La Acción Católica que tiene futuro
Carta Pastoral de Mons. Dorado Soto para la III Asamblea de adultos de la ACE
“La Acción Católica que tiene futuro”
Del 4 al 7 del próximo mes de agosto nuestra Diócesis de Málaga acoge la celebración de la III Asamblea General de los Adultos de Acción Católica, que congregará a unos trescientos representantes de cuarenta y seis diócesis españolas en las que ya está implantado este Movimiento Apostólico. Con el lema “En el mundo, testigos” el tema central de esta Asamblea es la reflexión sobre “La presencia eclesial y social de los adultos de la Acción Católica”.
La Diócesis de Málaga os da la bienvenida a todos los que participáis en este acontecimiento, venidos de todos los puntos de España. Como obispo de la misma me alegra poder acogeros en nuestra Casa Diocesana de Espiritualidad “Beato Manuel González” y en la Santa Iglesia Catedral para la celebración solemne de la Eucaristía. Desde ahora invito a todos los diocesanos a unirse espiritualmente y orar intensamente por los frutos apostólicos de este encuentro eclesial.
Vuestra Asamblea, además de darme la oportunidad de acogeros y acompañaros, me depara la ocasión de ofreceros una reflexión en voz alta sobre esta forma peculiar de apostolado seglar que es la Acción Católica y, a la vez, sugeriros algunos acentos que creo prioritarios para su futuro.
Lo viejo y lo nuevo en la Acción Católica.
No hace todavía un año, el 10 de agosto de 2004, el Venerable Juan Pablo II escribía: “Nacida de una inspiración providencial, según mi predecesor el Papa Pío XI de venerada memoria, ha sido fuerza unitiva, estructuradora y propulsora de la corriente contemporánea de promoción del laicado que se confirmó de modo solemne en el concilio Vaticano II. En ella, generaciones de fieles han madurado su vocación a lo largo de un itinerario de formación cristiana que los ha llevado a la plena conciencia de su corresponsabilidad en la construcción de la Iglesia, estimulando su celo apostólico en todos los ambientes de vida. ¡Cómo no recordar, en esta ocasión, que el decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos reconoció esta benemérita tradición, recomendándola vivamente! (cf. Apostolicam actuositatem,, 20). La exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, así como mis numerosas intervenciones con ocasión de las diversas asambleas de la Acción Católica italiana, han recogido con empeño las recomendaciones conciliares, favoreciendo la superación de algunas situaciones de ofuscamiento y de dificultad”[1].
Al hacer memoria de la historia conviene distinguir entre la Acción Católica en su hondura teológica, espiritual y pastoral y las formas organizativas que históricamente ha revestido en cada época. En su larga historia la Acción Católica se ha realizado en formas concretas muy diversas. Desde los tiempos de Pío XI las formas concretas que ha encarnado la Acción Católica han respondido a lo esencial de su más honda naturaleza y, sin embargo, revestían el ropaje provisional y contingente de cada momento histórico.
Pío XI solía destacar que la naturaleza auténtica de la Acción Católica y su novedad era, en el fondo, tan antigua como la Iglesia. En efecto, los textos del Nuevo Testamento nos muestran una muy activa colaboración de los fieles con los apóstoles. Recordaba con predilección el pasaje de la Carta a los Filipenses, en el que San Pablo habla de dos mujeres, Evodia y Síntique, «que han combatido conmigo por el evangelio, junto con Clemente y el resto de mis colaboradores, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida» (Filp 4, 3).
También recordaba que en torno a Pablo y a otros ministros del evangelio, militan de una u otra manera bastantes fieles: unos han comunicado la llama de la fe y comenzado a reunir una comunidad, incluso antes de la llegada de Pablo, como Epafras en Colosas (Col 1, 7; 4, 12); otros son citados por haber dispensado servicios al apóstol o a los santos (Rom 16, 4-6; 1 Co 16, 15; Col 5, 13); otros porque «han trabajado mucho por el Señor» o «sufrido por Cristo» (Rom 16, 10.12). A Aurisca y Aquila, la pareja convertida por Apolo, los llama Pablo «sus colaboradores en Jesucristo» (Rom 16, 3); y de los dos parientes de Pablo Andrónico y Junia se dice que son «ilustres entre los apóstoles» (Rom 16, 7)[2].
