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Jalones para una teologia del laicado introduccion

JALONES PARA UNA TEOLOGÌA DEL LAICADO

YVES M.-J. CONGAR

EDITORIAL ESTELA

Avda. José Antonio, 563 – Barcelona (ti)

COLECCIÓN

ECCLESIA

I

Título original: JALONS POUR UNE THÉOLOGIE DU LAICAT Editor: LES ÉD1TIONS DU CERF.-PARIS Colección: UNAM SANCTAM Traductor: SEBASTIÁN FUSTER, O. P.

© EDITORIAL ESTELA, S. A.

Tercera edición: fe’brero 1965

Reservados todos los derechos para los países de lengua castellana.

NIHIL OBSTAT: Fr. Emilio Sauras, O. P., S. Th. Mag.

Fr Manuel García, O. P., S. Th. Lect. IMPRIMI POTEST: Fr. Miguel Gelabert, O P., Prior Prov.

Valencia, 2 febrero 1961

NIHIL OBSTAT: El Censor, Dr. Antonio Briva, pbro. IMPRIMATUR: f Gregorio, Arzobispo de Barcelona

Barcelona, 14 de febrero de 1963

Dep. Leg.: B. 1738 – 1963 – Núm. Reg.: 3678-61

Orificas Marina, S. A. — Paseo Carlos I, 149 — Barcelona -13

A MIS PADRES

INTRODUCCIÓN

EL PROBLEMA ACTUAL DE UNA TEOLOGÍA DEL LA1CADO

El Cardenal Gasquet relata esta anécdota: Un catecúmeno preguntó a un sacerdote católico cuál era la posición del laico en su Iglesia. La posición del laico en nuestra Iglesia — respondió el sacerdote — es doble: ponerse de rodillas ante el altar, es la primera; sentarse frente al pulpito, es la segunda. El Cardenal Gasquet añade: Olvidó una tercera: meter la mano en el portamonedas [1]

En cierto modo, nada ha cambiado ni cambiará jamás. Los laicos estarán siempre arrodillados ante el altar, sentados frente al pulpito y por mucho tiempo seguirán metiendo la mano en el portamonedas. Sin embargo, ahora, hacen todo eso de una manera diferente o, al menos, haciendo todo eso, sienten de distinta forma su situación de conjunto en la Iglesia. No es tener una condición subordinada lo que hace al proletariado; es, según Toynbee, el hecho de formar parte de una sociedad con el sentimiento de no ser orgánicamente un miembro activo y un sujeto de derecho. Los laicos siempre formarán en la Iglesia un orden subordinado, pero estarán encontrando de nuevo una conciencia más clara de que constituyen orgánicamente sus miembros activos, con pleno derecho y ejercicio.

Las señales de este cambio surgen por todas partes. Baste recordar el Congreso Mundial del Apostolado de los Laicos, que tuvo lugar en Roma del 7 al 14 de octubre de 1951 y en el que tuvimos el placer de tomar parte en calidad de «experto», junto con los representantes de setenta y dos países y de treinta y ocho organizaciones internacionales. Casi no podíamos imaginar una prueba más elocuente del hecho de que durante estas últimas décadas ha pasado algo un verdadero redescubrimiento de esta verdad decisiva: los laicos son plenamente Iglesia.

Fijar las etapas de este redescubrimiento equivale a escribir la historia interna de la Iglesia durante el último siglo. Tenemos, primero, los grandes jefes de fila del siglo XIX, con una idea vaga de lo que será la Acción Católica. Más cerca de nosotros, el doble movimiento, litúrgico y apostólico o misionero, que aún está en plena expansión. En la línea de un retorno a las fuentes litúrgicas se ha desarrollado primeramente en las clases directivas el sentimiento de que los laicos son verdaderamente esta plebs sancta, este pueblo sagrado del que habla el Canon de la Misa, y de que tiene una parte activa en el acto central de la vida de la Iglesia, que es la Liturgia. El movimiento litúrgico ha sido el primer foco de una toma de conciencia remozada acerca del misterio de la Iglesia y del carácter eclesiológico del laicado. Esto condujo a una renovación de la teología y de la espiritualidad del matrimonio cristiano, gracias a la cual, más allá de las disposiciones jurídicas que lo reglamentan, el matrimonio aparece como la constitución de una célula de la Iglesia.

