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Ser apóstol

Necesitas comulgar

En primer lugar porque Nuestro Señor así te lo pide: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”  Si no comes La carne del Hijo del Hombre y si no bebes su sangre, no tendrás la vida eterna.” Ya lo ves, no se trata de un consejo para una vida más perfecta, sino de una condición de vida sobrenatural; no se trata de una recompensa, sino de un alimento destinado para sostener una vida.

“Yo soy el pan bajado del cielo” dijo Jesucristo en una ocasión para darnos a entender que así como el pan es el más necesario de todos los alimentos, así su Eucaristía es indispensable para la vida del alma. El pan del alma está en el Tabernáculo, como decía el Santo Cura de Ars.

Cuando tú pides en el Padre nuestro el pan de cada día, estás pidiendo el pan Eucarístico y ¿no sería triste que recitaras todos los días esa oración y que ni siquiera pensaras en la Comunión frecuente y diaria?

Con razón decía Santa Teresa del Niño Jesús: “No es para permanecer en los copones de oro para lo que Jesús desciende diariamente del cielo, sino para encontrar otro cielo: el cielo de nuestra alma donde El halla sus delicias.”

El apóstol de AC debe distinguirse por la puntualidad en recibir a su Maestro en la sagrada Eucaristía.

En segundo lugar porque la Iglesia te reitera la orden de Nuestro Señor. Si no tienes bien precisas estas verdades, fíjate un poco y verás.

Los primeros cristianos comulgaban en todas las Misas a las que asistían y se llevaban a sus casas la Santa Eucaristía. Conoces bien la historia del joven Tarcisio, uno de tus predecesores en el apostolado.

Para remediar la indiferencia en que había caído el pueblo cristiano, el Concilio de Letrán, en 1215, impuso como mínimo, la Comunión pascual. A la herejía protestante, el Concilio de Trento respondió exhortando a la Comunión y para facilitar los deseos del Concilio. Dios suscitó una pléyade de apóstoles de la Eucaristía: Ignacio de Loyola, Felipe Nerí, Pascual Bailón, Vicente de Paúl, etc.

A los errores del jansenismo, Dios respondió por medio de Sta. Margarita Ma. Alacoque, en las revelaciones de Paray-le-Monial y por el culto al Sacratísimo Corazón y a la Eucaristía.

En 1902, en una Encíclica que era como su testamento, León XIII en numera de nuevo los argumentos tradicionales en los que se apoya la comunión frecuente y por fin el gran Papa Pío X derribó todas las barreras que alejaban a las almas de la comunión y en decretos memorables indicó las condiciones fáciles de cumplir que permiten comulgar y comulgar a menudo, desde la edad de la discreción.

Y si quisieras que te formara una lista de los personajes que en la Iglesia fueren los más fervientes partidarios de la comunión, Santos y Santas oficial-mente canonizados, hombres o mujeres de influencia y acción, te asombrarías por el número imponente de los que en todo tiempo -especialmente ahora- se han distinguido en esta materia. Entre miles y miles, me contentaré con recordarte el apostolado de 5. Juan Bosco, quien hace más de 50 años predicaba la comunión frecuente. Escribía: “Cuando un niño sabe distinguir entre el pan ordinario y el pan Eucarístico, no debe uno preocuparse de su edad: es preciso que el Rey de los cielos venga a reinar en su alma.”

Por último es preciso que comulgues, porque necesitas recibir el alimento de tu alma. ¿No te has fijado cómo todo ser viviente, planta o animal, necesita para poder vivir el tomar los alimentos que estén de acuerdo con su naturaleza? Lo mismo pasa con tu alma. Ha sido honrada con una vida divina y por lo mismo necesita un alimento divino, alimento diario, no como discurren algunos malos cristianos que creen que con una vez al año que comulguen están alimentadas sus almas ¿No vemos que para gozar de buena salud y tener fuerzas y una vida llena de vigor, necesitamos comer todos los días? Pues igual cosa pasa con el alma porque todos los días tiene combates con las pasiones, todos los días encuentra dificultades, tentaciones, seducciones, peligros.

Y tú, especialmente, cristiano que has escuchado el llamado del Amo para trabajar en su grande empresa del Apostolado de Acción Católica, tú necesitas llevar a Cristo en tu corazón, en tu espíritu, en tus palabras, en tu semblante, para que puedas entregar ese tesoro a los otros, a los olvidados, a los que andan descarriados, a los hijos pródigos. Tú necesitas esa fuerza espiritual para que no te desanimes con las dificultades, para que no te canses, para que no desmayes.

“Danos la fuerza, ven a socorrernos” le decimos al Santísimo Sacramento. Pídele esa fuerza cada vez que comulgues; esa Hostia divina es el alimento de nuestras almas, el pan de los débiles y de los fuertes para los débiles es la fuerza, para los fuertes es la defensa, porque llevan ese tesoro en vasos muy frágiles y rodeados de enemigos: Jesús es la defensa, el guardián de la pureza y de la santidad.

Algunas veces habrás oído decir que no comulgan las personas porque no se creen dignas de acercarse a recibir a Nuestro Jesucristo. Tal vez tú lo habrás dicho también algunas veces y con esto te habrás alejado de la Sagrada Mesa. Piensa en lo mal que has hecho.