En síntesis, la Acción Católica es “nueva” siempre que vuelve a vivir la novedad del Evangelio en la comunión de la Iglesia, fiel a su naturaleza profunda de ser “colaboración de los fieles laicos con los obispos, sucesores de los Apóstoles”. Y es “vieja” siempre que queda atada o anquilosada en esquemas ideológicos u organizativos caducos, ya sean antiguos o recientes, ya sean conservadores o progresistas. Lo importante es adentrarse en lo profundo y descubrir una y otra vez la novedad eterna del Evangelio y la fecundidad de la colaboración de los fieles cristianos con sus pastores. En esta línea quisiera subrayar tres aspectos que creo pueden ayudaros a vivir hoy y en el futuro inmediato en coherencia con este su ser profundo.
1) “No anteponer nada al amor a Jesucristo”
El papa Benedicto XVI, al explicar la elección de este nombre, ha subrayado varias veces la frase lapidaria que San Benito, patrono de Europa, dejó escrita ya en el siglo VI: “No anteponer nada al amor a Jesucristo”. Con ello nos está recordando la clave del vivir cristiano. La Acción Católica, en esta época de secularización y de “apostasía silenciosa” de muchos bautizados en Europa (Juan Pablo II), está llamada a hacer suya esta consigna de San Benito que el Papa ha vuelto a poner de actualidad desde el inicio de su pontificado. La espiritualidad cristiana es cristocéntrica, porque brota continuamente del encuentro personal con Jesucristo, en quien nos abrimos al Misterio insondable de Dios y del hombre, del mundo, de la historia y de la vida.
La Acción Católica tiene futuro inserta y al servicio de las comunidades parroquiales, siendo un ámbito de encuentro personal y comunitario con Jesucristo; un lugar en el que se escucha en profundidad la Palabra de Dios; una casa y una escuela continua de oración fervorosa al Señor; un taller permanente para aprender a participar y vivir la liturgia eclesial, especialmente el Día del Señor; para adorar a Jesucristo presente en la Eucaristía, para educar en la valoración de los demás sacramentos de la Iglesia, para, en definitiva, aprender a ser cristianos en su integridad.
Antes, mucho antes, de hablar del compromiso del cristiano en el mundo, antes incluso que hablar de evangelización, lo primero es que la Acción Católica como la Iglesia misma sea una escuela en la que se cultive y se contagie el ideal evangélico de santidad. Sin este cultivo permanente, especialmente necesario en el contexto de la sociedad actual, no será posible encarnarlo en la vida personal, familiar, laboral, social y política.
Quien aprende a no anteponer nada al amor a Jesucristo ya tiene lo fundamental de la vida cristiana. Cuando el creyente entra en relación profunda con Dios no puede contentarse viviendo una vida mediocre basada en una ética de mínimos y una religiosidad superficial. El que está seducido por Cristo, aunque no se lo propusiera, es quien contagiará el frescor del Evangelio a los demás a través de las virtudes que son más específicas del estado de vida seglar: la fidelidad y la ternura en familia, la competencia en el trabajo, la tenacidad a la hora de servir al bien común, la solidaridad en las relaciones sociales, la creatividad para emprender obras útiles para la evangelización y la promoción humana. Quien no antepone nada al amor a Jesucristo mostrará que el Evangelio es siempre actual y que la fe auténtica nunca saca al creyente de la historia, sino que lo sumerge más profundamente en ella.
2) Impulsar decididamente una espiritualidad de comunión
Nos decía también el recordado papa Juan Pablo II[3]: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Y añadía: “¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, que supone estos cuatro aspectos:
– Significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
– Significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
– Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.
– En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias”.
Y termina el papa Juan Pablo II este denso y sugerente número 43 de su carta apóstólica afirmando: “No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”. Pienso que estas bellas indicaciones vienen a explicitar mejor algo que está en la misma entraña de la Acción Católica y que hoy es necesario impulsar sin titubeos. Sin ello la Acción Católica sería “un medio sin alma”, “máscara de comunión más que su modo de expresión y crecimiento en la misma”.
