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XI Domingo del Tiempo Ordinario – C

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XI Domingo del Tiempo Ordinario – C

 

Citas:

2Sam 12, 7-10.13:                           www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aucykl.htm

Gal 2,16.19-21:                      www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9axg05b.htm

Lc 7,36-8,3:                                     www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9bxwvkg.htm

 

Es verdaderamente un mensaje de alegría y liberación el que nos ofrece la Palabra de Dios en este Domingo: es la alegría de sentirnos liberados del pecado, por pequeño o grande que sea, que nos oprime, que nos atormenta, nos encierra en nosotros mismos, disminuye nuestras energías, está siempre allí, demostrándonos que estamos demasidado atados a nuestras miserias, como si fuéramos un pájaro con las alas heridas.

Quisiéramos volar hacia lo alto, hacia el cielo, pero nos sentimos aplastados en la tierra… Esto provoca en el cristiano una gran tristeza.

De aquí que la Iglesia nos proponga hoy la posibilidad de celebrar y, por tato, de tener presente en nuestra vida la misericordia de Dios: una misericordia que se difunde continuamente por todo el mundo, que alcanza a todo hombre y se agiganta en el momento en que el hombre mismo, confesando su pecado, se reconoce pecador. En este reconocerse débil se lleva a cabo un encuentro entre el amor de Dios que perdona y el gemido del hombre, que explota en un himno de alegría al sentirse aceptado nuevamente por Dios.

Esta es la enseñanza que se extrae de la primera Lectura, en la cual el autor pone en evidencia el gran pecado de David: nada menos que haber organizado la muerte de Urías para tomar como mujer a su consorte Betsabé.

En el pasaje de la Escritura, David representa todas las conductas que hoy se difunden en la sociedad: traiciones, engaños, violencias, pero al mismo tiempo es considerado como el santo del Antiguo Testamento, el predilecto de Dios, colmado de beneficios. En síntesis, podemos definirlo como “el santo-pecador”, en cuanto que alterna momentos de gran elevación espiritual, con miserias, culpas, bajezas.

David es realmente santo, porque sabe cada vez huír de la situación de pecado mediante dos fuerzas que corrigen y vencen sus pecados: la humildad y la ilimitada confianza en Dios.

Estas dos prerrogativas se condicionan mutuamente, en cuanto que nadie puede abrirse a la confianza en Dios si no es humilde, y nadie puede ser humilde si no encuentra en el mismo Dios su apoyo, su justificación, su refugio.

Por estas dos virtudes, David sabe huir de la morsa del pecado que lo atenaza, consiguiendo levantarse tenazmente de las pasiones que lo alteran, para volver a Dios, a la misericordia de Dios en la cual confía completamnte.

Este tema se retoma en el pasaje del Evangelio. En él se reafirma no sólo la alegría del perdón en una pobre criatura, sino que, más aún, se demuestra la fuerza creadora de un gesto de perdón que sólo Dios puede dar.

El relato evangélico de la pecadora, transmitidio sólo por Lucas, pone en evidencia un gesto de amor fuerte, al que le sigue un gran acto de misericordia. La pecadora se sabe objeto de desprecio público, pero no por eso siente miedo se enfrentar a la gente y de entrar a la casa del fariseo en la que se encuentra Jesús.

Es el suyo un comportamiento del que el mismo Jesús dirá que sólo puede darse por la fe grande que ella tiene. Es una fe que ha encendido en su corazón un impulso irrefrenable de amor, de reconocimiento, de devoción y de gozo. La mujer, en efecto, ha descubierto que, en Jesús, Dios ofrece, a todos los que verdaderamente se arrepienten y cambian de vida, el perdón de los pecados.

La pecadora descubrió la santidad de Jesús, por lo cual no se atreve a ungir su cabeza sino sólo los pies, para no contaminarlo. Pero el contacto le es suficiente para poder comenzar una vida nueva, completamenre renovada por el amor.

