Inicio > Articulos de interes > “México debe ser una nación oficialmente católica”: el semanario “Unión” en la década de 1950

“México debe ser una nación oficialmente católica”: el semanario “Unión” en la década de 1950

Laura Camila Ramírez Bonilla*

El 25 de junio de 1950, el semanario católico Unión publicó en su primera plana, y sin ningún eufemismo, el titular: “México debe ser una nación oficialmente católica”. En el enunciado estaba implícito un anhelo, un proyecto por realizar y, al mismo tiempo, una nostalgia: un pasado mejor al que había que retornar. La frase indicaba obligación, no posibilidad. “México tuvo esa característica en siglos pasados, cuando formó la Nueva España y primeros lustros de México Independiente, significándose como una nación católica”. El tono era de pérdida. El “espíritu católico” había dejado de existir, “quedando en la actualidad sólo un pueblo de católicos, pero jamás una nación católica”.[1] El artículo, firmado por el asiduo colaborador Fidel Peón, lamentaba la imposición de los ideales revolucionarios como nuevo mito fundacional de la nación mexicana, entonces presa de un Estado laico y opuesto al sentir de un “pueblo” que mayoritariamente se definía y actuaba como creyente.

¿Qué era Unión? ¿Qué valores sustentaron su ideal de nación? ¿Qué noción de la historia emergió de su discurso? ¿Cómo definió a la identidad mexicana de la época? Fundado en 1936, el semanario católico Unión fue un proyecto editorial de la Obra Nacional de la Buena Prensa, propiedad de la Compañía de Jesús, en el que convergieron laicos organizados, miembros del clero y autoridades eclesiásticas. Los unía la fe en cierto sistema jerárquico del orden social, en el cual la Iglesia, como institución, y el catolicismo, como conjunto de símbolos y valores, debían estar unidos al poder político y a la identidad nacional. Su intención no fue representar al catolicismo mexicano en su totalidad, aunque en ocasiones se asumieron portadores de una lectura más “correcta” y “consciente” del mismo. Tampoco se trataba de un grupo estructurado y homogéneo que actuara en línea recta durante las tres décadas de su existencia. Unión fue parte del catolicismo mexicano adscrito a Acción Católica, obediente al episcopado, que encontró en la prensa un apostolado.

El objetivo de este artículo es identificar el ideario de “nación católica” que el semanario Unión promovió como tabla de salvación para la sociedad mexicana en crisis, en particular durante los primeros años de la década de 1950; entendiendo a Unión como una entre otras expresiones de la derecha religiosa mexicana —heredero de los conflictos de los años veinte y treinta—, anticomunista y antiliberal, recelosa de los valores de la modernidad y de los avances de la modernización material. Si bien Unión no emprende una confrontación contra el Estado laico ni se define como proyecto político con pretensiones partidistas,[2] la revisión hemerográfica que aquí se expone revela un sector social escéptico frente al régimen político, considerado una suerte de fachada,[3] que ve en la laicidad estatal un foco de desestabilización “espiritual”, social y política.

Oponiéndose al nacionalismo revolucionario y sus símbolos de cohesión, durante los años cincuenta, Unión promovió la “confesionalización” de la nación como respuesta al desorden social y deterioro moral que, desde su diagnóstico, imperaban en el país. Columnas de opinión, caricaturas y reportajes pidieron iniciar el “gran retorno” hacia la nación católica. Se trataba de un “derecho adquirido” y un deber cívico y religioso, basado en la histórica presencia del catolicismo en México. Su retórica no admitió pluralidad religiosa alguna, exaltó la hispanidad como fuente de sentido del “ser mexicano”, en detrimento de un pasado indígena asimilado con el atraso, y vaticinó un futuro de descontrol ante la ausencia de dios. En su radical discurso a mediados del siglo XX, Unión llegó a considerarse un guardián de la moral católica, en tanto única y verdadera para México; un promotor de la formación cívico-política de los católicos y, finalmente, un defensor de la idea de que su profesión de fe era el factor de cohesión social legítimo y más efectivo para la sociedad mexicana.

El presente artículo se organiza en cuatro secciones: una revisión del proyecto editorial Unión, una relación de contextos que permiten entender el papel de dicha publicación en los años cincuenta, el ideario de nación que planteó en sus páginas a partir de seis grandes pilares, y las consideraciones finales.

El Semanario Católico Popular Unión

Las referencias a Unión son prácticamente nulas en la historiografía.[4] La reconstrucción parcial de su historia obedece a su escasa presencia en los archivos; hay una recopilación incompleta en la Hemeroteca Nacional y en el Seminario Conciliar de la Ciudad de México.[5] Por información del mismo semanario, se sabe que fue fundado en enero de 1937, en la Ciudad de México.[6] Se trató de uno de los tantos proyectos editoriales de la Obra Nacional de la Buena Prensa,[7] creada en 1936, tras el cierre de la Comisión de Prensa y Propaganda.[8] Los avances actuales de esta investigación no nos permiten establecer la fecha exacta del último número ni las razones por las cuales dejó de publicarse. Sin embargo, el más reciente de la colección hemerográfica, del 28 de diciembre de 1969, nos permite hablar de una circulación mínima de 32 años, nada despreciable para un impreso de su tipo.[9]

