«Laicos por vocación, llamados a la misión»

DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR. DOMINGO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS 19 DE MAYO DE 2024: «LAICOS POR VOCACIÓN, LLAMADOS A LA MISIÓN»

«Laicos por vocación, llamados a la misión»

13 MAYO 2024 | POR REDACCIÓN

El próximo domingo 19 de mayo, solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. El lema elegido para la celebración de este año es «Laicos por vocación, llamados a la misión».

“Queremos que resuene con fuerza esa llamada que la Iglesia ha recibido, como asamblea de convocados, pueblo de Dios unido en la misión, a vivir su vocación, que tiene como horizonte la misión. Y de un modo propio y peculiar, destacamos la vocación laical, que se ejercita en la caridad política, en el anuncio del Evangelio en el corazón del mundo”, según señalan los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida en su mensaje.

«El laicado vive su vocación encarnado en el mundo, es decir, en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la educación, del cuidado de la casa común y, de una manera particular, en la vida pública. Y también se desarrolla en el interior de la vida de la Iglesia, ayudando en al liturgia, en la catequesis, en los grupos parroquiales», apuntan los prelados.

Eucaristía y encuentro

Ese día, los movimientos de la Acción Católica Española, al que pertenece la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), celebran a las 10:30 horas la Eucaristía en la Basílica-Santuario de la Gran Promesa de Valladolid, que será retransmitida en TV2. Posteriormente, habrá una comida compartida.

El encuentro permitirá reflexionar y celebrar juntos la importancia que para la vida cristiana tiene el sentirse enviados en los ambientes, donde hace falta comunicar la esperanza de Jesucristo resucitado, que acompaña la vida y la tarea de la militancia cristiana en las periferias. A ser testigos y a dar testimonio con el compromiso personal y comunitario en todas esas realidades donde hay que llevar un mensaje de humanización, de que otra realidad y otra sociedad es posible.

Mensaje de los obispos

La Jornada de este año, explican los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, invita a todos los bautizados a proclamar el Evangelio, a la misión que Jesús encomendó, «que se lleva a cabo con la fuerza del Espíritu Santo”.

Los prelados subrayan en su mensaje que «el envío a la misión procede del Padre, que tanto nos ha ama-do que ha enviado a su único Hijo para que alcancemos la salvación, por su muerte y resurrección. Y es Jesús resucitado el que ha entregado a su Iglesia, a cada uno de nosotros, el Espíritu Santo, que es el alma de la evangelización. Por tanto, es fundamental que descubramos, como miembros del Pueblo de Dios, que tenemos una misión que no es iniciativa nuestra, sino de Dios, que la sostiene y permitirá que perdure por los siglos de los siglos».

En este sentido, el escrito recuerda la celebración del Encuentro sobre el Primer Anuncio, el pasado mes de febrero y la preparación para un Congreso sobre las Vocaciones, que tendrá lugar en Madrid, en febrero de 2025. Con estas dos iniciativas, en el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar de este año 2024, «queremos que resuene con fuerza esa llamada que la Iglesia ha recibidocomo asamblea de convocados, pueblo de Dios unido en la misión, a vivir su vocación, que tiene como horizonte la misión. Y de un modo propio y peculiar, destacamos la vocación laical, que se ejercita en la caridad política, en el anuncio del Evangelio en el corazón del mundo».

Por todo ello, insisten en que «los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los hace sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia». «Nuestra primera y fundamental consagración – añaden- hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar».

Para los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida se trata de que «el laico sea laico» por vocación, en todos los ámbitos de la vida. «El laicado vive su vocación encarnado en el mundo, es decir, en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la educación, del cuidado de la casa común y, de una manera particular, en la vida pública». Y también se desarrolla en el interior de la vida de la Iglesia, ayudando en al liturgia, en la catequesis, en los grupos parroquiales».

Finalmente, desde la Comisión agradecen el servicio de todos y cada uno de los laicos «comprometidos en la misión evangelizadora de la Iglesia»

MENSAJE-DE-LOS-OBISPOS-2024_web.pdf (conferenciaepiscopal.es)

Fuente: https://hoaccadizyceuta.blogspot.com/2024/05/dia-de-la-accion-catolica-y-del.html

Categorías: Accion Catolica

La militancia cristiana

Luis Argüello García16 de Febrero de 2023

POR Luis Argüello García

Arzobispo de Valladolid

Somos sínodo, pueblo que camina enviado a anunciar la paz que surge del Reino de nuestro Dios. Vamos acompañados por el propio Cordero que quita el pecado del mundo. No salimos a dar una vuelta, sino a anunciar el reinado de Dios, que comienza con su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Y caminamos por una historia donde la muerte y el pecado perviven en nosotros, aunque hayan sido vencidos en Cristo.

Esta Iglesia, que va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, es denominada Iglesia militante, pues sabe, en palabras de Pablo en la Carta a los Efesios, que vivimos un permanente combate espiritual, pues «el mundo, el demonio y la carne» se oponen al reinado de Dios y quieren implantar el de la soberbia y el poder desde la mentira tentadora de creernos dioses.

La militancia surge al encarnar en nuestra vida el amor de Jesús y vivir sus virtudes de obediencia, humildad, pobreza y sacrificio, que desarticulan ya en nosotros las energías que quieren dominar el mundo. En ellas fundan su poder de dominación los imperios, pues «el dragón pasa su poder —arrancado del corazón humano— a la bestia», como dice el Apocalipsis. Este amor encarnado es ofrecido a la polis, esto es, a familias, ambientes e instituciones de la economía, la política y la cultura. Por eso, la Iglesia llama a este amor caridad social o política, que constituye la identidad y espiritualidad propia de la vocación laical o militancia cristiana.

Contemplemos algunos rasgos de esta forma de amar:

  • Presencia del amor de Dios en el mundo a través de su cuerpo de bautizados en pro de la instauración del Reino de Dios. Este supone salida y plaza pública, testimonio de obras y palabras.
  • Amor que responde a todo lo que el hombre es —no solo individuo aislado, sino persona en relación que constitutivamente vive en ambientes afectivos y culturales y florece en instituciones— y a todo lo que el hombre necesita; lo urgente de los hechos de fragilidad y pobreza y lo importante de las causas políticas, económicas, sociales y espirituales que están detrás de los hechos y de las personas a quienes queremos amar.
  • Compromiso activo y operante en ambientes e instituciones, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo justo y fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres. Este compromiso surge de la acción de gracias por haber experimentado en el propio corazón la victoria de Cristo, que impulsa a confesar esa victoria en la plaza pública, con un plan que marca la orientación de la vida y un compromiso que sitúa en el espacio y en el tiempo la acción agradecida.
  • Combate espiritual por la justicia del Reino en favor de los pobres, pues el militante descubre que los mecanismos más profundos de la dominación y el empobrecimiento son espirituales. Así, la gracia de Dios es arma imprescindible para vivir y convocar a la conversión, sin la cual, las malas hierbas del corazón rebrotan.
  • Acción sacramental que sea signo e instrumento, paradigma y primicia, germen y diseño que renueva personas, ambientes e instituciones. La visión progresista propia de la modernidad puede hacernos pensar que si no se consigue éxito total no merece la pena la lucha. Las acciones pequeñas merecen la pena, y en la historia vamos abriendo brechas en los muros, sabiendo que la plenitud del Reino no es de este mundo. Eso sí, las pequeñas acciones han de afectar a todo lo humano: corazón, ambientes e instituciones.

El ejercicio de la caridad política tiene una triple dimensión:

  • Vivencia del amor cristiano en la plaza pública. Promoción de la amistad social y de una cultura inspirada en los principios y valores de la doctrina social de la Iglesia. Coherencia de fe y vida de la persona en todas sus dimensiones. Cultivo de la conciencia de ser hijos, pecadores perdonados y hermanos. Esto ha de llevar a la objeción de conciencia cuando sea necesario, pero, sobre todo, a la promoción de conciencia de nuestros conciudadanos.
  • Presencia en los diversos ambientes y sectores de la vida pública promoviendo conciencia, generando cultura y estando presentes de manera activa y confesante en la acción institucional. Las formas de vida personales y familiares, la manera de entender y vivir las relaciones y la capacidad de ofrecer una mirada integral de hechos y causas son muy importantes para que la presencia sea significativa.
  • Acción política institucional a través de los instrumentos de acción política existentes y promoviendo nuevos.

Guillermo Rovirosa y Julián Gómez del Castillo descubrieron el gozo dramático de la militancia cristiana y consagraron su vida a la formación de militantes cristianos pobres. Hicieron suyo el grito de los pobres del siglo XIX: ¡Asociación o muerte! y descubrieron que sin la gracia trinitaria no es posible entregar la vida.

El autor participó el fin de semana pasado en Madrid en unas jornadas sobre Rovirosa y Gómez del Castillo.

Categorías: Laicos

Se necesitan militantes cristianos

18/05/2017

El cristiano ha recibido un mandato: “amarás a los demás”. Para ello debe abrirse a los demás desde una MILITANCIA. “El cristiano es militante o es un apóstata” (Pío XII).

La necesidad de militantes cristianos

D. Tomás Malagón

En la sociedad

Estamos viviendo un momento importante de la historia (semejante a la época del Renacimiento o la revolución industrial…), es una sociedad de constante crecimiento, con renovadas tecnologías, etc. originando rápidos cambios de costumbres, culturas, etc. Hay una “prisa” en el cambio que antes no se conocía. Por ello, es una época propicia para perder la orientación, el rumbo.

EL MILITANTE, en esta situación, es el que orienta y trata de poner luz, sentido, orientación. Y más si se es militante cristiano.

La sociedad se compone de hombres y el hombre es un ser “aventurero” (en oposición al animal que siempre es “conservador”), no se acostumbra, busca nuevos caminos, el cambio.

En esa búsqueda de aventura y cambio el hombre necesita “guías”, indicadores… Es la misión de los “líderes” y de los MILITANTES. El militante no sólo es el que sabe, sino el que ayuda, echa una mano, orienta y estimula.

Todo sistema filosófico, toda concepción o teoría de la vida busca y necesita MILITANTES para plasmar en realidad esa filosofía o sentido de la vida. En el CRISTIANISMO, también se necesitan MILITANTES.

Ser cristiano nos obliga a la militancia.

El cristiano es miembro de un cuerpo cuya cabeza es Cristo. En ese cuerpo todos los miembros están “interrelacionados” y son mutuamente responsables (Gn 4,9: ”¿Dónde está Abel, tu hermano? pregunta el Señor a Cain). El cristiane consciente es un MILITANTE, responsable del otro.

Ser cristiano supone sentirse responsable de acercar este mundo al Reino de Cristo y hacerlo visible con los rasgos que le son propios: paz, justicia. amor,… la realización del PLAN DE DIOS. En este proyecto todo cristiano es responsable y lo será de un modo ‘”visible” si se reúne con otros comprometiéndose a hacer real el Reino. Ser cristiano implica “dar testimonio comunitario del Reino”, es imposible hacerlo sin responsables: MILITANTES.

El cristiano ha recibido un mandato: “amarás a los demás”. Para ello debe abrirse a los demás desde una MILITANCIA. “El cristiano es militante o es un apóstata” (Pío XII).

En la Iglesia.

La Iglesia es depositaría de la PALABRA, de cuya escucha viene la fe y la salvación. El cristiano tiene el deber de transmitir esa Palabra liberadora a los hombres como luz, fuerza,… Para ello se necesitan MILITANTES.

La Iglesia es depositaría de la GRACIA: el poder salvífico de Cristo sigue salvándonos y llega a todos… a través de los MILITANTES.

La Iglesia es depositaría de la VIDA que se manifiesta en la “fraternidad”, el compartir,… Es la vida que brota del Evangelio que debe multiplicarse a través de los MILITANTES.

Ser cristiano supone ser ‘”mediador” entre Dios y el Mundo (puente), un hombre unido a Dios por la fe y a la humanidad por el compromiso. Cada cristiano es como la Iglesia un mediador, un MILITANTE comprometido.

El cristiano es un TESTIGO por encargo de Jesús que lleva al mundo el amor, la vida,… del mismo Jesús.

La Iglesia en una ESPERANZA en un mundo desesperanzado y sin ilusión, una esperanza manifestada y mostrada a través de un cristianos militantes.

La Iglesia de romper barreras de todo tipo para humanizar, unificar a los hombres, una Iglesia “sin fronteras”. El cristiano debe hacer esa misión de unificación, humanización… hermanando a todos. Esa es la misión del MILITANTE CRISTIANO.

En otros tiempos la Iglesia estaba defendida por los Estados (Reyes, Franquismo,…) Hoy días no es así, gracias a Dios. Es más independiente… Pero ello exige más compromiso de los cristianos de la “base” con más “convicción” . Tenemos una misión que cumplir. ¿Qué razón tenemos para no ser militantes? Todo nos exige y nos lleva a ser MILITANTES.

Nosotros mismos necesitamos ser militantes.

Lo necesitamos para desarrollar nuestra IDENTIDAD CRISTIANA. Normalmente no ejercemos nuestra “identidad” que precisa de ejercicio, destreza… en la fe, la esperanza, el amor (ser cristiano). El ser MILITANTE al que más favorece es a uno mismo, al cristiano.

Lo necesitamos para llegar a la ADULTEZ, y entre nosotros hay mucho “infantilismo”. La conciencia cristiana, la “adultez” se desarrolla por la práctica cristiana (el que comienza el libro es discípulo del que lo termina).

Lo necesitamos para CORRESPONDER a Dios lo mucho que ha hecho por nosotros. ¿Cómo? Prestando nuestras manos… nuestra voz… siendo MILITANTES.

Porque el ser MILITANTES es la mejor “escuela” de la vida. Constantemente nos encontramos con disgustos, heridas en la vida… La mejor manera de curarse es la ACCIÓN: estar ocupados para curar nuestros ‘”resentimientos”. Por esto, también, tenemos que ser MILITANTES. Lo necesitamos, finalmente, para sentirnos UNIDOS a los demás. Debemos ir a los demás y ser generadores de comunión.

Por todas estas razones se necesitan MILITANTES.

¿Qué hacer para ser MILITANTES CRISTIANOS? Es necesario suscitar ganas de ser MILITANTE viendo la grandeza de la militancia para uno mismo, para la sociedad y la Iglesia.

D. Tomás Malagón – sacerdote que consagró su vida

a la evangelización del mundo obrero (1917-1984)

Revista Id y Evangelizad  nº17

Fuente: https://auladsi.net/en-el-cristianismo-se-necesitan-militantes

Categorías: Laicos

Más que una planificación apostólica, capítulo 1

Mauricio López Oropeza

Claves conceptuales sobre planificación para el cambio social y nuevos caminos para una aproximación apostólica integral.

Nos preguntamos sobre la esperanza para este momento. Con ello, quienes nos interrogamos lo percibimos no sólo como extremadamente angustiante, sino también como un momento donde no aparecen perspectivas diferentes, donde el por venir no se nos presenta como un tiempo de claridad y de elevación. Y a pesar de eso, precisamente porque buscamos una mejor perspectiva, hablamos de esperanza” (Buber, 2006).

Durante los últimos años, quizás por varias décadas ya, se ha estado hablando sobre desarrollo como proceso deseable, unívoco, y como fin de todo esfuerzo estatal para entrar en la dinámica global de articulación al sistema mundo que rige los esquemas estructurales–societales en nuestros días. Éste es un sistema que alcanza niveles impensables en el sentido de que ha logrado, a través de sus diversos mecanismos de dominación, un grado de control hegemónico en diversas escalas y con un impacto incluso en la esfera de las conciencias personales. Este dato no es menor, ya que el modelo de capitalismo global voraz está delineando la mayoría de los procesos humanos en todas las dimensiones, pasando de un control hegemónico de los aspectos y dinamismos económicos a nivel macro, a tener una injerencia tremenda en los procesos culturales, socio–políticos e incluso de la conciencia y la espiritualidad.

Para este fin, múltiples organismos hacen de la planificación, entendida como mero instrumento sin espíritu, la panacea para articular procesos, personas e incluso sociedades para el alcance del ansiado «bienestar», que de hecho es un mecanismo que multiplica desigualdades irreversibles y un sistema que, como ha dicho el papa Francisco, «produce muerte como consecuencia de sus acciones y omisiones».