Las Bases de la Acción Católica Española actualmente vigentes, citando el Concilio Vaticano II (AA 20 c), subrayan que “los seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico de forma que se manifiesta mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado» y que “la dimensión diocesana de la Acción Católica responde a la estructura fundamental de la Iglesia que se constituye en torno al Obispo”
La Acción Católica forma parte integrante de la diócesis en la que vive y ejerce su tarea evangelizadora en estrecha sintonía con el Plan Pastoral de la misma, dando siempre especial importancia a la Parroquia. La coherencia con estos postulados pide hoy de la Acción Católica y de sus organismos un especial empeño por acentuar caminos de comunión, por contribuir a la comunión eclesial en los distintos niveles, diocesano y supradiocesano, en que la Acción Católica esta organizada. Sólo así lograremos una mayor eficacia apostólica, ya que nos se trata sólo de la conjunción de esfuerzos, sino también y principalmente del testimonio común, unidos a los Pastores, de los valores del Reino y especialmente de la fe, la esperanza y la caridad, en las que se sustentan el testimonio cristiano y la evangelización.
Tengamos presente lo que se nos dijo en el último Congreso de Apostolado Seglar celebrado en Madrid, en noviembre de 2004: “El apostolado de los seglares es el apostolado capilar, amplio, multiforme y multipresente de una Iglesia formada por cristianos convertidos, agradecidos por los bienes recibidos con la fe, deseosos de ofrecérselos y transmitírselos a sus familiares, amigos, vecinos y conciudadanos. En España necesitamos comenzar por fortalecer y clarificar religiosamente nuestras comunidades básicas que son las parroquias, necesitamos recuperar la valoración de la fe y la confianza en nosotros mismos como discípulos y miembros de Cristo, para entrar en una comunicación de comprensión y de profecía con nuestros conciudadanos que han perdido las huellas de Cristo y han dejado de confiar en su Iglesia”[4].
3) Formar evangelizadores creíbles y competentes
De todo lo que la Acción Católica ha aportado a lo largo de su historia, uno de sus tesoros, inseparable de la Iglesia a la sirve, ha sido la formación y promoción de seglares adultos en su fe y en su vida cristiana. Entre ellos destacan no pocos santos ya canonizados o cuyo proceso de canonización ya ha sido abierto. La Acción Católica debe seguir esta labor formativa y promocional de los seglares, teniendo en cuenta que en la actualidad la formación de laicos es una clara prioridad en nuestras diócesis españolas.
Junto con la promoción de vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada (de las la Acción Católica fue en épocas anteriores un semillero) necesitamos formar cristianos que hayan acogido plenamente el don inefable de Jesucristo, nuestro Evangelio, y que a fuerza de estar unidos a Él y a su Iglesia, vivan y proclamen con gozo y con total claridad la fuerza salvadora de la fe, con todas sus implicaciones religiosas y morales, personales y sociales. Como decía Pablo VI: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible”[5].
No debemos ser pesimistas pensando que hoy es más difícil evangelizar que en otros momentos de la historia. Los tiempos actuales tienen ciertamente sus dificultades propias, pero no son más desfavorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos de nuestra historia pasada. La situación en la que nos encontramos nos debe impulsar, al contrario, a ir a las fuentes de nuestra fe y a hacernos discípulos y testigos del Dios de Jesucristo de una forma más decidida y radical. La experiencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que hacemos particularmente intensa en la liturgia, “cumbre y fuente de la vida eclesial”, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.
En la exhortación Ecclesia in Europa Juan Pablo II hace un llamamiento a la formación de los laicos en Europa: “La actual situación cultural y religiosa de Europa exige la presencia de católicos adultos en la fe y de comunidades cristianas misioneras que testimonien la caridad de Dios a todos los hombres. El anuncio del Evangelio de la esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe más personal y madura, iluminada y convencida. Los cristianos, pues, han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia en que vivimos”[6].
