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CAPITULO III PUESTO QUE OCUPA EL SEGLAR EN LA IGLESIA

CAPITULO   III PUESTO QUE OCUPA EL SEGLAR EN LA IGLESIA

Libro Apostolado Seglar

P. CIRILO BERNARDO PAPALI, o.c.d.

Profesor en la Univ. Pontif. «de Prop. Fide»,
en la Facul. Teolog. O. C. D. y en el Inst.
«Regina Mundl». Miembro de la Com. Pontif. de
Apostolatum Laicorum poreparatoria del
Conc. Vaticano II 

Libro Apostolado Seglar

P. CIRILO BERNARDO PAPALI, o.c.d.

Profesor en la Univ. Pontif. «de Prop. Fide»,
en la Facul. Teolog. O. C. D. y en el Inst.
«Regina Mundl». Miembro de la Com. Pontif. de
Apostolatum Laicorum poreparatoria del
Conc. Vaticano II

Para fijar con exactitud el lugar que ocupa el seglar dentro de la Iglesia es preciso delinear antes con brevedad la naturaleza y estructura de ésta.

1) La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, ampliación y complemento de la Encarnación, permítasenos la expresión. El Verbo no se contentó con unir a su Persona hipostáticamente una sola naturaleza humana. Quiso además incorporar a El todos los elegidos de manera incomprensible, pero real. Por eso, en la terminología de S. Agustín, la Iglesia es el mismo Cristo, el Cristo total: «Congratulémonos y demos gracias por haber sido hechos no sólo cristianos, sino Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia de tener a Dios por cabeza nuestra? Llenaos de espanto, alegraos, pues hemos sido convertidos en Cristo. Pues si El es la cabeza, nosotros somos los miembros; el hombre completo, él y nosotros»[1]. Y en otro lugar: «No consiste Cristo sólo en la cabeza, y no en el cuerpo, el Cristo entero es la cabeza y el cuerpo»[2].

Pío XII explica la naturaleza de este Cuerpo Místico en su Encíclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943: es una realidad sobrenatural, no una pura ficción mental. Se distingue, sin embargo, del cuerpo físico y del moral. En el cuerpo físico se da una verdadera e intrínseca unión entre las diversas partes, pero las partes pierden su propia individualidad y actividad autónoma, a pesar de la estrecha unión con que se juntan para formar ese cuerpo único. Por otra parte, en el cuerpo moral las partes continúan con su carácter individual, y su unión es sólo externa y accidental: en el Cuerpo Místico, a pesar de la plena individualidad y personalidad de cada miembro, el Espíritu Santo, como alma que es del Cuerpo Místico, informa todos sus miembros y los reduce a una verdadera unidad sobrenatural. En fin, la Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, es anterior a sus miembros, y en esto se distingue de cualquier sociedad humana. No nace ella de sus miembros: la Iglesia engendra a la Iglesia, dice maravillosamente S. Agustín[3].

2) «Dos vidas-escribe S. Agustín-posee la Iglesia: una en fe, otra ya manifiesta; la primera, de trabajo durante ei tiempo de su peregrinación ; la segunda, de reposo en la mansión eterna; una, en el camino; la otra, en la patria; una consiste en el esfuerzo de la acción; la otra, en la recompensa de la contemplación…; una de ellas es buena, aunque desventurada; la otra es más perfecta y además dichosa»[4].

Ahora tratamos de la Iglesia que peregrina, y en ese estadio transitorio continúa siendo un misterio y un sacramento. La Iglesia militante consta de dos elementos esenciales, que son su vida interna e invisible y, por otra parte, su organización externa y visible. Del mismo modo que en Cristo se dan juntas la Divinidad oculta y la Humanidad visible; y en los sacramentos igualmente hay una gracia invisible y un signo externo. Vida interna de la Iglesia es la gracia; estructura externa es su organización jerárquica visible.

