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Apostolado laical: Ser testigos de Cristo en el mundo

Apostolado laical: Ser testigos de Cristo en el mundo


 

 

 


Nuestra identidad laical y apostólica brota de nuestro bautismo.


 

1. El bautismo y nuestra identidad personal

Al hablar de la identidad personal estamos hablando de palabras importantes para toda persona. Sólo si tenemos claro ¿quiénes somos? El origen y fin de nuestras vidas, éstas podrán tener un sentido y podremos realizarnos plenamente. La identidad no es algo que fabricamos, sino que al ser creaturas, el ser nos es dado. Nuestra identidad la vamos entendiendo desde cosas externas a uno, dígase, ¿en qué año nací, en qué país, en qué familia, qué número de hermano soy?, hasta cosas más interiores, ¿cuál es mi origen, cómo soy? Y entre las preguntas más importantes al constatar que soy creatura, está ¿cuál es la relación con Aquel que me creó?

En ese sentido Jesús el Verbo de Dios que se hace hombre va respondiendo a estas preguntas, con sus palabras y con sus obras. Con sus palabras nos explica que Dios es nuestro padre, que quiere tener una relación personal con cada uno. Y con su pasión y muerte nos abre las puertas del cielo, que estaban cerradas por el pecado. Esta oblación de Jesús nos hace herederos del cielo, junto a Él. Por Él nuestra naturaleza humana ha sido elevada a ser hijos de Dios.

Los frutos de está oblación la recibimos cuando somos inmersos en el sacramento del Bautismo. Entonces podemos ver que recibirlo no es algo celebrativo, es algo fundamental para la vida de una persona. El Bautismo nos transforma ontológicamente, ¡nos hace hijos de Dios! Por eso tiene que ver con nuestra identidad personal, pues transforma nuestro ser espiritual.

El bautismo es un don, que tenemos que comprenderlo, para así poder vivir la realidad de quiénes somos, creados por Dios, redimidos por la sangre de su Hijo para alcanzar la vida eterna y para vivir en nuestra realidad temporal desde esta perspectiva. Viendo la realidad del mundo con los ojos de Dios y buscando conducirlo junto a los otros bautizados, miembros de la Iglesia, a que llegué a su fin verdadero.

Entonces, vemos que por el Bautismo hemos sido iniciados en la vida de Cristo; hemos sido liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios para ser incorporados a la Iglesia. La siguiente pregunta será entonces, ¿qué significa ser miembro de la Iglesia? El Concilio Vaticano II nos responde que ser miembros de la Iglesia es participar de su misión.

“La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino
de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres
sean partícipes de la redención salvadora, y por su medio se
ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del
Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce
la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la
vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación
al apostolado”. (AA, 2)

Es decir todos los miembros de la Iglesia presbíteros, religiosos, consagrados y laicos estamos llamados a participar de la misión de la Iglesia que es el apostolado.

Ser cristiano bautizado es ser miembro de la Iglesia Católica y es estar invitado a una misión personal de colaborar desde la propia particularidad y circunstancia con la extensión del Reino de Dios, desde el estado de vida al que se esté llamado por Él.

Siguiendo con las preguntas de la propia identidad y siendo laicos inmersos en las realidades temporales surge el cuestionamiento: ¿cómo vivir y hacer apostolado? El Concilio también nos responde expresándonos que estamos llamados a ser como Él, desde nuestra condición particular, participando de su vida. Él, verdadero Dios y verdadero hombre, nos muestra el norte de nuestra vida temporal.

“Los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo,
integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el
mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos
corresponde”. (LG, 31)

Invitados a seguir a Jesús y a participar de su vida, toca a cada uno responder desde su libertad a esta invitación, desempeñando en el mundo nuestra profesión, impregnados por el Espíritu Santo y así aportando de esa manera a la santificación del mundo, siendo fermento que acerca las realidades temporales y cotidianas, a la presencia de Cristo.

La unción con el santo crisma el día de nuestro Bautismo significa el inicio a una vida nueva. Somos “ungidos” por el Santo Espíritu e incorporados a Cristo que es sacerdote, profeta y rey. Si bien es cierto, que en la Iglesia encontramos diversidad de ministerios, reconocemos también nuestra unidad en la misión. A los apóstoles y a sus sucesores les encargó enseñar, santificar y regir en su nombre. Y a nosotros, los fieles laicos haciéndonos partícipes de su ministerio sacerdotal, profético y real nos encarga la misión de ser testimonio de su presencia en el mundo para la salvación de los demás, a modo de fermento.

Esta realidad bautismal sella nuestra identidad laical y apostólica abriéndonos al misterio del amor de Dios que se comunica a todos los hombres.

¡Qué distinta es nuestra vida cuándo comprendemos el hermoso don de nuestro Bautismo!

Ante la verdad de la propia identidad y vocación no podemos dejar de maravillarnos del inmenso amor de Dios que nos ha creado desde el amor y para el amor. Y más aún es difícil no arrodillarse ante el misterio de la Cruz y Resurrección de Cristo en el que fuimos sumergidos el día de nuestro Bautismo para ser testigos de Su amor y elevar nuestra identidad al cielo.

Otro tema importante de resaltar es que nuestra presencia laical en el mundo está llamada a ser en comunión viva con la Iglesia.

“Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado
por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en
el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en
la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo
Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe.,
2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y
para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo”. (AA, 3)

 

2. Participamos de la función sacerdotal del señor Jesús: viviendo en camino a la santidad

“Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace
partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan el culto espiritual
para gloria de Dios y salvación de los hombres”. (LG, 34)

Participamos de la función sacerdotal del Señor Jesús, ofreciendo nuestras vidas como culto agradable al Padre, buscando darle gloria con nuestra oración cotidiana y cooperando con su gracia para ser instrumento de su amor para los demás. Este camino a la
santidad es una concreción de nuestra dignidad sacerdotal recibida el día de nuestro bautismo.

“Por lo cual los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por
el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, para que
en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu…
De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar
actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios”. (LG, 34)

“La santidad no es un privilegio de unos pocos sino que es la vocación universal del Pueblo de Dios”.
San Juan Pablo II

El Concilio nos explica que hemos sido llamados y dotados para vivir santamente en medio del mundo. Esto define aún más nuestra identidad. Nuestra vocación a la santidad, es algo inherente a quiénes somos. Así como tenemos en nuestro interior ese deseo de búsqueda
de Dios en nuestras vidas, Él nos la llenado de dones que fortalece con su gracia, para poder vivir esa relación íntima con Él y así desplegarnos en nuestras realidades temporales de padres o hijos de familia, de estudiantes o trabajadores en cualquier ámbito de la sociedad, comunicando el Amor que recibimos de Él. Toda ocasión es propicia para crecer en nuestra estatura espiritual y ser como Jesús. De esta manera, siguiendo sus pasos, hacemos de nuestras vidas una ofrenda al Padre.

Este camino hacia la santidad no depende de nuestras propias fuerzas. Se trata más bien de dejarnos amar por Él para que sea su gracia la que transforme nuestro corazón y lo haga semejante al suyo, convirtiendo así nuestra vida en un culto agradable a sus ojos. Esta gracia que la empezamos a recibir desde nuestro Bautismo, como fruto de la redención del Señor Jesús, es la fuente de nuestra santificación. Desde entonces podemos acceder a los otros sacramentos que nos vitalizarán con su gracia durante toda nuestra vida.

Dios habla en el silencio de nuestros corazones. ¿Qué medios puedes poner para escuchar su voz, en tu vida cotidiana y crecer en tu camino a la santidad?

Sin embargo, Aquel que nos salvó sin nuestro consentimiento, no podrá llevar a término su obra en nosotros sin nuestro consentimiento, por ello el dejarnos amar por Él requiere un ejercicio interior que implica nuestra libertad, nuestra voluntad, nuestra inteligencia, para dejar que Él obre en nosotros, pues se trata de disponer nuestra vida para que el Espíritu Santo dé continuidad a los dones que ya hemos recibido de Él.

 

3. Participamos de la función real del señor Jesús: viviendo el servicio

 

“…Para que, sirviendo a Cristo también en los demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. También por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. (LG, 36)

¡Qué difícil es desear vivir como servidor de los demás en un mundo que te propone sólo el éxito humano como un paradigma principal para la realización de todo hombre! Pero el mensaje de Jesús es claro y vigente para que el hombre de nuestra cultura se ubique y no viva en un mundo de mentiras, buscando la aprobación de los hombres y la de Dios.

“Mi Reino no es de este mundo!” Le dijo Jesús a Pilatos. ¿Le crees esto a Jesús? ¿O sigues pensando que lo importante es sólo la vida temporal? Jesús le dio una alta importancia a la vida temporal. ¡Tanta que hasta se hizo hombre! Pero viviendo en ella, nos ubicó y nos mostró como vivir en ella para lo esencial y verdadero, que es el amor al Padre y a los demás, viviendo el servicio como una característica prioritaria suya.

«Pidámosle a la Virgen que nos ayude a ser como ella, a realizar con humildad y sin vanagloria el trabajo que se nos ha asignado, y que llevemos a los demás a Jesús con el mismo espíritu con que ella lo llevó en su seno».

Madre Teresa de Calcuta

¡Jesús es Rey! Y como buen rey, gobierna, cuida y así sirve a todos, hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Seguir a Jesús es participar de su función de rey, sirviendo a los demás como Él sirvió. Él siendo el Rey y Señor del Universo se hizo el servidor de todos para dejarnos en claro que su realeza no coincide en nada con la que propone el mundo. Él es un rey que ha venido a servir y la manera como participamos de su función real es sirviendo a los demás. El Evangelio implica una respuesta radical en el amor que se hace concreto en el servicio.

¿Ser cristiano es ser como Jesús. ¿Te entiendes como servidor de aquellos con los que te relacionas?

“Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y
les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis
“el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo,
el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis
lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que
también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad,
en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más
que el que le envía”. (Jn 13, 12-16)

El camino del abajamiento siempre será el camino estrecho para entrar al Reino de los Cielos. Cristo mismo, el Rey de Reyes, nos lo ha mostrado y todos los días nos invita a vivir el camino del servicio que es capaz de transformar la historia de cada persona.

Estamos invitados a vivir el servicio
como lo vivió el Señor Jesús.

 

4. Participamos de la función profética del Señor Jesús: viviendo nuestra vocación al apostolado 

 

“Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio
de la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la
plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que
enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos,
a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido
de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10) para que la
virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social”. (LG, 35)

 

Vivimos en un mundo que vive de espaldas a Dios en muchas realidades. Testigo de ello son las desigualdades, la falta de solidaridad, el hambre, las guerras, entre otras realidades que vemos a diario. Siguiendo a Jesús, nosotros los laicos –alimentados de los sacramentos–estamos llamados a ser sus testigos, anunciando con nuestra vida la fe, la esperanza, la caridad y a denunciar todo lo que atente contra ello. Así colaboramos con Su misión, como el Concilio nos lo propone: “también por medio de los laicos”. Es así como la obra redentora de Cristo, quien hace nuevas todas las cosas, logrará impregnar todas las realidades del mundo acercando la salvación a todos los hombres y restaurando incluso el orden temporal.

«Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo una pasión por su pueblo» (EG 268).

Ser bautizado es una invitación a seguir los pasos de Jesús apóstol y así que nuestras vidas tengan un sentido trascendente que nos realice como personas. Estamos llamados a comunicar en primera persona a Jesús que cambió nuestras vidas y que respondió a nuestros anhelos profundos de amor y de vida eterna.

¿Cómo puedes ser testigo de Cristo con tu familia, con tus amigos, en tu centro de trabajo o de estudios?

El Señor Jesús, atento a las necesidades de las personas del tiempo en el que vivió con nosotros, salió a predicar, a dialogar con ellas y a responder sus dudas e inquietudes. Curaba enfermedades del cuerpo y de la mente, pero sobretodo les comunicó con el testimonio de su vida el reino de Dios. Es así que siguiendo sus pasos estamos llamados a salir de nosotros mismos con generosidad, comprender la realidad de las personas de nuestra cultura actual, dialogar con ellas, rescatar todo lo positivo y anunciar el reino de Dios.

¡Cuánto podemos aportar desde las labores que realizamos cada día, para la transformación de este mundo! Desde trabajar honradamente, ser audaces y comprometidos con el anuncio del evangelio en las realidades que nos desempeñamos, acompañar a quien sufre, brindar nuestra amistad, en fin trabajar por cultivar una cultura del encuentro y no del desarraigo y la indiferencia. ¡Cuánto podemos hacer desde una visión de fe, audaz para cambiar las estructuras de este mundo, si así Dios nos lo pide, a través del arte, la política, la literatura etc.

Estamos llamados a ser apóstoles como el Señor Jesús.

CONCLUSIÓN

Desde nuestra identidad laical estamos llamados ser como el Señor Jesús, insertos en el mundo en que vivimos, dialogando con la cultura de nuestros tiempos, participando en su función de sacerdote, profeta y Rey. Esta identidad que la recibimos en el bautismo está sellada por la vocación al apostolado que se ha de manifestar en el compromiso personal de anunciar el Evangelio para que sea éste quien transforme la cultura haciéndola más humana y reconciliada.

Es por esto que hoy en el MVC, reconocemos el valor de la audacia apostólica, como un valor que nos va a ayudar a vivir nuestra identidad laical y apostólica.

“Reconocemos la importancia de renovarnos ante los cambios culturales, pues, nuestra acción pastoral tiene que estar en sintonía con el tiempo, los lugares y las circunstancias donde se desarrolla. Por esto declaramos la audacia y la creatividad apostólica, como un valor a vivir en estos tiempos.

Ambas provienen del Espíritu Santo y es necesario, en la línea de la Evangelii Gaudium, … renovar nuestro apostolado y misión. Audacia y creatividad en el apostolado es de las cosas que más nos pide el Papa Francisco”. (Identidad y Misión MVC, 2017)

¿Qué haría Cristo en mi lugar? Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras ¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?

San Alberto Hurtado

Cada bautizado está llamado a ser en el mundo, testigo de la muerte
y resurrección del Señor Jesús y signo de un Dios que está vivo.

 

«Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés» (EG 284)

 

Fuente: http://mvcweb.org/camino-hacia-dios/265-apostolado-laical-ser-testigos-de-cristo-en-el-mundo/

 

Categorías: Laicos

¿Qué significa el apostolado? ¿quiénes son los apóstoles hoy?

¿Qué significa el apostolado? ¿quiénes son los apóstoles hoy?

La palabra griega apostoloi significa enviado. Hace referencia a la llamada que hace Jesucristo a los apóstoles para que continúen con su propia misión: anunciar el reino de Dios por todo el mundo. «Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!». ¿A qué esperamos nosotros?»

DEL OPUS DEI 

Opus Dei - ¿Qué significa el apostolado? ¿quiénes son los apóstoles hoy?

Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Juan 1,41). La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra de la mujer» (Juan 4,39). También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, «enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hechos de los Apóstoles 9,20). ¿A qué esperamos nosotros? Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 120.

¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor? Camino, 790¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón… y muchas veces lo envilecen…, dejad eso y venid con nosotros tras el Amor? Camino, 790

1. ¿Qué es el apostolado?

La palabra griega apostoloi significa enviado. Hace referencia a la llamada que hace Jesucristo a los apóstoles para que continúen con su propia misión: anunciar el reino de Dios por todo el mundo. «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Juan 20, 21); «embajadores de Cristo» (2 Corintios 5, 20), «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Corintios 4, 1).

Todos los cristianos, por la naturaleza de la vocación cristiana, están llamados a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra.

Catecismo de la Iglesia Católica, 858-859; 863

Contemplar el misterio
Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de Cristo, que –siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio ministerial– capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación.

Cada uno de nosotros ha de ser ipse Christus. El es el único mediador entre Dios y los hombres; y nosotros nos unimos a El para ofrecer, con El, todas las cosas al Padre. Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exige que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las actividades temporales, para ser levadura que ha de informar la masa entera.

Si te decides –sin rarezas, sin abandonar el mundo, en medio de tus ocupaciones habituales– a entrar por estos caminos de contemplación, enseguida te sentirás amigo del Maestro, con el divino encargo de abrir los senderos divinos de la tierra a la humanidad entera. Sí, con esa labor tuya contribuirás a que se extienda el reinado de Cristo en todos los continentes. Y se sucederán, una tras otra, las horas de trabajo ofrecidas por las lejanas naciones que nacen a la fe, por los pueblos de oriente impedidos bárbaramente de profesar con libertad sus creencias, por los países de antigua tradición cristiana donde parece que se ha oscurecido la luz del Evangelio y las almas se debaten en las sombras de la ignorancia… Entonces, ¡qué valor adquiere esa hora de trabajo!, ese continuar con el mismo empeño un rato más, unos minutos más, hasta rematar la tarea. Conviertes, de un modo práctico y sencillo, la contemplación en apostolado, como una necesidad imperiosa del corazón, que late al unísono con el dulcísimo y misericordioso Corazón de Jesús, Señor Nuestro. Amigos de Dios, 67

El apostolado implica un diálogo personal, donde las personas expresan y comparten sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón.El apostolado implica un diálogo personal, donde las personas expresan y comparten sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón.

2. ¿Por qué hacer apostolado?

Todos los fieles, pastores y laicos, están encargados por Dios del apostolado en virtud del Bautismo y de la Confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra.

En los laicos la evangelización adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo: «Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles. Catecismo de la Iglesia Católica, 900; 905

Contemplar el misterio

¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón… y muchas veces lo envilecen…, dejad eso y venid con nosotros tras el Amor? Camino, 790

Nuestra Santa Madre la Iglesia, en magnífica extensión de amor, va esparciendo la semilla del Evangelio por todo el mundo. Desde Roma a la periferia. –Al colaborar tú en esa expansión, por el orbe entero, lleva la periferia al Papa, para que la tierra toda sea un solo rebaño y un solo Pastor: ¡un solo apostolado! Forja, 638

Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación. ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda?. Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo.

No me cansaré de repetir, por tanto, que el mundo es santificable; que a los cristianos nos toca especialmente esa tarea, purificándolo de las ocasiones de pecado con que los hombres lo afeamos, y ofreciéndolo al Señor como hostia espiritual, presentada y dignificada con la gracia de Dios y con nuestro esfuerzo. En rigor, no se puede decir que haya nobles realidades exclusivamente profanas, una vez que el Verbo se ha dignado asumir una naturaleza humana íntegra y consagrar la tierra con su presencia y con el trabajo de sus manos. La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención. Nos urge la caridad de Cristo, para tomar sobre nuestros hombros una parte de esa tarea divina de rescatar las almas. Es Cristo que pasa, 120

El apostolado cristiano –y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales– es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina.

Sed audaces. Contáis con la ayuda de María,Regina apostolorum. Y Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana, María intercede para que nuestra conducta culmine con una reconciliación del hermano menor –tú y yo– con el Hijo primogénito del Padre. Es Cristo que pasa, 149

Del encuentro con Cristo nace el deseo de compartir esa alegría con los demás, Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 3Del encuentro con Cristo nace el deseo de compartir esa alegría con los demás, Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 3

3. ¿Por qué el apostolado es dar luz?

«Vosotros sois la luz del mundo y sal de la tierra” (Mateo 5, 11-16). La luz del Evangelio es “una luz que atrae”. Al ver las buenas obras del cristiano, el prójimo está llevado a dar gloria a Dios. a descubrir y alabar el inefable amor de Dios. El apostolado es dar testimonio de la luz.

Implica un diálogo personal, donde las personas expresan y comparten sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra, sea con la lectura de algún versículo o de un modo narrativo, pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad. Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia concreta. Si parece prudente y se dan las condiciones, es bueno que este encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que se conecte con las inquietudes que la persona ha manifestado. Así, percibirá mejor que ha sido escuchada e interpretada, que su situación queda en la presencia de Dios, y reconocerá que la Palabra de Dios realmente le habla a su propia existencia.
El mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos para manifestar ante los hombres la fuerza de verdad y de irradiación del Evangelio. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios. Evangelium Gaudium, 100;128.

Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado depende de su unión vital con Cristo. La caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, «siempre es como el alma de todo apostolado». Catecismo de la Iglesia Católica, 864; 2044

Contemplar el misterio

¡Sé alma de Eucaristía! Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado! Forja, 835

¿Y qué otros consejos os sugiero? Pues los procedimientos que han utilizado siempre los cristianos que pretendían de verdad seguir a Cristo, los mismos que emplearon aquellos primeros que percibieron el alentar de Jesús: el trato asiduo con el Señor en la Eucaristía, la invocación filial a la Santísima Virgen, la humildad, la templanza, la mortificación de los sentidos –que no conviene mirar lo que no es lícito desear, advertía San Gregorio Magno- y la penitencia.
Amigos de Dios, 186

Llenar de luz el mundo, ser sal y luz: así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios. A eso debemos dedicar nuestras vidas, de una manera o de otra, todos los cristianos.
Es necesario, pues, despertar a quienes hayan podido caer en ese mal sueño: recordarles que la vida no es cosa de juego, sino tesoro divino, que hay que hacer fructificar. Es necesario también enseñar el camino, a quienes tienen buena voluntad y buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica. Cristo nos urge. Cada uno de vosotros ha de ser no sólo apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo. Es Cristo que pasa, 147

 

 

Fuente:  https://opusdei.org/es-co/article/que-significa-el-apostolado-quienes-son-los-apostoles-hoy/

Categorías: Apostolado

EL MARTIRIO DEL PADRE PRO, fruto de la gracia de Dios y de su profunda vida espiritual

EL MARTIRIO DEL PADRE PRO, fruto de la gracia de Dios y de su profunda vida espiritual

“El día de mi ordenación, yo pedí simplemente a Dios Nuestro Señor ser útil a las almas”.

-Beato Miguel Agustín Pro

 

[…] su inigualable devoción al celebrar la Misa, y por otra, un don especial que Dios le concedió: “A la hora de la elevación”, dice esta señora, “yo lo vi elevarse de la tierra, parecía una silueta blanca. Mis criadas me dijeron enseguida y espontáneamente que ellas habían observado el mismo fenómeno y habían recibido con ello un gran consuelo”.

Su comprensión del valor de la unión de nuestros sufrimientos a la cruz de Cristo despertó en él una sed ardiente del martirio: “¡Oh, si me sacara la lotería!… ¡Ojalá me tocara la suerte de ser de los primeros,… o de los últimos, pero ser del número!”.

 

Por Wolfgang María Muha. Dominus Est. 23 de noviembre de 2019.

 

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La imagen del P. Pro que más se ha difundido es la de su vida externa: sus múltiples apostolados, su gran actividad y energía, su simpatía, su ingenio, etc. Todo esto fue el fruto de la intensa vida espiritual que él tuvo. Esta fue la raíz de donde brotó su santidad, expresada en las diferentes virtudes externas que se aprecian en él. Sin embargo, esa vida interior del P. Pro es poco conocida; él mismo la velaba a los ojos de los demás por medio de sus bromas y ocurrencias. El P. Negra S.J. hace notar que cuando por sorpresa lo llevaban a hablar de cosas serias y espirituales, se mostraba tal cual era, pero al notar que la confidencia redundaba en su honra personal, terminaba la frase, en el mismo tono y sin transición, pero mezclando una broma o entonando una canción burlesca. Esto desconcertaba a los que se detenían en las apariencias. A los que lo conocían a fondo les causaba la impresión de un religioso muy fervoroso, que sabía juntar admirablemente la broma con la más sólida virtud.

La base de su vida espiritual fue siempre la humildad. Uno de sus compañeros de noviciado refiere: “Siempre me pareció muy humilde y caritativo. Sabía hablar bien y sabroso de cosas espirituales. Gracias a su espontaneidad y su alegría, podía mejor que otros entremezclar en la conversación reflexiones piadosas. Había coleccionado en una libreta varias oraciones y temas de sólida piedad, prueba de su buen gusto ascético. Lo principal de sus apuntes se refería al Sagrado Corazón de Jesús, de quien siempre fue sólida y sinceramente devoto. Lo que más me admiró de él fue su espíritu de sacrificio y de aguante en sus enfermedades y en las tribulaciones que nos ocasionaban las miserias sociales y religiosas de la patria”.

El Hermano Pulido, que entró al noviciado un año después que el P. Pro, comenta: “En este novicio pronto se descubrirían dos Pro: el bromista que alegraba los recreos y el hombre de vida interior profunda. Durante los ejercicios anuales, el cómico y locuaz se volvía un cartujo; pasaba en la capilla tal vez más tiempo que ninguno y era escrupulosamente cumplido en todos sus actos de piedad. Sostenido por la persuasión de que Dios lo quería santo y movido por una férrea voluntad, mantenía su alma siempre en contacto con Dios”.

 

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Su unión con Dios, ya desde el principio de su formación como Jesuita, le permitía permanecer sereno, incluso frente a circunstancias adversas. Una tras otra, le llegaban noticias alarmantes acerca de su familia: su padre, despojado de sus bienes, tuvo que huir para escapar a la muerte; su madre, enferma, iba camino de Guadalajara; sus achaques de estómago empezaban a atenazarlo. Sin embargo, uno de sus compañeros comenta: “El Hermano Pro conservaba la paz. Sus conversaciones reflejaban su conformidad con la voluntad de Dios y su gran confianza en la Providencia amorosa de Dios, su Padre, que no le podía faltar”. El P. Valentín Sánchez S.J., que fue rector suyo un tiempo, señala también su admirable paciencia en medio de las contrariedades. Por otra parte, su buen humor y servicialidad con frecuencia le costaban verdaderos sacrificios debido a su mala salud, que en ocasiones lo hacía pasar las noches en blanco.

El sacerdocio fue para él la gracia de las gracias. Él mismo la anuncia en una carta a un viejo amigo suyo: “Este año tendré la inmensa dicha de ser ordenado sacerdote; el 31 de agosto diré la primera Misa. Ya puede Ud. imaginarse cuál es la alegría que inunda mi alma y cuál la satisfacción con que la comunico a Ud. Este altísimo Sacramento me acercará más a nuestro Dios y me concederá poderes grandísimos y verdaderamente celestiales como son el poder consagrar el Cuerpo santísimo de Cristo, el abrir las puertas del cielo a los pobres pecadores en la confesión, el regenerar con el Bautismo las almas manchadas con la culpa original, y tantos otros que superan a todo honor mundano y caduco de este valle de lágrimas”.

 

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Y ya después de la ordenación, refiere lo sucedido en su alma ese día:

“No voy a decirles lo que pasó en mi interior. Ud. me dice que esas cosas se sienten y no se dicen, porque no hay palabras para manifestarlas; y es verdad, y más verdad después de que las he experimentado. ¿Cómo va a decir el pensamiento la suave unción del Espíritu Santo que siento, palpo, toco casi con mis manos, inundando a mi pobre e infeliz alma de minero de dulzuras de cielo y alegrías de ángeles? Bendito mil veces el que tales consuelos nos da y el que nos ha elegido y llevado, a pesar de toda nuestra resistencia, a la más alta y sublime dignidad que hay en la tierra. Contra todos mis propósitos, contra lo que yo esperaba de mi naturaleza fría y dura, no pude impedir que el día de la ordenación y al momento de decir con el Obispo las palabras de la consagración, las lágrimas salieran, hilo a hilo, y que mi corazón dejara de golpearme el pecho con saltos inauditos. ¡Oh vanos y mezquinos pensamientos humanos, cómo no valen nada cuando Dios obra directamente en nuestras almas!”.

 

Añade que su primera Misa la dijo “al principio un poco cohibido, pero después de la consagración, con una paz y alegría… de cielo”. Al H. Frías le comenta:

“Excuso decirle lo que he sentido y siento al palpar la suave influencia del Espíritu Santo que se me confirió en el carácter sacerdotal. Dios nuestro Señor se ha mostrado infinitamente misericordioso conmigo, pues no han sido parte mis faltas, mis imperfecciones, mis pecados, para elevarme a la más alta dignidad de la tierra. Pídale a Dios que sea un sacerdote santo, sin poner obstáculos a los planes que tiene de mí”.

 

Ya sacerdote, el P. Pro emprendió un apostolado abrumador. Él mismo dice sencillamente:

“El día de mi ordenación, yo pedí simplemente a Dios Nuestro Señor ser útil a las almas”.

¡Y Él se las mandó en abundancia! Su jornada diaria era de cerca de quince horas de trabajo: corría por la ciudad para alimentar a las almas con la Sagrada Comunión, confesaba durante varias horas, visitaba moribundos, daba retiros y triduos, estudiaba sus tratados de teología, socorría a los necesitados. Y después de todo esto, aún encontraba tiempo para la dirección espiritual epistolar. En la noche, al volver de su trabajo apostólico, tomaba la pluma y dejaba hablar a su corazón, el corazón íntimo del verdadero P. Pro. Ni una vez siquiera se desliza en estas cartas la más ligera broma.

Una de sus dirigidas hace notar que lo que más atraía en él era su bondad, su extraordinaria piedad y su espíritu de mortificación. Comenta: “Su sed de mortificación era insaciable, sus consejos, llenos de moderación y dulzura. Cuando se le veía celebrar la Misa, quedaba uno prendado de él para siempre. Su transformación era entonces radical; olvidaba uno su temperamento jovial. No se veía en él sino al representante de Jesucristo, a Jesucristo mismo. Con frecuencia me decía a mí misma: así oran seguramente los santos”.