En la línea de una expansión apostólica, los fieles volvían a descubrir, al mismo tiempo, ja grandeza y las exigencias del compromiso cristiano; escuchaban al Santo Padre y a los obispos invitándoles a «participar en el apostolado jerárquico», es decir, a esta actividad sagrada — y no otra — que define la competencia y la misión de la Iglesia. Volvían a tener conciencia del deber, también a ellos encomendado, de anunciar a Cristo al mundo, de cooperar por su parte a la obra de Cristo y de la Iglesia.

Podríamos recordar otros datos si quisiéramos ser completos: la resurrección de los estudios místicos, el éxito de los libros religiosos, la revalorización de la santidad vivida en el mundo, la restauración bíblica; en fin, por parte de los sacerdotes, un comienzo de conversión muy interesante acerca del clericalismo y de las actitudes clericales. ¡Son tantos los componentes de una historia que vivimos y, por consiguiente, también, que hacemos… ! Pero más allá incluso de esta historia interna de la Iglesia hay todo un complejo histórico y humano que haría falta evocar, tan cierto es que los movimientos en la Iglesia, e incluso en la teología, fio son independientes del empuje general y de las ideas del mundo. Nos disgustan ciertas frases como «dos laicos han alcanzado su mayoría de edad», «acceso de masas»; revelan campos diferentes del que nos interesa, no tienen demasiado sentido en la Iglesia y no las emplearemos. Hay, sin embargo, entre un aspecto y otro, analogías e incluso alguna conexión. En todo caso, el desarrollo de la acción cristiana de los fieles y las investigaciones teológicas correspondientes, son hoy un hecho general en el mundo cristiano, incluso no católico[2] .

Partiendo de todo esto y de un amplio contexto de renovación eclesiológica, se ha ido afirmando, poco a pocp, el deseo de una teología del laicado. Por haber hablado o escrito algo en algunas ocasiones sobre el tema, el autor de estas páginas se ha visto solicitado de todas partes para hablar y escribir todavía más. Lo cual no quiere decir que falten buenos trabajos. En los últimos treinta o cuarenta años han aparecido algunos excelentes sobre la vida litúrgica, el matrimonio cristiano, la Acción Católica, la Iglesia y el Cuerpo Místico, la responsabilidad cristiana de los laicos[3] 3. Sin embargo,

En cuanto a la labor teológica: pensamos en estudios como los de J. R. MoTT (Libc-rating the Lay Forces of Christinity. New York, 1932), de la «Geemeentelid», comisión interconfesional que se ocupa del trabaje de los laicos ; de G. D. Hender- SON (The Witness of the Laity, en The Scottish Journal of Theology, junio 1949) ; Cassel, 1949; de K. Buss (The Christian Laity, en The Frontier, abril 1950); de de W. STAHLIN (Das amt des Laien in Gottesdienst und kirchlicher Unierweissung, J. ELMJL (Présence au monde moderne, Ginebra, 1948), etc.

Todo esto deja hambrientos todavía a espíritus buenos. Aún se acusa un vacío que pide ser colmado.

Muchos la emprenden contra el derecho canónico. Es casi exclusivamente un derecho de clérigos, decía un especialista protestante alemán[4]; sólo un canon habla de los derechos de los laicos, lamentaba P. Simon[5] 5, el canon 682, que dice así: «Los laicos tienen derecho a recibir del clero, conforme a la disciplina eclesiástica, los bienes espirituales, y, especialmente, los auxilios necesarios para la salvación» (cfr. canon 948).

En realidad, suponiendo que este canon fuera el único relativo a los laicos, abriría más perspectivas de lo que parece, pues como se ha señalado sutilmente[6], podría trasponerse en términos de derechos de los laicos casi todo lo que el Código indica como deberes del clero. Derecho a una esmerada predicación, derecho a contar con directores espirituales que sean hombres de oración, derecho a una liturgia correcta… En verdad, todo esto no carece de valor. Hay que convenir, sin embargo, que los laicos no aparecen, en esta perspectiva, sino como pasivos, como objeto de ministerio de los sacerdotes[7]. Tiene que haber algo más. El mismo Código presenta muchos elementos más positivos[8] 8. Pinos cuarenta cánones están consagrados expresamente a los laicos (can. 682-725), aunque sólo desde el punto de las asociaciones de piedad que pueden constituir o en las que pueden ingresar: terceras órdenes, cofradías, etc. Desde la promulgación del Código (1917), la Constitución Provida Mater del 2 de febrero de 1947 ha aportado muchas precisiones sobre los institutos religiosos seculares.

