Capitulo III Origenes del apostolado seglar
CAPITULO III ORÍGENES DEL APOSTOLADO SEGLAR

Libro “Apostolado Seglar y Acción Católica”, Autor Pbro Luis Maria Acuña, Edit Difusión, 2ª edición, 1953
SUMARIO: I. Su antigüedad y raíz apostólica. – 2. Enseñanza de la Sagrada Escritura y del Salvador, – 3. Enseñanza de los Apóstoles y práctica de la Iglesia primitiva. – 4. Testimonio de los Padres. – 5. Luchas 7 triunfos a través de la Historia. – 6. Nombres gloriosos.
l.- SU ANTIGÜEDAD Y RAÍZ APOSTÓLICA.-
El apostolado seglar no es una organización moderna; es tan antiguo como la Iglesia y tiene su origen en la predicación de Nuestro Señor y es de tiempos apostólicos.
En el desarrollo de la Iglesia a través de los tiempos, la Iglesia que no es sino la prolongación de Cristo, la expansión de su vida de amor, el apostolado seglar tiene gestas hermosas. La Iglesia, la palabra del Evangelio, por medio de celosos Apóstoles, ha penetrado en todas partes, ha dejado sentir su vida sobrenatural y ha llevado su poderosa influencia a todos los pueblos de la tierra. No hay obra ni empresa apostólica que no haya sido alentada por el Espíritu del apostolado seglar; porque la finalidad que tiene hoy es la misma que tuvo en el colegio apostólico y en las Catacumbas: defender, propagar y restaurar el reino de Cristo en el mundo. Y esta palabra que anunciaron los apóstoles llevada por sacerdotes y laicos fue la que voló de un extremo a otro de la tierra, derribó los altares eje los falsos dioses; derribó el Paganismo, santificó los hogares, restauró la familia, elevó el nivel de la mujer, y penetró en los corazones, transformando las costumbres públicas y privadas.
El Apostolado seglar es de tiempos apostólicos. Por medio de las diaconisas, en la época de San Pablo, se consagra al servicio de la Iglesia y atiende con exquisita solicitud a los enfermos, prepara a los catecúmenos para la recepción de los Sacramentos y ayuda a los ministros del Señor en la propagación del Evangelio.
San Pablo alaba y aplaude a las mujeres que con él laboraron en el Evangelio. Más adelante citaremos sus palabras. La Historia Eclesiástica recuerda a Lidia que con ardiente celo pone a disposición de San Pablo su casa y todos sus bienes; Febe, la diaconisa, es portadora desde Grecia de la Epístola a los Romanos, a quienes ruega encarecidamente el Apóstol la reciban con caridad y amor: Prisca presta positivos servicios al Apóstol en Corinto y le acompaña en sus empresas apostólicas en Efeso y Roma, mereciendo ella y su esposo Aquila, por su fecundo apostolado, este elogio de San Pablo: “Salud a Prisca y Aquila que conmigo trabajaron en servicio de Jesucristo y expusieron su vida por salvar la mía”.
La Historia recuerda a las nobles damas Evodia y Sintiques, que trabajaron con San Clemente en la Iglesia filipense; a Tecla, protomártir de su sexo que evangeliza con el Apóstol en Asia y fue tan grande y magnífica su acción que San Ambrosio la llama “colaboradora del apostolado”.
El Apostolado seglar tiene, pues, raíz apostólica y por eso dice Su Santidad Pío XI: “No cabe la menor duda de que la Acción Católica, así entendida, no es un bella novedad, como algunos lo han afirmado”.
El Apostolado seglar tiene la gloria de haber contribuido a la difusión del Cristianismo. Con los Apóstoles fue labio que anunció el mensaje de amor, fue pecho encendido de celo, fue acción brillante y fecunda en el triunfo del Cristianismo.