El día que celebró su última Misa, ya estando oculto en una casa de personas amigas, la señora Valdés pudo comprobar, por una parte, su inigualable devoción al celebrarla, y por otra, un don especial que Dios le concedió: “A la hora de la elevación”, dice esta señora, “yo lo vi elevarse de la tierra, parecía una silueta blanca. Mis criadas me dijeron enseguida y espontáneamente que ellas habían observado el mismo fenómeno y habían recibido con ello un gran consuelo”.

Otra joven recuerda que “no medía las horas que empleaba con las personas que acudían a él, como si no tuviera otra cosa qué hacer. Muchas veces no tenía más de dos o tres horas disponibles para el sueño, pero si un penitente acudía a él, lo recibía como si no se encontrara agobiado”.

El P. Pro se sabía verdaderamente representante y continuador de Jesucristo en la tierra. Un Jueves Santo respondió a una persona que oraba por sus intenciones, diciéndole: “¡La fiesta de los sacerdotes! ¡Qué hermoso día! ¡Nosotros repetimos el acto augusto que Jesucristo hizo por vez primera la víspera de su pasión, muriendo de amor por nosotros, dejándonos herederos de su santísimo Cuerpo, alimento de nuestros pobres corazones. ¡Bendito Él mil veces por haberme hecho su representante y continuador aquí en la tierra!”.

El P. Pro no perdía de vista que en el camino de la santidad, lo principal es la gracia de Dios. A uno de sus dirigidos le decía: “Esfuérzate por poner por obra tus buenos deseos; haz como si todo dependiera de ti, pero sin desalentarte si adviertes que no has hecho nada. Ten grandes proyectos, pero en la ejecución recuerda que la gracia de Dios es el elemento principal de la acción; y la gracia de Dios nunca te faltará de parte de Él”.

Su devoción a la Virgen era profunda. Él relata así su visita a la gruta de Lourdes: “De la iglesia fui a la gruta… Un pedacito de cielo donde vi a una Virgen que inundó mi alma de una dicha inmensa, de un consuelo íntimo, de un bienestar divino que no hay palabras para explicar. El infeliz Pro ni vio, ni oyó, ni se dio cuenta de nada de lo que hacían los miles de peregrinos que allí estaban…. Esa Santísima Madre hacía y deshacía en mi alma como jamás lo había sentido. ¿Cómo duré tanto tiempo de rodillas, yo, que a los cinco minutos ya no puedo continuar? No lo sé. A las 12 fui a comer y a las 12:30 ya estaba en la gruta. A las tres, un cura se acerca y me dice: si sigue Ud. así, se va a enfermar, yo le aconsejaría que fuera a la sombra. ¿Qué cara o postura tenía yo? No lo sé. Yo sólo sé que estaba los pies de mi Madre y que sentía muy dentro de mí su presencia bendita y su acción”.

 

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La cruz, que formó parte esencial y constante de su vida, fue algo que él siempre comprendió y valoró, como lo expresó siempre a sus almas dirigidas: “¿Cómo imitaríamos de cerca a Jesucristo, nuestro modelo, que llevó durante toda su existencia la cruz por nuestros pecados? El sufrimiento es el manjar de las almas santas. El sufrimiento, unido al amor a Nuestro Señor, es, después de la santa Eucaristía, la fortaleza más grande de nuestras mezquinas y débiles almas”.

A una futura religiosa, el P. Pro le escribe: “La cruz de Jesucristo, nuestro hermano, significa para nosotros: amor, amor ardiente, amor constante, locura de amor. Estudia ese precioso libro de la cruz y, al empaparte en sus divinas enseñanzas, yo te aseguro que tu amor habrá encontrado objeto digno donde encuentre expansión tu amor ardiente (…) De nuestro corazón, como del de Jesús, debe brotar ese fuego sagrado que Él tiene para que se comunique a los demás, pero circundado de espinas para que nos libre de los mezquinos intereses propios, coronado de una cruz con los brazos abiertos para abrazar a cuantos nos rodean…”.

 

El P. Pro expresa su gran amor a la Virgen y a la cruz en una oración compuesta por él mismo:

“¡Déjame pasar la vida a tu lado, Madre mía. Acompañado de tu soledad amarga y tu dolor profundo! ¡Déjame sentir en mi alma el triste llanto de tus ojos y el desamparo de tu corazón! No quiero en el camino de mi vida saborear las alegrías de Belén, adorando entre tus brazos al Niño Dios. No quiero gozar en la casa humilde de Nazaret de la amable presencia de Jesucristo. ¡No quiero acompañarte en tu Asunción gloriosa entre los coros de los ángeles! Quiero en mi vida las burlas y mofas del Calvario, quiero la agonía lenta de tu Hijo, el desprecio, la ignominia, la infamia de la Cruz. Quiero estar a tu lado, Virgen Dolorosísima, de pie, fortaleciendo mi espíritu con tus lágrimas, consumando mi sacrificio con tu Martirio. Sosteniendo mi corazón con tu soledad, amando a mi Dios y a tu Dios con la inmolación de mi ser”.

 

 

Su comprensión del valor de la unión de nuestros sufrimientos a la cruz de Cristo despertó en él una sed ardiente del martirio: “¡Oh, si me sacara la lotería!… ¡Ojalá me tocara la suerte de ser de los primeros,… o de los últimos, pero ser del número!”. El 23 de septiembre de 1927, en una comunidad de Capuchinas Sacramentarias, le pidió a Dios específicamente esta gracia, ofreciéndose (en una Misa celebrada con este efecto) como víctima a la Justicia Divina por la salvación de la fe en México, por la paz de la Iglesia y por la conversión de sus perseguidores.

Dios lo escuchó y le tomó la palabra. Ese mismo día se lo dio a conocer, pues el Padre comentó que había escuchado una voz que le decía: “Está aceptado el sacrificio”. Dos meses más tarde, exactamente, éste se consumaba, cuando el P. Pro caía bajo el impacto de las balas el 23 de noviembre.

 

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Dios aceptó su ofrecimiento y nos dio lo que el P. Pro pedía para nuestra Iglesia en México. Estamos, pues, en deuda con nuestro querido mártir, que esperamos pronto sea canonizado.

 

Wolfgang María Muha

*publicado originalmente en Actualidad Litúrgica.

Edición Dominus Est

Portada: Raúl Berzosa

 

Fuente: https://dominusestblog.wordpress.com/2019/11/24/el-martirio-del-padre-pro-fruto-de-la-gracia-de-dios-y-de-su-profunda-vida-espiritual/

Categorías: Santos y Beatos de AC

Don Luis Segura Vilchis. Un modelo de fe para los jóvenes católicos

Don Luis Segura Vilchis. Un modelo de fe para los jóvenes católicos

«¡Viva Cristo, Rey!». Tal era el grito que en los años 1920 abría las puertas del Cielo y de la gloria eterna a muchos de los mártires durante la resistencia católica en México.

 

Luis Segura se vinculó al movimiento Cristero y, gracias a su vigorosa personalidad, a su fervor e inteligencia, pronto se convirtió en uno de sus propulsores.

Testigos afirmaron que el joven mártir sólo fue informado de su inminente ejecución cuando estaba siendo retirado de su celda.

«Estoy listo», respondió a sus asesinos que lo enviarían al Cielo.

Segura Vilchis tuvo que pasar cerca del cadáver todavía caliente del célebre Padre Pro… no se nota en sus facciones ni siquiera la menor crispación. Él no da el menor indicio de pánico o desaliento.

Tal dominio de sí sólo puede resultar de una gracia extraordinaria para enfrentar el martirio y una especial fuerza espiritual. Su alma era fuerte, porque se preparó mediante largos sufrimientos anteriores.

¡Segundos después – ¡y con qué seguridad! – él entraba en otro Cielo, del que el nuestro es sólo un símbolo.

 

Por Plinio Corrêa de Oliveira. Dominus Est. 24 de noviembre de 2019.

 

Los mártires Cristeros [1], que participaron heroicamente de tal resistencia, gritaban «¡Viva Cristo, Rey!» al ser fusilados por el régimen comunista, contra el cual luchaban: un régimen tiránico, que cerró las iglesias, persiguió a la Religión católica y sembró la desgracia sobre la Nación amada por la Virgen de Guadalupe.

 

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Luis Segura Vilchis ‒ el joven que aparece en las dos fotografías ‒ no fue sometido a un juicio.

Sin ningún aviso previo, fue retirado de la cárcel para enfrentarse al pelotón de fusilamiento. Este joven también dio aquel glorioso grito, cuando fue alcanzado por los tiros de sus ejecutores. Contra él había sido lanzada la acusación de conspirar contra la vida del impío dictador Obregón.

En la primera fotografía, vemos al prisionero caminando hacia el lugar de su ejecución, acompañado por un siniestro funcionario del régimen mexicano.

Está sereno como si atravesara la nave de una iglesia después de recibir la Santa Comunión, que le proporcionaba la íntima convivencia eucarística con el Dios por quien, dentro de unos instantes, habría de morir.

 

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Ing. Luis Segura Vilchis

 

Puro, varonil, noblemente señor de sí, bien vestido, distinguido y visiblemente dotado de buena educación, este héroe puede legítimamente ser considerado un modelo de joven católico: serio, generoso, lleno de fe y de coraje.

Tranquilo camina hacia la muerte el joven Luis Segura Vilchis. El dominio de sí impresionó a los testigos, e incluso llegó a conmover al comandante y a los soldados del pelotón de fusilamiento.

¡Cómo le habría sido fácil emplear sus muchas cualidades de forma egoísta, construyendo para sí un estilo de vida cómodo, mediante una bella carrera!

Bastaba colaborar con el régimen ateo, igualitario y marxista que sofocaba su patria o, al menos, no oponerse a él.

Sin embargo, su conciencia de católico rechazaba enérgicamente ese camino.

 

Luis Segura se vinculó al movimiento Cristero y, gracias a su vigorosa personalidad, a su fervor e inteligencia, pronto se convirtió en uno de sus propulsores.

 

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Testigos afirmaron que el joven mártir sólo fue informado de su inminente ejecución cuando estaba siendo retirado de su celda.

«Estoy listo», respondió a sus asesinos que lo enviarían al Cielo.

 

Segura Vilchis tuvo que pasar cerca del cadáver todavía caliente del célebre Padre Pro. En la primera fotografía, él está mirando un punto a su derecha, donde yacía el cuerpo del famoso sacerdote jesuita, ejecutado minutos antes.

 

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Enfrentando Segura esa situación, no se nota en sus facciones ni siquiera la menor crispación. Él no da el menor indicio de pánico o desaliento. Su expresión fisonómica permanece inmutable mientras contempla la dura realidad tan cruelmente presentada a sus ojos.

Él será la próxima víctima de la revolución comunista; y comentaristas de la época confirman que no se observó ninguna alteración en su plácido semblante.

Tal dominio de sí sólo puede resultar de una gracia extraordinaria para enfrentar el martirio y una especial fuerza espiritual. Su alma era fuerte, porque se preparó mediante largos sufrimientos anteriores. A través de ardua reflexión y meditación, él encaró lo más trágico que le podría suceder.

¡Segundos después – ¡y con qué seguridad! – él entraba en otro Cielo, del que el nuestro es sólo un símbolo.

 

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¡Qué gloria la suya, al ser llevado por los Ángeles ante el Trono excelso de Dios para el verdadero encuentro con Cristo Rey – por quien acababa de ofrecer la vida terrena –, y con María Santísima, que sonrió dulcemente para ese heroico hijo!

En posición erguida, mirando hacia el cielo, el 23 de noviembre de 1927, Segura Vilchis se enfrentó con fe y confianza de mártir a las balas asesinas.

 

Plinio Corrêa de Oliveira

 

Fuente: Acción Familia

Leer también:

EL MARTIRIO DEL PADRE PRO, fruto de la gracia de Dios y de su profunda vida espiritual

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[1] Cristeros: Así eran llamados los católicos mexicanos que, en los años 20, se alzaron en armas contra las persecuciones comunistas de Plutarco Elías Calles y Alvaro Obregón. Muchos católicos fueron entonces martirizados, pronunciando en el último momento el grito «Viva Cristo Rey».

 

Fuente: https://dominusestblog.wordpress.com/2019/11/25/don-luis-segura-vilchis-un-modelo-de-fe-para-los-jovenes-catolicos/

Categorías: ACJM

Monseñor Salvador Espinosa Medina, ha sido llamado el 21 de marzo de 2012 a la Casa del Padre.

Larga y fecunda peregrinación terrena
Monseñor Salvador Espinosa Medina, Vicario General de la Diócesis y Párroco de la Inmaculada Concepción de María, ha sido llamado el 21 de marzo a la Casa del Padre.

Monseñor Salvador Espinosa Medina, nació el 2 de agosto de 1928. Sus padres fueron el Sr. D. Valentin Espinosa Silis y la Sra. D. Guadalupe Medina Galván. Fue bautizado el día 6 de agosto de 1928. El 12 de diciembre de 1935 hizo su Primera Comunión.

Entró aI Seminario el 7 de enero de 1941. Recibió la Ordenación Sacerdotal de manos del Excmo. Sr. Obispo Dr. Don. Marciano Tinajero y Estrada el 3 de enero de 1954. Cantó su primera Misa solemne el día 4 de enero de 1954.

Llegó a su primera parroquia, Bernal, municipio de Cadereyta de Montes, el día 19 de diciembre de 1954, 3 meses después fue como Vicario Cooperador a la Parroquia de Colón, Qro., 6 meses después fue como Vicario Cooperador a San Juan del Río, Qro., y 8 meses después, el 2 de 1956 fue nombrado Vicario de la Divina Pastora, en el Barrio de San Francisquito. El día 19 de diciembre de 1958 fue nombrado prefecto de disciplina del Seminario Menor Diocesano.

En octubre de 1960 fundó e inauguró el »Preseminario». En julio de 1962 es nombrado Asistente Diocesano de las Señoritas de Acción Católica, J. C. F. M. En octubre de 1962 fue nombrado tesorero del Oficio Catequístico Diocesano.

En el año de 1963 fundó junto con la Madre Juanita Rizo, Catequista de Jesús Crucificado, de Guadalajara, la Escuela Catequística Diocesana. En julio de 1967 comenzó la Carrera de Licenciado en Psicología, la terminó en septiembre de 1971 y el 27 dc junio de 1975 se recibió como Licenciado en Psicología.

El 8 de diciembre de 1971 fue nombrado Asistente Nacional de las Señoritas de la Acción Católica, J. C. F. M.

De 1978 a 1985 fue profesor de medio tiempo y posteriormente director del Departamento Psicopcdagógico del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey Campus Querétaro, ITESM CQ. y director del Departamento de Orientación Psicopedagógica del mismo Instituto.

En abril de 1980 fue nombrado primer párroco de la Parroquia de María Madre de la Iglesia, en la Col. San Pablo.