Si la miramos desde el primer punto de vista, la Iglesia es la Comunión de los Santos; bajo el otro aspecto, es una obra de Salvación[5]. El Espíritu Santo es el principio de su unidad interna; de la exterior lo es la autoridad jerárquica. No se deben separar al hablar de la Iglesia estos dos aspectos, el de incorporación y el institucional. Cristo, por medio del Espíritu Santo, comunica vida interna a la Iglesia. Es igualmente Jesucristo quien, por medio de la jerarquía, la amaestra, gobierna exteriormente y santifica, proporcionando a los fieles los medios de salvación y los instrumentos de la gracia, como son la regla de la fe, las normas de vida y los sacramentos. La actividad invisible de Cristo y la visible están estrechamente unidas entre si. La invisible tiene un ámbito mucho más amplio que la visible y puede sustituir la ausencia de ésta cuando halla impedimentos. Si se dan las dos juntas, la invisible se acomoda a la otra; de este modo nunca existe oposición entre las inspiraciones del Espíritu Santo y las directivas de la Jerarquía.

                   Posición del laico en la iglesia

Con estas nociones podemos ya determinar el lugar que corresponde a los seglares en la Iglesia:

a) Hay en la Iglesia desigualdad por lo que se refiere al ministerio e identidad de vida. La desigualdad se ve por los pocos que son elegidos para representar la persona de Cristo en la enseñanza, el gobierno y la administración de los sacramentos. Están por encima del resto de los fieles. Tal preeminencia y poder no les pertenecen en propiedad. Son de Cristo, que es el agente principal, cuya acción conserva toda su eficacia, sean dignos o indignos los ministros. Pero los ministros, como personas individuales, son también cristianos y, por consiguiente, necesitan de los mismos medios de salvación que los demás fieles. En este punto es idéntica la vida de todos los fieles. Escribe S. Agustín: «Por nuestro oficio de dispensadores tenemos cuidado de vosotros, mas queremos asimismo ser cuidados junto con vosotros. Para con vosotros somos pastores, mas somos ovejas, como vosotros, sometidos al verdadero Pastor. Tenemos ante vosotros el oficio de doctores y somos al mismo tiempo vuestros condiscípulos en la escuela del gran maestro»[6] (39). En otro lugar: «Cuando me aterra el pensar qué soy para vosotros, me consuelo pensando que soy uno de vosotros. Para Vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristianó. Aquél es nombre del oficio recibido, éste lo es de la gracia; aquél trae peligro, éste salvación… Por tanto, si me causa mayor alegría el haber sido rescatado junto con vosotros, que el hecho de ser superior vuestro; procuraré entonces serviros con mayor abnegación, como manda el Señor, para no ser ingrato al precio con que merecí ser consiervo vuestro»[7].

b) La Jerarquía, como órgano autorizado de la acción visible de Cristo en la Iglesia, es sin duda su parte más importante. Sin embargo, la Jerarquía no es ella sola toda la Iglesia, del mismo modo que los cimientos y las columnas no son toda la casa; han de venir piedras y ladrillos a «completar lo que aún falta». Por eso escribía San Pedro a los primeros cristianos: «Vosotros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual»[8]. San Pablo amplía esta misma figura: «Por tanto, ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, en quien bien trabada se alza toda la edificación para templo santo del Señor, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu»[9] (42). De aquí la gran paradoja: lo más digno se ordena a lo de más bajo nivel, la Jerarquía a los fieles, y no al contrario, los fieles a la Jerarquía: «Todo es vuestro; ya Pablo, ya Apolo, ya Cefas, ya el mundo, ya la vida, ya la muerte, ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro, y vosotros de Cristo y Cristo de Dios»[10] .

