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Laicos de Acción Católica y misión: proponer la fe en la sociedad de hoy

Laicos de Acción Católica y misión: proponer la fe en la sociedad de hoy
Lourdes AZORIN
Ex Secretaria General de la AC de España. Miembro del Secretariado FIAC
29 de abril de 2008,
0. IntroducciónObjetivos de las Jornadas: Reflexión y toma de conciencia de la tarea que los militantes de AC, laicos cristianos están llamados a desarrollar en el extenso y variado campo de la vida pública, en la sociedad y en las circunstancias actuales

Tema que centra las Jornadas: La propuesta cristiana en la sociedad de hoy, la presencia de Dios en la vida pública. En esta ocasión, se trata de reconocer la influencia que tiene en el orden público la presencia de Dios

La propuesta de la fe: Jesucristo, camino, verdad y vida. La fe es vía para la  experiencia del encuentro con una persona, con Jesucristo el viviente, ayer, hoy y siempre. La fe es la fuente de la vida nueva. La fe no es una ideología, es una virtud teologal, es una fuerza, una dinámica cuya iniciativa es de Dios. La fe también es adscribirse a un contenido a una objetivación, formulación unánime y común: Creo en Dios Padre… Fuera de eso hay libertad de opinión y de conciencia, supuesto el necesario y querido por todos, discernimiento cristiano y el respeto a los valores fundamentales y coherentes con la fe. 
Dios llama siempre a los hombres a la fe desde determinados contextos humanos y eclesiales, que inevitablemente los caracterizan y a los cuales son enviados como testigos de Cristo. Por ello es conveniente mirar ahora, aunque sea someramente, a nuestro contexto socio-cultural: sus posibilidades y sus dificultades, sus estímulos positivos y sus retos problemáticos. No pretendemos hacer un análisis completo de la situación. Nos limitamos a esbozar algunas características del cambio socio-cultural acelerado en el que vivimos, conscientes de que sin una toma de conciencia de este contexto, no es posible una presencia misionera pertinente para hoy. No puedo evitar referirme a la situación del primer mundo que conozco más. Seguro que en los grupos y en los diálogos podremos ampliar y enriquecer este esbozo.

1. En momentos de cambio sin precedentes
“El cambio acelerado y profundo que se está viviendo en la cultura moderna, en general, y en la sociedad española, en particular, plantean un reto a la capacidad evangelizadora de la Iglesia” (1).
En efecto, los pueblos europeos, en general, son portadores de una riquísima herencia cristiana. Las raíces cristianas de nuestra cultura y nuestra historia son palpables. Sin embargo, compartimos  un cambio socio-cultural, sin precedentes en su historia, de signo secularista y neopagano (2). Según algunos analistas “se da una situación de nuevo paganismo: El Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella” (3).
Esta situación paradójica interpela fuertemente nuestra conciencia cristiana y nos urge a responder creativamente a los nuevos desafíos que la situación actual plantea a la fe y a la Iglesia.

Es una paradoja verdaderamente llamativa. En la Europa actual, a la vez que se mantienen tradiciones, vivencias religiosas y costumbres cristianas, el cristianismo es considerado hoy, no pocas veces, como algo anacrónico que debe ser superado y que provoca los recelos y las sospechas propias de la crítica decimonónica contra la religión, que se ha difundido y socializado ampliamente en nuestros días.
Las numerosas y crecientes manifestaciones de religiosidad tradicional y popular, en cuyas raíces y expresiones está la savia cristiana y la presencia activa de las realidades eclesiales (parroquias, cofradías, hermandades, santuarios, etc.), coexisten con la influencia de la cultura y de los estilos de vida hoy aparentemente dominantes que son, bajo un cierto aspecto, neopaganos y bajo otro, los de una sociedad  que “está de vuelta” del cristianismo y cree haberlo “rebasado”.
La inmensa mayoría de los españoles está compuesta por bautizados
. Pero muchos se encuentran en una situación de fe poco madura. Sin una fe personalizada y adulta les resulta muy difícil afrontar los nuevos retos de nuestro tiempo. Incluso muchos han caído en una especie de idolatría de los bienes de este mundo y en una suerte de “cristianismo a la carta”.
Esta crisis por la que atravesamos no puede atribuirse meramente a la hostilidad de los adversarios de la Iglesia. Como bien dicen los obispos franceses en relación, “la crisis por la que atraviesa hoy la Iglesia se debe en buena medida a la repercusión, en la Iglesia misma y en la vida de sus miembros, de un conjunto de cambios sociales y culturales rápidos, profundos y que tienen una dimensión mundial”  (4).