En julio de 1985 fue a trabajar al Movimiento por un Mundo Mejor para preparar el 500 aniversario de la llegada de la Fe a Latinoamérica. El 16 de agosto de1987 fue nombrado Párroco de la parroquia de Tequisquiapan, Qro.

El 20 de noviembre de 1992 fue nombrado Vicario General de la Diócesis de Querétaro, por el Excmo. Sr. Obispo D. Mario De Gaesperín Gasperín. El 19 de febrero de 1993 fue nombrado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, Protonotario Apostólico Supernumerario con el título de Monseñor. El 20 de enero de 2011 el Excmo. Sr. Obispo D. Mario De Gasperín Gasperín erigió la Parroquia de la Inmaculada Concepción de María en la Segunda Sección de la Colonia Álamos y nombró ese mismo día 20 de enero de 2011 Primer Párroco al Muy Ilustre Mons. Lic. Salvador Espinosa Medina.

El 16 de julio e 2011 el Excmo. Sr. Sr. D. Faustino Armentáriz Jiménez ratificó en su cargo de Vicario General de la Diócesis de Querétaro a Mons. Lic. Salvador Espinosa Medina.

Falleció el 21 de marzo de 2012.

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Homilía en la Misa Exequial del Pbro. Mons. Salvador Espinosa Medina

Seminario Conciliar de Ntra. Sra. de Guadalupe, Santiago de Querétaro, Qro., 22 de marzo de 2012

Señor arzobispo:
Venerados hermanos en el episcopado:
Estimados hermanos presbíteros y diáconos:
Miembros de la Vida Consagrada:
Familiares y amigos, queridos fieles todos:

Al inicio de esta celebración eucarística hemos encendido el cirio pascual “Símbolo de Cristo glorioso y resucitado”, que nos permite ver el marco en el que celebramos hoy las exequias de nuestro querido y venerado hermano Mons. Salvador Espinosa Medina, quien, a la edad de 84 años, terminó su larga y fecunda peregrinación terrena experimentando el amor de Dios mediante una vida de fe y de esperanza al servicio del Reino. Nos alegra el pensar que pertenece al grupo de aquellos que entregaron sin reservas su vida por el reino de Dios, y por esto confiamos en que ahora su nombre esté inscrito en el «libro de la vida».

En este contexto hemos escuchado la Palabra de Dios que nos revela cómo es que «Las almas de los justos están en las manos de Dios» (Sb 3, 1). La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, habla de justos perseguidos, llevados injustamente a la muerte. Aunque su muerte —subraya el autor sagrado— se produzca en circunstancias humillantes y dolorosas, que parecen una desgracia, en verdad para quienes tienen fe no es así: «están en paz» y, aunque a los ojos de los hombres hayan sufrido castigos, «su esperanza está llena de inmortalidad»(vv.3-4). Separarse de los seres queridos es doloroso; el hecho de la muerte es un enigma cargado de inquietud, pero para los creyentes, como quiera que suceda, siempre está iluminado por la «esperanza de la inmortalidad». La fe nos sostiene en esos momentos humanamente llenos de tristeza y de desconsuelo: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma —recuerda la liturgia—; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo» (Prefacio de difuntos). Queridos hermanos y hermanas, sabemos bien y lo experimentamos en nuestro camino, que en esta vida no faltan dificultades y problemas, pasamos por situaciones de sufrimiento y de dolor, por momentos difíciles de comprender y aceptar. Pero todo adquiere valor y significado si lo consideramos desde la perspectiva de la eternidad. Las pruebas, si las acogemos con paciencia perseverante y las ofrecemos por el reino de Dios, redundan en beneficio espiritual ya en esta vida y sobre todo en la futura, en el cielo. En este mundo estamos de paso y somos probados como el oro en el crisol, afirma la Sagrada Escritura (cf. Sb 3, 6). Asociados misteriosamente a la pasión de Cristo, podemos hacer de nuestra existencia una ofrenda agradable a Dios, un sacrificio voluntario de amor. En este corto tiempo, pero muy fecundo, puede constatar en la relación tan estrecha con Mons. Salvador, que la vida de consagración no tiene otro objetivo sino la de ser ofrecido como oblación pura y perfecta. Su vida ha sido sin dada un ejemplo de fidelidad, de fe y de amor a la Iglesia, buscando siempre estar vinculado en la obediencia y en el respeto por la autoridad a Dios, al Obispo y a la disciplina de la Iglesia. Hombre prudente y fiel a quien el Señor le confió no solo el don del sacerdocio, un don que ejerció en diversas comunidades
El día 19 de diciembre de 1954 fue nombrado párroco en la Parroquia de San Sebastián en Bernal. Fue Vicario Cooperador en las Parroquias de San Francisco de Asís en Colón y San Juan del Río, Vicario Parroquial de la Divina Pastora en San Francisquito.

El día 19 de diciembre de 1958 fue nombrado Prefecto de Disciplina del Seminario Menor. En 1960 fundó el Preseminario, en 1962 es nombrado Asistente Diocesano de las Señoritas de Acción Católica, JCFM. En 1962 fue nombrado Tesorero del Oficio Catequístico Diocesano. En 1963 fundó junto con la Madre Juanita Rizo, Catequista de Jesús Crucificado, la Escuela Catequística Diocesana.

En 1967 comenzó la licenciatura en Psicología y se tituló en 1975. Fue nombrado Asistente Nacional de las Señoritas de la Acción Católica, JCFM, en 1971. Fue profesor de medio tiempo y director del Departamento Psicopedagógico del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey Campus Querétaro y director del Departamento de Orientación Psicopedagógica del mismo Instituto. En 1980, fue nombrado párroco en Santa María Madre de la Iglesia de San Pablo. En julio de 1985 fue a trabajar al Movimiento por un Mundo Mejor para preparar el 500 aniversario de la llegada de la Fe a Latinoamérica.

En 1987 es nombrado Párroco de la parroquia Santa María de la Asunción en Tequisquiapan. El 20 de noviembre de 1992 fue nombrado Vicario General de la Diócesis de Querétaro, por el Excmo. Sr. Obispo Don Mario de Gasperín Gasperín. El 19 de febrero de 1993 es nombrado por Juan Pablo II Protonotario Apostólico Supernumerario con el título de Monseñor. El 20 de enero de 2011 es nombrado Párroco en la Parroquia de la Inmaculada Concepción de María en Álamos. El 16 de julio de 2011 lo ratificó en su cargo de Vicario General de la Diócesis de Querétaro.

Lo encomendamos ahora a la paternal bondad de Dios, que transfigurará su cuerpo en el cuerpo glorioso de Cristo. Al tributar al querido Monseñor Espinosa la última despedida, damos gracias al Señor por el bien que realizó y, al mismo tiempo, invocamos para él la misericordia divina.

El salmo responsorial y la segunda lectura, tomada de la primera carta de san Pedro, se hacen eco de las palabras del libro de la Sabiduría. Por un lado, el Salmo 122, retomando el canto de los peregrinos que van a la ciudad santa y después de un largo camino llegan llenos de alegría a sus umbrales, nos proyecta en el clima de fiesta del Paraíso; por otro, san Pedro nos exhorta a mantener viva en el corazón, durante nuestra peregrinación en esta tierra, la perspectiva de la esperanza, de una «esperanza viva» (1, 3). Frente a la inevitable caducidad de la escena de este mundo —observa— se nos hace la promesa de «una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible» (1, 4), porque Dios nos ha regenerado, en su gran misericordia, «mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1, 3). Por este motivo debemos estar «rebosantes de alegría», aunque por algún tiempo debamos sufrir la nostalgia de la pérdida humana. Porque si perseveramos en el bien, nuestra fe, purificada por muchas pruebas, resplandecerá un día en todo su esplendor y redundará en nuestra alabanza, gloria y honor cuando Jesús se manifieste en su gloria. Esta es la razón de nuestra esperanza, que ya nos colma «de alegría inefable y gloriosa», mientras estamos en camino hacia la meta de nuestra fe: la salvación de las almas (cf. vv. 6-8).

La gracia divina derramada con abundancia sobre nosotros a través de la sangre redentora de Cristo crucificado, nos lava de las culpas, nos libera de la muerte y nos abre la puerta de la vida eterna. El Apóstol san Pablo dirá dirigiéndose a los efesios con fuerza: «Por gracia han sido salvados» (Ef 2, 5), por un don del amor sobreabundante del Padre que sacrificó a su Hijo. En Cristo el hombre encuentra el camino de la salvación, y también la historia humana recibe su punto de referencia y su significado profundo. En este horizonte de esperanza, pensamos hoy en Monseñor: se ha dormido en el Señor al término de una laboriosa existencia, en la cual profesó incesantemente la fe en este misterio de amor, proclamando a todos con la palabra y con la vida: «Por gracia ha sido salvado» (cf. Ef 2, 5).

Esta experiencia nos debe confirmar y fortalecer en la certeza de la oración sacerdotal que Jesús antes de padecer oró al Padre diciendo: «Padre, quiero que los que tú me has dado estén también conmigo donde yo esté» (Jn 17, 24). Esta ardiente voluntad salvífica de Cristo ilumina la vida después de la muerte: Jesús quiere que los que el Padre le ha dado estén con él y contemplen su gloria. Por tanto, hay un destino de felicidad, de unión plena con Dios, que sigue a la fidelidad con la hemos quedado unidos a Jesucristo en nuestro camino terreno. Será entrar en la comunión de los santos donde reinan la paz y la alegría de participar juntos en la gloria de Cristo.

La luminosa verdad de fe de la vida eterna nos conforta hoy que damos la última despedida a un hermano Mons. Salvador, quien como uno de los discípulos fieles que el Padre dio a Cristo «para que estén con él»; estuvo «con Jesús» durante su larga existencia, conoció su nombre (cf. v. 26), lo amó viviendo en íntima unión con él, especialmente en los prolongados tiempos de oración, donde encontraba en la fuente de la salvación la fuerza para ser fiel a la voluntad de Dios, en toda circunstancia, incluso la más adversa. Esto lo había aprendido desde pequeño en su familia, gracias al luminoso ejemplo de sus padres Don Valentín y Doña Guadalupe, los cuales supieron crear en la familia un clima de profunda fe cristiana, favoreciendo en sus hijos, la valentía de dar testimonio de su fe, sin anteponer nada al amor de Cristo y haciéndolo todo para la mayor gloria de Dios.

Estamos muy agradecidos con Dios porque nos ha permitido “coincidir” en este periodo de la historia con el Padre Chava, su ejemplo de vida nos impulse para entregarnos cada día más con generosidad en la labor evangélica y evangelizadora.

Queridos hermanos, esta es la mirada de fe que ha sostenido la larga vida de nuestro venerado hermano, y esta es la fe que ha predicado. Queremos dirigirnos a Dios, rico en misericordia, para que ahora la fe de Mons. Salvador Espinosa se convierta en visión, encuentro cara a cara con él, en cuyo amor supo reconocer y buscar el cumplimiento de toda ley. A la intercesión de la Madre de Jesús y Madre nuestra encomendamos su alma. Estamos seguros de que ella, Espejo de justicia, lo acogerá para introducirlo en el cielo de Dios, donde podrá gozar eternamente de la plenitud de la paz. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro

Fuente: http://comunionqro.blogspot.com/2012_03_28_archive.html Y http://www.diocesisqro.org/homilia-en-la-misa-exequial-del-pbro-mons-salvador-espinosa-medina/

 

 

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Sobre los laicos

Sobre los laicos

Juan Noemi Callejas

Con autorización del autor, teólogo laico y Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, publicamos este extracto de su libro La fe en busca de inteligencia.

Cuando en la Iglesia nos confrontamos hoy día con el tema del laico, lo hacemos condicionados y a partir de una situación en la que confluyen dos constantes básicas: la de un lastre histórico del pasado aún no superado y la de un desafío decisivo del presente y del futuro de la Iglesia.

Nos referiremos brevemente a estas dos coordenadas que condicionan el planteo de nuestro tema. Esta es la única manera de evitar una consideración precipitada que resultaría infecunda para situarnos ante el problema real y concreto del laico.

 

Un lastre histórico no superado

La aproximación que se hace hoy día y desde la mitad de este siglo al tema del laico y a la cual fue receptivo el Concilio Vaticano II, no sólo es diversa de la que prevaleció durante siglos en la historia de la Iglesia, sino que en buena parte es reactiva ante ésta. Un breve vistazo histórico puede resultar ilustrativo. Tomemos como punto de referencia el mismo término utilizado. La palabra laico remite etimológicamente a laikós, que deriva del sustantivo laós, pueblo en griego. Ahora bien, ni en el griego clásico ni en el del Nuevo Testamento encontramos el término laikós. Sólo aparece, y escasamente, en algunos textos griegos cristianos de los primeros siglos1, para designar al pueblo en cuanto diverso de los sacerdotes. En la Iglesia latina el término laico se introduce para designar, junto al término plebe, al cristiano que no pertenece al clero. Tenemos, pues, que el término laico surge para designar no sólo la pertenencia a un pueblo, sino la pertenencia a una categoría o estrato diverso de otro dentro de ese mismo pueblo.

