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Vivir la Vocacion Laical hoy: Retos y esperanzas

Curso de Laicos 2012

Delegación Diocesana de Laicos

«VIVIR LA VOCACIÓN LAICAL HOY: RETOS Y ESPERANZAS»

D. Antonio Cartagena Ruiz, Pbro.

Director del Secretariado – CEAS.

Alicante, 25 febrero 2012

Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar

Introducción

  1. I. Mirada al mundo y a la situación actual.
    1. Datos especialmente significativos.
    2. Causas.
    3. ¿Dónde reside el problema?

3.1     La radicalización progresiva de la increencia.

3.2     Los indiferentes.

  1. La muerte de Dios.
  2. ¿Se da la crisis de Dios en el interior de las Iglesias?
  3. El futuro del cristianismo.
  4. Influencia de la cultura.
  5. ¿Qué hacer?
  6. La comprensión de la Iglesia, base para comprender el ser, la vocación y la misión del laico cristiano.
    1. La Iglesia. «misterio de comunión».
    2. La Iglesia pueblo de Dios.
    3. Una definición del laico cristiano.
    4. Todos llamados a la santidad.
    5. El Bautismo, base sacramental para una teología del laicado.
    6. Comunión y corresponsabilidad.
    7. Misión específica.
    8. Santidad cristiana en el mundo.

Algunas consideraciones

  1. Consecuencias prácticas de lo anterior.

9.1    La parroquia.

9.2    Las parroquias deben renovarse.

9.3   A la luz de la «eclesiología de comunión» se sacan conclusiones muy concretas.

9.4    Formas de participación en la vida de la Iglesia: formas personales y asociadas.

9.5   ¿Por qué han nacido?

  1. Consagración del mundo.
  2. Ante la nueva situación. Respuestas y búsquedas.
    1. Reconstruir la identidad de los evangelizadores para que se constituyan.
      1. Pasos a dar en la centralidad de la vida cristiana.

Conclusión

VIVIR LA VOCACION LAICAL HOY: RETOS Y ESPERANZAS Introducción

Se ha dicho, no sin razón, que el Concilio Vaticano II ha sido un concilio del laicado. De hecho, por primera vez en la historia de los concilios, este ha hecho objeto de una atención particular al lugar y al papel de los laicos. Y, sobre todo, ha sido el primer concilio que ha planteado el problema como un capítulo dogmático y pastoral irreemplazable en la autorreflexión y autocomprensión de la propia Iglesia, que hace resurgir de manera positiva toda la dignidad potencial del laicado contenida en la revelación. Esta doctrina fue ampliada y comentada por la llamada Carta magna del Laicado «Christifideles laici» y el documento de los Obispos «Cristianos laicos, Iglesia en el Mundo». Estos van a ser nuestros guías, después de constatar nuestra realidad.

  1. I. Mirada al mundo y a la situación actual.
  2. Datos especialmente significativos.

a)    Familia. Es muy significativo cómo se forman hoy en España las familias. La mayor parte de las parejas no se casan por la Iglesia, hay un 30 % de parejas que se juntan a vivir sin matrimonio de ninguna clase, del otro 70 %, más de la mitad, se casan por lo civil, en algunas diócesis el número de bodas según la ley civil llega al 65 %. Hablando con rigor estas uniones no son verdaderos matrimonios, porque el derecho civil español en realidad ya no reconoce al matrimonio, reconoce y protege, hasta cierto punto, la convivencia de dos personas, sean hombre y mujer, sean mujeres, sean hombres, todos por igual, por lo tanto no se reconoce legalmente la existencia de esa forma específica que es la unión de hombre y mujer en un proyecto de vida estable. Esto es muy importante, porque el matrimonio es un proyecto de vida, de dos personas, y aquellas personas que de una manera reflexiva elaboran y comienzan a vivir un proyecto de vida al margen de la iglesia, en realidad eso tiene mucha más significación que si un matrimonio, un domingo, porque hace buen tiempo, se van al campo y dejen la misa. En el caso del matrimonio se trata de proyecto de vida, previsto, asumido, es una decisión que supone una cierta apostasía, pues se prescinde establemente de la vida en comunión con la iglesia.

b)   Niños y jóvenes. De 100 niños que nacen actualmente en España, se bautizan el 80 %, hay un 20% de niños que no se bautizan, reciben la 1^ comunión aproximadamente el 60%, sin entrar a analizar en qué condiciones la reciben, tendríamos que ver si reciben la 2^, la 3^, la 4^ que son más importantes que la primera. Se confirman en la actualidad el 25%, hay una caída enorme en el sacramento de la confirmación en todas las diócesis en estos últimos años. Y perseveran en el cumplimiento habitual de las obligaciones cristianas, en su formación, en la asistencia a la eucaristía dominical, en el sacramento de la penitencia de vez en cuando no más del 7%. Esto muestra suficientemente que hoy nuestra Iglesia, en España, está en un momento de retroceso. Retroceso no sólo en la asistencia sacramental, sino también en la Fe, en la sensibilidad cristiana, en la estima y en la práctica de la moral cristiana, etc.

  1. Causas.

Desde hace mucho tiempo es constante la pregunta ¿qué sucede con el tema de la evangelización en las Iglesias europeas? Llevamos un siglo diciéndonos una, y otra vez, que hay que evangelizar. La preocupación nace en los primeros años del siglo XX, con la fundación de la JOC en Bélgica. Continúa con la fundación de la AC. En los años 40, aparecen los movimientos de misión, cuando nos damos cuenta de que Europa se ha convertido en un país de misión.