2. Valores y signos de esperanza de nuestra cultura

Este cambio socio-cultural, sin precedentes, no debe llevarnos a la actitud de los que el Beato Juan XIII, llamaba “profetas de desgracias”. De ellos afirmaba que “andan diciendo que nuestra época, comparada con las anteriores, es mucho peor” y que “se comportan como si no hubiera nada que aprender de la historia, que es maestra de la vida”  (5).
A pesar de que en las últimas décadas se han producido profundos cambios, en el mundo y en España, respecto a los años sesenta, y de que el estado general de los ánimos es bien distinto al de entonces, no debemos caer en una actitud negativa y pesimista. El mismo Juan XXIII decía que “en el curso actual de los acontecimientos, en el que parece que los hombres empiezan un nuevo orden de cosas, hay que reconocer más bien los designios misteriosos de la divina Providencia”  (6).

Conviene subrayar que esta sociedad nuestra a la que amamos tiene, sin duda, numerosos valores positivos, estimulantes y esperanzadores que han de estar muy presentes en nuestra conciencia. Enumeremos algunos:

  • la fuerte sensibilidad en favor de la dignidad y de los derechos de la persona;
  • la afirmación de la libertad como cualidad inalienable del hombre y de su actividad y la estima de las libertades individuales y colectivas;
  • la aspiración a la paz y la convicción cada vez más arraigada de la inutilidad y el horror de la guerra;
  • el pluralismo y la tolerancia entendidas como respeto a las convicciones ajenas y no como imposición coactiva de las creencias o formas de comportamiento;
  • la repulsa de las desigualdades en los derechos de la clases y naciones;
  • la atención a los derechos de la mujer y el respeto a su dignidad,
  • la preocupación por los desequilibrios ecológicos.
La exhortación apostólica Ecclesia in Europa también subraya que en Europa como comunidad civil “no faltan signos que dan lugar a la esperanza”:
– «Comprobamos con alegría la creciente apertura recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación”.
– “Registramos como positivo el hecho de que todo este proceso se realiza según métodos democráticos, de manera pacífica y con un espíritu de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el proceso de unificación de Europa”.
– “Acogemos con satisfacción lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto de los derechos humanos”.
“Por último, en el contexto de la legítima y necesaria unidad económica y política de Europa, mientras registramos los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al derecho y a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad creativa a la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se garantice la supremacía de los valores éticos y espirituales» (EE 12).

3. Retos de nuestro contexto socio-cultural

Junto a estos valores y signos de esperanza, la cultura pública actual, inserta en el contexto europeo, se caracteriza, también, por algunos contravalores que envuelven, como la niebla, la vida de las personas, las familias y los grupos humanos.
La exhortación Ecclesia in Europa afirma que las Iglesias en Europa están «afectadas a menudo por un oscurecimiento de la esperanza» y que «hay numerosos signos preocupantes», entre los que Juan Pablo II destaca: la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas; el lento y progresivo avance del laicismo; el miedo a afrontar el futuro; una difusa fragmentación de la existencia; y un decaimiento creciente de la solidaridad (cf. nn 7-8).
De entre estos retos destacamos

el consumismo, el hedonismo, el individualismo, el relativismo y el secularismo.

 “La implantación de un modelo de vida dominado por el consumo y disfrute del mayor número posible de cosas induce a amplios sectores de nuestra sociedad, bautizados en su mayor parte, a prescindir prácticamente de Dios y de la salvación eterna en su vida privada y pública” (TDV 21).
Cuando el hombre llega a ser prisionero de estos contravalores aún los mismos valores humanos y cristianos son vividos e interpretados desde claves que los deforman gravemente. Pensemos, por ejemplo, en valores como la “libertad”, la  “democracia”, la «sexualidad» interpretados desde el absoluto relativismo y hedonismo.
Se extiende una mentalidad consumista y hedonista que llega hasta sacrificar en aras del bienestar el valor supremo de la vida, especialmente de los no nacidos o de los ancianos. La vida del hombre y su dignidad sagrada deja de ser un valor intangible frente a lo intereses personales, familiares, económicos, sociales o ideológicos. Es el fenómeno que se viene denominando “cultura de la insolidaridad”, e incluso, “cultura de la muerte”  (7).