Todo ello es fruto de la fe, de la certeza de haber recibido el perdón de los propios pecados y de la conciencia de que el sincero arrepentimiento había sido acogido por el Señor, que había visto en la profundidad de su corazón un corazón penitente.

Por este motivo, Jesús cuenta la parábola de los dos deudores: para hacer entender a Simón la realidad de aquella situación y para demostrar que Él es verdaderamente profeta y mucho más que profeta, en cuanto que lee sus pensamientos y conoce bien los sentimientos de la mujer que llora a sus pies. En efecto, si el mayor reconocimiento es el de quien ha sido más beneficiado, es comprensible lo que se ha obrado en la mujer que, habiendo cometido muchos pecados, capta mucho más la grandeza de ese perdón.

En el fariseo Simón no se podía encontrar un comportamiento semejante, puesto que se reconocía justo a sí mismo. Había invitado a Jesús a su casa, pero su amor por el Maestro no iba más allá del simple respeto. Jesús le hace notar su actitud repasando todos los gestos de la mujer y subrayando el significado de todos ellos.

En pocas palabras, Jesús señala la nueva situación que se crea en el creyente por medio de la fe. En Cristo, Dios nos ofrece el perdón total de nuestros pecados. Esta es la novedad inaudita de la historia humana, el misterio conmovedor de la infinita benevolencia de Dios: todos somos pecadores y el único camino para la salvación es el de la fe, porque ella conduce al arrepentimiento y el arrepentimiento al amor.

Nos lo recuerda también San Pablo, afirmando que la fe nace del descubrimiento de que en Cristo somos amados sin medida y la prueba es que el mismo Jesús se ha ofrecido por nosotros. Así ha demostrado su amor, un amor que de tal manera nos atrae, que podemos decir con San Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”.

Categorías: Magisterio

La Eucaristia y la Cuestion Social

LA EUCARISTIA Y LA CUESTION SOCIAL

Dr Jose T. Moreno

Mexico 1938

Colección “FIDES”

 

Dividiré el tema en cuatro puntos:

 

1)      ¿Qué es la Cuestión Social?

2)      La solución plena de la cuestión social supone el reinado de la justicia y de la caridad de Cristo en la sociedad.

3)      Jesucristo eíi la Eucaristía es la fuente de la justicia y de !a caridad.

4)      ¿Cuál sería un medio práctico por el cual pudiera la Acción Católica contribuir al remedio del mal social, teniendo en cuenta las circunstancias particulares de nuestra Patria?

 

 

I. — ¿QUE ES LA CUESTION SOCIAL?

S. S. León XIII plantea de la siguiente manera, en su Encíclica “Rerum Novarum”, el problema social contemporáneo: “Los aumentos recientes de la industria y los nuevos caminos por donde van las artes, el cambio obrado en las relaciones mutuas de amos y jornaleros, el haberse acumulado las riquezas en unos pocos, y empobrecido la multitud; y en los obreros, la mayor opinión que de su propio valor y poder han concebido, y la unión más estrecha con que unos y otros se han juntado; y finalmente, la corrupción de costumbres, han hecho estallar la guerra. Cuánta gravedad entrañe esta guerra, se colige de la viva expectación que tiene los ánimos suspensos, y de lo que ejercita los ingenios de los doctos, las juntas de los prudentes, las asambleas populares, el juicio de los legisladores y los consejos de los príncipes; de tal manera que ya no se halla cuestión alguna, por grande que sea, que preocupe con más fuerza que ésta los ánimos de los hombres. . .”