Que no seas digno de comulgar, es cosa cierta, pero tampoco ni el Santo Padre, ni los Obispos y Sacerdotes que comulgan diariamente. Por eso la Iglesia te hace repetir tres veces antes de comulgar aquellas palabras del centurión: “Señor, yo no soy digno.” También sabes que la comunión no es una recompensa, sino un alimento y el Decreto de Su Santidad Pío X aclara y precisa bien que al exhortar a la comunión frecuente, Nuestro Señor y la Iglesia no ponen en primer lugar ni el honor, ni el respeto que se deben a Jesucristo, sino el bien que tu alma podrá sacar dé la Comunión. De manera que, digno nunca lo serás, pero comulgando bien, cada día serás menos indigno. Si Dios ha querido franquear la distancia inmensa que lo separa de nosotros ¿discurrirías tú negarte a dar los pocos pasos que te acercan a Él? Es a los seres frágiles y débiles a los que Nuestro Señor ha dicho: “Venid a Mí todos”, a los enfermos porque El se ha declarado el médico de las almas; a los que están en peligro de morir porque El afirmó “Yo soy el pan de vida”.

También habrás pensado una y muchas veces que no haces ningunos progresos en tu vida espiritual y que de nada te servirán tus comuniones. Pero también en esto nos equivocamos. ¿Te das cuenta del crecimiento que recibe cada día tu cuerpo con la comida que tomas? Y ¿por eso discurrirías dejar de tomar tus alimentos? ¿Verdad que no? Pues ahora fíjate en tu alma y si te quejas de que -a pesar de tus comuniones- permaneces en un estado espiritual estacionario, reflexiona que en lugar de quejarte, deberías cantar un Te Deum de acción de gracias, pues es un beneficio muy grande el mantenerse diariamente en estado de gracia.

Y por otra parte, recuerda lo que decía San Lorenzo Justiniano: Para mantenemos en la humildad, Dios oculta a las almas buenas sus progresos espirituales.

En lugar de culpar a la comunión de tu falta real o aparente de progreso, examínate si no serás tú la causa por la falta de disposiciones, por tus confesiones mal hechas, por pecados veniales deliberados, pecados mortales muy frecuentes, preparación v acción de gracias superficiales etc., etc. Piensa en todo esto; enmiéndalo y verás como entonces cada día adelantas en el Apostolado y en el amor de Dios,

Devoción a María

¿Has reflexionado cuidadosamente en el lugar inmenso que debe ocupar la Santísima Virgen en tu piedad de apóstol seglar? Si no habías caído en la cuenta hasta hoy, recuerda lo que es el apostolado: un deseo permanente de dar a Jesús al mundo. Y ¿qué es lo que hizo María? Pues, ella fue la que dio a Jesús a la humanidad y por eso la encarnación es el fundamento de todas las gracias y privilegios con que fue distinguida la Santísima Virgen, sobre todo el privilegio de su Concepción Inmaculada.

Ella es con razón la Reina de los apóstoles; a ella le pedimos en la Salve que “nos muestre a Jesús”, de ella decimos en el Credo: “Por nosotros, Jesucristo nació de Santa María Virgen”. Al comprender el por qué del hermoso titulo de Reina de los Apóstoles, que le ha dado la Iglesia, también ha de llenarte de alegría el considerar la dignidad inmensa del apostolado seglar al que has sido invitado en la Acción Católica. Si María es el apóstol por excelencia, trabajarías en vano si te salieras del camino que ella te trace, si no procuras conducirte como ella lo hizo, si no te abrigas bajo su protección maternal.

Conságrale tus alegrías de apóstol, pues ella es la Causa de nuestra alegría. Invócala en tus sufrimientos de apóstol, pues éstos serán muchos y ella es la Reina de los mártires y el Consuelo de los afligidos. Fíjate que Jesús quiso tener en el Calvario el consuelo de su presencia, para darnos a entender que ella es nuestra mejor compañía en las horas más difíciles y amargas de nuestro apostolado.

Los Ejercicios Espirituales

En el tiempo de cuaresma, en el que la Iglesia te invita al recogimiento y- a la meditación para que veas cuán dulce y misericordioso es el Señor, bueno será que aprecies lo que valen para un apóstol el retiro y el silencio. Hay silencios estériles y vergonzosos; pero hay silencios fecundos y uno de ellos es el que se te pide en un día de Retiro, en una tanda de Ejercicios Espirituales. Silencio de la lengua y de la imaginación, con el fin de que puedas percibir mejor la voz de Dios y los llamados de su amor y sobre todo para que encuentres a Dios, pues para que lleves a Jesús a otros prójimos, es menester poseerlo más que los otros, es preciso entrar en un contacto íntimo y secreto con El, cuando menos en este santo ‘tiempo de penitencia y de recogimiento.