El individualismo a ultranza comienza a caracterizar a amplios sectores sociales precisamente en unos momentos en los que se agravan las desigualdades sociales. En el mundo no deja de crecer la distancia entre países pobres y países ricos y la globalización de los circuitos financieros y económicos la acrecienta cada día. En nuestro país, a pesar de la relativa contención del paro, crece la precariedad del empleo, aparecen capas sociales que parecen estar destinadas a la miseria y aumenta la inmigración.
Bajo el influjo del relativismo está también muy difundida la persuasión de que no existe la verdad. Si no existe “la verdad”, lo primero que se cuestiona de la afirmación “Cristo es la Verdad”, es su segundo término (¿existe la verdad?) y, con ello, toda la frase  (8).
La aceptación de esta mentalidad entraña graves repercusiones para el bien del hombre y de la sociedad: el Dios verdadero es suplantado por los ídolos de realidades finitas que le esclavizan. El hombre se instala entonces en la finitud absolutizada y queda sometido a fuerzas inferiores a él de las que no se puede liberar si no es por la ayuda de Alguien que es superior a él y a ellas; la jerarquía de valores es sustituida por el aturdimiento moral o, incluso por la amoralidad sistemática. Renacen los “dioses” del paganismo, la “religiosidad de la Naturaleza y de la Vida”  (9).

«En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria. La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera» (EE 9).

4. Algunas causas de esta situación


Dos podrían ser las fuentes de este deterioro: la primera, como hemos apuntado, externa, producida por el ateísmo práctico, la indiferencia religiosa y el brotar del neopaganismo, fruto del bienestar económico y de la mentalidad consumista. Nos dicen los obispos españoles: “La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo imanentista […] Esta cultura imanentista, que es el contexto actual en que vive la Iglesia en España, se convierte en causa permanente de dificultades para su vida y misión”  (10).

La segunda, en relación con la anterior, interna a la Iglesia, causada por el contagio del ambiente social general, por la incoherencia de la vida de muchos cristianos, por la rutina de muchas de nuestras comunidades y por la deficiente imagen personal y social que, con frecuencia, podemos estar dando.
Según los obispos españoles “el problema de fondo, al que una pastoral de futuro tiene que prestar la máxima atención, es la secularización interna. […] Entre los efectos de esta situación de secularización interna destacamos: la débil transmisión de la fe alas generaciones jóvenes; la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada; el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos; la pobreza de vida litúrgica y sacramental de no pocas comunidades cristianas”  (11).
Bastantes bautizados, viven ante el dilema de refugiarse en un modelo de religiosidad tradicional, cerrando filas frente a un mundo que perciben como extraño o adverso, menos en lo que tiene de bienestar, y privatizando su fe, o bien, de aceptar ­los criterios y estilos de vida dominantes en esta sociedad, a costa de abandonar, en mayor o menor grado, la fe y la identidad cristiana y eclesial.

La exhortación apostólica Christifideles Laici parece referirse a esto cuando habla “del desafío al que se enfrentan aquellos pueblos donde todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana”, y al afirmar tajantemente que “este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas”  (12).
“En la actualidad, en medio de la cultura secularizada, muchos no saben en ocasiones cómo orientar la vida, el trabajo o el apostolado en sentido verdaderamente cristiano. Así, por ejemplo, la insuficiente defensa del matrimonio y de la familia es un exponente destacado de este tipo de carencias. Algo parecido se podría decir respecto a la presencia en la vida pública en sus múltiples expresiones”  (13).

“El sentimiento de inferioridad y marginación que experimentan muchos católicos adultos, incapaces de mostrar públicamente su identidad católica con sencillez y sin miedo, es lo más opuesto a una fe “martirial”, es decir, de testigos valientes de Jesucristo  (14).
Esta contradicción de muchos entre la fe que se dice profesar y la vida personal y social en la que se prescinde de ella (separación fe-razón, fe-liturgia, fe-oración, fe-moral), nos hace ver la urgencia de llevar adelante una nueva evangelización de nuestra sociedad, uno de cuyos momentos esenciales es la catequesis y la formación cristiana.