Pero al definir, después del Código, el estatuto de la Acción Católica, los papas han tenido cuidado en muchas ocasiones, de distinguir bien ésta, que es una participación en el apostolado de la Iglesia, de las agrupaciones de pura edificación, como son las terceras órdenes o cofradías[9] 9. El Código, que trata de estas asociaciones de piedad, ha aparecido algunos años demasiado pronto ara dejar sitio a la Acción Católica, la cual representa, no obstante, un organismo de la Iglesia, estructurado y sin duda más importante, más movedizo también, que las asociaciones de piedad y donde los laicos tienen una parte esencial. Nadie duda de que pronto o tarde se llenara este vacío[10].

El lugar de los laicos en el derecho de la Iglesia, no tan insignificante como algunos decían, es, con todo, bastante reducido. A decir verdad, no es precisamente al Código al que hay que pedir una respuesta adecuada de las cuestiones del laicado. Por sus orígenes, su historia, su misma naturaleza, el derecho de la Iglesia es principalmente una organización de culto sacramental; es normal, pues, que sea sobre todo un derecho de clérigos y de las cosas sagradas. Lo triste es que el punto de vista canónico desde el siglo XIII y sobre todo el XVI, ha invadido progresivamente el espíritu del clero, determinando en lo esencial las mismas actitudes pastorales; se han contentado con frecuencia, tanto en el campo pastoral como en el litúrgico, con añadir simplemente a una estructura de posiciones canónicas un complemento de piedad, de «espíritu de fe», de celo, que no podía recobrar enteramente el terreno perdido de una verdadera teología del laicado. O tan sólo se atribuían a los laicos tareas puramente profanas de acción temporal. Tal vez la antigua comparación medieval de los dos lados del cuerpo místico, el sacerdotal y el laical, haya orientado los espíritus en este sentido; vemos, por ejemplo, que San Belarmino estudia a los laicos sólo bajo el ángulo de lo temporal y de su sumisión a lo espiritual (cfr. infra c, 2, n. 42).

Parece que entre una posición canónica rígida en materia sagrada, de una parte, en la que se encuentra afirmada sobre todo la subordinación de los fieles a la Jerarquía y su papel receptivo; y, de otra, el campo de la acción profana, social e internacional, muchos no ven todavía con bastante claridad que se dejó vacío un amplio espacio, espacio que los laicos han comprendido que les pertenecía también ocupar: el de una actividad propiamente espiritual, un papel activo en la Iglesia. Precisamente para orientarse en su acceso pacífico a estas tareas, piden con insistencia una verdadera teología del laicado.

No es una empresa pequeña. No responderíamos a una petición tan profunda proponiendo sólo tesis particulares sobre cierto número de puntos. Esta demanda está demasiado ligada a muchos problemas que se plantean hoy, de forma apremiante, no solamente algunos espíritus dentro del marco de las Escuelas, sino el gran número de laicos comprometidos en la vida cristiana militante y con ellos también algunos sacerdotes a quienes los años de estudio esclarecieron insuficientemente: relación de la Iglesia con el mundo, teología pastoral renovada[11] 11, formación de sacerdotes v sentido de su sacerdocio, naturaleza del compromiso laico, sentido cristiano de la historia y de las realidades terrenas, etc. Otras tantas cuestiones difíciles implicadas, con otras muchas, en una teología del laicado. El verdadero problema de ésta sobrepasa aún el conjunto de estas grandiosas cuestiones; su verdadera dificultad radica en que supone toda una síntesis eclesiología, donde el misterio de la Iglesia alcance todas sus dimensiones, hasta incluir plenamente la realidad eclesial del laicado. No se trata sólo de añadir un párrafo, revisar un capítulo, en orden a un desarrollo eclesiológico que no aportaría, desde el inicio y de un extremo a otro, los principios de los que depende realmente una «laicología». Fallo por el que, frente a un mundo laicizado, sólo habría una Iglesia clerical que no sería, en su plena verdad, el pueblo de Dios. En el fondo sólo hay una teología del laicado válida: una eclesiología total.

Y, sin embargo, nosotros no nos proponemos aquí un tratado completo de la Iglesia. Nos daremos cuenta de que asoma en todas partes; ante ciertas explicaciones aparentemente laboriosas y tomadas de un poco lejos, se verá que son necesarias para relacionar las aplicaciones particulares con los principios generales. Hubiéramos evitado muchas repeticiones de haber podido remitir a un trato completo de la Iglesia. Sobre muchos puntos, el asunto era nuevo. Ha sido preciso aportar razones y pruebas documentales y esto con tanto más cuidado cuanto que las posiciones, agrandadas por los unos, eran sistemáticamente minimizadas por los otros; así, por ejemplo, en el problema del sacerdocio de los fieles. Esta cuestión, entre otras, es de las que parecen sencillas a primera vista, pero se revelan muy delicadas a medida que se las estudia y comprometen muchas cosas que no pueden esclarecerse sin una investigación seria. Aun a riesgo de aumentar desmesuradamente el volumen, no hemos dudado en aportar lo esencial de nuestra documentación; y esto, principalmente, para ser útiles a los que no disponiendo del mismo tiempo para investigar y los mismos medios de trabajo, tienen derecho a este servicio de un teólogo un poco al margen del movimiento y de las descargas de la primera línea.

