actuación será ética: conveniente a uno mismo y también a los demás. Y como la actuación ética es la mejor fuente de motivación para la creatividad y la iniciativa, la madurez intelectual se reflejará en una creatividad y en una capacidad mayor de iniciativa.

La madurez emotiva se da cuando la persona aprende a reaccionar de modo proporcional ante los distintos sucesos de la vida: aprende a manejar el fracaso; sabe que todo éxito siempre es prematuro, y por tanto, sigue trabajando y esforzándose por mejorar su performance. También son elementos importantes de la madurez emotiva el optimismo: la capacidad de ver el aspecto positivo de las distintas situaciones, sin quejarse del pasado; la alegría: que es una realidad que se construye y no solo se experimenta. Tenemos muchos más motivos para estar alegres que para estar tristes, aunque algunas cosas en la empresa, por importantes que nos parezcan, no nos hayan salido bien o resulten dolorosas. Y la simpatía, que supone ser amable con los demás, especialmente con quienes conviven con nosotros y quienes trabajan a nuestro alrededor.

La otra dimensión de la madurez, la social, implica no olvidar que la persona humana es un ser social por naturaleza. Por naturaleza, tenemos una orientación a aportar a los demás. Por eso, madurez social supone tener el prurito de pensar siempre en los demás: no causar más trabajo, más aún, trabajar de modo que se alivie el trabajo de los demás; ceder el paso a los peatones; no tocar el claxon para no molestar a los vecinos; ser paciente con un taxista que está delante. Y para alcanzarla, Benedicto XVI sugería formar de manera auténticamente cristiana la propia conciencia.

En el mundo empresarial, esta madurez social se traduce en el interés personal por comprender y atender a los clientes, los colaboradores, los proveedores y, en general, a las personas con las que se relacione de alguna manera la operación. Por ejemplo, en el caso de los clientes, no se trata de obtener el mayor provecho de ellos, sino de servirlos realmente en sus diferentes necesidades, también las colaterales.

En conclusión, podríamos decir que la madurez personal le da al directivo la calma y el peso específico que se requieren para tomar buenas decisiones. En primer lugar, y quizás lo más difícil de conseguir, no estar sometido a sus propios vaivenes de temperamento o a sus obsesiones: la obsesión ataca a todos los hombres, y normalmente por cuestiones que no valen la pena. Por eso, asumir el reto de adquirir una madurez personal es una de las tareas imprescindibles para un directivo.

Fuente: https://www.exaudi.org/es/la-madurez-imprescindible-en-la-vida-de-un-directivo/

Categorías: Formación