“La sociedad actual, añade el Excmo. y Rvmo. Sr. Márquez, Arzobispo Coadjutor de Puebla, sufre males muy graves que la amenazan de muerte; la raíz de estos males, es muy honda; para intentar curarlos, es menester, en consecuencia, ahondar mucho hasta encontrar su origen. Pero no posible dar una solución simple y sencilla; hay que dar tantos remedios cuantos sean necesarios; donde muchas y diversas han sido las causas del desastre, hay que buscar otros tantos elementos de salvación. Más aún, en la aplicación de todos estos remedios, han de intervenir todos los elementos sociales capacitados para ello: la Iglesia, el Estado, los capitalistas y líos operarios. El esfuerzo ha de ser colectivo”.

Podrían enumerarse, entre otros, los siguientes males sociales, que han acarreado consecuencias funestas, y que en su conjunto constituyen el llamado por antonomasia “problema social”:

a)  De orden religioso: apartamiento de la Religión por parte de las leyes y de las instituciones públicas; apostasía de Dios Ntro. Señor por parte de los individuos.

b)  De orden moral: degradación de las costumbres, hasta llegar a un paganismo muy semejante al de hace siglos; y, como principal manifestación, un egoísmo exagerado (tanto de parte de los patronos, como de parte de los obreros) que se revela en múltiples formas, como son la usura, la desenfrenada ambición de dinero, el desconocimiento de los derechos ajenos, etc.

c)  De orden social: lucha de clases que, en la intención del comunismo, tiene por última finalidad la completa destrucción de toda propiedad privada y el exterminio de la clase patronal; y, en todo caso, fomenta odios y violencias y es causa de innumerables injusticias.

d) De orden económico: mala distribución de la riqueza; acumulación de las riquezas en manos de pocos; multiplicación desmedida de proletarios; condición desastrosa de muchos proletarios, parecida a la de los esclavos, faltándoles aquel mínimum de bienestar temporal que, según Sto. Tomás y los Sumos Pontífices León XIII y Pío XI, es moralmente necesario para el ejercicio de la virtud.

e)  De orden político-, revoluciones injustificadas; anarquía; desconocimiento práctico de la autoridad, en los de abajo; y abusio del poder, en los de arriba.

 

II. —REMEDIOS DEL MAL SOCIAL.

La solución plena del problema social supone el reinado de la justicia y de la caridad de Cristo en la sociedad. Dice a este respecto la Encíclica “FIRMISSIMAM CONSTANTIAM” del 28 de marzo de 1937 al Episcopado Mexicano: “En oposición a las frecuentes acusaciones que se hacen a la. Iglesia, de descuidar los problemas sociales o ser incapaz de resolverlos, no ceséis de proclamar que solamente la doctrina y la obra de la Iglesia, a la que asiste su Divino Fundador, pueden dar el remedio para los gravísimos males que afligen a la humanidad.

“A vosotros por consiguiente, compete el emplear (como os esforzáis ya en hacerlo) estos principios fecundos, graves cuestiones sociales que hoy perturban las graves cuestiones sociales y que hoy perturban vuestra patria, como por ejemplo, el problema agrario, la reducción de los latifundios y el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y sus familia.

“Recordaréis que, quedando siempre a salvos la esencia de los derechos primarios y fundamentales, como el de la propiedad, algunas veces el bien común impone restricciones a estos derechos y un recurso (más frecuente que en tiempos pasados) a la aplicación de la justicia social. En  algunas circunstancias para proteger la dignidad de la persona humana, puede hacer falta denunciar con entereza las condiciones de vida injustas e indignas; pero al mismo tiempo será necesario evitar, tanto el legitimar la violencia que se escuda con el pretexto de poner remedio a los males de las masas, como el admitir y favorecer cambios de manera se ser seculares en la economía social, hechos sin tener en cuenta la equidad y la moderación, de manera que vengan a causar resultados más funestos que el mal mismo al que se quería poner remedio.

“Esta intervención en la cuestión social os dará oportunidad de ocuparos con celo particular de la suerte de tantos pobres obreros, que tan fácilmente caen presa de la propaganda descristianizadora, engañados por el espejismo de las ventajas económicas que se les presentan ante los ojies como precio de su apostasía de Dios y de la Santa Iglesia.

“Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo porque su condición se asemeja más que ninguna otra a la del Divino Maestro), debéis. prestarle asistencia material y religiosa. Asistencia material, procurando que se cumplan su favor, no sólo la justicia conmutativa, sino también la justicia social, es decir, todas aquellas providencias que miran a mejorar la condición del proletario; y asistencia religiosa, prestándole los auxilios de la Religión, sin los cuales vivirá hundido en un materialismo que lo embrutece y lo degrada.

“No menos grave ni menos urgente es otro deber, el de la asistencia religiosa y económica a los campesinos, y en general a aquella no pequeña parte de mexicanos, hijos Vuestros, en su mayor parte agricultores, que forman la población indígena: son millones de almas redimidas por Cristo, confiadas por El a vuestros cuidados, y de las cuales un día os pedirá cuenta; son millones de seres humanos que frecuentemente viven en condición tan triste y miserable que no gozan siquiera de aquel mínimo de bienestar indispensable para conservar la dignidad humana. Os conjuramos. Venerables Hermanos, por las entrañas de Jesucristo, que tengáis cuidado particular de estos hijos; que exhortéis a Vuestro Clero, para que se dediquen a su cuidado con celo siempre más ardiente; y que hagáis que toda la Acción Católica Mexicana se interese por esta obra de redención moral y material.

“Por consiguiente, no caen fuera de la actividad de la Acción Católica las llamadas obras sociales, en cuanto miran a la actuación de los principios de la justicia y de la caridad, y en cuanto son medios para ganar a las muchedumbres; pues muchas veces no se llega a las almas sino a través del alivio de las miserias corporales y de las necesidades de orden económico, por lo que Nos mismo, así como también Nuestra Predecesor de santa memoria, León XIII, las hemos recomendado muchas veces. Pero, aun cuando la Acción Católica tiene el deber de preparar personas aptas para dirigir tales obras, de señalar los principios que deben orientarlas, y de dar normas directivas, sacándolas de las genuinas enseñanzas de Nuestras Encíclicas, sin embargo no debe tomar la responsabilidad en la parte puramente técnica, financiera y económica, que está fuera de su incumbencia y finalidad”.

Ya antes había dicho S. S. Pío XI en la Encíclica ”Quadragesimo Anno” -acerca, de los remedios del mal social: “Puesto que el régimen económico moderno descansa principalmente sobre el capital y el trabajo, deben (a) conocerse y (b) ponerse en práctica los preceptos de la recta razón, o de la filosofía social cristiana, que conciernen a ambos elementos y a su mutua colaboración. Para evitar los dos escollos, el del individualismo y el del socialismo, debe sobre todo tenerse presente el doble carácter, individual y social, del capital (o propiedad) y del trabajo. Las relaciones que median entre el uno y el otro deben ser reguladas por las leyes de una exactísima justicia conmutativa, apoyada en la caridad cristiana. Es imprescindible que la libre concurrencia, contenida dentro de límites razonables y justos, y mayormente el poder económico estén sometidos de un modo efectivo a la autoridad pública, en todo aquello que está peculiarmente encomendado a ella. Por último, las instituciones de los pueblos deben acomodar la sociedad entera a las exigencias del bien común, es decir, a las reglas de la justicia (social). De ahí resultará que la actividad económica, función importantísima de la vida social, se encuadre asimismo dentro de un orden de vida sano y bien equilibrado”.