La obra ha llegado a tomar dimensiones excesivas. Hubiéramos deseado evitar muchas ampliaciones y reiteraciones. El asunto las requería a menudo. Otras veces, en cambio, son debidas a una redacción prolongada a lo largo de dos años, con interrupciones frecuentes de varios meses, exigidas por la urgencia de otros asuntos. Hubiéramos querido disponer de tiempo para limar ciertos capítulos, con el convencimiento de que lo hubiéramos hecho, ligados todos los cabos, de una forma a la vez más sencilla, más clara y más fuerte. Sin duda, un día reemprenderemos el trabajo en una redacción libre de documentación técnica y en un estilo más accesible para la mayoría de los fieles. Nos excusamos sinceramente de haberlo hecho tan pesado y tan indigesto…

A pesar del esfuerzo y de las dimensiones del volumen no aportamos ahora más que un pequeño ensayo, unos simples «jalones», sin pretensión ni de ser completo ni de formular nada definitivo. Sin pretensión de ser completo: sabemos demasiado bien nosotros mismos cuánto falta para poder hablar, clara y sencillamente, de una teología del laicado. Aquí no se encontrará nada sobre la mujer como tal, ni sobre la vida religiosa en el mundo,- ni sobre el laicado en las misiones, apenas nada sobre el matrimonio y la vida cristiana en los hogares. Muchas de estas cuestiones importantes serán estudiadas, al menos en cuanto a la documentación, en el volumen de E tudes conjoint.es, al que reservamos también cierto número de Excursus técnicos o de anotaciones eruditas[12]. Una teología completa del laicado, decíamos, sería una eclesiología total; sería igualmente una antropología e incluso una teología de la creación en su camino hacia la Cristología…

Y, como hemos añadido, sin pretensión de formular nada definitivo. Es claro que, ante tan difíciles problemas, pueden hallarse opiniones teológicas dispares. Ofrecemos esta obra a la discusión de todo hombre culto, al mismo tiempo que la sometemos al juicio de la Jerarquía, guardiana de la tradición, de la que abundantemente nos hemos nutrido.

Algunos, quizá, verán un peligro en la simple tentativa de elaborar una teología del laicado[13]. Transcribimos para ellos la respuesta que Mons. Dadolle, obispo de Dijón, daba en 1907 a una objeción parecida:

«Es posible que, en el pasado, nosotros mismos, jerarquía eclesiástica, no hayamos comprendido suficiente ni completamente vuestro papel. Llamábamos a vuestro bolsillo para nuestras necesidades materiales; a vuestra adhesión y a vuestra inteligencia para la administración de nuestras fábricas; a vuestra fe y a vuestra devoción para escoltar, cirio en mano, las procesiones eucarístieas. Si eso era casi todo, no era, o por lo menos no es, lo bastante…

Durante largos siglos el apostolado fue considerado como una junción reservada y, al menos en la práctica, era excesiva la distinción entre Iglesia docente y diseente, entre sacerdotes y laicos.

He oído hablar aquí y en otros lugares, es algo que se oye en todas partes, sobre la cuestión delicada de coordinar los dos apostolados, el nuestro — el jerárquico — y el vuestro — el laico —. Se habla de peligro, de posibles ingerencias; ¡ah!, señores, yo sé muy bien que existen toda clase de peligros. Sólo cabe no hacer nada, o no dejar hacer nada, para evitarlos todos. Pero entonces nos resignamos al mal supremo, a la abstención, el oficio de los inútiles a quienes el gran poeta de la Edad Media, Dante, cuando hacía el inventario de su infierno no qu.n’a ni siquiera saludar con la limosna de una mirada: Mira y pasa «»[14].