Pienso que sería un gran servicio a la misión de la Iglesia hoy que la Acción Católica Española se movilice para colaborar en proponer una catequesis y un formación apropiadas a las diversas situaciones de las personas en las diversas edades y condiciones de vida, subrayando siempre la educación y maduración de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo.
Es obvio que la formación de los militantes de la Acción Católica se ha referir constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la Sagrada Escritura, proclamada en la Liturgia e interpretada por la Tradición de la Iglesia. Pero hoy es necesario insistir en que ha de incluir una catequesis orgánica y sistemática de fe. Esta catequesis es sin duda alguna un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta. En este cometido, el Catecismo de la Iglesia Católica y el compendio del mismo que el papa Benedicto XVI acaba de ofrecernos, son un punto de referencia fundamental.
En nuestro contexto socio-cultural, la Acción Católica está llamada a subrayar la unidad de la vida con la fe. Para ello es necesaria una formación integradora y unificadora que contribuya a vivir en la unidad dimensiones que, siendo distintas, tienden con frecuencia a escindirse: “vocación a la santidad y misión de santificar el mundo; ser miembro de la comunidad eclesial y ciudadano de la sociedad civil; condición eclesial e índole secular, en la unidad de la novedad cristiana; solidario con los hombres y testigos del Dios vivo; servidor y libre; comprometido en la liberación de los hombres y contemplativo; empeñado en la renovación de la humanidad y en la propia conversión personal; vivir en el mundo, sin ser del mundo, como el alma en el cuerpo, así los cristianos en el mundo”[7].
La formación de la Acción Católica hoy ha se ser catequética y militante. Teniendo en cuenta estas seis tareas mutuamente implicadas, que brotan de la misma dinámica interna de la fe que se transmite. La fe pide: ser conocida, ser celebrada, ser vivida, ser hecha oración, ser compartida comunitariamente y ser anunciada. Conjugar estos seis verbos es fundamental en todo el proceso formativo.
– El conocimiento del contenido de la fe
Sin conocimiento del contenido de la fe no puede haber adhesión de la fe. Es imposible un verdadero encuentro y una verdadera comunión con Jesucristo, sin el vivo deseo de conocerlo lo más posible como mediador y plenitud de la Revelación de Dios. Este conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios tiene una profunda significación vital para la vida del hombre. El conocimiento de la fe integra nociones, valores experiencias, acontecimientos…, es una relación personal y sapiencial. Este conocimiento es el elemento fundamental y director de todo el proceso formativo de un cristiano.
Esta tarea implica acoger las dudas y preguntas que hoy se plantean sobre la fe; conocer el designio del Padre que Cristo nos reveló; conocer los contenidos de la fe para llegar a una síntesis de fe; conocer la Escritura y la Tradición y profundizar en los motivos para creer y aprender a saber dar razón de la fe; en definitiva, profundizar el contenido del Credo como síntesis de la fe.
– La educación litúrgica
La fe por su propia naturaleza pide ser celebrada. La comunión con Jesucristo, que es Alguien vivo, se realiza allí donde él quiere estar. Y él “está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica”[8]. No es posible la comunión con Jesucristo sin celebrar con fervor su presencia salvífica en los sacramentos, y particularmente en la Eucaristía.
Esto supone que no sólo conocer el significado auténtico de la liturgia y de los sacramentos, sino el aprendizaje de su efectiva participación. Y, al revés, supone no sólo celebrar sino propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y los sacramentos; llevar a una participación plena, consciente y activa en la liturgia; descubrir el sentido de los diferentes tiempos litúrgicos y fiestas cristianas. Iniciar a la liturgia significa ayudar a insertarse en el misterio de Cristo celebrado en la comunidad cristiana, especialmente parroquial teniendo en cuenta que “no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía”[9].
– La formación moral
Es imprescindible la formación moral ya que la conversión a Jesucristo implica caminar en su seguimiento. La catequesis debe, por tanto, inculcar en el cristiano las actitudes propias del Maestro. Los discípulos emprenden así un camino de transformación interior de “muerte al hombre viejo” y continuo “nacimiento al hombre nuevo”. El Decálogo y las Bienaventuranzas son así referencia indispensable de en la formación moral los cristianos.