2. – DOCTRINA DE LA SAGRADA ESCRITURA Y ENSEÑANZAS DEL SALVADOR..-
Pero demostremos que el Apostolado seglar tiene orígenes apostólicos por los textos de la Sagrada Escritura y las enseñanzas del Salvador. San Pablo escribe al Obispo de la comunidad de Filipo recomendándole dos obreras en el apostolado. “También te pido a ti, oh fiel compañero, que asistas a éstas, que conmigo han trabajado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filip., 4,3).
San Pedro habla del sacerdocio real de los laicos y los llama á cumplir su deber de participar en el sacrificio y magisterio. “Sois también vosotros a manera de piedras vivas, edificadas encima de él, siendo como una casa espiritual, como un nuevo orden de sacerdotes, para ofrecer víctimas espirituales que sean agradables a Dios por Jesucristo” (I Pedro, 2, 5). “Vosotros, al contrario, sois el linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, un sacerdocio real, gente santa, pueblo de conquista, para publicar las grandezas de Aquél que os sacó de las tinieblas a su luz admirable” (Id., 2, 9).
Nuestro Señor recomienda la cooperación apostólica, en el ejemplo apostólico y en el trabajo apostólico. “Así brille vuestra luz ante los hombres, que vean vuestras obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat., 5, 16).
“Quien no está por mí está contra mí; y quien no recoge conmigo, desparrama” (Lc., 11, 23).
“La mies es mucha; mas los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al dueño de las mies que envíe obreros a su mies” (Lc, 10, 2).
Casi la totalidad de la doctrina revelada converge, por su letra y espíritu, á-este punto: el lateado debe participar (Will).
El Salvador nos habla de los dones apostólicos, de las tareas apostólicas y de los obreros apostólicos en la parábola de los talentos. Su parábola entraña un llamado urgente al apostolado, llamado que no sólo se dirige a los Obispos y al clero, sino a los simples fieles,
En la parábola del Samaritano misericordioso nos pone ante los ojos la responsabilidad de todo hombre por la suerte de su prójimo, de su hermano. La gran palabra: “Vosotros sois la sal de la tierra” es clásica y caracteriza el espíritu de la Acción Católica. Nuestra vida cristiana debe ser amable a los demás; la sal condimenta y hace apetecible la comida. El Salvador practicaba sus enseñanzas en sus relaciones con los laicos de su tiempo.
Los Apóstoles sorprendieron a un hombre que obraba milagros en nombre de Jesús. Era apóstol sin misión. Y Juan dijo: “Maestro, hemos visto a uno que no era de nuestra compañía, que andaba lanzando los demonios en tu nombre, y se lo prohibimos”. “No hay para qué prohibírselo, dijo Jesús; puesto que ninguno que haga milagros en mi nombre, podrá luego hablar mal de mí. Quien no es contrario vuestro, de vuestro partido es. Y cualquiera que os diese un vaso de agua en mi nombre, atento a que sois discípulos de Cristo, en verdad os digo que no quedará defraudado en su recompensa” (Marc., IX, 37). Con estas palabras justifica el Señor el apostolado laico y nos manifiesta lo que piensa acerca de estas actividades.
Uno de los enfermos curados por el Señor solicita ser recibido en el número de los discípulos. Pero el Señor declina su ofrecimiento y le dice: “Vete a tu casa y con tus parientes, y anuncia a los tuyos la gran merced que te ha hecho el Señor y la misericordia que ha usado contigo” (Mc., V, 19).
Nos encontrarnos, pues, ante un laico a quien el Señor no acepta en el sacerdocio, pero a quien inmediatamente impone otra misión: la de evangelizar a los miembros de su propia casa.
Nuestro Señor aceptó durante su vida pública la ayuda permanente de varias piadosas mujeres; era un núcleo de laicas que se habían comprometido a cuidar del sustento de su persona y de. sus discípulos.
3.-ENSEÑANZA DE LOS APOSTÓLES Y PRACTICA DE LA IGLESIA PRIMITIVA. –
San Pablo escribe a los de Efeso: “Estad, pues, a pie firme, ceñidos vuestros lomos con el cíngulo de la verdad y armados de la coraza de la justicia, y calzados los pies prontos a seguir y predicar el Evangelio de la paz” (VI, 14).