La planificación, sobre todo en algunos ámbitos estatales, se ha consolidado como modelo práctico y aplicado que permite, generalmente, poner en papel nuestras búsquedas de pertenencia a un modelo global, y en esos proyectos hemos consignado muchas veces los destinos de las comunidades periféricas convirtiéndolas en objetos del modelo hegemónico, tantas veces condenándolas a estar atrapadas por el lugar marginal, y marginalizante, en el sistema mundo. Es cierto que la planificación no es el factor que determina en última instancia esta situación de desigualdad creciente, pero ha sido un medio eficiente y eficaz para mantener este sistema profundamente inequitativo.

Creemos necesaria una transformación en la esencia misma en cómo se concibe la planeación y los fines a los que sirve. Este encuentro, a la luz de la tradición creyente en el Jesús histórico y de la revelación, y sobre todo desde la experiencia del discernimiento que nos ofrece nuestra espiritualidad ignaciana, es un esfuerzo digno y necesario para repensar modelos y prácticas, y para buscar otros caminos a la luz de experiencias concretas de una «apostolicidad planificada», más que de una planificación apostólica.

Uno de los factores más importantes para este cambio es el reconocimiento de nuevos actores sociales periféricos, quienes son los que sustentan, y han sustentado, los procesos políticos de base que han propiciado los más grandes cambios estructurales, porque son estos sujetos marginales los que en gran medida alimentan grandes porciones de las economías actuales, y quienes al ser una gran mayoría en condiciones socioeconómicas similares tienen el mayor potencial transformador. Son mujeres y hombres, dignos del proyecto salvífico del Reino, quienes como agentes sociales con una excepcional capacidad de adaptación y resiliencia darán pautas importantes para cuestionar los modelos centrados en los reducidos grupos de poder «ganadores», y donde la opción preferencial por los más desposeídos pueda estructurarse de un modo más sólido para propiciar la participación plena de aquellos considerados «desechables» por los modelos que dominan este mundo, generando «nuevos caminos» con una planificación que se teje de la periferia al centro.

En espacios de reflexión como éste, dentro del marco de la misión de la Compañía de Jesús y de la gran familia Ignaciana —al servicio de la Iglesia y del mundo—, es necesario ensayar visiones de una planificación divergente, y desde otro constructo ideológico como posible guía para no perder de vista las realidades superiores (crisis ecológica, necesidades urgentes de los más excluidos y la necesidad de tender puentes entre culturas, sociedades y distintas creencias).

Una planificación apostólica que también se construya desde la «alteridad» hace necesario mirar los rostros vivos que han sido reducidos a objetos y que han experimentado las más duras consecuencias de este estilo injusto de vida que hoy parece que pretende perpetuarse. «Entre el uno que soy yo y el otro del cual respondo, se abre una diferencia sin fondo, que es también la no–in–diferencia de la responsabilidad» (Levinas, 1993), donde el oprimido será finalmente el liberador del opresor (Freire, 1970), y desde ahí confiamos en la posibilidad de gestar mecanismos explícitos de consenso, perdón y reconciliación, y de reducir las desigualdades reconociendo el rostro concreto de los excluidos como verdaderos sujetos de su historia. Es decir, un proyecto de planificación apostólica, o de apostolicidad planificada, con un horizonte en esbozar pinceladas del proyecto de Reino.


Para saber más:

Buber, 2006. “Caminos de utopía”. FCE.

Freire, 1970. “Pedagogía del oprimido”. Siglo XXI

Levinas, 1993. “Humanismo del otro hombre”. Siglo XX


Imagen de portada: Kiki García- Cathopic.

Fuente: https://christus.jesuitasmexico.org/mas-que-una-planificacion-apostolica-capitulo-1/

Categorías: Formación

Un nuevo modelo para una nueva época

Planificación apostólica transformativa

John Dardis, 2024/04/11

© iStock

En la Iglesia, y hasta cierto punto en la sociedad en general, el término «planificación» se ha convertido en una especie de palabra de moda, pero esta palabra y su aplicación también han causado controversia y división. De ahí que surjan algunas cuestiones fundamentales, entre ellas: ¿qué sentido tiene planificar en un contexto en el que confiamos en el Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn 3,8)? ¿Hasta qué punto podemos dejarnos guiar por la razón humana, dados nuestros defectos y nuestra inclinación al pecado? Y si nos fijamos en cómo está el mundo ahora mismo, el llamado «entorno VUCA»[1], ¿podemos realmente ponernos a planificar?

Otra cuestión se refiere a las características particulares de la era tecnocrática, que tiene poco en cuenta la dimensión afectiva, la sabiduría y la intuición interior. A este respecto, Christina Kheng, profesora de Liderazgo Pastoral en el East Asian Pastoral Institute de Manila, comenta: «La práctica actual de la planificación estratégica gravita a menudo hacia lo que es cuantificable, estereotipado, inequívoco y controlable. A veces el proceso emprendido tiene connotaciones mecánicas, burocráticas y superficiales, carece de verdadero diálogo, reflexión crítica o pensamiento estratégico […]. En el contexto de la era digital, existe el riesgo de que estas tendencias aumenten aún más»[2].

Partiendo de estas premisas, sin duda podemos afirmar que el tipo de planificación que hacemos en la Iglesia debe ser radicalmente diferente de la que se practica en los entornos corporativos, especialmente en aquellos dominados por un modelo tecnocrático. El Papa Francisco lo señaló y se mostró muy escéptico con la planificación dominada por ciertas ideologías: «Hemos caído, en estos casos, en la dictadura del funcionalismo. Es una nueva colonización ideológica que intenta convencernos de que el Evangelio es una sabiduría, es una doctrina, pero no es un anuncio, no es un kerygma»[3].

Nuestro guía es el Espíritu Santo, y es ese Espíritu, dice el Papa Francisco, el que desbarata nuestros planes y los reorienta: «Hace falta el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo voltea la mesa, la tira y vuelve a empezar». Francisco afirma que para escuchar de verdad el grito de la gente de la diócesis, no basta «habitar con ideas, con planes pastorales, con soluciones preestablecidas», sino que «hay que habitar con el corazón». Por otra parte, el Papa no está en contra de la planificación per se. De hecho, como señaló Robert Mickens, en la misma ocasión Francisco se refirió a la Evangelii gaudium (EG) y al discurso que él mismo pronunció en Florencia en 2015, en la V Convención Nacional de la Iglesia Italiana, y llamó a estos dos textos «el plan para la Iglesia en Italia y el plan para esta Iglesia en Roma»[4].

Jesús y la planificación

Las acciones de Jesús muestran que tenía un plan: traer reconciliación y sanación. Por eso llamó a doce apóstoles, los formó e instruyó, y les prometió un futuro: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19; Mc 1,17: cfr. Lc 5,10). En el capítulo cuarto de Lucas, Jesús expone su plan: llevar la buena nueva a los pobres, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos. Y hay varios pasajes en los que Jesús aconseja planificar: por ejemplo, cuando dice que si uno va a construir una torre, primero debe sentarse y ver si tiene los medios para llevar a cabo tal construcción (cfr. Lc 14,28-30). O cuando dice que un rey, antes de ir a la batalla, debe examinar de antemano si es más fuerte o más débil que su adversario (cfr. Lc 14, 31-33). Jesús también aconseja a los que van a juicio que lleguen pronto a un acuerdo con su adversario, para evitar perder el pleito y que los metan en la cárcel (cfr. Mt 5,25).

Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales (EE), imagina a la Trinidad mirando al mundo y a todos sus habitantes «en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo» (EE 106). Y así, en su infinita compasión, la Trinidad decide hacer algo: «Hagamos la redención del género humano» (EE 107). La Trinidad planea enviar al Hijo unigénito para salvar ese mundo tan hermoso, pero también tan frágil. Podemos sacar la conclusión de que la planificación es necesaria, pero debe hacerse de forma evangélica: no podemos basarnos en un modelo de planificación puramente gerencial, pues de lo contrario corremos el riesgo de perder nuestra alma.

Planificar de otro modo

Hay una diferencia fundamental entre la Iglesia, las empresas comerciales y las ONG no religiosas, que se deriva del hecho de que en nuestro caso la atención se centra en discernir la presencia de Dios y el sueño de Dios. Porque somos Iglesia, esperamos colaborar con Dios en la construcción del Reino; lo hacemos de forma voluntaria, deliberada y explícita, comprometiéndonos en el discernimiento de espíritus.

«El discernimiento en común es la condición previa a una planificación apostólica en todos los niveles de la estructura organizativa de la Compañía de Jesús. Discernimiento en común y planificación apostólica se convierten así en el binomio que garantiza que las decisiones sean tomadas a la luz de la experiencia de Dios y que éstas sean puestas en práctica de un modo que realice la voluntad de Dios con eficiencia evangélica. […] La planificación apostólica nacida del discernimiento en común se convierte así en instrumento para nuestra efectividad apostólica evitando convertirla en tributo a la moda de las técnicas del desarrollo corporativo»[5].

El Informe de Síntesis (IS) de la 1ª sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad de octubre de 2023[6] subraya la importancia del discernimiento, así como del reconocimiento y la valorización de los diferentes carismas presentes en la comunidad cristiana: «Es importante que la práctica del discernimiento se aplique también en el ámbito pastoral, en un modo adecuado a los contextos, para iluminar lo concreto de la vida eclesial. Esta práctica permitirá conocer mejor los carismas presentes en la comunidad, confiar con sabiduría tareas y ministerios, proteger a la luz del espíritu los caminos pastorales, yendo más allá de la simple programación de actividades» (IS 2, «l»).

En una publicación reciente, Kheng ofrece algunas instrucciones sobre cómo llevar a cabo una planificación apostólica guiada por el Espíritu y basada en una visión más holística del conocimiento y de la vida humana[7]. Enumera actitudes esenciales, como la atención a la realidad, la libertad interior, la magnanimidad, escuchar y poner a Dios en primer lugar, y estar abierto a la colaboración. Su proceso de siete pasos incluye los siguientes elementos:

– El primer paso del proceso es analizar la situación actual de la comunidad u organización. Entre las preguntas pertinentes figuran las siguientes: ¿Cuál es la situación actual de la comunidad u organización? ¿Qué consuelos o desolaciones hemos experimentado? ¿Dónde encuentro/encontramos vida? ¿De qué gracias nos alegramos?

– En un segundo paso, se invita a la comunidad u organización a mirar su historia de gracias. «Debemos aprender de la historia los elementos más preciosos de nuestra tradición, pero también evitar quedarnos aprisionados en el pasado»[8].

– En un tercer paso, el grupo examina los documentos clave que definen su identidad y su misión, por ejemplo los documentos de un capítulo general o de un fundador. Esto permite al grupo identificar su carisma específico y su contribución a la Iglesia actual y reforzar sus vínculos con ella.

– Un cuarto paso requiere el estudio de los signos de los tiempos, mediante la investigación y la recopilación de datos, que podría encomendarse a un subgrupo de expertos.

– Esto conduce al establecimiento de prioridades, que Kheng denomina «reconocer la llamada de Dios para el tiempo presente»[9].

– El sexto paso consiste en fijar objetivos y metas concretos.

– El séptimo paso establece un sistema de verificación.

Podemos ver que el proceso empieza con Dios – lo que Dios ha hecho en la comunidad u organización – y, por tanto, es radicalmente diferente de un modelo corporativo, que suele empezar con la propia organización y su supervivencia. La planificación corporativa, y también la de las ONG, sigue estando fundamentalmente orientada a la autopreservación de la organización, por lo que se sitúa en el centro del proyecto. La Iglesia, en cambio, se orienta hacia la misión de Dios, cuyo centro es Cristo y el Reino de Dios, y, en consecuencia, los más pobres y débiles son la prioridad. Este es nuestro punto de partida y determina a qué damos prioridad y cómo lo perseguimos. Si los grupos eclesiales somos conscientes de nuestra especificidad y seguimos un camino en el que el Espíritu se sitúa en el centro, evitaremos caer en las diversas trampas posibles y reivindicaremos la contribución única que la Iglesia puede aportar a la sociedad actual. Puesta en práctica con este espíritu, la planificación puede ser un acto de amor, una participación en la mirada amorosa de la Trinidad sobre nuestro mundo[10].

No sólo un grupo privilegiado

La elaboración del plan, según el modelo tradicional de planificación empresarial, suele reservarse a un grupo privilegiado, que luego presenta su forma definitiva a un consejo de administración y, por último, trabaja en el «lanzamiento». Pero es probable que un plan elaborado de esta manera encuentre mucha resistencia, justo en la última fase de su aplicación, por parte de personas que se sienten excluidas por tener que ejecutarlo sin haber tenido ningún papel en su preparación. A este respecto, observamos que en los últimos años se ha producido un cambio en la cultura empresarial: ahora es más consciente de los valores sociales, de la necesidad de implicar a todo el personal, de la flexibilidad en el llamado tiempo «VUCA», de la necesidad de colaborar dentro de la empresa, de la oportunidad de ofrecer un espacio para la reflexión, el discernimiento e incluso la contemplación.

Planificar en clave ignaciana y sinodal significa implicar a las personas desde el principio, utilizando la conversación espiritual y el discernimiento en común como métodos indispensables en cada paso. Lleva más tiempo, es cierto, pero a lo largo del camino construimos gradualmente la implicación, el compromiso y un sentido cada vez más fuerte de la misión. Básicamente, nos escuchamos unos a otros. Muchos han dicho que fue esto lo que cambió su comunidad. Es un viaje, un camino o, más exactamente, un proceso sinodal basado en la fe de que el Espíritu de Dios actúa en cada persona desde el bautismo. Por tanto, debemos escuchar. Todos tienen algo que decir, todos tienen algo que dar. Creemos que el proceso de planificación es en sí mismo una oportunidad de conversión y transformación, un camino con Dios y entre nosotros.

Hace algunos años iniciamos un proceso de planificación del trabajo de la Curia General de la Compañía de Jesús. En él participaron casi todos los que trabajan en la Curia, tanto jesuitas como nuestros colaboradores en la misión. A través de discusiones en pequeños grupos y conversaciones espirituales llegamos, en pocos meses, a seis prioridades que propusimos al Padre General. Él creó otros tantos grupos de trabajo para llevarlas adelante. Aunque encontramos algunos obstáculos en el camino y no todo funcionó a la perfección, salimos con un mayor sentido de estar juntos en la misión, y nuestra tendencia a trabajar en compartimentos separados se redujo considerablemente. El elemento decisivo para el cambio fue una actitud solidaria hacia los demás, vistos no como «recursos humanos», sino como personas que participan en la voluntad salvífica de Dios para nuestro mundo. En la planificación cristiana, el «quién» es decisivo, mucho antes de hablar del «qué» hacer. Las personas no son instrumentos a utilizar, sino sujetos que participan activamente en la misión de Dios y contribuyen, cada uno a su manera, a discernir el camino a seguir.

La planificación en un contexto eclesiástico debe implicar al mayor número posible de interesados y garantizar que entre esos «muchos» se encuentren los pobres y los que carecen de poder. ¿Qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una Iglesia más acogedora? La escucha y la acogida no son sólo iniciativas individuales, sino una forma eclesial de hacer. Por esto, deben encontrar lugar al interior de la programación pastoral ordinaria y de la estructuración operativa de las comunidades cristianas en sus diversos niveles, valorando también el acompañamiento espiritual. Una Iglesia sinodal no puede renunciar a ser una Iglesia que escucha, y este compromiso debe traducirse en acciones concretas»[11].

Evitar las divisiones sectoriales

Entre los defectos recurrentes de un plan que obedece a un modelo de gestión tradicional está el de dividir las acciones y prioridades en sectores separados. En la comunidad cristiana, el sentido del «todo» – de la «universalidad» – es absolutamente vital. El Padre Sosa invita a menudo a la Compañía de Jesús a dejar de trabajar en divisiones apostólicas sectoriales y a trabajar a través de las fronteras apostólicas. «A menudo los sectores – dice – se han convertido en silos que almacenan recursos y los utilizan sin ninguna conexión entre ellos. Actuando así, malgastamos energía, no hacemos buen uso de los siempre escasos recursos que tenemos, y perdemos oportunidades de vivir y trabajar en la tensión del magis ignaciano. Insisto, estamos llamados a superar la visión y la acción sectorializadas a través de una experiencia de misión que integre sus diversas dimensiones y permita la contribución efectiva de cada apostolado a la misma»[12].