Además tu silencio de cuaresma deberá facilitarte la reflexión sobre ti mismo, tus faltas, tus defectos, tu pasado, tu porvenir. Allí será donde caigas en la cuenta de lo mal que has trabajado; del orgullo con que has echado a perder tus empresas, de la indisciplina que ha caracterizado tus actividades; en el silencio de tu retiro espiritual será donde encontrarás la fuerza para enmendar resueltamente tus yerros, mejorar tu servicio e imponerte los sacrificios que sean urgentes.

Aprovecha este tiempo de oración, de recogimiento y de reflexión porque no sólo es tu alma la que sacará grande provecho, también la vida dé tu grupo parroquial sentirá el influjo benéfico del cambio que se haya obrado en tu alma.

El Retiro mensual

Pero no vayas a creer que para ser buen apóstol y propagandista te basta con hacer cada año tus ejercicios espirituales. Para mantener el buen resultado que en ellos hayas obtenido, es indispensable la práctica del Retiro mensual. Esta práctica tiene por objeto recordar las enseñanzas recibidas, reunir a los escogidos para formarles su conciencia acerca de la bondad y hermosura de la organización, urgirles e1 escrupuloso cumplimiento de sus cargos y dar las consignas del mes.

El apóstol necesita vivir en íntimo contacto con el Maestro Jesús, conocer su mirada, descubrir su presencia, saber escuchar su voz. Sólo acudiendo a las audiencias frecuentes que Cristo nos brinda en el silencio de un día de retiro podrá el apóstol seglar acostumbrarse a sentir la presencia de Cristo en su alma. Sólo en las horas de recogimiento íntimo puede el alma sentir la mirada amorosa de Cristo, aquella mirada de luz y de amor que cautiva la voluntad y para siempre. Sólo en el retiro mensual llega el alma a caer en la cuenta de que Cristo la busca como el pastor a la oveja perdida y que la busca para perdonarla, para mejorarla siempre, para descubrirle horizontes amplios y nuevos. Sobre todo en el retiro será donde el Maestro te llamará a subir siempre más alto, tal vez llegues a oír su llamado preciso: Ven y sigue-me y ya sabes que esta frase puede determinar definitivamente tu salvación eterna: un retiro puede ser la hora de Dios, la hora decisiva de tu vida, en la cual Dios te muestra el ideal que habrá de transformar por completo tu existencia, armándote contra el tumulto de la vida, afirmándote para ganar la reconquista espiritual de los medios que tengas que cristianizar.

Dominar el respeto humano

Tus retiros frecuentes te irán convenciendo de la necesidad que tienes de vivir tu cristianismo, lo mismo en la intimidad de tu vida privada, como en los mil aspectos de tu vida familiar, en los compromisos de la vida social y hasta en el trajín de la vida pública.

Forzosamente, en cualquiera de las manifestaciones de esta vida compleja, estará tu apostolado; pero urge que caigas en la cuenta de que hay un gran obstáculo para que cumplas a conciencia con tu deber. Ese obstáculo es el respeto humano, es decir: el miedo a los demás, a sus opiniones, a sus críticas, a sus amenazas.

Miedo a los hombres: ¡que cosa tan bochornosa!  . Miedo a lo que puedan decir, no los más virtuosos, ni siquiera los más educados. – . Miedo, por otra parte, de cumplir con el más grande y el más noble de todos los deberes: ¡ser cristiano y probarlo con hechos!

Medita bien, tú, socio militante de la acción oficial de la Iglesia, en aquellas terribles palabras de Jesucristo Nuestro Señor: “quien se avergonzare de Mi delante de los hombres, de él me avergonzaré yo delante de mi Padre Celestial. “Piensa también que el esclavo del respeto humano sólo cosecha desprecio y desdén, aún de parte de los malos cristianos con los que se anda avergonzando, y en cambio el cristiano ejemplar acaba por imponer respeto y admiración.

Tenlo muy en cuenta, apóstol seglar. No temas la maledicencia de los mundanos que te critican y te desprecian; no te arredres ante las burlas y ofensas de los que hace tiempo traicionaron la fe de sus padres. Pero 110 te contentes con eso: haz algo más que eso: gloríate de la fe que guardas en tu alma, de esa fe que tantos bienes ha traído a la tierra, puesto que fe y civilización históricamente se confunden: gózate en pertenecer a la Iglesia, depositaria de esa fe, pues ha contado y cuenta entre sus adeptos a todo lo mejor que la humanidad ha producido en la virtud, en la ciencia, en el honor, en el patriotismo, en el valor y en el heroísmo.

Vive tu cristianismo con santo orgullo en la trama sencilla de tu vida diaria: que tus vecinos, que tus parientes, que tus hijos vean que amas a Cristo con tus obras. Himno constante de apostolado, será el canto que Dios espera de ti.

Para que hagas de tu vida un himno constante de apostolado, será preciso que te muestres ejemplar en todo. Ya sabes que si has aceptado trabajar activamente en el apostolado seglar, es porque compren-diste que el Maestro te busca para que fueras testigo suyo delante de los indiferentes o de los incrédulos y no podrás dar testimonio de Jesucristo ante el mundo, ‘si no llevas una vida ejemplar. El Maestro lo decía: “Os he dado ejemplo, para que os portéis como habéis visto que yo he vivido”. No te olvides que la fuerza del ejemplo es irresistible: no quieras reformar la conducta ajena, sin antes enmendar la tuya propia.

