Consagrados para el mundo desde la Iglesia
Consagrados para el mundo desde la Iglesia

Foto de archivo: Convención Nacional Acción Católica Juvenil Querétaro 2012
Quisiera insistir en la vocación de los laicos y en la gran importancia que tienen para la Iglesia. Es posible que todo esto se dé por sabido y que, para algunos o muchos, no sea necesario volver sobre ello. Sin embargo, uno ve que más allá de los documentos, la puesta en práctica de la vocación laical está lejos de hacerse efectiva.
Como las parroquias tienen necesidad de tantos brazos, la tentación de convertir la situación presente en algo habitual es real. Todo es poco para satisfacer las muchas necesidades de las parroquias, que además están ampliando su campo de actividades, por ejemplo con servicios de salud, dotados incluso de médicos. Ello puede dar la impresión de que la Iglesia ya realiza de ese modo su misión en el mundo. Pero esta importante misión necesita transitar además por otros caminos más directamente ‘mundanos’. Se trata de comprometerse en el mundo desde el mundo. Para eso han sido consagrados los laicos en el bautismo y enviados a esa misión por Jesús mismo. Un texto de Pablo VI es especialmente directo y claro sobre este particular.
“Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial -esa es la función específica de los Pastores-, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas, escondidas, pero a su vez ya presentes y activas, en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo mundo de la política, lo social, la economía, y también la cultura, las ciencias y las artes, la vida internacional, los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristiana, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades -sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida-, estarán al servicio de la edificación del Reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús”. (EN, Anuncio del evangelio 70. 1975)»
Es un texto empático para con el mundo; reconoce posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero presentes y activas, en las realidades sociales; deja claro que la misión primera e inmediata del laico no es la institución eclesial, sino el mundo vasto y complejo de la política, lo social, etc. Y pide seglares comprometidos y competentes, que se responsabilicen de la sociedad.
La cita termina con una frase más o menos espiritualista. Pero ¿no habrá que hablar también de la defensa de la pobre gente, muchos sin trabajo y otros muchos con trabajos, no solo precarios, sino malos y de malos sueldos? Ahora que he pasado la edad de la jubilación, veo que es fácil ser sacerdote fervoroso sin saber casi nada de esas duras realidades. Todos esperamos con ganas la reforma interna de la Iglesia, desde la Curia hasta el diaconado (y sacerdocio?) de la mujer. Ojalá se haga. Y ¿no es tan importante el vuelco hacia la misión de la Iglesia en el mundo, como vocación y misión de los laicos?