Dijimos que el término laico no aparece en el Nuevo Testamento; sin embargo, la realidad que se designa cuando se introduce más tarde en el vocabulario cristiano está claramente enunciada en los escritos neotestamentarios. Pablo atestigua la existencia de una variedad de ministerios y carismas promovidos por el Espíritu en el Pueblo de Dios: “En la Iglesia, Dios ha establecido a algunos, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como maestros, luego hay milagros, luego dones de curar, asistencias, funciones directivas, diferentes lenguas” (1 Cor.12, 28) Es decir, se afirma una diversidad de ministerios y de carismas en la Iglesia. Sin embargo, en el Nuevo Testamento el acento no está puesto en la diversidad y en la distinción, sino en la unión y comunión fundamental que comporta la pertenencia a la Iglesia. Los que más tarde serán llamados laicos son designados en el Nuevo Testamento como “santos”, “elegidos”, “discípulos” y sobre todo “hermanos”2, es decir, se incluye a todos los miembros de la comunidad cristiana. Pablo, por lo demás, no tiene una lista claramente diferenciada y unívoca de los diversos ministerios y carismas en la Iglesia (Rom.12, 6-8; 1 Cor. 14, 1-6, 26-30;12,8-10; 13,1-3; Ef.4,11; 1Tes.5, 19-22) y cuando habla de la diversidad insiste en la única fuente que sustenta tales ministerios y carismas y que asegura la articulación armónica de los mismos:”hay, además diversidad de carismas, pero uno solo es el Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero uno solo es el Señor; hay diversidad de operaciones, pero uno sólo es Dios, que lo hace todo en todos y a cada uno se le ha dado una manifestación particular del Espíritu para la utilidad común”. (1 Cor.12,4-7)

A partir del siglo IV y condicionado por la seguridad que implica la aceptación del cristianismo como religión del imperio, se produce un relajamiento progresivo en la conciencia escatológica de la Iglesia, la cual determinará que la distinción que se había establecido en el siglo III entre clero y plebe (Cipriano, Epist.45,2), o sacerdotes y laicos (Clemente de Alejandría, Stromata 3, 12, 90-91;5,6,33,3), se hace cada vez más radical y tajante. A esto coopera indirectamente el florecimiento del monacato, al cual se asimila paulatinamente cada vez más el clero. (celibato, hábito, tonsura) Monjes y clero se hacen cada vez más los depositarios de la cultura y del poder; las funciones eclesiales se van concentrando cada vez más en ellos. Se llega así al momento en que clérigo significa erudito (como lo atestigua el diccionario de la Real Academia Española:  “En la Edad Media hombre letrado y de estudios escolásticos, aunque no tuviese orden alguna en oposición al indocto, especialmente al que no sabía latín. El sabio, en general, aunque fuese pagano”) y laico es sinónimo de ignorante o simplemente de idiota. La distinción se transforma en separación sociológica y culturalmente sancionada. Esto es perceptible en la misma liturgia que relega al laico a ser un espectador pasivo. La institución eclesial se acomoda e interioriza la estratificación de la sociedad medieval. También al interior de los clérigos se acentúan las diferencias. Los obispos se asimilan al señor feudal y el Papa es un concurrente del rey o del emperador. Lo que es condición cultural y política pretende consolidarse como norma. Así nos encontramos con un canon de Graciano en el siglo XII que postula “dos géneros de cristianos”. El canon dice: “Hay dos géneros de cristianos. Uno ligado al servicio divino y entregado a la contemplación y a la oración, se abstiene de toda bulla de realidades temporales y está constituido por los clérigos… El otro es el género de los cristianos al que pertenecen los laicos. En efecto, laos significa pueblo. A éstos se les permite tener bienes temporales…, se les permite casarse, cultivar la tierra, depositar ofrendas en los altares, pagar los diezmos…”. Las palabras de Graciano no constituyen ningún exabrupto3. Es significativo recordar que sólo al emperador y los nobles se les permite una mayor participación, o mejor dicho, éstos están en condiciones de imponerla4.

Tenemos, pues, que lo que era inicialmente una distinción que se fundaba en una identidad primera y debía manifestarse como comunión, se transforma en una separación que sanciona diferencias culturales y sociales.

Lo anterior representa una realidad que operará como un lastre del pasado hasta el día de hoy y que en unos condiciona un discurso sobre el laico como si fuese un asunto de resignación, reivindicación, o simplemente de amarga ironía, como por ejemplo, la de E. Le Roy que escribe: “los simples fieles tienen en Roma la misma función que los corderos de la candelaria: se les bendice y se les esquila”5, y que en otros despierta aprensión y suspicacia. En el hecho, de diversas maneras, el antecedente histórico antes esbozado opera como un condicionante distorsionador de la aproximación que hoy podemos hacer sobre el tema del laico. No sólo es preciso reconocer un dato del pasado y no tratar de minimizarlo o justificarlo, sino que también se requiere lucidez para captar de qué manera condiciona la propia aproximación que hoy hagamos sobre este tema.

Un desafío decisivo

El tema del laico se ha hecho presente y urgente en la conciencia de la Iglesia no por una introspección de ésta sobre sí misma, por un afán directo de confrontarse con sus orígenes y de comparar una forma histórica determinada de establecerse ella misma como sociedad visible con la forma que tuvo en los primeros siglos; no fue un afán de purismo arcaizante o un evangelismo retrospectivo lo que hizo presente el tema del laico. Éste, en la forma como hoy se plantea, surge cuando la Iglesia se confronta con una sociedad secularizada, autónoma, autosuficiente, ante la cual ha perdido vigencia. Esta confrontación se inició en los comienzos de la época moderna (Renacimiento científico), desde entonces se ha hecho cada vez más patente, aunque haya perdido la virulencia que tuvo en algunos momentos de declarado anticleralismo. El tema del laico, empero, no surgió cuando de hecho ya se daba esa confrontación entre Iglesia y sociedad moderna emancipada de su tutela, sino que fue necesario que se tomara  conciencia de que esta sociedad moderna no era una mera negatividad condenable, una sociedad pervertida, puesto que era una realidad que debía ser considerada como una positividad, no sólo en cuanto se imponía como un dato positivo ineludible, sino como una realidad que contenía también elementos positivos y valiosos. Desde el Renacimiento, pasando por la Ilustración, hasta la mitad de este siglo el tema del laico no se plantea todavía como lo hacemos hoy, simplemente porque entonces lo que predomina es una actitud restaurativa de un orden teonómico como el que pudo establecer la Iglesia en la Edad Media. Cuando en el siglo pasado se frustran definitivamente los ensayos restaurativos del “Antiguo Régimen” y la Iglesia desaparece como Estado poderoso y se ve reducida a un territorio casi simbólico, cuando los hechos hacen patente que la razón política de la modernidad, más allá del terror subsecuente a la Revolución Francesa, es definitiva y porfiadamente democratizante y  que el mundo surgido de esa modernidad no puede ser visto más como un mero adversario contra el cual luchar, sino una realidad en la cual se está destinado a ser y a la cual es preciso evangelizar, sólo entonces se produce la situación que lleva a una toma de conciencia paulatina, pero cada vez más nítida: entre Iglesia y mundo moderno se ha producido un abismo y la superación del mismo no pasa por una condenación o negación indistinta de ese mundo secularizado, sino una evangelización del mismo. Sólo entonces se hace presente como insustituible el papel que concierne a los “seculares” de la Iglesia en este mundo secularizado. Sin ellos, es decir, sin los laicos, el abismo entre mundo moderno y fe cristiana parece insalvable.

Tenemos, pues, que el tema del laico responde a un desafío que presenta la evangelización del mundo moderno, la superación del drama que representa la ruptura entre evangelio y cultura moderna, como lo dice Paulo VI6. Se inserta en una toma de conciencia que no es la de una conciencia feliz, sino que, parafraseando a Hegel, podemos decir, es la de una conciencia desgraciada.

Sería un simplismo arrogante negar que en los siglos pasados el tema del laico estuvo ausente, como que si el clero y la jerarquía se hubiesen simplemente desentendido del pueblo creyente. Ciertamente el catecismo de Trento, las compañías, cofradías, oratorios, escuelas de doctrina cristiana, congregaciones marianas, fraternidades de devoción moderna, asociaciones de amistad católica, la conferencia de San Vicente de Paul, etc. , fueron respuestas y esfuerzos por acercarse a ese mundo que se secularizaba y alejaba cada vez más de la Iglesia. Sin embargo, todo esto se vio en una perspectiva que podríamos llamar de alternativa. Se trataba de edificar “un mundo católico” contrapuesto “al mundo no católico”. Es sólo a mediados de este siglo cuando en vez de la construcción de un mundo paralelo cristiano se impulsa una “consagración del mundo” y precisamente de ese mundo secularizado y surgido de la razón moderna. Entonces, tenemos los primeros “Congresos Mundiales del apostolado de  los laicos” (1951, 1957), y la enseñanza señera de Pío XII. En el Concilio Vaticano II encontramos testimonios explícitos que muestran que el tema del laico se consideraba en la coyuntura del desafío que representa la actual sociedad moderna secularizada. Así leemos en el Proemio del decreto sobre el apostolado de los seglares: “nuestro tiempo no exige menos celo en los laicos. Por el contrario, las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso y más amplio. Porque el diario incremento demográfico, el progreso científico y técnico y la intensificación de las relaciones humanas no sólo han ampliado inmensamente los campos del apostolado de los laicos, en su mayor parte abierto solamente a éstos, sino que, además, han provocado nuevos problemas, que exigen atención despierta y preocupación diligente por parte del laico. La urgencia de este apostolado es hoy mucho mayor, porque ha aumentado, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, a veces con cierta independencia del orden ético y religioso y con grave peligro de la vida cristiana” (A.A.1,cf. L.G.30,36).

Reseñar este segundo condicionante no significa erigirse en jueces de los que nos precedieron en la fe y de ningún modo culparlos. Se trata de reconocer un antecedente histórico de una situación que hoy se nos presenta así, es decir, como un desafío, que por su misma urgencia puede dificultar un discernimiento prudente.

Hay además un aspecto concernido en todo esto que no basta desechar con una profesión de buena y recta intención sino ante el cual es preciso ser sumamente lúcido. Se trata de lo siguiente: En la medida que el problema del laico se tematiza a partir del desafío que representa un mundo muy consciente de su propia autonomía “como corresponde” según el texto recién citado del Vaticano II, sino que de facto es una cultura secularizada que se ha emancipado de la Iglesia, es decir, ante la cual la Iglesia ha perdido un poder que tuvo en el pasado, y que hoy es una sociedad que se quiere evangelizar y no más condenar (como todavía se hizo con ocasión de la crisis modernista), en esta medida es un asunto que tiene una concomitancia política ineludible. En Gaudium et Spes 3 se nos dice claramente que la Iglesia lo que pretende es servir y no dominar al mundo moderno. Ahora bien, para que este propósito resulte creíble, tenida cuenta la historia de la Iglesia, ésta debe esforzarse en dar un testimonio y el magisterio ofrecer una enseñanza lo más coherente y transparente sobre lo político. La “Consagración del mundo” que se persigue y señala como función específica de los laicos (L.G.33-34) debe perfilarse nítidamente como algo diverso de un intento por recuperar un poder pretérito como si el laicado fuese la mano larga que ahora utilizara la clerecía como instrumento de dominio político. En esto no sólo está en juego un asunto de credibilidad por parte de los no cristianos, sino que, además, se juega la posibilidad de una orientación eficaz de los creyentes en su compromiso secular. En la coherencia que tenga el discurso y testimonio magisterial sobre lo político se juega la eficacia concreta de las orientaciones que se puedan ofrecer al laicado. A mi parecer lo político representa hoy un punto neurálgico no sólo en Chile, insoslayable cuando se trata sobre el tema del laico. Un discurso sobre el laico que silencie el de lo político difícilmente puede ser una orientación consistente.

Ser laico

Son varios los teólogos que actualmente prefieren evitar el término laico porque lo consideran demasiado equívoco y más un detonador de confusiones que un instrumento apropiado de inteligencia. No les falta razón. En todo caso lo que importa es clarificarse sobre el contenido. Es esto lo que trataremos de hacer. No se trata de resumir toda la doctrina o teología del laicado7, sino de hacer hincapié en algunos aspectos que por ser tan elementales y obvios pueden quedar en la penumbra de lo implícito.

Cuando se habla de laico se alude inmediatamente a una distinción. En esto hay continuidad entre la terminología que utilizó Tertuliano y según la cual laico se distingue de clérigo, y la descripción por vía negativa de L.G.31:”Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en un estado religioso reconocido por la Iglesia”8. Esta distinción, empero, no se sustenta en sí misma, sino que remite y se funda en una identidad antecedente: el ser cristiano. Sin esta identidad no se entiende ni sostiene la distinción. Esto no es asunto de pura coherencia lógica, sino que es algo en lo cual es preciso insistir, porque de hecho se ha dado y se sigue dando un discurso maniqueo sobre el laico que absolutiza una distinción y no la ubica en su dependencia a la unidad que la funda. Hablar de laicos y clérigos como lo hacía Graciano cuando se refiere a dos “géneros de cristianos” no sólo es una incongruencia lógica, sino también una desviación eclesiológica. Nadie se atrevería a usar hoy día tal terminología; sin embargo, no sólo deberíamos ponernos en guardia contra todo  discurso “de arriba para abajo” sobre el laico, sino en disociar la realidad del laico de la de ser “fiel cristiano” como dice el Concilio Vaticano II, realidad fundamental que concierne tanto  a clérigos como laicos. No se trata de negar una distinción que se funda en la realidad específica del ordenado que “por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo Cabeza” (P.Ord.2).

De lo que se trata es de situar esta distinción en lo que realmente comporta. Como nos enseña el mismo Concilio, la diferente participación en el “único sacerdocio de Cristo” que funda la distinción entre laicos y sacerdotes es “de esencia y no sólo de grado” (L.G.10). No se trata, pues, de negar una diferencia esencial, sino de no hipostasiarla y absolutizarla como si se sostuviese en sí y pudiese ser considerada aisladamente. Si así fuese equivaldría a afirmar que se es más cristiano por el hecho de ser Papa, obispo o sacerdote y menos por ser laico. Para evitar este malentendido, el mismo texto de L.G. remite inmediatamente a esa unidad antecedente: “el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordena, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (L.G.10).

Tenemos, pues, que la diferencia entre sacerdotes y laicos no está en la falta de participación de los segundos en el sacerdocio de Cristo, sino en una manera diversa de participar del mismo. Esta diversa participación no funda estratos separados, dos categorías de cristianos, sino que postula y requiere una ordenación recíproca entre ambos, entre jerarquía y laicado. La unidad, el ser cristiano, es lo que precede, fundamenta y orienta tal distinción. Ser laico (o ser obispo) designa una realidad específica que ontológica y eclesiológicamente no constituye un para sí, sino que sólo se entiende y tiene razón de ser en referencia a esa realidad primera y antecedente que es el ser cristiano. Esto no debería permanecer como obviedad implícita, sino que, considerada la recurrencia de un discurso maniqueo sobre el laico, es algo que es preciso explicitar no sólo ocasional sino permanentemente.

Hablar del laico al margen de una perspectiva escatológica más que orientar puede confundir. En realidad, así como un discurso que no explicita la dependencia de la realidad laical del ser cristiano se queda a medio camino, referirse al laicado como mero estrato de una institución y no en el horizonte dinámico de la promesa del reino de Dios que ha sido dada al pueblo de Dios que es la Iglesia, puede constituir una consideración sociológica o políticamente relevante, pero teológicamente trunca.

Nuevamente aquí podemos aprender de la historia. Los límites de la eclesiología medieval para considerar el tema del laico, más allá de sus evidentes condicionamientos socioculturales y políticos, remiten a un déficit escatológico. Al desdibujarse y diluirse el Reino de Dios como el faro escatológico de la Iglesia y del mundo, necesariamente el discurso sobre el laico no podía tener una mayor envergadura que la de un discurso puramente moralizante y disciplinario, pero desprovisto de mayor enjundia teológica. Es claro que hablar del laico en perspectiva escatológica no significa traer a colación los temas tradicionales del juicio, cielo, infierno, etc. Significa hacerlo teniendo como parámetro y sin perder de vista la relación básica aclarada por el Concilio Vaticano II entre Iglesia y mundo y de éstos con lo que constituye su meta escatológica definitiva, el Reino de Dios. Según el Concilio, lo peculiar del laicado consiste en “instaurar el orden temporal y actuar directamente y de forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio…”(A.A.7). El laico, pues es el miembro de la Iglesia que está directamente referido al mundo. Es así decisivo en la delimitación, de lo que se entiende por laico situarlo en el horizonte de las relaciones Iglesia-mundo-Reino de Dios. Esto no por un puro afán aclaratorio formal, sino porque de ello depende la solución de las dos tendencias problemáticas que señalan con toda razón los Lineamenta9, como características de la actual situación postconciliar. Se dice en los Lineamenta que en el laicado se dan dos tendencias contrapuestas. Una de secularización y la otra de “fuga del mundo”.

