Nuestra identidad laical y apostólica brota de nuestro bautismo.
1. El bautismo y nuestra identidad personal
Al hablar de la identidad personal estamos hablando de palabras importantes para toda persona. Sólo si tenemos claro ¿quiénes somos? El origen y fin de nuestras vidas, éstas podrán tener un sentido y podremos realizarnos plenamente. La identidad no es algo que fabricamos, sino que al ser creaturas, el ser nos es dado. Nuestra identidad la vamos entendiendo desde cosas externas a uno, dígase, ¿en qué año nací, en qué país, en qué familia, qué número de hermano soy?, hasta cosas más interiores, ¿cuál es mi origen, cómo soy? Y entre las preguntas más importantes al constatar que soy creatura, está ¿cuál es la relación con Aquel que me creó?
En ese sentido Jesús el Verbo de Dios que se hace hombre va respondiendo a estas preguntas, con sus palabras y con sus obras. Con sus palabras nos explica que Dios es nuestro padre, que quiere tener una relación personal con cada uno. Y con su pasión y muerte nos abre las puertas del cielo, que estaban cerradas por el pecado. Esta oblación de Jesús nos hace herederos del cielo, junto a Él. Por Él nuestra naturaleza humana ha sido elevada a ser hijos de Dios.
Los frutos de está oblación la recibimos cuando somos inmersos en el sacramento del Bautismo. Entonces podemos ver que recibirlo no es algo celebrativo, es algo fundamental para la vida de una persona. El Bautismo nos transforma ontológicamente, ¡nos hace hijos de Dios! Por eso tiene que ver con nuestra identidad personal, pues transforma nuestro ser espiritual.
El bautismo es un don, que tenemos que comprenderlo, para así poder vivir la realidad de quiénes somos, creados por Dios, redimidos por la sangre de su Hijo para alcanzar la vida eterna y para vivir en nuestra realidad temporal desde esta perspectiva. Viendo la realidad del mundo con los ojos de Dios y buscando conducirlo junto a los otros bautizados, miembros de la Iglesia, a que llegué a su fin verdadero.
Entonces, vemos que por el Bautismo hemos sido iniciados en la vida de Cristo; hemos sido liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios para ser incorporados a la Iglesia. La siguiente pregunta será entonces, ¿qué significa ser miembro de la Iglesia? El Concilio Vaticano II nos responde que ser miembros de la Iglesia es participar de su misión.
“La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino
de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres
sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se
ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del
Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce
la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la
vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación
al apostolado”. (AA, 2)
Es decir todos los miembros de la Iglesia presbíteros, religiosos, consagrados y laicos estamos llamados a participar de la misión de la Iglesia que es el apostolado.
Ser cristiano bautizado es ser miembro de la Iglesia Católica y es estar invitado a una misión personal de colaborar desde la propia particularidad y circunstancia con la extensión del Reino de Dios, desde el estado de vida al que se esté llamado por Él.
Siguiendo con las preguntas de la propia identidad y siendo laicos inmersos en las realidades temporales surge el cuestionamiento: ¿cómo vivir y hacer apostolado? El Concilio también nos responde expresándonos que estamos llamados a ser como Él, desde nuestra condición particular, participando de su vida. Él, verdadero Dios y verdadero hombre, nos muestra el norte de nuestra vida temporal.
“Los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo,
integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el
mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos
corresponde”. (LG, 31)
Invitados a seguir a Jesús y a participar de su vida, toca a cada uno responder desde su libertad a esta invitación, desempeñando en el mundo nuestra profesión, impregnados por el Espíritu Santo y así aportando de esa manera a la santificación del mundo, siendo fermento que acerca las realidades temporales y cotidianas, a la presencia de Cristo.
La unción con el santo crisma el día de nuestro Bautismo significa el inicio a una vida nueva. Somos “ungidos” por el Santo Espíritu e incorporados a Cristo que es sacerdote, profeta y rey. Si bien es cierto, que en la Iglesia encontramos diversidad de ministerios, reconocemos también nuestra unidad en la misión. A los apóstoles y a sus sucesores les encargó enseñar, santificar y regir en su nombre. Y a nosotros, los fieles laicos haciéndonos partícipes de su ministerio sacerdotal, profético y real nos encarga la misión de ser testimonio de su presencia en el mundo para la salvación de los demás, a modo de fermento.
Esta realidad bautismal sella nuestra identidad laical y apostólica abriéndonos al misterio del amor de Dios que se comunica a todos los hombres.
¡Qué distinta es nuestra vida cuándo comprendemos el hermoso don de nuestro Bautismo!