Unión nació en un momento de fuerte tensión entre la Iglesia y el Estado. La desconfianza mutua se reflejó en las acciones de la derecha católica y sus espacios de activismo. Durante los años treinta, a decir de Collado, “la confrontación entre las derechas y las izquierdas escaló y algunos políticos, anticlericales radicales, parecieron adueñarse del panorama”.[10] Unión nos remite al cardenismo y al sentimiento de amenaza que se reforzó entonces en la Iglesia católica. El proyecto de educación socialista, que profundizaba la laicidad en las escuelas; el estallido de nuevos episodios de violencia, secuelas del conflicto cristero, y la reforma agraria, ligada a la propiedad colectiva de la tierra, dieron sentido a proyectos de respuesta y contención como Unión.[11] Sin tratarse de una publicación de declarada militancia política, en sus páginas era evidente la promoción de un orden social antagónico al propuesto por Cárdenas. Ahora bien, en perspectiva es posible plantear que, si el surgimiento de Unión atendió a la tensión Iglesia-Estado, su permanencia en el tiempo se debió a la estabilización de dicha relación, conseguida por Ávila Camacho, Alemán y Ruiz Cortines.

Desde su fundación en la colonia Mixcoac, la Obra Nacional de la Buena Prensa fue confiada a la Compañía de Jesús. Su primer director fue el sacerdote José Antonio Romero, S. J., quien había participado en la creación de los folletos Vida del Alma, en Saltillo.[12] No era extraño que el mismo Romero se convirtiera en el primer director y fundador de Unión; su trayectoria está ligada a la historia de los impresos católicos de México en el siglo XX: permaneció como director de la editorial hasta 1961, año de su fallecimiento, y tuvo a su cargo publicaciones religiosas como Chiquitín, ¿Lo sabías? y Christus, revista mensual de teología que se convirtió en el órgano oficial del Episcopado Mexicano.[13] Unión fue aliado estratégico de la Legión Mexicana de la Decencia y la Campaña Nacional de Moralización del Ambiente —inaugurada en 1951—, en la cual Romero figuraba como subdirector.[14] La difusión de sus escritos, las colaboraciones de sacerdotes que trabajaban en estos órganos, la reproducción de la censura cinematográfica que emitía la Legión y la presencia de artículos de respaldo y complemento a sus labores se hicieron evidentes en esos años.

El semanario mantuvo tres formatos entre 1938 y 1969. Una de estas transiciones ocurrió durante nuestro periodo de estudio. Entre enero de 1938 y junio de 1954 observamos una revista con un promedio de doce páginas, que recibía al lector con una portada a dos tintas y una fotografía acompañada de una frase emblemática que cambiaba en cada número. “Ante todo mexicanidad: fe católica y patriotismo” fue uno de sus lemas. En sus páginas centrales, los contenidos de Unión podían variar entre reflexiones sobre asuntos religiosos, moralidad, vida cotidiana, la reproducción de documentos eclesiásticos y artículos de opinión sobre religión, política y sociedad, entre otros. Estos artículos solían ir firmados por el padre Romero.[15]

En junio de 1954, Unión cambió a formato folio. Su transformación física lo hacía más cercano a un periódico que a una revista, con seis páginas, a siete columnas, sin portada, con fotografías e ilustraciones en la primera plana. A partir de 1955, su autodenominación cambió de Semanario Católico Popular a Semanario Popular Independiente. La modificación no era ingenua: la administración y el equipo editorial se mantuvieron intactos, y Unión continuó siendo parte de la prensa católica; sin embargo, de un énfasis religioso pasó a temas de actualidad nacional e internacional, con apartados especializados en medios de comunicación y columnas de opinión con contenido político.

A finales de los años sesenta, tenemos un semanario renovado, autodefinido como “una visión honrada de México”. El formato recuperó el estilo de una revista, con tamaño tabloide, una portada, una diagramación ajustada a las necesidades de cada sección y un promedio de dieciséis páginas, además de que cada número desarrollaba un tema central de investigación. Es posible que esos cambios estén asociados al fallecimiento de Romero en 1961, y la llegada de F. Santa María a la dirección. Los asuntos sociales y políticos pasaron a ser las principales preocupaciones del impreso.

En sentido estricto, Unión no fue un medio noticioso. Sus tres décadas de existencia y transformación se pueden organizar en estilos de formato y contenidos diferentes, sin abandonar el talante confesional y en una relación variable con las derechas religiosas.[16]

Los cincuenta de Unión

¿A qué “México” hacía referencia Unión? ¿Por qué proponer una “nación católica” a inicios de los cincuenta? El momento más conservador del semanario Unión coincide con una estrategia doble durante los gobiernos de Ávila Camacho, Alemán Valdez y Ruiz Cortines: por un lado, la estabilización de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, o lo que Roberto Blancarte ha denominado modus vivendi, tras años de confrontación;[17] y por otro, un giro hacia la derecha en la dirigencia del país.[18] Aunque las circunstancias parecían más dadas a la colaboración que a la confrontación, proyectos como Unión optaron por tomar distancia y oponerse al gobierno.