En el primer caso se trata de aquellos laicos que ciertamente están comprometidos en las realidades temporales y terrenas, pero están tan copados por la secularización, que rechazan o, de todos modos, comprometen la fundamental e irrenunciable referencia a la fe, única que puede generar y sostener esa ¢animación cristiana¢ que debe vivificar la acción de los laicos en el orden temporal. No faltan las formas de colaboración en el ámbito económico, social, político, cultural, en las cuales los laicos cristianos renuncian a su ¢identidad¢, asumiendo criterios y métodos que no puede compartir la fe: en éstos y semejantes casos la ¢secularidad¢ se convierte en ¢secularismo¢. En el segundo caso se trata de una tendencia inversa, de descuidar el ¢mundo¢ de la fuga del mundo por parte de los mismos laicos, esto es, de los fieles que viven en el siglo y en medio de los asuntos seculares. (Lineamenta 9)

¿Cómo se explica que en el postconcilio se hayan generado y desarrollado tendencias tan contrapuestas? Los Lineamenta no emprenden  un análisis de las causas de estas “tendencias problemáticas” como se dice. Sin embargo, en ellas mismas subyace un presupuesto eclesiológico que coopera en gran medida a crear y fomentar tales tendencias, aunque la intención sea precisamente la contraria. No se trata de una falla expresa y formal, sino más bien de una carencia que compromete un aspecto vital y fundamental de la eclesiología. En realidad, las “tendencias problemáticas” aluden a una dicotomía entre Iglesia y mundo como lo indican los mismos10. La “fuga del mundo” y la secularización hacen manifiesto que no se da un nexo real en la conciencia del laico entre su ser Iglesia y mundo a la vez. Ahora bien, más adelante se señala un principio básico: “los laicos poseen una única e indivisa identidad en cuanto a la vez son miembros de la Iglesia y la sociedad”11. Sin embargo, en los números siguientes12, donde se describe esta doble pertenencia del laico no se señala con la nitidez requerida el momento de unidad, el nexo que funda “una única e indivisa identidad”, sino que el documento se contenta con establecer un planteo que paraleliza la condición eclesial y mundana del laico. Ciertamente ésta no parece ser la intención del documento, como lo muestra bien la cita  que se hace del Concilio Vaticano II (Apost. actuositatem n. 5): “La obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal. Por ello la misión de la Iglesia no es sólo ofrecer a los hombres  el mensaje y la gracia de Cristo, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Los laicos, pues, al realizar esta misión de la Iglesia, ejercen su propio apostolado tanto en la Iglesia como en el mundo, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal; órdenes ambos que, aunque distintos, están íntimamente relacionados en el único propósito de Dios, que lo que Dios quiere es hacer de todo el mundo una nueva creación en Cristo, incoativamente aquí en la tierra, plenamente en el último día”. En todo caso, creo que estamos aquí ante un aspecto sobre el cual no se insiste suficientemente, pues la dicotomía que manifiestan las “tendencias problemáticas” no parece ser fortuita, sino que también se sustenta en el desconocimiento del carácter único de la misión del laico, que nos es otro que el de la Iglesia en su conjunto y en la dinámica escatológica que deriva de su ser.

La “responsabilidad apostólica” del laico, tanto en las “realidades temporales y terrenas” como en “las propiamente eclesiales”13, no se establecen a un mismo nivel, ni se deben paralelizar en un esquema estático. Para que se capte el nexo que las une, para que se cumpla lo que pide el Concilio, “el laico, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe guiarse en uno y otro orden siempre y solamente por su conciencia cristiana” (A. A. 5), es preciso plantearse en una perspectiva dinámica y escatológica. Esta perspectiva no se funda ni está sujeta a la subjetividad de cada cristiano, sino que tiene como vértice la realidad que centra el misterio de la Iglesia, el reino de Dios14. El reino de Dios es el faro escatológico único que le confiere su sentido tanto a la Iglesia como al mundo. En el reino de Dios desaparecerá la dualidad Iglesia-mundo. Pues bien, no se trata ni basta recordar esto como un postulado abstracto de la esperanza cristiana, se trata de situar la responsabilidad y misión del laico en esta perspectiva que es la definitiva y debería ser la definitoria de la conciencia de todo cristiano en el presente. En esta perspectiva del reino como sentido uno y escatológico de toda la realidad no cabe paralelizar responsabilidad mundana y eclesial sino que éstas se deben entender en la sola esperanza responsable del reino de Dios.

Al parecer, la dificultad para articular esta responsabilidad fundamental del laico en toda su dimensión no sólo reside en la falta de esperanza y en la tentación permanente a absolutizar el mundo como lo definitivo, tal como lo manifiesta el secularismo al que se refieren los Lineamenta, sino también en un resabio clerical persistente, como lo pone inmediatamente de manifiesto la “fuga del mundo”. En verdad, reconocer en concreto y no sólo profesar en abstracto la relatividad de la Iglesia con respecto al reino de Dios pone en jaque seguridades humanas y para algunos cuestiona la solidez de la institución eclesiástica y resulta un riesgo demasiado grande. Ciertamente que es más claro, distinto, seguro y confortable, coherente además con la lógica de toda institución, situar la Iglesia como un para sí y no como ese “germen y principio” (L.G. 5) del reino de Dios que tiene como función servir al mundo. (G. S. 3 y 43)

En la “fuga del mundo” de los laicos se manifiesta un resabio clerical que se ha interiorizado, que invierte la lógica del servicio que le concierne a la Iglesia con respecto al mundo y de esta manera la desfigura como un ídolo y oscurece su realidad peregrina al reino de Dios.

Es preciso, pues, no sólo por coherencia con el marco de referencia que establece el Concilio Vaticano II para entender la misión del laico¾”La Iglesia al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del Reino de Dios y la salvación de la humanidad” (G.S. 45)¾sino para superar la disyuntiva o secularización o fuga del mundo insistir en la dimensión escatológica en la cual se inserta el ser y quehacer laical. Esto implica mostrar que al afirmarse que el mundo es para un cristiano relativo al reino de Dios, no sólo se relativiza el mundo y compromiso secular como realidades provisorias y tendenciales al Reino de Dios, sino que también, y esto es lo que se hace menos espontáneamente, señalar igualmente la realidad dependiente y peregrina de la institución eclesial al Reino de Dios. No sólo el ser del mundo es provisorio y sólo se entienden teológicamente como realidades de una Iglesia peregrina a esa Iglesia celestial en la cual lo único permanente y definitorio es la caridad.

Quisiera señalar un último aspecto que por ser tan fundamental se omite. Ser laico comporta un carisma que en cuanto está ligado a una misión designa un ministerio como lo señalan los obispos franceses15. Este ministerio se inserta en el de toda la Iglesia como el Concilio Vaticano II repetidamente enseña, que es de servicio al mundo. A toda la Iglesia le concierne este ministerio al mundo como misión fundamental. En el cumplimiento de su ministerio, empero, los laicos no son los suplentes de la jerarquía, sino que su función específica y propia determina una referencia básica del ministerio jerárquico al laicado. Los pastores son los servidores del pueblo de Dios y no a la inversa. Esta lógica y ordenación fundamental de los ministerios en la Iglesia que determina el servicio a la humanidad debe hacerse presente no sólo insistiendo en la misión que le corresponde al laico en el mundo actual, sino en la de servicio que le corresponde a la jerarquía con respecto al laico. Este es un aspecto importante de considerar para que el discurso que la jerarquía pueda hacer sobre el laicado se vea libre de todo asomo de “servidumbre de vanidad” (Rom. 8, 19-21) y resplandezca como prolongación del servicio que el Señor Jesús presta hoy a la humanidad toda.

 

1 Cf. Carta de Clemente Romano a los Corintios, 40, 6, Clemente de Alejandría: Stromata, 3, 12, 90-91; 5,6,33; Poedagogus, 3, 10, 83, 2; Orígenes: In Jerem. Homilía; 11,3; Carta de Clemente a Santiago, 5,5.

2 Cf.J.Ratzinger, La fraternidad cristiana, Madrid 1962, pp.35-56

3 Cf. I. Congar, Jalones para una teología del laicado.Barcelona 1961, pp. 29 y ss.

4 Al respecto resulta ilustrativa la distribución de la capilla imperial de Carlomagno en Aquisgrán.

5 La cita es dada por E. Schillebeeckx en su artículo “El seglar en la Iglesia”, recopilado en La misión de la Iglesia, Salamanca 1971, p. 141.

6 E. N.,20

7 Existen numerosas publicaciones que cumplen con este propósito. Para una visión de conjunto remito a Max Séller, “Teología del laicado”, en Mysterium Salutis. Manual de Teología como historia de la salvación, IV/2. La Iglesia, Madrid 1975, pp.383-409. Mucho es lo que se escribe sobre el laicado en los años posteriores al Concilio Vaticano II, pero pocos son los trabajos que hacen reales aportes. Entre éstos está el sugerente artículo de B Forte, “Laicado”, en Diccionario Teológico interdisciplinar III, Salamanca 1982, pp. 252-269, y el excelente trabajo de Fernando Retamal, La igualdad fundamental de los fieles en la Iglesia según la Constitución Dogmática “Lumen Gentium” (Anales de la Facultad de Teología. Vol. XXX, c. Único), Santiago, 1980.

8 Es preciso, en todo caso, señalar que el texto conciliar prosigue inmediatamente de modo positivo: “es decir, los fieles, que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano, en la parte que a ellos corresponde”. Sobre el concepto de laico del Concilio Vaticano II, ver H. Heimerl, “Diversos conceptos de laico en la Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II”, en Concilium 1966, pp. 451-461 y el trabajo anteriormente referido de F. Retamal, pp. 161-206.

9 Nos referimos al documento del Sínodo de los Obispos de 1985 Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio Vaticano II, Lineamenta.

10 Lineamenta 9

11 Lineamenta 22

12 Lineamenta 23 y 24

13 Lineamenta 23.

14 Cf. L.G. 5

15 Tous responsables dans L¢Eglise?, Doc. De la Asamblea Plenaria, Lourdes 1973.

En la jornada de reflexión realizada el sábado 13 de julio de 2002 en el Centro Marie Esther de la Florida, Juan Noemi hizo su presentación basada en el presente artículo.

 

Fuente:http://laicos.antropo.es/documentario/782T-laicos.htm

 

 

 

Categorías: Laicos

Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios

Editorial Semanario: Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios

Editorial Semanario #1205

Así lo sentenció el Papa Francisco al presidir la solemnidad de Santa María, el 1° de enero de este año, y esa es también la sentencia que hoy,  cumpliendo con nuestra misión de profetas, anunciamos y denunciamos.

Aunque haya quienes se empeñen en negar el feminicidio, la realidad es que nos están matando por el hecho de ser mujeres.

Además, el mismo Papa Francisco ha expuesto, y cualquiera constatamos, que “el cuerpo de la mujer se sacrifica en los altares profanos de la publicidad, del lucro, de la pornografía”. Ya basta. No somos solo una imagen, un adorno o un objeto. No somos ciudadanas de segunda ni en el mundo ni en la Iglesia.

Nuestra identidad  y nuestra misión son muy amplias. Estamos “para ayudar a comprender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene”, (Discurso del Papa Francisco con ocasión del XXV aniversario de la “Mulieris Dignitatem”, 12 de octubre 2013), entre muchas otras tantas tareas.

Hoy conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Si bien reconocemos que tanto hombres como mujeres tenemos nuestras propias riquezas y complementareidades, esta es una ocasión propicia para hacernos visibles a las mujeres, cada una desde nuestra identidad, asumiéndonos diversas, pidiendo y ofreciendo respeto a quienes son y piensan diferente.

Las mujeres pensamos, escribimos, trabajamos y actuamos cada una en nuestro ámbito, desde nosotras, desde nuestra sensibilidad, desde nuestro amor, desde el dolor que nos provocan las situaciones oscuras que por ser mujeres enfrentamos en la actualidad y que hemos enfrentado a lo largo de la historia.

Aunque pretenda negarse, año con año el asesinato de mujeres en México por violencia de género ha ido en aumento. Tan solo en 2019 se contabilizaron en nuestro país 976 feminicidios, 54 de ellos en Jalisco. Y no, no se trata de estadísticas, se trata de mujeres con nombre, apellido y seres queridos que lloran su pérdida, que sin duda, también nos hiere como sociedad.

Las mujeres también vivimos y seguimos respirando desde la esperanza y la alegría; traemos luz y frescura al mundo; tenemos la fuerza y la valentía para seguir adelante, para  luchar día a día para que hombres y mujeres vivamos mejor en convivencia armónica.

Cada día luchamos desde nuestra trinchera: el hogar, el mundo laboral, como profesionistas o ejerciendo un oficio tradicional ‘de mujeres’ o emergente, de los que en antaño estaban reservados para los varones.

Somos imagen y semejanza de Dios, pues en nosotros habita su maternal ternura pero también su determinación y firmeza. A través de nuestros brazos amorosos se ejercen la caridad y la misericordia.

Y qué decir de nuestra aportación a la Iglesia, pues sabemos, refiriendo nuevamente al Santo Padre Francisco, que “si la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la Iglesia se expone a la esterilidad”, pues nuestra fecundidad va más allá de nuestra misión biológica.

Mujer, no estás sola, pues “ninguna mujer es solo una mujer”, mencionaba Santa Edith Stein. Lo que te hacen a ti, nos lo hacen a todas. Nuevamente ¡Ya basta!. Si cada una, ejercemos el llamado de Jesús hacia los cristianos de ser sal de la tierra y luz del mundo, haremos cicatrizar la tierra y haremos arder al mundo pues, como señala Santa Catalina de Siena: “Si somos lo que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero”.

 

Fuente: http://www.arquimediosgdl.org.mx/editorial/editorial-semanario-toda-violencia-infligida-a-la-mujer-es-una-profanacion-de-dios/

Categorías: Mujer

¿Quiero ser una persona espiritual y comprometida?

¿Quiero ser una persona espiritual y comprometida?

Desarrollo Espiritual,

II DOMINGO DE CUARESMA, Ciclo A, 08 de Marzo de 2020.

JESÚS TRANSFIGURA NUESTRA VIDA COTIDIANA

¿Quiero ser una persona espiritual y comprometida?

Pbro. J. Jesús Suárez Arellano /Pbro. Sergio Arturo Gómez M.