Dice S. Agustín: «No hemos sido hechos Obispos para nosotros mismos sino para vosotros, a quienes comunicamos el sacramento y la palabra del Señor»[11] (44); en otro lugar: «¿Qué sería de nosotros si vosotros desaparecierais? Una cosa somos como personas privadas y otra distinta lo que poseemos en orden a vosotros. En cuanto personas individuales, somos cristianos; clérigos y Obispos somos sólo para vuestro bien. No se dirigía San Pablo a clérigos, Obispos ni sacerdotes cuando decía: vosotros sois miembros de Cristo. Hablaba a la turba. Hablaba a los fieles, a los cristianos: vosotros sois miembros de Cristo»[12]  (*).

c) Además de la Jerarquía-visible, que es la Autoridad, existe dentro de la Iglesia una gradación invisible que, por analogía con la anterior, podría denominarse jerarquía de méritos. Esta no tiene por fuerza que coincidir con la anterior. Mientras que los instrumentos de la gracia son administrados sólo por la autoridad jerárquica, esa manera de comunicarse la gracia llamada Comunión de los Santos depende también mucho de la jerarquía de méritos. Por eso los Pastores en algunas ocasiones son apacentados por sus ovejas.

Por otra parte, la forma jerárquica de la Iglesia visible es una institución provisional, pasajera, sólo para el tiempo de peregrinación. En la Patria la Iglesia ya no tendrá necesidad de doctrina, leyes ni sacramentos: allí Cristo hará felices a los suyos por sí mismo y no por medio de ministros. No obstante el carácter sacerdotal continuará en los bienaventurados para mayor gloria suya. Mas el orden fundamental se establecerá en el cielo a base de los méritos, jerarquía de gracia y de gloria.

Concluyamos con las palabras de Pío XII, ya citadas anteriormente: «Los seglares no solamente pertenecen a la Iglesia, sino que son la misma Iglesia»[13].

                   Actividad de los laicos en la Iglesia

Existe en la Iglesia una doble actividad: la acción infinita de Cristo, que lo es todo, y la «infinitesimal» de los fieles que, debido a la gracia, ayuda algo. La actividad espiritual de los fieles brota necesariamente de su orgánica e íntima unión con Cristo, que es la Cabeza. No hay miembro en un organismo viviente que pueda permanecer pasivo, sino que deben todos, para conservar la vida, obrar e influir de alguna manera con su actividad en todo el cuerpo. Esta mutua influencia de todos los miembros y la consiguiente circulación de la vida espiritual a través de todo el Cuerpo Místico es lo que se llama Comunión de los Santos. En esa actividad Interna del Cuerpo Místico, todos los miembros reciben la gracia y además se convierten en centros para la distribución y el aumento de la gracia, más o menos potentes, según su mayor o menor colaboración con ella De este modo pueden prestar ayuda a las necesidades de los demás, especialmente por medio de la oración. Hasta los miembros en apariencia más humildes pueden muy bien ser verdaderos apoyos de las columnas de la Iglesia. Escribía Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis: «del mismo modo que en nuestra constitución mortal participa todo el cuerpo del dolor que aflige a un miembro, y los miembros sanos prestan sus cuidados a los enfermos, así también en la Iglesia cada miembro no vive sólo para sí, sino que ayuda a los demás, prestándose mutuamente apoyo, para común alivio de todos y para una más amplia edificación de todo el Cuerpo (…)- No debe, sin embargo, creerse que la estructura del Cuerpo de la Iglesia, ordenada o, como algunos prefieren llamarla, orgánica conste de solos los diversos grados de la Jerarquía. Ni tampoco, como pretenden los defensores de la sentencia contraría, se compone únicamente de cristianos carismáticos, aunque estos privilegiados con dones extraordinarios nunca ciertamente han de faltar en la Iglesia… Es más, no debe olvidarse nunca, y mucho menos en las actuales circunstancias, que los padres y madres de familia, los padrinos y madrinas en el bautismo, y sobre todo los seglares que unen sus esfuerzos a los de la jerarquía eclesiástica en la difusión del reino de Cristo, ocupan un puesto honroso, aunque con frecuencia humilde, dentro de la sociedad cristiana. También ellos pueden, con la inspiración y ayuda de Dios, alcanzar la santidad heroica que, por especial promesa de Jesucristo, nunca ha de faltar en la Iglesia»[14] (47).


