Conferencia de Mons. Faustino Armendariz en la XXX Asamblea Plenaria de la ACM
Conferencia en la Asamblea Plenaria Nacional de la Acción Católica Mexicana:
«Una Acción Católica revitalizada, corresponsable con la Iglesia de hoy».
Mons. Faustino Armendariz
Responsable de la Dimensión de Laicos de la
Conferencia del Episcopado Mexicano
Monterrey Nuevo León, viernes 8 de noviembre de 2013.
Video de la conferencia oprima aquí
«Pax Christi, in Regno Christi »
Objetivo:
“Reflexionar en la naturaleza de la Acción Católica Mexicana, de manera que conscientes de nuestra identidad como movimiento eclesial, podamos asumir el desafío de la Nueva Evangelización, mediante el compromiso misionero en cada uno de los miembros y de las diferentes estructuras orgánicas que integran la Acción Católica Mexicana”.
Con alegría le saludo a cada uno de ustedes quienes se encuentran reunidos para llevar a cabo esta Asamblea Plenaria Nacional de la Acción Católica Mexicana. Agradezco de antemano la invitación que me han hecho para participar y compartir con ustedes, algunas líneas de reflexión, de manera que juntos ―pastores y laicos―, vislumbremos el camino para que este movimiento eclesial, siga favoreciendo la tarea de la Iglesia de instaurar el Reino de Cristo.
Al preparar esta exposición me venían a la mente un sin fin de interrogantes y cuestionamientos, con el fin de poder decir algo entre otros pensaba lo siguiente:
- ¿Qué es la Acción Católica Mexicana?
- ¿En necesario un nuevo vigor un nuevo impulso?
- Si es así ¿Cómo podemos darle un nuevo impulso a la ACM?
- Ante el desafío de la Iglesia de la Nueva Evangelización: ¿Qué tiene que ofrecer la ACM para lograr que sea ésta una realidad?
- ¿Sigue siendo la ACM un movimiento que contribuya en la Misión de la Iglesia?
- ¿Qué elementos necesita retomar para no quedarse anclado en un movimiento más y sea capaz de darle un nuevo vigor al Evangelio?
Para responder a estas preguntas he pensado estructurar la exposición en tres partes:
- 1. El ser y quehacer de la Acción Católica Mexicana.
- 2. La urgente tarea de la misión en la Iglesia.
- Primado del testimonio
- Urgencia de ir al encuentro
- 3. Los medios a los que hay que recurrir para vigorizar la Acción Católica Mexicana.
- Proyecto pastoral centrado en lo esencial: Jesucristo.
Conclusiones.
- 1. El ser y quehacer de la Acción Católica Mexicana.
En el estatuto general de la ACM en el número 1 encontramos el texto que dice:
“La Acción Católica Mexicana es una comunidad de laicos libremente comprometidos a vivir personal y orgánicamente el evangelio y así realizar su vocación cristiana en la misión apostólica de la Iglesia con especial vinculación a la Jerarquía”.
De este número quiero resaltar algunos elementos que me parece son esenciales:
En primer lugar: la ACM es una comunidad de laicos, es decir un grupo de fieles “incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 31).
Si nos fijamos muy bien en el texto lo primero que se afirma de la ACM es la comunión. Hablar, pues, de comunión es tocar la misma entraña, el corazón de la Iglesia. Pues como explica el Papa Juan Pablo II, “la comunión es fruto y manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón eterno del Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (Cf. Rm 5,5) para hacer de nosotros ‘un solo corazón y una sola alma ‘(Hech. 4, 32)” (cf. Novo Milenio Ineunte,42). El corazón del Padre se manifiesta en el corazón del Hijo por la acción del Espíritu Santo y se nos da a cada uno de nosotros para que tengamos un solo corazón en la Iglesia y seamos “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Cf. Lumen Gentium, 1). Muchas son las cosas que hacemos y programamos en la Iglesia, pero si falta la comunión, como expresión del amor de Dios (ágape), todo sería inútil. Por esta razón, antes de emprender la planeación pastoral, “hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades” de modo que la Iglesia (diócesis o parroquia) sea “casa y escuela de comunión” (cf. Novo Milenio Ineunte, 43).