Se cuenta que Federico Ozanam, atormentado en su juventud por dudas contra la religión, entró un día en una iglesia en París. En medio de la soledad del templo, distinguió entre la penumbra al ilustre sabio Ampere, arrodillado rezando su rosario. Contempló un instante al anciano y sin hacer el menor ruido salió de la iglesia: iba transformado. Se sentía seguro, firme, inquebrantable en su fe: las dudas habían terminado para siempre.

Pocos años más tarde, estudiaba en París, García Moreno, el que fue Presidente del Ecuador. Una mañana, discutiendo con un compañero se puso a defender valientemente la religión: pero al ser interrogado por su contrincante sobre la manera como practicaba él esa religión que tanto defendía y desde cuándo no se confesaba, sintió tanta vergüenza al caer en la cuenta de que hacía tiempo no practicaba, que sólo contestó estas palabras: “Tienes razón, pero te advierto que desde mañana tu argumento no valdrá nada”. Al día siguiente comulgaba en San Sulpicio y desde ese día hasta su muerte practicó escrupulosamente la fe que llevaba en su corazón.

Fíjate en esos dos ejemplos, tú que en tus grupos de AC., tendrás que defender tantas veces la religión: no te vayan a reprochar que predicas y no practicas. Acuérdate también que tu buen ejemplo puede convencer, aunque no hables una sola palabra.

Conocer bien tu fe

Ese buen ejemplo que espera de ti la Santa Iglesia, no serás capaz de darlo, si no estás bien instruido en tu fe, pues para que vivas ejemplarmente es necesario que conozcas bien a Jesucristo y estés enamorado de su doctrina.

No te acuerdas de aquel hermoso pasaje del Evangelio en el que se nos cuenta que Jesús dirigió a sus apóstoles esta pregunta: “En el mundo, ¿quien creen las gentes que soy yo?” Los apóstoles contestaron y le dijeron lo que el mundo decía, pero cuando Jesucristo, dirigiéndose a sus apóstoles les pregunta:

“Y vosotros ¿quién creéis que soy?” San Pedro al punto le dice: “Tú eres Cristo el Hijo del Dios vivo

Si el Maestro volviera a este mundo y te preguntara 10 mismo ¿cómo le contestarías? Si sabias decirle con exactitud quien es, ¿podrías sostener tu afirmación delante de los incrédulos modernos? Es decir, ¿estás bien instruido de la fe? ¿Sabes todo lo que debe uno saber a cerca de Jesucristo, de su naturaleza, de su grande obra, de su vida admirable, de la Santa Iglesia que El fundó, de la jerarquía divina: el Papa, los señores Obispos, los señores Párrocos; de sus sacramentos, de su culto, de su liturgia?

Todo eso forma parte del conocimiento de Jesucristo que debes poseer porque eres apóstol y debes comunicar a Cristo a muchas almas y ya sabes que nadie da lo que no tiene.

No pierdas ni un solo día, estudia tu religión, conoce tu fe: así amarás a Cristo, lo imitarás y podrás dar testimonio de El.

Saber defender la Fe

Si hemos quedado en que un apóstol debe conocer bien su fe, ahora debemos convenir en que ese conocimiento cabal de la fe de Cristo es para poder defenderla de los ataques de los enemigos. Mientras más firme sea tu fe, mejor será la defensa que de ella logres hacer.

Ante todo, cuando tengas que hablar y tratar y hasta convivir con las gentes impías o que quieren aparecer como tales, con esos espíritus débiles que se creen fuertes porque niegan o porque blasfeman. En segundo lugar cuando caigan en tus manos libros perversos que, como dice un gran autor moderno, son los culpables de que hayamos llegado a lo que nunca hubiéramos debido llegar. Si tu fe está bien ilustrada, sabrás defenderla en cualquiera de las dos ocasiones.

También la defenderás con la moralidad de tu vida, pues habrás echado de ver que muchos atacan a la religión y se burlan de nosotros porque no pueden llevar una vida limpia, pues todo lo que daña a la moral, corrompe también la fe. Acuérdate de lo que decía San Juan: “Todo el que vive mal odia la luz y no la busca para no ver condenada su conducta; en cambio el que vive bien, viene a la luz para que se vea que sus obras son de Dios y hechas en unión con El”.

Sumisión filial

La mejor defensa que podrás hacer de Jesucristo y de su doctrina consistirá en la filial obediencia y sumisión sincera a la Iglesia que Cristo fundó, no sólo para perpetuar su doctrina, sino para perpetuar la vida divina en las almas. De manera que para ser un buen apóstol de Jesucristo es condición indispensable trabajar dentro del espíritu de la Iglesia, en sumisión a las órdenes de la jerarquía, el Santo Padre, nuestros señores Obispos, nuestros señores Curas.