5. La formación de los laicos, una prioridad
El capítulo V de la exhortación Chirstifideles Laici Está dedicado a la formación de los fieles laicos, formación necesaria y precisa “para dar más fruto”. Recordar simplemente los títulos que incluye este capítulo:

  • Madurar continuamente
  • Descubrir y vivir la propia vocación y misión
  • Una formación integral para vivir en la unidad
  • Aspectos de la formación
  • Colaboradores de Dios educador
  • Otros ambientes educativos
  • La formación recibida y dada recíprocamente por todos
  • Llamamiento y oración
Gracias a Dios, en el seno de la Iglesia ha crecido mucho la conciencia de la urgencia de la presencia evangelizadora de las comunidades eclesiales, que convierta nuestra rica herencia religiosa en fermento de liberación y salvación integrales. Muchos cristianos, laicos, religiosos y sacerdotes sienten la imperiosa necesidad de que el pueblo bautizado aprenda a discernir los valores y contravalores de la nueva cultura dominante y a saber aceptar aquellos y rechazar éstos, en fidelidad al don recibido en el Bautismo.

Hoy, la formación de laicos es una clara prioridad en nuestras diócesis. ¡Necesitamos formar cristianos de verdad! Cristianos que hayan acogido plenamente el don inefable de Jesucristo, nuestro Evangelio, y que a fuerza de estar unidos a él y a su Iglesia y de ser coherentes con su Evangelio, vivan y proclamen con gozo y con total claridad la fuerza salvadora de la fe, con todas las implicaciones religiosas y morales, personales y sociales, de la misma: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible”  (15). Sólo así podrá restablecerse la credibilidad del cristianismo ante aquellos sectores del pueblo que equivocadamente piensan que la Iglesia no ha asumido sus ansias de justicia, igualdad, libertad y solidaridad, y que desconfían de ella identificándola con los poderes de este mundo.

No somos pesimistas; por el contrario, compartimos esta afirmación de los obispos franceses: “los tiempos actuales no son más desfavorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos de nuestra historia pasada. La situación crítica en la que nos encontramos nos impulsa, al contrario, a ir a las fuentes de nuestra fe y a hacernos discípulos y testigos del Dios de Jesucristo de una forma más decidida y radical”  (16).
En la exhortación Ecclesia in Europa Juan Pablo II hace un llamamiento a la formación de los laicos en Europa, cuando dice: “La actual situación cultural y religiosa de Europa exige la presencia de católicos adultos en la fe y de comunidades cristianas misioneras que testimonien la caridad de Dios a todos los hombres. El anuncio del Evangelio de la esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables,

a una fe más personal y madura, iluminada y convencida.
Los laicos de AC, pues, han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia católica y con los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia en que vivimos.

Además de esforzarse para que el ministerio de la Palabra, la celebración de la liturgia y el ejercicio de la caridad, se orienten a la edificación y el sustento de una fe madura y personal, es necesario que las comunidades cristianas se movilicen para proponer una catequesis apropiada a los diversos itinerarios espirituales de los fieles en las diversas edades y condiciones de vida, previendo también formas adecuadas de acompañamiento espiritual y de redescubrimiento del propio Bautismo.
En particular, reconociendo su innegable prioridad en la acción pastoral, se ha de cultivar y, si fuera el caso, relanzar el ministerio de la catequesis como educación y desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y madure la semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el Bautismo. Remitiéndose constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la Sagrada Escritura, proclamada en la liturgia e interpretada por la Tradición de la Iglesia, una catequesis orgánica y sistemática es sin duda alguna un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta” (EE 50-51)
Creo que es en este campo donde los militantes de la Acción Católica han de ser “especialistas”. Esta es nuestra gran aportación, nuestra gran misión: la formación.
Los Movimientos Apostólicos de Acción Católica tienen como fin inmediato “el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias de tal manera que puedan imbuir del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes” (AA 20,a).

6. Eje conductor de la formación: unidad fe-vida


La formación, en la Acción Católica, no podemos reducirla ni a los saberes ni al aprender, una de las características de la verdadera formación es que nadie enseña lo que no vive. Si nosotros no somos una comunidad que trabaja esta formación, que vive formándose, que vive transformándose permanentemente, en nuestro caso, cristiano, en un proceso de conversión  permanente intentando conformarnos con Cristo, si nosotros no entramos en esa dinámica, no ayudamos a una verdadera formación a nadie.
Tenemos que entender la formación como un proceso vivencial, experiencial, que nos transforma la conciencia, que nos la ahonda y que también supone una transformación de nuestra realidad.