Supone esta tarea realizar una ruptura y renuncia de aquellos modelos de conducta incompatibles con la fe; hacer desde la libertad, una opción por Jesucristo y los valores que él vivió y proclamó; percibir la moral cristiana no como un código de leyes, sino como una vocación para el seguimiento de Cristo; descubrir la vida cristiana como tiempo de lucha y esfuerzo que hay que vivir apoyados en la fuerza del Espíritu; comprender el Sermón del Monte como síntesis de la moral cristiana. La catequesis lleva a asumir el estilo de vida de Jesús y sus enseñanzas, a imitar sus actitudes, y asimilar las exigencias que provienen del Evangelio.
– Enseñar a orar
La comunión con Jesucristo lleva a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar es orar con los mismos sentimientos que tuvo Jesús cuando se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos quedan reflejados en el Padrenuestro, modelo de toda oración cristiana.
Esta tarea supone aprender a percibir las maravillas de Dios en la vida; pedir la fuerza de Dios para superar los aspectos exigentes del Evangelio; profundizar en el contenido del Padrenuestro como modelo de toda oración y resumen de todo el Evangelio. La “entrega del Padrenuestro” es la expresión de la realización de esta tarea.
– Educar para la vida comunitaria
La vida comunitaria no se improvisa y hay que educarla con cuidado, ya que el evangelio nos enseña a ser hermanos y a compartir con amor fraterno. El sentido de la fraternidad es el que inspira las actitudes del espíritu comunitario que Jesús enseñó: sencillez, humildad, perdón mutuo, servicio, diálogo, corrección fraterna, oración en común, solicitud por los otros, acogida, reciprocidad en el amor, etc.; descubrir la necesidad de la comunidad parroquial para poder vivir la fe y las exigencias del seguimiento de Jesús; cuidar la dimensión ecuménica; proporcionar un adecuado conocimiento de las otras confesiones religiosas; suscitar y alimentar el verdadero deseo de la unidad. La comunidad cristiana es el verdadero lugar donde se realiza el camino de fe.
– Iniciarse en el dinamismo misionero
El cristiano adulto se ha de caracterizar por su fuerte impulso misionero, tanto en su compromiso en la edificación de la Iglesia, como, sobre todo, en su compromiso cristiano en el mundo. Esto supone que se ha de capacitar para cooperar en los diversos servicios eclesiales, según la vocación de cada uno, y, sobre todo, para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida cultural, profesional, social y política, también según la vocación de cada uno; suscitar vocaciones sacerdotales y de especial consagración; prepararse para el diálogo interreligioso; saber siempre dar razón de la fe, por la palabra y el testimonio de vida, en medio de los hombres.
Conclusión
Al terminar estas reflexiones que os entrego con afecto, os doy de nuevo la bienvenida y os deseo una feliz estancia en la diócesis y en la ciudad de Málaga. Pido a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, que esta III Asamblea General de Adultos de Acción Católica que vais a celebrar os fortalezca en la fe, anime vuestra esperanza y acreciente la misión que habéis recibido del Señor de ser sus testigos en todas las circunstancias y momentos de la vida. Que para todo ello la celebración de la Eucaristía sea siempre la fuente y la cumbre permanente de vuestro apostolado.
Málaga, 15 de julio de 2005
[1] Mensaje a los participantes en el Congreso Internacional de la Acción Católica en Loreto (Italia), 2004.
[2] Cf. Yves Congar , Jalones para una teología del laicado, París 1953, p 434.
[3] Novo Millennio Ineunte 43.
[4] Cf. Primera ponencia Congreso Apostolado Seglar, Madrid, noviembre de 2004. Subrayado nuestro.
[5] Evangelii Nuntiandi 76.
[6] Ecclesia in Europa 50-51. Los subrayados son nuestros.
[7] Cristianos Laicos Iglesia en el Mundo, 77.
[8] Sacrosantum Concilium 7.
[9] Presbiterorum Ordinis 6.