En el periodo en cuestión, el desarrollismo alemanista, la industrialización, la urbanización, el crecimiento poblacional[19] y la emergencia de clases medias[20] marcaron el ritmo de intensos cambios socioeconómicos y culturales, mientras que la apertura política y la plena consolidación de una sociedad moderna se vieron retrasadas. La retórica anticomunista, ya en el marco de la Guerra fría, había permeado la política interna y externa, promoviendo una alineación más estrecha con el mundo capitalista. Utilizando estratégicamente el nacionalismo revolucionario, hubo un acercamiento a Estados Unidos que coincidió con el distanciamiento del mundo obrero y sindicalista[21] y con una transición de una sociedad de predominancia rural a una de mayorías urbanas.[22] El semanario Unión de los años cincuenta no sólo leyó estas transformaciones, sino que reaccionó contra aquellas que percibió dañinas para el catolicismo local. Fue tiempo de paradojas: en medio de la modernización que el progreso demandaba, un sector de la sociedad emprendió un “rearme moralizador”, que consistió en un significativo activismo laical y el fortalecimiento de la institución eclesiástica en ámbitos socioculturales y políticos.[23] Según el INEGI, los católicos representaban 98.2 % de la población de México en los años cincuenta, casi 2 % más que el número registrado el decenio anterior (96.6 %).[24]

¿Cómo entender la postura de Unión en su tiempo? Aunque ya no había una confrontación directa con el Estado, su naturaleza laica y un espíritu nacional, que se definía neutral ante lo religioso, continuaban siendo temas incómodos para un catolicismo integral e intransigente como el que representaba Unión.[25] Al inicio de la década, este proyecto editorial se apropió de la bandera de la “recristianización” de México, priorizando para ello una narrativa nacionalista. El discurso de la “unidad nacional” que el presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) —públicamente católico— había estructurado como valor supremo, por encima incluso del radicalismo agrario, educativo y obrero de los gobiernos revolucionarios,[26] parecía no convencer a ese sector de la derecha católica. Para Unión, el catolicismo era la génesis y sustento de la mexicanidad.

La idea de “confesionalizar” la nación se debe entender desde un proyecto más amplio. Desde finales de los años veinte, el papa Pío XI (1922-1939) promovió la recristianización mediante la renovación de Acción Católica. Su objetivo general era “restaurar en Cristo, no solamente lo que incumbe directamente a la Iglesia en virtud de su misión divina [sino] la civilización cristiana en el conjunto de todos y cada uno de los elementos que la integran”.[27] En términos particulares, se proponía combatir la civilización anticristiana por medios justos y legales, al tiempo que reparaba los “desórdenes gravísimos” que ésta producía,[28] “para moralizar a México es indispensable recristianizarlo”, sentenció Unión.[29] El discurso sobre la urgencia de la recristianización, la moralización del ambiente y la nación católica estaban articulados para revistas como éstas.[30] En otras palabras, la recuperación del orden social —la “restauración en Cristo”— implicaba asumir un modelo de nación confesional, contrario al imperante.

Es preciso señalar que la noción de nación del semanario Unión remitía, en el sentido moderno del término, a la construcción de una unidad colectiva definida por la religión y la historia común. En ese relato de recuerdos y olvidos, el “error histórico” del que habló Renan en 1882 operaba en función del predominio del catolicismo entre los sistemas de creencias de la población.[31] ¿Qué definía la “imagen de comunión”[32] que conformaba a la nación? En el sentido más básico, apelaba a un “quiénes somos” arraigado en el “quiénes hemos sido”, en ese caso nostálgico, que exaltaba los factores socioculturales y políticos que habían producido unidad: la profesión de fe y la práctica continua del catolicismo.

Ideales de nación

Desde la perspectiva de Unión, México había perdido “la voluntad enérgica del bien obrar al dejar de ser una nación católica”. La ausencia de la fe dejaba a la nación incompleta, sin la base sólida de su pasado y en incertidumbre ante el futuro. En gran medida, la crisis moral que la sociedad vivía, según el diagnóstico de la publicación, estaba asociada a la falta de Dios en los referentes de unidad nacional: “Nuestro pueblo es católico y si se quiere que progrese y realice constructiva trayectoria es necesario que conserve sus creencias, afirme esas mismas convicciones e identifique sus empresas con sus propios principios de rectitud cristiana”.[33]

Así, el ideal de nación católica que Unión defendió en tiempos de recristianización y campañas de moralización se caracterizó por seis pilares.