Mas para que las reformas (exigidas por el desequilibrio económico) obtengan resultados eficaces, “es menester que a la ley de la justicia se una la ley de la caridad, que es vínculo de perfección. ¡Cómo se engañan los reformadores incautos, que desprecian soberbiamente la ley de la caridad, porque sólo se cuidan de hacer observar la justicia conmutativa! Ciertamente, la caridad, no debe considerarse como una sustitución de los deberes de justicia que injustamente dejan de cumplirse. Pero, aun suponiendo que cada uno de los hombres obtenga todo aquello a que tiene derecho, siempre queda para la caridad un campo dilatadísimo. La justicia sola, aun observada puntualmente, puede, es verdad, hacer desaparecer la causa de las luchas sociales, pero nunca unir los corazones ni enlazar los ánimos. Ahora bien, todas las instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la colaboración social, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual, que une a los miembros entre sí: cuando falta ese lazo de unión, la experiencia demuestra que las fórmulas más perfectas no tienen éxito alguno. La verdadera unión de todos en aras del bien común sólo se alcanza cuando todas las partes de la sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran familia e hijos del mismo Padre celestial, más aún, que son un solo cuerpo en Cristo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros; por donde como dice San Pablo, si un miembro padece todos los miembros se compadecen. Entonces los ricos y demás directores cambiarán su indiferencia habitual hacia los hermanos más pobres en un amor solícito y activo, recibirán con corazón abierto sus peticiones justas, y perdonarán de corazón sus pasibles culpas y errores. Por su parte los obreros depondrán sinceramente ese sentimiento de odio y envidia, de que tan hábilmente abusan los propagadores de la lucha social, y aceptarán sin molestia el puesto que Ies ha señalado la divina Providencia en la sociedad humana, o mejor dicho lo estimarán mucho, bien persuadidos de que colaboran útil y honrosamente al bien común cada uno según su propio grado y oficio, y que siguen así de cerca las huellas de Aquél que, siendo Dios, quiso ser entre los hombres obrero, y aparecer como hijo de un obrero”.

Instruidos con las magistrales enseñanzas del Pontífice reinante, pasemos a clasificar los diversos remedios que corresponden a los diversos males que, según dijimos, constituyen el problema social.

Los principales remedios son los siguientes:

1)  En el orden religioso: Que la doctrina y las máximas del Evangelio compenetren de nuevo la vida de los individuos, de las familias y de las sociedades, es decir, que se vuelva a vivir la vida de la fe.

2)  En el orden moral: Que la caridad fraterna venga a reemplazar los egoísmos, las envidias y los odios entre las clases sociales;

y que el desconocimiento de los mutuos derechos sea sustituido por un acendrado espíritu de justicia de parte de patronos y de obreros.

3)  En el orden social: Que, en vez de la lucha de clases, se establezca la armonía de los intereses legítimos y la colaboración jerárquica de todos los factores de la Economía.

4)  En el orden económico: Que se multiplique en la nación el número de pequeños propietarios: y que (mediante una inteligente y moderada pero eficaz intervención del poder público) se procure ima mayor distribución de la riqueza, y una más equitativa (aunque no igualitaria) participación de todos los elementos de la producción en los beneficios de las empresas.

5)  En el orden político: Que se restablezca la conciencia de su responsabilidad ante Dios, en los de arriba; y en los de abajo, el prestigio de la autoridad, la obediencia a las leyes y el respeto a los que ejercen el poder.

Todo lo anterior se compendia en esta fórmula: “Que reinen la justicia y la caridad de Cristo”: justicia, tanto conmutativa, que significa respeto de los derechos individuales, como social, que significa cooperación para procurar el bien común; y caridad que significa no solamente limosna como creen algunos (pues en una sociedad bien organizada podría aun hacerse menos necesaria la limosna individual), sino ante todo y sobre todo amor de hermanos, que es la llave de oro que da la solución de todos los problemas y conflictos.

III.—LA EUCARISTIA ES LA FUENTE DE JUSTICIA Y DE CARIDAD.

No necesito entretenerme mucho para exponer esta verdad que es manifiesta.—La Eucaristía es sacrificio de justicia y sacramento de amor.

Es sacrificio de justicia, porque es el mismo sacrificio del Calvario, en el cual se realizó el acto de la más cumplida justicia: Jesucristo, Dios y Hombre, Sacerdote y Víctima, con su pasión y muerte pagó de un modo condigno la deuda que el género humano tenía contraída con la Divinidad.