[1]              Tractatus in Jo. Evang., 21, 8  (PL  (Garnier), 35, 1568).

[2]              Loc. cit., 28, I,   (ibíd., 1622).

[3]              Cfr. Serm.. E92, 2 (PL, 38,  1012);   De sancta virginitate, 2 (PL (Garnier), 40, 397);  etc.

[4]              Tract. in Jo. Evaii’j., 124, 5 (PL (Garnier), 35, 1914).

[5]              Esto no ha de entenderse como si la Iglesia constase sólo de justos. Mientras peregrina en este mundo cuenta entre sus miembros justos y pecadores:  «No hay que pensar-escribe Pío XII-que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el  tiempo de esta peregrinación terrena, consta única mente de miembros eminentes de santidad, o se forma

            solamente de la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna, porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite. Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía. Ni la vida se aleja completamente de aquellos que, aun cuando hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando, y, por lo tanto, se hayan hecho incapaces de mérito sobrenatural, retienen con todo la fe y esperanzas cristianas, e iluminados por una luz celestial, son movidos por las internas inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo a su saludable temor, y excitados por Dios a orar y a arrepentirse de su caída» (Mystici Corporis, AAS, 35 (1943), p. 203).

[6]              Enarrationes in psalmos, 126, 3 (PL, 37, 1669).

[7]              Sermones. 340, I (PL, 38, 1483)

[8]              Sermones. 340, I (PL, 38, 1483)

[9]              . Ef 2. 19-22.

[10]             1 Cor. 3, 22-23.

[11]             Contra  Cresconium  Donatistam,   II,   13   (PL.   43. 474)

[12]             Sermones inediti, 17, 8 (PL, 46, 880)

                (*) El mismo san Agustín, hablando a los fieles, se expresaba asi: «Hermanos, no penséis que le Señor dijo estas palabras, Donde yo estoy allí estará también mi servidor, solamente de los obispos y clérigos buenos. Vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte, corrija, sea benévolo y mantenga la disciplina entre todos los suyos ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con El eternamente.» In Evan. Joan., tract. 51, n. 13. Texto español de la B. A. C., Obras de San Agustín, t. 14 (Madrid, 1957), p. 295.

[13]             Cfr. más arriba la nota 3. – 47 –

[14]             AAS, 35 (1943), pp. 200-201

¡Feliz día del padre, papito Dios!

¡Feliz día del padre, papito Dios!

Leticia Coronado

Revista “Acción Femenina” junio 2010/ año 77/ 945

¡Hola papito bueno!

Quiero aprovechar este día del Padre para saludarte y festejarte…

En realidad nunca lo había hecho. Y te voy a decir por qué.

He de confesarte que antes no te conocía y por lo mismo, te tenía miedo, un miedo enorme.

Recuerdo mi clase de catecismo en la Parroquia, cuando era niña: mi catequista era una buena mujer, muy bien intencionada, pero que me’ enseñó «a la antigüita». Ella decía que si te teníamos miedo nos portaríamos bien. Siempre afirmaba que tú estabas en todas partes, que lo veías todo, que lo sabías todo y que si nos portábamos mal, tú te darías cuenta. Yo te percibía como un enorme policía enojón; pasaba horas enteras imaginando a qué lugar podría ir para esconderme de ti.

¿Y si tomo una nave espacial y viajo lejos, a otros planetas?

Ahí también está Dios.

¿Y si me sumerjo en las profundidades del océano en un submarino?

Ahí te encontrará Dios.

¡Qué noches de terror! Lo peor es que mi miedo lo remataba una imagen de la Divina Providencia que tenían en mi parroquia en la que te representaban como un anciano de rostro severo, con barba blanca y ceño fruncido.

