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San Francisco de Asís, Patrono Universal de la Acción Católica

San Francisco de Asís,
Patrono Universal de la Acción Católica

Revista Tribuna Católica, No. 34, Octubre 1937.

Órgano Mensual de la Acción Católica Uruguaya

En el acto académico organizado por la lumia Nacional de la A. C. en el salón del Club Católico, el día 4 de octubre, en homenaje a San Francisco de Asís, el Excmo. Sr. Arzobispo Coadjutor de Montevideo Dr. Antonio María Barbieri, pronunció un magnífico discurso sobre «San Francisco de Asís, Patrono de la Acción Católica». De aquella hermosísima pieza oratoria hemos podido reconstruir los párrafos más sobresalientes que ofrecemos a nuestros lectores.

En dicho festival hicieron además uso de la palabra el Dr. Juan Natalio Quagliotti, Presidente de la Junta Nacional de la A. C. y el Excmo. Sr. Embajador del Brasil, Dr. Dn, Lucilo Bueno. Ambos discursos se publican a continuación.

Síntesis del Discurso del Excmo. Sr. Arzobispo Coadjutor Dr. Don Antonio María Barbieri.

Después de las hermosas palabras de apertura de mi querido amigo el doctor Juan N. Quagliotti, y del conceptuoso discurso de mi no menos querido amigo el Excmo. Señor Dr. Lucilo Bueno que representa entre nosotros nuestra nación hermana, sólo caben aquí pocas palabras de clausura que he de pronunciar con mucha brevedad y mucha cautela para no enturbiar la nitidez de esta armonía de acentos, de luces y sonidos que flota aquí en estos momentos.

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La palabra que voy a pronunciar aquí; el pensamiento que ella ha de encerrar, en esta conmemoración espontánea que la Junta Nacional de Acción Católica hace del Poverello, me corresponden a mí no por título de ciencia, ni de capacidad intelectual; sino por título de jerarquía. He de traducir en esta alocución el pensamiento del Santo Padre, al relacionar la Acción Católica con San Francisco de Asís; y eso debía hacerlo yo, como quiera que la jerarquía a la que me ha elevado la Providencia de Dios, me coloca más cerca del corazón y de la mente del Pontífice Sumo, y me hace un canal obligado y autorizado de su pensamiento y de su voluntad.

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Señores:

Al enterarnos del patronazgo de Francisco de Asís sobre la Acción Católica surge a flor de labios una serie de preguntas interesantes.

¿Por qué, -nos preguntamos-, habrá querido el Sumo Pontífice acercar dos términos tan distanciados por las circunstancias del ambiente?

Acción Católica es apostolado de los tiempos modernos, San Francisco de Asís fue un Santo del siglo XIII. Los problemas de la Acción Católica son distintos de los de Francisco de Asís; hoy los ideales son económico, científico, y los horizontes se ensanchan cada día más y en todo sentido.

En los tiempos de Francisco los ideales de caballería, de pequeñas rivalidades de honor, los horizontes estrechos polarizaban la atención de los hombres.

Hoy es época de democracia; entonces de feudalismo.

Acción Católica es apostolado de Laicos; y Francisco de Asís es Religioso y, más aún, fundador de una Orden Religiosa.

Señores; estas preguntas surgieron así, en el espíritu del Pontífice. En su discurso del 19 de Marzo del año 1927 dice:

“El Patriarca San Francisco está aquí bien en su puesto. A primera vista parece poco indicado para la Acción Católica; y bien, no; es, al contrario, enteramente bien indicado y bien escogido como Patrono de la Acción Católica, aún cuando más no fuera que por haber difundido y esparcido al exterior la inspiración cristiana y santa de su vida”.

Bien estudiadas estas citas, -y muchas otras que no traigo aquí-, nos dan la respuesta a las preguntas que nos hicimos hace unos momentos. Y entonces los puntos de contacto aparecen con evidencia.

El miembro de la Acción Católica es pues :

  1. laico.
  2. Apóstol.
  3. injertado en la jerarquía.
  4. que trabaja por el Reinado de Cristo.
  5. en los problemas de la hora presente.

Y eso fue Francisco de Asís: un laico, un apóstol, unido a la jerarquía, un soldado del reinado de Cristo, cuya voz nos trasmite el espíritu del Evangelio bien aplicado para las necesidades de hoy.