Primero, una nostalgia por el pasado como tiempo de mejores condiciones, toda vez que la fe católica definía el canon de la convivencia y la institución eclesiástica mantenía una relación armoniosa con el Estado. Unión aludía a la Nueva España y los primeros lustros del México independiente para ejemplificar ese tiempo anhelado: “La canonización de un santo, la celebración de una fiesta religiosa, la declaración de un dogma, eran motivo de regocijo nacional”. Los tiempos en que los mártires católicos y las conmemoraciones de fe se fusionaban con el calendario patrio habían dejado de existir, para infortunio de una sociedad creyente. La degradación moral que caracterizaba al presente hacía más notorio todo lo bueno que el pasado representaba y todo lo trasgresor que significaba el ahora. “La familia, la escuela, el Estado, prestaban a la Iglesia el debido respeto, y la vida nacional como la individual, se deslizaban en el cauce del más íntegro catolicismo. Las buenas y cristianas costumbres no eran sino reflejo de esa vida cristianísima”.[34] En ese marco, el futuro era un tiempo oscuro del que nada bueno podía provenir.

Segundo, la historia compartida de los mexicanos estaba ligada a la historia de la Iglesia católica. Si había un hecho que justificara la religión católica como parte de la identidad nacional era la presencia constante que dicho sistema de creencias e instituciones había consolidado desde la llegada de los españoles hasta la actualidad. El nacionalismo revolucionario cortó con el relato religioso —católico— como pasado común, cohesionador: “México, lo dice su historia, fue una nación católica. El catolicismo es una de las esencias de su nacionalidad, esencia que se va perdiendo”.[35] Para esta revista, el Estado laico había desvirtuado la verdadera historia patria: ¿por qué se empeñan algunos “en separar del concepto patrio, todo sentimiento de religión y por lo mismo de nobleza y bondad” ?, preguntó Unión en 1952.[36] La historia es ya en este punto un instrumento usado a conveniencia. La nación y los nacionalismos recuerdan de manera selectiva, como ya había señalado Renan, “el olvido y, yo diría incluso, el error histórico son un factor esencial de la creación de una nación, y es así como el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad”.[37] Evidentemente, el pasado cristiano, hispánico, que conmemoraba y extrañaba Unión, carecía de referencias al pasado indígena de las poblaciones y al mestizaje como consecuencia del encuentro entre los dos mundos. Su discurso se contraponía incluso al indigenismo oficial posterior a la Constitución de 1917. La política indigenista de los cuarenta había creado una institución propia, el Instituto Nacional Indigenista (INI), cuyo origen se remonta a la ley del 10 de noviembre de 1948. Para cuando Unión emitió su “manifiesto” nacionalista, el INI inauguró el Centro Coordinador Indigenista (CCI) en San Cristóbal de Las Casas, bajo el liderazgo del antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán.[38] Los dos proyectos parecían contradictorios.

Tercero, la identidad nacional propuesta por Unión se construyó en oposición a otras ideologías. El semanario señaló a sus opositores con nombre propio: “Las ideas revolucionarias, ateas, de la Revolución francesa, la separación de México de la madre patria, el liberalismo corruptor, la influencia protestante, la norteamericana, la revolucionaria última que compendia tantos ‘ismos’”. Todos estos elementos habían “dado muerte a esa vida de México como nación católica y disminuido el número de los hijos católicos”.[39] La identidad nacional, como construcción de un “quiénes somos”, exige un ejercicio de diferenciación. En este caso “el otro” —el distinto— era un peligro latente, En este caso “el otro” una amenaza, un enemigo decidido a derribar o negar la identidad propia. En el contexto de la Guerra fría, el otro —el enemigo— es altamente demonizado y politizado. Para Unión, la personificación del mal eran el comunismo, la Unión Soviética y el socialismo, de los que había que protegerse como estrategia básica de sobrevivencia. “En México y en España, mientras tuvo influencia en la vida pública, proscribió la religión, asesinó sacerdotes, incendió iglesias, hizo atea la enseñanza”.[40] En el plano político religioso, “el peligro protestante” se erigía como auténtico desafío a la fe católica.[41] La cercanía geográfica con Estados Unidos ponía en riesgo la pureza de la nación, pero era al mismo tiempo indispensable para definir un opuesto histórico que reafirmara la identidad.

El cuarto factor por mencionar en el marco de la diferenciación son la hispanofilia y el extranjerismo. A excepción de los españoles católicos, la presencia de extranjeros en México era vista con recelo por Unión: “Ha inoculado en nuestra nacionalidad muchas novedades contrarias a la fe católica de nuestros padres y, por ende, demoledoras”.[42] No en vano la publicación no hablaba de extranjería (la situación y condición legal de la persona que es extranjera en relación con las leyes del país donde reside) sino de “extranjerismo”, indicando una doctrina, sistema o movimiento: “Nuestros puertos se han abierto más y más cada día a refugiados ateos y sectarios que han envenenado nuestro ambiente cada vez más y más”, indicaba en 1950. Ante el impulso casi xenófobo de Unión surgían excepciones: “Si la corriente hispánica seleccionada cuidadosamente fuera la que hubiera aportado a nuestras playas, o la italiana o francesa de recia contextura católica, nuestros males sociales anticristianos no fueran tan perjudiciales como lo son hoy día”.[43] Había un especial reconocimiento a España, entendida como “madre patria”, en la pauta identitaria de la publicación. Durante esos años los latinos, en particular los españoles, tenían abiertas las puertas migratorias del país, aparentemente sin restricciones. Al respecto, se destacan dos rasgos particulares: primero, hay escasas alusiones expresas al exilio republicano iniciado al término de la Guerra civil española (1936-1939); si bien muchos de los emigrados a México ostentan la nacionalidad española, para Unión son representantes del socialismo, del Estado laico y el ateísmo. Y segundo, la independencia de México de la “madre patria” representaba, en los términos de Unión, un accidente infortunado del devenir histórico.