La representación que el artista hizo de ti contrastaba fuertemente con la imagen de tu Divino Hijo, Jesucristo: a Él lo presentaba como un hombre joven, de rostro amable y con una hermosa sonrisa en los labios.

Gracias a Dios (bueno, gracias a ti) que esa imagen de Jesús me dio confianza. Fue cuando decidí llevar la fiesta en paz contigo. Bueno, más bien decidí no hablarte más que lo necesario. En ese entonces todas mis oraciones y buenos deseos se dirigían a Jesús, pues Él no me inspiraba miedo. Lo curioso es que, en varios momentos de mi vida, volví a escuchar la misma idea, de diferentes personas: que tú eres un Dios terrible y justiciero.

¡ME BUSCASTE, ME ENCONTRASTE!

Lo bueno es que tú eres muy insistente. No te conformaste con mi decisión de ignorarte y buscaste mil maneras para que yo me diera cuenta de mi error.

Fue al leer la Biblia cuando descubrí tu verdadero rostro. i Hay que abrir el corazón para descubrir que tú, papito Dios, 1 eres bueno y cariñoso, lento para enojarte y generoso para  perdonar.

Aprendí que Jesús te ama profundamente y que cuando se dirige a ti en realidad no lo hace con palabras tan serias y formales: «Padre Nuestro».

Jesús al hablarte te llamaba «Papito». Pensándolo   bien, fue Jesús mismo quien me enseñó  tu  verdadero  rostro, esa  fue su misión. Sí, estás en todas partes, pero no para condenarnos, sino porque tu amor es como un gran manto que todo lo abarca.

Tu amor es como las alas del águila, que protegen a sus polluelos:

«…a ustedes los he llevado sobre alas de águila y los he traído a mí.» Ex 19,4

«Si subo hasta los cielos, allí estás tú. Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo sobre las alas de la aurora y me instalo en el extremo del mar, también allí me alcanzará tu mano y me agarrará tu derecha… tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre…» Del salmo 139 (138)

¡YA NO TE TENGO MIEDO!

Fue una gran alegría cuando descubrí tu verdadero rostro, que tú, papito Dios, eres amoroso e infinitamente misericordioso. Descubrirte me dio la paz. Saber que tú, Jesús y el Espíritu Santo son uno mismo.

Has sido tan buen papá, tan paciente y cariñoso… Quiero aprovechar este día del Padre para felicitarte y para proclamar a los cuatro vientos que tú, Papito mío, eres el único que da sentido a la vida. Contigo podemos organizar todo este mundo que está «Patas pa’rriba».

Te quiere.

Tu hija,.

Casi pareciera escuchar la voz de Jesús que nos revela el rostro del Padre, suyo y nuestro, y es que en efecto “El ha venido al mundo” para hablarnos del Padre; para hacérnoslo conocer, hijos perdidos, y resucitar en nuestros corazones el gozo de pertenecerle, la esperanza de ser perdonados y restituidos a nuestra plena dignidad, el deseo de habitar por siempre en su casa, que es también nuestra casa.

Benedicto XVI.

El Dios de la alianza, rico en misericordia, nos ha amado primero; inmerecidamente, nos ha amado a cada uno de nosotros; por eso, lo bendecimos, animados por el Espíritu Santo, Espíritu vivificador, alma y vida de la Iglesia.

Documento de Aparecida, no. 23.

¿Día Internacional del Varón?

¿Día Internacional del Varón?

Luz Flores

Revista “Acción Femenina” 20/junio/2010

El 8 de marzo pasado celebramos el Día Internacional de la Mujer, día especial en el que reflexionamos sobre nuestra dignidad.