Es la Eucaristía sacramento de amor. Es el testamento del amor de Cristo que nos amó hasta el fin! Es la manifestación más delicada del amor de Cristo que quiso convertirse en el alimento de nuestra peregrinación sobre la tierra.. Es el símbolo de la unión entre todos los miembros de su cuerpo místico que es la Iglesia.

¡Misterio de justicia y misterio de caridad! Pero no un misterio que solamente signifique como los símbolos de la Antigua Ley; sino sacramento de la Nueva Ley, que produce eficazmente en las almas la gracia que simboliza. Quien se alimenta con el Pan Eucarístico, recibe a Cristo, y vive de su vida, y se llena de su espíritu, que es espíritu de Justicia y de Caridad.

Quien comulga dignamente puede llamarse verdaderamente Cristóforo, porque tiene a Cristo para sí, y puede llevarlo a los demás convirtiéndose en apóstol de su espíritu.

Quien es apóstol de Jesucristo-Eucaristía, fuente de justicia y de caridad, es el elemento más a propósito para contribuir a la resolución de la cuestión social.

Por eso vosotras y vosotros, miembros de la Acción Católica Mexicana, que os esforzáis por llenaros del espíritu de Cristo y convertiros en sus apóstoles, sois los principalmente llamados a restaurar la sociedad en Cristo, restableciendo la paz social por medio del reinado de Cristo que es el reinado de la justicia y de la caridad.— Habéis oído el mandato de S. S. Pío XI.

Y si vosotros no trabajáis por salvar la sociedad, ¿quién lo hará?

¿Serán los agentes de la política?—No, porque ellos casi siempre van solamente en pos de sus intereses personales; y aquí se necesita la caridad de Cristo que busca, como dice San Pablo, “non quae sua sunt, sed quae Jesuchristi”, no el provecho propio sino los intereses de Jesucristo que se identifican con la salvación de las almas.

¿Entonces los emisarios del capitalismo liberal e individualista, que todavía resuella, serán los capacitado? para dar a la sociedad el remedio que le hace falta?—Tampoco, pues ellos desgraciadamente, en vez de curar el mal social, lo agravan; porque siembran la intriga y multiplican las divisiones y discordias, creyendo sacar partido de aquel consejo del egoísmo, que en el caso actual es contraproducente: “divide y vencerás”.

Si vosotros, repito, no trabajáis por salvar la sociedad, ¿quién la salvará?

Me diréis que el Sacerdote. Sí, pero el Sacerdote está por una parte maniatado, y por otra abrumado de trabajo. Y vosotros, según la voluntad del Papa, debéis ser sus colaboradores, supliéndolo en lo que él no puede hacer, y multiplicando su acción con vuestra ayuda.

Me replicaréis que todos los elementos de la sociedad, .según el pasaje que cité de Mons. Márquez, deben contribuir a la solución del problema social, a saber: patronos y obreros, la Iglesia y el Estado, los individuos y las organizaciones profesionales; y que esto mismo enseñan los Sumos Pontífices León XIII y Pío XI.—^Es cierto, pero la mayor parte de esos elementos no harán nada que se les agradezca, si primero no se prepara el ambiente.

¿No estamos contemplando todavía con estupor la increíble desorientación de las llamadas clases dirigentes que no abren aún los ojos, después de una sacudida de treinta años, para ver la realidad; sino que están soñando, y con sueño profundo, y pretenden contrarrestar la corriente socialista con el regreso a los procedimientos del liberalismo económico pasado de moda?

Los Papas lo han dicho muy claro y nuestros obispos lo han repetido una y mil veces: ni las doctrinas socialistas ni las doctrinas liberales pondrán fin a los males contemporáneos, sino solamente las doctrinas de la Iglesia y la práctica de la justicia y de la caridad de Cristo, sin todo lo cual las más acertadas providencias de orden económico-social no podrán obtener el anhelado efecto.

