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Memoria de los Santos Angeles Custodios – B

Memoria de los  Santos Angeles Custodios – B

 

Citas:

Ex 23,20-23:                                                          www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a43nuw.htm

Mt 18,1-10:                                                       www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9absihr.htm

«En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3).

En la Liturgia de hoy, mientras celebramos e invocamos la intercesión de los Ángeles Custodios, escuchamos al Señor que nos invita a, según la llama la Tradición espiritual, la “infancia espiritual”.

¿De qué se trata? La infancia espiritual es la extraordinaria actitud del corazón que podemos admirar en todos los santos: en la Santísima Virgen María, ante todo, y en los santos Apóstoles; en San Francisco, en Santo Tomás de Aquino, en Santa Teresa Benedicta de la Cruz, en el Beato Juan Pablo II.

Podemos contemplarla mirando la pureza y la total confianza con las que María de Nazareth acogió el anuncio del Ángel y estuvo bajo la Cruz de su Hijo. O el entusiasmo y la prontitud con que Leví dejó el banco de los impuestos para seguir a Cristo y llegar a ser San Mateo, apóstol y evangelista. Tenemos otro ejemplo cuando vemos a San Francisco despojándose en la Plaza de Asís y casándose con la Señora Pobreza. Y la íntima seguridad con la cual los mártires acogieron la muerte violenta para dar testimonio de Cristo. La historia de la Iglesia podría darnos otros muchos ejemplos.

Pero si la infancia espiritual resplandece con fuerza en la vida de los siervos de Dios y se nos presenta tan natural en ellos que parece ser algo innato, como una segunda naturaleza, debemos reconocer que, en verdad, es una meta a la que cada uno de nosotros es personalmente llamado, que nace ante todo del recto juicio del cristiano que reconoce con humildad lo que pertenece a su condición de creatura y lo que ha recibido como don del Altísimo.

Este juicio, puesto que se refiere a las realidades invisibles y eternas, no puede ser fruto solamente de nuestra inteligencia y voluntad, sino que es don del Espíritu para pedirlo y recibirlo continuamente.

¿En qué consiste esta “infancia” del espíritu, qué nos pide, en definitiva, el Señor? La infancia espiritual, es decir, llegar a ser como niños, consiste en la pertenencia radical a Cristo, de quien sabe que, sin Él, ni siquiera existiría. Es la pertenencia y la confianza de quien en Él reconoce todo lo que por Él ha sido creado. Diría San Francisco: “el Bien, todo el Bien, solo el Bien”. Esta radical entrega de sí mismo, de la propia vida, de los propios afectos y de los propios bienes que, “después de haber depuesto todo lastre y el pecado que nos asedia” (Hebr, 12, 1), nos permite correr con corazón indiviso hacia Él, amándolo y sirviéndolo todos los días de nuestra vida.

Solamente por esta conversión y crecimiento en el amor de Dios es que se nos da la vida, junto con todos los medios naturales y sobrenaturales. Y por este fin, el Señor ha querido que participen de su cuidado para con nosotros también las criaturas angélicas, y en particular los Ángeles Custodios, a cada uno de los cuales le confía uno de sus hijos, para que sea iluminado, cuidado, apoyado y guiado en el camino de la santidad.

Agradezcamos a Dios esta enésima delicadeza y aprendamos a amar y rezar a nuestro Ángel Custodio. De él aprenderemos el espíritu de la verdadera y continua adoración y con él podremos siempre alabar, con la esperanza de encontrar en el Cielo, a la Santa Madre de Dios, que es Reina de los Cielos y Señora de todos los Ángeles. Amén.

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