Para nosotras las mujeres fue un gran logro que se nos dedicara un día al año. Es innegable que los roles sexuales se han transformado notoriamente, en especial en las últimas décadas. Y aunque todavía falta muchísimo por lograr, las mujeres, cada día, ganan más espacios sociales. Las mujeres tenemos más oportunidades de desarrollo en este siglo que en épocas anteriores. Es cierto, tenemos un largo camino por recorrer. Pero, también es verdad que en muchas ocasiones son las mujeres las que ejercemos diversos tipos de violencia en contra de los hombres.

Y es que, en esa lucha en la que las mujeres hemos buscado más igualdad y más respeto para nuestro género, a veces se nos ha pasado la mano.

Toda generalización es mala, incluso ésta… No podemos partir del hecho de que todos los hombres son casi como trogloditas salvajes sin sentimientos

ni nada positivo. Y así como a nosotras nos cuesta trabajo adaptarnos al nuevo rol femenino, ellos también tienen que adaptarse y aprender a vivir ese cambio de papeles.

¡DENLES CHANCE!

Reflexionemos: ¿quién ha educado a los varones durante siglos?

¡Las mujeres!

Y ¿quién ha reforzado en muchas ocasiones los roles de desigualdad entre hombres y mujeres?

¡Nosotras!

Imaginen a un varón… Pongámosle nombre: Federico. Cuando era niño, lo educaron para ser servido. Su mamá le dijo siempre que los niños no debían entrar a la cocina. Federico invariablemente escuchó que al referirse a algún hombre que cooperaba en las labores del hogar se le llamaba “Mandilón”.    

Su papá siempre dijo que los hombres debían ser feos, fuertes y formales. El modelo de varón que le inculcó a su hijo fue una revoltura de Pedro Infante (simpático, mujeriego y vacilador), El santo (el luchador, no el de los altares) y Vicente Fernández (quien presume a los cuatro vientos que continuamente le ha sido infiel a su esposa, pues es “muy hombre”). A Federico le dijeron constantemente que “a las mujeres, ni todo el amor ni todo el dinero”.

Y ahora que Fede creció y se casó, está “sacadísimo de onda”, pues su amada mujercita está en contra de esos roles antiguos. Tiene muchas “broncas”, pues su esposa espera que, de la noche a la mañana, rompa con todos esos esquemas con los que creció, así nomás, como por arte de magia.

  • Federico, qué tal si lavas los trastes, vas al súper, bañas al bebé… Yo al ratito regreso de la oficina…

El problema es que Federica (por llamarla de alguna manera), nunca se ha sentado a platicar con su marido, nunca han tomado acuerdos, no ha permitido que su esposo exprese su angustia:

  • “¿Qué diría mi papá si me viera así, cambiándo le el pañal al bebé? ¿Qué dirían mi mamá y mis cuates?”

 

Sí. Estamos a favor de ese cambio de roles, para que la responsabilidad del hogar y de los hijos sea compartida. Pero, démosles oportunidad a los hombres, para asimilar todos esos cambios vertiginosos que se han presentado en las últimas décadas. Tienen que “desaprender”, “desprogramarse” para encontrar nuevos caminos.

¿LA REVANCHA?

Otra actitud que tomamos las mujeres, tal vez sin darnos cuenta, es la actitud revanchista: “Ah, sí, ustedes siempre nos humillaron y nos discriminaron. Ahora va la nuestra.”

Cuántas veces, en la actualidad, las mujeres nos reunimos para salir con las amigas, “porque necesitamos nuestro espacio”, y no les pedimos, les exigimos a los maridos que se queden en casa cuidando a los hijos.

  • “…que se amuelen, que sufran, que vean lo que se siente estar batallando todo el día con los niños”’…

¿No sería mejor tomar una actitud más positiva? Recordemos que el marido no es el enemigo, es nuestro compañero. Supuestamente es nuestro mejor amigo. ¿O no?

CAMPAÑAS DE APOYO AL VARÓN

Sí, las mujeres necesitamos mucho apoyo en las diversas etapas de la vida: apoyo médico, psicológico, de orientación….