El verdadero apóstol seglar no debe tener más ambición que la de aplicar las enseñanzas de la Iglesia sin vacilar un sólo momento, a pesar de las resistencias, francas o encubiertas, de los enemigos de fuera y de los enemigos de dentro. Para el apóstol seglar, íntegro y sincero, no hay más bandera que la unidad católica, ni mejor lema que el hermoso de la juventud: “Por Dios y por la Patria”. La Patria para Jesucristo y el apóstol ha de sumar sus esfuerzos y sus trabajos a los de la Jerarquía eclesiástica, hasta lograr la restauración de esta gran familia mexicana que necesita Eucaristía y que necesita ser invencible en la fe.

Tarea heroica, tarea propia de apóstoles: empresa que irá siendo una realidad en la medida en que los equipos seglares, organizados y bien preparados, se muevan en armoniosa disciplina y en filial sumisión.

Hay que ser escrupuloso en la obediencia a la voz del Santo Padre hay que defender siempre y por siempre su persona, sus directivas, sus consignas.

Si en todo tiempo debe el católico mostrarse sumiso y obediente a la voz del Santo Padre, a nosotros que nos ha tocado vivir bajo el gobierno del actual Pontífice, el Papa de la AC, qué fácil debe sernos cumplir con ese sagrado deber. Fijemos un momento nuestra atención en la gran figura del Jefe Supremo de la Iglesia Católica y pensemos en la importancia de sus funciones y robustezcamos nuestra Conslanza en el apostolado seglar para el que hemos sido llamados por El.

Es para nosotros como un Faro luminoso que ha señalado la ruta segura y que nos está marcando la meta hacia donde debemos dirigir nuestra labor de apostolado.

Vigilante y alerta, como un experto Piloto maneja con mano firme el timón de la barca de Pedro, sacudida furiosamente por el Comunismo, el más grande enemigo que haya conocido tal vez la Iglesia de Dios.

Documentado constantemente por la información de miles de Prelados del mundo entero, el Santo Padre, el Pastor Supremo, bueno y cariñoso enseña, instruye, apacienta realmente a todos y a cada uno de sus hijos, principalmente a los que, obedientes a su Voz, se están entregando con celo apostólico a la causa del bien y de la paz.

Mira, apóstol seglar, qué claros y evidentes son tus deberes para con el Santo Padre: más que otros cristianos, tú le debes amor, respeto, obediencia, desinterés, por no mencionar sino los principales. No discutas sus órdenes: obedécelas sin vacilar, no des oído a los que lo atacan o desprecian su llamado para la AC: tú entrégate por completo al servicio de tu grupo parroquial, en el cargo que se te haya confiado. Defiende al Santo Padre, pide mucho por él, para que Dios nos lo conserve, que le aligere su carga, que lo sostenga, que lo consuele, lo santifique más aquí en la tierra y lo glorifique en el cielo.

Por eso, el católico no es ni puede ser un individuo aislado, replegado dentro de sí mismo, pues el Santo Padre quiere que se unan todos los fieles y que se aprieten bien los lazos, en toda la cristiandad, al-rededor suyo, en las Diócesis en torno de los señores Obispos y en las Parroquias alrededor de los señores Curas. Quiere el Santo Padre que este orden de la Jerarquía católica sea el más perfecto posible, a fin de que pueda realizarse, por conducto de los sacerdotes y seglares, la obra de la Redención. Quiere que entendamos que esta jerarquía es un árbol vigoroso, bien plantado y bien crecido, del cual Jesucristo es su’ raíz oculta, fuente de vida donde se elabora la savia y sobre quien todo el árbol descansa. El tronco que brota, visible del suelo, formando una misma cosa con la raíz es el Papado; y las ramas matrices, las que brotan directamente del tronco re-presentan las Diócesis, las cuales a su vez ramifican en Parroquias. Y así como la vida del árbol circula con la savia y llega hasta las extremidades de las hojas más pequeñas, así nuestra vida de cristianos se alimenta con la Gracia de los Sacramentos, administrados por los representantes de Dios en la tierra.

Mira en tu Párroco y en tu Señor Obispo a los representantes legítimos del Sumo Pontífice, quien a su vez, es el Vicario de Jesucristo.

Espíritu Parroquial

Ahora conviene que recuerdes que la Parroquia no es simplemente un edificio con determinadas formas exteriores: es un organismo viviente, cuyos miembros (todos los que viven dentro de su jurisdicción) están estrechamente unidos por tener el mismo destino, por ser todos hijos de Dios y porque persiguen en común el noble fin de la santificación de sus almas y las de su prójimo dentro de la misma Parroquia. Ese sentimiento de solidaridad parroquial es indispensable para desempeñar con verdadero celo los deberes que impone la AC, pues no en vano el Santo Padre quiere que todos participemos en el apostolado jerárquico, es decir, el de la Parroquia o el de la Diócesis. Por eso, para ser buen católico debes ver la Religión no sólo por lo que a ti te interesa, como lo hacen tantos cristianos piadosos, sino que tú, apóstol y convencido en la acción oficial de la Iglesia, tú, debes verla en toda su amplitud, en la célula viviente que es el centro y el hogar de tu pequeña cristiandad, tu Parroquia, a fin de realizar en torno del Párroco, de los Obispos y del Santo Padre la unión católica del redil, la unión fraternal de los ‘redimidos por Jesucristo.