Esta “espiritualidad de comunión” consiste en un mirar el corazón de la Santísima Trinidad y ver su luz amorosa reflejada en nuestros corazones y presente también en los hermanos que están a nuestro lado y que nos pertenecen. “Éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Esta es la Nueva Evangelización que el mundo actual está esperando de nosotros y, para lograrlo, necesitamos “la conversión pastoral” que “toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento universal de salvación”, como ya nos indicaba el documento de Santo Domingo (Santo Domingo 30). Pero, nos advierte el Papa, “sin este camino espiritual” o espiritualidad de comunión, “todos los instrumentos externos se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión” (Cf. Novo Milenio Ineunte, 43). La conversión pastoral será siempre gracia de atracción de Jesús, el Buen Pastor. “La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión” (DA, 156).
El segundo aspecto importante del texto se expresa cuando dice: “libremente comprometidos a vivir personal y orgánicamente el evangelio”. Esto nos lleva a entender que la ACM es por naturaleza una realidad, en donde algunos bautizados se identifican a vivir desde su individualidad y particularidad, desde sus dones y carismas el evangelio. Por ello, una característica fundamental será el conocimiento de la Palabra de Dios, del mensaje cristiano y de su meditación constante.
Esto nos tiene que llevar a tomar conciencia que se ha de formar a los miembros a discernir la voluntad de Dios mediante una familiaridad con la Palabra de Dios, leída y estudiada en la Iglesia, bajo la guía de sus legítimos Pastores. Pueden adquirir esta formación en la escuela de las grandes espiritualidades eclesiales, en cuya raíz está siempre la Sagrada Escritura.
Para ello, será fundamental que cada uno aproveche la formación orgánica a la que pertenece:
- UCM, Unión de católicos Mexicanos
- ACJM, Asociación Católica de la Juventud Mexicana
- UFCM, Unión Femenina Católica Mexicana.
- JCFM, Juventud Católica Femenina Mexicana.
- ACAN, Acción Católica de Adolescentes y Niños.
- MEAC, Movimiento de Enfermeras de Acción Católica.
- MEP, Movimiento Estudiantil y Profesional.
Al respecto el Documento de Aparecida es muy claro, cuando afirma: “Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (DA, 180). Por eso respetando la identidad de cada asociación y movimiento es urgente que cada uno de nosotros viva la experiencia de la pequeña comunidad. Las pequeñas comunidades “son un ámbito propicio para escuchar la Palabra de Dios, para vivir la fraternidad, para animar en la oración, para profundizar procesos de formación en la fe y para fortalecer el exigente compromiso de ser apóstoles en la sociedad de hoy. Ellas son lugares de experiencia cristiana y evangelización que, en medio de la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la Iglesia, se hacen todavía mucho más necesarias” (DA, 308).
Finalmente, el tercer aspecto nos permite reflexionar en la naturaleza misma de la Iglesia, pues se afirma: “y así realizar su vocación cristiana en la misión apostólica de la Iglesia con especial vinculación a la Jerarquía”.
Esto nos lleva al siguiente cuestionamiento: ¿cuál es la misión apostólica de la Iglesia? La respuesta la encontramos en el evangelio: «Id y proclamad la Buena Nueva a todas las gentes» (Mt, 28 18-20), y esto vale para todos los cristianos. La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: «Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades» (Lc 4, 43), se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: «Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!» (1 Cor. 9, 16.). «Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia» (Cf. Declaración de los Padres sinodales, n. 4: L’Oservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de noviembre de 1974, pág. 8.); una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”(Pablo VI, Exhort. Apost. Evangleii nuntinadi, 14). Esta es la vocación propia de la Iglesia en la que cada bautizado de manera especial está llamado a vivir su vocación cristiana.
Además continúa el texto:
“De esta manera la Acciona Católica Mexicana busca encarnar en su vida cada una y conjuntamente las notas que señala el concilio Vaticano II: Apostolicidad, Seglaridad, organicidad y Jerarquicidad. (cf. Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam Actuositatem, 20)
Retomo las palabras del Concilio donde se explica cada una de estas notas:
a) Apostolicidad: El fin inmediato del movimiento es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, de suerte que puedan saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes.
b) Seglaridad: Los laicos, cooperando, según su condición, con la jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de acción.
c) Organicidad: Los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado.
d) Jerarquicidad: Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invitados a la acción y directa cooperación con el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquía, que puede sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explícito.