Pero ellos también necesitan apoyo. Por ejemplo, ¿sabías que ellos experimentan la andropausia? Es el equivalente a la menopausia de las mujeres y aunque sus síntomas no suelen ser tan marcados también les pueden causar algunas alteraciones como irritabilidad, insomnio, fatiga, depresión y ansiedad.

Por eso te invitamos a reflexionar cómo están viviendo en tu familia este cambio de roles masculinos y femeninos. Tal vez no nos hemos dado cuenta que cuando tomamos actitudes revanchistas y agresivas en contra de los hombres, estamos propiciando una forma de violencia que, de no detenerse, puede afectar a la armonía familiar. Qué bueno que hay el día internacional de la mujer pero, ¿no sería bueno abogar por el día internacional del varón?

“Y creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó”. Gen 1, 27

ALGUNOS TIPS

  •  Dejemos de ver a los hombres como enemigos. 
  •  Evitemos chistes sexistas que los agredan.
  • Reeduquemos a la “Paquita la del Barrio” que todas llevamos dentro…
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El misterio más grande de la Fe

El misterio más grande de la Fe

LA  VOZ  DEL  PAPA

JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN*

Periódico AM Querétaro, 06/junio/1910

1)     Para saber.

En el mensaje que el Papa Benedicto XVI dirigió el domingo de la Santísima Trinidad, mencionaba que esta fiesta resume la revelación de Dios que tuvo lugar en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo.

El fin del hombre es conocer y amar a Dios. De ahí que todo lo que concierna a Dios nos ayudará a amarlo más. Este misterio nos descubre el mismo ser de Dios. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica nos afirma que el “misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe”(n.264).

2)     Para pensar

Es tan grande el misterio de la Santísima Trinidad que sólo lo conocemos gracias a que nos lo fue revelado por el mismo Dios. Aunque desconocemos mucho de Dios, sabemos algo muy importante de su ser: es un solo Dios en tres Divinas Personas.

Es conocido un suceso atribuido a San Agustín. Un día paseaba el santo por la playa, pensando en el misterio de la Santísima Trinidad, en cómo explicarlo. De súbito, interrumpió su meditación la vista de un niño solitario que jugaba: extraía agua del mar con una concha y la echaba en un hoyo en la arena. Esa operación la hacía una y otra vez: iba al mar, llenaba su concha, luego volvía y echaba el agua en el hoyito en la arena.

“¿Qué haces?” le preguntó el santo. El niño respondió: “Voy a poner dentro toda el agua del mar”. El niño siguió con su ocupación. Sonrió San Agustín ante la ingenuidad del niño, y continuó su camino, pero enseguida cayó en la cuenta de la lección que acababa de recibir, era el Espíritu Santo quien le había hablado a través del niño: él intentaba algo mucho más difícil que meter toda el agua del mar en el hoyo; él quería meter en el mísero agujero del entendimiento humano la inmensidad de Dios.

3)     Para vivir

Este misterio se nos ha dado, no para complicarnos, sino para qué al conocer algo más de Dios empecemos a conocerlo y a amarlo como es Él. Para tratar a cada divina Persona y así amarlas cada vez más. El Papa recomendaba que, para lograrlo, cada vez que hacemos la señal de la Cruz, recordemos a cada una de las Personas divinas.

La Santísima Virgen puede ayudarnos a tratar mejor a Dios. El Papa aconsejaba invocar a la Virgen María, primera criatura plenamente habitada por la Santísima Trinidad, pidiéndole su protección para continuar nuestra peregrinación terrena. Siguiendo la sugerencia de San Josemaría Escrivá podemos llamarle en su relación con la Trinidad Santísima: “Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!…

  • Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu . Santo. Más que tú, sólo Dios!” (Camino 496).

 

* Es sacerdote, Ingeniero en Computación por la UNAM y Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra (e-mail: padrejosearticubs® gmail.com)

Categorías: Reflexiones