El Concilio asume gran parte de todo esto, y la Evangelii Nuntiandi lo resume y actualiza, tras la toma de conciencia de la agudización de la crisis a pesar del acontecimiento providencial del Concilio y del Sínodo de la evangelización. Nueva exhortación de Juan Pablo II que convierte la nueva evangelización en el centro de su programa pastoral. Y ahora, Benedicto XVI propone una nueva «Nueva Evangelización». Y la verdad es que si nos preguntamos qué pasos hemos dado, tendremos que reconocer que no hemos avanzado mucho. Para no cargar con la responsabilidad de ser pesimista, recordaré la ponencia de Mons. Fernando Sebastián en el Congreso de Apostolado Seglar (1994), donde hacía esta afirmación: seguimos haciendo lo de siempre y, añadía, lo hacemos peor porque somos mayores y estamos cansados.

  1. ¿Dónde reside el problema?

El problema de fondo, en el seno de las Iglesias de Europa, también en la de España es una seria crisis de Dios. Hay indicios de que efectivamente no es la opinión de una persona, sino que es un hecho del que tenemos que tomar conciencia.

3.1. La radicalización progresiva de la increencia.

Hasta los años 60 en Europa no se hablaba de «increencia»; se hablaba de «ateísmo». En los documentos del Vaticano II el problema es el ateísmo. Después de los años 60 comienza a hablarse de otra forma. El ateísmo es una manera de pensar, una manera de explicar la realidad que no recurre a Dios o rechaza a Dios. La increencia es una actitud profunda de la persona. La increencia se produce en un sujeto que ante el problema de sí mismo, de su propia vida, de las preguntas radicales,

o  ignora o rechaza a Dios como forma de resolver sus problemas vitales: qué es de mí, dónde voy, qué sentido tiene mi vida_

Pero es que además la increencia ha ido radicalizándose en los últimos decenios; y lo que en un primer momento era increencia positiva (frente a Dios y la religión) se ha convertido después, poco a poco, en indiferencia religiosa. En los años 60, la indiferencia se consideraba una situación intermedia entre creer y no creer. Cuando se decía de una parroquia que era «indiferente», se decía que era una parroquia poco fervorosa. Hoy hablar de increencia es hablar de la situación de mayor alejamiento incluso que el ateísmo. Porque el ateo necesita a Dios, aunque sea para negarlo; el indiferente ya no se refiere para nada a Dios. Dios es una página pasada de la historia con la que ya no hay que contar para nada. Lo decía muy significativamente Simone Weil: cuando una persona tiene hambre, el problema no es que no tenga pan, porque ya buscará otra cosa. Si una persona tiene hambre y se convence de que no tiene hambre, entonces, sí que no tiene solución. Los indiferentes son los que se han convencido de que no tienen hambre, porque no tienen necesidad religiosa. Y por eso el diálogo con ellos es prácticamente imposible; porque las razones no hacen mella en ellos. Las motivaciones no les afectan; no sienten la menor motivación. Y sólo les queda morir de inanición, porque se convencen de que no tienen hambre.

3.2   Los indiferentes.

La indiferencia se está radicalizando cada vez más: indiferencia para con la Iglesia, indiferencia para con lo cristiano, hoy ya es incluso indiferencia, no sólo para Dios, sino también para aquellas cuestiones que tienen que ver con Dios. ¿Salvación? Y ¿De qué me vais a salvar? ¿Tiene sentido la vida? Tiene el sentido inmediato que yo le doy; ni me planteo siquiera el sentido para la vida en su conjunto. Y así el resto de las zonas limítrofes con lo religioso. En una persona en la que la indiferencia llega a esos extremos se puede hablar de una perfecta ignorancia de lo que es la base de toda religión, que es la base en la persona de una dimensión de trascendencia a la que tradicionalmente se ligaba con la religión.

  1. La muerte de Dios.

Otro aspecto de esta crisis que vivimos en el mundo en el que estamos (y afecta no sólo a Europa) es lo que se ha llamado «la tercera muerte de Dios». La expre sión es de un filósofo francés, que escribe un libro en que habla de la primera muerte de Dios en la cruz de Cristo, la segunda muerte de Dios en las páginas de los filósofos y una tercera muerte que se ha producido en el siglo XX, y que es la muerte de Dios en el fango de la historia: un siglo con dos guerras mundiales, con la eliminación de los judíos (Shoa), con las limpiezas étnicas y genocidios que han sucedido^Es un siglo en que se ha producido demasiado mal_ El mal en esas dosis masivas oculta a Dios más que cualquier otra realidad. Lo grave es que hoy incluso el mal cobra, a veces, aspectos en los que ni siquiera nos damos cuenta de la realidad de ese mal que padecemos. Pensemos en eso que llamamos la pobreza en el mundo, y que pocas veces caemos en la cuenta de lo que significa: que cada día mueren miles y miles de personas por inanición, o por una mala alimentación; hechos y cifras que nos conmueven pero que no provocan nuestra atención como, por ejemplo, provocó Auschwitz^ se preguntaron en Europa todos: ¿Se puede hablar de Dios después de Auschwitz? ¿Se puede rezar a Dios después de Auschwitz? Y muchos dijeron: no es posible. ¡Se ha degradado tanto la imagen y la idea de un Dios bueno que Auschwitz ha terminado con Dios! Todos los valores han desaparecido con el humo de las cremaciones de los asesinados.