Los peligros, ciertamente, no son quiméricos. No sería difícil citar más de un hecho donde parece haber exageración, cuando, por ejemplo, los laicos piensan y dicen que los sacerdotes nada tienen que ver en cuestiones de matrimonio o moral social, que son sus propias cuestiones; o cuando excluyen al sacerdote de tal reunión, de tal círculo bíblico; o cuando eligen, por su cuenta, el sacerdote que conviene para tal agrupación que han formado, no sin cierto desconocimiento del carácter común y ordenado de la vida eclesiástica…[15] . Encontraremos todavía, en el curso de este libro, otras eventualidades de abuso o desviación. A decir verdad, si existen pequeños peligros de esta clase, no acarrean de ninguna manera como consecuencia el que se deba evitar proponer una doctrina del laicado, o que sólo deba presentarse una totalmente endulzada, castrada.[16] Lo que en realidad se impone es el deber de ofrecer una teología cuidadosamente elaborada, firme, equilibrada, apoyada en la tradición y que contenga, en la firmeza y el equilibrio de una misma verdad, tanto la osadía desbordante de la vida cristiana como los límites o las condiciones imprescindibles, fuera de las cuales, con todo el brío y el entusiasmo que se quiera, habríamos «corrido en vano» (Gal. II, 2). Lo que es preciso, ya lo dijimos a propósito del ecumenismo o del problema de las reformas en la Iglesia — problemas todos de vida y de plenitud —, es que la vida se desarrolle en el marco y el andamiaje de la estructura. Y, en el plano del estudio científico, no puede aventurarse una doctrina de la vida sin haber asegurado antes una sólida teología de la estructura. Una vez más, para el problema del laicado como para el del ecumenismo y el de las reformas, nuestro esfuerzo se ha concentrado en religar la vida a la estructura, la acción de asimilación a los principios, de forma que la plenitud por la que nos esforzamos, y que es la gran llamada de nuestros tiempos, no sea otra cosa más que la plenitud de la Iglesia apostólica.

Estamos convencidos de que si esto no falla, si \a Iglesia, firme sobre sus cimientos, se abre osadamente a la acción de los laicos, conoceremos una primavera insospechable. Ea masa de los laicos ha sido siempre una gran reserva de energías decisivas. «En todas las épocas — escribía Newman[17] 17 — el laicado ha dado la medida del espíritu católico; salvó a la Iglesia ^irlandesa, hace tres siglos, y traicionó a la de Inglaterra.» Hoy, más que nunca, tal vez, los laicos están llamados a dar toda la medida de sus posibilidades, por las que pertenecen en verdad a la Iglesia y como decía S. S. Pío XII — hacen la Iglesia. En el inmenso espacio sobre el que ha caído lo que llamamos «telón de acero» — representa el 28 % de la superficie y el 31 % de la población del mundo — la fe quizá no será mantenida durante mucho tiempo si no es gracias al laicado fiel… Por otra parte, acaso hoy más que nunca, el Espíritu Santo transforma al mundo, en vistas a aun ideal de plenitud; unas fuerzas magníficas y puras recláman ser empleadas. Muchas cosas pueden ser renovadas, dilatadas. En la viña del Señor se siente como un sopl0 de promesa. ¿No puede ser la víspera de una radiante primavera, una vigilia de Pentecostés?[18].

Acerca de lo que la recogida, el cultivo, la madurez de tales semillas reclamará de nosotros, sacerdotes, tenemos ya el indicio en las exigencias de un laicado despierto a la conciencia de su pertenencia y de sus responsabilidades en la Iglesia. Es más fácil velar, si no una cuna vacía, al menos a un niño dormido, que responder a la pregunta, de un adolescente que crece y empieza a actuar en la vida. Ahora los laicos nos preguntan mucho; nos obligan a dejar todo el sector I maquilo y ritualizado del cristianismo del que somos ministros, ante la empresa requirente de lo qüe en sí es perpetuamente joven: de esta fe «que guardamos, habiéndola recibido de la Iglesia, y que es, por el Espíritu de Dios, como un depósito maravilloso en estado de perpetua juventud, en un vaso de calidad, y que rejuvenece sin cesar este vaso que la contiene»[19]. Poner en marcha, por la actividad de los laicos, la plenitud del pueblo de Dios, pedirá esfuerzos extraordinarios de todos los elementos de la estructura. Por lo demás, lo que de extraordinario se reclama del sacerdote en el mundo contemporáneo es algo sobrehumano. Pero, ¿qué hombre llamado al sacerdocio, situado como ligamento o músculo de servicio en el cuerpo de Cristo, no se sentirá por su gracia presto para todos los trabajos, pata todas las distensiones, si es preciso, a fin de cooperar lealmente al crecimiento de todo el organismo? (cfr. Efesios, IV, 16).