 La formación de la que hablamos tiene como objetivo la conciencia cristiana unitaria integral capaz de armonizar nuestros deseos, sentimientos, pensamientos y acciones. Que desarrolla de un modo armónico las dimensiones fundamentales de la misma:

  • Dimensión personal de la fe cristiana

La identidad cristiana tiene una dimensión fundamental que es la dimensión personal, este aspecto de conformar yo mis deseos, mis sentimientos con Cristo, construirme como  una persona que pueda decir: No soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí. Esto, como veis, es para toda la vida.

  • Dimensión sociopolítica

La identidad cristiana tiene una dimensión sociopolítica que  hay que desplegar. Si  no, no hay una identidad cristiana plena.
La dimensión política de la caridad, la caridad política de la que se ha hablado en muchos momentos, supone asumir con conciencia la necesidad y la gracia de colaborar en la construcción del reino de Dios. Esto es política en el mejor y  más genuino sentido de la palabra, es hacernos cargo de la ciudadanía, de las relaciones humanas y transformar la realidad.

  • Dimensión eclesial
La identidad cristiana tiene una dimensión, que está basada en la radical sociabilidad del ser humano, que es la dimensión eclesial. No somos personas aisladas.
El ser humano no es un individuo. Esta es una concepción que se nos ha querido  meter, pero  no es verdad. No somos individuos, venimos de una comunión, de una comunidad, de ese Dios trino; siempre estamos referidos a otros en comunidad y en comunión y a la comunión estamos destinados.

En este contexto socio-cultural, nuestros procesos de formación tienen que tener como eje conductor la búsqueda permanente de la unidad fe-vida mediante una formación integradora y unificadora. Quiere contribuir a vivir en la unidad «dimensiones que, siendo distintas, tienden con frecuencia a escindirse:

  • vocación a la santidad y misión de santificar el mundo;
  • ser miembro de la comunidad eclesial y ciudadano de la sociedad civil;
  • condición eclesial e índole secular, en la unidad de la novedad cristiana;
  • solidario con los hombres y testigos del Dios vivo;
  • servidor y libre;
  • comprometido en la liberación de los hombres y contemplativo;
  • empeñado en la renovación de la humanidad y en la propia conversión personal;
  • vivir en el mundo, sin ser del mundo, como el alma en el cuerpo, así los cristianos en el mundo»  (17).

Para ello entiendo que la formación ha de posibilitar recoger las dudas, los interrogantes y los retos que la cultura y la vida de hoy plantean al cristiano adulto, y busque capacitarlos

para darse a sí mismos respuesta desde la vivencia de la fe y para dar razón de la esperanza cristiana a los demás, incluso cuando el ambiente es hostil al cristianismo.

7. La presencia social de los laicos de Acción Católica
La presencia fermento siempre se ha vivido entre los cristianos y está en sus raíces. ¿En que consiste la presencia fermento?, consiste en que los cristianos toman en consideración los problemas, los retos, las aspiraciones, las esperanzas, las dificultades, que vive el mundo, las repiensan en cristiano y se comprometen codo a codo con los demás para ir transformando la realidad conforme al plan salvador de Dios para la humanidad. El cristiano anuncia en su compromiso el Evangelio a los demás.

Los militantes de la AC somos parte del pueblo, parte del barrio, parte de la parroquia y tomamos en consideración sus problemas. Hay problemas de paro, de violencia, de discriminación, hay problemas de cultura, hay aspiraciones de mejorar la vida en esto. Todas estas situaciones las retomamos y repensamos en cristiano. Los problemas humanos son vistos y juzgados en cristiano para ofrecer soluciones cristianas que nos comprometan con aquellos que los sufren. Hay que tomar en consideración esos problemas del ambiente en el que estamos, valorarlos y discernirlos de acuerdo con el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia y en ofrecer en igualdad de condiciones que los demás, las soluciones, las propuestas que son necesarias en cada uno de los ámbitos.