Por consiguiente, vosotros debéis propagar la práctica de aquellas virtudes y difundir la doctrina de la Iglesia; y así, preparar el ambiente, para que algún día (como lo piden los Sumos Pontífices) todos los elementos que deben intervenir, contribuyan a la resolución de la cuestión social.

¿De qué modo habéis de realizar esa preparación?—El programa está determinado por S. S. Pío XI. Lo repetiré: “La Acción Católica tiene el deber

1) de preparar personas aptas para dirigir las obras sociales,

2) de enseñarles los principios que deben orientarlas, y

3) de darles normas prácticas, sacándolas de las genuinas enseñanzas de las Encíclicas Pontificias”.

Paso, pues, en seguida al cuarto y último punto de mi tema:

IV. — ¿CUAL SERIA UN MEDIO CONCRETO, POR EL CUAL PUDIERA LA ACCION CATOLICA CONTRIBUIR AL REMEDIO DEL MAL SOCIAL, TENIENDO EN CUENTA LAS CIRCUNSTANCIAS PARTICULARES DE NUESTRA PATRIA?

Es evidente que debemos llevar la influencia de la Iglesia, en su doctrina y en su moral, a todos los medios sociales: a los intelectuales y a los ignorantes, a los patronos y a los obreros, a los individuos y a las colectividades.—Cuando menos por medio de la prensa, de conferencias, de conversaciones privadas, etc., hemos de propagar la doctrina social católica como único antídoto contra el virus que corroe al mundo moderno.

Pero de un modo especial debemos desarrollar nuestra acción en favor de los obreros y campesinos. Así lo manda el Papa, a los Obispos, a los Sacerdotes y a la Acción Católica, en su encíclica “Firmissimam constantiam” tan llena de afecto paternal para los mexicanos.

Ahora veamos qué es lo que no se puede hacer actualmente, y que es lo que se puede y debe hacer con todo empeño.

En las presentes circunstancias no se pueden fundar sindicatos católicos, que son aquellos que, sin producir la desunión de la clase trabajadora ni frustrar sus intereses económicos (antes bien, fomentándolos en gran manera), procuran el mejoramiento cultural, educacional y moral de los obreros, vigorizando en ellos el espíritu cristiano.

Fuera de los sindicatos católicos, aquellos otros que suelen denominarse blancos, amarillos etc., no sirven en la práctica más que para introducir la discordia entre los obreros dándole a la lucha de clases como digno apéndice la lucha intergremial.

Téngase en cuenta que en ningún documento pontificio ni episcopal se insinúa siquiera la idea de que eduquemos al obrero para la intriga ni que lo organicemos para romper huelgas, etc., que es lo que suelen hacer los sindicatos de colores pálidos.

Si no podemos fundar sindicatos católicos, ¿convendrá que trasplantemos a nuestra patria organizaciones exóticas como el Jocismo belga (Juventud obrera católica) ?—Además de que (en las presentes circunstancias) hay la misma dificultad para el Jocismo que para los sindicatos, sería multiplicar las organizaciones: es éste nuestro defecto tradicional, que nos lleva a la dispersión de las fuerzas.

Basta y sobra (por el momento) que en las cuatro organizaciones fundamentales de la Acción Católica se funden, a manera de secciones de los centros parroquiales, grupos formados por obreros ti obreras, jóvenes o mayores, pero con la misma organización y las mismas finalidades de los demás grupos de Acción Católica, es decir; pará intensificar su vida cristiana y convertirlos en apóstoles de Jesucristo.

¡Cuántas veces a los obreros de los sindicatos por desprecio se les llama rojos (y, si es posible, hasta bolcheviques), sin reflexionar que son obreros católicos, bautizados, hermanos nuestros en Cristo; y que, si son ignorantes o están descarriados, es en gran parte por culpa nuestra: porque no hemos hecho nada por ellos, los hemos abandonado!