* * *

Nuestro propósito inspirará el plan. Después de dar en un capítulo preliminar la noción de lo que es un laico, dividiremos el tema en dos partes. La primera nos dará la posición de las cosas, asegurándonos el estatuto de estructura sin el cual nos arriesgaríamos a divagar. En ella examinaremos, primero, la posición de una teología del laicado mismo en el designio de Dios. En la segunda parte estudiaremos el laicado en función de sus actividades en la vida eclesiástica. Lo haremos primero en el marco de las tres funciones en las que suelen distribuirse los actos de la Iglesia y de Cristo: función sacerdotal, real y profética. Quisimos conformarnos con esta trilogía cómoda. No obstante, después de haber intentado diversas distribuciones nos pareció que no podíamos, sin violentar algo, encerrar rigurosamente toda la actividad de los laicos en el cuadro de estos tres oficios. La Acción Católica, en concreto, los engloba todos. Por eso, resistiendo a la tentación de distinciones demasiado tajantes que sólo tienen apariencia de rigor a costa de una docilidad total a la naturaleza de las cosas, hemos consagrado un capítulo especial, respectivamente, a los laicos en la vida de la Iglesia como unidad y a los laicos en orden a la misión apostólica de la Iglesia: eligiendo intencionadamente estas palabras, un poco vagas, para servir de enseña a exposiciones que confiamos no sean vagasi[20]. A este conjunto de capítulos al que hemos dado una numeración única para marcar la continuidad del desarrollo, hemos añadido otro concerniente a una cuestión que suscita hoy día gran interés, la «espiritualidad», y la santificación del laicado enrolado en la marcha del mundo. Recogeremos, entonces, así lo esperamos, los frutos de investigaciones a veces un poco arduas, si no excesivamente técnicas[21].

  1. YVES M. – J. CONGAR

Le Saulchoir, 22 diciembre 1951.

[1] 1.       F. A. Carel. tíASguET : The Layman in tre Pre-Reformation Parish, I.ondres, 1914, p. I s. (citado por G.            Brom : De Leek in de Kcrkgeschiedenis, en Annalen van het Thijmgenootschap, 37 [1949], p. 24-44 ; cfr. p. 30. Citaremos más adelánte (c. 2, [p. 77] ; o. 5, n. 33-37 ; c. 8, n. 27) otros textos que, aunque con menos humor, tienen la misma savia

[2] 2. Ver, por ejemplo, en el informe de Ja Conferencia de Amsterdam del Consejo Ecuménico, Désordre de ¡’homme et dcssein de Dieu (Neuchátel y París, 1949 s.), t. 1, p. 172 s. ; t. 2, p. 21, 323; t. 3, passim. El mismo año que el Congreso. Romano del Apostolado de los Laicos, se celebra en Bad Boíl (Alemania), bajo los auspicios del Consejo Ecuménico, un Congreso Europeo de Laicos. Conocemos también el desarrollo que en la Iglesia ortodoxa de Grecia han tomado movimientos como el Zoé y el Apostoloki Dhiakonia

[3] 3. Hemos seguido regularmente el movimiento de las ideas, al nivel de las publicaciones científicas, en nuestros Boletines de Teología de la Revue des Sciences philos, et théol. ; eír., por ej., 1932, p. 685 s. ; 1934, p. 684 s. ; 1935, p. 731; 1936, p. 767 s. ; 1938, p. 660 ; 1949, p. 461 s. ; 1950, p. 651 s.

[4] 4. U. STUTZ : Der Geist ‘des Codex iuris canonici… (Kirclienrechtl. Abliaudlg., 9-2-93). Stuttgart, 1918, p. 83; cfr. p. 40 K. Neundörfer: Zwischen Kirche und IVeit, Francfort-sur-M., 1927, p. 45; G. Brom a. c., p. 27; R. Müller observa (Der ¡.aie in der Kirche, en Theol. Ouartalsch. 130 [1950], p. 184-196 que en el Kirchen- icxicon de Wetzer y Welte, 1891, se dijo en la palabia Laien i Siehe Clerns. — En el Dict. De Théol. Cathol ni siquiera   hallamos el epígrafe «Laïc».

[5] 5. P.      SIMON : Das Menschliche in der Kirche Christi, Fribourg-en-B.,            1936. p. 111 traducción francesa. Colmar. París 1951).

[6] 6. G. Brom, O. cp. 27 ; E. Röser : Die Stellung der Laien in der Kirche nach dem kanonischen Recht, Würzburg 1949, p. 16 s.