8. Una presencia al servicio de la dignidad humana

Compromiso en las realidades más cercanas
Esta es la clave de nuestro quehacer como laicos de AC en medio del mundo. Yo empezaría con la familia. La familia es la célula de la sociedad, el ámbito en el que todos estamos presentes. Hemos de tomar en consideración los problemas que vive la familia, pero no la familia en abstracto, sino las familias concretas del pueblo, las familias concretas del  barrio. Ahí hay problemas de todo tipo, laborales, políticos, humanos, psicológicos, en las relaciones del hombre y la mujer, de la pareja, de los padres con los hijos.

Esos problemas humanos son los que en todos los ámbitos, desde los más cercanos a los más generales, exigen de una reflexión constante. Después, a través de nuestro vivir y de actuar en cristiano, en primer lugar, y luego con nuestras propuestas, nuestras acciones y con nuestro compromiso, hacer posible que la familia sea una familia de acuerdo con el plan de Dios para la familia.

Vamos a otro ámbito, el mundo laboral. En el mundo laboral me voy a encontrar con problemas y situaciones de todo tipo y la ley interna de la evangelización me dice encárnate en esos problemas, tómalo en consideración, con seriedad, discierne con conciencia cristiana y propón soluciones, propón alternativas, para que esos problemas se puedan solucionar. Esto significa que lo que caracteriza a los laicos cristianos en el terreno social es un quehacer de presencia en la vida, en toda su riqueza, en la vida social, la vida política, la vida cultural, una presencia en la vida en donde nuestra aportación específica cristiana va a ser intentar ver, juzgar esos problemas y proponer soluciones en diálogo con todos. Presencia por lo tanto encarnada.

El lugar adecuado, más específico y más humano de la vida apostólica y la misión primordial del laico sabemos que no es otra que el vivir su fe en la realidad de cada día, transmitir su fe en la vida y expresar su fe en los ambientes que vive y  comprometerse en la transformación y la renovación continua de la sociedad de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia. Esa es su tarea social.

A la luz de la Doctrina Social de la Iglesia

Un elemento necesario en el quehacer social del laico de AC sería la Doctrina Social de la Iglesia. La actuación se tiene que caracterizar por anunciar, proclamar y practicar la Doctrina Social de la Iglesia.

Esto implica que la formación de la AC ha de estar continuamente al día mediante la profundización en la Doctrina Social de la Iglesia que no consiste en saberse de memoria las encíclicas de los Papas, sino que es una praxis comunitaria del discernimiento cristiano en orden a la acción a partir de los criterios fundamentales para el compromiso en la vida pública.

Vamos a señalar a continuación los criterios que en armonía con la fe y la Doctrina Social de la Iglesia permiten a cada cristiano juzgar por sí mismo y realizar el compromiso político social que estime conveniente:

  • El reconocimiento teórico y práctico de la prioridad de la persona. En primer lugar la dignidad de la persona humana. La Iglesia me dice que juzgue, valore los problemas y actúa sobre ellos, a la luz que da el reconocer que cada persona tiene una dignidad. Esto implica que en la óptica del cristiano tiene que estar presente esta valoración de la dignidad de la persona humana, y de ahí se deduce un conjunto de posicionamientos y de actuaciones que son ineludibles. Esta valoración abarca a todos los ámbitos de la vida: familia, vida, trabajo, cultura, ocio, política, relaciones humanas…
  •  La coherencia de la actividad y del compromiso político del cristiano con la fe y la espiritualidad que la fe genera. Esta coherencia sólo puede adquirirse a través de una formación explícita en este campo.
  • El bien común, la exigencia de la solidaridad, que consiste en el conjunto de condiciones que hacen posible la liberación y plena realización de cada persona y de todas las persona, de cada pueblo y de todos los pueblos.
  •  La preferencia hacia los pobres y oprimidos, expresada en una solidaridad activa y en comunión efectiva con ellos.
  • La prioridad de la sociedad sobre el estado, exigencia del principio de subsidiariedad.
  •  El progreso de la democracia real para que la sociedad sea sujeto de sí misma, como expresión de corresponsabilidad y de verdadera vida comunitaria.
  • El fomento de la cultura popular y de la ética social sin las que la sociedad no puede ser protagonista de su propia vida ni el hombre puede alcanzar su realización.
  •  La tendencia a la autogestión económica como expresión de la democracia real en ese campo.
  • El realismo en los objetivos y en el modo de trabajar por ellos.