Lo malo de la situación actual es que tenemos un Auschwitz generalizado, estamos implicados en él y no tomamos conciencia de él. Y nos estamos haciendo incapaces de pensar en Dios; indignos de pensar en Dios, cuando somos capaces de tomar parte, aunque sólo sea por complicidad, en un acontecimiento tan terrible como éste. Por eso, cuando se piensa en esto, se percibe que, a lo mejor, el que la increencia se haya extendido sobre los países ricos es algo lógico. Unos países que están produciendo esa catástrofe es normal que sean ateos, porque si pensaran en Dios no tomarían parte en eso. San Juan dice que quien no ama no conoce a Dios; el que no ama no cree en Dios. Y un mundo como éste en el que estamos, es un mundo que no ama.

  1. ¿Se da la crisis de Dios en el interior de las Iglesias?

Algún autor lo afirma y con datos que hay que tener en cuenta. Naturalmente, si por fe entendemos «creer una serie de verdades», no hay crisis de Dios. Pero si tomamos como rasero de ser creyente lo que el Evangelio propone, ser creyente es confiar en Dios incondicionalmente; ser creyente es amar a Dios sobre todas las cosas; ser creyente es haber encontrado el tesoro escondido, la perla preciosa que merece que se venda todo lo demás con alegría por conseguirlo. Si por fe entendemos eso, ¿Somos creyentes? Hemos de confesar que lo somos muy deficientemente; que lo somos de una manera muy precaria, y que si esto es así entonces ya no nos podríamos contentar hoy con decir Europa, España, es país de misión; a lo mejor tendríamos que decir: Las Iglesias en Europa son país de misión. Y los que teníamos que evangelizar necesitamos primero ser evangelizados.

Curiosamente esto aparece en Evangelii Nuntiandi y en los Lineamenta del próximo Sínodo, donde se habla de las Iglesias cansadas, desanimadas, que son las que tenían que evangelizar, y que necesitan, desde luego, ser evangelizadas.

II.El futuro del cristianismo.

A partir de todo esto es inevitable que nos preguntemos qué va a ser del cristianismo. Aparece, una y otra vez, repetida la pregunta sobre el futuro del cristianismo. Pablo VI al final de la «Evangelii Nuntiandi» tiene un párrafo precioso que dice: «Los que no creen o no vienen a la iglesia ya Dios cuidará de ellos y los salvará como pueda, pero ¿cómo nos vamos a salvar nosotros si no les hablamos a tiempo de Jesucristo?» (80) El problema no es tanto la salvación de los demás, que es un asunto de Dios, cuanto un problema de diligencia y fidelidad por nuestra parte, que poseemos el Evangelio y sin embargo no sentimos la urgencia de llevárselo a nuestros hermanos, que no tienen la paz ni tienen la alegría ni tienen la esperanza de vivir según el evangelio de Dios. La urgencia de la evangelización no nace principalmente del temor de la condenación de los no cristianos, sino del amor a Dios que debe ser conocido y alabado por su bondad, y del amor a los hermanos, para que vivan cuanto antes la alegría y la plenitud de saberse amados por Dios y puedan recibir la plenitud de sus dones en Cristo.

III. Influencia de la cultura.

Estamos viviendo en una cultura en donde a los niños y a los adultos también, la cultura dominante predispone para inhibir la fe, hace falta valor para confesarse cristiano, hoy, en una fábrica, en un instituto, en la universidad, los profesores de religión, de la universidad, van lejos a misa, donde no les vean sus colegas, porque muchos no quieren que sus colegas de universidad sepan que son cristianos, a los practicantes les da vergüenza, no quieren someterse a las risitas, a las burlitas, a los comentarios del claustro o a la fuerza de los clanes que eligen o des-eligen, que prefieren a uno porque sí, y prefieren al otro porque no, allí hay muchas presiones que hoy juegan mayoritariamente contra la fe y contra la religión.

Todo esto explica una conclusión muy grave y de gran importancia. «Buena parte de las familias cristianas han perdido su capacidad para educar cristianamente a sus hijos». La familia es el lugar natural e insustituible de la primera educación, la más profunda, la más asimilada personalmente. Antes en esta primera capa de la educación entraba la fe, las oraciones, la devoción. Ahora en muchos casos ya no es así. Resulta muy difícil suplir en otro ambiente lo que no ha sabido hacer la familia en el terreno de la educación religiosa de sus hijos, en consecuencia tenemos que reconocer que el ciclo de la transmisión pacífica de la fe se nos ha concluido. Vivimos un poco de las reservas, de la gente veterana, que más o menos llena nuestros templos, pero de cuarenta años para abajo cada vez tenemos menos gente en todas las realidades de iglesia.

IV. ¿Qué vamos a hacer?

Benedicto XVI nos ha dicho «Hay que comenzar de nuevo». ¿Qué quiere decir «comenzar de nuevo»? , replantar la Iglesia, evangelizar. Por evangelizar tenemos que entender estrictamente aquella acción pastoral que tiende expresamente a ayudar a la conversión del que no cree a la fe cristiana, en sentido fuerte, la pastoral de evangelización es una pastoral de fe, una pastoral de conversión, una pastoral dirigida a los que han perdido la fe para que la recuperen, a los que no han llegado nunca a la fe para que la descubran, a los que están inseguros en su fe, para que se fortalezcan sus rodillas y no tiemblen. En sentido más amplio podemos llamar «pastoral de evangelización» a muchas cosas, hacemos una procesión, una romería, un vía crucis, todo está bien, pero eso no es estrictamente lo que los Papas nos están pidiendo, los Papas nos están pidiendo una pastoral pensada para promover la fe, de los que no creen o fortalecer la fe de los que la tienen enferma, porque no practican, porque no dan testimonio porque no saben confrontarse con el mundo del laicismo, para esta pastoral hacen falta unas aptitudes, una formación, no evangeliza el que quiere sino el que puede.