Unidad de vida y misión

Para la vida religiosa apostólica, la unidad de vida y misión es esencial. El trabajo que realizamos no debe ni puede separarse de la vida de oración, de comunidad y de discernimiento: «Vida y misión son inseparables para quienes eligen seguir a Jesucristo en la Compañía de Jesús al servicio de la Iglesia. Por una parte, sabemos que somos un cuerpo frágil de pecadores perdonados, enviados para contribuir a la misión reconciliadora de Jesucristo. Por otra, vivimos como peregrinos, buscando siempre sacar provecho de las tensiones que surgen de nuestra misión, llevada a cabo en contextos complejos y siempre cambiantes»[13].

En muchas congregaciones y diócesis, ante la disminución numérica y el exceso de obras apostólicas, los miembros sucumben al activismo y, en consecuencia, llegan al agotamiento. Pierden el equilibrio entre vida y misión, olvidando que la vida cristiana no es sólo hacer, sino ser. No somos sólo hacedores humanos, somos seres humanos. Cuando nos centramos sólo en el hacer y en el rendimiento, nuestra vida en comunidad se minimiza y nuestro testimonio se centra en la «productividad» y los «resultados», lo que a su vez conduce al orgullo institucional, a la pérdida de flexibilidad y a una menor capacidad de moverse, de cambiar, de responder a nuevas necesidades. No es de extrañar que los jóvenes no encuentren atractivo este tipo de vida. Si redescubrimos el equilibrio adecuado, recuperaremos la alegría de la que habla el Papa Francisco y volveremos a ser auténticos testigos. Necesitamos renovar el aspecto comunitario de nuestras vidas, que con demasiada frecuencia se ha descuidado debido al exceso de trabajo y al activismo.

Fragilidad, fracaso y pecado

Un proceso de planificación guiado por el Espíritu también reconoce la fragilidad y la incertidumbre. Estamos llamados a tomar decisiones difíciles y a mirar hacia el futuro, reconociendo la fragilidad de la empresa. De hecho, si no discernimos juntos y tomamos decisiones difíciles, nos condenamos a intentar hacerlo todo, con la mirada cada vez más fija en el trabajo y sin tiempo para levantar la vista y ser contemplativos en la acción. Estamos llamados a mirar hacia el futuro. El nuestro es un horizonte escatológico, por lo que el fracaso ni se espera ni se teme. Esto no significa que no nos esforcemos por mejorar aquí y ahora, sino que creemos que el aquí y ahora no es lo único que importa. Por tanto, adoptamos una visión más equilibrada y a largo plazo de las cosas. Tenemos un motivo más sólido para la esperanza.

También está la perspectiva religiosa sobre el «pecado» y el problema del mal. Los buenos métodos de planificación no bastan por sí solos, ni tampoco los remedios «terapéuticos» a la falta de libertad de las personas: necesitamos la gracia de Dios. Como creyentes, debemos dirigirnos a Dios y abrirnos a la gracia, con humildad, teniendo presentes nuestros pecados y limitaciones.

En conexión constante con Jesús

En un proceso guiado por el Espíritu, oímos a Jesús decir: «¡No tengan miedo!». Le oímos invitarnos a salir de la barca y acercarnos a él en el agua. Si nuestra mirada hacia él no es firme y confiada, perderemos el ánimo, veremos las olas del secularismo, la pobreza, la guerra, el cinismo, y empezaremos a hundirnos. Sólo cuando el Espíritu nos guíe, sólo cuando permanezcamos en contacto con Jesús, habrá un verdadero proyecto; sólo entonces seremos cada día más la Iglesia que Él nos llama a ser.

Caminar en la incertidumbre no es algo que podamos hacer solos. Ante esta especie de «desequilibrio» – una palabra muy querida por el Papa Francisco – podemos pensar que algo no va bien y que no deberíamos sentirnos tan inseguros. Podríamos objetar: «¿no buscamos acaso, con la planificación, sentirnos más seguros?». Pero el Papa Francisco ha afirmado repetidamente que, como cristianos o líderes de la Iglesia, siempre habrá en nosotros un sentimiento de «desequilibrio». No es una posición cómoda, por supuesto; preferiríamos que todo estuviera en orden. Pero en el «desequilibrio» se encierra una vulnerabilidad investida por la Gracia: en ese momento el Espíritu nos desnuda y nos cambia, nos guía en nuevas direcciones, nos anima a prescindir de la necesidad humana de controlarlo todo y de la ilusión de que mandamos nosotros. El momento en que perdemos el equilibrio, en que caminamos hacia Jesús a través de aguas inciertas y en medio de olas apremiantes, puede ser el momento de la renovación y del cambio. Si nos resistimos, quedaremos relegados al pasado, con los puños cerrados, centrados en nosotros mismos y en nuestras obras. Si lo aceptamos, viviremos con las manos y el corazón abiertos, construyendo un futuro nuevo con Jesús, colaborando humildemente con Él en la realización de su Reino y resistiendo a la tentación – siempre presente – de construir nuestro pequeño reino.

Renovación e impacto

El tema de la renovación es, para el Padre Sosa, una razón central para la planificación: «Todo proceso de planificación apostólica ofrece una oportunidad de renovación […]. Como organización queremos ser instrumentos de la acción de Dios en la historia del mismo modo que el Espíritu Santo inspiró a Ignacio de Loyola y a los primeros compañeros. Este es el carisma que hemos recibido, y debemos renovarlo en nuestra misión de vida también a través de una planificación apostólica animada por el discernimiento»[14].

Así como Jesús vino a marcar la diferencia, nosotros los cristianos también podemos marcar la diferencia. La planificación apostólica es un compromiso de que nuestro trabajo, siempre a través del discernimiento, de una manera humilde pero muy real, puede marcar la diferencia. Nuestro compromiso es hacer realidad la pregunta de nuestro Padre: «Venga a nosotros tu Reino». La planificación, si está guiada por el Espíritu Santo y se lleva a cabo de forma orante, puede provocar cambios y ayudar a construir una nueva sociedad, una nueva civilización – aunque todavía frágil – basada en las Bienaventuranzas. Cuando observamos el posible impacto de las escuelas católicas en todos los continentes, podemos ver el potencial. Sólo en las escuelas jesuitas hay unos dos millones de alumnos en todo el mundo. Pensemos en la sensibilización del personal y de las familias. Pensemos en la colaboración interreligiosa que puede tener lugar cuando musulmanes, cristianos, budistas, hindúes y no creyentes viven y estudian juntos. Y pensemos en la influencia que pueden tener hoy las universidades católicas a la hora de cuestionar las ideologías imperantes, analizando en profundidad las tendencias culturales. Ahora mismo, nuestro impacto está visiblemente fragmentado; pero si nos vemos a nosotros mismos como parte de un movimiento de la Trinidad por el que el Espíritu sopla sobre las aguas de nuestras culturas, entonces nuestro trabajo y nuestras vidas se renovarán. Por supuesto, nada de esto puede suceder sin la Cruz, que siempre está presente como signo de vulnerabilidad, antes de que pueda brillar la luz redentora de Dios.

Comunidad: nos necesitamos los unos a los otros

Caminando juntos en la vulnerabilidad, vemos que nos necesitamos los unos a los otros. Miramos más allá de los muros humanamente construidos de provincias, diócesis o culturas y empezamos a ver nuevas formas de hacer las cosas. Aceptamos la invitación a «ir a la otra orilla» (Mc 4,35), a ir a las «aldeas vecinas» (Mc 1,38), a ejercer también allí nuestro ministerio y encontramos a Jesús ya actuando. Muchas congregaciones religiosas y diócesis están en proceso de reestructuración; en esos casos, es probable que prevalezca una dimensión burocrática. En cambio, la reestructuración guiada por el Espíritu debe alimentarse de la perspectiva de convertirse en una Iglesia para las periferias, una Iglesia que sea un «hospital de campaña», una Iglesia que encuentre cada día una nueva relevancia y una nueva pasión por la misión. Cuando Francisco Javier fue a Extremo Oriente, le impulsaba la convicción de que aquellos pueblos necesitaban escuchar el Evangelio y bautizarse para recibir la salvación. Desde entonces nuestra teología ha evolucionado, pero necesitamos recuperar ese sentido de urgencia del Evangelio para nuestro tiempo, la convicción de que Jesús nos conduce a la plenitud de la vida y de que los valores del Evangelio son significativos, incluso esenciales, en cada cultura para que esa cultura pueda ser redimida.

En una civilización sumida en la apatía y el cinismo, esta contribución puede traer la restauración. Estamos llamados a creer en la urgencia del Evangelio y a desear de todo corazón llevarlo a las periferias. Debemos ayudarnos mutuamente en esta tarea de cambio, que es desafiante y a veces preocupante, porque nos saca de nuestra zona de confort. Pero es necesaria si queremos llegar a ser una Iglesia en salida que viva un renovado sentido de universalidad.

«Las estructuras siguen a la misión»: es una frase muy conocida en planificación. Debemos admitir que en muchos casos hemos heredado viejas estructuras, mientras que la misión ha evolucionado. Un problema importante es el de la fragmentación, el de trabajar por separado en el mismo problema. Es necesaria una reestructuración y nuevas formas de actuar y pensar si queremos incidir en cuestiones candentes como la guerra, la amenaza a la democracia, la búsqueda de sentido en un mundo cínico, el desafío de la inteligencia artificial. El Evangelio nos llama a llegar a tantas personas que sufren en el mundo para que puedan recibir el consuelo de Jesús. En algunos casos esto ha sucedido: ejemplos son Fe y Alegría[15], una red de escuelas con sede principalmente en América Latina, pero que ahora se extiende por todo el mundo, y el Ignatian Spirituality Project[16], que organiza retiros con y para las personas sin hogar y las personas que luchan contra la adicción.

El Papa Francisco nos pide que dirijamos el barco en estas direcciones y que vayamos más allá de nuestras estructuras y autosuficiencia actuales: «No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)»[17].

Conclusiones y reflexiones

El Papa nos anima a ayudar a las personas a recibir «la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo», a ayudarles a encontrar «una comunidad de fe que les acoja […], un horizonte de sentido y de vida». Nuestra principal motivación para planificar debe ser ésta.

Del mismo modo que las multitudes presenciaban los milagros de Jesús y se asombraban, así hoy, si invitamos al Espíritu a guiarnos en nuestra planificación, nuestro trabajo como Iglesia podrá suscitar asombro y, esperamos, conversión a los valores del Reino. Una nueva era lo exige; responder es posible, utilizando las herramientas del discernimiento.

La Iglesia tiene algo único que ofrecer al mundo: un mensaje de reconciliación con Dios, con los demás y con la creación, el mensaje de que en el Reino los pobres son bendecidos, los misericordiosos encuentran misericordia, los pacificadores son llamados hijos de Dios. Este mensaje es hoy más necesario que nunca, en un mundo que piensa lo contrario, que admira a los ricos y poderosos y el número de seguidores o partidarios en las redes sociales. Pero todo esto no es más que una fake news. «Todo hombre es como la hierba», dice el profeta Isaías (Is 40,6). Los proyectos hechos con paja se desmoronarán, los hechos con la ayuda del Espíritu se mantendrán en pie.

Si nos vemos como colaboradores del Espíritu, llamados a ser humildes pero centrados, seremos capaces de avanzar con la energía y la urgencia del propio Jesús. Cada día agradeceremos la oportunidad de renovar la Iglesia, mientras caminamos juntos, discerniendo el camino a seguir, encendiendo pequeñas lámparas que iluminen la oscuridad de nuestra época.

  1. Acrónimo de Volatile, Uncertain, Complex, Ambiguous (en español: volátil, incierto, complejo y ambiguo).
  2. C. Kheng, «Re-conceiving Strategic Planning to Promote the Integral Development of Persons, Organizations, and Societies: Contributions from Ignatian Spirituality», en The Journal of Jesuit Business Education 13 (2022) 14-38.
  3. Francisco, Incontro con i partecipanti al convegno della diocesi di Roma, 9 de mayo de 2019.
  4. Cfr. R. Mickens, «When the Bishop of Rome speaks to his diocese, people should listen», en La Croix International (https://international.la-croix.com/news/letter-from-rome/when-the-bishop-of-rome-speaks-to-his-diocese-people-should-listen/10127), 17 de mayo de 2019.
  5. A. Sosa, Carta a la Compañía de Jesús «Sobre el discernimiento en común», 27 de septiembre de 2017, en Acta Romana, vol. XXVI, 738-746.
  6. Cfr. XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos,Primera sesión (4-29 de octubre de 2023), Informe de síntesis.
  7. Cfr. C. Kheng, Welcoming the Spirit: A Communal Discernment Approach to Pastoral Planning, Rome Jesuit General Curia, 2023 (https://discernmentandplanning.org/resources/book-welcoming-the-spirit-a-communal-discernment-approach-to-pastoral-planning/).
  8. Ibid., 56.
  9. Ibid., 76.
  10. Cfr. P. Goujon, «What does St Ignatius say about planning?», intervención en la conferencia Planificación apostólica para la renovación y la transformación, 5 de diciembre de 2023. Los videos de las intervenciones está disponibles en: www.discernmentandplanning.org
  11. IS 16, «n».
  12. A. Sosa, «Non limitate la vostra visione!», Roma, Aula Congreso de la Curia General de la Compañía de Jesús, 6 de diciembre de 2023.
  13. Id., Carta a la Compañía de Jesús «Our life is mission, mission is our life», 10 de julio de 2017, en Acta Romana Societatis Iesu, vol. XXVI, 635-641.
  14. A. Sosa, «Apostolic Planning: A Path of Renewal and Hope», discurso en el congreso Planificación apostólica para la renovación y la transformación, Roma, 6 de diciembre de 2023.
  15. Cfr. www.feyalegria.org
  16. Cfr. www.ispretreats.org
  17. Francisco, Evangelii gaudium, n. 49.

Fuente: https://www.laciviltacattolica.es/2024/04/12/un-nuevo-modelo-para-una-nueva-epoca/

Categorías: Formación

Símbolos religiosos e instrumentalización política

Biblia

Una reflexión bíblica

Vincenzo Anselmo, 2024/04/12

Cristo ante Pilato, Mihály Munkácsy (1881)

En tiempos recientes, con una frecuencia cada vez mayor, los símbolos religiosos irrumpen en la arena política. A menudo, Dios es invocado de manera inapropiada, llamado como testimonio de una facción política o como una etiqueta para promover un partido. El tema es sin duda de actualidad, pero la problemática tiene raíces antiguas. Por eso mismo, las propias Escrituras judeocristianas contienen anticuerpos contra cualquier instrumentalización de lo divino.

Si, por un lado, el Señor es el Dios de un pueblo particular, Israel; por otro lado, el texto sagrado es consciente de que él es «Santo» (cfr. Ex 15,11; Is 6,3; Os 11,9), está «separado», es decir, es «distinto» del mundo[1]. El Señor dice a través del profeta: «los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor» (Is 55,8). Ese Dios tan cercano a su pueblo, hasta el punto de intervenir para liberarlo de la esclavitud de Egipto y llevarlo a la Tierra Prometida, es también Otro en relación con Israel. Un signo elocuente de esto es el Tetragrámaton, el Nombre de Dios que no se puede pronunciar[2].

Esta prohibición protege la alteridad de Dios, porque no es posible aprehender el misterio del Señor llamándolo por su nombre[3]. Esta trascendencia, y al mismo tiempo inmanencia, divina es recordada por el profeta Isaías: «¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!» (Is 12,6). El Dios Santo se hace presente en la historia de una comunidad particular, Israel, que él eligió entre todas las naciones de la tierra (cfr. Dt 14,2).

El arca de la alianza o del pacto es un signo de esta presencia concreta de Dios en medio de su pueblo, en una dinámica que prefigura la encarnación del Emmanuel, el Dios con nosotros (cfr. Is 7,14; Mt 1,23). ¿Cuál es la relación de Israel con el Dios que camina junto a ellos? ¿Podrán respetar su alteridad, o intentarán convertir a este Dios en un ídolo? ¿Qué sucede cuando el Señor de los ejércitos es llevado de manera inapropiada al campo de batalla?

En la historia bíblica, el poder confiado a los soberanos les otorga grandes responsabilidades, ya que sus acciones pueden conducir a muchos hacia la muerte o hacia la vida. ¿Qué sucede cuando aquel que está al frente del pueblo instrumentaliza a Dios para su propio beneficio? En este sentido, el caso de Jeroboam, rey de Israel, resulta emblemático.

¿Puede el Señor de los ejércitos ser llevado al campo de batalla?