Debemos multiplicar nuestros esfuerzos por atraer y conservar bajo las alas maternales de la Iglesia el mayor número posible de obreros y campesinos, llámense sindicalizados, agraristas o de cualquier otro modo.

“¡Id al pueblo!”, dijo S. S. León XIII, y esa debe ser todavía nuestra palabra de orden. Y principalmente debemos ir al pueblo mediante el apostolado del obrero por el obrero.

De dos maneras podemos trabajar con los obreros:

1) atrayendo obreros en gran número a esas secciones de nuestros grupos parroquiales, para llenarlos allí del espíritu de Jesucristo-Eucaristía, y convertirlos en “cristóforos”, a fin de que lleven ese tesoro a sus hermanos y los hagan conocer y amar a Cristo como ellos.—

2) entresacando, del número total de cada sección obrera, un grupo pequeño, escogido, lo que suele llamarse núcleo selecto. Este grupo selecto debe cultivarse con mayor esmero, porque es el que está destinado a ejercer el apostolado más intenso y eficaz en la clase obrera. Es al que se refiere el Sumo Pontífice cuando dice que es un deber de la Acción Católica “preparar personas aptas para dirigir las obras sociales”.

El mismo Sumo Pontífice declara en qué forma deben prepararse esas personas, forma que equivale a lo que llamamos un “círculo de estudios”.

En ese círculo de estudios hay que hacer dos cosas: enseñar a esas personas las principios que deben orientarlas, y darles normas prácticas acerca del modo de ejercer su apostolado entre los obreros.

Los principios que deben orientarlas son principalmente las enseñanzas contenidas en las encíclicas ”Rerum Novarum” y “Quadragesimo Anuo” que deben comentarse con la mayor exactitud y claridad; y también las doctrinas de los sociólogos católicos con relación a la ciencia llamada Economía Social, cuyos elementos (cuando menos) deben ser familiares a los miembros de un círculo de estudios. Se les enseña además la Religión y la Historia de la Iglesia,

Las normas prácticas del apostolado del obrero entre los obreros deben ser las propias de todo apostolado verdaderamente cristiano; no las propias de una propaganda de intereses o de una propaganda política.

Por consiguiente el obrero apóstol tratará de dar buenos ejemplos a sus hermanos, instruirlos* con buenas conversaciones, acercarlos a la Iglesia y al sacerdote, atraerlos a la predicación de la palabra de Dios y a los actos de piedad, en particular a la recepción de los santos sacramentos; difundirá entre ellos los buenos periódicos y los buenos libros, y los apartará de las malas lecturas, de personas y lugares peligrosos, y de los vicios o del peligro de contraerlos.—Los directores eclesiásticos y seglares de tales grupos selectos, inspirados por Dios y espoleados por la caridad que infunde Jesús-Eucaristía, se ingeniarán por encontrar y aconsejar los medios más oportunos según las diversas circunstancias.

La norma suprema es la Caridad, que tiene su fuente en la Eucaristía.

Y la Caridad, dice S. Pablo a los Corintios (1 Cor., 13, 4-8) “es sufrida, es (dulce y) bienhechora; la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente; no se ensoberbece; no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se alegra ,de la injusticia, sino que se complace en la verdad; a todo se acomoda; cree todo (lo que es el bien del prójimo), todo lo espera, y lo soporta todo. La caridad nunca fenece!”

Que se alabe, se adore y se den gracias por todos en todas partes y para siempre a Jesucristo nuestro Dios y Redentor en la Sagrada Eucaristía, fuente de salvación para los individuos, las familias y las sociedades! ¡Así Sea!

Guadalajara, 27 de mayo de 1938.

IMPRIMATUR

+ JOSEPH,

Archiep. Gmdalajarensis.

Guadalajarae, Mex., 28 Augusti 1938.

 

ACMQRO jlam

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