Necesidad de la vida interior

La primera condición del apostolado es la necesidad de la vida interior, de la vida de Dios en nosotros, por medio de la gracia santificante. Es esta vida la que el militante de la Acción Católica y todo católico comprometido, está obligado a dar a los demás o ver que aumente si ya la tienen y ¿cómo podrá el propagandista, el apóstol, dar lo que no tiene? El árbol no se desarrolla, lozano y frondoso si no tiene la savia que le da vigor y vida. Un reloj no sirve para contar la hora, si interiormente no tiene la cinta de buen acero en constante tensión y vigor para dar impulso al engranaje de los ruedas.

Lo mismo sucede en el apostolado. “Del corazón nacen los nobles pensamientos” dijo una vez Nuestro Señor Jesucristo; de él también brotan los movimientos generosos. De ahí que S. Pablo nos aconseje con tanta razón que nos despojemos del hombre viejo para revestimos del hombre nuevo, porque mientras no tengamos a Cristo, mientras no seamos de Cristo, no podremos dar a Cristo, ni comunicarlo a las almas. ¿Cómo irradiar si uno mismo está apagado, sin luz, sin fuego?

Lo malo está en que, aunque Cristo ha venido ya, aunque todos hemos recibido de la plenitud de Cristo, como dice S. Pablo, sin embargo. Cristo permanece un extraño y un desconocido. Ahora como en tiempos del Bautista es amarga aquella afirmación: “En medio de vosotros está aquel que desconocéis”.

Es menester que el apóstol se resuelva a reconocer a Jesucristo prácticamente, en su corazón y en su vida, para que tenga la amistad divina y sienta la presencia invisible de Jesús. Sólo así logrará dar a las almas de su prójimo algo de la abundancia de que estará desbordante su corazón y su vida.

Necesidad de la oración

El apóstol seglar a imitación del sacerdote, debe hacer de Jesús, la práctica de su vida diaria, a fin de que pueda dar, en la medida de que él mismo participe de la plenitud de Cristo.

Esa participación diaria del sentir de Jesucristo y de su Iglesia, viene a producir la renovación personal del apóstol seglar, que es algo indispensable para lograr la recristianización de la sociedad, puesto que, como dice hermosamente el P. Chautard en su libro “El alma de todo apostolado”: “La influencia decisiva sobre los corazones y las voluntades no es prerrogativa de los que se gastan en puras cosas exteriores, pertenece a los cristianos de vida interior.”

Ahora bien, una vida interior rica y maciza, sólo puede serlo por la oración, por la plegaria humilde de adoración, de acción de gracias, de petición confiada y constante, pues el apóstol debe tener la convicción íntima de que sin Dios nada puedo hacer. Cuando ese sentimiento íntimo de la impotencia de la propia vida sea la base del apostolado; cuando el obrero de AC sienta la confianza de que será sin duda escuchado “que si pide recibirá, que todo lo que pida al Padre en nombre de Cristo le será concedido”, entonces sus obras de celo apostólico estarán aseguradas y respaldadas por una fuerza irresistible que les dará eficacia sobrehumana.

Cuánto necesita orar el propagandista, el obrero de AC. Y no le bastarán sus oraciones propias, en sus amarguras, en sus contratiempos, en los aparentes desastres de su apostolado, deberá buscar las plegarias de las almas víctimas, las oraciones de las religiosas que sufren y oran en los deshechos claustros de nuestra pobre Patria.

Cuando al Rey San Luis le preguntaban por qué tenía confianza en la victoria, respondía: “Allá dejé en mi monasterio de Cleraval a los monjes orando y ayunando, todo saldrá bien”.

Necesidad de la oración litúrgica

No bastará sin embargo, tu oración individual, personal, para que cumplas con tu misión apostólica.

El apóstol es un cristiano a quien preocupa ante todo el aspecto social de su catolicismo. Debe sentir que todos sus pensamientos, sus preocupaciones y sus aspiraciones han de reflejar a Dios en su prójimo. De aquí que no le pueda satisfacer una oración individual y privada: él necesita una plegaria, una oración social.

Y bien sabido es que esta oración social es la plegaria litúrgica, la que nos recuerda incesantemente que lejos de ser miembros aislados, pertenecemos a un cuerpo que tiene vida divina. De esta vida divina, escribe un autor moderno, de esa poesía litúrgica v divina, es de lo que tiene necesidad el mundo materialista, que se ahoga en el sótano en donde lo tiene sepultado la vida moderna.

La liturgia mantendrá al apóstol en una atmósfera sobrenatural y divina, presentándole a Cristo, no a través de los velos de la historia, sino como Alguien que vive y que trabaja con él; como Alguien que está aplicándole, sin cesar, los frutos de sus misterios divinos, del misterio de Navidad, del gran festín de la Pascua, del gran día de la Ascensión, de Pentecostés, etc.

La liturgia hará comprender al apóstol el por qué de la repetición frecuentísima de esta hermosa fórmula: Por Cristo Señor nuestro, Amén Todo por El, todo pasando por su intervención, nada fuera del Plan de la redención, porque nos expondríamos a fracasar, porque nuestro apostolado sería infructuoso.