Lo primero que hace falta para evangelizar es una renovación espiritual de los sacerdotes, religiosos y laicos. Para que una Diócesis o una Parroquia pueda llegar a ser evangelizadora hace falta que haya en ella un primer núcleo, el obispo con sus colaboradores, o el sacerdote con los suyos, que se entusiasmen con la tarea de anunciar a Jesucristo a los que no creen, ganar nuevos miembros para el Pueblo de Dios, llevar los dones de Dios a quienes viven perdidos como ovejas sin pastor. Es una cuestión de amor y de fidelidad, para evangelizar hace falta fervor, entusiasmo, unidad, ideas claras y objetivos_precisos. Una iglesia titubeante, una iglesia dividida y sumida en la autocrítica, una iglesia rota por las envidias y por las intriguillas entre grupos, entre movimientos, entre tendencias, no evangeliza. Hace falta una iglesia espiritualmente vigorosa, hace falta una iglesia sinceramente unida, hace falta una iglesia que crea en la vigencia del evangelio y en la necesidad del evangelio de Jesús para vivir humanamente; un cristiano que piensa que se puede ser bueno y feliz igual siendo cristiano que siendo agnóstico, no va a evangelizar nunca. Los cristianos titubeantes o disidentes no evangelizaran nunca, dejarán que el agnóstico crezca en su agnosticismo, el ateo en su ateísmo, etc..

  1. La comprensión de la iglesia, base para comprender el ser, la vocación y la misión del laico cristiano.

La comprensión que se tiene del laico cristiano depende bastante de la concepción que se tiene de la Iglesia y de la manera de entender las relaciones de ésta con el mundo. Por eso, cuando cambia la eclesiología y la manera de comprender las relaciones de la Iglesia con el mundo, como ocurre en el Vaticano II, también cambia la idea que nos hacemos del laico cristiano.

Comprobamos esto, analizando el planteamiento que el Concilio hace del Laicado en la Constitución Lumen Gentium (LG) sobre la Iglesia.

  1. La iglesia. «misterio de comunión».

En el capítulo de la LG se explica cómo la Iglesia tiene su origen en la Trinidad, en el Dios que no es un individuo, sino una comunión de personas. La Iglesia se comprende a sí misma como don absolutamente gratuito del amor del Padre, por el Hijo, en el Espíritu, que quieren hacer partícipes de su misma vida de comunión a todos los hombres y mujeres:

«La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»[1] Sin perder la dimensión histórica y visible de la Iglesia, se recupera así toda su dimensión interior, su profundidad trinitaria.

El laico entra a formar parte de este misterio de comunión, convirtiéndose en hijo del Padre, miembro de Cristo y templo o morada del Espíritu. Aquí radica toda la grandeza y dignidad del laico cristiano.

  1. La Iglesia pueblo de Dios.

El cap. II nos presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios: «Quiso el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente»^

El pueblo de Dios, concreción histórica de ese misterio de comunión que es la Iglesia, se presenta adornado con unas características, que son fundamentales para definir la vocación y misión del laico en la Iglesia y en el mundo.

+Es un Pueblo todo él sacerdotal. Todos son partícipes de la misión profética, sacerdotal y regia de Cristo. El laico cristiano es todo hombre y mujer que en su bautismo ha sido ungido y consagrado por el Espíritu para ser con Cristo sacerdote, profeta y servidor del Reino.

+Un Pueblo todo él carismático y ministerial, aunque los carismas y ministerios de las personas que lo componen sean distintos Con ello se ponen las bases para que todos vayamos caminando desde una Iglesia estructurada en base al esquema «clérigos-laicos», a una Iglesia estructurada en base al esquema «comunidad-carismas y ministerios», donde todos gozan (también los laicos) de carismas y ministerios (unos ordenados; otros no ordenados), que han de poner al servicio de la comunidad.

+ Un Pueblo llamado a vivir y manifestar en la historia la vida del Dios que le ha convocado, que es una vida de unidad en la diferencia. Esto plantea a la Iglesia la necesidad de vivir la comunión desde el respeto a la variedad de los diferentes dones y servicios y desde la variedad de las distintas Iglesias locales.

Los laicos cristianos han de vivir y construir la comunión eclesial desde la inserción en la Iglesia local y desde la corresponsabilidad de los distintos carismas y servicios.

De aquí que la relación salvífica al mundo es dimensión esencial del Pueblo de Dios. La laicidad es dimensión común a toda la Iglesia. Por eso toda la Iglesia ha de estar presente en el mundo, con un talante de servicio y diálogo, en actitud transformadora y con la responsabilidad de orientarlo todo según el Reino de Dios, aunque cada miembro haya de vivir esa presencia en el mundo en coherencia con su carisma y su ministerio.

  1. Una definición positiva del laico cristiano.

El capítulo IV de la LG está dedicado por entero a «Los Laicos». Ahí se plantea una Teología del Laicado fundamentada sobre su condición de miembro del Pueblo de Dios. Ahí se nos ofrece una descripción positiva de «el laico cristiano»:

«Por el nombre de laico se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en un estado religioso reconocido en la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y regia de Jesucristo, ejercen, según el puesto que le corresponde, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo»^

Tres elementos integran esta definición:

Pertenencia activa a la Iglesia como Pueblo de Dios; participación responsable en la vida y misión de la Iglesia.

Su distinción en relación con el ministerio ordenado y con los religiosos dentro de la común dignidad.

Su relación específica con el mundo secular: llamado a ordenar según Dios los asuntos de este mundo.