En su carta a Tito escribe el Apóstol: “Aprendan asimismo los nuestros a ejercitar, los primeros, las buenas obras en las necesidades que se ofrecen, para no ser estériles y sin fruto” (III, 14). *
A los cristianos de Colossa recomienda el Apóstol la ayuda recíproca en los asuntos de la vida religiosa: “La palabra de Cristo, o su doctrina en abundancia tenga su morada en vosotros, con toda sabiduría, enseñándoos y animándoos unos a otros, con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando de corazón con gracia, las alabanzas de Dios” (III, 16).
La conducta que deben observar con los extraños a su fe, la expresa el Apóstol: “Portaos sabiamente y con prudencia con aquellos que están fuera de la Iglesia, resarciendo el tiempo perdido. Vuestra conversación sea siempre sazonada con la sal de la discreción, de suerte que acertéis a responder a cada uno como conviene” (IV, 5, 6).
Y luego hace un llamado a la acción social, a la defensa de la doctrina de Cristo: “Que seáis irreprensibles y sencillos como hijos de Dios, sin tacha en medio de una nación depravada y perversa; en donde resplandecéis como lumbreras del mundo, conservando la palabra de vida que os he predicado” (Filip., II, 15).
San Pedro (V, 10) hace un llamado al apostolado con estas palabras: “Comunique cada cual al prójimo la gracia según la recibió, como buenos dispensadores de los dones de Dios, los cuales son- de muchas maneras. El que habla o predica la palabra divina hágalo de manera que parezca que habla Dios por su boca; quien tiene algún ministerio, ejercítelo como una virtud que Dios le ha comunicado, a fin de que, en todo cuanto hagáis, sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los siglos”.
Santiago inculca la excelencia de la ayuda prestada a los huérfanos y a las viudas y cierra su carta excitándolos a participar de la solicitud del buen Pastor, que vino a la tierra para buscar y conducir al redil a las ovejas perdidas. “La religión pura y sin mancha delante de Dios Padre, es ésta: Visitar o socorrer a los huérfanos, y a las viudas en sus tribulaciones y preservarse de la corrupción de este siglo” (XI, 27). “Hermanos míos: si alguno de vosotros se desviare de la verdad, y otro le redujere a ella, debe saber, que quien hace que se convierta el pecador de su extravío, salvará de la muerte al alma del pecador y cubrirá la muchedumbre de sus propios pecados” (I, 19, 20).
Nos vamos a referir ahora al apostolado de algunos laicos en particular.
Hombres – apóstoles. Un modelo de apóstol laico fue Apolo. Judío de Alejandría, predicaba a sus correligionarios el Mesías, anunciando ya por San Juan Bautista. Dotado de celo y erudición, se consagró a promover la ley cristiana, especialmente en Efeso y en Corinto.
Aquila fue otro gran Apóstol. En su casa de Corinto y Efeso halló hospedaje y sostenimiento San Pablo. Con su esposa Prisca se ocupaba de la enseñanza y explicación del Evangelio.
San Pablo cita en su segunda carta a Timoteo, a Onesíforo, que colaboraba con él en el apostolado.
A Febe, Prisca y María junto con Aquila recomienda San Pablo en su carta a los Romanos. A todos los llama mis colaboradores en Cristo Jesús (Rom., 16, 1, 6).
Los Hechos nos hablan del apostolado de la comunidad primitiva. “Y perseveraban en las instrucciones de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del pan y en la oración”.
Los creyentes vivían unidos entre sí y nada tenían que no fuese común entre ellos. “Toda la multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma; ni había entre ellos quien considerase como suyo lo que poseía; sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos, IV, 32).
El espíritu de comunidad de la naciente Iglesia, la vida de comunidad, vida en común, el ejemplo de apostolado: era la organización de la familia de Dios. Cuando se levantó una gran persecución contra la Iglesia y Saulo desolaba la Iglesia de Dios, “todos los que se habían dispersado andaban de un lugar a otro, predicando la palabra de Dios” (Hechos, VIII, I, 4).