La liturgia recordará al apóstol de AC que la sed de almas, el celo por la salvación del prójimo, sólo en la sed de Cristo tiene su fuerza y su razón de ser y que aquel grito del Calvario “tengo sed” se renueva sin descanso en el altar del sacrificio y en el tabernáculo de la Eucaristía, centro y vida de todo el culto y de toda la liturgia cristiana. En esa oblación litúrgica del Pontífice aprende el apóstol a sacrificarse para salvar almas y a ofrecer al Padre la sangre del Cordero sin mancha para asegurar el fruto de su apostolado entre las almas, porque como decía 5. Pablo: “sin efusión de sangre, no hay Redención”.

La oración litúrgica, la plegaria social, en unión con Cristo, a nombre de todo el Cuerpo Místico, por la salud de todos sus miembros es la que infunde al cristiano el sentido social, el amor del prójimo, la justicia social, sin la cual no hay apostolado de buena ley.

Por la Liturgia el cristiano vive con los Santos, modelos y protectores; vive con la Santísima Virgen, cuyos misterios gozosos, dolorosos y gloriosos esmaltan y hermosean el campo de la Iglesia.

Con la Liturgia, la oración es siempre católica, universal. Por eso rezarás siempre en plural: Padre nuestro; Te suplicamos Señor; ten piedad de nosotros; ruega por nosotros; por todos los vivos y difuntos. De aquí que la Liturgia casi nunca emplea el pronombre singular yo, sino nosotros, porque con ella es la Iglesia toda entera la que ora; la Iglesia de todos los países y de todos los tiempos, aún la del más allá, puesto que la comunidad de la tierra es una misma con la del cielo. La liturgia, en efecto, está elevando constantemente nuestras almas, ya por los pensamientos que propone, ya por los ritos y símbolos que los producen. Por eso tanto recomendamos a los apóstoles de Acción Católica que se sirvan de un misal completo que venga a ser su libro cotidiano y el alimento de su piedad litúrgica.

Sin dudar es la riqueza incomparable de la Liturgia y de su poder para elevar las almas a Dios, medita en estas palabras de un famoso convertido, el poeta y escritor Paul Claudel, hasta hace poco Embajador de Francia en Washington. Escribía poco después de su conversión: “El gran libro donde aprendí fue la Iglesia. Bendita esta Madre majestuosa a cuyas rodillas he aprendido todo. Todos los domingos me los pasaba en Notre Dame y también iba entre semana para ver el Drama sagrado desarrollarse ante mis ojos en toda su magnificencia. No era el pobre, lenguaje de los libros devocionarios, eran una poesía profunda y majestuosa aquellas ceremonias, las más augustas que hayan sido confiadas al espíritu humano. No podía dejar de ver la Misa y cada movimiento del sacerdote se grababa profundamente en mi espíritu y en mi corazón. La lectura del Oficio de Difuntos, la de Navidad, las ceremonias de Semana Santa, el sublime canto del Exultet el Sábado de Gloria—en comparación del cual, los más hermosos acentos de Sófocles y de Píndaro me parecen desabrido—todo eso me inundaba de respeto, de gozo, de reconocimiento, de arrepentimiento y de adoración.”

Hasta esas regiones te elevará la oración Litúrgica, oh apóstol seglar si tienes cuidado de emplearla constantemente, como secreto de tu catolicismo social.

La Santa Misa

Toda la liturgia y toda la vida cristiana descansan sobre la piedra angular de la Iglesia, que es Cristo nuestro Señor. “Nada hay en el Universo que sea más grande que Cristo; nada en Jesucristo más grande que su sacrificio; nada más grande en su sacrificio que aquel último suspiro, aquel momento precioso en que su alma santísima se separó de su cuerpo adorable”.

Pues bien, la Misa no es más que la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario y por consiguiente, mira, apóstol de AC., por qué tenía razón el Cardenal Mercier cuando escribió estas hermosas palabras: “El cristiano es el hombre que asiste a la Misa.” Tú debes decirte: “El apóstol es el cristiano que sabe asistir a la Misa”.

¿Por qué? Porque a ejemplo de Cristo tú quieres ser salvador de almas y fue principalmente por su muerte en la cruz como El salvó a las almas.

Porque debes orar y así como sobre la Cruz Cristo ofreció a su Padre Celestial su oración y su sacrificio, así tú, en la Misa tu plegaria se unirá a la de Cristo.

Porque sobre todo, tú no podrás evitar jamás el sufrimiento, ni apartar de tu vida el dolor (pues en esto se conoce el verdadero apostolado) y por lo tanto, unido ese sufrimiento tuyo al dé Cristo que tiene un precio infinito, las penas te serán soportables; tus dolores y tus lágrimas participarán de una eficacia sobrenatural: la del Crucificado divino que se inmola diariamente en los altares. Nada es comparable a la Misa por lo que se refiere a la enseñanza del sufrimiento.

Mira por qué no exageraba el Santo Cura de Ars cuando decía: “Nada es comparable a la Misa; todas las buenas obras reunidas no equivalen al Santo Sacrificio. Las buenas obras son obra de los hombres, la Misa es obra de Dios. Ni el martirio se le puede comparar, pues la Misa es el sacrificio que Dios hace al hombre ofreciéndole su Cuerpo y su Sangre”.