Como confirmación de lo anterior, en noviembre de 1955, José Vasconcelos escribió la columna titulada “Nuestra cultura es la española, y quienes van en contra de ella van contra la patria”. En una explícita justificación de la aniquilación de la cultura prehispánica, Vasconcelos no sólo agradeció que hubiera sido la Corona española —y no otra— la encargada de conquistar América, sino incluso concluyó que el régimen colonial instaurado fue superior al ya existente de los “aborígenes”: “Nada destruyó España, porque nada había”.[44] En su hispanofilia a ultranza, el Vasconcelos de los años cincuenta veía con más añoranza que realismo la idea de conformar una falange y promover, como en los años treinta, una contienda por el poder político.[45] En las mismas páginas, Ezequiel Cervantes expresó su indignación ante José Gaos, por haber afirmado en una conferencia en el Casino Español que “la historia de España es la historia de la decadencia, aun en la época de Isabel la Católica”.[46] Cervantes contradecía a Gaos, resaltando que el legado de España a la humanidad estaba signado por tres “epopeyas”: haber expulsado a los musulmanes de Europa, haber emprendido una lucha acérrima contra la reforma de Martín Lutero y, sobre todo, haber descubierto un nuevo mundo con la misión de expandir el catolicismo. El cierre de la columna era predecible. Una exaltación al generalísimo Franco, ante los “ladridos” del filósofo español exiliado en México. El carácter anticomunista y antiestadounidense de Unión, aunado a su intransigencia católica, lo acercaban más al nacionalismo militante que a un mero relato de identidad.[47]

Quinto, la devoción guadalupana representaba un símbolo de comunión que debía ser incluido en el relato nacional. En 1952, el semanario alabó la presencia del presidente Miguel Alemán en la inauguración de la alameda y plaza pública de la Basílica de Guadalupe. El aporte gubernamental a los fondos para la obra fue visto como un reconocimiento al “hondo sentimiento religioso y mariano del pueblo”. Monseñor Luis Martínez no dejó de manifestarse complacido de la cooperación Iglesia-Estado: “Esta plaza tiene una gran importancia religiosa y patriótica y un doble mérito: haber intervenido en su proceso de mejoramiento el Gobierno y el pueblo católico mexicano”.[48] ¿Por qué el pueblo había aclamado al presidente ese día?, anotaba Unión: porque con sus actos el mandatario comprendía y reconocía las más arraigadas creencias de los mexicanos. Los cimientos de la gran obra que significaba hacer de México una acción católica los había puesto la Virgen María en el Tepeyac, sentenciaba Unión.[49]


Ilustración publicada en Unión, 11 de diciembre de 1955.

Cuando la iconografía guadalupana se integraba a las páginas de Unión, se conservaba el estandarte patrio. El uso de la bandera y el escudo reiteraba la pertenencia de la devoción mariana a una nacionalidad particular. El 11 de diciembre de 1955, un día antes de la fiesta de la Virgen, el semanario publicó una representación de la coronación de la Virgen como “reina del trabajo”. El martillo y el engranaje se sumaron a la iconografía aludiendo a los sistemas de producción, mientras que la corona de la guadalupana era sostenida por un obrero y un propietario. La ilustración, retomada de la imagen oficinal que se distribuyó en espacios públicos, desafiaba la representación laica que corrientes como el muralismo habían hecho de los trabajadores en la era posrevolucionaria. Incluso resultaba irónica la posición del martillo y el engranaje, casi igual a la del martillo y la hoz en los emblemas comunistas. La colaboración entre trabajador y empresario demostraba también una concepción distinta del mundo laboral. La impronta de la “modernización autoritaria”, como señala Loaeza, muestra dinámicas económicas en auge. Las políticas de promoción empresarial e inversión privada, con amplios márgenes de crecimiento, coindicen con este mismo periodo, como antesala de las agitaciones sindicales y movilizaciones sociales de finales de la década.

Y por último, en el ámbito nacional dos elementos representaban el recelo principal de Unión frente al nacionalismo revolucionario: el Estado y la educación laicos. Aunque el semanario reconocía en el Estado y la nación dos entidades diferentes, asumía como perjudicial para el segundo el carácter laico que había confirmado el primero con la Constitución de 1917. Pese a la relación de concordia que llevaba la jerarquía eclesiástica con los gobiernos de Alemán y Ruiz Cortines, quienes pertenecían al ámbito de Unión, el Estado mexicano era “un agente perseguidor del catolicismo”.[50] Que la laicidad fuera un nuevo factor de cohesión nacional e integración, aunque ya no estuviera asociado al anticlericalismo y en lo educativo se orientara al progreso científico, desfanatizando así las posiciones,[51] era un elemento que fastidiaba a sectores conservadores como Unión.