  1. Todos llamados a la santidad.

El capítulo V de la LG está dedicado a la «Universal Vocación a la Santidad en la Iglesia» Ahí se nos presenta al Pueblo de Dios como un pueblo llamado todo él a la santidad, viviendo la plenitud de las bienaventuranzas aunque cada uno haya de hacerlo según su carisma: también el laico cristiano está llamado a vivir la perfección cristiana en el mundo.

Por tanto, cuando hoy el laico es llamado a un apostolado cualificado, debe necesariamente encontrar en la oración la condición previa de su misión activa. Sería un error imperdonable querer colocar la preparación para una acción decisiva en otra «acción», como, por ejemplo, un estudio eficaz de la problemática, la mejor organización de las fuerzas, reuniones para dar instrucciones, etc. En el movimiento de la ciudad moderna, en la actividad casi sobrehumana que hoy se realiza en todas partes, es preciso reservar lugares y tiempos en que sea posible la distensión, la concentración sobre el propio espíritu, la meditación, la contemplación.

Terminemos este apartado con unas palabras del Papa en la «Christifidelis Laici», que resumen bien lo dicho hasta aquí: «Sólo de la Iglesia como misterio de comunión se revela la identidad de los fieles laicos, su originalidad y dignidad. Y sólo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo (8)… Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia» (9).

  1. El Bautismo, base sacramental para una teología del laicado.

Por el Bautismo los hombres y mujeres entramos a formar parte de la vida de Dios La consagración bautismal inaugura la novedad cristiana de vida, fuente y raíz de nuestra identidad y dignidad. Esto conlleva:

  1. Muerte al pecado en su dimensión personal y social.
  2. Nacimiento a una nueva vida. Consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, hemos de vivir como:

*  Hijos de del Padre.

*  Miembros de Jesucristo, formando un solo Cuerpo.

* Templos del Espíritu.

  1. Ungidos con el crisma y consagrados por el Espíritu para que seamos con Cristo sacerdotes, profetas y reyes:

*  El sacerdocio de los laicos y su relación con el sacerdocio ministerial.

*  La misión profética del laico.

*  Al servicio del Reino de Dios en el mundo.

  1. Comunión y corresponsabilidad.

Viviendo y potenciando en la comunidad eclesial local la nueva vida en comunión y corresponsabilidad con los otros según los carismas recibidos y los servicios confiados.

  1. Misión específica.

Viviendo en el mundo con la misión específica de transformar, orientar y ordenar todas las realidades mundanas según Dios (en función del reinado de Dios).

«El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Pues los miembros del orden sagrado, aun cuando alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están destinados principal y expresamente al sagrado ministerio por razón de su particular vocación» (LG 31).

  1. Santidad cristiana en el mundo.

Los laicos están llamados a vivir plenamente la santidad cristiana en el mundo, pues santo es el Dios-Comunión al cual hemos sido consagrados en nuestro bautismo.

Algunas consideraciones:

1^) Podemos decir que la identidad del laico cristiano es la identidad cristiana sin más aditamentos: «El laico es un bautizado, un miembro del Pueblo de Dios, un cristiano simplemente. Lo que hay que clarificar a partir de ahí es lo que aporta el sacramento del orden y la consagración de la vida religiosa a la vocación cristiana, que se realiza plenamente en los laicos».

2^) Cuanto hemos dicho nos plantea la necesidad de describir prácticamente la existencia del laico cristiano y sobre todo elaborar una auténtica y verdadera espiritualidad seglar. Si no damos este importante paso, todo esto puede quedarse en pura abstracción o en fundamentalismo.

3^) Una Teología del Laicado como la que plantea el Concilio Vaticano II, la exhortación del Papa «Christifideles Laici» y el documento de nuestros Obispos «Los Cristianos Laicos, Iglesia en el Mundo», exige una verdadera transformación del

funcionamiento de nuestras iglesias locales y de la pastoral que en ellas se realiza. En la actual organización difícilmente tiene cabida un laicado como el que nos plantean esos documentos.

  1. Consecuencias prácticas de lo anterior.

9.1    La parroquia.

La comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión, dentro de la Iglesia particular, más visible e inmediata en la parroquia (LG 28; AA 10).Ella es la Iglesia que vive entre las casas de sus hijos e hijas (Sacr. Concil. 42) (ChL 26). Hay que volver a redescubrir el verdadero rostro de la parroquia, es decir, el misterio mismo de la Iglesia operante y presente en ella.

La parroquia:

a)   Es más que una estructura, edificio o lugar.

b)   Es la familia de Dios como fraternidad animada por el Espíritu de unidad (LG 28).

c)   Es una casa de familia fraterna y acogedora (Cate. Tradendae 67).

d)  Es la comunidad de los fieles (C. 515,1).

e)  Es la comunidad eucarística;

f)     Comunidad de fe y comunidad orgánica: constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos en los que el párroco —que representa al obispo diocesano— es el vínculo jerárquico con la Iglesia particular (ChL. 26). Para la misión de la Iglesia, hoy, no basta con la parroquia sola. Se prevén formas de colaboración interparroquiales (c 555, 1,1) y se deben potenciar otras formas a las que no llega la cura pastoral ordinaria: en el campo cultural, social, educativo, profesional, etc. (ChL).

9.2    Las parroquias deben renovarse.

Las parroquias deben renovarse favoreciendo:

a)    Adaptación de las estructuras parroquiales con la amplia flexibilidad que concede el Derecho para que puedan participar los fieles en las mismas.

b)  Favorecer las pequeñas comunidades de base o comunidades vivas.

c)       Favorecer formas institucionales de cooperación entre las diversas parroquias de un mismo entorno (ChL. 26).