¿QUÉ NOS DICE DIOS EN ESTE DOMINGO?

Génesis 13, 1-4: Dios le pidió a Abraham un cambio radical. Lo llama, aun siendo pagano, a abandonar sus seguridades e iniciar un camino de fe y esperanza hacia una tierra prometida que se le dará al nuevo pueblo que nacerá de él… Y Abraham obedeció…

Salmo 32: La Palabra del Señor es sincera, Él es leal, justo y misericordioso, nos libra de la muerte, es nuestro auxilio… Esperamos en Él…

2 Timoteo 1, 8b-10: Pablo nos invita a aceptar y a difundir el Evangelio de Jesús y a sufrir por Él… Él nos salvó y llamó a una vida santa, nos dio su gracia… Él destruyó la muerte y nos dio la vida inmortal…

Mateo 17, 1-9: Una teofanía nos da una visión fugaz de la gloria que vivía en Jesús… Esto fortalece la fe y la esperanza de sus discípulos y la nuestra para que nos empeñemos en nuestra propia transformación en Cristo en medio de nuestra vida cotidiana…

REFLEXIONEMOS JUNTOS:

El Evangelio de hoy nos quiere comunicar que la presencia de Dios estuvo en Jesús a lo largo de toda su vida; Jesús no “se hizo” Dios por su entrega a la muerte y por su resurrección, tal vez sus discípulos lo entendieron hasta después de la pascua, pero, Él siempre fue Dios… Un día dejó que sus amigos más cercanos percibieran su divinidad, pero sabemos que la verdadera luz resplandeciente que lo envolvió todos los días, a lo largo de toda su vida, fue su amor incondicional y su entrega plena a Dios y a sus hermanos, Él llevaba en su interior algo que iba más allá de una simple “figura” humana, Él vivió transfigurado y transfigurando siempre…

La transfiguración se nos narra como una “teofanía”, parecida a las del Antiguo Testamento y con elementos propios de estas narraciones.  Resaltemos algunos, por ejemplo, los apóstoles testigos, la montaña, la luz, la nube, las figuras representativas de la ley y los profetas y la voz del Padre:

•      Pedro, Santiago y Juan: Aunque todos estamos llamados y necesitamos percibir a Dios, tan sólo unos pocos alcanzan esa meta…

•      El monte al que suben representa el camino ascendente que se debe recorrer para “ver” a Dios.  Existe este mundo “plano” donde casi siempre nos movemos y existe la esfera superior de la espiritualidad a la que muchos aspiran y pocos llegan…

•      La luz representa la presencia de la Gloria de Dios.  Es válido preguntarnos: ¿En mi vida ordinaria, en dónde puedo encontrar la presencia gloriosa de Dios? Paradójicamente, esta luz puede ser encontrada en la “obscuridad” de las realidades dolorosas y las personas que se me acercan…

•      La nube nos recuerda la presencia protectora de Dios. Él nos protege manifestándose y ocultándose en quienes lo escuchan y obedecen…

•      Moisés y Elías conectan la figura de Jesús con el Antiguo Testamento… Por eso nosotros hemos de buscar una comprensión cada vez más amplia de Jesús, el esperado, nuestro salvador y quien nos envía a seguir “transfigurando” nuestro mundo…

•      La voz del Padre expresa su voluntad de que “escuchemos” a Jesús…

Eso de “escuchar” a Jesús significa que lo vayamos descubriendo, conociendo, aceptando y obedeciendo cada vez más… Es más, significa que nos vayamos “transfigurando” en Él, que actuemos y que amemos como Él… Y no es una indicación para un futuro distante, sino para el presente, ¡así fue para Jesús y así es para nosotros!

También queremos llamar la atención sobre la tentación que asaltó a Pedro de querer instalarse permanentemente en ese mundo de ensueño, con privilegios y por “encima” de su realidad cotidiana… Pero, la visión termina y Jesús manda bajar de esas alturas y guardar silencio; ahora deben continuar, animados por la presencia de Jesús-Dios en su vida, comprometidos en “transfigurar” su vida ordinaria para hacerse y hacer a los demás hijos de Dios…

Esta narración de la transfiguración nos enseña que la vida tiene dos dimensiones: una vertical, en relación con Dios, y otra horizontal, en relación a nuestro mundo y nuestros semejantes… La mayoría de nosotros no sabemos combinar ambas cosas; andamos casi siempre en una de las polaridades… Nos falta más equilibrio y también la capacidad de ver a Dios en nuestra vida ordinaria y de llevar nuestras ocupaciones y preocupaciones a Dios… Y, otras veces, no distinguimos lo que sí y lo que no nos lleva a Dios…

La tentación nuestra, tal vez, sea separar el “subir” y el “bajar” de la montaña; como Pedro queremos evadirnos de la realidad horizontal donde se encuentran nuestras responsabilidades cotidianas e, incluso, las personas y situaciones indeseables de nuestro entorno… ¿Qué cambios necesito hacer para encontrar momentos de reflexión y oración en medio de la vida y para traer a mi diario vivir un poco de Dios? ¿Cómo puedo cultivar una vida interior conectada a mi situación y problemática actual? ¿Cómo aprender a subir al monte para serenar mi espíritu y para tranquilizarme para regresar y “transformar” mi mundo? ¿Cómo cultivar el espíritu de reflexión para poder actuar cada vez más en concordancia con mi vida espiritual?

Todas las personas tenemos necesidad de experiencias como la que tuvieron Pedro, Santiago y Juan cuando “subieron a la montaña”… Casi todos sentimos la necesidad de “momentos cumbre”, anhelamos tener tiempo para el dulce no hacer nada y para reflexionar… Ante esto se nos presentan varios retos:

•      Cómo encontrar el alimento espiritual en medio del ajetreo cotidiano… No todos tenemos el tiempo de asistir al templo o de ir a unos ejercicios espirituales (de encierro) como quisiéramos, sin embargo, sí necesitamos nutrir nuestra espiritualidad y practicar más nuestra caridad… Debemos ser capaces de rescatar momentos de paz, de detenernos, de sentir, de pensar y repensar, de replantear…

•      Cómo descubrir la espiritualidad en la vida ordinaria; cómo hacer para que estemos a gusto “abajo” de la montaña y no sólo “arriba” de ella… Necesitamos disfrutar la vida cotidiana saliendo de la prisa y del ritmo acelerado, necesitamos descubrir qué es lo que realmente queremos y nos hace bien, al mismo tiempo que ayudamos a nuestros hermanos… Es preciso preguntarnos si lo que andamos buscando es realmente lo que necesitamos… Hemos de vivir con mucha conciencia para aprender de todo lo que la vida nos va presentando…

•      Cómo descubrir a Dios no sólo en las teofanías sino también en nuestra vida cotidiana; en el encuentro con la familia y los extraños, con los necesitados… La vida ordinaria también debe ser dichosa, festiva, divina, luminosa, etc.  Nos hemos olvidado de encontrar felicidad y disfrute en las cosas y los momentos simples…

•      Cómo aceptar nuestra vida tal cual es y dejar de pelear con ella… Muchos no aceptamos nuestro destino y escapamos a una realidad virtual o imaginaria… Necesitamos fe para sentir la presencia de Jesús que transfigura la cotidianidad… Esta presencia de Dios nos cuestiona, pero también nos capacita para modificarla y plenificarla…

•      Cómo cultivar una espiritualidad de servicio al Dios que está presente donde no se percibe a simple vista… Algunos buscan a Dios sólo para que les dé paz, pero parece que Él quiere dejarnos inquietos cuando nos encontramos con Él…

PARA QUE TE ENCUENTRES CON DIOS, TE PROPONEMOS LOS SIGUIENTES EJERCICIOS PARA LA SEMANA:

1.     Te proponemos hacer momentos de introspección…

Reflexiona sobre cómo puedes hacer que tu vida sea más plena y no solamente más placentera…

Procura descubrir en tu vida algunas verdades que, aunque incómodas, te ayuden a “transfigurarte”…

2.     Medita el canto: “un mandamiento nuevo”

3.     Esta semana, haz momentos de oración, “Señor Jesús, hoy te vi en un niño con la cara sucia, en una mujer anciana… Te sentí cuando te acercaste en un migrante, me doliste cuando estabas en el adicto… Me sentí abrumado y estrujado por tu omnipresencia… Transfiguraste mi mundo expandiendo sus límites…”

Al ritmo de tu respiración profunda, sacando el estrés que te aleja de la paz de Dios, llénate del Espíritu al inspirar y saca tus preocupaciones al expulsar el aire… Y continua dialogando con Dios…

Pp. SAGM & JJSA

(Si esta ficha te ayuda, compártela)

Esta ficha, así como las de los domingos anteriores, la puedes encontrar en arquimediosgdl.org.mx, pestaña de “formación” y “desarrollo espiritual”.

 

Fuente: http://www.arquimediosgdl.org.mx/cultura-y-formacion/desarrollo-espiritual/quiero-ser-una-persona-espiritual-y-comprometida/

Categorías: Articulos de interes

Creativos y audaces para el apostolado

Creativos y audaces para el apostolado

 

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20).

Hacer apostolado es llevar el amor de Dios a otro, es transmitir Su palabra que está viva y sigue vigente independientemente del paso del tiempo. Tal vez pensemos que en la época que vivimos el apostolado es una tarea titánica y por demás difícil. Cada época, cada tiempo tuvo sus dificultades, y los apóstoles con la asistencia del Espíritu Santo supieron adaptarse a su tiempo y así conquistar personas para el Señor. De esto se trata y de esto siempre se tratará: de entender los tiempos, adaptarse y buscar con creatividad y audacia los caminos para llegar al corazón de los hombres para comunicarles a Dios. El amor de Dios es siempre nuevo, siempre atractivo y salir a anunciarlo es la misión de todo cristiano. En este Camino hacia Dios evidenciaremos la necesidad urgente de ser creativos y audaces en nuestro apostolado, para así transmitir la buena nueva en las diferentes realidades que nos tocan vivir.

1. Encuentro con Dios y apostolado

«Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 1,47)

Nadie puede dar lo que no tiene. El impulso ardoroso que siente nuestro corazón de salir a gritar al mundo que Cristo vive y que su amor es infinito nace del encuentro personal y cercano con Él. Sin esta experiencia es muy difícil llegar al corazón del otro.

La alegría de este encuentro testimonia que lo que hablamos y vivimos es cierto, es bueno y conduce a una felicidad que el mundo, con todos sus bienes jamás podrá igualar.

En este encuentro nos hacemos conscientes de nuestra debilidad, pero también de la certeza que Dios siempre está esperándonos para que volvamos a su lado. Volver a Dios una y otra vez, porfiadamente, es el camino en la vida de todo cristiano. Jesús se nos da como alimento, renueva nuestras fuerzas, y nos llena de su Espíritu para poder salir al mundo a cumplir su misión. Él no se cansa de esperar, Él no se cansa de perdonar[1]. Jesús nos perdona siempre y nos renueva en la misión que nos ha pedido.

La palabra apostolado viene de la palabra griega apostoloi que significa enviado. Necesitamos entender primero que somos enviados, que no salimos a anunciar por iniciativa propia. Salimos a anunciar porque es Dios quién nos mueve a salir al encuentro de los demás y de esta manera nos introduce en un dinamismo de realización personal que encuentra su sentido en la entrega[2].

El apóstol sólo encuentra el sentido de su vida saliendo de sí mismo, entregándose a otro, hasta darse por entero. Sin caer en la creencia de que ésta es una tarea heroica personal, ni en el pesimismo de pensar que en nuestros tiempos los apóstoles la pasan siempre mal y sufren sin sentido, acojamos con entusiasmo y alegría el llamado del Señor de anunciar su Reino a todo el mundo (Ver Mt 24,14).

El apostolado no consiste únicamente en acciones grandiosas. Lo ordinario ciertamente puede lograr cosas extraordinarias. Cada uno está llamado en una forma específica al apostolado del día a día, ese que hacemos con nuestra propia existencia y con el ejemplo de una fe bien vivida: con palabras amables pero firmes en la verdad, con naturalidad, sencillez, cercanía y reverencia. El apostolado en primer lugar empieza en la familia, con los más cercanos, en las actividades cotidianas de nuestra vida, en el trabajo, con los amigos.

Además, está el apostolado que como comunidad de fe estamos llamados a realizar. Como miembros del MVC estamos llamados a discernir, cada uno y comunitariamente, qué es lo que el Señor nos pide para hacer fructificar nuestro servicio apostólico con los demás.

Recordemos que la evangelización se realiza específicamente en tres ámbitos[3]: el apostolado a los fieles para que sigan nutriéndose y creciendo en el amor a Cristo; el apostolado a los bautizados alejados de la Iglesia que se alejaron por decepción o que ya no encuentran consuelo en la fe para que regresen a casa y vuelvan a gozar de la alegría de ser hijos de Dios; y el apostolado a aquellas personas que no conocen a Jesucristo o que siempre lo han rechazado y que sin embargo mantienen ese anhelo, esa búsqueda intrínseca del ser humano, esa necesidad de Dios aunque no lo sepan.

2. Creatividad para el apostolado

El Papa Francisco nos recuerda lo que ya nos decía Benedicto XVI: que la Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»[4]. La propuesta cristiana nunca envejece y es siempre atractiva. El mensaje de Cristo no es un mensaje vacío, es una palabra viva que a lo largo de la historia ha interpelado hasta a las almas más rebeldes.

Ser creativo es poseer la capacidad de creación, de invención.  Nosotros estamos llamados a ser creativos en nuestro apostolado, para llevar a otros al encuentro con el Señor. Creativos para mostrar que Jesús es la respuesta para nuestras vidas. Creativos poniendo nuestros dones al servicio del anuncio del Evangelio.

«Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos». (1Cor 9,22).

La misión apostólica de los cristianos exige hacernos como el otro para poder entender su realidad, hacer propios los dolores ajenos y palpar la necesidad del otro. Cada persona y cada realidad es distinta: no podemos llegar a todos con el mismo “discurso”.  Habrá situaciones que incluso necesitarán que rompamos esquemas y paradigmas para poder llegar a aquellos que tanto lo necesitan.  Y es que las realidades que tocamos en nuestra misión apostólica no pueden ser reducidas a una explicación de manual, y es ahí donde el ingenio y la creatividad apostólica, inspirados por el Espíritu, necesitan entrar en acción.

El Papa Francisco nos invita a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» a «tomar la iniciativa sin miedo». (Evangelii Gaudium, 20)

En este sentido mirar las herramientas que el mundo de hoy nos brinda es necesario. La tecnología, los adelantos científicos puestos al servicio del bien humano son un tesoro grande que, con creatividad, podemos aprovechar para evangelizar en distintos ámbitos de la cultura actual. No es algo a lo cual huir, al contrario: Las formas de comunicación del mundo actual necesitan ser evangelizadas y humanizadas. Encontrar la forma de llevar ese anhelo de comunión que se vislumbra en la frenética exhibición de imágenes retocadas de la realidad a una comunicación real, humana, cercana, genuina y palpable. No hay que tener miedo a aceptar las relaciones nuevas que se forman en Cristo, relaciones que gracias a las nuevas formas de comunicación pueden ayudar a formar comunidades de un alcance enorme. El reto está en ser creativos para mantener vivas estas comunidades, trascender las pantallas y llevarlas a la vida cotidiana, a que sean semillas de verdadero encuentro personal y de compromiso fraterno.