Para 1955 el semanario suscribió las declaraciones de Pío XII ante el Congreso Internacional de Ciencias Históricas, considerando que Iglesia y Estado eran poderes independientes el uno del otro, que no debían ignorarse entre sí, “sino colaborar mediante el entendimiento mutuo”. No obstante, Unión extendió los alcances de las declaraciones del pontífice, agregando que la Iglesia trascendía a todos los hombres y todos los tiempos, “con el deber moral de oponerse a las leyes civiles cuando éstas violan los dictados divinos”.[52]

Por su parte, la educación laica quitaba a la nación la posibilidad de que las nuevas generaciones se formaran en la tradición católica. Este tipo de educación no sólo era interpretada como una afrenta al catolicismo de los mexicanos, sino un desafío a la perpetuación de sus tradiciones, valores y símbolos —pese a que con la reforma de 1946 ya se hubiera eliminado el carácter socialista de la educación y monseñor Martínez hubiera mostrado complacencia ante dicho cambio—. En el ambiente moralizador de la época, a la educación laica le cabía una gran parte de la responsabilidad en el deterioro de las buenas costumbres y la decencia, en especial entre los niños y adolescentes desorientados.

¿Cuál era entonces la propuesta del semanario Unión? “Iniciar el gran retorno”. No había de fondo un modelo estrictamente nuevo. Unión planteaba como primera respuesta la confesionalización: “Trabajar ahincadamente porque México sea nuevamente nación católica, como lo fue en los tiempos en que no primaban en sus instituciones el ateísmo ni la persecución”.[53] El retorno, como expresión y como propósito, resumía y ratificaba el tono conservador y tradicional del semanario de los años cincuenta. El pasado bueno era el ejemplo ante un presente malo. Se trataba de una aspiración amplia, que habría de abarcar tanto aspectos públicos como privados de los individuos y la sociedad. “Como cuando la familia era hondamente cristiana, como cuando sus miembros, fuera y dentro de casa, se conducían como católicos: como cuando sus escuelas eran católicas”.[54] A la nación católica le competían el individuo, el comportamiento, las relaciones familiares, el hogar, la acción cívica, la educación, la cultura y muchas otras cosas. Parecía entonces un proyecto totalizador que, sustentado en la confesión mayoritaria del pueblo, asumía que sólo una verdad religiosa podía definir lo que era ser mexicano. Cuando tal condición se reconociera, “entonces habrá equilibrio, orden, cordura, imperará la justicia y los hombres tratarán a sus semejantes como tales”. En el caso de Unión, la nación se supeditaba a la fe. Los “mexicanos viriles” eran, para este semanario, aquellos que sabían “conservar primero su fe y después servir a su patria”.[55]

Consideraciones finales

El semanario católico Unión representó un proyecto editorial con un ideario de nación. En virtud de su tiempo y su espacio, y entendido como una expresión de la derecha católica, la publicación construyó una postura de oposición, sin mayor diálogo con otras visiones o actores, frente al modelo de nación de la Revolución mexicana. Su protesta principal surgió de la exclusión de Dios y del catolicismo del orden social mexicano. Para Unión, el modelo imperante significaba una subversión del orden: era un proyecto contrario a la historia de México, en la que la Iglesia católica era parte integral. Según este semanario, el nacionalismo revolucionario desconocía el sentir de la mayoría de los mexicanos. Un “pueblo de bautizados” no podía participar de un proyecto ateo de unidad nacional. En el camino, la única medida de salvación era un “gran retorno”: instaurar una nación católica, hispanófila, anticomunista, antiestadounidense y antiliberal.

En los cincuenta, el propósito de Unión fue crear opinión entre sus lectores-creyentes, probablemente practicantes de un catolicismo riguroso, atentos a las indicaciones eclesiásticas sobre la moral, la doctrina, la familia, la estructura social, el entretenimiento, los espectáculos y las relaciones humanas. Su intromisión en temas políticos —cautelosa ante el artículo 130 constitucional— reveló una voz de la derecha mexicana debido a tres características: el interés por que la Iglesia asumiera un lugar más protagónico en la escena pública; la falta de identificación con la laicidad del Estado y el orden político y social posrevolucionario, aunque lo acatara y respetara; y el anhelo de que se reconociera al catolicismo como raigambre de la identidad mexicana.


* Universidad Iberoamericana.

[1] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[2] Como sí va a ocurrir con el sinarquismo y sus proyectos editoriales; véase Pablo Serrano Álvarez, “El sinarquismo en el Bajío mexicano (1934-1951). Historia de un movimiento social regional”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, vol. 14, núm. 14, 1991, pp. 195-236.

[3] Sin ser nuestro tema principal, es preciso señalar que Unión incluyó con frecuencia debates políticos en sus páginas. Sobre el régimen político en el periodo estudiado, la revista señaló: “¿Hay alguna probabilidad de elecciones honradas? Existen serios obstáculos, México tiene un gobierno unipartidista y además, personal a pesar de su escaparate externo de república”. Luis Nava (presbítero), “El derecho de votar”, Unión, México, 29 de junio de 1952, p. 1.