“Entretanto los discípulos que se habían esparcido por la persecución, suscitada con motivo de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando el Evangelio únicamente a los judíos. Entre ellos había algunos nacidos en Chipre, los cuales habiendo entrado en Antioquía, conversaban asimismo con los griegos anunciándoles la fe del Señor Jesús. Y la mano del Señor les ayudaba; por manera que un gran número de personas creyó y se convirtió al Señor” (Hechos, II, 19, 21).
San Pablo se refiere a ese apostolado, diciendo: “Habéis servido de modelo a cuantos han creído en la Macedonia y en la Acaya. Pues que de vosotros se difundió la palabra del Señor o el Evangelio, no sólo por la Macedonia y la Acaya, sino que por todas partes se ha divulgado en tanto grado la fe que tenéis en Dios, que no tenemos necesidad de decir nada sobre esto” (Tes., I, 7, 9).
Y cuando estaba entre cadenas, expresa el Apóstol: “Y muchos hermanos en el Señor, cobrando bríos con mis cadenas, con mayor ánimo, se atreven a predicar sin miedo la palabra de Dios” (Filip., II, 12, 15).
Todos estos textos de la Escritura, de los Apóstoles, junto con las enseñanzas del Salvador y la práctica de la Iglesia primitiva, nos indican cuál fue el origen, la actuación y la acción brillante del Apostolado seglar en la época apostólica.
4.-TESTIMONIO DE LOS PADRES. –
Todavía vamos a citar algunos testimonios de los Padres de los tiempos primitivos. Tertuliano nos hace una descripción del apostolado: “¿Quién entre los paganos, permitiría a su esposa recorrer las calles de la ciudad, detenerse en las puertas de las casas, penetrar en las habitaciones más miserables, sólo con el fin de visitar a las hermanas en la fe? ¿Quién les permitiría introducirse furtivamente en las cárceles, para tener la dicha de besar las cadenas de un mártir? ¿O siquiera acercarse a un hermano en la fe, para darle el ósculo cíe paz en el Señor? ¿O piara aportar agua con el fin de lavar los pies a los santos? ¿O retirar de la comida o la bebida lo necesario para los pobres? ¿Quién siquiera pensó en esto entre los paganos?” (Libros a su esposa. II, 4).
De Arístides: “Las esposas de los cristianos son castas como vírgenes. Entran en conversación con sus esclavos y esclavas y con los hijos de ellos, invitándolos a que por cariño a ellas, se hagan cristianos; y una vez que lo han conseguido, los llaman sus hermanos, sin diferencia de clases” (Apología, XV, 6).
Atenágoras y Orígenes también nos hablan en sus apologías del apostolado de los cristianos. Policarpo que más tarde llegó a ser el gran Obispo de Esmirna, fue un apóstol laico de un celo extraordinario, antes que Bucolo lo ordenara de Diácono, i
San Mesropio de Armenia desplegó una intensa actividad como apóstol laico; lo mismo Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes que muchas veces exponían sus doctrinas ante los auditorios paganos; los apologetas que salieron en defensa del Cristianismo; los Padres del desierto, que al promover y dirigir personalmente el gran movimiento monástico en Egipto, Siria y Palestina, provocaron un formidable movimiento
espiritual que halló eco en la joven Iglesia. Y basta y sobra de testimonios. (VILLS. – “Problemas de la Acción Católica”).
5. – LUCHAS Y TRIUNFOS A TRAVÉS DE LA HISTORIA. NOMBRES GLORIOSOS. –
Reseñemos ahora las luchas y triunfos del Apostolado seglar a través de la historia, para enseñanza y estímulo de todos los que trabajan en las actividades de la Acción Católica.
Hemos demostrado que los Apóstoles seglares, junto con los Doce, predicaron el Evangelio, la más honda revolución que han presenciado los siglos; que anunciaron la palabra de Dios y abrasaron los corazones de los hombres con el fuego del cielo.-
Recorrieron el mundo, sembraron la verdad y la luz, arrastrando en pos de sí los corazones y las almas.