9.3     A la luz de la «eclesiología de comunión» se sacan conclusiones muy concretas:

a)   Los ministerios y carismas son necesarios y complementarios.

b)  Se deben favorecer los consejos pastorales parroquiales.

c)  Se debe fomentar un espíritu misionero hacia los no creyentes y hacia los

creyentes que han abandonado o limitado la práctica de la vida cristiana.

d)  La parroquia es fuente de integración y comunión social en una sociedad deshumanizada (Cl.27).

9.4      Formas de participación en la vida de la Iglesia: formas personales y asociadas.

Pero las formas de participación en la vida de la Iglesia no son sólo personales, en cuanto miembros de una Iglesia, únicos e irrepetibles, a los que se ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable (ChL 28). También son necesarias formas agregativas o asociadas de participación (AA 16; 18). La asociación de fieles laicos se justifica principalmente como signo de comunión eclesial, además de ser útil por su presencia e incidencia cultural. Hoy, estas formas asociadas revisten particular variedad y vivacidad: asociaciones, grupos, movimientos, comunidades.

Son muy diferentes en su configuración externa, en sus caminos y métodos y en sus campos operativos. Pero todas convergen ampliamente en su finalidad: participar responsablemente en la misión de la Iglesia.

9.5   ¿Por qué han nacido?

a)   por motivos sociológicos: el asociacionismo surge y es necesario en una sociedad pluralista (en la que hay muchos frentes de apostolado); y necesarios en una sociedad secularizada (para buscar apoyo y ayuda a la hora de vivir la fe

b)   Por motivos eclesiológicos: para ser signos de comunión y de unidad de la Iglesia de Cristo:- El derecho de asociación en los fieles nace del bautismo, no de una concesión de la autoridad (AA 15; LG 37); – necesitan de criterios de discernimiento acerca de su autenticidad eclesial, valorándose desde la comunión y misión de la misma Iglesia.

Es necesario discernir, en dichas asociaciones, los criterios de eclesialidad y servicio a la comunión y misión (ChL. 30).

Ahora es necesario e importante, dedicar una pequeña reflexión sobre lo propio y peculiar del laico.

  1. Consagración del mundo.

La «consagración del mundo» a Dios crea una actitud positiva ante el mundo que significa interés por sus valores, amor sincero por la obra del mundo, inserción vigorosa y tenaz en sus estructuras familiares, profesionales, sociales y políticas, compromiso eficaz en la construcción de la ciudad de Dios.

  1. En concreto, y desde el punto de vista de la espiritualidad laical, esto significa que el laico se encuentra con Dios y se santifica precisamente acogiendo el mundo, en el uso y disfrute de sus bienes; diciendo sí al mundo y en razón de su misma intramundanidad.

Dicho sí al mundo no debe expresar en la vida del laico una adhesión solo extrínseca a la voluntad de Dios, como si tuviese que soportar de mala gana el ser laico; al contrario, debe profundizar en su compenetración profunda con el plan de Dios, tomando conciencia de su propia misión específica de laico.

La profundidad última de este sí al mundo la logra el laico cuando consigue hacer de él el lugar y la forma de su encuentro personal con Dios. Dentro de su espiritualidad de encarnación el laico puede y debe alcanzar la unidad en Dios de su vida humana y de su vida creyente. En la experiencia personal de Dios Padre, creador de bien, y de Jesús

Salvador del mundo madura en el laico la genuina experiencia cristiana del mundo. Decimos experiencia cristiana del mundo justamente porque no es una experiencia del mundo sin más, como la experiencia de los no creyentes, sino experiencia del amor de Dios por la humanidad y el mundo, como amor creador, redentor y divinizador del mundo, que el laico recibe del Espíritu y prolonga en su vida entera.

Es el suyo un compromiso radical, sin reservas, al prójimo, al servicio del mundo. El compromiso cristiano de los seres humanos es así de total y pleno porque es imagen terrestre del amor que Dios ofrece a la humanidad.

  1. La clave de la presencia de la Iglesia y de los creyentes individuales en el mundo es el amor, con todas sus dimensiones, individuales, sociales y políticas. La vida humana de Jesús revela que la única forma de vivir religiosamente, es decir, de responder de manera adecuada al amor del Padre, es el amor absoluto y radical por el hermano, que -precisamente por su condición de absoluto y radical- sea un testimonio y un reflejo de lo que es el amor de Dios por nosotros. Toda la revelación divina tiene este sentido y esta finalidad: que se realice de la forma más plena y profunda posible el amor entre los hombres, que es la manifestación del amor con que Dios nos ama.

Los laicos están llamados a «materializar» o corporeizar las oportunidades que tiene la realidad creada interpretada y configurada a la luz de la fe y de la esperanza. Son responsables de que la realidad en su mundanidad inmediata pueda encontrarse con Dios y ser acogida en la Iglesia. Cuando se tiene ante la mirada una visión de la existencia cristiana desde la perspectiva encarnatoria, no hay por qué encontrar antagonismos entre «lo espiritual» y «lo profano». La vida normal de cada día en sus nimiedades y en sus momentos culminantes es captada más profundamente en una nueva luz y valorada de forma distinta de lo que parece a primera vista. En definitiva, ya no hay ningún espacio que esté vacío de espíritu.