Con todos estos elementos podemos afirmar y, creo yo que ustedes apoyan esta idea: “la Acción Católica Mexicana, con todas sus organizaciones y movimientos, es un organismo eclesial perfectamente identificado, con una solidez eclesiológica y doctrinal, que puede responder con parresia a las exigencias de la Nueva Evangelización.
- 2. La urgente tarea de la misión en la Iglesia
- a. Primado del testimonio
En nuestro tiempo se verifica a menudo una actitud de indiferencia hacia la fe, que ya no se considera importante en la vida del hombre. Nueva evangelización significa despertar en el corazón y en la mente de nuestros contemporáneos la vida de la fe. La fe es un don de Dios, pero es importante que nosotros, cristianos, mostremos que vivimos de modo concreto la fe, a través del amor, la concordia, la alegría, el sufrimiento, porque esto suscita interrogantes, como al inicio del camino de la Iglesia: ¿por qué viven así? ¿Qué es lo que les impulsa? Son interrogantes que conducen al corazón de la evangelización, que es el testimonio de la fe y de la caridad. Lo que necesitamos, especialmente en estos tiempos, son testigos creíbles que con la vida y también con las palabras hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios.
Muchas personas se han alejado de la Iglesia. Es erróneo echar la culpa a una parte o a la otra, es más, no es cuestión de hablar de culpas. Existen responsabilidades en la historia de la Iglesia y de sus hombres, están en ciertas ideologías y también en las personas. Como hijos de la Iglesia debemos continuar el camino del Concilio Vaticano II, despojarnos de cosas inútiles y perjudiciales, de falsas seguridades mundanas que cargan a la Iglesia y dañan su rostro.
Se necesitan cristianos que hagan visible a los hombres de hoy la misericordia de Dios, su ternura hacia cada creatura. Sabemos todos que la crisis de la humanidad contemporánea no es superficial, es profunda. Por esto la nueva evangelización, mientras llama a tener el valor de ir a contracorriente, de convertirse de los ídolos al único Dios verdadero, ha de usar el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras. En medio de la humanidad de hoy, la Iglesia dice: Venid a Jesús, todos vosotros que estáis cansados y oprimidos, y encontraréis descanso para vuestra alma (cf. Mt 11, 28-30). Venid a Jesús. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Cada bautizado es «cristóforo», es decir, portador de Cristo, como decían los antiguos Padres. Quien ha encontrado a Cristo, como la Samaritana en el pozo, no puede guardar para sí mismo esta experiencia, sino que siente el deseo de compartirla, para llevar a otros a Jesús (cf. Jn 4). Todos debemos preguntarnos si quien nos encuentra percibe en nuestra vida el calor de la fe, si ve en nuestro rostro la alegría de haber encontrado a Cristo.
Si queremos que la ACM se vigorice y responda con parresía al los desafíos actuaes necesitamos ser conscientes que: “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión (DA, 360).
- b. Urgencia de ir al encuentro
Aquí pasamos al segundo aspecto: el encuentro, ir al encuentro de los demás. La nueva evangelización es un movimiento renovado hacia quien ha perdido la fe y el sentido profundo de la vida. Este dinamismo forma parte de la gran misión de Cristo de traer vida al mundo, el amor del Padre a la humanidad. El Hijo de Dios «salió» de su condición divina y vino a nuestro encuentro. La Iglesia está dentro de este movimiento, cada cristiano está llamado a ir al encuentro de los demás, a dialogar con quienes no piensan como nosotros, con quienes tienen otra fe, o no tienen fe. Encontrar a todos, porque todos tenemos en común el ser creados a imagen y semejanza de Dios. Podemos ir al encuentro de todos, sin miedo y sin renunciar a nuestra pertenencia.
Nadie está excluido de la esperanza de la vida, del amor de Dios. La Iglesia está invitada a despertar por todas partes esta esperanza, especialmente donde está sofocada por condiciones existenciales difíciles, algunas veces inhumanas, donde la esperanza no respira, se sofoca. Se necesita el oxígeno del Evangelio, el soplo del Espíritu de Cristo Resucitado, que vuelva a encenderla en los corazones. La Iglesia es la casa en la cual las puertas están siempre abiertas no sólo para que cada uno pueda encontrar allí acogida y respirar amor y esperanza, sino también para que nosotros podamos salir a llevar este amor y esta esperanza. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nuestro recinto y nos guía hasta las periferias de la humanidad.