Francisco, lo sabéis, no fue, no quiso ser sacerdote. Y si bien por ser diácono pertenecía al estado clerical, esto lo unía a la jerarquía, le hizo participar del apostolado Sacerdotal; pero no fue Sacerdote.

Es un laico Apóstol. Señores, todos conocemos los ardores apostólicos de Francisco de Asís; que fue recorriendo Italia, Francia, España, llegó hasta Egipto, y por todas partes era el mensajero de la verdad de la paz y del amor del Evangelio y todos sabemos los frutos de su apostolado.

Un soldado del reinado de Cristo.

Mirad, señores; no sólo lo fue por sus obras, como puede decirse de todos los Santos. Sino que sintió la realeza de Cristo y su propio vasallaje en términos claros, definidos y formales. El mismo se llamaba con tanta frecuencia, que su expresión pasó a la historia: Yo soy el heraldo del Gran Rey.

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Pero señores, el heraldo del Gran Rey en Ja Acción Católica debe combatir hoy, con las armas de hoy, enfrentando los problemas .de hoy.

¿Y cuáles son, señores, los problemas de hoy, y las armas de la hora presente?

No es tan fácil decirlo en pocas palabras. Pero tomando la visión de conjunto y examinando sus grandes líneas, la respuesta se hace fácil. El problema es que el hombre es demasiado hombre, en lo que esta palabra puede significar de doloroso. El hombre se ha creído él, el Rey, el Rey absoluto; se ha hecho el centro de la vida; y entonces ha habido una inversión en los sentimientos; el amor que marcha hacia afuera, ha marchado hacia adentro, se ha convertido en egoísmo.

La llama del amor, -según la figura clásica-, la llama del amor que es luz v que es amor se ha apagado; se ha hecho la noche, -diré con la Sagrada Escritura; y durante la noche pasaron por el alma tocias las fieras de la selva.

Señores; ese es el substrato del problema el hombre: con la inteligencia poblada de sombras y el corazón hecho una madriguera de pasiones. Y esas pasiones han creado la terrible hora porque atravesamos; y han llevado al hombre, -así lo enseña el Sumo Pontífice-, al extremo opuesto del Evangelio; y la expresión moderna y terrible es el comunismo, que establece el comunismo del egoísmo; que porque endiosa al hombre niega a Dios: y nos da la nación sin Dios, la escuela sin Dios, la familia sin Dios, el individuo sin Dios; y porque es egoísmo pasa como una avalancha de odio por la tierra, dejando a su paso ríos de sangre, pueblos hambrientos, ciudades caídas, templos en ruinas, y la sociedad entera en terrible desolación.

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Ese, señores, es el problema; esa es la situación de hoy. – ¿Cuál ha de ser el Señores; la que nos ha señalado el Supremo Jerarca de la Iglesia; el comunismo del amor, que todo lo construya y todo lo vivifique, con el mágico poder de la caridad de Cristo.

Y yo miro, señores, a Francisco de Asís, y lo veo con esa arma en las manos. Seráfico, lo llama la Iglesia; y cuando lo contemplo, -en un éxtasis de amor-, amando a Dios, a los hombres, a su Patria, al árbol y al gusano, al pájaro y al lobo; a la flor y a la estrella, al agua y al sol, y a la .misma muerte, debo exclamar con entusiasmo: he ahí el arma que necesitamos. He ahí el Santo que es una afirmación del comunismo evangélico porque es viva expresión del comunismo del amor.

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Señores: he dicho que el mal de los tiempos presentes está en eso de que el hombre es demasiado hombre, y cuando el hombre es demasiado hombre deja de ser hombre para ser bestia.

Un filósofo, estudiando la terrible, obra de las pasiones en el ser humano, ha dicho que el hombre que se deja dominar por ellas, -así como lo acabo de decir-, es un lobo para otros hombres.

El recuerdo de un lobo nos trae, por asociación de ideas, y como en la penumbra, el de Francisco.

Porque hubo una vez un lobo, -lobo de verdad-, que asolaba los alrededores y mataba rebaños y pastores de aldea.

Los pobres pastores, al pasar Francisco por allí, fueron a su encuentro Y le contaron’ sus cuitas.