Al principio del primer libro de Samuel hay un ciclo de historias en las que el arca es la protagonista del relato (1 Sm 4,1b–7,1). Este sagrado cofre, que contiene las tablas de la ley, era el lugar de encuentro entre el Señor y su siervo Moisés (cfr. Ex 25,10-22; 37,1-9). Sin embargo, el arca no es solo un objeto religioso, sino que a lo largo de la narración se muestra dotada de voluntad y vida propia.

En el relato de 1 Sm 4, Israel se ve obligado a enfrentarse a los filisteos, sufriendo una estruendosa derrota[4]. Ante este revés, los ancianos del pueblo apenas tienen tiempo para preguntarse por las causas cuando recurren a una solución que parece demasiado apresurada: «Cuando el pueblo regresó al campamento, los ancianos de Israel dijeron: “¿Por qué el Señor nos ha derrotado hoy delante de los filisteos? Vayamos a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor: que ella esté presente en medio de nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos”» (1 Sm 4,3).

La intuición inicial de que fue el Señor quien golpeó a Israel a través de la mano de los filisteos no se profundiza. Los líderes del pueblo no consideran su propia desobediencia a Dios como causa de la derrota. No hay toma de conciencia de sus propios pecados y responsabilidades. Pero el lector sabe que el liderazgo de Israel está obrando mal (cfr. 1 Sm 2–3).

Los ancianos, por lo tanto, no se interrogan sobre las causas que llevaron a la derrota, sino que implementan la solución más fácil e inmediata, que es forzar al Señor, llevándolo al campo de batalla[5]. En cierto sentido, el arca se convierte en un mero instrumento: ya no es un signo de la presencia del Dios viviente, sino un talismán para usar como arma definitiva contra un enemigo aparentemente invencible. Sin embargo, ¿obligar al Señor a pelear contra los filisteos puede asegurarle al pueblo la ansiada victoria?

Los que llegan a Silo encuentran junto al arca a los hijos de Elí, el sacerdote y juez de Israel (1 Sm 4,18): «El pueblo envió unos hombres a Silo, y trajeron de allí el Arca de la Alianza del Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, acompañaban el Arca» (1 Sm 4,4).

No es casualidad que aquí el arca esté vinculada a los hijos de Elí. Este dato, que conecta 1 Sm 4 con lo narrado en los capítulos anteriores, aclara la identidad de aquellos que son los principales responsables del pecado que llevó a Israel a la derrota. De hecho, los hijos de Elí son corruptos y perversos y ya han sido rechazados por el Señor (1 Sm 2,12-36; 3,11-14). Lamentablemente, en lugar de erradicar el mal de Israel, el pueblo elige el camino más cómodo, que es doblegar lo sagrado a sus propios fines. Sin embargo, Dios no es un ídolo manipulable por el hombre y no permitirá que los israelitas lo conduzcan donde ellos desean.

En los libros de Samuel se llama por primera vez a Dios «Señor de los ejércitos», refiriéndose a los ejércitos de Israel o a los ejércitos celestiales[6]. Además, en 1 Sm 4,4 se hace referencia al aspecto del arca, que aparece coronada por dos querubines de oro. El espacio vacío entre ambos representa el lugar de la presencia de Dios y el encuentro entre el Señor y Moisés (Ex 25,18-22). Sin embargo, «el Señor de los ejércitos sentado entre los querubines» resultará ser una carga demasiado pesada para Israel en medio del enfrentamiento con los filisteos.

La narración continúa revelando al lector la recepción triunfal del arca en el campo de batalla: «Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron una gran ovación y tembló la tierra» (1 Sm 4,5).

Las expresiones hiperbólicas utilizadas por el narrador describen plenamente la fuerza de un grito que es a la vez un grito de guerra, pero también un grito de alegría y exultación[7], quizá prematuro y precipitado. Ahora que Dios se ha visto obligado a salir al campo, Israel recupera de repente la confianza, mientras que para sus enemigos no parece haber esperanza: «[Incluso] los filisteos oyeron el estruendo de la ovación y dijeron: “¿Qué significa esa estruendosa ovación en el campamento de los hebreos?”. Al saber que el Arca del Señor había llegado al campamento, los filisteos sintieron temor, porque decían: “los dioses[8] han llegado al campamento”» (1 Sm 4,6-7a).

La tensión narrativa crece junto con el temor de los filisteos a la presencia de Dios en medio de Israel. El lector entra en el punto de vista aterrorizado de los enemigos de Israel, que llaman a los israelitas con el apelativo de «hebreos»[9] e identifican la presencia de Dios con el genérico Elohim, que en este caso puede traducirse con el plural «dioses», de acuerdo no sólo con el politeísmo del Oriente Próximo Antiguo, sino también con los versículos que siguen[10].

Continúa la reflexión de los filisteos sobre la nueva situación en el campamento de sus adversarios: «Y exclamaron: “¡Ay de nosotros, porque nada de esto había sucedido antes! ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de este dios poderoso? Este es el dios que castigó a los egipcios con toda clase de golpes en el desierto[11]. ¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes![12] ¡Sean hombres y luchen!» (1 Sm 4,7b-9).

Los filisteos expresan su lamento ante la presencia, en el campo de batalla, de los dioses de Israel. Recuerdan la historia del Éxodo y los golpes sufridos por los egipcios. Como afirma Walter Brueggemann: «Los filisteos se presentan como excelentes intérpretes de la historia y la fe de Israel; […] incluso estos extranjeros incircuncisos pueden discernir el extraño poder que actúa en la vida de Israel, un extraño poder inmensamente peligroso»[13]. Sin embargo, a diferencia del libro del Éxodo, el lector no asiste aquí al hundimiento de los adversarios de Israel. De hecho, todas las expectativas dan un vuelco cuando los filisteos no sólo no se derrumban y se rinden, sino que, animándose unos a otros, encuentran nuevas energías para reaccionar y no acabar derrotados y subyugados. Con gran sorpresa, esta vez no será el enemigo de Israel quien será abatido, como en Egipto, sino que el pueblo del Señor sufrirá una amarga derrota: «Los filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta mil hombres de a pie. El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí» (1 Sm 4,10-11).

El destino de los israelitas sufre un duro revés. No sólo sufren grandes bajas en el campo de batalla, sino que el arca, signo de la presencia de Dios entre el pueblo, «es tomada». El pasivo teológico subraya que Dios mismo es el autor de todo esto[14]. La victoria de los filisteos es permitida por Dios a causa de los pecados de Israel. En efecto, los hijos corruptos de Elí pierden la vida en la batalla, y así se cumple la profecía anunciada en 1 Sm 2,34. El Señor, por tanto, no puede ser reducido a un ídolo fabricado por el hombre con fines de lucro y beneficio (cfr. Is 44,10). El Dios vivo es libre y muestra su señorío alejándose de las filas de Israel, sustrayéndose a las garras del pueblo que quiere instrumentalizarlo y doblegarlo a sus propios fines y beneficios.

Jeroboam y la religión al servicio de la razón de Estado

En un momento crucial de la historia bíblica, hace su aparición Jeroboam, un gobernante cuyas acciones se caracterizan por una fuerte mezcla de religión y política. De hecho, la fe del pueblo es manipulada por el rey, y la religión se convierte en una herramienta para poner en práctica un proyecto político. Todo esto tendrá un efecto en cascada, influyendo a largo plazo en la historia de Israel. El «pecado» de Jeroboam atraviesa las generaciones y las diversas dinastías que se alternarán en el trono del reino del norte hasta la conquista asiria (cfr. 2 Re 17,7-23)[15].

Los acontecimientos relacionados con Jeroboam tienen lugar en el transcurso de cuatro capítulos del primer libro de los Reyes (1 Re 11-14). El futuro rey de Israel es presentado en la narración bajo una luz positiva, como un valiente guerrero (cfr. 1 Re 11,28). Salomón lo tiene en gran estima y lo elige como superintendente de la casa de José en la ciudad de David (cfr. 1 Re 11,28). Posteriormente, Jeroboam parece ser promovido y legitimado como nuevo rey por la intervención del profeta Ajías (cfr. 1 Re 11,29-39) y la actitud arrogante y necia de Roboam, sucesor de Salomón, que provocará una ruptura política entre el Norte y el Sur (cfr. 1 Re 12,1-19).

Sin embargo, la percepción que el lector tiene de este gobernante pronto cambia radicalmente y da un giro negativo. En efecto, en un decisivo monólogo interior, el rey de Israel condensará sus temores y aprensiones, que le impulsarán hacia un cisma no sólo político, sino también religioso, entre Israel y Judá. Las palabras que Jeroboam se dirige a sí mismo arrojan luz sobre las motivaciones que le llevan a manipular el elemento religioso para asegurarse el poder[16]: «Pero Jeroboam pensó: “Tal como se presentan las cosas, el reino podría volver a la casa de David. Si este pueblo sube a ofrecer sacrificios a la Casa de Dios en Jerusalén, terminarán por ponerse de parte de Roboam, rey de Judá, su señor; entonces me matarán a mí y se volverán a Roboam, rey de Judá”» (1 Re 12,26-27).

El rey se da cuenta de que puede perder el reino y ser asesinado si el pueblo sigue subiendo a Jerusalén para el culto, porque así Israel seguirá sintiéndose ligado a Judá. Jeroboam se siente en peligro; por eso actúa de acuerdo con su miedo y doblega la religión a sus necesidades políticas: «Y después de haber reflexionado, el rey fabricó dos terneros de oro y dijo al pueblo: “¡Basta ya de subir a Jerusalén! Aquí está tu Dios, Israel, el que te hizo subir del país de Egipto”» (1 Re 12,28).

Jeroboam urde un plan para alejar a los israelitas de Judá colocando dos becerros de oro, uno en Betel y otro en Dan. Miente al pueblo acerca de Dios, presentando los dos becerros como los dioses que liberaron a Israel de la esclavitud en Egipto[17]. El narrador bíblico emite un juicio claro sobre la acción del rey: «Aquello fue una ocasión de pecado» (1 Re 12,30).

La manipulación de Dios con fines políticos se convierte en una idolatría que implicará a todo Israel, alejándolo del Señor no sólo en el presente, sino también en el futuro. Como dirigente, Jeroboam es gravemente responsable de sus actos, que tendrán graves repercusiones para muchos. Además, persiste en su obra de desvirtuar la fe del pueblo construyendo templos en las alturas, instituyendo un sacerdocio no levítico y estableciendo una nueva fiesta (cfr. 1 Re 12,28-33). De este modo, diferencia aún más el culto respecto del de Judá: «El día quince del octavo mes – fecha que había elegido arbitrariamente[18] – subió al altar que había levantado en Betel. Así celebró una fiesta para los israelitas, y subió al altar para quemar incienso» (1 Re 12, 33).

Jeroboam se erige en mediador de lo sagrado para consolidar su propio poder. Utiliza los símbolos de la religión a su antojo, engañando a Israel. De hecho, al controlar el elemento religioso, cree tener en sus garras a la masa del pueblo, vinculándolo a sí mismo y no a Dios. Del corazón del rey, de su interior y de sus intenciones brota el mal, que no sólo comete, sino que hace cometer a su reino. La transgresión no afecta sólo a la persona de Jeroboam, sino que se extiende a todo Israel, «se convierte en pecado», porque las acciones del gobernante conducen al pueblo hacia el mal[19].

En lugar de ayudar a sanar las divisiones entre los dos reinos, Jeroboam echa sal en las heridas aún abiertas. Actuando así, aviva aún más el conflicto entre Israel y Judá. Mediante la religión y la instrumentalización de Dios, levanta nuevas vallas y barreras, que dividen aún más profundamente al pueblo del Señor. El cisma religioso aísla el reino de Jeroboam e impide la comunicación entre Judá e Israel. La religión así esclavizada alimenta el conflicto y la incomprensión, y rompe la unidad del pueblo, empujándolo hacia la catástrofe del exilio.

Conclusiones

La historia del arca (1 Sm 4,1-11) y la de la reforma «religiosa» de Jeroboam (1 Re 12,26-33) ofrecen una interesante visión de cómo la Biblia advierte contra cualquier instrumentalización de lo sagrado. Los ancianos de Israel consideran a Dios de un modo mágico. De hecho, llevan el arca al campo de batalla, creyendo que este gesto supersticioso es suficiente para garantizar su éxito. Sin embargo, descubren, a un precio muy alto, que Dios no es un amuleto, sino el Viviente y el Señor de la historia.

Jeroboam es un rey que no actúa por el bien del reino de Israel, sino movido por el miedo y la preocupación de perder su poder. Por ello actúa de forma irresponsable, llevando a todo el pueblo hacia la idolatría a través de su reforma cultual. La religión queda así esclavizada a los intereses del gobernante para consolidar su tambaleante reinado.

Estos relatos se presentan como una advertencia al lector de ayer y de hoy para que no reduzca el misterio de Dios a un mero instrumento idolátrico para sus propios intereses partidistas. La Escritura amonesta a los líderes políticos, a los ancianos y a los reyes a no manipular el elemento religioso en aras del consenso o del éxito. A través de los relatos bíblicos, se insta a toda la comunidad creyente a no vivir la religión como superstición y magia, sino a establecer la relación correcta con un Dios vivo que «es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar» (Ef 3,20).

  1. Para profundizar en la raíz semita Q-D-SH, base de la palabra «Santo», cfr. L. Koehler – W. Baumgartner (eds), The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament, II, Leiden – New York – Köln, Brill, 2001, 1072-1075.
  2. Cfr. G. Odasso, «Nome», en R. Penna – G. Perego – G. Ravasi (eds), Temi teologici della Bibbia, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2010, 898-908.
  3. El tetragrámaton Yhwh se traduce generalmente con el término «Señor», tanto en las versiones antiguas (LXX, Vulgata) como en las modernas.
  4. El pueblo filisteo forma parte de los llamados «pueblos del mar» que, procedentes del Egeo, se enfrentaron a Egipto y se asentaron en la tierra de Canaán entre los siglos XIII y XII a.C. (cfr. T. Dothan, «Philistines», en D. N. Freedman [ed.], The Anchor Bible Dictionary, V, New York, Doubleday, 1992, 326-333).
  5. En otras ocasiones, se cuenta que el arca camina con el pueblo por el desierto (cfr. Nm 10,35-36), o que su presencia es crucial en la batalla, como en la conquista de Jericó (cfr. Js 6).
  6. La expresión aparece por primera vez en 1 Sm 1,3. Para una discusión exhaustiva del significado de la expresión «Señor de los ejércitos», cfr. M. Gargiulo, Samuele. Introduzione, traduzione e commento, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2016, 46.
  7. Cfr. H. Ringgren, «rw’» en Grande lessico dell’Antico Testamento, VIII, Brescia, Paideia, 2008, 319-323.
  8. Aquí seguimos la versión griega de los LXX y traducimos literalmente el genérico Elohim que aparece en la Biblia hebrea.
  9. En la Biblia, la palabra «hebreos» es utilizada generalmente por los extranjeros para referirse al pueblo de Israel (cfr. M. Gargiulo, Samuele…, cit., 76).
  10. Cfr. R. Alter, The David Story. A Translation with Commentary of 1 and 2 Samuel, New York, W. W. Norton & Company, 1999, 23.
  11. Algunos autores traducen como «toda plaga en el desierto», refiriéndose así a las calamidades que Dios envió sobre Egipto (cfr. CEI 2008; M. Gargiulo, Samuele…, cit., 77; P. K. McCarter, I Samuel. A New Translation with Introduction and Commentary, Nueva York, Doubleday, 1980, 102). En este caso, sin embargo, sería difícil situar las plagas de Egipto en el contexto del desierto. Cabe pensar, en cambio, que la expresión «todo golpe» alude a la amarga derrota sufrida por los egipcios durante el paso del Mar Rojo: una derrota que el libro del Éxodo sitúa precisamente en el desierto (cfr. Ex 13,18.20; 14,3.11-12).
  12. La referencia a los israelitas subyugados por los filisteos se encuentra en el libro de los Jueces. En efecto, los hombres de Judá se dirigen a Sansón con una pregunta que presupone la hegemonía filistea: «¿No sabes que los filisteos nos dominan?» (Jue 15,11).
  13. W. Brueggemann, I e II Samuele, Turín, Claudiana, 2005, 43.
  14. Cfr. K. Bodner, 1 Samuel. A Narrative Commentary, Sheffield, Sheffield Phoenix Press, 2009, 46.
  15. Al ofrecer su interpretación de la caída del reino de Israel, el narrador bíblico hace referencia directa al pecado de Jeroboam: «Cuando el Señor arrancó a Israel de la casa de David, y fue proclamado rey Jeroboam, hijo de Nebat, este alejó del Señor a Israel y le hizo cometer un gran pecado» (2 Re 17,21).
  16. Cfr. R. D. Nelson, I e II Re, Torino, Claudiana, 2010, 94; J. T. Walsh, 1 Kings, Collegeville, Liturgical Press, 1996, 171.
  17. Hay aquí una referencia explícita a Ex 32 y a la historia del becerro de oro.
  18. La versión griega traduce «el mes que había elegido de su corazón», recordando el monólogo que Jeroboam había mantenido en su interior (cfr. 1 Re 12,26-27). En la Biblia, el corazón es el órgano de la interioridad donde tienen lugar el discernimiento y el juicio.
  19. Cfr. J. T. Walsh, 1 Kings…, cit., 174.