Seamos conscientes que así como estas nuevas formas de comunicación son una oportunidad para salir al encuentro de muchos, también pueden constituir una tentación para mantenernos aislados, protegidos detrás de una pantalla, evitando el contacto directo de una conversación cara a cara.

La tecnología, los adelantos científicos, la bonanza económica deben ser fuentes y herramientas al servicio de los demás. Todo debe ser ocasión de despojarnos de nosotros mismos para, creativamente con los recursos disponibles, salir al encuentro del otro y optar siempre por el bien.

3. Audacia para anunciar el Evangelio

Otra característica del espíritu apostólico es la audacia. La audacia es esa capacidad de salir a enfrentar y realizar acciones poco comunes sin el temor a la dificultad. Eso que nos enseñaron los primeros apóstoles, los santos con sus vidas, los misioneros, a quienes vemos dejarlo todo para adentrarse en tierras lejanas llevando el mensaje de Dios. Esa audacia que mantiene en pie a los cristianos perseguidos, que por amor a Cristo trascienden el sufrimiento y llevan Su palabra a todos los confines de la tierra.

La audacia para anunciar el Evangelio se apoya en las promesas y pedidos del mismo Jesucristo: «No tengan miedo» (Mc 6,50); «yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19).

La audacia y el fervor apostólico es suscitado por el Espíritu Santo. Él con sus dones imparte fortaleza, valentía, sabiduría y libertad en el hablar. Esta fortaleza y convicción no es solamente para anunciar sino también para enfrentar y hacernos cargo de las fragilidades y miserias —propias y ajenas— que encontramos en el camino.

Muchas veces en este camino caemos en la pereza o en el desánimo. “¡Tanto por hacer y nosotros somos tan poco!”. Como San Pablo, tenemos que entender que llevamos un tesoro en vasijas de barro[5]. En esos momentos difíciles recordemos que Dios, conociéndonos, nos ha escogido y nos ha enviado. Pidámosle en oración al Señor su gracia, y abramos nuestro corazón para que Él actúe a través de nosotros.

Recordemos a Pedro, a Juan, a Pablo, a tantos que nos han precedido. Sus obras tal vez nos parezcan grandiosas —y ciertamente lo son— pero no olvidemos que ese mismo ardor, esa audacia para enfrentar los signos de los tiempos fue inspirada por el mismo Espíritu de Dios que hoy mueve nuestros corazones para continuar con la misión.

4. Creativos y audaces bajo el impulso del Espíritu

«El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente». (Evangelii Gaudium, 259)

La escucha atenta al Espíritu es lo que nos ayuda a reconocer los signos de nuestro tiempo para poder actuar acorde a ellos. Es una escucha que necesitamos hacer de forma individual pero también de forma comunitaria. La Iglesia en este sentido nos enseña a través de la liturgia y oración, de los sínodos y reuniones a escuchar comunitariamente lo que Dios nos quiere comunicar. Recordemos que el apostolado tiene una dimensión personal que se enlaza con una dimensión comunitaria.

En el ámbito personal, un apóstol que solo actúa y no reza, difícilmente podrá acoger la fuerza del Espíritu Santo. Es vital encontrar ese espacio de oración que nutra nuestro espíritu y nos permita escuchar la voz de Dios que nos conduce en la misión. Un apóstol antes que nada es amigo de Cristo y sólo mediante la oración y los sacramentos es que esta amistad crece y se fortalece.

Sin la oración corremos el riesgo de caer en la tentación de olvidar el sentido de nuestra existencia y ceder a las debilidades humanas que nos pueden conducir al egoísmo de una evangelización cómoda, descomprometida, a una auto referencialidad desmedida o a una desesperanza triste.

Necesitamos, como dice el Papa Francisco, «recobrar un espíritu contemplativo»[6], que nos conduzca a contemplar el Evangelio con amor, a leer sus páginas con los ojos del corazón, hacernos conscientes de las realidades sobrenaturales de Dios, volviéndonos cada vez más sensibles a su acción y más abiertos a su Espíritu.

Frente a la rapidez con la que se desenvuelve el mundo el día de hoy, el buscar el encuentro con Dios no es una tarea que surja naturalmente en el devenir cotidiano, pero ciertamente es una necesidad que tenemos lograr suplir en el caminar: Buscar espacios de silencio, ocasiones comunitarias y a solas que nos permitan ir entrando en el misterio de Dios. Para esto la visita al Santísimo y la frecuencia en los sacramentos de la Eucaristía y Reconciliación son pieza fundamental para encontrarnos con Dios.

Conclusión

«Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». (Evangelii Gaudium, 49)

En el intento de ser creativos y audaces en el apostolado no siempre nos saldrán las cosas bien, cometeremos errores, seremos “iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle”, pero eso no debe inhibir nuestro apostolado, sino que iluminados por el Espíritu debemos acogernos a la misericordia de Dios y levantarnos una y otra vez, reconociendo nuestros errores con humildad, y siempre confiados en que Dios nunca nos abandonará.

Busquemos ser creativos y audaces en el apostolado: comunicando el amor de Dios, testimoniando la alegría del encuentro personal que queremos vivir cada día más intensamente; creativos y audaces en el apostolado: “haciéndonos todo para todos”: solidarizándonos con sus dolores y alegrías, buscando ser “encarnados” al anunciar al Señor; creativos y audaces en el apostolado: sin miedo a romper nuestros esquemas y paradigmas de hacer las cosas —si es ese el camino que descubrimos que nos es inspirado por el Espíritu Santo—; creativos y audaces en el apostolado: siempre con humildad, conscientes de que todo lo que hacemos es para que el Señor esté cada vez más presente en la vida de las personas.


[1] Ver Evangelii Gaudium, 3.

[2] Ver Gaudium et spes n. 24: «el hombre […] no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

[3] Ver Evangelii Gaudium, 14.

[4] Evangelii Gaudium, 14; Benedicto XVI, Homilía durante la Santa Misa conclusiva de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (28 octubre de 2012).

[5] Ver 2 Cor 4,7.

[6] Ver Evangelii Gaudium, 264.

Fuente: https://mvcweb.org/camino-hacia-dios/257-creativos-y-audaces-para-el-apostolado/

Categorías: Laicos

Jesús vence nuestras tentaciones

Jesús vence nuestras tentaciones

Desarrollo Espiritual,

I DOMINGO DE CUARESMA, Ciclo A, 01 de Marzo de 2020.

¿Percibo las tentaciones como oportunidades para templarnos?

Pbro. Sergio Arturo Gómez M. / Pbro. J. Jesús Suárez Arellano

¿QUÉ NOS DICE DIOS EN ESTE DOMINGO?

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7: En una antigua historia de carácter simbólico, el escritor sagrado dice que los hombres han sufrido siempre la tentación de querer ser como dioses, dueños absolutos de su propia vida y felicidad… Ésta sigue siendo la tremenda tentación del ser humano…

Salmo 50: Este salmo penitencial, atribuido a David que, lleno de confianza en la bondad/compasión/misericordia de Dios, reconoce y confiesa su pecado, también le pide ayuda para convertirse y vivir alabándolo alegremente…

Romanos 5, 12-19: Adán, representando a toda la humanidad, echó a perder la buena y recta relación con Dios, con otros seres humanos, con la naturaleza y consigo mismo… El Hijo de Dios, Jesucristo, vino a restaurar, por su obediencia a Dios, esta relación…

Mateo 4, 1-11: Jesús venció las tentaciones que se nos presentan a todos: caer en el encanto del placer sensible, de la vanagloria y del poder… Quien vence la tentación se capacita para servir…

REFLEXIONEMOS JUNTOS:

El hecho de que Jesús haya tenido tentaciones no deja de parecernos extraño… Pero… Sabemos que Jesús es verdadero hombre, descendiente de Adán, y, por lo tanto, susceptible de ser tentado… Y podemos preguntarnos: ¿Qué tipo de tentaciones podía tener el Hijo de Dios? Pues básicamente las mismas que cualquiera de nosotros: la tentación de satisfacerse buscando el placer sensible, la vanagloria y el poder…

En el Evangelio de hoy se nos presenta como un resumen de estas tentaciones antes de que Jesús inicie su ministerio, pero, es lógico suponer que estas tentaciones se le presentaron a lo largo de toda su vida, pues su vida, como la de todos nosotros, fue una continua lucha entre hacer el bien o dejar de hacerlo; entre hacer el bien de esta forma que exige esfuerzo o de aquella otra que resulta más fácil…

Además, en este resumen, se nos presentan las tentaciones en relación a la forma en que realizaría su misión… Él debió decidir (muchas veces) qué tipo de Salvador/Mesías quería ser, qué tipo de Dios quería presentarnos y qué tipo de hombre quería manifestar: Y decidió manifestarnos un Salvador muy humano, un Dios que no se deja manipular y un ser humano que no necesita manipular a Dios para alcanzar su plenitud…

Jesús no se decide por el camino fácil y que exige menos esfuerzo, por lo que provoca placeR inmediato, por lo que pide espontáneamente el cuerpo… No, porque Él sabía que la renuncia a sí mismo, el servicio esforzado y el amor que lo dona todo es lo que lleva a la plenitud de vida y al encuentro con Dios… ¿Sé que puedo decidir entre elevar o arrastrar el espíritu?

Las tentaciones no son malas en sí, por el contrario, son oportunidades para templarnos y crecer… Por eso el Espíritu llevó a Jesús al desierto… Nosotros también hemos de entrar en la soledad de nuestro interior y, en el silencio debemos decidir cómo servir a Dios y ayudar a nuestros hermanos… Sólo triunfa quien se esfuerza para sobreponerse a sí mismo y a las trampas y mentiras de Satanás… Por eso, (RESALTAR) en el Padrenuestro no le pedimos a Dios que nos quite las tentaciones, sólo que no nos deje caer en ellas…

Hemos de reconocer que todos nosotros tenemos impulsos naturales y fuertes, que intentan imponérsenos.  Los impulsos están en nuestro interior, tan libres como Adán y Eva en el paraíso.  Pero llega un momento en nuestra vida en que descubrimos que hay algo más, además de los impulsos, que necesitamos guiarnos por algo más alto; es como un despertar y darnos cuenta de que estamos desnudos… Los impulsos necesitan ser acompañados y dirigidos por nuestra capacidad de reflexión y nuestra espiritualidad.  Así descubrimos que somos más complejos y completos; no sólo biología, sino también mente y espíritu… Y, si queremos tener buena vida, nuestras partes deberán estar en constante diálogo y acompañamiento… Así el espíritu podrá honrar al cuerpo y éste plenificar a aquel… El resultado es un ser humano integrado y ennoblecido.  Esta es la meta humana y cristiana… Aunque en realidad, nuestra vida está llena de tentaciones y, por eso, cabe preguntarnos: ¿dónde está en engaño de la tentación? ¿Cuáles son las consecuencias de caer en la tentación?

No solo somos biología, sino también mente y espíritu

Una vida sin conciencia y un impulso sin reflexión son un terreno fértil para caer en la tentación y es la falta de conciencia de quien quiere más y no se da cuenta de que ya es suficiente y, en la inconciencia, hasta se vuelve vano el placer… Ya tenemos lo que necesitamos, pero no nos damos cuenta…

Cuando queremos evitar las sensaciones difíciles en nuestra vida, se nos olvida ver la imagen completa: no nos damos cuenta que el dolor nos hace más fuertes… Por querer ser evitativos, perdemos el equilibrio y el centro de nuestra vida, no vivimos integralmente por querer hacer un manejo tramposo… Olvidamos ver el dolor como fuente de placer y el placer como fuente de dolor… Adoptamos una actitud arrogante al querer controlarlo todo y caemos en nuestra propia trampa… Aquí vienen varias tentaciones evitar el miedo al dolor, buscar el control de los demás y hasta de Dios, querer el máximo de placer, etcétera.

Necesitamos algo más que pan, necesitamos una reflexión profunda y extensa, de nuestra vida y de nuestras tentaciones, que nos haga entender que es bueno descubrir nuestras ansiedades y miedos que nos encierran y nos impiden confiar en nosotros mismos, en los demás, en Dios…

Necesitamos algo más que pan en nuestra vida

Convendría revisar cómo hemos manejado las tentaciones a lo largo de nuestra vida… Necesitamos pedir la “sabiduría de cada día” para saber caminar por el camino de la tentación como oportunidad de crecimiento y fortalecimiento… No debemos vender nuestra voluntad por un poco de satisfacción para luego caer en un infierno de insatisfacción y dolor… ¿Percibo la tentación como oportunidad de enfrentar mis limitaciones que me impiden un crecimiento pleno?

En esta cuaresma, además de abstenernos de algunas comidas y mortificar nuestro cuerpo con ciertas penitencias, como Jesús en el desierto, deberíamos aprovechar para meditar y replantearnos, siempre guiados por la Palabra de Dios y el ejemplo de nuestro Hermano mayor, la fidelidad a nuestra misión a favor de nuestros hermanos más frágiles y pequeños… Esto exige reflexión y esfuerzo…

PARA QUE TE ENCUENTRES CON DIOS, TE PROPONEMOS LOS SIGUIENTES EJERCICIOS PARA LA SEMANA:

1.     Proponemos que esta semana hagas un autoexamen para descubrir cuáles son las tentaciones en las que sueles caer más habitualmente:

a)     En relación a mi familia… Cónyuge, hijos, hermanos…

b)     En relación a mi lugar y compañeros de mi trabajo…

c)     En relación a mi parroquia y la Iglesia en general…

d)     En relación a Dios…

Ante cada una de estas caídas, es decir: conductas o reacciones inadecuadas, puedes planear cómo reaccionarás diferente la próxima vez que se te presente la oportunidad…

2.     Esta semana, en tu oración, pídele a Dios que te ayude a mantenerte siempre en crecimiento y evoluciónQue puedas ser una persona que se esfuerce para hacer el bien… Que no te engañes a ti mismo, ni intentes engañar a los demás, antes bien, que siempre obedezcas su Palabra…

Recuerda que descubrir nuestras tentaciones y orar con y por ellas nos templa el espíritu, como un fino cristal, como un arma filosa que resiste y protege…

(Si esta ficha te ayuda, compártela)

Esta ficha, así como las de los domingos anteriores, la puedes encontrar en arquimediosgdl.org.mx, pestaña de “formación” y “desarrollo espiritual”.

 

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