 

Todos estos principios y criterios aplicados convenientemente permiten emitir un juicio sobre las situaciones, las estructuras, los sistemas, las leyes, los proyectos políticos y los programas que se presentan en la sociedad. Los cristianos no nos limitaremos a proponer los principios, sino que hay que hacer posible un discernimiento de manera que todos se puedan orientarse con suficiente claridad y saber qué es y no es coherente con los principios y criterios cristianos.

Se trata de reflexionar, discernir e iluminar la conciencia de los cristianos. Una reflexión que  respeta la libertad de opción política a que cada uno tiene derecho. Se trata de promover actitudes de crítica objetiva y constructiva.

Todo esto implica un compromiso que sea coherente con la fe que vivimos. La fe genera un estilo, un modo de situarse y un modo de plantearse la vida que empieza siempre por nuestro propio mundo más cercano y que se va abriendo. El militante cristiano de AC, allí donde esté, en el paro, en el trabajo, de profesor de universidad, en cualquier actividad, donde sea, ¿qué tiene que hacer? Llevar adelante su trabajo y su compromiso con los demás cultivando y ahondando siempre la coherencia de su fe y de su vida. La coherencia de nuestro compromiso social con la fe implica el reconocimiento teórico y práctico de la dignidad de la persona y la defensa en promoción de los derechos humanos.

Por los frutos los conoceréis

Luego, hay una  irrenunciable dimensión sociopolítica de la identidad cristiana que se plasma en un quehacer social de todos y cada uno de los cristianos, como hay un quehacer social de la Iglesia,  lo que ocurre es que todavía el catolicismo español ha ahondado poco en este aspecto y lamentablemente hay que decir que todavía en muchos ámbitos parroquiales, arciprestales, colegios católicos, catequesis, incluso seminarios no es donde mejor se vive este quehacer. Todo cristiano debe trabajar con coherencia para que el reconocimiento de la persona sea una realidad. Esto implica la formación en la Doctrina Social de la Iglesia para el desarrollo de toda persona.

Todos estamos implicados en llevar adelante todo esto para que se defienda toda justicia en la sociedad y para que defendiendo esa justicia social se proclame el Evangelio. Todos estamos implicados en promover la preferencia hacia los pobres, oprimidos y marginados expresada mediante la solidaridad y en comunión activa con ellos. La opción preferencial por los pobres no es una opción que el cristiano pueda hacer o no, sino que me viene dada. Yo puedo ser o no cristiano, pero lo que no puedo es decir soy cristiano pero no tomo como preferencia a Jesucristo y los empobrecidos. Esto está muy claro en el Evangelio, por su parte Juan Pablo II en la Nuevo Milenio dice textualmente:

“El Evangelio impone a la Iglesia una opción preferencial por los pobres”.

“El evangelio impone”, aquí no se trata de elegir, todos tenemos la obligación, por decir creo en Cristo, de tomar como preferencia de vida del abandonado, del oprimido y a los conjuntos humanos más pobres.

Dando protagonismo a la sociedad

Buscar la prioridad de la sociedad sobre el estado. La Iglesia y en ella los cristianos deben llevar adelante un compromiso social dándole protagonismo a la sociedad. Esto ¿qué quiere decir? El estado tiene razón de ser en tanto que sirve al bien de la sociedad, el estado es servidor de la sociedad, luego es la sociedad la que tiene que estar servida por el Estado. La tarea del militante cristiano no es estar contra los partidos, porque los partidos son necesarios, cumplen una misión, sino que la tarea de los militantes cristianos es fomentar el protagonismo de la sociedad, es decir, allí donde estén intentar que todos los que están conmigo sean conscientes de todo lo que pasa, que sean críticos y participen en la vida social y política.
Nuestro quehacer está en ser responsables en la vida social e intervenir en todos los ámbitos para transformar la realidad. Actuar en todos los grupos e intervenir siempre en orden a favorecer el protagonismo social. Que la sociedad sea servida por el estado y no al revés.

Que prevalezca siempre la verdad

Vivimos una cultura relativista en la que todo el mundo tiene derecho a opinar y a decir lo que le parezca. Toda opinión es respetable por el hecho que la emite una persona, pero esto no quiere decir que toda opinión sea válida. En este sentido es muy importante que los cristianos sepamos distinguir lo que es el respeto a la persona de lo que es la defensa de la verdad que debe prevalecer por encima de cualquier otro interés.