Qué extraño, señores, qué extraño es eso, Francisco Asís no era domador de fieras, ni llevaba arco, ni era cazador; era un Religioso Santo y nada más. Pero a pesar de la distancia recurren a El. Es que los Santos poseen el secreto de hacer mansas las fieras.

Y con el amor y caridad, y benevolencia y mansedumbre que es el secreto de los Santos; y en la madriguera encontró la fiera; y la habló y la convirtió en manso cordero que anclaba por la aldea como un amigo de rebaños y aldeanos.

Señores: ante el hombre lobo de hoy, los Pastores de la Iglesia han evocado la figura dulce y amorosa de Francisco como Protector y modelo de los soldados de la Acción Católica. Y ojala su amor y mansedumbre en manos de cada soldado pueda repetir el milagro de Gubbio; de convertir los fieros lobos en mansas ovejas para que se realice el sueño de Cristo: que haya en la tierra un sólo rebaño bajo un sólo Pastor.

El Discurso del Dr. Juan N. Quagliotti en el Homenaje de la Acción Católica a San Francisco de Asís

Excelentísimos señores: Señoras y señores:

Cuando el Cardenal Giovanni di San Paolo se presentó al gran Pontífice Inocencio III y le dijo:

-He encontrado un hombre que quiere vivir según la norma integral del Evangelio, – el Papa, maravillado, se apresuró a contestarle: -Traedme a ese hombre mañana mismo.

Llegaban a los aposentos del palacio de San Juan de Letrán los ecos dolorosos de las perturbaciones que sufría la cristiandad a principios de ese fecundo y extra ordinario siglo XIII. Las luchas sin piedad de los albingenses, la invasión tumultuosa de los musulmanes en España, los episodios sangrientos de la cuarta cruzada, las pasiones trágicas y violentas de güelfos y gibelinos que destruían ciudades y dividían las familias, provocaban en el Sumo Pontífice horas de ansiedad por la paz social y religiosa de su grey.

Era una época evolutiva y confusa, en la que, como consecuencia de las guerras, reinaba la disolución de las costumbres e imperaba la ley del que a hierro mata a hierro muere …

Inocencio III recibe en su palacio al hombre del Cardenal Giovanni di San Paolo, y en la logia desde la cual se divisa el SANTA SANTORUM, donde se venera la SCALA SANTA, que subió Jesús en el Pretorio de Pilatos, se entabla un diálogo admirable entre el Sacerdote Supremo y el harapiento delegado de la Hermana Pobreza. El uno, en aras del desprendimiento, implora una aprobación; el otro, en aras de la prudencia, medita y razona ante la dura y áspera vida elegida por los nuevos cruzados.

En un siglo de renovación vestuaria, cuando los guerreros dejaban en Oriente sus pieles y volvían cubiertos con los damascos y las sederías maravillosas de los emperadores de Bizancio y de los harennes de Bagdad, y se fundaban las grandes manufacturas de tejidos, orgullo de la Edad Media; en un siglo cuna del poderío comercial de los dux de Venecia y de Génova, la altiva; en un siglo en que el dinero era indispensable para rescatar cristianos del poder de los infieles, porque no era suficiente la acción de los Trinitarios y mercedarios entregándose en rehenes; en un siglo del despertar del vasallaje y de formación de la burguesía, fundar una congregación sin bienes ni recursos, parecía realmente una locura.

El Papa oye y medita. No duda de Francisco; pero duda del porvenir. ¿Tendrá una congregación así vida durable? Reúne al Consistorio. La discusión es dramática. Contra las objeciones de novedad y dificultad de la vida áspera y dura de Francisco y sus compañeros, contesta el Cardenal Giovanni de San Paolo: -¿Qué novedad y dificultad hay en vivir según las normas integrales del Evangelio? Yo a fuerza de razones, a los que tales cosas afirmen, podré acusar de blasfemos, porque el Evangelio ha sido dictado por Jesús, y Jesús no puede aconsejar nada nuevo ni imposible en todos los siglos! La cuestión estaba resuelta.

El Papa comprendió, entonces, el simbolismo de una visión que tuvo el día anterior, según narra la leyenda. Contempló, en sueño, la Iglesia de San Juan de Letrán que se tambaleaba, pero no caía debido al esfuerzo de dos hombres que sostenían el majestuoso edificio: un italiano. y un español: Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. El Pontífice mandó buscar a Francisco. Y el Dante en dos versos inmortaliza la escena:

Ad Innocenzio aperse e da lui ebbe

Primo sigillo a sua religione.