[4] En las revisiones hechas sólo aparece mencionado en María Luisa Aspe Armella, La formación social y política de los católicos mexicanos. La Acción Católica Mexicana y la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, 1929-1958, México, Universidad Iberoamericana / Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2008.

[5] Ni el acervo de la Universidad Iberoamericana ni la biblioteca de Buena Prensa, las dos organizaciones de la comunidad jesuita a la que pertenecieron su director y su editorial, reportan existencias del periódico. Tampoco se encuentra en otras hemerotecas.

[6] El primer periódico de 1938 tiene un registro oficial del 7 de enero de 1937. Los periódicos de los cincuenta indican que Unión obtuvo registro de segunda clase en la Administración de Correos el 28 de noviembre de 1941, mientras que alcanzó el registro de propiedad intelectual de la Secretaría de Educación Pública el 14 de diciembre de 1950.

[7] Hasta la actualidad, la editorial Buena Prensa sigue funcionando, administrada por la Compañía de Jesús. Cuenta con cuatro librerías en la Ciudad de México; véase información disponible en: http://www.buenaprensa.com/ (consultado el 30 de mayo de 2018).

[8] María Luisa Aspe Armella, op. cit., pp. 364-365.

[9] Por sus características generales, se podría mencionar el caso de la Unión Nacional Sinarquista de México, que publicó El Sinarquista entre agosto de 1940 y septiembre de 1959 (diecinueve años). Para la Ciudad de México, según el catálogo de la Hemeroteca Nacional, encontramos revistas eucarísticas, en especial las de Acción Católica: El Católico Mexicano, publicada entre 1948 y 1970 (veintidós años); Fe, revista quincenal publicada entre 1954 y 1965; Heraldo Parroquial, que circuló entre 1951 y 1955; Restitución, periódico mensual publicado entre 1940 y 1950; la revista mensual de la Unión Católica Femenina, Acción Femenina, que apareció en 1933 y que, según ACM, se sigue publicando; y Christus, editada desde 1935 hasta 1978. Evidentemente, hace falta un balance cuantitativo y catálogos organizados al respecto.

[10] María del Carmen Collado Herrera, Las derechas en el México contemporáneo, México, Instituto Mora, 2015, p. 21.

[11] Según Hernández, entre 1930 y 1933 los laicos católicos formaron grupos de élite, organizaciones clandestinas de base popular y partidos que perseguían preponderancia nacional: “La derecha católica buscaba la ruta más efectiva para participar en la vida política, evitando los altos costos que le había representado la lucha armada”. Tania Hernández, “Las derechas mexicanas en la primera mitad del siglo XX”, Con-temporánea, México, núm. 9, enero-junio de 2018, disponible en: https://con-temporanea.inah.gob.mx/del_oficio/tania_hernandez_num9 (consultado el 18 de julio de 2019).

[12] De esta experiencia surgió la idea de Buena Prensa. Hasta hoy, estos folletos continúan siendo repartidos en las iglesias.

[13] Un perfil biográfico de José Antonio Romero se puede encontrar en la página web de Buena Prensa: http://www.buenaprensa.com/Romero_ort_fun.html (consultado el 18 de julio de 2019).

[14] A las órdenes de monseñor Luis María Martínez, arzobispo de la Ciudad de México, quien fungía como director de la campaña. Así lo demuestra el Archivo de Acción Católica Mexicana, fondo: Legión Mexicana de la Decencia, carpetas 1, 3, 5 y 8, resguardado en el Acervo Histórico de la Universidad Iberoamericana.

[15] Sus páginas contenían pocas ilustraciones y la única fotografía era reservada para la portada. Para entonces, el periódico incluía escasa pauta publicitaria. Las páginas interiores versaban sobre temas similares: reflexiones sobre el evangelio en la sección Deberes y devociones; el Consultorio práctico, con las preguntas de los lectores; la Guía cinematográfica, con la censura eclesiástica; y Orientaciones, con consejos de vida cotidiana y prácticas religiosas. En 1938, Unión costaba diez centavos, con una suscripción semestral cuyo precio era de 2.50 pesos. A inicios de los cincuenta, su costo ascendió a 25 centavos, y la suscripción anual, a diez pesos.

[16] Los cambios de formato y contenido de Unión revelan una preocupación por establecer una comunicación efectiva; pero en su etapa final también muestran la impronta del Concilio Vaticano II y la relación del laicado y el clero con otras agencias de impacto social. A partir de 1954 la publicación se vuelve ágil y menos acartonada en sus artículos.

[17] Roberto Blancarte, Historia de la Iglesia católica en México, México, FCE, 1992, p. 119.

[18] María del Carmen Collado Herrera, op. cit., p. 23; Elisa Servín, “Entre la Revolución y la reacción: los dilemas políticos de la derecha”, en Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, FCE / Conaculta, 2009, p. 495.

[19] El censo de 1951 reporta una población de 32 347 698 habitantes; véase INEGI, Anuario estadístico 1958-1959, México, INEGI, 2009, p. 35.

[20] Soledad Loaeza, “Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-1968”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, pp. 674-677; Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2006, pp. 1035-1036.

[21] Elisa Servín, op. cit., p. 495.