Fuente: https://www.laciviltacattolica.es/2024/04/12/simbolos-religiosos-e-instrumentalizacion-politica/

Categorías: Biblia

Ponencia inicial: “Vocación, Comunión y Misión”

Ponencia inicial: “Vocación, Comunión y Misión”

 VOCACIÓN, COMUNIÓN Y MISIÓN

Comunicador de la ponencia: José Luis Restán

Vídeo: https://youtu.be/6VdT9ueU3ag

 Introducción: ¿por qué estamos aquí?

  1. a) El camino realizado
  2. b) Sinodalidad
  3. c) Discernimiento
  4. Breve recorrido histórico sobre el laicado desde el Concilio Vaticano II hasta hoy

1.1 La Exhortación apostólica Christifideles laici (1988)

1.2 El laicado en el magisterio y la preocupación pastoral de los obispos españoles

1.3 Un vistazo a la situación actual del laicado en nuestro país

  1. Aportaciones de las diócesis sobre el momento que vive el laicado en España

2.1 Luces de este momento

2.2 Dificultades y límites

2.3 Retos y desafíos para un laicado en salida misionera

  1. Vocación laical, comunión y misión

3.1  Vocación laical

3.2  Desde la comunión y para la comunión

3.3 La participación de los laicos en la misión de la Iglesia.

  1. Itinerarios de trabajo para este Congreso

4.1 Primer anuncio

4.2 Acompañamiento

4.3 Procesos formativos

4.4 Presencia pública

  1. Los desafíos de un cambio de época
  2. En salida. Un proceso que mira al futuro

Introducción: ¿por qué estamos aquí?  

Bienvenidos todos a este momento de encuentro, de escucha recíproca, diálogo y discernimiento a la luz del Espíritu Santo, que es el Congreso de Laicos: “Pueblo de Dios en Salida”. No estamos aquí por casualidad ni por una ocurrencia gestada en un despacho, sino como fruto de un camino ya largo en el que todos los aquí presentes hemos participado activamente dentro de nuestras respectivas diócesis, movimientos y asociaciones. En realidad, se trata del camino de toda la Iglesia, dentro del cual el laicado ha ido tomando conciencia progresivamente de su vocación y misión.

  1. a) El camino realizado

Como sabéis, en el marco del Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española para los años 2016-2020, la Asamblea Plenaria de nuestros obispos, reunida en abril de 2018, decidió la convocatoria de este Congreso de Laicos y encomendó su organización a la CEAS. Desde entonces se ha desarrollado un verdadero camino sinodal en el que se han implicado todas las diócesis y numerosas asociaciones y movimientos. Esta Ponencia inicial se sitúa en la estela de ese camino emprendido con mucha esperanza y con mucho esfuerzo por todos nosotros y por las realidades eclesiales a las que pertenecemos. Y este momento inicial es propicio para expresarnos mutuamente gratitud por este encuentro de verdadera comunión, de verdadera disposición para volver a acoger la llamada del Señor que nos invita a salir al mundo, “a remar mar adentro”, para ofrecer a nuestros contemporáneos el tesoro de Cristo que responde a sus deseos y necesidades más profundos.

Podríamos decir que más que “congresistas” somos “enviados”, con toda la densidad que esta palabra tiene en la gran Tradición cristiana. El Instrumento de Trabajo que ha guiado nuestros pasos es fruto de este camino compartido, de esa gran conversación que ya ha comenzado hace meses y que en este Congreso tendrá un momento central, que luego debe proyectarse en el futuro. Dicho documento recuerda el objetivo de nuestro Congreso de esta manera: “Impulsar la conversión pastoral y misionera del laicado en el Pueblo de Dios, como signo e instrumento del anuncio del Evangelio de la esperanza y de la alegría, para acompañar a los hombres y mujeres en sus anhelos y necesidades, en su camino hacia una vida más plena” (IL 2).

Para alcanzar ese objetivo, nuestro Congreso quiere ser “una experiencia del Espíritu” (IL 5), desarrollada en un proceso sinodal, espiritual y de discernimiento (IL 6), a través de la escucha humilde y el diálogo sincero entre todos (IL 9-10).

Aquí aparecen dos palabras clave para nuestro Congreso en las que conviene detenernos: sinodalidad y discernimiento.

  1. b) Sinodalidad

En su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, del 29 de junio de 2019, el Papa entra de lleno a explicar qué significa la “sinodalidad” como nota característica de la Iglesia: “en sustancia –escribe Francisco– se trata de caminar bajo la guía del Espíritu Santo, es decir, caminar juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción para aprender a escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo”.

Francisco nos anima a caminar juntos con paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas. La Iglesia es y será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de barro.  También advertía el Papa, y puede ser saludable recordarlo a la hora de comenzar este Congreso, que los interrogantes que nos planteemos, así como las respuestas que demos exigen “una larga fermentación de la vida y la colaboración de todo un pueblo por años”. Eso impulsa a poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias rápidas y mediáticas pero efímeras por falta de maduración o porque no responden a la vocación a la que estamos llamados.

Es cierto que el Congreso que ahora comenzamos está especialmente centrado en la vocación y misión de los laicos, pero nos equivocaríamos si considerásemos esto aislado de su contexto eclesial, o sea, de las relaciones vivas entre laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, con nuestros obispos, que tejen la realidad del cuerpo eclesial. Cada uno con su perfil y carisma específico, que  reclama y necesita los de los otros miembros del Pueblo de Dios. Así lo hemos vivido en el proceso previo, en el que, en un ejercicio de corresponsabilidad, hemos trabajado conjuntamente obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos.

  1. c) Discernimiento

Francisco dedica un capítulo de la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate (166-175) a la cuestión del discernimiento, como también le dedica el último de la Exhortación Christus vivit. Y deja claro que no basta una buena capacidad de razonar o un sentido común, se trata de “un don que hay que pedir al Espíritu Santo… y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo”.

Requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres y a sus esquemas. Esta escucha implica obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en un contexto puede no serlo en otro. Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno de nosotros y para nuestra misión, como les recordaba el Papa a los jóvenes (ChV 280)

Una condición esencial es educarnos en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. Por último, el Papa advierte que no hay espacios que queden excluidos de este discernimiento. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aún en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Sobre todo,  tengamos en cuenta en nuestro trabajo de estos días que “el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos”. Este ejercicio de discernimiento lo hemos desarrollado durante estos meses en nuestra reflexión sobre el documento-cuestionario preparatorio de este Congreso de Laicos y también en el trabajo del Instrumentum Laboris que hemos llevado a cabo. De hecho este Congreso no pretende ser un espacio de ponencias estelares, sino un ejercicio de discernimiento según el método que nos propone el Papa: reconocer, interpretar y elegir.

  1. Breve recorrido histórico sobre el laicado, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy

Para saber dónde estamos conviene tener presente de dónde venimos. El camino que hemos recorrido como Iglesia para llegar hasta aquí, nos ayuda a situarnos en el contexto actual.

El Concilio Vaticano II ha significado, sin duda, un hito decisivo en el camino de recuperación de la conciencia de la vocación y misión del laicado. No se trataba de inventar nada sino de profundizar en el Evangelio y en la propia constitución de la Iglesia para que volviera a brillar la identidad laical y se reconociera su lugar sustancial en el corazón de la misión. La Constitución Lumen Gentium, en su número 3, afirma que “todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma Iglesia «en la medida del don de Cristo» (Ef 4,7)”.

Y en el Decreto Ad Gentes se reconoce que “la Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro” (AG 21).

Las notas fundamentales del laicado que brotan de los documentos conciliares, especialmente de la Constitución Lumen gentium, número 31, son estas:

  • El bautismo como eje central de la vocación laical
  • La participación de los laicos en la triple función sacerdotal, profética y regia del Señor Jesús.
  • El llamamiento a los laicos, con todo el pueblo de Dios, para que participen en la misión, en la Iglesia y en el mundo
  • Con un acento peculiar propio: su carácter secular.

Estas notas, que convendrá tener muy presentes en nuestros grupos de reflexión de los Itinerarios, configuran una definición positiva del laicado, a diferencia de lo que sucedía hasta ese momento. Por el bautismo que hemos recibido, los laicos somos reconocidos miembros de pleno derecho de la Iglesia. Somos protagonistas de la misión salvífica de la Iglesia, no meros colaboradores de los pastores.

1.1 La Exhortación apostólica Christifideles laici (1988)

El Sínodo de los Obispos celebrado en 1987 sobre “La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a los veinte años de la clausura del Concilio”, marca un nuevo momento de conciencia. La exhortación apostólica Christifideles Laici, de San Juan Pablo II, profundiza con una descripción positiva en la doctrina del Vaticano II al hablar de la plena pertenencia de los fieles laicos a Iglesia y a su misterio, y centrar el carácter peculiar de su vocación en “buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (cf. ChL 9).

En eso consiste la “índole secular” del laicado, subrayada en ChL 15: “el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial”.

Otra perspectiva importante de la Exhortación es la de que “ha llegado la hora de la nueva evangelización” (cf. ChL 34). En aquel Sínodo se abordaron también asuntos que siguen siendo de actualidad, como la participación de los laicos en los ministerios eclesiales, la realidad de los nuevos movimientos eclesiales, y el lugar de la mujer en la Iglesia.

1.2 El laicado en el magisterio y la preocupación pastoral de los obispos españoles

Ya en 1972 la Asamblea de la CEE publica el documento “Orientaciones Pastorales del Episcopado Español sobre Apostolado Seglar”, una primera declinación para la Iglesia que caminaba en España, del gran impulso conciliar.

En 1985 se publica la Instrucción “Testigos del Dios vivo”, que planteaba cómo llevar a cabo la misión en el nuevo contexto cultural que estaba surgiendo en España, donde la Iglesia iba perdiendo progresivamente influencia social y cultural y se hacía evidente  el fenómeno de la secularización. La última parte del texto señala la necesidad de una presencia activa de los católicos en el tejido de nuestra sociedad, algo que desarrollará un año después, en 1986, la Instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, que propugna un sano equilibrio entre la participación de los laicos en tareas intra-eclesiales y su compromiso en la vida pública. Habla también de una doble presencia de los seglares en la vida pública: individual y asociada. Y se recuerda a los laicos, además, que es muy importante que ejerzan su profesión animados por los criterios morales del Evangelio y la imitación de Jesucristo.

Para concluir este recorrido sintético nos centramos en el documento base para el laicado en España hasta el día de hoy, “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo” de 1991. Partiendo del binomio “comunión-misión”, subraya la centralidad de la comunión eclesial expresada como corresponsabilidad de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia y reclama la presencia de los laicos en la vida pública (ya por entonces una necesidad urgente y una debilidad/carencia de nuestra Iglesia). Además, apuesta de manera destacada por la formación y por el apostolado asociado.

Tras esta breve mención al Magisterio de la Iglesia podríamos plantearnos esta pregunta: si los fundamentos están claros, ¿qué hace falta para que den forma de manera plena y efectiva a nuestra vida y misión en este momento?

1.3 Un vistazo a la situación actual del laicado en nuestro país

No pretendemos aquí ofrecer estadísticas, que por otra parte son difíciles de precisar en este campo, ni tampoco hacer una valoración pormenorizada. Es un hecho que, con todos sus límites y carencias, y seguramente con una disminución numérica que afecta a todas las realidades del cuerpo eclesial, existe hoy un laicado vivo y comprometido en tareas esenciales: Catequesis, Clase de religión, Cáritas, Liturgia, Consejos de economía, Formación para el matrimonio, y el amplio mundo de las Hermandades y Cofradías. Muchos son testigos del Evangelio en sus ambientes de trabajo, aunque hay que reconocer un déficit de presencia pública en terrenos como el trabajo, la cultura o la política. Se trata de una realidad viva con un gran potencial evangelizador, pero hemos de ver cómo acompañar, discernir y estimular para que ese potencial se haga realidad.

Según los datos que maneja la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, tenemos 89 Movimientos y Asociaciones, de ámbito nacional, aprobados por la Conferencia Episcopal Española y que suman un total de 400.000 laicos activos-militantes. Muchos de ellos viven su fe, se forman y acompañan en las vicisitudes de la vida, en alguna de las miles de Parroquias que configuran un formidable tejido comunitario que asegura la presencia estable de la Iglesia en nuestro territorio, desde los pueblos de la “España vaciada” hasta los barrios de nuestras grandes ciudades. Sin ocultar debilidades, que después apuntaremos, las parroquias son de hecho un verdadero hospital de campaña para las heridas de nuestro tiempo, lugares de testimonio cristiano, de acogida y vertebración comunitaria, de formación y de ejercicio de la caridad, y además tienen un potencial misionero que está por desarrollar en el contexto de nuestra sociedad crecientemente individualista y secularizada.

Es importante subrayar el momento de renovada vitalidad de la Acción Católica General (refundada en el año 2009), caracterizada por su vinculación peculiar con el Obispo diocesano, presente en la gran mayoría de las diócesis españolas. En cuanto a los Movimientos Especializados de Acción Católica, han llevado a cabo un proceso de reflexión y discernimiento que ha servido para relanzar su proyecto evangelizador. La Acción Católica está viviendo un impulso, no sólo en cuanto a sus estructuras, sino también en lo que se refiere al entusiasmo de sus miembros y a la respuesta al desafío de una presencia pública incidente del laicado.

También podemos identificar como uno de los frutos de la renovación del Concilio la floración de numerosos Movimientos y Asociaciones de Fieles, con variadas formas de vida comunitaria, de testimonio y de acción caritativa, cultural y misionera. Entre ellos hay una gran variedad de acentos educativos y también formas muy diferentes de presencia pública, por tanto no se trata de una realidad monolítica que se pueda describir con generalizaciones. Todos los Papas desde el Concilio han reconocido y saludado la riqueza que suponen estos carismas para la totalidad de la vida eclesial y han invitado a los pastores a acogerla, acompañarla e integrarla como parte de sus diócesis. Naturalmente, toda esta vida, que no surge de ninguna planificación sino de la fantasía del Espíritu, puede crear incomodidades, malentendidos y desajustes. Todo ello requiere por parte de los miembros de las asociaciones y movimientos disponibilidad para acoger la orientación de los pastores y para poner sus dones al servicio de la única misión de la Iglesia; y por parte de los obispos y de las estructuras diocesanas un esfuerzo de paternidad y acogida, a veces de lo imprevisto o de lo que no se comprende inmediatamente.

Una experiencia novedosa es la llamada Misión Compartida, que reúne a los laicos que colaboran estrechamente con las Congregaciones Religiosas y comparten su carisma, su espíritu y su misión.  Por último señalamos como un signo de todo este camino que las diócesis cuentan en su organigrama pastoral con Delegaciones Diocesanas de Apostolado Seglar y Foros de Laicos, espacios que constituyen un auténtico motor de la pastoral diocesana que también deseamos impulsar a través de este proceso que hemos iniciado.

  1. Aportaciones recogidas en el Instrumentum Laboris sobre el momento que vive el laicado en España

Conviene recordar en este momento algunos retos y desafíos que hemos contemplado en el proceso de preparación del Congreso, ya que, en cierto modo, constituyen el marco del que parte nuestra reflexión.

2.1 Las luces de este momento

Ha crecido la conciencia de nuestra identidad eclesial y de la vocación y misión a la que estamos llamados los fieles laicos. A eso está contribuyendo la llamada del Papa Francisco para que seamos auténtica Iglesia en salida y el hecho de que estamos asumiendo sin complejos nuestra condición de minoría que vive en un contexto social de increencia.