[7] 7. N. Rocholl : Vom Leien priesierlum, Paderborn, 1940, p. 94 : «Seine Stellung iest nach dem kirchlichen Recht eine vorwiegend passive». — H. Carpay : LfAction Cathol… Tournai-Paris, 1948, p. 48: «Il est un élément passif au point de vue juridique» — R. Egenther : Von der Freiheit Kinder Gottes, 2 ed., Kribourg-en-B., 1949, p. 15 : «Immer mehr word der Laie vom liturgischen Subjekt zum Seelsorgsobjekt». Cfr- F. X. Arnold : Grundsätzliches und Geschichtliches zur Theologie der Seelsorge, Fribourg-en-B., 1949, p. 108-109; P. Simon: o. c., p. 116, etc.

Buscando la palabra «Laïc» en el Dict. de Droit can., se encontrará una exposición de los disposiciones del Código en E ROSER, o. c. H KELLER y A. VON NELL-BREUNING : Das Recht der Laien in der Kirch, Heidelberg, 1950; O. KÖHLER; Der Laie im katholischen Kirchenrecht, en Stimmen der Zeitt, abril, 1950.

[8] 8 Además del derecho de recibir los medios de gracia salvífica (can. 682 y 948) y a participar libremente, cónforme a la disciplina eclesiástica, de todos los actos de la Iglesia, derecho que puede perderse por ciertas censuras y penas eclesiásticas, los laicos tienen el derecho de cooperar en la enseñanza religiosa de los niños (can. 1333, § 1), de asumir en nombre de una iglesia la carga de su temporalidad (c. 1521), de aceptar ciertas funciones dentro de. la organización administrativa y judiciaria de la Iglesia (c. 373, 1592, 1657 ; cfr. infra. c. 5). Existen igualmente ciertos vestigios de un derecho de presentación y nombramiento. Así, el pasaje de la Constitución Vacante Sede (n. 90), según el cual no se requiere ser sacerdote para poder ser elegido papa, se interpreta de ordinario en el sentido de que también un laico puede ser elegido, ha presente obra hará ver otros aspectos del derecho de los laicos, en particular en orden al culto.

[9] 9. Pío XI ; Carta al card. Bertram, 13-11-1928 (en la colección de la Docum. Cathol., L’Action catholique, París, 1933, p. 48; carta del card. Pacelli, 30-3-1930 (Ibid., p. 227) ; Carta de Pío XII al episcopado argentino, 4-2-1931 (Ibid., p., 388 y 394). Obsérvese, sin embargo, que la carta de S. S. Pío XII al General de la Compañía de Jesús, del 15-4-1950, proclama calurosamente que las Congregaciones Marianas dirigidas por la Compañía son, de todos modos, Acción Católica : A.A.S. 1950, p. 437 s. ; Docum, Cathol. 7 mayo 1950, col. 577-580.

[10] 10. Se insiste mucho sobre el hecho de que este vacío está en vías de ser cubierto. Breve mención ya en los manuales : p. ej. Vermeersch-Creusen : Epitome muris. can. t. 1, 7 ed., 1949, n. 842; para estudios más adelantados remitimos a las ¡Referencias siguientes : VSPIAZZI (La missions dei Laici, Roma, 1951, p. 115, n. 1 y 2) ; À. HKRTOLA : Per la nozione di associazione laicale e associazione ecclesiastica, en Dirltto Ecclesiastico, 48 (1937) ; P. Ciprotti : A proposito delle Associazicni di Azionc cattolica, ibid. ; J. Hf.rvás : Jerarquía y Acción Católica a la luz del Derecho, Valencia, 1941; A. Menicucci, Sulla posizione dell’Azione Cattolica nel Diritto Canónico, Govignano 1936 ; P. PÉrez-Mier : En torno a la posición jurídica de la Acción Católica, en Ecclesia, nn. 38, 40, 47 (Madrid) ; J. SÁEZ Goyenjchea : La situación jurídica actual de la Acción Católica, en Revista Española de Decrecho Canónico, 1 (1946) 583-613; Las Asociaciones de fieles del Código Canónico y la Acción Católica, ibid., 2 (1947), p. 899-945 ; A. AI.ONSO Lobo : Qué es y que’ no es la Acción Católica…, Madrid 1950 (el autor defiende que la Acción Católica encaja perfectamente en el marco jurídico de las asociaciones piadosas).

[11] 11.   «Ku realidad, la teoría pastoral de antes no basta ya» ; Pío XI, discurso de 19-7-1933 a los Consiliarios eclesiásticos de la A. C. Fem. Ital. (citado por C. NOP- PEI, : Aedificatio rorporis Chrisii. A ufriss der Pastoral, Fributgo de B., ed. 1949 Vorwort).