El reto permanente para el cristiano en el mundo es la unidad de la vida profesional y religiosa, la síntesis vital entre el evangelio y las tareas diarias. Por tanto la profesión no es solo una forma de ganarse la vida, cargada de agobio; tiene algo que ver con la creación y la redención. La política no es participación ambiciosa en la competición para lograr el poder; tiene algo que ver con una configuración más digna de la persona humana, de las relaciones sociales e internacionales y, por tanto, con el amor al prójimo. En esta visión de fe y de esperanza, que le hace ser constructor del Reino pero peregrino en la tierra, el laico vive para el desarrollo y el progreso de la convivencia humana y para la liberación de sus hermanos. El cristiano del siglo XXI comienza a comprender que, como ya advertía el Concilio (cf. GS 19, 3), la falta de presencia en el mundo y la incapacidad para lograr aquella síntesis es en parte culpable del ateísmo del mundo moderno.

Ese papel de los laicos en el mundo está concebido no como una dominación, sino como un servicio de animación y de Vida. Su presencia en la realidad temporal es plenamente respetuosa de su ‘autonomía’; pero lo temporal es animado y transformado en el Espíritu para que alcance su plenitud en la escatología.

En resumen.

Aquí es de importancia capital la esperanza cristiana, resaltada en este número 35. Según el contexto, la esperanza solo tiene sentido en su relación con el trabajo en este mundo. No se trata de la esperanza de pasar a una vida mejor, sino de una visión del futuro que orienta el trabajo presente. Sólo puede hablarse de evangelización cuando

en el propio trabajo en el mundo aparece la perspectiva de futuro. Lumen Gentium subraya el aspecto escatológico del testimonio, incluso en el trabajo en las realidades terrenas. Hay una lógica: el testimonio de los seglares se basa en los sacramentos; los sacramentos cristianos preanuncian el mundo futuro; luego el testimonio seglar es anuncio de las realidades escatológicas. Una de las causas de la subordinación de los laicos era el privilegio del clero de tener una formación teológica. Para superarlo, dice el Concilio:

«Por ello, trabajen los laicos celosamente por conocer más profundamente la verdad revelada e impetren insistentemente de Dios el don de la sabiduría». Está claro que la Iglesia quiere transformarse cuando la competencia teológica ya no se coloca solo en el clero.

  1. Ante la nueva situación. Respuestas y búsquedas.
  2. Reconstruir la identidad de los evangelizadores para que se constituyan.

Ante la nueva situación, se hace indispensable reconstruir la identidad de los evangelizadores para que se constituyan en auténticos interlocutores del nuevo escenario; interlocutores dotados de una voz propia, inconfundible, en esa nueva situación de crisis radical de Dios, una crisis que se manifiesta tanto en el grupo de los indiferentes absolutos, que no tienen oídos para Dios, como en el gran grupo de los miembros de muchas de las nuevas religiones y del paganismo, que se presentan como religiones sin Dios, como religiones que en lugar de remitir a Dios, lo sustituyen como los más eficaces ídolos. No olvidemos la nueva situación de globalización.

  1. El primer paso de la requerida reconstrucción de la identidad cristiana comporta como paso primero la reconstrucción de los fundamentos de esa identidad. La identidad cristiana es ciertamente compleja, pero consiste fundamentalmente en la experiencia personal de la fe en Dios, en el Dios revelado y autodonado al mundo en Jesucristo.
  2. No tiene demasiado sentido concebir la evangelización como una acción peculiar de los miembros de la Iglesia dirigida a los de fuera. En esta perspectiva, la evangelización es más bien una dimensión del cultivo y el cuidado de lo cristiano, de la acción pastoral en su conjunto, que tiene su principal tarea en el despertar a la fe, iniciar a ella, acompañarla, educarla y fomentarla en la comunidad cristiana para que de ella irradie al mundo.

Un error o insuficiencia bastante común en la evangelización es el reduccionismo, que consiste en reducir el proceso de evangelización a uno sólo de sus elementos, por ejemplo: reducir la evangelización al primer anuncio, o en el otro extremo, reducir la evangelización a la transformación de las estructuras injustas de la sociedad… O también, reducir la evangelización a la catequesis o a la liturgia sacramental.

  1. Logrado esto, no será necesario exhortar a la evangelización, ni movilizar para su realización a los creyentes. El Evangelio lo ha dicho de la forma más eficaz: Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra… De ahí surge la evangelización como una necesidad para el creyente: «¡Ay de mí si no evangelizo!”. A partir de ahí, a los cristianos les sucederá como a los primeros discípulos que, cuando las autoridades les prohíben anunciar el nombre de Jesús, exclaman: ”Lo que hemos visto y oído no lo podemos callar”.

Los laicos, pues, como el resto de miembros de la Iglesia, están seriamente comprometidos en la empresa de acometer creativa y eficazmente la tarea de una Nueva Evangelización. En un mundo, «nuevo» por tantos y tantos conceptos, no es posible contentarse con ‘repetir’ fórmulas y con seguir caminos misioneros propios del pasado. En orden a la Misión de la Iglesia en el mundo actual, se impone, como una exigencia absolutamente imprescindible la creatividad apostólica y pastoral (novedad de métodos y expresiones), sobre la base de unos cristianos profundamente renovados (novedad de ardor).

Lo decisivo parece, pues, que demos con los pasos necesarios para desarrollar este tipo de vida cristiana de la que surgirá una nueva forma de acción cristiana centrada en la irradiación de la fe vivida.

  1. Pasos a dar en la centralidad de la vida cristiana.

¿Cómo progresar en el cultivo de la dimensión central en la vida cristiana?