Mira por qué un santo sacerdote, el P. Olivaint de la Compañía de Jesús, escribía desde su prisión: “Si yo fuera un pajarito iría diariamente a oír la Misa a alguna parte y regresaría a mi jaula.”

¡Cuántos cristianos ejemplares no dejan un día de asistir a Misa!

¿Tienes tú, apóstol seglar, esta estima de la Misa? ¿Te acuerdas de las grandes dificultades para asistir a la Misa en tiempos de persecución? Ahora que todo se te facilita no dejes de aprovecharlo para que asistas diariamente, si puedes, a la Misa.

El apóstol no debe contentarse con asistir a la Misa pues debe recordar que no es sólo el sacerdote quien dice la Misa. Al lado del sacerdocio oficial del ministro de Cristo está el sacerdocio místico de todos los cristianos que pertenecen, como decía 5. Pablo “a la raza escogida, al sacerdote real”.

San Ambrosio lo repetía frecuentemente a los fieles de Milán: “Todos los hijos de la Iglesia son sacerdotes: en el bautismo reciben la unción que los hace participar del sacerdocio”. Y por eso verás, apóstol seglar, que todas las plegarias litúrgicas de la Misa suponen esta participación de los fieles en el Santo Sacrificio. ¿Te has fijado bien en ello? Mira: el sacerdote casi siempre habla en plural: “Os ofrecemos este cáliz de salud”.   “En espíritu de humildad merezcamos ser aceptados”. .  “Que nuestro sacrificio sea grato”. . – “Recibid Trinidad Santa el sacrificio que os ofrecemos”. .. Orad hermanos para que mi sacrificio, que es también el vuestro, sea agradable a Dios”. . . “Acordaos, Señor, de vuestros siervos y siervas por quienes os ofrecemos.

¿Te fijas cómo no eres simple espectador en el sacrificio de la Misa, como si todo se pasara nada más entre el sacerdote y Dios? Tú eres también actor que debes tomar parte en el drama incruento y Sagrado y como apóstol seglar, debes tener una participación más estrecha que la de un simple fiel.

Procura que tu Misa sea como el sol de todo tu día, como el centro de tu vida cristiana. Pídele a Dios que llegues a mirar la Santa Misa como la acción fundamental de tu vida, saca de ella las gracias que necesitas para tu apostolado y que, al comulgar, recibas el alimento de tu alma y la fortifiques para las tareas del apostolado.

La Eucaristía, fuente de la vida interior

Ya recibiste, oh apóstol seglar, la convicción de que la vida interior es condición indispensable para que tu apostolado sea fecundo. Ahora bien ¿en dónde podrás encontrar una fuente abundante de vida interior sí no es en la Eucaristía? Sí no estuvieres todavía convencido recuerda aquellas palabras de Nuestro Señor:       “Si no comes la carne del Hijo del hombre y si no bebes su sangre, no podrás tener la vida”.

¿Comprendes ahora el por qué de la insistencia tan hermosa de Cristo Señor Nuestro, la noche de la Cena, cuando repetía que el sarmiento debe estar unido a la vid a fin de que pueda tener vida y dar fruto? “Como la rama no puede dar fruté por sí misma, así tampoco lo podréis vosotros, si os separáis de Mí”.

Por el contrario, qué fecunda la acción de un apóstol que sabe lo que es la vida interior, es decir, la vida eucarística. “Quien vive en Mí y aquel en quien yo vivo, ese dará abundante fruto”.

El autor del hermosísimo libro “El alma de todo apostolado” tiene razón de sobra cuando escribe: “Sin duda alguna la calidad del apostolado estará siempre en relación íntima con el grado de vida interior que haya adquirido el apóstol.”

Esa íntima comunicación con el Huésped divino te hará confiarle tus deseos, tus gozos, tus necesidades, tus penas y tus desilusiones, de tal manera que si tu apostolado es bendecido con grandes éxitos, todo lo atribuirás al Dador de todo bien, al Corazón Divino “de cuya plenitud todos participamos”. Si por el contrario no tienes más que decepciones y éstas te vienen de quienes deberían animarte, sostenerte, aprobar tus esfuerzos y colaborar contigo, piensa en los estrechísimos lazos que unen la Eucaristía con la Pasión y así comulgarás con los dolores de Cristo el apóstol divino, abandonado y traicionado por los suyos, El, que es Justicia, Desinterés, Caridad.

Y luego después de confiarle tus amarguras, ponte a escucharle: El te contará sus anhelos y te revelará los deseos de su Corazón Divino; te dirá palabras de aliento, te señalará consignas de vida; te trazará el camino: sobre todo, te hará comprender que si no es El quien obra y habla por ti, vanas son tus fatigas, estériles resultarán tus empresas, inútiles tus más hermosos proyectos.

Reflexiona, socio militante de la Acción Católica, y procura ir entrando por esa vida sublime de comunicación íntima con el Corazón de tu Maestro y de tu Rey.

Nota: No se tiene referencia del autor

Categorías: Accion Catolica
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