¿Cualquier opinión que dé cualquiera en cualquier campo de la vida es válida y hay que asumirla? El cristiano continuamente debe hacer un ejercicio de clarificación, ya que no es lo mismo la verdad que la mentira, no es lo mismo el amor que el odio, no es lo mismo estar con los pobres que estar con los ricos… Vivimos en una sociedad en la que toda la gente se queda con cualquier opinión y todas las opiniones son igualmente válidas, y si hay alguien que se atreve a decir que la verdad está por encima de la opinión y que hay que buscarla y seguirla, es tachado de intolerante.

En el compromiso social de la Iglesia hacen falta cristianos que por convencimiento, sin pretender prevalecer, sino buscando y descubriendo la verdad, promuevan una cultura de libertad y de verdad. Cuando los cristianos viven de verdad la fe van generando a su alrededor una cultura de la verdad, una cultura de servicio, una cultura de amor, y no de muerte. Esta es una reflexión que los cristianos deberíamos desarrollar. Desde un respeto profundo a los demás, hay que luchar contra todo aquello que supone la mentira y la muerte.

El cristiano tiene que distinguirse por su amor a la vida y por sus ganas de vivir. Amor a la vida y ganas de vivir implican una cultura de la dignidad, una cultura de la libertad auténtica. En todos los terrenos puede y debe haber militantes cristianos de Acción Católica, esto supone un profundizar continuamente en la doctrina de la Iglesia, en todos los terrenos, en el terreno de asuntos sociales, de la ética, de la vida del trabajo…

“Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico y constituye el punto de apoyo de toda la obra formativa, ordenada al reconocimiento gozoso y agradecido de tal dignidad y al desempeño fiel y generoso de tal responsabilidad.”

  1. Cf. GMFL pg. 11.
  2. Cf.  E. Bueno, España, entre el Cristianismo y el Paganismo. San Pablo, Madrid, 2002.
  3. CEE, Plan Pastoral 2002-2005. Una Iglesia Esperanzada. ¡Mar adentro! (Lc 5,4), 8.
  4. CEF, “Proponer la fe en la sociedad actual”, Ecclesia 2835-36 (5 y 12 de abril de 1997) p 514.
  5. CEE (Ed). CONCILIO VATICANO II, BAC., “Discurso de Juan XXIII en la inauguración solemne del Concilio Vaticano II” (11-10-62) pgs. 1091-92: “A menudo – lo comprobamos en nuestro ministerio apostólico diario – nos llegan ciertas voces que no dejan de herir nuestros oídos. Se trata de personas sin duda muy preocupados por la religión, pero que no juzgan las cosas con imparcialidad y prudencia. Estas personas, en efecto, no son capaces de ver en la situación actual de la sociedad humana sino desgracias y desastres. Andan diciendo que nuestra época, comparada con las anteriores, es mucho peor. Se comportan como si no hubiera nada que aprender de la historia, que es maestra de la vida. […] Nosotros creemos que de ninguna manera se puede estar de acuerdo con estos profetas de desgracias que siempre anuncian lo peor, como si estuviéramos ante el fin del mundo”.
  6. Ib pg. 1092.
  7. Cf. EV 12.
  8. Ratzinger,J., “Situación actual de la fe y la teología”. Ed. impresa desde Internet, pg. 2): “El relativismo se ha convertido así en el problema central de la fe en la hora actual. Sin duda, ya no se presenta tan sólo con su vestido de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos”.
  9. Cf. E. Bueno, España entre el cristianismo y el paganismo, pgs. 235-283.
  10. CEE, Plan Pastoral 2002-2005. Una Iglesia Esperanzada. ¡Mar adentro! (Lc 5,4), 7-8. Puede verse también Ecclesia in Europa, en sus nn. 7-10:»El oscurecimiento de la esperanza».
  11. Ib 10-11.
  12. ChL, 34.
  13. CEE, Plan Pastoral 2002-2005. Una Iglesia Esperanzada. ¡Mar adentro! (Lc 5,4), 18.
  14. Ib.
  15. EN, 76.
  16. CEF, “Proponer la fe en la sociedad actual”, Ecclesia 2835-36 (5 y 12 de abril de 1997) p 514.
  17. Cf. CLIM 77.V ASAMBLEA ORDINARIA – Roma, 27 de abril – 4 de mayo de 2008
    POR LA VIDA DEL MUNDO (Jn 6,51)
    Laicos de Acción Católica a 20 años de la Christifideles Laici

 

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