Las Actas de los mártires son la más alta prueba del celo y de la abnegación de los apóstoles seglares. ¡Qué nombres! Brillan como soles en el cielo de la Iglesia. Bastaría nombrar a Sebastián, Tarsicio, Pancracio, Fabiola, Inés, Cecilia… La hora de los tormentos fue también la hora de los apóstoles. “La sangre de los cristianos es semilla de cristianos” pudo decir Tertuliano. Cuando la herejía pretendió desgarrar la túnica inconsútil de su Madre la Iglesia; cuando aparecen los Ebionitas, los Gnósticos, los Montañistas, al lado de aquellos Padres de la Iglesia suscitados por Dios para combatir el error y hacer resplandecer la luz de la verdad, San Ireneo, San Gregorio, Tertuliano, vemos surgir también abnegados apóstoles seglares, llenos de celo y de ciencia como Milcíades, Teófilo, Castor, que trabajan por la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Y después la Iglesia en su marcha triunfante, con la cooperación de los apóstoles seglares, derrota y pulveriza las herejías, sea el Maniqueísmo, el Nestorianismo, el Pelagianismo, el Arrianismo, el Protestantismo, el Jansenismo y de ellas no queda más que una triste sombra en las páginas de la historia, en frase de un escritor.
Y después de tres siglos de luchas que fueron también tres siglos de triunfos, la Iglesia sale de las Catacumbas, como la paloma del Arca con las alas teñidas de sangre, para reinar en el corazón de los hombres y de los pueblos. Y la divina Providencia prepara aquellos dos elementos necesarios para la formación cristiana de las futuras sociedades: la doctrina que modela las conciencias y la ley que regula las relaciones sociales. Los apóstoles sacerdotes y laicos vencieron las herejías y precisaron la doctrina dogmática, convirtieron a reyes, emperadores y pueblos.
Pero ¿quién acomete la grandiosa empresa de cristianizar la antigua legislación romana sino Constantino el Grande que infiltra el espíritu cristiano en los municipios, en las magistraturas, en los puestos públicos y en las corporaciones? Fue un gran apóstol coronado con diadema imperial.
Y después, Clotilde convierte reinos, hace caer de rodillas al fiero sicambro que adora lo que ha quemado y quema lo que ha adorado. Y el Rey franco levanta parroquias, abre escuelas, da instrucción cristiana, defiende los derechos de la Iglesia, proclama la realeza de Jesucristo, mereciendo el elogio de San Avito, hermoso programa de Apostolado seglar: “Habéis aprendido de nuestros abuelos a reinar sobre la tierra: pero vos enseñáis a vuestros súbditos a reinar en el cielo”. ¡Qué bellas palabras!
Y Clodoveo prepara el camino de los grandes apóstoles seglares: Godofredo, que se niega a ceñir corona de oro donde el Salvador de los hombres la ciñó de espinas; San Luis, Santa Juana de Arco heroína de la Religión y de la patria; y después los grandes publicistas Augusto Nicolás, Pascal, Pasteur, De Maistre, Ozanarn, Conde de Muna Luis Veuillot, Donoso Cortés.
Recaredo, gran Apóstol, después de convertirse al Cristianismo-, colabora con las autoridades eclesiásticas para establecer el reinado de Jesucristo en España, fundando la monarquía católica y da la batalla decisiva contra el Arrianismo, jurando defender los derechos de Cristo. Y convoca los Concilios de Toledo; consolida la religión en sus estados; dicta sabias leyes y es el alma de aquel Código de justicia civil y criminal que desterró de España las legislaciones bárbaras.
Y en las páginas de la historia del apostolado seglar tienen un puesto de honor Vladimiro de Rusia, Boris de Bulgaria, Etelberto de Gran Bretaña, que mereció en su tiempo que se llamase “La Isla de los santos” y a quien escribía Gregorio el Grande: “Bendigamos al Omnipotente que se digna reservarnos la conversión de la nación inglesa valiéndoos de vos, como se valió de Santa Elena, para encaminar hacia la fe cristiana los corazones de los romanos”.