Ante la verdad de la propia identidad y vocación no podemos dejar de maravillarnos del inmenso amor de Dios que nos ha creado desde el amor y para el amor. Y más aún es difícil no arrodillarse ante el misterio de la Cruz y Resurrección de Cristo en el que fuimos sumergidos el día de nuestro Bautismo para ser testigos de Su amor y elevar nuestra identidad al cielo.
Otro tema importante de resaltar es que nuestra presencia laical en el mundo está llamada a ser en comunión viva con la Iglesia.
“Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado
por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en
el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en
la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo
Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe.,
2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y
para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo”. (AA, 3)
2. Participamos de la función sacerdotal del señor Jesús: viviendo en camino a la santidad
“Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres”. (LG, 34) |
Participamos de la función sacerdotal del Señor Jesús, ofreciendo nuestras vidas como culto agradable al Padre, buscando darle gloria con nuestra oración cotidiana y cooperando con su gracia para ser instrumento de su amor para los demás. Este camino a la
santidad es una concreción de nuestra dignidad sacerdotal recibida el día de nuestro bautismo.
“Por lo cual los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por
el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, para que
en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu…
De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar
actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios”. (LG, 34)
“La santidad no es un privilegio de unos pocos sino que es la vocación universal del Pueblo de Dios”. San Juan Pablo II |
El Concilio nos explica que hemos sido llamados y dotados para vivir santamente en medio del mundo. Esto define aún más nuestra identidad. Nuestra vocación a la santidad, es algo inherente a quiénes somos. Así como tenemos en nuestro interior ese deseo de búsqueda
de Dios en nuestras vidas, Él nos la llenado de dones que fortalece con su gracia, para poder vivir esa relación íntima con Él y así desplegarnos en nuestras realidades temporales de padres o hijos de familia, de estudiantes o trabajadores en cualquier ámbito de la sociedad, comunicando el Amor que recibimos de Él. Toda ocasión es propicia para crecer en nuestra estatura espiritual y ser como Jesús. De esta manera, siguiendo sus pasos, hacemos de nuestras vidas una ofrenda al Padre.
Este camino hacia la santidad no depende de nuestras propias fuerzas. Se trata más bien de dejarnos amar por Él para que sea su gracia la que transforme nuestro corazón y lo haga semejante al suyo, convirtiendo así nuestra vida en un culto agradable a sus ojos. Esta gracia que la empezamos a recibir desde nuestro Bautismo, como fruto de la redención del Señor Jesús, es la fuente de nuestra santificación. Desde entonces podemos acceder a los otros sacramentos que nos vitalizarán con su gracia durante toda nuestra vida.
Dios habla en el silencio de nuestros corazones. ¿Qué medios puedes poner para escuchar su voz, en tu vida cotidiana y crecer en tu camino a la santidad? |
Sin embargo, Aquel que nos salvó sin nuestro consentimiento, no podrá llevar a término su obra en nosotros sin nuestro consentimiento, por ello el dejarnos amar por Él requiere un ejercicio interior que implica nuestra libertad, nuestra voluntad, nuestra inteligencia, para dejar que Él obre en nosotros, pues se trata de disponer nuestra vida para que el Espíritu Santo dé continuidad a los dones que ya hemos recibido de Él.
3. Participamos de la función real del señor Jesús: viviendo el servicio
“…Para que, sirviendo a Cristo también en los demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. También por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. (LG, 36) |
¡Qué difícil es desear vivir como servidor de los demás en un mundo que te propone sólo el éxito humano como un paradigma principal para la realización de todo hombre! Pero el mensaje de Jesús es claro y vigente para que el hombre de nuestra cultura se ubique y no viva en un mundo de mentiras, buscando la aprobación de los hombres y la de Dios.
“Mi Reino no es de este mundo!” Le dijo Jesús a Pilatos. ¿Le crees esto a Jesús? ¿O sigues pensando que lo importante es sólo la vida temporal? Jesús le dio una alta importancia a la vida temporal. ¡Tanta que hasta se hizo hombre! Pero viviendo en ella, nos ubicó y nos mostró como vivir en ella para lo esencial y verdadero, que es el amor al Padre y a los demás, viviendo el servicio como una característica prioritaria suya.
«Pidámosle a la Virgen que nos ayude a ser como ella, a realizar con humildad y sin vanagloria el trabajo que se nos ha asignado, y que llevemos a los demás a Jesús con el mismo espíritu con que ella lo llevó en su seno».
Madre Teresa de Calcuta |
¡Jesús es Rey! Y como buen rey, gobierna, cuida y así sirve a todos, hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Seguir a Jesús es participar de su función de rey, sirviendo a los demás como Él sirvió. Él siendo el Rey y Señor del Universo se hizo el servidor de todos para dejarnos en claro que su realeza no coincide en nada con la que propone el mundo. Él es un rey que ha venido a servir y la manera como participamos de su función real es sirviendo a los demás. El Evangelio implica una respuesta radical en el amor que se hace concreto en el servicio.