Esta circunstancia ayuda a que nuestra búsqueda personal del encuentro con Cristo sea más sincera y auténtica y a reconocer la importancia de la comunidad como espacio para vivir la fe. En este sentido se valora muy positivamente el apostolado asociado y la riqueza de carismas que han surgido en nuestra Iglesia.

Se valora muy positivamente que, como Iglesia, reconozcamos los pecados de algunos de sus miembros en lugar de ocultarlos y nos comprometamos a sanar las heridas por ellos provocadas. También se indica como fenómeno muy positivo la mayor corresponsabilidad entre sacerdotes y laicos. Esto se relaciona también con un estilo más sinodal que va creciendo.

También aumenta la conciencia de que el servicio a los más pobres y vulnerables es una dimensión esencial de la misión y de que nuestras comunidades deben salir al encuentro y acoger a las personas migrantes, personas separadas y divorciadas, personas que sienten atracción por el mismo sexo, enfermos, personas que viven en soledad. Se menciona con gratitud y reconocimiento a instituciones como Caritas y Manos Unidas, que  aumentan la credibilidad de nuestra fe frente a quienes se muestran indiferentes ante ella. Se advierte la necesidad de una formación más plena, auténtica y propia de la vocación laical, en la que la Doctrina Social de la Iglesia ocupa un lugar central.

Es importante el reconocimiento general de que nos encontramos en un contexto cultural muy plural y el hecho de que muchas franjas sociales están profundamente alejadas de la fe. Ante esta circunstancia está ampliamente asimilado entre los laicos que la fe se propone, no se impone. La verdad que hemos encontrado sólo puede ser reconocida y acogida a través de la libertad de las personas, una libertad de la que somos amantes y custodios. El Congreso también debe servir para buscar las formas más adecuadas de evangelización teniendo en cuenta este contexto.

Desde las diócesis se destaca que estamos incorporando entre nuestras prioridades como Iglesia algunos de los grandes retos sociales del momento: entre ellos se citan la necesidad de cuidar nuestro Planeta como casa común y obra de Dios y el lugar de la mujer en la Iglesia. En relación con esta cuestión, aunque se piensa que falta mucho camino por recorrer, se considera muy positivo el mayor protagonismo que están adquiriendo las mujeres en coherencia con su dignidad de bautizadas. Finalmente, se valora la presencia activa de los jóvenes en la Iglesia como un motivo de alegría y de esperanza.

2.2 Dificultades y límites    

Con todo, se estima que aún se habla poco de la vocación laical en nuestra Iglesia, en la que todavía tiene un peso relevante el “clericalismo”. Se detecta una visión de la relación sacerdote-laico basada en la oposición y en el paternalismo que dificulta el crecimiento de los fieles laicos y afecta negativamente a nuestro papel en la Iglesia y en el mundo. Se insiste en la necesidad de cuidar mejor todas las vocaciones y profundizar en su interrelación.

Se apunta el efecto de la secularización y del relativismo, que también provocan confusión en relación con las verdades de nuestra fe, y una ruptura entre fe y vida que conduce a la erosión de nuestra identidad.

Preocupa la pérdida de la centralidad de la Eucaristía y la falta de vivencia adecuada de los sacramentos. Falta una educación en la Liturgia y eso se refleja en la superficialidad en las expresiones celebrativas de nuestra fe.

Nuestras comunidades son en ocasiones cerradas y poco acogedoras. No se presta la debida atención a la incorporación plena de los jóvenes y se observa  escasa coordinación entre Parroquias de un mismo territorio y falta de integración de los Movimientos y Asociaciones en la realidad parroquial.

Las familias cristianas viven con frecuencia solas y eso se refleja en su dificultad para ejercer su misión esencial de transmitir la fe. La formación en la fe no constituye una prioridad para buena parte de nuestros laicos, y menos aún la formación en Doctrina Social de la Iglesia. Se añade que faltan líderes cristianos de referencia y una mejor comprensión de las implicaciones socio-políticas de la fe.

Los cambios vertiginosos y la profunda y acelerada descristianización plantean dificultades concretas: hay una resistencia al cambio derivada de nuestra instalación en viejos esquemas, y por otra parte existe miedo a los nuevos retos. Se detecta falta de oración y de discernimiento acerca de lo que Dios nos pide a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades en este momento de la Historia.

2.3 Retos y desafíos para un laicado en salida misionera 

A la luz de toda esta realidad reconocida y valorada, el Instrumento de Trabajo, que recoge un amplio y profundo diálogo llevado a cabo en las diócesis, plantea con realismo la necesidad de responder a la pregunta sobre qué caminos recorrer en los próximos años para que alumbre un laicado sólido en la fe y dispuesto a la misión. ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer? Estas preguntas deberán ser respondidas durante el Congreso, en el contexto de los cuatro itinerarios que se han planteado.

Como punto de partida aquí recogemos algunas pistas esbozadas en ese mismo documento.

En primer lugar la centralidad de la conversión personal. La oración personal y comunitaria ante el Señor, la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y el ejercicio de la caridad constituyen una premisa indispensable para vivir una espiritualidad laical que abarque todos los ámbitos de nuestra existencia.

Una preocupación ampliamente compartida durante la preparación del Congreso es fortalecer el sentido de comunidad, de pertenencia, de identidad eclesial. El seguimiento de Jesús sólo es realizable plenamente desde la comunidad, con todos sus elementos esenciales.

Otro punto de atención se refiere a lo que algunos habéis denominado una santidad misionera, reflejando una insistencia del papa Francisco. La santidad y la misión son dos raíles por donde transita la vida cristiana: de hecho, sin santidad no hay evangelización.

Otra insistencia compartida ha sido la de que los fieles laicos estamos llamados a vivir la corresponsabilidad real dentro de la Iglesia. Es importante despertar esta conciencia, tanto en los laicos como en los sacerdotes, y también entender adecuadamente el significado y alcance de la corresponsabilidad expresada a través de la participación en las diversas estructuras eclesiales, donde la aportación de los laicos puede ser decisiva por su especial competencia. Se observa que el clericalismo también tiene sus manifestaciones en este sentido, y deben ser paulatinamente corregidas.

Se apunta también la posibilidad de discernir nuevas formas de participación: ministerios laicales, estructuras orientadas a la presencia social, órganos de fomento de la presencia transformadora de la realidad en la vida pública acompañados desde el seno de la comunidad. En cualquier caso, se subraya que los espacios de participación deben ser lugar de encuentro y comunión, ya que en ellos también nos jugamos nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia.

Vivir plenamente nuestra vocación laical exige estar en el mundo siendo sal y luz. El mundo de la cultura, la política, el trabajo, la economía, pero también el ambiente “ordinario” de la ciudad común en la que vivimos  –comunidades de vecinos, AMPAS, asociaciones civiles– requiere una presencia cristiana incidente, que reconozca la autonomía de lo temporal y el pluralismo social pero que no renuncie a testimoniar las implicaciones sociales del Evangelio: el valor de la vida, la dignidad de la persona, la justicia social, la libertad en todas sus dimensiones, el cuidado de la Creación…

Un punto de especial atención se refiere a la familia: la Iglesia es un bien para la familia y la familia es un bien para la Iglesia. La vocación laical tiene en la familia un lugar privilegiado de presencia en el mundo, y por otra parte la familia, como Iglesia doméstica, es uno de los rostros eclesiales más fecundos en nuestro tiempo. La Iglesia samaritana busca acompañar a las familias, también a las que viven en dificultades o han fracasado. En definitiva, el Evangelio de la familia, a la luz del magisterio de las Iglesia recogido en la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, es un importante compromiso eclesial.

En numerosas respuestas se habla de ofrecer una renovada formación. La potenciación del apostolado asociado es una vía eficaz para impulsarla. Una Iglesia sinodal requiere procesos de formación comunitarios y orientados a la misión.

  1. Vocación laical, comunión y misión

Durante una de sus recientes catequesis dedicadas a comentar los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco quiso subrayar que “de entre los numerosos colaboradores de San Pablo, Áquila y Priscila sobresalen como modelos de una vida conyugal comprometida al servicio de toda la comunidad cristiana y nos recuerdan que, gracias a la fe y al compromiso en la evangelización de muchos laicos como ellos, el cristianismo echó raíces y ha llegado hasta nosotros”.

No es casualidad que Francisco se extendiera ese mismo día sobre el tejido que componen las familias cristianas en medio de la ciudad que hoy llamaríamos “secular”. Así, recordó que aquel matrimonio (Aquila y Priscila) abrió también su casa a la comunidad  convirtiéndola en una “domus ecclesiae”, un lugar de escucha de la Palabra de Dios y de la celebración de la Eucaristía. Y, dando un salto en la historia, el Papa añadió que también hoy  existen estas casas, estas familias que se convierten en un templo para la Eucaristía. Es verdad que se refería de manera explícita a los lugares donde tiene lugar la persecución, pero bien podríamos extender la perspectiva y decir (sin forzar demasiado la intención del Papa) que, en nuestras sociedades secularizadas, esas casas de familias cristianas componen un tejido de comunión eclesial, de testimonio de fe, de caridad y de acogida; en definitiva, de presencia cotidiana de la fe en medio de la ciudad.

Sin la vida cotidiana de los laicos cristianos en los diversos ambientes, investida por la gracia del Bautismo, alimentada por la Eucaristía y acompañada por la gran comunión eclesial, no habría posibilidad de llevar el anuncio de Cristo y la vida nueva que suscita a los hombres y mujeres de cada época, especialmente los de la nuestra. Por eso estamos hoy aquí. Me parece que uno de los principales reclamos esta tarde debe ser a tomar conciencia de nuestra vocación, comunión y misión.

3.1 Vocación laical

Hemos de estar dispuestos a renovar, como pide Francisco en la carta Evangelii gaudium, “nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG 3). No repetiremos suficientemente (sobre todo no la comprendemos nunca suficientemente a fondo) la frase de Benedicto XVI que más veces ha retomado Francisco en su pontificado: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Urge pues que la Iglesia entera, y cada uno de nosotros dentro de ella, volvamos al ardor y a la seducción del Primer Amor, ese que hizo cambiar el rumbo de nuestras vidas.

Esta vocación de la que hablamos implica intrínsecamente una pertenencia. “Sin el pueblo de Dios, no se puede entender a Jesús”, escribe también Francisco en EG. Es absurdo “amar a Cristo sin la Iglesia, sentir a Cristo pero no a la Iglesia, seguir a Cristo al margen de la Iglesia…  cada vez que Cristo llama a una persona, la trae a la Iglesia”.

Sin la conversión personal, cualquier cambio en la organización de las tareas eclesiales sería un puro maquillaje sin incidencia real en la vida de las personas, de las comunidades, ni en la evangelización de la sociedad. El Papa Francisco advierte en su exhortación Evangelii Gaudium una pérdida del fervor y del compromiso apostólico de una mayoría de católicos. Un síntoma de esto es la pérdida de centralidad de la Eucaristía, fuente y expresión culminante de toda vida auténticamente cristiana. Pero lamentar las estadísticas decrecientes sería un enfoque superficial de la cuestión. Resulta totalmente pertinente, en el contexto de este Congreso, recordar la invitación del Papa a hacer examen de las actitudes que hoy nos impiden afrontar con mayor audacia y generosidad la misión: individualismo, mundanidad espiritual, religiosidad superficial; tendencia al activismo o, en sentido opuesto, a la evasión espiritualista.

3.2 Desde la comunión y para la comunión

A partir del Concilio ha ido creciendo la conciencia acerca de la dimensión comunitaria de la fe, de su “forma eclesial”. La comunión es el pilar que sustenta el sujeto de la evangelización, ya que es la Iglesia entera quien es enviada por el Señor. Además, la comunión no se encuentra solo en el inicio, como condición de posibilidad, sino en el fin mismo de la misión, pues este no es otro que la comunión con Cristo y con los hermanos, cuya perfección esperamos al final de nuestra peregrinación terrena. La “comunión de los santos” es, en definitiva, expresada y alimentada en la Eucaristía, sacramento de la unidad.

En EG el papa ha señalado que el Espíritu Santo enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. Y ha recordado que un signo claro de la autenticidad de un carisma es su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Recuerda que en la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo (EG 130).

Por otra parte, como se ha puesto de manifiesto durante el proceso preparatorio del Congreso, es necesario reconocer la debilidad de la dimensión comunitaria. La vida cristiana no puede entenderse sin su enraizamiento comunitario,  pero la realidad es que muchos cristianos sinceros y comprometidos están viviendo su fe como “nómadas sin raíces” (EG 29). Por eso es importante aportar las energías necesarias para la construcción de la comunidad cristiana.

Un aspecto de este reto es superar la enfermedad eclesial del clericalismo. Sigue extendida la falsa idea de que los laicos son cristianos de segunda, confundiendo la promoción del laicado con su implicación en tareas intraeclesiales y de organización de la pastoral. Esta tendencia puede empañar algunas reivindicaciones, en sí mismas legítimas, de mayor integración en la pastoral ordinaria y hace muy difícil la conjunción armónica de todos los esfuerzos.

Es necesario transformar las comunidades cristianas en un sentido más decididamente misionero, que deje atrás el modelo de pastoral de mantenimiento basado en la prestación de “servicios religiosos”. Una comunidad anquilosada y cerrada no puede afrontar el testimonio y la propuesta atrayente de la fe en este cambio de época.

3.3 La participación de los laicos en la misión de la Iglesia.

¿De dónde nace, en qué consiste la misión? Francisco dice claramente que la fuente del impulso misionero es una persona que vive de la memoria agradecida de Cristo y que quiere compartir con todos la alegría que procede del Evangelio. Sería absurdo que intentásemos conservar sólo para nosotros esa alegría, como si fuese propiedad nuestra o la hubiésemos conquistado con nuestro esfuerzo. O que intentásemos preservarla de las inclemencias de la historia, de las circunstancias que habremos de atravesar: al revés, es una alegría que necesita medirse con los hechos, verificar su solidez en la cruda realidad de la vida, porque no depende de circunstancias favorables sino del encuentro con el Señor presente que responde a la exigencia y el deseo de nuestro corazón. De lo contrario incurriríamos en la tentación siempre denunciada por Francisco de la “auto-referencialidad”. Pero si hemos encontrado el amor de Cristo que nos devuelve el sentido de nuestra vida, ¿cómo podríamos contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8)

También en este aspecto nuclear se detectan debilidades, que a su vez son manifestación de las ya señaladas en los apartados anteriores. La vocación laical no es verdaderamente conocida por una buena parte de los fieles. Esto denota una deficiente formación y un desconocimiento, en especial, de las implicaciones sociales, culturales y políticas de la fe. En medio de la situación de intemperie cultural, en vez de testigos, la sociedad encuentra a menudo cristianos acomplejados. La segunda debilidad se refiere a nuestra mirada sobre los hombres y mujeres de esta época. Se olvida a menudo que quienes viven sumidos en la indiferencia religiosa no son gente extraña o enemiga. En cada persona late la búsqueda del bien y de la verdad que solo Dios puede colmar, y es a esa búsqueda a la que debe responder nuestro anuncio lleno de simpatía. La misión no consiste en la oferta de actividades, en un afán proselitista, falto de la auténtica atracción propia de la belleza de la fe. En definitiva, todo esto se resume en una incidencia muy débil del Evangelio en la vida cultural, social y política de nuestro país.

En este Congreso queremos también acoger el sueño que ha expresado tantas veces Francisco de “una opción misionera capaz de transformarlo todo, de modo que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en el cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”. (EG 27)  Ahora corresponde al trabajo de todos nosotros, a través de los itinerarios propuestos, discernir cuáles son esas transformaciones necesarias para que nuestra Iglesia responda al desafío misionero de esta hora.

  1. Itinerarios de trabajo para el Congreso

La elección de cuatro grandes temas o itinerarios para este Congreso nace también de esta mirada compartida en el proceso sinodal que nos ha traído hasta aquí. Por eso en esta Ponencia inicial conviene decir una palabra sobre ellos, ya que no sólo van a estructurar el trabajo de la jornada de mañana sino que expresan las líneas prioritarias en las que deberíamos seguir profundizando en nuestras comunidades a lo largo del proceso que este Congreso pretende impulsar y dinamizar.