  1. El primer paso consiste en despertar a los sujetos, facilitar que afloren a sus conciencias los niveles de profundidad de la persona en los que surge eso que llamamos la fe. Este primer paso, siempre necesario, es hoy imprescindible, debido al tipo de cultura en que nos encontramos y a la tendencia de todos a instalarnos en formas de vida superficiales, inauténticas, centradas en el desarrollo de una función, reducidas al «se» impersonal. Porque la fe es una opción radical, que sólo es posible como respuesta a las preguntas radicales: ¿Quién soy yo? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué sentido tiene mi vida? La fe es una actitud que responde, más que a los múltiples deseos, al deseo que somos: ”A lo que desea tu corazón” (San Juan de la Cruz). Y una existencia reducida al cómo, a lo inmediato, a lo sólo útil, es como el terreno del camino en el que la semilla de la palabra no puede germinar.
  2. El descubrimiento de este nivel de profundidad es indispensable para que el hombre pueda escuchar la palabra que Dios le dirige y responder a ella con la actitud de la fe. Sin ese descubrimiento la lectura de la palabra, la práctica de los sacramentos, la misma figura de Jesús, revelación de Dios, sólo puede suscitar respuestas superficiales que pervertirán la fe y la reducirán a conducta externa, entusiasmo superficial, admiración humana.
  3. Pero entre las muchas novedades de la actitud cristiana vale la pena subrayar algunas: la dimensión mística de la existencia comporta en el cristianismo una dimensión ética ineludible. La fe en Jesucristo comporta y se realiza en el seguimiento del Señor. Y este seguimiento consiste en adoptar su forma de vida. Ahora bien, Jesús revela al Dios que es amor, siendo el hombre para los demás, desviviéndose por los hombres hasta la entrega de la propia vida. Cuando los discípulos del Bautista preguntan a Jesús si es el que ha de venir, Jesús les responde: «id y decid lo que habéis visto y oído: «Los ciegos ven y los cojos andan…” Ser creyente en Jesús comporta por eso integrar en la forma de vivir el cuidado por los que sufren y la colaboración en la salvación de sus heridas. Del conjunto de valores que caracterizan la vida del discípulo de Jesús da buena muestra la forma de vida descrita en el Evangelio y condensada en las bienaventuranzas.
  4. Naturalmente, entendida así la fe, sólo puede ser efectiva si se la vive en una experiencia que es algo más que un acto aislado y extraordinario de encuentro gozoso con el Señor, aunque también sea eso. La experiencia de Dios es la vida misma vivida a su luz. Es la vida toda inspirada por su presencia y animada por su Espíritu. La fe así entendida no es un acto añadido al hecho de existir; no es una acción de las muchas que comporta la vida. Es una nueva forma de existir humanamente, por eso será designada como un nuevo nacimiento; es el centro y el eje de toda la vida. Contra la concepción de la fe como superpuesta a la existencia, como paralela a la vida, remitida exclusivamente al encuentro con la trascendencia después de la muerte, la Escritura afirmará que el justo vive de la fe, o, como decía Tolstoi, «La fe hace vivir a los hombres”.
  5. La vida, convertida en experiencia cristiana, hace que el creyente, incluso sin hablar y antes de pronunciar una sola palabra, se convierta como Jesús en evangelio, en buena noticia para aquellos con los que convive. Tal experiencia le convierte en testigo de Jesucristo, el testigo fiel de Dios por excelencia, y convierte toda su vida en testimonio del Reino de Dios, de su presencia. Como Jesús, antes de predicar el Reino, es la irrupción del Reino, así, a la pequeña escala que le permite su fragilidad, la vida del creyente es irrupción de Dios en el mundo.
  6. Notemos que una forma de vida así asume valores que hoy día son muy ampliamente compartidos, incluso contra los que desde la modernidad se oponen a la Iglesia: justicia social, reconocimiento de los derechos humanos, aprecio de la universal dignidad de la persona. De esa forma se constituye un amplio espacio para el diálogo y la colaboración con otras religiones -ética mundial- y con los no creyentes – ética civil-. Aunque es indispensable añadir que el cristianismo inserta el reconocimiento de estos valores en el horizonte abierto por la forma de vida de Cristo, reveladora de la forma de ser de Dios; un horizonte que los radicaliza y les confiere nuevo sentido. Por ejemplo, prolongando la justicia hacia la solidaridad que, teniendo en cuenta la asimetría de las situaciones de muchos: los pobres, los excluidos, impone al cristiano algo más que dar a cada uno lo que le corresponde; le impone una discriminación positiva, una real preferencia por los pobres y los excluidos que fueron para Jesús los primeros en la mesa del Reino. La presencia de esos valores en el marco abierto por la referencia a Cristo introduce también la compasión activa por todos los caídos a la cuneta del camino de la historia, hasta hacerles un lugar en la sociedad, llevándolos a la posada. Introduce, además, la posibilidad del perdón que restaura vínculos rotos, incluso culpablemente, por nosotros y hace posibles comienzos verdaderamente nuevos.

Conclusión

En resumen, hay que evangelizar y asumir lo político, lo económico y lo cultural. Más en concreto, algunas de las tareas concretas en la animación cristiana del orden temporal, que competen de modo propio e insustituible a los laicos, a causa de su índole secular, serían éstas: promover la dignidad de la persona humana (n. 37), venerar el inviolable derecho a la vida (n. 38), reclamar su derecho a la libertad religiosa, personal y pública (n. 39), promover la familia como el primer campo del compromiso social (n. 40), practicar la caridad en forma de solidaridad (n. 41), ser protagonistas de la vida política (n. 42), situar a la persona humana en el centro de la vida económica- social (n. 43) y evangelizar la cultura y las culturas del hombre (n.44). En tiempos como los actuales de pérdida de credibilidad de lo cristiano, nos conviene recordar que «Sólo el amor es digno de fe”.

Mons. Antonio Cartagena Ruiz Director del Secretariado – CEAS.

Alicante, 25 febrero 2012


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Categorías: Laicos
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