Cario Magno verdadero apóstol de las Galias infunde el espíritu cristiano en las instituciones de su época; funde todas aquellas tribus y razas en el crisol del Evangelio y forma una confederación bajo la dirección de la Iglesia, base de la monarquía cristiana. Y conquista a los sajones, a los bávaros y los croatas para presentarlos a los pies de Cristo como trofeos de victoria. Defiende al Romano Pontífice contra los lombardos; da una patria común a veinte razas, y llamado para ser el Rey de Jerusalén, depone a los pies del Pontífice sus grandezas, sus lauros, sus victorias y cifra su mayor gloria en aquella hermosa frase: “Defensor devoto de la Santa Iglesia Romana y humilde cooperador”.
Y cuando se levanta un mundo al grito de “Dios lo quiere” para defender la tierra santificada con la sangre de Cristo, apóstoles fueron los que llevaron a cabo tan gloriosa empresa. Ahí están sus nombres escritos eon letras de oro en las páginas de la historia, junto a Godofredo, Ricardo Corazón de León, Tancredo y mil otros.
Y después de esta sublime epopeya cristiana, la gran cruzada de ocho siglos que realiza el apostolado seglar en España contra las fuerzas islámicas. Y ¡qué nombres! Pelayb; Alfonso VI; las hazañas de Alfonso VIII en Tolosa; las de Fernando III entrando triunfante en Córdoba, y el Cid, y Guzmán el Bueno y Gonzalo de Córdoba, nombres que brillan como estrellas en el cielo del heroísmo.
Y cómo olvidar a aquella Reina inmortal, Isabel la Católica, que junto con Fernando izaron victorioso el estandarte de la Cruz en las almenas de Alhambra y de Granada? ¿Aquella mujer que arrancó las joyas de su corona destinadas a hacer brotar un mundo en medio de las olas desconocidas? Dios le dio un Nuevo Mundo para que en él cupiera la gloria de su raza. Y Colón, llamado el Mesías del Indio, y de quien se ha dicho que el genio lo hizo descubridor y la fe lo hizo Apóstol. De él se ha dicho que es el Saulo del Apostolado seglar.
Y ya que hemos nombrado a una Reina ilustre que tuvo dos mundos por corona, evoquemos algunos nombres de ilustres mujeres que realizaron el más sublime apostolado con su influencia y con su acción.
Santa Elena forma el corazón de Constantino; Santa Mónica el de San Agustín; Nona a San Gregorio Nacianceno; Emilia a San Basilio; Antusa a San Juan Crisóstomo; Silvia a San Gregorio el Grande; Blanca a San Luis; Berenguela a San Fernando de España. Madres santas formaron hijos santos que son gloria de sus madres y de su siglo. Santa Clotilde, como hemos dicho, convierte un reino; Ringonta a Recaredo; Santa Adelberta al Rey Etelberto de Inglaterra. Y luego Santa Margarita de Escocia; Erna en Dania, Santa Matilde en Alemania; Gisela en Hungría; Dombrowka en Polonia; Eduviges en Lituania; Brígida en Suecia ¡qué nombres, qué apostolado! Y luego Olimpia, Salvína, Nicareta de ilustre recuerdo en la historia Eclesiástica. Y Genoveva, patrona de Francia, y Santa Clara y la Condesa Matilde y Santa Catalina de Sena que persuade al Papa que abandone Avignón y se restituya a Roma. ¡Santa Teresa de Jesús, cumbre de la belleza y de la santidad! A qué seguir.
Estos nombres gloriosos, esta verdadera epopeya del apostolado seglar debe ser un estímulo para trabajar en la sublime finalidad que se propone la Acción Católica: ganar mundos para Cristo. Extender por el universo su reinado de paz, su reinado de amor. Para que así, el Señor, reine eternamente y para siempre.