4.1 Primer anuncio 

La evangelización es la razón de ser de la Iglesia No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor. Con este Itinerario dedicado al PRIMER ANUNCIO buscamos subrayar que la propuesta cristiana (en su contenido esencial y en sus consecuencias e implicaciones) sigue siendo hoy imprescindible para la liberación de las personas y para la humanización de la sociedad. En realidad el Primer Anuncio siempre está en la raíz de la misión de la Iglesia, pero esto es aún más evidente en nuestro contexto de secularización y pluralismo, caracterizado por el desconocimiento y la indiferencia hacia la persona de Jesús. Esta circunstancia histórica plantea la necesidad de hacernos presentes,  personal y comunitariamente en los espacios públicos, acompañando a las personas  en sus anhelos y necesidades y anunciándoles el contenido esencial de ese Anuncio (Kerigma) con el lenguaje más adecuado a su circunstancia y condición.

4.2 Acompañamiento

El acompañamiento es expresión del ser comunitario de la Iglesia. Sabemos que la cultura del individualismo también nos toca a los cristianos, que somos hijos de esta época. Por eso es más necesario redescubrir esta dimensión que no es opcional. Todos hemos de ser acompañados en el camino de la fe y todos somos llamados a acompañar a nuestros hermanos. A través de la compañía de los hermanos Cristo se nos revela, nos llama, nos interpela, nos corrige y nos consuela. Con el itinerario dedicado al ACOMPAÑAMIENTO deseamos insistir en que no es posible un verdadero crecimiento en la fe sin la compañía de muchos testigos, en un proceso en el que se conjugue la fidelidad a la Verdad y la claridad doctrinal con la realidad que viven las personas, con una actitud pastoral de misericordia y acogida. El acompañamiento requiere comunidades de acogida, cercanas y con un trato personal que nos ayuden a integrar las diferentes dimensiones de nuestra vida en el seguimiento de Jesús. El acompañamiento ha de ser visto, ante todo, como una vocación personal que debe ser desarrollada allí donde estemos.

4.3 Procesos formativos

La formación es un elemento imprescindible para la vivencia de la fe y es también un cimiento necesario para el testimonio y el compromiso público. Al mismo tiempo, constituye una de las urgencias de la Iglesia sinodal y misionera. Hablamos de una formación permanente (abarca todas las edades y todos los estados) e integral, orientada a cuidar la vocación y capacitar para la misión. Con el itinerario FORMACIÓN buscamos animar procesos adecuados que tengan en cuenta la fundamentación de nuestra fe, sus implicaciones sociales y la situación cultural del  mundo en el que somos llamados a desarrollar la misión, de modo que estemos en las mejores condiciones para dar razones de nuestra esperanza a los hombres y mujeres de esta época.

4.4 Presencia en la vida pública

Todo bautizado, cualquiera que sea su vocación, vive la misión desde la eclesialidad y la secularidad. El fiel cristiano laico concreta de manera propia estas dos dimensiones. En este sentido, la presencia en la vida pública adquiere gran importancia en la vivencia de la vocación laical. Con el itinerario PRESENCIA EN LA VIDA PÚBLICA deseamos recuperar la conciencia de la dimensión social de nuestra fe y promover que nuestras comunidades sean auténtica Iglesia en salida, que existe para evangelizar, y de esta manera contribuye a la liberación de todas las esclavitudes y a promover la dignidad de toda persona. La “cultura del encuentro” y el testimonio ofrecido con humildad y libertad constituyen la clave de esta presencia que tiene que encontrar nuevas formas en este cambio de época.

Aunque cada uno de estos cuatro grandes temas tiene su propia fisonomía y exigencias concretas, que serán abordadas en los respectivos grupos de trabajo, conviene no perder de vista su interdependencia. No se trata de compartimentos estancos sino de dimensiones que se reclaman y alumbran unas a otras.

  1. Los desafíos de un cambio época

Como tantas veces ha dicho el Papa Francisco, “no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época”. Sin entrar en profundidades que no corresponden a este Congreso, podemos reconocer que ha llegado a su culminación un proceso cultural de fondo que arranca en la revolución del 68 cuestionando la gran herencia de la tradición cristiana, pero también de la tradición ilustrada.

La evidencia sobre algunos grandes valores compartidos, conseguida a lo largo de siglos de presencia y educación cristiana, se ha disuelto para un amplísimo sector de nuestros conciudadanos. Y no por una especial cerrazón ni maldad; tampoco exclusivamente por culpa de una ingeniería social llevada a cabo desde el poder, que desde luego existe. Esos grandes valores (desde el matrimonio a la acogida de los inmigrantes) fueron desvelados, sostenidos y profundizados gracias a la fe en Jesucristo que el pueblo sencillo vivía. Sólo de ahí pudo nacer, con mucho tira y afloja, una cultura cristiana. En la medida en que esa fe ha decaído y Cristo ya no es alguien real para muchos, es inevitable que dicha cultura se debilite e incluso, en algunos casos, pueda llegar a extinguirse.

Esta conciencia es decisiva a la hora de acercarnos a nuestros vecinos y compañeros, a la gente con la que nos encontramos en calles y plazas, sin prepotencia y sin avasallar. Nuestra fortuna es haber acogido la gracia de la fe pero, como hombres y mujeres de esta época, compartimos las incertidumbres y debilidades derivadas de un proceso cultural complejo, en el que la escasez de un testimonio cristiano relevante también ha sido un factor del que no podemos prescindir.

En una entrevista al Corriere della Sera, el psicoanalista Umberto Galimberti reconocía que la angustia más frecuente hoy es la producida por el nihilismo. Y explicaba que cuando empezó a trabajar, en 1979, la mayoría de los problemas “tenían un trasfondo emocional, sentimental y sexual, mientras que ahora tienen que ver con el vacío de sentido”. Por eso el deseo de sentido, la sed de felicidad, no sólo no se ha extinguido, en cierto modo se han exacerbado tras el fracaso de las ideologías y del materialismo rampante. Leyendo las columnas de muchos periódicos (no precisamente de inspiración católica) podemos confirmar hasta qué punto es cierta la afirmación de san Agustín: que estamos inquietos hasta que encontramos a Dios.

Recientemente el Secretario de la CEE, Luis Argüello, decía que “la verdad sigue siendo un latido posible del corazón humano”, y que escuchar ese latido es una tarea primordial e inexcusable para la Iglesia hoy. Cuando hablamos de evangelizar en este cambio de época no podemos prescindir de esa tarea que a veces nos parece incómoda, fatigosa o, en todo caso, una premisa que solventar para pasar a lo realmente importante. Comunicar la fe es mostrar la correspondencia de Cristo con la búsqueda (la angustia) del corazón del hombre. Monseñor Argüello añadió que lo fundamental en este momento es recuperar la relación entre gracia y libertad, e insistió en que “la forma de ofrecer al Señor tiene que venir coloreada por el predominio de la gracia en nuestra vida”. Un mundo que cree no esperar ya nada del cristianismo, puede descubrir con sorpresa que existe una respuesta a su búsqueda. Como diría Camus, es algo que se descubre por gracia, como les sucedía a los que se topaban con Jesús. La Iglesia tiene que ser el lugar que permita el encuentro entre esa gracia, imprevista y anhelada, y la inquieta libertad de nuestros contemporáneos.

  1. En salida. Un proceso que mira al futuro

Llega el momento de concluir este pórtico de nuestro Congreso y proseguir el trabajo. Este momento y todo el proceso que le dará continuidad deberá estar marcado por la alegría. “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera… Es una alegría que tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar, siempre más allá. (EG 21).

Es esta alegría la que nos hace libres de medir el resultado de la misión, porque sabemos que el fruto depende de Él y que nuestra paga consiste en haber sido llamados a colaborar en su obra de salvación. Esta alegría nos coloca siempre ante lo que de verdad importa. Recordemos cuando Jesús corrige a sus discípulos que vuelven encantados porque hasta los demonios se les sometían en Su nombre, y el Señor les reprende: estad alegres, más bien, porque vuestros nombres están escritos en el Cielo.

Es el momento de recordar con fuerza el lema de este Congreso de Laicos: “Pueblo de Dios en salida”. Pues bien, una “Iglesia en salida” no se logrará por decreto-ley sino por la sobreabundancia de la alegría del Evangelio. Sólo esta plenitud de vida permite afrontar los desafíos, las hostilidades del ambiente, el cansancio, las incomprensiones e incluso las persecuciones.

Es el momento de recoger el apasionado llamamiento del Papa: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.

Recordemos estas palabras y hagámoslas realidad en nuestra vida: “Ojala el mundo actual (que busca a veces con angustia, a veces con esperanza) pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10). Con esa esperanza firme proseguimos el camino. ¡Buen trabajo!

Categorías: Laicos

La vocación política al servicio del pueblo

    La vocación política al servicio del pueblo

    02/04/2024

    “La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (Francisco  EG 205)

    Vamos a abordar tres aspectos: El hombre como ser social, en segundo lugar la pertenencia al pueblo y por último, en forma un poco más amplia, qué es la vocación política y algunas cualidades que hoy son necesarias de modo particular en los hombres y mujeres que ofrecen su vida al servicio del bien común.

    Autor: Mons. Jorge E. Lozano

    Fuente: Libro “Clamor de los pobres, gemido de la tierra” (2021)

    El hombre como ser social

    Muchas veces nos preguntamos quién soy yo, quiénes somos nosotros. Hay interrogantes que son fundamentales en el corazón humano acerca del origen de la vida, de la existencia. El sentido del sufrimiento, las búsquedas de la felicidad…

    El modo en que respondamos a estas preguntas dará también una característica especial al modo en que nos vinculemos con los que llamamos “los demás”, con las cosas y con Dios.

    En el lenguaje cotidiano solemos hablar de nosotros, y los demás.

    Cuando decimos nosotros, ¿a quiénes nos referimos? ¿A mi núcleo familiar, a mi familia en un sentido más amplio, al barrio, a la ciudad, a la nación toda, al mundo?

    A veces tenemos una mirada que nos lleva a percibir como más cercanos solamente a algunos y, ¿los demás? “Los demás” suele abarcar a aquellos con los que sentimos que no tenemos un compromiso, o un vínculo que nos ate.

    Desde la tradición judeo-cristiana reconocemos que la vida es un regalo de Dios, es un don suyo, un don de su amor. Ninguno de nosotros, ni de los otros, vive por casualidad como una especie de fruto del azar o menos aún como un castigo del destino, o el resultado de una pelea mitológica de algunos dioses en la antigüedad. Nos reconocemos salidos de las manos amorosas de Dios y como parte de su proyecto de amor, fuimos creados a su imagen y semejanza y llamados a ser una sola familia humana (Cfr LS 65). Y esto que afirmamos desde nuestra tradición religiosa también está expresado en otras religiones como las de nuestros pueblos originarios.

    A su vez esta certeza es expresada en algunos documentos o declaraciones muy importantes para la vida social. Fijémonos por ejemplo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su Preámbulo dice que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. De esta manera se deja constancia acerca de la certeza de ser todos parte de una misma familia humana. Y en su Artículo primero va a decir que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. No solo entonces desde nuestra tradición religiosa sino también en esta importante Declaración se afirma que cada uno es parte de una misma familia humana.

    Así mismo, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice que “solo en relación con la Trascendencia y con los demás la persona humana, alcanza su plena y completa realización. Esto significa que por ser una criatura naturalmente social y política ‘la vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental’, sino una dimensión esencial e ineludible” (CDS1 384). No tenemos entonces una mirada trágica acerca de la comunidad humana, sino que descubrimos en ella nuestra vocación y misión

    “Es   hora de relanzar una nueva visión de un humanismo fraterno y solidario de las personas y de los pueblos. Sabemos que la fe y el amor necesarios para esta alianza toman su impulso del misterio de la redención de la historia en Jesucristo, escondido en Dios desde antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,7-10; 3,9-11; Col 1,13-14). Y sabemos también que la conciencia y los afectos de la criatura humana no son de ninguna manera impermeables ni insensibles a la fe y a las obras de esta fraternidad universal, plantada por el Evangelio del Reino de Dios. Tenemos que volver a ponerla en primer plano”.

    “Porque una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y cultivar juntos. Una cosa es resignarse a concebir la vida como una lucha contra antagonismos interminables, y otra cosa muy distinta es reconocer la familia humana como signo de la vitalidad de Dios Padre y promesa de un destino común para la redención de todo el amor que, ya desde ahora, la mantiene viva” (Carta del papa Francisco al presidente de la Pontificia Academia para la Vida con ocasión de su 25 aniversario, enero 2019).

    La pertenencia a un pueblo

    Demos ahora un paso más en la reflexión que venimos siguiendo. No solo nos reconocemos con una condición humana natural hacia la vida social, sino que esto lo percibimos también como fundamento de la vida política. En un Documento de la Conferencia Episcopal Argentina del año 2008, decíamos que era muy importante “alentar el paso de habitantes a ciudadanos responsables. El habitante hace uso de la Nación, busca beneficios y sólo exige derechos. El ciudadano construye la Nación, porque además de exigir sus derechos, cumple sus deberes” (Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad 2010-2016, n° 34). Y ¿qué se quiere decir con esto? El habitante es aquel que está en un lugar, pero no se siente comprometido ni con ese sitio ni con su historia; como una especie de inquilino transitorio. Podríamos decir que es quien reclama sus derechos y hasta ahí llega su compromiso.

    Cuando decimos que es necesario pasar a ser ciudadano, nos referimos a que quien se reconoce como tal no solo reclama por sus derechos, sino que también se compromete con las obligaciones que le corresponden por ser parte de la vida social. Y todavía podemos avanzar un poco más, que es el de pasar de ser ciudadanos a tener conciencia de ser miembros de un pueblo. El papa Francisco en su Exhortación Apostólica acerca de La alegría del Evangelio lo dice de este modo: “en cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes” (EG 220).

    Y en el mismo párrafo un poco más adelante escribe: “recordemos que el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral. Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía” (EG 220). Convertirse en pueblo es todavía más que ser ciudadano, es formar parte de un grupo humano al cual se siente unido junto con otros. Y en esta pertenencia hay una mística, una dimensión espiritual. Por supuesto que es legítimo pertenecer a un sector, ser miembros de un sindicato, de una cámara empresaria, de un partido político, de una comunidad educativa. Pero los intereses del pueblo siempre están por encima de los del sector.

    Francisco insiste en esta mirada cuando nos dice que todo es superior a la parte” (EG 234 ss). Descarta la imagen de la esfera, para decir que “el modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (EG 236).

    Por eso la pregunta que debemos hacemos es ¿cómo imaginamos la sociedad? Como una sumatoria de organizaciones, como un conjunto de clanes o familias ampliadas que se integran sin más remedio y poca convicción, o como un pueblo que camina en pos de un mismo destino. Convertirse en pueblo es todavía más nos decía Francisco.

    En estos primeros dos puntos quisimos compartir esta mirada acerca del hombre como ser social, y en segundo lugar, la pertenencia a un pueblo. Y veamos ahora cómo en este contexto entendemos el llamado a la actividad política. En realidad deberíamos decir toda vocación humana porque la pertenencia a un pueblo no se manifiesta solamente en el ámbito político, sino también en la vocación docente, la religiosa, la de ser papá o mamá.

    La vocación política

    La vocación política es muy necesaria y de gran aprecio en la Doctrina Social de la Iglesia. En el texto que citábamos recién, el papa Francisco nos habla respecto de su necesidad: “¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo!” (EG 205). El Santo Padre está preocupado para que haya de verdad más gente que comprometa su vida en este orden de servir a los demás para sanar las raíces profundas de los problemas y no las apariencias. Una de las dificultades que tenemos que sortear es justamente esta capacidad de reconocer con veracidad cuáles son los males sociales, cuáles sus raíces, y a partir de allí entonces trabajar para que la política no venga a poner una especie de maquillaje a la realidad, sino, de verdad, solucionar las situaciones y sanarlas desde las raíces. Y continúa el texto: “La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (EG 205). Esta búsqueda del bien común es lo que distingue a la acción política mirada desde una perspectiva cristiana. El descrédito o falta de confianza en la dirigencia está vinculado a escándalos suscitados por hechos de corrupción, o a sospechas de conductas poco ejemplares. Además, suele haber poco conocimiento de la gente respecto de lo que implica, para quienes se comprometen en el camino político, desarrollar una intensa agenda de trabajo. “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto” (FT 154).