¿Quién era este Francisco que así iniciaba la restauración social por el amor, la humildad y la pobreza, en un siglo de lujos y concupiscencias? ¿Quién era ese «po- verello», de aspecto infeliz, pero

ad cui mirabil vita

Meglio in gloria del ciel’si canterebbe,

como proclama el mismo Dante?

La respuesta, os la dará un franciscano eminente, el ilustre embajador del Brasil Dr. Lucilo Bueno, que honrará hoy esta tribuna rindiendo al Santo el homenaje de su fe y a nosotros el homenaje de su talento. El Sr. Bueno no es solamente un huésped grato a nuestros sentimientos; es algo más, es un hermano que ha penetrado en nuestro corazón. Discípulo de Río Branca, aprendió de aquel gran estadista a amar a nuestro país y aprendió de él las artes nobles y seguras de la diplomacia de la paz fraternal. Es un verdadero espíritu franciscano. ¡Preguntadle cuál es su título de mayor gloria! No os dirá que son sus éxitos de fino diplomático; no os dirá que son sus libros de sagaz historiador y delicado poeta, no os dirá nada de eso que tanto se cotiza hoy bajo el rubro de intelectualismo. Os dirá sencillamente: «Mi historia es mi fe y mi distintivo permanente mi diploma de terciario».

Un hombre así tiene derecho a hablaros de San Francisco; un hombre así, que tiene la responsabilidad de una herencia sagrada de sentimiento (su abuelo Antonio Rodríguez da Cunha fue fundador del asilo de viejos desamparados anexo a la Iglesia de la Concepción de Río y su padre Benedicto Antonio Bueno, administrador honorario de las obras de Misericordia de la Hermandad de la Candelacia), un hombre así puede dar a su palabra la elocuencia indiscutible de la verdad que se arna, de la verdad que se siente, de la verdad que se practica.

A siete siglos de distancia, el actual Pontífice Pío XI, de sorprendentes semejanzas espirituales con el gran Pontífice Inocencio III, contemplando desde San Pedro un cuadro universal de fuertes analogías con la época de San Francisco, acude a este Santo y lo presenta al mundo de la Acción Católica como el modelo generador de una nueva etapa de vida evangélica. ¿Porqué ha elegido a San Francisco de Asís?

¿Por qué no a San Pablo, el vehemente predicador de los gentiles? ¿Por qué no a Santo Domingo, el admirable predicador de los paganos? ¿Por qué no a Santo Tomás de Aquino, el hombre-ciencia para todos los siglos? Eso, señores, os lo explicará nuestro querido Arzobispo Monseñor Barbieri. El, hijo de San Francisco, conoce a fondo el misterio sagrado de la santificación del hombre por el amor y la pobreza, y él, Arzobispo que ha recibido por delegación el cuidado de la Acción Católica, enlazará con su gran elocuencia la significación altísima de tan excelso patronato.

Y, entre tanto, admiraremos el tributo de arte que la señora de Bueno, dama ilustre, ornato de nuestra sociedad por sus virtudes, ofrece en honor del Santo de la Umbría. Que la sinfonía de sus notas musicales se eleve como un himno de las bellezas de la naturaleza, a las que tanto pedía-Francisco que cantasen las glorias de Dios; que esas notas nos recuerden el canto de los pájaros, a quienes predicó Francisco y que el Giotto inmortalizó en su pintura.

Y para terminar estas palabras iniciales, ruego quede en nosotros, con resonancias meditativas, la voz misteriosa que oyó Francisco al entrar a orar en la derruida Iglesia de San Damián :

-Francisco, ¿no ves que mi casa está en ruinas? Ve y repárala.

A lo cual respondió:

-Señor, ¿qué quieres que yo haga?

Todos los miembros de la Acción Católica escuchan hoy esa voz. Pío XI nos da a San Francisco por Patrono y modelo. La casa amenaza ruinas.-«¿Qué quieres que yo haga, Señor?».-Que en el fondo de cada conciencia y en el fervor de cada corazón se elabore la respuesta y se traduzca en los actos de buena voluntad.

Juan Quagliotti

Presidente de la Junta Nacional de la A. C.

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