[12] 12.      Con posibilidad de modificaciones que pueden introducirse en el curso de una redacción que no está aún definitiva, dicho volumen de Étndes conjointes reunirá los trabajos siguientes :

  1. Estudios: el tema del Templo — Noción cristiana de la propiedad y de la profesión. — Vida religiosa en el mundo. — I.aicado y laicismo. — La mujer en el pueblo fiel. — El testimonio.
  2. Excnrsus y notas documentales: I.aicus en la Edad Media. — La definición de la Iglesia como «societas frdelitun». — El principio del consentimiento: «Quod mimes tangít ab ómnibus tractari et: approbari debeU. — Sentido de «fiel» en la tradición cristiana. — Plebs y Populus. — El estado laico y el matrimonio como «órdenes» dentro del Cuerpo místico. — La comunión bajo las dos especies.

[13] 13. Un cierto P. A. Perego colocaba mis dos artículos de Eludes, enero y febrero de 1948, entre los sacudimientos malsanos que ha provocado este monstruo (¡en efecto!) que es la «nueva teología», cosa netamente francesa (¡desde luego!), felizmente fulminada por la encíclica «Humani Generis» (¡de acuerdo!); La nuova Teología. Sguardo d’lnsieme alia luce dcll’Encíclica Humani Generis, en Divus Tilomas, Plasencia, 53 (1950) 436-465.

[14] 14. Discurso sobre ia misión de los laicos en la Iglesia de Francia después de la separación; texto en L’avenir des Travailleurs, 14 abril 1907; citado en Demain, 3 mayo 1907, p. 445.

[15] 15. Después de un discurso pronunciado por el patriarca Alejo de Moscú, con ocasión de la consagración del obispo de Tallin (Estonia), el peligro del abuso existe también allá ; estos a los que el patriarca hace alusión parecen tocar incluso mucho más seriamente el régimen jerárquico de la Iglesia que aquellos de los que hemos dado algún ejemplo. Cfr. Revue du Patriarcat de Moscou, 1950, n. 5.

[16] 16. Cfr. la respuesta que da el P. PABLO DABÏN (Le sacerdoce royal des fidèles dans la tradition… Bruselas y Paris 1950, p. 59 s.) con una objeción análoga.

[17] 17 Lecturas on tlie present position of Calholics in Englanit Londres, 1908, p. 22; citado por Dabin : o. c.. p 55. Osaríamos añadir aquí, mas en sentido de «masa», estas palabras de J. GUÉNENNO : «Sin los Calibanes no liay Renacimjento católico. Nosotros solos no somos bastante numerosos para llenar las_ igiesias> y la misa se canta mal si no alzamos nuestras voces» (Cahban palle, París 1928> p. 144

[18] 18 Otros autores piensan también que, si se da confianza y ]ugar a ]os la¡COS) la Iglesia conocerá nuevas perspectivas : R. MbUER : i- c., p. 194 g. . j Thomí . D<¡y mündige Christ. Francfort-s.-M., 1949, p. 108 s., etc.

[19] 19. SAN IRENEO : Aáv. Haer. III, 2i, I (P. G. 7, 966; HARVEY, 2, 131).

[20] Hemos abandonado ‘el orden un poco rígido y poco satisfactorio de dos estudios anteriores ; de Sacerdoce et laical dans VÉglise (publicado simultáneamente en diciembre de 194G en La Vie Intellect. y en Masses ouvières), donde relacionamos la Acción Católica con la función profètica ; y de Pour une théologie du laicat (Études, enero y febrero 1948), donde distinguíamos, por una parte, la actividad de los laicos según las tres funciones susodichas y, por otra, los elementos por los que la Iglesia se constituía bajo el aspecto de comunidad. Estos elementos espirituales, en efecto, son también sacerdotales, reales y proféticos. Así, lo que decimos en los capítulos 7 y 8 justifica lo dicho en los capítulos 4, 5 y 6 ; y al mismo tiempo, presenta aspectos originales. A riesgo de parecer mezclar las cosas, es preciso habla? de ello aparte.

[21] Aquí, como en nuestras obras precedentes, creemos ayudar eventualmente al lector ofreciéndole cuadros sinópticos detallados. En cuanto al tecnicismo de ciertas palabras, procuramos ponerle remedio con un éxito sencillo. La documentación bibliográfica, que no pretende ser completa, finaliza, salvo algunas añadiduras de última hora, en noviembre de 1951.

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