    Hace falta levantar la mirada. “La política no es mera búsqueda de eficacia, estrategia y acción organizada. La política es vocación de servicio, diaconía laical que promueve la amistad social para la generación de bien común. Solo de este modo la política colabora a que el pueblo se torne protagonista de su historia y así se evita que las así llamadas ‘clases dirigentes’ crean que ellas son quienes pueden dirimirlo todo. El famoso adagio liberal exagerado, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo. Hacer política no puede reducirse a técnicas y recursos humanos y capacidad de diálogo y persuasión; esto no sirve solo. El político está en medio de su pueblo y colabora con este medio u otros a que el pueblo que es soberano sea el protagonista de su historia” papa Francisco a la Pontificia Comisión para América Latina, 4-03-2019.

    Perfil y estilo de la actividad política

    Compartamos siete puntos que son muy importantes tener en cuenta acerca del perfil del hombre o la mujer que se dedican a la política, y las cualidades que necesita la sociedad.

    La primera característica es que sean hombres y mujeres que posean la mística del peregrino. Recordemos aquel poema de Don Atahualpa Yupanqui: “Es mi destino piedra y camino, de un sueño lejano y bello soy peregrino”. La mística del peregrino es la de aquel que reconoce que nunca está conforme con los logros, que siempre busca algo más porque se sabe en camino. Quien tiene esta mística nunca hace (como decimos) la plancha, nunca pone piloto automático. Es aquel hombre o mujer que siempre está en búsqueda para crecer. Quien peregrina tiene rumbo. No anda errante y cambiando a cada rato su orientación. Otra canción, esta vez de Joan Manuel Serrat, nos habla de la firmeza en las convicciones: “puse rumbo al horizonte, y por nada me detuve”.

    La segunda necesidad es poseer una fuerte espiritualidad que sostenga en la esperanza y en el compromiso. La vocación política tiene momentos de desaliento, de desánimo, momentos en que aquellos que parecían compañeros de camino que nunca nos iban a abandonar terminan dejándonos. Momentos en los cuales se presenta la sombra de la decepción ante la realidad que no cambia en aquellas cosas en que con generosidad o gran esfuerzo han trabajado. En esas circunstancias hace falta una espiritualidad que anime en la esperanza que brota de la Pascua de Cristo, que hunde sus raíces en la muerte y la resurrección del Señor. San Pablo nos enseña que “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Es lo que nos sostiene para abrigar en nuestro corazón el deseo de un mundo nuevo aun en medio de las dificultades. Espiritualidad que implica oración, confianza en Dios. ¿Cuánto hace que no rezás? ¿Por qué no le contás a Jesús en qué anda tu vida?

    El tercer elemento importante es el lugar que ocupan la comunidad, los amigos y la familia. Contar con el apoyo de la familia, amigos y colaboradores es imprescindible en la tarea de quien se dedica a la política. No se deben descuidar ni debilitar los afectos y apoyos que fortalecen de modo particular. Pero el entorno familiar, de amistad o con los colaboradores no cierra el círculo. Es parte esencial de la política y deber fundamental de quien se dedique a ella, alentar la participación y la responsabilidad ciudadana, despertando las potencialidades de la comunidad en todos los niveles. La buena política no es “hacer por” (eso es más bien paternalismo y populismo); la buena política es “hacer con” y generar condiciones para que las propias personas y comunidades “sean y hagan”.

    En cuarto lugar necesitamos políticos con “entrañas de misericordia” y cercanos al pueblo, capaces de palpar las necesidades concretas. Como dice el papa Francisco, “¡ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!” (EG 205). La política entendida en esta perspectiva no se realiza desde un escritorio o en una mesa más amplia de acuerdos. La política necesita políticos que se dediquen a recorrer los barrios, a estar cerca de la gente, a estar cuerpo a cuerpo. Como escuché en alguna conferencia hace un tiempo, unir el escritorio y el territorio, para que de esa manera se pueda escuchar el clamor de los pobres por una vivienda digna, el clamor de los pobres por un trabajo digno, el clamor de los pobres por aquellas cosas que son imprescindibles en su vida cotidiana. El Papa lo sintetiza con las tres T: Tierra, Techo y Trabajo.

    El quinto punto, tiene que ver con la ética y la política. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia se dice que “los que tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar solución a los problemas sociales”. (CDSI 410). Se nos pide entonces compartir la suerte del pueblo, estar atentos a sus necesidades. En concreto quiere decir que a la clase dirigente no le puede ir mejor que a los dirigidos, ni en cuanto al aumento de asignaciones, ni en cuanto a estilos de vida. Es necesario saber vivir de modo austero y sencillo, sin ostentaciones que ofenden. Otro de los aspectos relacionados con la ética y la política es lo referido a la corrupción. Es necesario de cara a la sociedad, una estructura del Estado que sea transparente en sus cuentas. La corrupción es una doble estafa que se realiza, en una dimensión económica y otra moral. Es económica porque se roba dineros del pueblo que van a bolsillos de inescrupulosos, en lugar de estar sosteniendo la educación, la salud, mejores caminos, fuentes de agua para la población. De este modo se terminan enriqueciendo unos pocos que no tienen corazón sensible. Pero además es a la vez una estafa moral, porque la corrupción deteriora la confianza del pueblo en las Instituciones de la democracia, particularmente en la vida política. La corrupción es tan negativa que Francisco la ha llamado “cáncer social” (EG 60).

    El sexto punto o característica de los políticos de hoy está relacionado en gran medida con la corrupción, y es la firmeza imprescindible para erradicar las mafias del crimen organizado. Es lamentable cómo en casi todo el territorio de nuestro país el crimen organizado lleva adelante muchísimas actividades vinculadas con el tráfico de drogas y su comercialización avasalladora, la trata de personas (muchos niños, niñas y adolescentes) para la explotación laboral y sexual, el tráfico de armas que terminan en manos de delincuentes. Algunas bandas regulan el así llamado negocio de los desarmaderos de autos. No son solo negociados ilegales. Estas actividades criminales se están llevando la vida de nuestros jóvenes, adolescentes y niños. Estas mafias operan muchas veces apretando, amenazando, o sobornando las diversas estructuras del estado. Fuerzas de seguridad, funcionarios de gobierno, miembros de la Justicia. Es sorprendente el modo en que ha permeado y se ha expandido este flagelo.

    Por último, hace falta tener capacidad para escuchar el clamor de la tierra; hombres y mujeres que tengan un cuidado particular por el ambiente. Este mundo inmenso y maravilloso está siendo sobre explotado y depredado. En nuestro país hay déficit de marcos legales, y los que están sancionados no se cumplen respecto del agua, los bosques, el tratamiento de la basura y los desperdicios industriales, las vedas de pesca y caza… Los pobres son los que más sufren los deterioros ambientales y las consecuencias del cambio climático. Debemos pensar en las futuras generaciones. Ellos tienen el mismo derecho que nosotros al agua potable, al aire limpio, el suelo fértil…

    El papa nos da una orientación tan clara como desafiante: “El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que ‘el tiempo es superior al espacio’, que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación” (LS 178).

    Conclusión

    Estamos transitando en la Patria un momento muy particular. Providencialmente tenemos al papa Francisco que nos orienta, nos ilumina. Es un tiempo particularmente importante para trabajar por la cultura del encuentro y la amistad social, en lo cual todos tenemos una responsabilidad importante pero particularmente los políticos. Y por eso miremos a la Virgen María, ella que “como madre es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia” (EG 286).

    En su corazón de Madre, entonces, ponemos nuestras inquietudes, nuestros trabajos pidiéndole que nos cuide. “También en la política hay lugar para amar con ternura” (FT 194).

    Fuente: https://auladsi.net/la-vocacion-politica-al-servicio-del-pueblo

    Categorías: DSI

    Nuestro Legado, a través de la razón y el corazón

    ¿Qué dices, seguimos remando contra corriente…?

    Hugo Saldaña Estrada·Voces ·04 Abr·2024

    La semana que acabamos de terminar es, para los que somos católicos, la fiesta más importante del año. A raíz de este acontecimiento y asociado al ejercicio desplegado en el taller que participé hace unos días, dictado por Estefanie Martens, en donde debíamos responder a la pregunta, “¿Imagina que estás en tu funeral y una persona muy querida va a decir unas palabras de ti qué quisieras que diga?”. Esto me hizo caer en la cuenta, que todos vamos a dejar este mundo.

    Esto a su vez, trajo a mi mente, algunos dichos populares como,

    • Todos tenemos nuestra cruz.
    • La vida se pasa en un abrir y cerrar de ojos.
    • Genio y figura, hasta la sepultura.
    • La vida es dura, entre otros más.

    Por esta razón en las siguientes líneas, de manera sencilla, te invito a reflexionar sobre tu vida, a partir de lo vivido por Jesús de Nazaret en esos últimos instantes en la tierra, según lo que dice la biblia acerca de su pasión.

    1. Mi alma, siente una tristeza de muerte. Que pensamientos y emociones tendremos cada uno de nosotros cuando estemos enfrentando nuestro momento. Miedo a lo desconocido o confianza por la vida vivida y el legado dejado.
    2. Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado. Es que nos quejaremos, con quien, a quién le diremos no quería esta enfermedad, este dolor, aún no es mi hora, me faltó hacer una cosa y decir discúlpame-perdóname a tal o cual persona.
    3. Simón de Cirene, ayudó a Jesús a cargar su cruz. Somos conscientes y agradecidos con los Cireneos que la vida en general nos ha dado. Y acaso, si hemos sido Cireneos con algún familiar, vecino, amigo, compañero de trabajo, etc.
    4. Soldado Romano que vio morir a Jesús, “En verdad este era el Hijo de Dios”. En nuestro caso, será que esa persona muy querida y que va a decir unas palabras sobre nosotros dirá lo que hubieras querido escuchar en nuestro funeral.

    Como saben, vivo desde hace un tiempo en Buenos Aires y los argentinos tienen una arenga presente ante cualquier circunstancia. “V A M O S”, esto me hizo recordar parte de la letra de una canción nuestra popular, … Ánimo y aliento tengo yo en mi pensamiento… ánimo y aliento tengo yo en mi sentimiento…

    Así que, manos a la obra querido lector, no esperes más, Ilumina tu mente, Ilusiona tu corazón y ponte ya a hacer realidad tu propósito de vida. Te invito a descubrir tus dones o capacidades, ponlos en práctica a través de tu vocación (profesión u oficio) hazlo con pasión y ponlo al servicio de los demás.

    Finalmente, una frase de Pablo Picasso, que es música para nuestros oídos: “El significado de la vida es descubrir tu don, el propósito de la vida es regalarlo”.

    ¿Qué dices, seguimos remando contra corriente…?

    Categorías: Laicos

    Estudios NEOS | Desenmascarando la Agenda 2030

    por NEOS | Mar 11, 2024 | Home, Estudios

    Madrid, 11 de marzo de 2024.

    Jaime Mayor Oreja
    Presidente­ de­ la­ Fundación ­NEOS

    Es muy difícil encontrar una mejor síntesis y resumen de la naturaleza de la Agenda 2030 que el presente documento que tengo la alegría y el honor de prologar, elaborado por el Grupo de Trabajo de Amenazas Globales de NEOS, coordinado por D. Jorge Soley. La Agenda 2030 consiste en un caramelo envenenado pero revestido de una envoltura atractiva y seductora.

    A lo largo de estos años, estas características han dividido a personas que, coincidiendo en unas convicciones muy profundas, han discrepado en la forma y manera de aproximarse al juicio y a la valoración de la misma. Hay quienes, por una parte, han querido destacar las partes positivas de la Agenda o el innegable carácter positivo de sus 17 objetivos, sobre algunos elementos negativos. Algunos seguidores de esta corriente, incluso, han mantenido una posición muy crítica hacia aquellos que denunciaban la maldad de la raíz y núcleo de esta propuesta. Este trabajo, en mi opinión, zanja esta cuestión cuando recuerda la reiteración existente en el propio texto de la Agenda – aparece en más de cinco ocasiones -, sobre el carácter integrado e indivisible de los objetivos y las metas de la misma. La Agenda, por tanto, está concebida por sus autores como un todo indivisible: o se acepta todo el contenido o se está frente a ella. Es la propia Agenda la que nos recuerda que los 17 objetivos de desarrollo sostenible no se pueden disociar, ni alcanzar de otra manera que a través de las 169 metas que se establecen.

    Cuando un caramelo está envenenado, no es procedente dedicarse a elogiar la belleza del envoltorio. En el envoltorio nunca está la verdad. Es en la raíz, en el núcleo, donde reside su auténtica naturaleza, sus verdaderos objetivos. Quedarte, por tanto, en la superficie, en el envoltorio, constituye un profundo error que no solo desconcierta, divide y separa a muchos, sino que, además, constituye un elemento de distracción que anestesia el significado auténtico de la Agenda. Descubrirán en este texto que el objetivo principal de la Agenda es el reemplazo, la sustitución y la destrucción de los fundamentos cristianos de nuestro actual orden social, como reiteramos permanentemente en todos los actos de presentación de NEOS. Esta agenda constituye el mejor resumen y compendio de la estrategia de una moda dominante en la sociedad de hoy. Esta moda dominante es nueva y más retorcida que nunca. Constituye una asociación entre el marxismo cultural, el dinero, el materialismo y el relativismo, la comodidad, la crisis de la persona. Pero, en el fondo, es lo que ha sucedido muchas veces en nuestra historia: una obsesión enfermiza de destrucción de los fundamentos cristianos.

    El Propio Papa Benedicto XVI descubrió en sus escritos el reemplazo de la verdad y la moralidad a manos de la ideología y la corrección política. Añadió una terrible y certera premonición: «una vez que las ideologías y las concepciones políticamente correctas, basadas en la praxis, reemplazan a la verdad, la universidad deviene mera máquina para elaborar y promover dichas ideologías». Muchas universidades americanas, por poner un ejemplo, confirman este diagnóstico hoy en día.

    Por ello no es fácil, como lo hacen los autores de este sintético y al mismo tiempo comprensible informe, ser claros, inequívocos y radicales en su toma de posición crítica respecto de la Agenda 2030. Sin embargo, abrazan la verdad, y los hechos, cada día más, les darán la razón.

    Los objetivos, los fundamentos y la estrategia globalista de esta agenda están ya provocando un inequívoco y letal desorden en el corazón de nuestra sociedad. Europa, Estados Unidos, la sociedad occidental, padecen un desorden indiscutible, como no habíamos sufrido desde las últimas guerras mundiales, cuyo origen no se puede atribuir a la siempre socorrida «Institución culpable» por naturaleza, esto es, la Iglesia Católica, dogma para quienes impulsan este nuevo orden social. Es innegable, por tanto, que son ellos mismos, esta cultura woke que cancela a los discrepantes con crecientes tintes totalitarios, quienes nos conducen a esta crisis guiados por la comodidad y el relativismo.

    Esta agenda no es un instrumento más, alumbra el debate político y social del futuro. El futuro no será un debate entre una derecha tradicional que reivindica más sociedad y menos impuestos, y una izquierda clásica que desea más estado, y menos sociedad. Este debate se va a producir entre quienes quieren resignarse, adaptarse, hacer esfuerzos para ser aceptados por esta moda dominante, y quienes no queremos resignarnos ni adaptarnos a lo que consideramos es una dirección equivocada, un error. El debate se va a producir entre quienes queremos y necesitamos unas referencias permanentes, quienes creemos y necesitamos creer, frente a aquellos que no creen en nada o en casi nada, en el puro pragmatismo, que es exactamente la naturaleza de la Agenda 2030.

    Pero, aunque se están viendo las primeras consecuencias de su desorden, en modo alguno despreciemos la fuerza de esta moda dominante y de la Agenda, porque entre otras razones, están ganando, y lo hacen por goleada en los medios de comunicación y en la política. Nos están llevando en definitiva al final de una etapa en Occidente. Pero confío y deseo que no al final de Occidente.

    Este debate que es de adaptación o no al espíritu de esta Agenda, está en pleno apogeo y se manifiesta de forma clara, incluso en el seno de la Iglesia Católica con la muy controvertida vanguardia cismática que se vive en Alemania.

    Por ello, solo me cabe destacar la importancia y la profundidad de este informe, finalizando mi prólogo con el reconocimiento y agradecimiento a quienes han participado en este impecable trabajo del Grupo de Trabajo de NEOS.

    Puedes leer el estudio aquí

    Contamos con dos versiones, una digital y una impresa. 

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    Fuente: https://neosfundacion.es/comunicado-neos-desenmascarando-la-agenda-2030/

    Categorías: DSI