[22] A punto de iniciar la década de 1960, el Censo General de Población reportó que dieciocho de treinta y cinco millones de habitantes en México, es decir, un poco más de la mitad, vivían en zonas urbanas. La mayoría de la población urbana se concentró en la Ciudad de México. INEGI, Anuario estadístico 1970-1971, México, INEGI, 2009, pp. 29-30; Ariel Rodríguez Kuri y Renato González Mello, “El fracaso del éxito, 1970-1985”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 700.

[23] José Miguel Romero de Solís, El aguijón del espíritu: historia contemporánea de la Iglesia en México, 1892-1992, México, Imdosoc, 2006, pp. 442, 452-454; Roberto Blancarte, op. cit., p. 21.

[24] INEGI, La diversidad religiosa en México. Censo general de población y vivienda 2000, México, INEGI, 2000, p. 3.

[25] Siguiendo a Émile Poulat, el historiador Ricardo Arias define el catolicismo “integral” e “intransigente” como un sector que asume una concepción “globalizante” frente a la injerencia de lo religioso en la sociedad, rechazando la separación entre el creyente y el hombre social, así como entre las instituciones estatales y la religión. Ricardo Arias, El episcopado colombiano: intransigencia y laicidad (1850-2000), Bogotá, Uniandes / Icanh, 2003.

[26] Así lo plantean Luis Aboites y Engracia Loyo en “La construcción de un nuevo Estado, 1920-1945”, en Erik Velásquez García et al., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, p. 644.

[27] Manuel García, La palabra de Pío XI sobre la Acción Católica, México, Buena Prensa, 1940, p. 6.

[28] Émile Guerry, Código de Acción Católica, trad. de Francisco Peiró, Madrid, Razón y Fe, 1932, p. 43.

[29] “Campaña Nacional para la Moralización del Ambiente”, Unión, 6 de junio de 1952.

[30] Es el caso del Boletín de la Junta Central, de ACM, La Familia Cristiana, Señal, Juventud, La Unión, entre otros.

[31] Al mejor estilo de Ernest Renan, “¿Qué es una nación?”, pp. 3-4, disponible en: http://perso.unifr.ch/derechopenal/assets/files/obrasjuridicas/oj_20140308_01.pdf (consultado el 18 de julio de 2019).

[32] Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, México, FCE, 1995, pp. 22-25.

[33] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 3.

[34] Fidel Peón, “México debe ser una nación…”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[35] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[36] Idem.

[37] Ernest Renan, op. cit., p. 3.

[38] Leif Korsbaek y Miguel Ángel Sámano Rentería, “El indigenismo en México: antecedentes y actualidad”, Ra Ximhai, vol. 3, núm. 1, enero-abril de 2007, pp. 195-224.

[39] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 1.

[40] Luis Nava (presbítero), “Un problema de nuestros días”, Unión, México, 13 de julio de 1952, p. 1.

[41] José María González (monseñor), “El peligro protestante”, Unión, México, 19 de julio de 1953, p. 12.

[42] Fidel Peón, “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, junio 25 de 1950.

[43] Idem.

[44] José Vasconcelos, “Nuestra cultura es la española y quienes van en contra de ella, van contra la patria”, Unión, México, 6 de noviembre de 1955.

[45] Luis Barrón, “Conservadores liberales: Luis Cabrera y José Vasconcelos, reaccionarios y tránsfugas de la Revolución”, Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, El Colegio de México, 2009, pp. 458-460.

[46] Ezequiel Cervantes, “El Prof. Gaos necesita aprender historia”, Unión, México, 11 de diciembre de 1955.

[47] Para Hastings, el nacionalismo emana de la creencia de que la etnicidad o tradición nacional propia es tan valiosa que requiere ser defendida bajo la creación o la ampliación de una nación-Estado. Ello se hace latente cuando una etnia o nación siente amenazados su propio carácter, extensión o importancia, ya sea por un ataque externo o por el sistema estatal del que hasta ese momento ha formado parte. Adrian Hastings, La construcción de las nacionalidades: etnicidad, religión y nacionalismo, Madrid, Cambridge University Press, 2000, pp. 14-15, 51.

[48] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[49] “México debe ser una nación oficialmente católica”, Unión, México, 25 de junio de 1950, p. 3.

[50] Luz de Also, “Religión y patria”, Unión, México, 1952, p. 12.

[51] Alejandro Ortiz-Cirilo, Laicidad y reformas educativas en México (1917-1992), México, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM (Cultura Laica, 10), 2015, p. 82, disponible en: http://catedra-laicidad.unam.mx/wp-content/uploads/2015/06/laicidadyreformas1.pdf (consultado el 18 de julio de 2019).

[52] “Iglesia y Estado, son poderes independientes”, Unión, México, 25 de septiembre de 1955, p. 1.

[53] Fidel Peón, “México debe ser…”, Unión, México, junio 25 de 1950, p. 1-3.

[54] Idem.

[55] Idem.

Fuente:

https://con-temporanea.inah.gob.mx/del_oficio_laura_ramirez_num11

Categorías: Articulos de interes
  1. No hay comentarios aún.
  1. No trackbacks yet.

Deja un comentario