¿Ser cristiano es ser como Jesús. ¿Te entiendes como servidor de aquellos con los que te relacionas? |
“Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y
les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis
“el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo,
el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis
lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que
también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad,
en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más
que el que le envía”. (Jn 13, 12-16)
El camino del abajamiento siempre será el camino estrecho para entrar al Reino de los Cielos. Cristo mismo, el Rey de Reyes, nos lo ha mostrado y todos los días nos invita a vivir el camino del servicio que es capaz de transformar la historia de cada persona.
Estamos invitados a vivir el servicio
como lo vivió el Señor Jesús.
4. Participamos de la función profética del Señor Jesús: viviendo nuestra vocación al apostolado
“Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social”. (LG, 35) |
Vivimos en un mundo que vive de espaldas a Dios en muchas realidades. Testigo de ello son las desigualdades, la falta de solidaridad, el hambre, las guerras, entre otras realidades que vemos a diario. Siguiendo a Jesús, nosotros los laicos –alimentados de los sacramentos–estamos llamados a ser sus testigos, anunciando con nuestra vida la fe, la esperanza, la caridad y a denunciar todo lo que atente contra ello. Así colaboramos con Su misión, como el Concilio nos lo propone: “también por medio de los laicos”. Es así como la obra redentora de Cristo, quien hace nuevas todas las cosas, logrará impregnar todas las realidades del mundo acercando la salvación a todos los hombres y restaurando incluso el orden temporal.
«Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo una pasión por su pueblo» (EG 268). |
Ser bautizado es una invitación a seguir los pasos de Jesús apóstol y así que nuestras vidas tengan un sentido trascendente que nos realice como personas. Estamos llamados a comunicar en primera persona a Jesús que cambió nuestras vidas y que respondió a nuestros anhelos profundos de amor y de vida eterna.
¿Cómo puedes ser testigo de Cristo con tu familia, con tus amigos, en tu centro de trabajo o de estudios? |
El Señor Jesús, atento a las necesidades de las personas del tiempo en el que vivió con nosotros, salió a predicar, a dialogar con ellas y a responder sus dudas e inquietudes. Curaba enfermedades del cuerpo y de la mente, pero sobretodo les comunicó con el testimonio de su vida el reino de Dios. Es así que siguiendo sus pasos estamos llamados a salir de nosotros mismos con generosidad, comprender la realidad de las personas de nuestra cultura actual, dialogar con ellas, rescatar todo lo positivo y anunciar el reino de Dios.
¡Cuánto podemos aportar desde las labores que realizamos cada día, para la transformación de este mundo! Desde trabajar honradamente, ser audaces y comprometidos con el anuncio del evangelio en las realidades que nos desempeñamos, acompañar a quien sufre, brindar nuestra amistad, en fin trabajar por cultivar una cultura del encuentro y no del desarraigo y la indiferencia. ¡Cuánto podemos hacer desde una visión de fe, audaz para cambiar las estructuras de este mundo, si así Dios nos lo pide, a través del arte, la política, la literatura etc.
Estamos llamados a ser apóstoles como el Señor Jesús.
CONCLUSIÓN
Desde nuestra identidad laical estamos llamados ser como el Señor Jesús, insertos en el mundo en que vivimos, dialogando con la cultura de nuestros tiempos, participando en su función de sacerdote, profeta y Rey. Esta identidad que la recibimos en el bautismo está sellada por la vocación al apostolado que se ha de manifestar en el compromiso personal de anunciar el Evangelio para que sea éste quien transforme la cultura haciéndola más humana y reconciliada.
Es por esto que hoy en el MVC, reconocemos el valor de la audacia apostólica, como un valor que nos va a ayudar a vivir nuestra identidad laical y apostólica.
“Reconocemos la importancia de renovarnos ante los cambios culturales, pues, nuestra acción pastoral tiene que estar en sintonía con el tiempo, los lugares y las circunstancias donde se desarrolla. Por esto declaramos la audacia y la creatividad apostólica, como un valor a vivir en estos tiempos.
Ambas provienen del Espíritu Santo y es necesario, en la línea de la Evangelii Gaudium, … renovar nuestro apostolado y misión. Audacia y creatividad en el apostolado es de las cosas que más nos pide el Papa Francisco”. (Identidad y Misión MVC, 2017)
¿Qué haría Cristo en mi lugar? Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras ¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar? San Alberto Hurtado |
Cada bautizado está llamado a ser en el mundo, testigo de la muerte
y resurrección del Señor Jesús y signo de un Dios que está vivo.
«Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés» (EG 284) |