- 3. Los medios a los que hay que recurrir para vigorizar la Acción Católica Mexicana.
- Proyecto pastoral centrado en lo esencial: Jesucristo.
Todo esto, sin embargo, en la Iglesia no se deja a la casualidad, a la improvisación. Exige el compromiso común para un proyecto pastoral que remita a lo esencial y que esté bien centrado en lo esencial, es decir, en Jesucristo. No es útil dispersarse en muchas cosas secundarias o superfluas, sino concentrarse en la realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor, y en amar a los hermanos como Él nos amó. Un encuentro con Cristo que es también adoración, palabra poco usada: adorar a Cristo. Un proyecto animado por la creatividad y por la fantasía del Espíritu Santo, que nos impulsa también a recorrer nuevas vías, con valentía, sin fosilizarnos. Podríamos preguntarnos: ¿cómo es la pastoral de nuestro movimiento y asociaciones? ¿Hace visible lo esencial, es decir, a Jesucristo? Las diversas experiencias, características, ¿caminan juntas en la armonía que dona el Espíritu Santo? ¿O nuestra pastoral es dispersiva, fragmentaria, por lo cual, al final, cada uno va por su cuenta?
En este contexto quisiera destacar algunos medios que pueden favorecer en los objetivos que se buscan a nivel institucional:
1) Que todos y cada uno de los miembros de la Acción Católica Mexicana desde sus dirigentes hasta la nueva membrecía reciban el anuncio Kerigmático.
2) A partir del encuentro vivo con Cristo insertarnos cada uno de nosotros en un proceso sólido de formación en la fe. Que tenga como columna vertebral la escucha y lectura de la Palabra de Dios, la doctrina del Magisterio y el Catecismo de la Iglesia Católica.
3) La catequesis permanente: Los métodos deberán ser adaptados a la edad, a la cultura, a la capacidad de las personas, tratando de fijar siempre en la memoria, la inteligencia y el corazón las verdades esenciales que deberán impregnar la vida entera. Ante todo, es menester preparar buenos catequistas —catequistas parroquiales, instructores, padres— deseosos de perfeccionarse en este arte superior, indispensable y exigente que es la enseñanza religiosa. Por lo demás, sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él (cf. Evangelii Nuntiandi, 44).
4) Vinculación a los planes parroquiales y diocesanos. El Plan Diocesano de Pastoral es el principio y el fundamento de donde se ha de estructurar y proyectar cualquier actividad pastoral en la vida de la comunidad parroquial, lo cual exige su conocimiento, su correcta hermenéutica y su justa aplicación.
5) Programación que todos conozcan. Muy importante será que como organismo se tenga una programación sólida y evaluable. Si no es evaluable no sirve.
6) Sumarse a la Misión Permanente de la Iglesia. La Misión Continental Permanente no es una opción o una exigencia personal de unos cuantos, es el proyecto de Dios que incluye a todo bautizado, la cual nos pide dar respuesta a la llamada de Dios. Por lo que les animo y les exhorto a vivir con alegría esta grande tarea: Asumiendo un proyecto común y a dirigir bajo esta perspectiva todo el quehacer de la Acción católica, y que como he dicho que se genera de la predicación del kerigma como un proceso a todos los miembros de las asociaciones y movimientos; sumándose a as organización de las parroquias mediante la sectorización clara y concreta; ubicando los puntos estratégicos para responder de la mejor manera a las exigencias sociales y culturales. Acompañen los sacerdotes los procesos de la misión, incluyendo el visiteo misionero. Es muy conveniente sumarse a los decanatos en el equipo “ad hoc” para la misión, de manera que sea éste, quien coordine las directrices del proceso evangelizador misionero en el decanato y ayude al equipo “ad hoc” en cada parroquia. La Parroquia a su vez tendrá su equipo “ad hoc” para la misión permanente parroquial, ubicado en la Pastoral Profética pero que realice una tarea transversal en todas las pastorales, ya que todos los movimientos y asociaciones deben estar involucrados en la tarea misionera.
Conclusiones.
Considero que a partir de estas líneas de reflexión podemos concluir lo siguiente, inspirados en el documentó de Aparecida (nn. 362. 365):
- La ACM necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del país.
- Necesitamos que cada movimiento y asociación de la ACM se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo.
- Es necesario asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
- La firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras de la ACM.
- Ningún movimiento y asociación de que integran la ACM debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.